HECHOS de los APÓSTOLES
Introducción
I- «Se produjo una agitación y discusión muy fuerte» (15,1): las comunidades de Hechos
Evangelio y Hechos de los Apóstoles son las dos partes de la obra de Lucas. Ambas están dedicadas a “Teófilo”, persona desconocida o bien, una figura literaria para representar a todos los lectores cristianos, ya que su nombre significa “amado por Dios”. Con su obra, Lucas se propuso abordar varias cuestiones de importancia.
La primera es la relación con el Imperio romano, pues según varios escritores de la época, el Imperio perseguía a los cristianos, porque la Iglesia pasaba por un movimiento subversivo que propiciaba la rebelión al Emperador y costumbre nuevas. Lucas muestra que las primeras comunidades nunca tuvieron problemas con las autoridades romanas, quienes reconocieron que no tenían culpa en lo que les atribuían. Acusaciones y conflictos se debían más bien a calumnias de grupos judíos (Hch 17,6-7).
Una segunda cuestión es el papel de Pablo en la comunidad. Sabemos que algunos grupos de discípulos, en especial judeocristianos, consideraban a Pablo un apóstata del judaísmo, mientras que otros pensaban que, con su predicación, distorsionaba el verdadero cristianismo. Hechos muestra que Pablo, permaneciendo fiel al judaísmo, fue elegido y enviado por el Espíritu Santo para que los paganos sean incorporados a la comunidad de salvación de la nueva alianza (Hch 9,15).
Pero la cuestión de mayor importancia para Lucas es mostrar lo insólito de lo que estaba ocurriendo por obra de Dios: la aparición de nuevas “sinagogas” (las comunidades cristianas) que confiesan que Dios ha enviado a Jesús de Nazaret, su Hijo, como Mesías o Cristo para Israel y toda la humanidad. Él, según las promesas de Dios contenidas en el Antiguo Testamento, ha resucitado y habita en medio de los suyos; estas “comunidades de Cristo” son, pues, la culminación del judaísmo pero, sin embargo, al hacerse “de Cristo”, relativizan la Ley de Moisés y conviven personas de distinto origen, lo que no era nada fácil. Muchos cristianos de origen judío, por vivir en ciudades grecorromanas, eran testigos de las costumbres y formas de vida de los paganos, considerándolos pecadores, por lo que se negaban a tratar incluso con los que se habían hecho cristianos. Para hacerse discípulos de Jesús les exigían vivir como judío, pues soñaban con una Iglesia fiel a las leyes y costumbres del judaísmo como, por ejemplo, la circuncisión (Hch 15,1); no veían con agrado que se predicara a los paganos. Lo mismo sucedía de parte de los paganos, quienes cargaban con prejuicios existentes contra los judíos, y soñaban con una Iglesia que rompiera en forma absoluta con Israel, incluso con el Antiguo Testamento. Un tercer grupo tanto de judíos como paganos convertidos, en el que estaba Pablo y sus colaboradores, entendían que la Iglesia se debía formar con personas de todas las naciones, unidas por la fe en Jesucristo y fieles a la Palabra de Dios revelada en el Antiguo Testamento.
La convivencia de estos grupos se hizo cada vez más difícil, porque algunos de sus miembros se radicalizaron. No era difícil prever la división, la que se produjo en el siglo II d.C., cuando algunos judeocristianos contrarios a Pablo se refugiaron en el judaísmo, manteniendo como obligatorias la Ley y las tradiciones del pueblo judío. En cambio, otros cristianos encabezados por Marción, que se decían fieles a Pablo, propiciaban una Iglesia sólo formada por los que venían del paganismo, negando todo vínculo con el judaísmo, incluso con el Dios del Antiguo Testamento; sus Escrituras eran algunos libros del Nuevo Testamento y una obra escrita por el mismo Marción.
II- «Esta salvación que proviene de Dios fue dada a los paganos» (28,28): la teología de Hechos
1- Un pueblo de judíos y paganos consagrado a Dios
Dios ya había anunciado en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos que el Evangelio o Buena Noticia de la salvación se predicara a los paganos (Lc 24,44; Hch 26,22). Pablo y sus colaboradores tienen la certeza de que la misión encomendada al Siervo del Señor de que «la salvación llegue hasta los confines de la tierra» (Is 49,6), ha sido encomendada a ellos (Hch 13,47). Por ello, Si Lucas comenzaba la primera parte de su obra (el evangelio) con el recuerdo de la promesa divina de que «todos los vivientes verán la salvación de Dios» (Is 40,5 en Lc 3,6), termina la segunda parte (los Hechos) con la certeza de que la salvación que proviene de Dios «fue dada a los paganos», y ellos sí la aceptarán (Hch 28,28).
La salvación de Dios, prometida a Israel en el Antiguo Testamento, tiene como destinatario a todos los pueblos. Lo que Dios prometió, diciendo: «Ustedes, Israel, serán mi pueblo y yo seré su Dios» (Jr 30,22), Simón Pedro lo afirma también de los paganos por ser destinatarios de la salvación divina (Hch 15,14). De aquí que la predicación acerca de Jesucristo que comenzó en Jerusalén dirigida a Israel, el pueblo de la promesa, debe llegar hasta los confines de la tierra, a todos los paganos (1,8).
2- Enviados por el Espíritu Santo
Hechos es llamado “el Evangelio del Espíritu”, porque el protagonista de la obra de la salvación es el Espíritu Santo a quien Lucas presenta con rasgos personales: él da testimonio, habla y anuncia (Hch 5,32; 8,29; 20,3); envía en misión y establece ministros (13,4; 20,28); dispone y prohíbe (15,28; 16,6-7). Jesús, a diferencia de Juan Bautista, bautiza a sus apóstoles con el Espíritu Santo (2,1-11), cuya fuerza divina los convierte en testigos y predicadores de la Buena Noticia de la salvación a todo el mundo.
Por imposición de manos de los apóstoles (Hch 8,17), tanto judíos como paganos que se bautizan para seguir a Jesús, reciben el don del Espíritu y, con él, la salvación de Dios (2,38; 4,31; 10,44-46). Su presencia y poder se manifiesta en carismas y ministerios al servicio de las comunidades: unos profetizan, otros enseñan, sanan enfermos, hablan diversas lenguas… y las comunidades cuentan con dirigentes: diáconos y presbíteros u obispos, estos últimos no aún bien diferenciados (ver nota a 20,13-38).
Sin embargo, la finalidad de la acción del Espíritu no es establecer ministerios y otorgar carismas, sino que éstos están al servicio del anuncio y aceptación del Evangelio entre los judíos y particularmente entre los paganos. El Espíritu confirma la adhesión de fe al Señor Jesús, descendiendo sobre los samaritanos (Hch 8,14-17), ordenando a Felipe que le explique las Escrituras a un etíope y lo bautice, y trasladándolo a Azoto, territorio pagano, para comenzar allí a evangelizar (8,26-40). Este mismo Espíritu, protagonista de la obra de salvación, es quien ordena a Pedro que vaya a casa de Cornelio, oficial romano (Hch 10-11), y quien en la asamblea de Jerusalén, junto con los dirigentes de la comunidad, decide no imponer la circuncisión a los paganos convertidos a la fe (15,28). Así como Jesús llamó y envió a los Doce, el Espíritu llama y envía a Pablo y a sus colaboradores a evangelizar a los paganos (13,2.4) y les señala el camino a seguir para ingresar a Europa, dejando atrás Asia (16,6-7).
3- Escuchar a los apóstoles, vivir en comunión, partir el pan y orar
Varios rasgos forman parte de la identidad de las comunidades cristianas en Hechos. Algunos son propios, otros los comparten con el mundo judío. A diferencia de los judíos, estas iglesias domésticas se constituyen en tales por su fe en Jesucristo y por el don del Espíritu y la salvación, que los hace nuevos. Nos quedamos con cuatro de estos rasgos: escuchar a los apóstoles, vivir en comunión, partir el pan y perseverar en la oración (Hch 2,42).
Un primer rasgo de la comunidad es escuchar con asiduidad la enseñanza dada por los apóstoles. La fe cristiana es en Jesús en cuanto Mesías e Hijo de Dios que murió y resucitó para darnos la salvación de Dios. A su conocimiento y aceptación se llega por los que fueron sus testigos (Hch 1,8.22); de aquí la importancia de vivir atentos a la enseñanza de los que vieron y oyeron (4,20). Tarea de pastores o dirigentes de las comunidades es velar por la pureza en la transmisión del testimonio de los testigos (20,30-31).
Un segundo rasgo de una comunidad de Cristo es vivir la comunión, la que se expresa sobre todo en compartir los bienes. Para las diferencias sociales en los tiempos bíblicos había respuestas. En el Antiguo Testamento, Dios prometía que «no habrá pobres» cuando Israel viva en fidelidad a él (Dt 15,4-5). A Pitágoras y sus discípulos se atribuía un proyecto de vida en la que todo se comparte para que nadie pase necesidad. Estos anhelos de judíos y paganos se hacen realidad en la comunidad cristiana: en ella todo se tiene en común, por lo que no hay pobres (Hch 4,32-35). El modelo es Jesús y sus apóstoles, pues quien no tenía donde reclinar la cabeza, le pedía a quien quería seguirlo renunciar a lo que tenía para darlo a los pobres (Lc 14,33; 18,22). Este es el ideal de la comunidad según Hechos. No se trata de deshacerse de todo para que todos compartan la miseria, sino de poner a disposición de los demás, según sus necesidades, lo que cada uno posee. Al ansia de poseer que caracteriza a los que tienen el dinero como su dios, los cristianos proponen el valor alternativo de la solidaridad, gracias al cual todo se comparte, para que en el mundo no haya pobres.
La comunidad de los de Cristo se reúnen para “partir el pan”, expresión que en su origen se refería al hecho de comer (Hch 27,35), pero que entre los primeros discípulos adquirió el sentido de una comida fraterna en la que se revivía el encuentro con el Señor resucitado. La fracción del pan, que Pablo llama «cena del Señor» (1 Cor 11,20) y la Iglesia “Eucaristía”, tuvo su origen en las palabras de Jesús durante su última cena (Lc 22,19). El relato de la fracción del pan en Tróade aporta datos sobre cómo se realizaba (Hch 20,7-12): se reunían el primer día de la semana, el sábado por la noche conforme al cómputo judío, comienzo del domingo en que la Iglesia celebra la resurrección de su Señor; luego de una predicación por parte del apóstol, seguía una cena fraterna donde se partía el pan, repitiendo las palabras de Jesús en la última cena para hacer presente al Resucitado con su fuerza redentora (Lc 24,30.35).
Porque son de Cristo, los de las comunidades «perseveraban unidos en la oración… con María, la madre de Jesús» (Hch 1,14). La perseverancia es en la comunión que proviene de la adhesión a Jesucristo, que hace posible la unanimidad en la oración (2,42.46), tema que Lucas destaca en su Evangelio y en los Hechos. La comunidad persevera en la oración con María, por lo que es una “iglesia” o asamblea orante de discípulos del Resucitado en torno a la Madre del Resucitado. Todo acto importante en las comunidades supone la comunión que lleva a la oración, la que a su vez hace crecer la comunión.
4- Una Iglesia que anuncia la salvación con alegría
Lucas recurre a la imagen de la “construcción” para describir la acción del Espíritu: darle forma a la Iglesia mediante ministerios (diáconos, presbíteros o ancianos…) y carismas (enseñanza, sanación de enfermos…), para que anuncie a su Señor y su salvación. Los apóstoles ocupan un lugar especial en la comunidad. En primer lugar están los Doce, cuyo número se debe completar cuando Judas, uno de ellos, se pierde (Hch 1,15-26). En la primera y segunda parte de Hechos (1,3-8,3 y 8,4-12,25) se destaca Pedro, que preside la comunidad de los venidos del judaísmo y es el primero que ordena bautizar a los que se integran del paganismo; en la tercera parte (13,1-28,31), Pablo que, en compañía de sus colaboradores, tiene la primacía respecto a los que vienen del paganismo.
La Iglesia es la Comunidad de iglesias domésticas que, impulsadas y guiadas por el Espíritu y en comunión con los apóstoles, anuncian a Jesucristo a todos, judíos y paganos, como única fuente de salvación. Anima a sus miembros la certeza de la resurrección de su Señor quien les concede el don del Espíritu para continuar la obra salvífica. La experiencia del Señor resucitado suscita en ellos la alegría misionera que los impulsa a ofrecer a otros el encuentro con Jesucristo para participar de su salvación. Porque Jesús está vivo y “lo he visto” (Lc 24,34; Hch 1,3), grupos misioneros de judeocristianos y de paganos convertidos, algunos conocidos (el de Pedro, Santiago, Pablo, Apolo…) y otros anónimos, predican a Jesucristo y dan testimonio de él. No responden a ningún plan prefijado, sino al Espíritu que se revela en sueños, visiones y hechos concretos. No buscan implantar una idea, imponer una ética o hacer crecer en número a la Iglesia, sino anunciar que el Señor Jesús está vivo y ofrece la salvación prometida por Dios. Se dirigen a pequeños grupos (sinagogas, familia, asociaciones) y los acompañan en su adhesión al Señor y en su formación. Emplean todas la posibilidades que les ofrece el Impero romano: vías de comunicación, embarcaciones y puertos, sus leyes y normas.
A diferencias de los judíos, la comunidad cristiana es del todo inclusiva, pues se entiende como “nueva familia de Dios”, sin diferencias en razón del sexo, la condición social o étnica. Su lugar natural son “las casas” o familias, insertándose en el medio grecorromano con una forma de vida que honra al Dios que dan culto, ganándose el respeto de muchos. Se tratan como “hermanos” y su vocación es la santidad. Su solidaridad suscita admiración y deseo de imitación, pues así testimonian al único Dios verdadero y cercano, que ama al hombre y se preocupa por él, tan diverso a los dioses grecorromanos y orientales. Así, cada iglesia doméstica, abierta a todos, crece por atracción como levadura en la masa.
III- «Para que sean mis testigos… hasta los confines de la tierra» (1,8): Hechos como obra literaria
1- Autor, composición y fecha de Hechos
Los Hechos fueron escritos por Lucas, y los argumentos en contra no son decisivos. Se trata del compañero y colaborador de Pablo, «médico querido» (Col 4,14; 2 Tim 4,11) y autor del tercer evangelio con el cual Hechos comparte un mismo vocabulario y estilo literario, semejante teología y finalidad: un relato fiable y organizado (Lc 1,2) sobre cómo Dios, mediante Jesús de Nazaret, cumple sus promesa de salvación para todos, acontecimiento que los suyos testimonian hasta los confines de la tierra. Hechos, por tanto, es continuación del evangelio. Como en Hechos no se refleja la persecución del Imperio contra los cristianos es probable que Lucas lo haya escrito hacia la mitad de la década del 80 d.C., por lo que ambas obras, Evangelios y Hechos, debieron estar concluidas hacia fines de dicha década. En cuanto al lugar de composición de Hechos las hipótesis son muchas e inciertas.
Lucas es un narrador culto que en Hechos escribe relatos (milagros, viajes, sumarios…) y discursos (de Pedro, Esteban, Pablo…) en un griego helenístico o koiné literariamente mejor que el de los otros evangelistas. En ocasiones imita el estilo de la traducción griega de la Biblia (los Setenta). Para componer Hechos, Lucas se sirvió sobre todo de tres tipos de fuentes escritas y tradiciones orales: las “narrativas” provenientes de la comunidad judeocristiana de Jerusalén; las “kerigmáticas” para componer las predicaciones y discursos de Hechos; un “diario de viaje” en el que destacan los tres llamados “pasajes nosotros” (Hch 16,10-17; 20,5-21,18 y 27,1-28,16).
Contamos con dos testimonios textuales representados por papiros, códices, traducciones antiguas…, para la traducción de Hechos. Un testimonio es de mayor extensión, mejora el estilo de Hechos y acentúa tendencias (antijudaísmo y el papel del Espíritu, por ejemplo); se conoce con el nombre de “texto occidental”. El otro, tenido por más auténtico, es el llamado “texto alejandrino”, pues está representado –además de otros– por el “Códice Alejandrino”; éste es el que empleamos para la traducción de Hechos y para algunos pasajes se señalan variantes del “texto occidental” consideradas importantes.
2- Organización literaria de Hechos
La obra de Lucas forma una gran figura literaria llamada “paralelismo concéntrico”, cuyo elemento central es Jerusalén. En la primera parte –el Evangelio– Jesús y su obra miran a Jerusalén, la del misterio pascual, de las apariciones del Resucitado y de la comunidad postpascual. En la segunda parte –los Hechos– es la Jerusalén del don del Espíritu y, por lo mismo, desde la cual la Iglesia sale hasta alcanzar el confín del mundo (Roma) para anunciar a Jesucristo. De este modo, Jerusalén, espacio teológico de llegada y salida, queda en el centro de la obra de Lucas.
Una posible organización literaria de Hechos que permita leerlo con provecho puede ser la siguiente:
Prólogo | 1,1-2 |
I Testigos del Señor en Jerusalén | 1,3-8,3 |
II Testigos del Señor en Judea y Samaría | 8,4-12,25 |
III Testigos del Señor hasta los confines de la tierra | 13,1-28,31 |
Esta organización literaria se comprende a partir del mandato con el que Jesús termina su ministerio en la tierra, antes de su ascensión: luego del don de Espíritu -les dice el Resucitado- ustedes serán «mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8). De esta manera, después de un Prólogo (1,1-2), se desarrollan las tres partes principales del libro en secuencia geográfica y con el mismo propósito de anunciar y testimoniar al Señor.
3- Actualidad de Hechos
Los rápidos y profundos cambios del mundo postmoderno y la necesidad de anunciar con eficacia evangélica a Jesucristo hacen de Hechos uno de los libros más actuales para la Iglesia y el discípulo misionero. La nueva evangelización de las realidades humanas requiere una mirada agradecida y contemplativa de los orígenes. La mirada es doble. A la misión fundante, la inaugurada y conducida por Jesucristo, con su enseñanza y estilo, con sus desafíos y la forma de resolverlos, con su imagen de Dios, normativa para sus discípulos, que transmitía entre imágenes mezquinas y caducas de un Dios que habían perdido a causa de las tradiciones humanas (Mc 7,8). La otra mirada es a los primeros discípulos enviados al mundo judío y grecorromano a transmitir la experiencia y la vida obtenida de Jesús, a quien lo han visto resucitado y exaltado como Señor junto a su Padre. Mirar esta primera evangelización, qué predicaban aquellos misioneros, a quiénes y con qué énfasis anunciaban que Dios por Cristo cumplió sus promesas de salvación, cómo constituían las comunidades y lo que les pedían es descubrir una misión ejemplar que no se puede dejar de lado si queremos empeñarnos en una nueva evangelización que sea, a la vez, fiel al Espíritu y respuesta pertinente y trascendente a sufrimientos y esperanzas del mundo de hoy.
Hechos de los Apóstoles, como relato de la primera evangelización, es el libro que, junto con los evangelios, no podemos dejar de leer, meditar, orar y practicar.
Prólogo
11 Ilustre Teófilo, en mi primer libro expuse todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el comienzo 2 hasta el día en que fue llevado al cielo, después de haber instruido por medio del Espíritu Santo, a los discípulos que había elegido.
1,1-2: Lucas inicia Hechos con un breve prólogo que recuerda el comienzo de su Evangelio, donde se indica el contenido y la extensión cronológica de la obra (Lc 1,1-4): su propósito es un relato ordenado que contenga las acciones y enseñanzas de Jesús desde que inició su ministerio hasta el día de su ascensión. De estas acciones y enseñanzas deberán dar testimonio los que anuncian la Palabra. El libro de los Hechos, segunda parte o continuación del Evangelio según Lucas, expondrá la forma en que, bajo el impulso del Espíritu, los predicadores llevaron a cabo la obra de la evangelización y de cómo la Palabra de Dios se predica por todas partes hasta alcanzar Roma, el centro del mundo occidental en aquel momento (Hch 28,30-31).
1,1: Lc 1,3 / 1,2: Mt 28,19-20; Lc 24,49-51
Hch 1,2: algunos manuscritos añaden: «Y les ordenó que predicaran el Evangelio».
I
Testigos del Señor en Jerusalén
1,3-8,3: Jesús resucitado ordenó a los apóstoles que fueran sus testigos «en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra» (1,8). Este proyecto de Jesús fija el plan evangelizador que se irá ampliando a partir de Jerusalén hasta alcanzar Roma, capital del Imperio. Siguiendo este desarrollo, en la primera parte de los Hechos se describen los orígenes de la comunidad cristiana en Jerusalén. Pedro es el protagonista en el nacimiento de la Iglesia y en su primer desarrollo. El tema central de la predicación apostólica es el reinado de Dios mediante Jesús, su Ungido muerto y resucitado al tercer día, quien cumple las promesas divinas y es fuente de salvación para Israel y todos lo que crean.
El Espíritu Santo vendrá sobre ustedes
3 Después de su pasión, Jesús se presentó ante sus discípulos dándoles muchas pruebas de que estaba vivo, y se les apareció durante cuarenta días para hablarles del Reino de Dios. 4 Un día que estaba comiendo con ellos les ordenó que no se alejaran de Jerusalén. Les dijo: «Esperen que se cumpla la promesa del Padre de la que me oyeron hablar: 5 que Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo dentro de pocos días». 6 Los que estaban presentes le preguntaban: «Señor, ¿éste es el tiempo en que restaurarás el reino a Israel?». 7 Él les respondió: «No les corresponde a ustedes conocer los tiempos o los momentos que el Padre tiene bajo su autoridad. 8 Pero el Espíritu Santo vendrá sobre ustedes y recibirán su fuerza, para que sean mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra».
9 Después de decirles esto, mientras ellos lo estaban viendo, él fue elevado y una nube lo ocultó de su vista. 10 Se quedaron mirando fijamente al cielo mientras él se alejaba de ellos, cuando de pronto se presentaron dos hombres vestidos con túnicas blancas 11 que les dijeron: «Galileos, ¿por qué se han quedado mirando al cielo? Este mismo Jesús que fue llevado al cielo, apartándose de ustedes, volverá de la misma manera que lo han visto partir».
1,3-11: Al iniciar la narración de Hechos, Lucas retoma la última escena de su Evangelio y presenta, con modificaciones, el relato de la ascensión de Jesús. Los discípulos, con las preocupaciones nacionalistas características de su época, se interesan por el restablecimiento en esta tierra del reino de Israel (1,6; Lc 24,21). Jesús deja en el misterio de Dios la precisión sobre el día final (Hch 1,7; 1 Tes 5,1-2), y les abre la perspectiva de una misión que va más allá de los límites nacionalistas, y en la que ellos serán protagonistas, porque deberán ir hasta «los confines de la tierra» anunciando el Evangelio (Hch 1,8; Is 49,6). Para poder realizar esta tarea, los discípulos serán fortalecidos de una manera especial por el Espíritu. Después de la partida del Señor, se quedan mirando al cielo, pero reaparecen los dos hombres vestidos de blanco que antes habían visto en el sepulcro (Lc 24,4). Ellos, entonces, les anunciaron la primera parte de la confesión de fe cristiana: el Señor padeció, murió y resucitó (24,7); ahora les proclaman la segunda parte: el Señor fue llevado al cielo y volverá (Hch 1,11). Los discípulos deberán comprender que no pueden quedarse mirando al cielo, sino que tienen que volver a Jerusalén para comenzar la misión.
1,3: Mt 28, 16-20; Mc 16,12-19; Lc 24,13-51 / 1,4: Jn 14,16-17 / 1,6: Mt 20,21 / 1,7: Mt 24,36 / 1,9: Éx 24,12-18; Mt 17,1-8 / 1,11: Dn 7,13; Ap 1,7
Perseveraban unidos en la oración
12 Entonces regresaron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, una distancia como la que se puede recorrer en un día sábado. 13 Entraron en la ciudad y subieron al piso alto donde se hallaban Pedro, Juan y Santiago; Andrés, Felipe y Tomás; Bartolomé y Mateo; Santiago, el hijo de Alfeo, Simón el Zelote, y Judas, el hijo de Santiago. 14 Todos ellos perseveraban unidos en la oración con algunas mujeres, con María, la Madre de Jesús, y sus hermanos.
1,12-14: Hechos contiene varios textos en los que se presenta la vida de la comunidad en forma de resumen o sumario. Son cuadros o retratos en que los discípulos y misioneros son presentados como modelo de los cristianos de todos los tiempos y lugares con el fin de suscitar su imitación. El primer retrato que ofrece Lucas es el de una comunidad reunida, y así lo hará varias veces (2,42; 4,32; 5,12). Los congregados son los apóstoles, María, la madre del Señor, y aquellos que se llaman «sus hermanos» (1,14). Todos ellos están en oración, uno de los temas predilectos de Lucas (2,42; 3,1). La Iglesia, pues, se describe como comunidad de oración en la que está presente la Madre del Señor.
1,13: Mt 10,2-4 / 1,14: Jn 7,3-5
Echaron suertes y fue elegido Matías
15 Uno de esos días, Pedro se puso de pie en medio de la comunidad, que eran como unas ciento veinte personas, y les dijo: 16 «Hermanos, se debía cumplir la Escritura que predijo el Espíritu Santo por medio de David acerca de Judas, que se convirtió en guía de los que arrestaron a Jesús, 17 aunque se le había concedido ser uno de los nuestros y participar de nuestro ministerio. 18 Con la ganancia que obtuvo con su maldad, él se compró un campo, pero cayó de cabeza, se destrozó y todas sus entrañas se esparcieron. 19 Todos los habitantes de Jerusalén tuvieron conocimiento de este hecho, de modo que en su idioma este campo se llamó Hacéldama, que significa “Campo de sangre”. 20 Porque en el libro de los Salmos está escrito:
Que su casa quede desierta y nadie la habite [Sal 69,26].
Y también:
Que otro ocupe su cargo [Sal 109,8].
21 Es necesario, entonces, que un hombre de los que estuvieron en nuestra compañía todo el tiempo que el Señor Jesús convivió con nosotros, 22 desde el bautismo de Juan hasta el día en que fue elevado desde nosotros, sea constituido testigo de su resurrección junto con nosotros».
23 Presentaron a dos: a José, llamado Barsabás, también conocido como “Justo”, y a Matías, 24 y oraron así: «Señor, tú conoces los pensamientos de todos. Muéstranos a cual de estos dos elegiste 25 para que en este ministerio del apostolado ocupe el lugar que abandonó Judas para irse al lugar que le correspondía». 26 Echaron suertes y fue elegido Matías. Entonces fue agregado al número de los once apóstoles.
1,15-26: A los doce hijos de Jacob, jefes de las doce tribus de Israel, les suceden los Doce Apóstoles elegidos por Cristo como fundamentos del nuevo pueblo de Dios (Lc 6,13-16). Uno de ellos se ha perdido. Jesús no cometió un error cuando eligió a Judas como uno de sus discípulos, porque Dios ya había dicho que el Justo sufriente sería traicionado por sus amigos (Sal 41,10; 55,13-15). También dijo que otro ocuparía el cargo de aquel que dejó su casa desierta (109,6-8). Los apóstoles aplican estos textos de los Salmos a Judas y a su conducta. Es necesario, por tanto, reemplazarlo para que los doce nuevos patriarcas estén presentes en el momento en que se forma la Iglesia. La comunidad presenta a los candidatos y se hace un sorteo para que Dios muestre su voluntad, pues es él quien debe elegir y enviar a los apóstoles (Jn 15,16). La Iglesia se debe fundar sobre el testimonio de los que vieron y oyeron (Lc 1,2; Hch 1,21-22; 3,15), por eso el elegido debe ser testigo del Señor, es decir, uno que convivió con él. El relato de Hechos 1,18-19 es un paréntesis en el que Lucas recoge una tradición diferente de la de Mateo (Mt 27,3-10) para referir la muerte de Judas, figura negativa de discípulo. Jesús había ordenado dejarlo todo para seguirlo (Lc 14,33; 18,22), y los primeros discípulos de Jesús vendían sus campos para repartir el importe entre los que tenían necesidad (Hch 4,34-35). Judas, en cambio, con la ganancia que le reportó su traición, compró un campo y, como los malvados según el Antiguo Testamento, murió cayendo de cabeza (Sab 4,19; Hch 1,18).
1,16: 1 Cor 5,11; Ef 6,23 / 1,18-19: Mt 27,3-8 / 1,22: Mc 1,9 / 1,25: Lc 16,28
Todos quedaron llenos del Espíritu Santo
21 Al llegar el día de Pentecostés estaban todos reunidos en el mismo lugar. 2 De pronto toda la casa donde se encontraban se llenó con un ruido parecido a un viento impetuoso que venía del cielo 3 y se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se dividían y se posaban sobre cada uno de ellos. 4 Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en diferentes idiomas, según como el Espíritu les permitía expresarse.
5 En Jerusalén, habitaban judíos piadosos de todas las naciones del mundo. 6 Cuando se produjo este ruido, se reunió una multitud y todos quedaron asombrados, porque cada uno les oía hablar en su propio idioma. 7 Admirados y sorprendidos decían: «¿Acaso no son galileos todos éstos que están hablando? 8 ¿Cómo es que nosotros los oímos hablar en nuestro propio idioma? 9 Partos, medos y elamitas, los que vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, Ponto y Asia, 10 Frigia y Panfilia, Egipto y la zona de Libia que limita con Cirene, los peregrinos de Roma, 11 judíos y prosélitos, cretenses y árabes les oímos decir en nuestros propios idiomas las grandezas de Dios». 12 Todos estaban admirados y perplejos, y se preguntaban unos a otros: «¿Qué significa esto?». 13 En cambio algunos se burlaban y decían: «¡Éstos han tomado demasiado vino!».
2,1-13: La venida del Espíritu Santo sobre la comunidad tiene lugar en Pentecostés, cincuenta días después de la Pascua. Pentecostés o Fiesta de las Semanas era una de las celebraciones judías más importantes (Dt 16,9-10), dedicada a recordar la estancia en el monte Sinaí. Allí, con gran despliegue de ruido y fuego, Dios hizo alianza con las doce tribus y les dio la Ley, para hacer de ellas el Pueblo de Dios. Aquel Pentecostés quedó como una figura profética que ahora se cumple (Hch 2,1). En un día como aquel, con ruido y fuego, Dios forma su nuevo Pueblo, el que no está constituido sólo por las doce tribus, sino por todas las naciones de la tierra (2,9-11), unificadas como pueblo de Dios no por la Ley, sino por el Espíritu. Si los judíos en Pentecostés celebran la fiesta de la alianza, para los cristianos es la fiesta de la nueva alianza, sellada con el Espíritu (2 Cor 3,6; ver Jr 31,31-35). Si en Babel se produjo la dispersión de la humanidad por la confusión de lenguas (Gn 11,5-9), ahora es el Espíritu quien realiza la reunificación, porque todos se entienden (Hch 1,11). Hechos continuará mostrando cómo el Espíritu Santo tiene la iniciativa y da el impulso decisivo para que el Evangelio sea anunciado a los paganos y se extienda por todo el mundo (8,14-17; 10,44-48). Como sucedió con la actuación de Jesús (Lc 11,14), la multitud queda admirada cuando ve la comunidad que actúa bajo la acción del Espíritu; sin embargo, al igual que en el tiempo de Jesús, los que no están dispuestos a creer se burlan (Hch 2,13).
2,1: Éx 23,16; Lv 23,13-21 / 2,3: Sal 29,7-9 / 2,4: Nm 11,25-29; Lc 24,49; 1 Cor 14 / 2,5-6: Gn 11,1-9 / 2,13: 1 Cor 14,23
Ustedes lo mataron, pero Dios lo resucitó
14 Entonces Pedro, poniéndose de pie junto con los Once, levantó la voz y les dijo: «Hombres de Judea y todos los habitantes de Jerusalén: ¡Sépanlo bien y escuchen con atención lo que les digo! 15 Estos hombres no están ebrios, como ustedes suponen, ya que apenas son las nueve de la mañana, 16 sino que se trata de lo anunciado por el profeta Joel:
17 Dice Dios: sucederá en el final de los tiempos que derramaré mi Espíritu sobre todos los vivientes. Entonces los hijos y las hijas de ustedes profetizarán, sus jóvenes verán visiones y sus ancianos tendrán sueños.
18 En ese tiempo derramaré mi Espíritu sobre mis servidores y servidoras, y ellos profetizarán.
19 Haré prodigios en lo alto del cielo y señales maravillosas abajo, en la tierra: sangre, fuego y humo. 20 El sol se convertirá en tiniebla y la luna en sangre, antes que llegue el día del Señor grande y glorioso.
21 Y sucederá que todo el que invoque el nombre del Señor se salvará». [Jl 3,1-5]
22 «Israelitas: ¡Escuchen lo que les anuncio! A Jesús, el Nazareno, hombre acreditado por Dios ante ustedes con los milagros, prodigios y señales maravillosas que el mismo Dios realizó por él entre ustedes, como todos saben, 23 a este hombre, que fue entregado de acuerdo con el plan y la previsión de Dios, ustedes lo mataron, crucificándolo por medio de los infieles. 24 Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, ya que ella no podía retenerlo bajo su poder. 25 Porque David, refiriéndose a él, dice:
Yo veía siempre al Señor delante de mí, porque está a mi derecha para que yo no tiemble.
26 Por eso mi corazón se regocija, mi lengua canta con alegría y hasta mi cuerpo mortal descansará esperanzado, 27 porque no abandonarás mi vida en el abismo ni dejarás que un fiel tuyo experimente la corrupción.
28 Me hiciste conocer la vida y me llenarás de alegría en tu presencia». [Sal 15,8-11]
29 «Hermanos, permítanme que les hable con toda franqueza acerca del patriarca David. Él murió, fue sepultado, y hasta ahora su tumba permanece entre nosotros. 30 Pero como era profeta y sabía que Dios le había jurado que uno de sus descendientes se sentaría en su trono, 31 habló del futuro y se refirió a la resurrección de Cristo, diciendo que no fue abandonado en el abismo, ni su cuerpo experimentó la corrupción. 32 A este Jesús, Dios lo resucitó, y todos nosotros somos testigos. 33 Elevado a la gloria por el poder de Dios, derramó el Espíritu Santo prometido que había recibido del Padre, y esto es lo que ustedes ven y oyen. 34 Porque David no ascendió al cielo y, sin embargo, él mismo dice:
Dijo el Señor a mi Señor, siéntate a mi derecha
35 hasta que ponga a tus enemigos como estrado de tus pies». [Sal 109,1]
36 «¡Que todos los israelitas sepan muy bien que Dios constituyó como Señor y Mesías a este Jesús que ustedes crucificaron!».
2,14-36: Lucas comenzó su Evangelio con el relato del descenso del Espíritu Santo sobre Jesús (Lc 3,22); Hechos narra también el descenso del Espíritu, pero sobre toda la comunidad reunida (nota a 2,1-13), que ya cuenta con más de cien personas (1,15). Enseguida se presenta, para un ambiente judío, el primer discurso de Pedro, cuya parte central es la proclamación de la muerte y resurrección de Jesucristo. Los judíos afirmaban que el Espíritu de Dios, que se había apartado de Israel, sólo sería enviado al final de los tiempos, como se anuncia en los profetas (Jl 3,1-5). Pedro explica a todo el pueblo que esos últimos tiempos han llegado, porque el Espíritu está presente y se derrama sobre «todos los vivientes» y no sólo sobre Israel (Hch 2,17), para que la salvación llegue a los que reconocen que Jesucristo es el Señor (2,21; Rom 10,9-13). Pedro también deja claro cuáles son los signos escatológicos realizados por Dios y sus testigos (Hch 2,22.43). Los judíos que escuchaban a Pedro pertenecían a aquel grupo que negó a Jesús y pidió su muerte. Pero Jesús fue glorificado por el poder del Padre, que lo constituyó Señor y Mesías, tal como se anunciaba en el libro de los Salmos (Sal 16,8-11; 110,1), y este Señor glorificado es quien ahora otorga el Espíritu Santo «que había recibido del Padre» (Hch 2,33).
2,17: Is 44,3; Jn 7,38-39; 1 Cor 14,1 / 2,23: Mc 8,31; Lc 22,47-48; 1 Pe 1,19-20 / 2,24: Sal 18,4-5; Mt 28,5-6 / 2,30: 2 Sam 7,12-13 / 2,34-35: Mt 22,43-45 / 2,36: Mt 1,17
¿Qué debemos hacer, hermanos?
37 Al oír estas palabras se conmovieron profundamente y dijeron a Pedro y a los demás apóstoles: «¿Qué debemos hacer, hermanos?». 38 Pedro les respondió: «Conviértanse, y que cada uno se bautice en el nombre de Jesús, el Mesías, para que se le perdonen sus pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo 39 que fue prometido a ustedes, a sus hijos, a todos los que están lejos y a todos los que el Señor, nuestro Dios, quiera llamar». 40 Con muchos otros argumentos les daba testimonio y los animaba, diciendo: «¡Sálvense de la gente perversa de esta época!».
41 Los que aceptaron su palabra se hicieron bautizar, y ese día se unieron a ellos unas tres mil personas.
2,37-41: Como sucedió cuando Juan Bautista anunció el bautismo (Lc 3,10), también aquí la gente le pregunta a Pedro: «¿Qué debemos hacer?» (Hch 2,37). Esa misma pregunta se la harán más tarde a Pablo (16,30). Pedro les enseña que el camino para entrar en la nueva alianza y recibir el Espíritu Santo es el bautismo y la conversión de vida. Y sobre todos los que se bautizan, Jesús derrama el Espíritu Santo, sean judíos o paganos, aunque es para los judíos en primer lugar, porque el Espíritu fue primero prometido a Israel y Dios es fiel a sus promesas (2,39). Los que se convierten comienzan a vivir de una manera nueva y, de esa forma, se salvan del clima de perversión que reina en el mundo cuando es contrario Dios (Gál 1,4).
2,38: Mc 1,14-15 / 2,39: Is 57,19 / 2,40: Dt 32,5; Sal 78,8; Flp 2,15
Todos los creyentes vivían unidos
42 Los discípulos asistían con perseverancia a la enseñanza de los apóstoles, tenían sus bienes en común, participaban en la fracción del pan y en las oraciones. 43 Un gran respeto se había apoderado de todos, porque los apóstoles realizaban muchos prodigios y señales maravillosas. 44 Todos los creyentes vivían unidos y tenían los bienes en común, 45 vendían sus bienes y posesiones, y distribuían el dinero entre ellos según las necesidades de cada uno. 46 Muy unidos, todos los días frecuentaban el Templo y partían el pan en las casas, participando en las comidas con alegría y sencillez de corazón. 47 Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. Cada día el Señor incorporaba a la comunidad a los que se salvaban.
2,42-47: Se presenta un nuevo sumario sobre la vida de la primera comunidad cristiana. El anterior (nota a 1,12-14), mostraba a la Iglesia como comunidad de oración en torno a María. Éste muestra que la Iglesia es una comunidad que se alimenta de la escucha atenta de la enseñanza de los apóstoles. Los discípulos de Jesús, por tanto, no se congregan sólo por amistad ni por razones sociales ni de otra índole, sino porque comparten la misma fe, gracias al testimonio que los testigos dan de Jesucristo. Varias son las notas características de esta comunidad. En primer lugar, se reúnen para oír la enseñanza de aquellos que estuvieron con el Señor. Luego, practican la comunión de bienes espirituales y materiales, que se deriva de la convicción de haber recibido el mismo Espíritu de Dios y su perdón (Rom 15,27). En tercer lugar, celebran “la fracción del pan”, la comida en común que Pablo llama «la cena del Señor» (1 Cor 11,20) y que la Iglesia llamará más tarde “la Eucaristía”; en esta cena se revive el encuentro con el Señor resucitado cuando se invoca al Espíritu para que santifique el pan y el vino, los que –transformados en el Cuerpo y la Sangre del Señor– se comparten. Por último, se afirma que los discípulos oran, un rasgo de la comunidad cristiana que ya se había destacado (Hch 1,12-14). Lucas insiste en la alegría que reina en la comunidad, la que es un don que concede el Espíritu y que se manifiesta cada vez que los discípulos se reúnen (13,52; Rom 14,17).
2,42: Lc 24,30.35; 1 Cor 10,16; / 2,46: Rom 15,13; 1 Cor 11, 20-22 / 2,47: Rom 9,27
¡En nombre de Jesucristo, levántate y camina!
31 Un día, Pedro y Juan subían al Templo para la oración de las tres de la tarde. 2 Se encontraba allí un hombre paralítico de nacimiento, a quien todos los días llevaban y ponían junto a la puerta del Templo llamada Hermosa, para que pidiera limosna a los que entraban. 3 Cuando este hombre vio que Pedro y Juan iban a entrar en el Templo, les pidió que le dieran una limosna. 4 Pedro, que estaba junto a Juan, fijó su mirada en él y le dijo: «¡Míranos!». 5 Él los miró, pensando que le iban a dar algo. 6 Entonces Pedro le dijo: «Yo no poseo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: ¡En nombre de Jesucristo, el Nazareno, levántate y camina!». 7 Y tomándolo de la mano derecha, lo levantó. Al instante se fortalecieron sus pies y sus tobillos, 8 se puso de pie de un salto, comenzó a caminar y entró con ellos al Templo, caminando, saltando y glorificando a Dios. 9 Toda la gente que lo vio caminar y glorificar a Dios 10 reconoció que era aquél que se sentaba a pedir limosna junto a la puerta del Templo llamada Hermosa, y quedaron llenos de admiración y asombro por lo que le había sucedido.
3,1-10: Hechos 3-5 son capítulos llamados “sección del Nombre”, porque se refieren a la persona de Jesús y a su obra (3,16; 4,7; 5,28). Los apóstoles Pedro y Juan realizan un milagro semejante a los que hizo Jesús (Lc 5,24-25). El hecho es ocasión para que Pedro pronuncie un discurso ante el pueblo (3,11-26) y, más tarde, tenga que defenderse con otro discurso ante la asamblea de dirigentes (4,1-22). Cuando las autoridades intentan impedir la evangelización, la comunidad pide a Dios la fortaleza necesaria para anunciar el Evangelio. Dios responde derramando el Espíritu Santo que los fortalece para evangelizar con valentía (4,23-31). Queda claro que la fuerza de la evangelización no reside en el dinero ni en los apoyos materiales ni el poder que proviene de los hombres, sino en la autoridad de la Palabra de Dios (Lc 9,1-6). Por eso los apóstoles no necesitan plata ni oro (Hch 3,6), porque «por la fe en el nombre de Jesús» (3,16) pueden realizar milagros semejantes a los del Nazareno, su Maestro resucitado.
3,1: Éx 29,39-42; Mt 4,21; Lc 8,51 / 3,7: Mt 8,15 / 3,8: Is 35,6 / 3,10: Lc 1,12
La fe en Jesús lo ha sanado por completo
11 Mientras el hombre que había sido sanado seguía sin separarse de Pedro y Juan, la gente, muy asombrada, corrió al pórtico llamado de Salomón, donde ellos estaban. 12 Al darse cuenta, Pedro dijo a todo el pueblo: «Israelitas, ¿por qué se asombran de esto o nos miran como si por nuestra propia fuerza o santidad hubiéramos hecho caminar a este hombre? 13 El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, glorificó a su servidor Jesús, a quien ustedes entregaron a Pilato y renegaron de él, cuando Pilato había juzgado que debía ser puesto en libertad. 14 Ustedes renegaron del Santo y Justo, y pidieron que se les concediera la libertad de un homicida. 15 Mataron al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y de esto nosotros somos testigos. 16 Por la fe en el nombre de Jesús se le han fortalecido las piernas a este hombre que ustedes ven y conocen. Esa fe en Jesús lo ha sanado por completo delante de todos».
17 «Ahora, hermanos, yo sé que obraron por ignorancia, lo mismo que sus jefes. 18 Pero Dios cumplió así lo que había anunciado anticipadamente por medio de todos los profetas: que el Mesías debía padecer. 19 Hagan penitencia, entonces, y conviértanse, para que sean borrados sus pecados. 20 Así el Señor les concederá el tiempo del consuelo y les enviará a Jesús, el Mesías que les está destinado 21 y que debe ser retenido en el cielo hasta que llegue el tiempo de la restauración universal de la que Dios habló por medio de sus santos profetas de la antigüedad. 22 En efecto, Moisés dijo:
De entre los hermanos de ustedes, el Señor su Dios les suscitará un profeta como yo.
Escuchen todo lo que él les diga, 23 y todo aquel que no escuche a ese profeta será eliminado del pueblo» [Dt 18,15-16.18-19].
24 «Y todos los profetas que hablaron a partir de Samuel, anunciaron estos días. 25 Ustedes son herederos de los profetas y de la alianza que Dios estableció con sus padres cuando le dijo a Abrahán:
En tu descendencia serán bendecidos todos los pueblos de la tierra» [Gn 22,18; 26,4].
26 «Dios, que ha resucitado a su servidor en primer lugar por ustedes, lo envió para que los bendiga cuando cada uno se aparte de sus maldades».
3,11-26: Los testigos han quedado admirados por el milagro que el apóstol Pedro acaba de realizar (3,1-10). Con un discurso al pueblo que asombrado se reúne, Pedro les enseña que la fe en el nombre de Jesús fue la que sanó por completo a un hombre enfermo de nacimiento, figura de la humanidad que ansía salvación. Los judíos que escuchan a Pedro son aquellos que pocos días antes habían negado a Jesús y pidieron su muerte. Sin embargo, todo lo hicieron por ignorancia (3,17). La muerte de Jesús no fue un fracaso del plan de Dios, sino que responde a su proyecto de salvación trazado y expresado en el Antiguo Testamento. Y como lo anunciaron «todos los profetas que hablaron a partir de Samuel» (3,24), Dios resucitó de entre los muertos a su Hijo Jesucristo, constituyéndolo en el profeta escatológico a quien hay que escuchar. Si ellos lo escuchan, hacen penitencia y se convierten de sus pecados, Jesús se manifestará a Israel como el Mesías prometido y el Profeta escatológico (3,22-24) por quien Dios cumple a Israel sus promesas (2,38-39).
3,11: Jn 10,23 / 3,13: Éx 3,6.15; Is 52,13 / 3,13-14: Mt 27,15-26 / 3,17: 1 Cor 2,8 / 3,18: Jn 20,9 / 3,23: Lv 23,29 / 3,25: Gn 12,3; Rom 9,4 / 3,26: Gál 3,14
No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído
41 Cuando Pedro y Juan estaban hablando al pueblo, se presentaron los sacerdotes, los jefes de la guardia del Templo y los saduceos, 2 indignados porque enseñaban y anunciaban al pueblo la resurrección de los muertos, realizada en Jesús. 3 Los detuvieron y los pusieron en la prisión hasta el día siguiente, porque ya era tarde. 4 Muchos que estaban escuchando la palabra abrazaron la fe y su número llegó a ser como de cinco mil personas.
5 Al día siguiente, se reunieron en Jerusalén los jefes, los ancianos y los maestros de la Ley, 6 junto con el Sumo Sacerdote Anás, Caifás, Juan, Alejandro y todos los que pertenecían a las familias de los sumos sacerdotes. 7 Trajeron a su presencia a Pedro y a Juan y los interrogaron: «¿Con qué poder o en nombre de quién ustedes hicieron esto?».
8 Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les respondió: «Jefes del pueblo y ancianos, 9 ya que con ocasión de una obra buena realizada en un hombre enfermo se nos interroga hoy sobre cómo ha sido sanado, 10 sepan ustedes y todo el pueblo de Israel que este hombre está sano en presencia de todos por el nombre de Jesucristo, el Nazareno, a quien ustedes crucificaron y Dios resucitó de entre los muertos. 11 Él es la piedra que ustedes, los arquitectos, despreciaron y que se ha convertido en piedra angular. [Sal 118,22] 12 En ningún otro hay salvación, y en todo el mundo no se le ha dado a la humanidad otro Nombre por el cual podamos salvarnos».
13 Los miembros del Sanedrín quedaron admirados al ver la valentía de Pedro y Juan, sabiendo que eran hombres sin instrucción y cultura. Y aunque reconocían que habían estado con Jesús, 14 no pudieron replicarles al ver junto a ellos al hombre ya sano. 15 Entonces, los mandaron salir del Sanedrín y se pusieron a deliberar entre ellos, 16 diciendo: «¿Qué haremos con estos hombres? El milagro realizado por ellos es conocido por todos los habitantes de Jerusalén, es algo evidente y no lo podemos negar. 17 Pero para evitar que se divulgue aún más entre la gente, vamos a amenazarlos para que no sigan hablando de este Nombre con ninguna persona».
18 Los hicieron llamar y les prohibieron severamente que predicaran o enseñaran en nombre de Jesús. 19 Pedro y Juan les respondieron: «Juzguen si a los ojos de Dios está bien obedecerles a ustedes más que a él. 20 Nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído». 21 Y sin haber encontrado ningún motivo para castigarlos y después de amenazarlos nuevamente, los dejaron en libertad a causa del pueblo, porque todos alababan a Dios por lo que había sucedido. 22 El hombre milagrosamente sanado tenía más de cuarenta años.
4,1-22: Los apóstoles comparecen ante el Sanedrín o tribunal supremo de los judíos. Los saduceos buscan impedir que se hable de la resurrección de Jesús, porque ellos no creen en ella (4,2; 23,6; Lc 20,27). Pedro, entonces, impulsado por el Espíritu Santo (Lc 12,11-12), pronuncia este discurso dirigido a los miembros del mismo tribunal que condenó a Jesús. Ellos crucificaron a un inocente, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y, por su poder, se ofrece la salvación a toda la humanidad (Hch 4,12). Los discípulos son testigos y así lo proclaman y lo seguirán haciendo, aunque se opongan las autoridades, porque se debe obedecer a Dios antes que a los hombres. El discípulo misionero es quien, con la fuerza del Espíritu, no teme los poderes humanos al anunciar el poder salvador de Dios: ¡su Hijo resucitado!
4,1: Mt 22,23 / 4,6: Lc 3,2 / 4,7: Mt 21,13 / 4,8: Mt 10,17-20; Mc 13,9-11; Lc 12,11-12 / 4,11: Mc 12,10-11 / 4,13: Jn 7,15 / 4,16: Jn 11,47-48 / 4,20: Jr 20,9
Anunciaban la Palabra de Dios con valentía
23 Cuando quedaron en libertad, Pedro y Juan volvieron a reunirse con los suyos y les contaron todo lo que les dijeron los sumos sacerdotes y los ancianos. 24 Cuando lo oyeron, todos con fuerte voz oraron a Dios, diciendo: «Señor, tú hiciste el cielo, la tierra, el mar y todo lo que se encuentra en ellos [Éx 20,11; Is 37,16; Sal 146,6]; 25 tú dijiste por medio de tu servidor, nuestro padre David inspirado por el Espíritu Santo:
¿Por qué las naciones se han levantado con insolencia
y los pueblos hicieron planes sin sentido?
26 Los reyes de la tierra se han rebelado
y los jefes de las naciones se han aliado contra el Señor y contra su Ungido». [Sal 2,1-2]
27 «Porque es verdad que en esta ciudad Herodes y Poncio Pilato se aliaron con las naciones paganas y con el pueblo israelita contra tu santo servidor Jesús, a quien tú ungiste, 28 para llevar a cabo todo lo que tu poder y tu voluntad habían decidido realizar. 29 Ahora, Señor, mira sus amenazas y concede que tus servidores puedan anunciar tu palabra con valentía 30 cuando tú extiendes tu mano para realizar curaciones, señales maravillosas y prodigios en nombre de tu santo servidor Jesús». 31 Cuando terminaron de orar, el lugar en el que estaban reunidos tembló, todos quedaron llenos del Espíritu Santo y anunciaban la Palabra de Dios con valentía.
4,23-31: Ante los impedimentos que las autoridades judías ponen para anunciar a Jesucristo resucitado, por quien nos viene la salvación, y manifestarla mediante curaciones (nota a 4,1-22), la comunidad cristiana se reúne y ora, pidiéndole a Dios auxilio para no perder la valentía de evangelizar. Dios es más poderoso que los reyes, que las naciones paganas y sus autoridades, y que muchos israelitas que atacan a la comunidad y a su fundador, Jesucristo, por quien Dios llevó a cabo su designio de salvar a Israel y a todos los pueblos, como lo había prometido en las Escrituras. A la súplica de los discípulos, Dios responde enviando el Espíritu Santo, para que con fortaleza puedan anunciar la Palabra de Dios (4,31; Lc 11,13; 12,11-12).
4,24-30: Is 37,16-20 / 4,24: 2 Re 19,15; Neh 9,6; Sal 14,15; Ap 10,6 / 4,27: Lc 23,7-1; Mt 27,1-2 / 4,31: Éx 19,18; Is 6,4
Todo lo tenían en común
32 La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba que sus bienes eran propios, sino que todo lo tenían en común. 33 Los apóstoles daban testimonio con gran fuerza de la resurrección del Señor Jesús, y eran bien vistos por todos. 34 No había ningún necesitado entre ellos, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, llevaban el importe de la venta 35 y lo ponían a disposición de los apóstoles, para que lo distribuyeran según las necesidades de cada uno.
4,32-35: Este nuevo sumario sobre la vida de la comunidad cristiana (nota a 2,42-47) desarrolla el valor evangélico de la comunión, de la que ya se había tratado antes. Todos en la comunidad comparten sus bienes materiales o los venden, para distribuir lo obtenido en la venta, de modo que ninguno de entre los discípulos padezca necesidad (4,34). De esta forma se cumple lo que anunciaba el Antiguo Testamento para la época en que Israel viviría en perfecta fidelidad a Dios (Dt 15,4-5). Para ser discípulo de Jesús es necesario renunciar a todo lo que se posee (Lc 14,33), y la forma de hacerlo es poniendo lo propio a disposición de los hermanos necesitados (Hch 9,36; 10,2). A los que poseen muchos bienes, pero los comparten, Lucas nunca los considera “ricos” en sentido negativo, porque para él éstos son los que almacenan las riquezas, ponen en ella su consuelo y nada comparten y, por lo mismo, merecen la reprobación de los demás por no cumplir el mandato de Jesús y no seguir el ejemplo de las primeras comunidades (Lc 1,53; 6,24).
4,32: Jn 17,11.21; Flp 1,27 / 4,34: Lc 12,33
¡No mentiste a los hombres, sino a Dios!
36 José, un levita nacido en Chipre, a quien los apóstoles llamaban “Bernabé”, que significa “hijo del consuelo”, 37 vendió un campo de su propiedad, llevó el importe y lo puso a disposición de los apóstoles.
51 Pero un hombre llamado Ananías, con Safira, su mujer, vendió una propiedad y, 2 sabiéndolo ella, se guardó una parte del precio y puso la otra parte a disposición de los apóstoles. 3 Pedro le preguntó: «Ananías, ¿por qué dejaste que Satanás llenara tu corazón al punto de mentir al Espíritu Santo, guardándote parte del precio del campo? 4 ¿Acaso no tenías derecho de quedarte con el campo?, ¿o de venderlo y guardarte el importe? ¿Por qué decidiste hacer esto? ¡No mentiste a los hombres, sino a Dios!». 5 Cuando Ananías oyó estas palabras, cayó al suelo y murió. Un gran temor se apoderó de todos los que lo oían. 6 Unos jóvenes se ocuparon de amortajar el cadáver y lo llevaron a sepultar.
7 Unas tres horas más tarde llegó su mujer, que no sabía lo que había sucedido. 8 Pedro le preguntó: «Dime, ¿ustedes vendieron el campo por tal precio?». Ella le respondió: «Sí, por ese precio». 9 Pedro le dijo: «¿Por qué se pusieron de acuerdo para poner a prueba al Espíritu del Señor? ¡Mira! Ya están junto a la puerta los pies de los que acaban de sepultar a tu esposo. ¡Ellos también te llevarán a ti!». 10 En el acto ella cayó a los pies de Pedro y murió. Entraron los jóvenes, la encontraron muerta, y la llevaron a sepultar junto a su esposo. 11 Un gran temor se apoderó de toda la comunidad y de todos los que oían estas cosas.
4,36-5,11: En el sumario anterior (nota a 4,32-35), Lucas nos informó que los discípulos vendían sus campos para compartir el importe entre los necesitados. Ya nos había hablado del mal ejemplo de Judas que, como mal discípulo, se compró un campo precisamente con el dinero que obtuvo por vender a Jesús a las autoridades (1,18). Ahora, Lucas agrega otros dos ejemplos: el de Bernabé que vende su campo y entrega el importe a la comunidad, y el del matrimonio de Ananías y Safira que venden una propiedad y, sin embargo, a diferencia de Bernabé, entregan sólo una parte del dinero, fingiendo que es el total de la venta. Éstos no habrían obrado mal si se hubieran quedado con el campo o con el producto de su venta (5,4), pero pecaron gravemente cuando mintieron a la comunidad. El castigo, narrado al estilo de algunos hechos similares del Antiguo Testamento (Nm 16,25-35; Jr 28,15-17), destaca el protagonismo del Espíritu Santo en la comunidad a tal punto que lo que se hace a la comunidad se hace al Espíritu, tanto en lo bueno como en lo malo (Hch 5,3).
4,36: Lc 10,32 / 5,1-11: Jos 7 / 5,3: Jn 13,2.27 / 5,4: Dt 23,22-24 / 5,9: 1 Cor 10,9; 11,30-32 / 5,11: 1 Cor 10,32; 12,28
Todos quedaban sanos
12 Por medio de los apóstoles se realizaban muchas señales maravillosas y prodigios en el pueblo. Todos estaban reunidos en el pórtico de Salomón 13 y, aunque el pueblo los elogiaba, ninguno de los otros se atrevía a unirse a ellos. 14 Cada vez más creyentes se adherían al Señor, una gran multitud de varones y mujeres. 15 Y hasta sacaban a los enfermos y ponían los lechos y camillas en las calles, para que cuando pasara Pedro, su sombra cayera sobre alguno de ellos. 16 También la muchedumbre de las poblaciones cercanas a Jerusalén acudía trayendo a los enfermos y a los que estaban atormentados por espíritus impuros y todos quedaban sanos.
5,12-16: En los relatos que siguen (5,12-42), se describe el poder de Dios transmitido a los apóstoles y la buena opinión que el pueblo tiene de ellos en contraste con la envida que carcome a las autoridades de Israel (5,17). Como el designio de Dios se realiza mediante la acción evangelizadora de los apóstoles, cuando las autoridades se oponen a éstos, están luchando contra el mismo Dios (5,39). Según este nuevo sumario (nota a 1,12-14), los apóstoles, enviados por Dios para cumplir su voluntad, realizan milagros y prodigios que habían sido hechos por Jesús. El pueblo los mira con simpatía y todos acuden a ellos para ser sanados de sus enfermedades. De esta forma, al igual que con Jesús, las curaciones de enfermedades y la expulsiones de espíritu impuros se convierten en signos poderosos de que, por un lado, el Reino de Dios ha llegado (Lc 11,20) y, por otro, de que ese Reino es fuente de humanidad nueva para todos los hombres y mujeres que se encuentran con Jesucristo.
5,12: Jn 10,36 / 5,15-16: Mc 6,56; 16,17-18
¡Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres!
17 Se presentó entonces el Sumo Sacerdote junto con todos los del partido de los saduceos y llenos de envidia 18 arrestaron a los apóstoles y los encerraron en la cárcel pública. 19 Pero por la noche, el ángel del Señor abrió las puertas de la prisión y, sacándolos, les ordenó: 20 «Vayan, preséntense en el Templo y digan a la gente todas las palabras referentes a esta vida». 21 Después de oír esto, entraron al amanecer en el Templo y se pusieron a enseñar.
Mientras tanto, llegó el Sumo Sacerdote con todos los de su partido y, convocando al Sanedrín y a todos los ancianos de Israel, ordenó que los apóstoles fueran traídos desde la prisión. 22 Cuando los guardias llegaron allá, no los encontraron. Entonces regresaron e informaron: 23 «Hemos encontrado la cárcel bien cerrada y los guardias estaban junto a las puertas, pero al abrir no encontramos a nadie adentro». 24 Cuando oyeron esto, el jefe de la guardia del Templo y los sumos sacerdotes quedaron perplejos, preguntándose qué habría sucedido con los apóstoles. 25 Entonces, se presentó alguien que les dijo: «¡Miren! Los hombres que ustedes mandaron a la prisión, ahora están en el Templo, enseñando a la gente». 26 El jefe de la guardia fue con sus hombres y trajo a los apóstoles, pero sin violencia, porque temían ser apedreados por el pueblo.
27 Una vez que los trajeron, los presentaron ante el Sanedrín, y el Sumo Sacerdote les dijo: 28 «Les habíamos ordenado expresamente que no enseñaran en ese Nombre, pero ustedes han llenado Jerusalén con su enseñanza, y buscan hacernos responsables de la sangre de ese hombre».
29 Pedro, junto con los apóstoles, le respondió: «¡Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres! 30 El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, al que ustedes asesinaron colgándolo de un madero, 31 pero Dios, con su poder, lo glorificó y lo constituyó Jefe y Salvador con el fin de dar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. 32 De esto, somos testigos nosotros y el Espíritu Santo que Dios ha dado a los que le obedecen».
33 Al oír esta respuesta, ellos se enfurecieron y querían matarlos.
5,17-33: Para difundir y enseñar el Evangelio, los apóstoles obedecen sólo a Dios y cuentan con su ayuda, mientras que las autoridades religiosas de Israel, por oponerse a la transmisión del Evangelio, terminan luchando contra Dios (5,39). Según este pasaje, la misión de los testigos de Jesús consiste en dar a conocer el Evangelio, y éste es Jesucristo muerto y resucitado, constituido Jefe y Salvador para que, partiendo por Israel, todos pueden tener la vida que el Resucitado ofrece por la predicación de los suyos y la acción de su Espíritu (5,30-32). La respuesta final de las autoridades brota de la obstinación de su corazón: se enfurecen y resuelven matar a los mensajeros para acabar con el Mensaje (5,33).
5,19: Mt 1,20 / 5,21: Lc 22,66 / 5,26: Lc 20,19 / 5,28: Mt 27,25 / 5,30: Dt 21,23; 1 Pe 2,24 / 5,31: Sal 118,16 / 5,32: Jn 15,26-27
Si es algo que viene de Dios, no podrán destruirlos
34 Un fariseo llamado Gamaliel, miembro del Sanedrín, maestro de la Ley y muy respetado por todo el pueblo, tomó la palabra, ordenó que hicieran salir un momento a esos hombres 35 y dijo a los de la asamblea: «Israelitas, tengan cuidado con lo que harán con esos hombres, 36 porque hace un tiempo se levantó en armas Teudas, que se presentó como si fuera un gran personaje. Se le unieron unos cuatrocientos hombres, pero lo mataron y todos sus partidarios se dispersaron, terminando todo en nada. 37 Después de él, en la época en que se hizo el censo, se levantó en armas Judas, el galileo, quien hizo que el pueblo se rebelara y lo siguiera. También él pereció y todos sus partidarios se desbandaron. 38 Yo ahora les digo: despreocúpense de estos hombres y dejen que se vayan, porque si las intenciones o la obra de ellos viene de los hombres, se destruirá; 39 pero si es algo que viene de Dios, no podrán destruirlos y ustedes aparecerán como gente que lucha contra Dios». Ellos estuvieron de acuerdo con él, 40 llamaron a los apóstoles y, después de azotarlos, les prohibieron que hablaran en nombre de Jesús y los dejaron ir.
41 Los apóstoles salieron muy alegres del Sanedrín, porque habían sido considerados dignos de padecer por el nombre de Jesús. 42 Y todos los días, en el Templo y en las casas, no cesaban de enseñar y anunciar la Buena Noticia de Cristo Jesús.
5,34-42: La enseñanza del Evangelio por parte de los apóstoles (5,29-32) provoca la división entre las autoridades judías. Mientras el fariseo Gamaliel, famoso maestro de la Ley y de Pablo (22,3), los defiende, el Sanedrín ordena que los azoten y les prohíben predicar. Gamaliel expresa un sabio principio en favor de los apóstoles: lo que viene de los hombres es efímero, pero lo que viene de Dios permanece para siempre (5,38-39; Dt 18,18-22). Recuerda dos hechos de la historia judía que no se relatan en la Biblia, pero sí en las obras de historiadores antiguos: los casos de Teudas y de Judas, el galileo, quienes lideraron movimientos contra los romanos que terminaron aplastados. En sus primeros tiempos, el cristianismo fue visto por algunos romanos como un movimiento político subversivo. La historia posterior mostró que la Iglesia se esfuerza por provocar un cambio en la sociedad, pero no por los medios de aquellos caudillos que optaron por las armas y la violencia. La obra de Cristo, a pesar de la debilidad humana, permanece a través de los siglos, porque viene de Dios. Aunque el Sanedrín acepta el argumento de Gamaliel, ordena azotar a los apóstoles y les prohíben anunciar el nombre de Jesucristo. El sufrimiento por Jesús, lejos de desalentarlos, es motivo de alegría para ellos (5,41; Lc 6,22-23; 1 Pe 4,13-16).
5,35-36: Jn 7,50-52 / 5,37: Lc 2,2 / 5,38-39: 2 Cr 13,12; 2 Mac 7,19; Mt 15,13 / 5,40: Mt 10,17 / 5,41: 1 Cor 4,9-10 / 5,42: Mc 1,1
Busquen entre ustedes siete hombres que tengan buena fama
61 En ese tiempo, al multiplicarse el número de los discípulos, hubo quejas de parte de los helenistas contra los hebreos, porque en la distribución diaria de los alimentos se desatendía a sus viudas. 2 Los Doce convocaron a la multitud de los discípulos y les dijeron: «No está bien que nosotros descuidemos la predicación de la Palabra de Dios, para dedicarnos a servir las mesas. 3 Hermanos, busquen entre ustedes siete hombres que tengan buena fama en la comunidad, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría y los designaremos para esta tarea, 4 mientras que nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra».
5 Esto pareció bien a toda la multitud, y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe y a Prócoro, a Nicanor y a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía. 6 Los presentaron a los apóstoles y éstos, después de orar, les impusieron las manos.
7 La Palabra de Dios se difundía, el número de los discípulos crecía considerablemente en Jerusalén y una gran multitud de sacerdotes abrazaba la fe.
6,1-7: Como se hacía en la comunidad judía, también en la cristiana se atendía y alimentaba a las viudas pobres (1 Tim 5,3-16). Las dificultades de convivencia entre los judeocristianos de lengua griega, de fuera de Palestina y simpatizantes del mundo grecorromano (los helenistas) y los judeocristianos de lengua aramea que vivían en Palestina (los hebreos) se dejaron sentir con fuerza, porque los helenistas se quejaban de que sus viudas no eran bien atendidas. Este incidente fue ocasión para que también cristianos de lengua griega asumieran responsabilidades en la obra de la evangelización, como Lucas lo relatará más adelante respecto a Esteban y Felipe, quienes anunciaban a Cristo a los gentiles en griego, su lengua (Hch 8,1.4; 11,20). Los Doce y la comunidad deciden elegir siete hombres para que se ocupen de los cristianos de lengua griega (6,5), así como los Doce se ocupaban de los cristianos de lengua aramea. Estos siete se encargarán del servicio de las mesas, pero aparecen más bien ocupados en la tarea evangelizadora y con un rol importante en el anuncio del Evangelio a los no judíos o paganos. La tradición posterior vio en ellos a los primeros diáconos, aunque en este relato no se les da ese nombre. A todos ellos se les impone las manos, signo que entre los judíos confería autoridad para un servicio determinado (6,6; 13,3; ver Dt 34,9; 1 Tim 4,14).
6,1: Dt 1,9-14 / 6,3: Éx 18,7-23; 1 Tim 3,8-10 / 6,6: 1 Tim 4,14
Detuvieron a Esteban por la fuerza
8 Esteban, lleno de gracia y poder, hacía grandes prodigios y señales en el pueblo. 9 Se presentaron algunos de la sinagoga llamada de los Libertos y gente de Cirene, Alejandría, Cilicia y Asia, y comenzaron a discutir con Esteban, 10 pero no podían oponerse a la sabiduría y al espíritu con el que hablaba. 11 Entonces, enviaron a unos hombres que afirmaron: «¡Le hemos oído blasfemar contra Moisés y contra Dios!». 12 Así alborotaron al pueblo, a los ancianos y a los maestros de la Ley y, cayendo de improviso sobre Esteban, lo detuvieron por la fuerza, lo llevaron ante el Sanedrín 13 y presentaron testigos falsos que dijeron: «Este hombre no deja de hablar contra el Lugar Santo y contra la Ley. 14 Le hemos oído decir que Jesús, ese Nazareno, destruirá este Lugar y cambiará las costumbres que nos transmitió Moisés».
15 Todos los que estaban en el Sanedrín fijaron su mirada en Esteban, y vieron que su rostro era como el de un ángel.
6,8-15: Esteban, un miembro destacado del grupo de los siete cristianos judeohelenistas elegido por los Doce y la comunidad (nota a 6,1-7), anuncia a Cristo entre los judíos de habla griega que viven en Jerusalén o están de paso en la ciudad, generalmente a causa de alguna fiesta religiosa, pero encuentra una cerrada oposición por parte de los judíos residentes en Jerusalén. El relato del juicio de Esteban ante el Sanedrín o tribunal supremo de los judíos recoge elementos que en los Evangelios según Marcos y Mateo son parte del proceso judicial contra Jesús ante el mismo tribunal como, por ejemplo, el testimonio de falsos testigos acusándolo de querer destruir el Templo (Mc 14,56-58) y de haber blasfemado contra Dios (14,62-64). El discípulo que busca anunciar siempre y con sinceridad el Evangelio reproducirá en su vida los rasgos de Jesucristo, también los de su pasión, y debe estar dispuesto a dar testimonio de él aún con el derramamiento de su sangre, tal como Esteban, el primer mártir cristiano.
6,9: Mc 14,55-58 / 6,10: Lc 21,15 / 6,11: Mt 26,65 / 6,13-14: Mt 26,59-61
¡Siempre oponen resistencia al Espíritu Santo!
71 El Sumo Sacerdote preguntó: «¿Es esto así?». 2 Esteban respondió: «Hermanos y padres: ¡escuchen! El Dios de la gloria se apareció a nuestro padre Abrahán cuando estaba en la Mesopotamia, antes de que se estableciera en Jarán, 3 y le ordenó: Abandona tu tierra y tu familia, y dirígete a la tierra que yo te mostraré [Gn 12,1]. 4 Entonces, dejando el país de los caldeos, Abrahán fue a vivir a Jarán. Después de la muerte de su padre se trasladó a esta tierra en la que nosotros ahora habitamos. 5 Pero Dios no le dio ninguna propiedad en ella, ni siquiera un palmo de tierra, sino que le prometió que a él le daría este país en posesión y después de él a su descendencia, aunque aún no tenía hijos [Gn 17,8; 48,4]. 6 En estos términos le habló Dios: Tus descendientes vivirán como forasteros en tierra extranjera y los esclavizarán y maltratarán durante cuatrocientos años, 7 pero yo juzgaré al pueblo que los convierta en esclavos -añadió Dios- y después de eso saldrán y me rendirán culto en este lugar [Gn 15,13-14; Éx 2,22]. 8 Dios le dio a Abrahán la alianza y, como señal, la circuncisión, y cuando engendró a Isaac lo circuncidó al octavo día. Lo mismo hizo Isaac con Jacob, y Jacob con los doce patriarcas».
9 «Los patriarcas tuvieron envidia de José y lo vendieron para que fuera llevado a Egipto, pero Dios estaba con él 10 y lo libró de todas sus tribulaciones, le dio sabiduría e hizo que conquistara la simpatía del Faraón, rey de Egipto, quien lo constituyó gobernador de Egipto y lo puso al frente de toda su casa. 11 Entonces, sobre todo el territorio de Egipto y Canaán, sobrevino hambre y una gran miseria, y nuestros padres no encontraban alimento. 12 Jacob, enterándose que había trigo en Egipto, envió una primera vez a nuestros padres. 13 Y cuando ya fueron por segunda vez, José se dio a conocer a sus hermanos y así fue cómo el Faraón supo a qué pueblo pertenecía José. 14 José mandó llamar a su padre y a toda su familia, unas setenta y cinco personas. 15 Jacob se trasladó a Egipto y allí murió él y nuestros padres. 16 Trasladaron sus restos a Siquem y los sepultaron en la tumba que Abrahán había comprado allí a los descendientes de Emor».
17 «Cuando se acercaba el tiempo en que debía cumplirse la promesa que Dios había hecho a Abrahán, el pueblo creció y se multiplicó en Egipto, 18 hasta que vino un rey que no había conocido a José [Éx 1,8]. 19 Este rey, obrando con astucia contra nuestra gente, maltrató a nuestros padres y los obligó a que dejaran abandonados a sus hijos recién nacidos, para que no sobrevivieran. 20 En ese tiempo nació Moisés, que era muy hermoso. Fue criado durante seis meses en la casa de su padre 21 y, cuando lo abandonaron, lo recogió la hija del Faraón que lo crió como si fuera su hijo. 22 Moisés fue instruido en toda la sabiduría de los egipcios y era poderoso en palabras y obras».
23 «Al cumplir los cuarenta años, Moisés sintió el deseo intenso de visitar a sus hermanos israelitas, 24 y al ver que uno era maltratado, lo defendió e hizo justicia, matando al egipcio. 25 Moisés pensaba que sus hermanos comprenderían que, por medio de él, Dios les daría la salvación, pero ellos no lo entendieron así. 26 Al día siguiente, vio a dos israelitas que peleaban entre sí y quiso reconciliarlos, diciéndoles: “¡Oigan! Ustedes son hermanos, ¿por qué se maltratan?”. 27 Pero el que maltrataba a su prójimo rechazó a Moisés, diciéndole: “¿Quién te ha puesto como nuestro gobernante y nuestro juez? 28 ¿Acaso quieres matarme de la misma manera que ayer mataste al egipcio?” [Éx 2,14]. 29 Al oír esto, Moisés huyó y vivió como forastero en la tierra de Madián, donde tuvo dos hijos».
30 «Al cabo de cuarenta años, un ángel se le apareció en una zarza ardiente en el desierto del monte Sinaí. 31 Moisés quedó sorprendido ante esta visión y, al acercarse a observar, se oyó la voz del Señor: 32 Yo soy el Dios de tus padres: el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob [Éx 3,6]. Moisés, temblando de miedo, no se atrevía a mirar. 33 El Señor le dijo: Descálzate, porque el lugar en el que te encuentras es tierra santa [Éx 3,5]. 34 He visto muy bien el sufrimiento de mi pueblo en Egipto y he escuchado sus gritos de dolor. Por eso he bajado para liberarlos. Ahora prepárate, porque te envío a Egipto» [Éx 3,7-8.10].
35 «Y a este Moisés, a quien habían rechazado, diciéndole: ¿Quién te nombró gobernante y juez? [Ex 2,14], Dios lo envió como gobernante y libertador por medio del ángel que se le apareció en la zarza. 36 Moisés los sacó haciendo prodigios y señales en Egipto, en el mar Rojo y en el desierto, durante cuarenta años. 37 Éste es Moisés, el que dijo a los israelitas: De entre sus hermanos, Dios les suscitará un profeta como yo [Dt 18,15]. 38 Éste es el que en la asamblea del desierto, en el monte Sinaí, fue intermediario entre el ángel que le hablaba y nuestros padres, y recibió palabras de vida que después nos comunicó. 39 Nuestros padres no quisieron obedecerle, sino que lo rechazaron y, con gran deseo de volver a Egipto, 40 le pidieron a Aarón: Fabrícanos dioses que caminen delante de nosotros, porque no sabemos qué le ha sucedido a este Moisés que nos sacó del país de Egipto [Éx 32,1.23]. 41 Y en ese tiempo se fabricaron un ternero, le ofrecieron sacrificios al ídolo e hicieron fiestas en honor de la obra de sus manos. 42 Entonces Dios los abandonó y los entregó al culto de los astros, como está escrito en el libro de los profetas:
Israelitas, ¿acaso ustedes me ofrecieron víctimas y sacrificios los cuarenta años que estuvieron en el desierto?
43 Todo lo contrario, levantaron una carpa para el dios Moloc
y la estrella del dios Refán,
imágenes que hicieron para adorarlas.
Por eso los deportaré más allá de Babilonia [Am 5,25-27]».
44 «Nuestros padres tenían en el desierto la Tienda del Testimonio, como dispuso Dios cuando le ordenó a Moisés que la hiciera de acuerdo con el modelo que había visto. 45 Nuestros padres la recibieron y, bajo la guía de Josué, la llevaron a la tierra que conquistaron a los paganos, a los que Dios expulsó delante de ellos. Así fue hasta la época de David, 46 que gozó del favor de Dios y le pidió que pudiera hallar un lugar para que habite el Dios de Jacob. 47 Pero fue Salomón quien le construyó una casa, 48 aunque el Altísimo no habita en construcciones hechas por manos humanas, como dice el profeta:
49 El cielo es mi trono,
y la tierra es el estrado de mis pies.
¿Qué casa me construirán, dice el Señor, o qué lugar para mi reposo?
50 ¿Acaso yo no hice todas estas cosas?» [Is 66,1-2].
51 «¡Hombres rebeldes! ¡Ustedes tienen corazón y oídos de paganos! ¡Siempre oponen resistencia al Espíritu Santo! ¡Son iguales a sus padres! 52 ¿A qué profeta no persiguieron sus padres? Ellos mataron a los que anunciaban la venida del Justo, el que ahora fue traicionado y asesinado por ustedes, 53 los que recibieron la Ley por intermedio de ángeles, pero no la cumplieron».
7,1-53: El tema central de esta homilía de Esteban ante el tribunal supremo de los judíos es que Dios, para ser adorado por su pueblo, prometió a Abrahán una descendencia y una tierra, y a Moisés, un lugar alto o «una montaña» (Éx 3,12). Sin embargo, la promesa divina no se ha cumplido por la rebeldía de Israel y, aunque Dios tenga «una casa» en «este lugar» (el Templo en Jerusalén), no es más que fruto de la desobediencia (Hch 7,7.45-51). Para demostrarlo, Esteban repasa personajes y acontecimientos centrales de la historia de la salvación: Abrahán (7,2-8); José (7,9-16); Moisés (7,17-38); el éxodo, pero como camino a la idolatría (7,39-43); la Tienda o Carpa del Testimonio, sustituida por el Templo de Jerusalén (7,44-50). Concluye con una valiente acusación por la desobediencia e incredulidad de los judíos (7,51-53). A pesar de todo, Dios lleva a cabo su plan de salvación y lo hace de modo inaudito. Los hijos de Jacob vendieron a José, el bendecido por Dios, pero así él lo estaba preparando para ser el salvador de su familia. Luego, los israelitas se opusieron a Moisés, precisamente al que Dios enviaba para liberar a su pueblo. Y por último, construyeron un Templo a pesar de que Dios no habita en casas construidas por manos humanas (7,48-50). Los que juzgan a Esteban son como los paganos, pero con una diferencia: mientras éstos son incircuncisos en la carne, los miembros del tribunal son incircuncisos de corazón y oídos por su obstinación a los designios de Dios (Rom 2,25-29; Gál 6,15). Su obstinación se explica porque no aman a Dios ni lo escuchan, oponiéndose al Espíritu Santo, a pesar de la promesas y dones divinos (Hch 7,53; ver 5,39).
7,1-53: Sal 105-106 / 7,5: Gn 12,7; 15,2 / 7,8: Gn 17,10.13; 21,4 / 7,9-10: Gn 37,11.28; 39,1; 41,40-41.43.46; 45,4.8 / 7,11-12: Gn 41,54-57; 42,1-3 / 7,13-14: Gn 45,1.3.9-11.16.18 / 7,15-16: Gn 49,29-32 / 7,19: Éx 1,10-11.22 / 7,22: Lc 24,19 / 7,23-24: Éx 2,11-12 / 7,29: Éx 18,3-4 / 7,31: Éx 3,3-4 / 7,36: Éx 7,3; 14,21 / 7,38: Dt 5,1-21; Rom 10,5 / 7,39: Nm 14,3-4; Neh 9,17 / 7,42: Dt 17,2-5; Jr 8,2 / 7,44: Heb 8-9 / 7,45: Jos 3,14-17 / 7,46: 2 Sm 7,1-16 / Sal 132,5 / 7,47: 1 Re 6,1-38 / 7,48: 1 Re 8,27 / 7,51: Éx 32,9; Lv 26,41 / 7,52: Mt 23,29-37 / 7,53: Gál 3,19; Heb 2,2
Se arrojaron contra Esteban y lo apedrearon
54 Cuando los miembros del tribunal oyeron las palabras de Esteban, se enfurecieron y se llenaron de rabia contra él. 55 Pero Esteban, que estaba lleno del Espíritu Santo, dirigió su mirada hacia el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba de pie a su derecha 56 y exclamó: «¡Veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios!». 57 Ellos, lanzando fuertes gritos, se taparon los oídos y se lanzaron todos juntos contra Esteban, 58 lo echaron fuera de la ciudad y lo apedrearon. Los testigos dejaron sus mantos a los pies de un joven llamado Saulo. 59 Mientras lo apedreaban, Esteban suplicaba, diciendo: «Señor Jesús, recibe mi espíritu». 60 Luego, poniéndose de rodillas, gritó muy fuerte: «Señor, no les tomes en cuenta este pecado». Después de decir esto, expiró.
81 Saulo aprobaba su muerte.
Aquel día se desencadenó una gran persecución contra la iglesia de Jerusalén. Excepto los apóstoles, todos los demás se dispersaron por las regiones de Judea y Samaría. 2 Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban e hicieron gran duelo por él. 3 Saulo, por su parte, devastaba la Iglesia, iba de casa en casa y, por la fuerza, encerraba en la cárcel a varones y mujeres.
7,54-8,3: Esteban, «lleno del Espíritu Santo», confiesa que ve a Jesús, el «Hijo del hombre», a la derecha de Dios (7,55-56). Esta confesión es una blasfemia para el tribunal supremo de los judíos y, sin que éste pronuncie una sentencia de muerte contra Esteban, reaccionan con violencia y proceden a aplicarle la pena que el Antiguo Testamento reserva para los blasfemos (Lv 24,16). Las últimas palabras de Esteban son un eco de las palabras de Jesús en la cruz. El testigo que derrama su sangre por confesar a Jesucristo perdona, como él (Lc 23,34), a sus verdugos, y entrega su espíritu a Jesús, así como el Señor lo había entregado a su Padre (23,46). Pablo aparece por primera vez en Hechos con el nombre judío de “Saulo”, helenización de “Saúl” (Hch 7,58), participando como testigo y aprobando la muerte de Esteban (8,1; 22,20). Esta muerte provoca en Jerusalén una gran persecución contra la comunidad judeocristiana de lengua griega o helenistas, oriundos de la diáspora. En esa persecución, Pablo participa incansablemente (8,3), como lo reconoce en sus Cartas (Gál 1,13.23; Flp 3,5-6). La primera parte de Hechos centrada en el testimonio de los discípulos de Jesús en Jerusalén (nota a Hch 1,3-8,3), finaliza con la persecución contra ellos, lo que será ocasión para anunciar el Evangelio y constituir comunidades entre los gentiles del mundo grecorromano.
7,55: Éx 24,16 / 7,56: Dn 7,13; Lc 22,69 / 7,58: Dt 17,7 / 7,59: Sal 31,5; Lc 23,46 / 7,60: Lc 23,34 / 8,1: Jn 16,2 / 8,2: Lc 23,50-53 / 8,3: Gál 1,13
II
Testigos del Señor en Judea y Samaría
8,4-12,25. En la segunda parte de Hechos, después de haber mostrado los orígenes de la comunidad en Jerusalén y el anuncio del Evangelio a los judíos, Lucas describe la apertura del Evangelio a quienes no son judíos en sentido estricto: los samaritanos y los prosélitos, nombre para aquellos que sin ser judíos creen en el Dios de Israel y practican dicha religión. Su relato llega hasta el momento en que se anuncia la Buena Noticia de Jesucristo a los griegos y en su propia lengua. El centro geográfico se desplaza desde Jerusalén a Antioquía de Siria y adquieren relevancia personajes pertenecientes al grupo de judeocristianos de lengua griega, nacidos en la diáspora. Pedro conserva su liderazgo y da los primeros pasos en la proclamación del Evangelio a los paganos. Pablo, el que perseguía con saña a la Iglesia (nota a 7,54-8,3), es llamado para continuar esta misión, lo que hace anunciando el Evangelio sobre todo a los paganos y constituyendo comunidades de discípulos en el mundo grecorromano.
Venía practicando la magia un hombre llamado Simón
4 Los que se habían dispersado iban anunciando la Palabra. 5 Felipe, que había llegado a la ciudad de Samaría, les proclamó a Cristo. 6 Todos unánimes, oyendo lo que Felipe decía y viendo las señales maravillosas que realizaba, lo escuchaban con atención. 7 En efecto, los espíritus impuros, dando fuertes gritos, salían de los que estaban poseídos y muchos paralíticos y lisiados quedaban sanos. 8 Y fue muy grande la alegría de aquella ciudad.
9 Desde hacía tiempo venía practicando la magia en esa ciudad un hombre llamado Simón, deslumbrando a los samaritanos y diciendo que él era un gran personaje. 10 Todos lo seguían, desde el más pequeño al más grande, diciendo: «Este hombre es la fuerza de Dios, esa que llaman “Grande”», 11 porque desde hacía mucho tiempo los tenía deslumbrados con su magia. 12 Cuando creyeron a Felipe que les anunciaba la Buena Noticia del Reino de Dios y del nombre de Jesucristo, varones y mujeres se hicieron bautizar. 13 Hasta Simón creyó y, después de ser bautizado, no se separaba de Felipe, porque estaba asombrado al ver las señales maravillosas y los grandes milagros que se realizaban.
8,4-13: La persecución es la oportunidad para que se dispersen los siete elegidos por los Doce y por la comunidad para atender a las viudas (nota a 6,1-7) y lleven el Evangelio fuera de Jerusalén, en primer lugar a los judíos de la región de Judea. Luego, se dirigen también a los samaritanos, que no eran reconocidos como auténticos judíos, y les dan a conocer a Cristo. De esta manera, el Evangelio se va abriendo paso fuera del mundo judío. El relato se centra en las acciones de Felipe, uno de los siete, quien aparecerá otras veces en Hechos (8,26-40; 21,8). Felipe desarrolla su actividad misionera entre los samaritanos y, más tarde, entre los judíos helenistas de la costa, y, tal como lo hacían los Doce entre los judíos de Judea, realiza grandes milagros (2,43; 5,12-16). La Palabra de Dios que los discípulos proclaman, generalmente rechazada por los judíos, es aceptada por los samaritanos, y hasta un reconocido mago que hay entre ellos se bautiza. Se cumple el mandato de Jesús a los apóstoles de que serán «mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría» (1,8).
8,5: Jn 4,25 / 8,6: Jn 4,9 / 8,7: Mc 16,20 / 8,12: Jn 12,20-22
Quiero que me den ese poder también a mí
14 Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaría había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. 15 Estos fueron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo, 16 porque todavía no había descendido sobre ninguno de los samaritanos, ya que sólo estaban bautizados en el nombre del Señor Jesús. 17 Entonces les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo.
18 Simón, al ver que los apóstoles conferían el Espíritu al imponer las manos, les ofreció dinero 19 y les dijo: «Quiero que me den ese poder también a mí, para que a quien yo le imponga las manos reciba el Espíritu Santo». 20 Pedro le respondió: «Que tú y tu dinero se pierdan para siempre por pensar que el don de Dios se puede comprar con dinero. 21 Tú no puedes recibir este poder ni participar de él, porque tu corazón no es recto ante Dios. 22 Arrepiéntete de tu maldad y ora al Señor para que te perdone este mal deseo, 23 porque veo que estás lleno de veneno amargo y encadenado por la la iniquidad». 24 Simón le dijo: «Oren ustedes por mí al Señor, para que no me suceda nada de lo que me han dicho».
25 Los apóstoles, después de dar testimonio y predicar la Palabra de Dios, regresaron a Jerusalén, anunciando la Buena Noticia en muchos poblados samaritanos.
8,14-25: Se entrelazan dos hechos: los apóstoles se dirigen de Jerusalén a Samaría para hacerlos partícipes del Espíritu Santo, y el mago Simón busca obtener este don a cambio de dinero, dando nombre a la “simonía”. La iglesia o comunidad cristiana que se forma en Samaría, a pesar de que muchos de sus miembros no son judíos, permanece unida a la comunidad matriz de Jerusalén. Por eso Pedro y Juan los reconocen como verdaderos discípulos de Jesús y les comunican, luego de orar por ellos, el don del Espíritu de la nueva alianza que los purifica, los hace hijos de Dios y hermanos unos de otros (2,1-13), tanto a judíos como a paganos. Como los que poseen el Espíritu Santo realizan milagros, Simón piensa que se trata de un poder para efectuar acciones maravillosas y que se obtiene por dinero, como sucede con la práctica de la magia. No ha entendido que Dios otorga el Espíritu en forma gratuita a la comunidad, para sellar la comunión con Jesús de los que lo confiesan Señor y Salvador. Las palabras dirigidas a Simón (8,20-23; ver Dt 29,17) ponen de manifiesto la gravedad del pecado de los que confunden al Espíritu Santo con un poder mágico, y con dinero quieren comprar las cosas de Dios (Lc 12,10).
8,14: Lc 8,51 / 8,17: 1 Tim 4,14 / 8,21: Sal 78,37 / 8,22: Jr 4,18 / 8,23: Dt 29,18
Aquí hay agua, ¿qué impide que sea bautizado?
26 El ángel del Señor le ordenó a Felipe: «Levántate y dirígete hacia el sur, al camino que va de Jerusalén a Gaza. Éste es un camino desierto». 27 Felipe salió y fue hacia ese lugar. Un eunuco etíope, funcionario de alto rango, encargado de todos los tesoros de Candace, la reina de los etíopes, había ido a Jerusalén para adorar a Dios 28 y regresaba sentado en su carro, mientras leía al profeta Isaías. 29 El Espíritu le dijo a Felipe: «¡Adelántate y colócate junto a ese carro!». 30 Felipe fue corriendo y, al oír que venía leyendo al profeta Isaías, le preguntó: «¿Entiendes lo que lees?». 31 Él le respondió: «¿Cómo lo puedo entender si nadie me lo explica?». Entonces le pidió que subiera al carro y se sentara a su lado. 32 El pasaje de la Escritura que venía leyendo era éste:
Fue llevado como oveja al matadero
y, como cordero en silencio ante quien lo esquila, no abrió su boca.
33 En su humillación le fue negada la justicia.
¿Quién podrá hablar de su descendencia si su vida ha sido arrancada de la tierra? [Is 53,7-8].
34 El eunuco se dirigió a Felipe y le preguntó: «Te ruego que me digas, ¿de quién dice esto el profeta? ¿Lo dice de sí mismo o de otro?». 35 Felipe tomó la palabra y, comenzando por este texto de la Escritura, le anunció la Buena Noticia de Jesús. 36 Siguiendo por el camino, llegaron a un lugar donde había agua y el eunuco le preguntó a Felipe: «Aquí hay agua, ¿qué impide que sea bautizado?». [37]. 38 Entonces ordenó que el carro se detuviera y los dos, Felipe y el eunuco, bajaron al agua. Felipe lo bautizó 39 y, cuando salieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe, y el eunuco ya no lo vio más, siguiendo su camino lleno de alegría. 40 Felipe se encontró en Asdod y, en todas las ciudades por las que pasaba, anunciaba la Buena Noticia, hasta que llegó a Cesarea.
8,26-40: Según este nuevo relato sobre las actividades de Felipe (nota a 8,4-13), el Espíritu Santo que había sido dado a los samaritanos es quien lo impulsa a anunciar el Evangelio a un extranjero y prosélito, pues sin ser israelita cree en el Dios de Israel y le da culto. Se trata de un funcionario etíope que ha ido en peregrinación a Jerusalén (8,27). El Espíritu que intervino en Pentecostés para que la Buena Noticia de Jesús fuera anunciada a los judíos, vuelve a actuar para que el mensaje llegue también a los que no pertenecen a Israel. Unos y otros reciben el bautismo que los integra en la comunidad de la nueva alianza. El relato presenta muchos puntos de contacto con el de los discípulos de Emaús (Lc 24,13-31): las dos narraciones se refieren a hechos acontecidos en un camino, con personas que no entienden el significado de la pasión de Cristo, a quienes se les da una catequesis sobre ella a partir de la Sagrada Escritura, particularmente de textos proféticos, y ambos relatos se culmina con una celebración sacramental: la Eucaristía en el Evangelio y el Bautismo en los Hechos.
8,27: Dt 23,1; Sal 68,31; Sof 3,10 / 8,31: Rom 10,14 / 8,35: Lc 24,27 / 8,36: Sab 3,14 / 8,39: Lc 24,31-32
Hch 8,37: varios manuscritos, aunque no los principales, traen: «Felipe le respondió: “Si crees con todo tu corazón, esto es posible”. El eunuco dijo: “Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios”», probable glosa inspirada en la liturgia bautismal.
¡Saúl, Saúl!, ¿por qué me persigues?
91 Saulo, que seguía amenazando de muerte a los discípulos del Señor, se presentó ante el Sumo Sacerdote 2 y le pidió cartas de recomendación dirigidas a las sinagogas de Damasco, para llevar encadenados a Jerusalén a los seguidores del Camino que encontrara, tanto hombres como mujeres.
3 Mientras iba caminando y se acercaba a Damasco, lo rodeó de improviso el resplandor de una luz que venía del cielo 4 y, cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: «¡Saúl, Saúl!, ¿por qué me persigues?». 5 Él preguntó: «¿Quién eres tú, Señor?». La voz le respondió: «¡Yo soy Jesús, a quien tú persigues! 6 Pero levántate, entra en la ciudad y ahí se te dirá qué debes hacer». 7 Los hombres que iban con él se detuvieron sin poder decir una palabra, porque oían la voz, pero no veían a nadie. 8 Saulo se levantó del suelo y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Entonces lo tomaron de la mano y lo llevaron a Damasco. 9 Estuvo tres días sin poder ver, y durante esos días no comió ni bebió.
10 En Damasco había un discípulo llamado Ananías. En una visión, el Señor le dijo: «¡Ananías!». Él respondió: «¡Aquí estoy, Señor!». 11 El Señor le ordenó: «Levántate y dirígete a la calle llamada Recta. Busca allí, en la casa de Judas, a un hombre de Tarso, llamado Saulo. Él está orando 12 y ha visto en una visión a un hombre llamado Ananías que entraba y le imponía las manos para que recuperara la vista». 13 Ananías replicó: «Señor, he oído a muchos hablar acerca de todo el mal que este hombre hizo a tus fieles en Jerusalén, 14 y ahora se encuentra aquí con un poder otorgado por los sumos sacerdotes para encadenar a todos los que invocan tu Nombre». 15 El Señor le dijo: «Debes ir, porque éste es un instrumento elegido por mí para difundir mi Nombre entre los paganos, los reyes y los israelitas. 16 Yo le mostraré todo lo que deberá padecer por causa de mi Nombre». 17 Entonces Ananías fue, entró en la casa y le impuso las manos, diciéndole: «Hermano Saúl, el Señor Jesús, el que se te manifestó en el camino por el que venías, me envió para que recuperes la vista y quedes lleno del Espíritu Santo». 18 En ese momento cayeron de sus ojos una especie de escamas y recobró la vista. Luego se levantó, recibió el bautismo 19 y, después de alimentarse, recobró sus fuerzas.
Saulo estuvo algunos días con los discípulos en Damasco 20 y enseguida comenzó a predicar en las sinagogas que Jesús era el Hijo de Dios. 21 Todos los que lo escuchaban quedaban sorprendidos y se preguntaban: «¿No es éste el que en Jerusalén quería eliminar a los que invocan este Nombre? ¿No ha venido aquí para llevarlos encadenados ante los sumos sacerdotes?». 22 Pero Saulo se fortalecía cada vez más y confundía a los judíos que vivían en Damasco, demostrándoles que Jesús es el Mesías.
9,1-22: La vocación de Saulo (llamada también “conversión”) se narra tres veces en Hechos (9,3-9; 22,6-16; 26,12-18). Los relatos, aunque coinciden en lo esencial, difieren en detalles. La aparición de Jesús a Saulo se hace al estilo de las manifestaciones de Dios en el Antiguo Testamento: ante la luz y la voz que vienen del cielo, el destinatario –al igual que Saulo– cae postrado en tierra en reconocimiento de la presencia gloriosa de Dios (Gn 17,3; Jos 5,14). Jesús, que había elegido a los apóstoles, ahora elige a Saulo; sin embargo, para que éste ingrese a la comunidad debe intervenir Ananías, un miembro de ella. Este primer relato se redacta para mostrar que Saulo recibe una misión semejante a la del Siervo del Señor: llevar la salvación a los paganos, hasta los confines de la tierra (Is 49,6; Hch 13,47; 22,21), mediante el anuncio del nombre de Jesús y la exhortación a una vida en conformidad con este plan salvador de Dios (Hch 9,2; 18,25.26). En esta misión sufrirá mucho, al igual que el Siervo del Señor (Is 52,13-53,12; Hch 9,16). Saulo, que pasa de la ceguera a la visión, figura de la fe, queda «lleno del Espíritu Santo» para poder realizar la tarea que el Señor le encomienda (Hch 9,17). Después de este encuentro con el Señor, Saulo de inmediato comienza a predicar (9,20; 26,20; Gál 1,15-17), aunque su envío a los paganos por parte de la Iglesia tendrá lugar más tarde (Hch 13,1-4).
9,2: 1 Mac 15,15-24 / 9,4: Mt 10,40 / 9,8: Dn 10,7 / 9,11: 1 Sm 9,15-17 / 9,15: Rom 1,5 / 9,16: 2 Cor 11,23-28 / 9,18: Tob 11,10-15 / 9,19-20: Gál 1,16-17
Todos temían a Saulo
23 Después de algún tiempo, los judíos se pusieron de acuerdo para matar a Saulo, 24 pero éste fue informado de la decisión. Y como vigilaban las calles día y noche con la intención de asesinarlo, 25 los discípulos lo tomaron durante la noche y lo descolgaron por el muro dentro de un canasto.
26 Una vez que Saulo llegó a Jerusalén, trataba de reunirse con los discípulos. Pero todos le temían, porque no creían que él también fuera discípulo. 27 Entonces Bernabé, tomándolo consigo, lo presentó a los apóstoles y les contó cómo Saulo había visto al Señor en el camino y le había hablado, y cómo en Damasco había predicado con valentía en el nombre de Jesús. 28 Desde entonces, Saulo estaba siempre en Jerusalén en compañía de los discípulos, y con ellos iba a todas partes predicando con decisión en el nombre del Señor. 29 Hablaba y discutía con los helenistas, pero éstos también trataron de matarlo. 30 Cuando lo supieron los hermanos, lo llevaron a Cesarea y desde ahí lo enviaron a Tarso.
31 La Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría, se iba consolidando, vivía en el temor del Señor y crecía en número asistida por el consuelo del Espíritu Santo.
9,23-31: Saulo, que comenzó con toda decisión su labor de predicar el nombre de Jesús, debió experimentar desde el primer momento todo lo que debía padecer por causa del Evangelio (9,16). Los judíos de Damasco y los helenistas o judíos de lengua griega de Jerusalén trataron de matarlo, mientras que sus hermanos cristianos no confiaban en él. A lo largo de su labor apostólica, Saulo enfrentó toda clase de sufrimientos y amenazas de muerte (Hch 23,14; 25,2-3; 2 Cor 11,23-29; 2 Tim 3,10-12), hasta terminar con su martirio en Roma. El mismo Señor ya había anunciado que sus seguidores sufrirían persecuciones (Lc 21,12-17). Mientras tanto, el Espíritu Santo asiste con su consuelo a la Iglesia, para que dando testimonio de Jesucristo se expanda por toda la región; la repuesta de la comunidad es vivir «en el temor del Señor», esto es, en el respeto o fidelidad a Dios y a su voluntad (Hch 9,31).
9,23-25: 2 Cor 11,32-33 / 9,26: Gál 1,18-19 / 9,31: 1 Cor 8,1
¡Tabita, levántate!
32 Pedro, que recorría todos los lugares, llegó a visitar a los santos que vivían en la ciudad de Lida. 33 Allí encontró a un hombre llamado Eneas, postrado en la cama desde hacía ocho años, pues era paralítico. 34 Pedro le dijo: «Eneas, Jesús te sana. Levántate y arregla tú mismo la cama». Él se levantó de inmediato 35 y, cuando lo vieron, todos los habitantes de Lida y Sarón se convirtieron al Señor.
36 En Jafa vivía una discípula llamada Tabita, que significa “Gacela”. Ella hacía muchas obras buenas y repartía abundantes limosnas. 37 En esos días, Tabita se enfermó y murió. La lavaron y la colocaron en una habitación del piso alto. 38 Los discípulos se habían enterado de que Pedro estaba en Lida. Como esta ciudad queda cerca de Jafa, enviaron a dos hombres rogándole que fuera sin tardar. 39 Pedro salió con ellos y, cuando llegó, lo llevaron al piso alto. Allí se presentaron las viudas llorando y mostrándole las túnicas y los mantos que Tabita les había hecho cuando todavía vivía. 40 Pedro hizo salir a todos, se puso de rodillas y comenzó a orar. Luego, dirigiendo su mirada al cadáver, dijo: «¡Tabita, levántate!». Ella abrió sus ojos y, al ver a Pedro, se incorporó. 41 Pedro la tomó de la mano y la levantó y, luego de llamar a los santos y a las viudas, se la presentó viva. 42 Esto fue conocido en toda la ciudad de Jafa, y muchos creyeron en el Señor. 43 Pedro permaneció varios días en Jafa, alojado en casa de un curtidor llamado Simón.
9,32-43: La segunda parte de Hechos (nota a 8,4-12,25) finaliza con textos referidos al apóstol Pedro. Según este texto, el primero de ellos, Pedro recorre la región costera de Judea y realiza milagros semejantes a los de Jesús: sana enfermos y resucita muertos (Lc 5,24; 7,14-15). Sin embargo, Pedro no es un taumaturgo o sanador popular como aquellos que circulaban por caminos o ciudades de entonces o como los que ofrecían sus servicios en los santuarios locales de los dioses grecorromanos. Pedro lo hace por el poder del Resucitado, poder que se le concede mediante la oración y que revela la vida nueva que radica en Jesucristo (Hch 9,34.40). Al mencionar a Tabita, se habla, en general, de sus obras de misericordia y, en particular, de sus numerosas limosnas (9,39; Lc 11,41; 12,33). Pedro, por su parte, se queda alojando en casa de un curtidor, oficio considerado impuro según la Ley, información que prepara el relato siguiente, su encuentro con Cornelio, un oficial romano pagano e impuro (Hch 9,43; 10,28).
9,34: Jn 5,1-14 / 9,36: Lc 12,33 / 9,37: 1 Re 17,19 / 9,40: Mc 5,40-41
Tus oraciones y tus limosnas han llegado a la presencia de Dios
101 Un hombre de Cesarea, llamado Cornelio, centurión de una división de soldados llamada Itálica, 2 era una persona piadosa y temerosa de Dios, igual que toda su familia. Distribuía muchas limosnas en el pueblo y oraba siempre a Dios.
3 Un día, a eso de las tres de la tarde, tuvo una visión: vio con claridad un ángel del Señor que entró donde él se encontraba y le decía: «¡Cornelio!». 4 Él, mirándolo con atención y lleno de temor, le preguntó: «¿Qué quieres, Señor?». El ángel le respondió: «Tus oraciones y tus limosnas han llegado como memorial a la presencia de Dios. 5 Envía ahora algunos hombres a Jafa, para que busquen a Simón, llamado Pedro. 6 Él se aloja en la casa de un cierto Simón, el curtidor, que vive junto al mar». 7 En cuanto se fue el ángel que había hablado con él, Cornelio llamó a dos de sus servidores y a un soldado piadoso, de los que estaban a su servicio, 8 y después de contarles todo lo sucedido, los envió a Jafa.
10,1-8: El segundo texto referente a Pedro (nota a 9,32-43), ocupa un lugar central en el desarrollo de Hechos: Jesús y su mensaje, anunciados a judíos, samaritanos y prosélitos (nota a 8,26-40), llega ahora a paganos o no israelitas. Lucas ya nos mostró dos hechos centrales mediante los cuales el Evangelio se abre a los paganos: la actividad misionera de Esteban y Felipe, judeocristianos de lengua griega que evangelizan a los paganos, y la vocación de Pablo camino a Damasco. Ahora, Lucas nos revela el tercer hecho: la conversión por especial intervención de Pedro del oficial romano Cornelio y de su familia. Este acontecimiento fue de gran importancia para la Iglesia por tratarse del primer pagano destinatario del anuncio de Cristo, quien de inmediato fue aceptado en la comunidad cristiana sin necesidad de circuncidarse ni de ritos de iniciación, como en tantas religiones paganas. Cornelio pertenecía al grupo de los “temerosos” o “adoradores de Dios” (10,2), que eran los gentiles simpatizantes del judaísmo que adoptaban el monoteísmo de Israel y el estilo de vida judío, pero no se circuncidaban ni se les pedía cumplir la Ley a no ser aquello mínimo que les permitiera estar con judíos. Cornelio poseía bienes y así lo indican los esclavos a su servicio y sus generosas limosnas, al igual que Tabita (9,36). Sin embargo, no es calificado de “rico”, porque para Lucas los ricos son los que se dedican a acumular bienes y, como ponen su confianza en ellos (Lc 12,13-21), se hacen incapaces de ser solidarios (Hch 2,45; 4,34-35). Las palabras del ángel a Cornelio (10,3.22) y del Espíritu Santo a Pedro (10,19) muestran que la iniciativa de anunciar a Jesús a los paganos no es de Pedro, sino de Dios (Gál 2,9).
10,1: Lc 7,2.4-5 / 10,2: Lc 12,33 / 10,3: Mt 1,20 / 10,4: Lv 2,2.9; Tob 12,12
Ningún hombre debe ser considerado impuro
9 Al día siguiente, hacia el mediodía, mientras ellos iban de camino y se acercaban a la ciudad, Pedro subió a lo alto de la casa a hacer oración. 10 Como sintió hambre, pidió algo para comer y, mientras se lo preparaban, cayó en éxtasis 11 y vio el cielo abierto y algo así como un inmenso mantel que bajaba a la tierra sostenido por sus cuatro puntas. 12 Sobre el mantel había toda clase de cuadrúpedos, reptiles de la tierra y pájaros del cielo. 13 Y oyó una voz que decía: «Pedro, levántate, sacrifica y come». 14 Pero Pedro respondió: «¡De ninguna manera, Señor! Nunca he comido algo profano o impuro». 15 La voz le dijo otra vez: «No consideres profano lo que Dios ha purificado». 16 Esto se repitió tres veces, y enseguida el mantel fue elevado al cielo.
17 Mientras Pedro estaba aún confundido por el significado de la visión, se presentaron ante su puerta, después de averiguar dónde vivía, los hombres enviados por Cornelio. 18 Llamaron y preguntaron si Simón, llamado Pedro, se alojaba allí. 19 Pedro estaba pensando en la visión, cuando el Espíritu Santo le dijo: «Hay allí tres hombres que te buscan. 20 Baja enseguida y no dudes en acompañarlos, porque yo los he enviado». 21 Pedro bajó y dijo a los hombres: «Yo soy el que buscan. ¿Por qué causa están aquí?». 22 Ellos le respondieron: «Un ángel santo le ordenó al centurión Cornelio, hombre justo y temeroso de Dios, bien considerado por toda la nación de los judíos, que te mandara a buscar para que vayas a su casa, y así escuchar tus palabras». 23 Entonces, Pedro los invitó a entrar y les dio hospedaje.
Al día siguiente se levantó y partió con ellos, acompañado por algunos hermanos de Jafa, 24 y un día después llegaron a Cesarea. Cornelio los estaba esperando, y había reunido a sus familiares y amigos más cercanos. 25 En el momento en que Pedro entraba, Cornelio se adelantó y se postró ante él, 26 pero Pedro lo levantó, diciéndole: «¡Levántate, yo también soy un hombre!». 27 Entró Pedro conversando con él y, al encontrar a muchos reunidos, 28 se dirigió a ellos y les dijo: «Ustedes saben que a un judío le está prohibido reunirse con extranjeros o visitarlos, pero Dios me ha mostrado que ningún hombre debe ser considerado impuro o manchado. 29 Por eso, cuando ustedes me invitaron, vine sin dudar. Quiero saber entonces para qué me mandaron llamar». 30 Cornelio le respondió: «Hace cuatro días, hacia las tres de la tarde, estaba orando en mi casa cuando de pronto se presentó ante mí un hombre con vestido resplandeciente 31 y me dijo: “Cornelio, tus oraciones han llegado hasta Dios y tus limosnas están presentes ante él. 32 Manda a alguien a Jafa, para que haga venir a Simón, llamado Pedro, que se hospeda en casa del curtidor Simón, junto al mar”. 33 De inmediato mandé que te fueran a buscar, y tú hiciste bien en venir. Ahora todos nosotros, en presencia de Dios, estamos dispuestos a escuchar lo que el Señor te haya mandado decirnos».
10,9-33: Dios manifiesta a Pedro por medio de una visión su plan de revelar el Evangelio a los paganos: le hace ver un gran mantel sobre el que hay toda clase de animales y le ordena sacrificarlos y comer. Sin embargo, Pedro se niega a comer carne de esos animales, porque según la Ley de Moisés son impuros por (Lv 11; Dt 14,3-21). Entonces, la voz del cielo le recuerda que todo ha sido purificado por Jesucristo (Mc 7,14-23). Pedro, por sí mismo, no hubiera dado el fundamental paso de evangelizar a los paganos. La iniciativa ha sido de Dios que se reveló a Pedro y le ordenó ir a la casa de Cornelio. Los judíos piadosos, fieles a la Ley, como Pedro, consideraban que los paganos eran “impuros” por lo que se negaban a tener cualquier tipo de trato con ellos (Hch 10,28; 11,2-3; Jn 18,28). Sin embargo, porque Dios no hace diferencias de personas (Hch 10,34-35) y porque Jesucristo derribó el muro entre lo “puro” y lo “impuro”, lo “sagrado” y lo “profano”, los paganos no pueden considerarse más impuros y profanos. En virtud del sacrifico de Cristo en la cruz, todos, judíos y paganos, han sido santificados y forman el único y nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia (Ef 2,11-22).
10,9: Jdt 8,5 / 10,14: Ez 4,14 / 10,15: Mc 7,15.19; Rom 14,14.17 / 10,19: Gn 18,2 / 10,26: Ap 19,10 / 10,28: Gál 2,12.15-16 / 10,31: Lc 1,13
Los paganos han recibido el Espíritu Santo al igual que nosotros
34 Pedro tomó la palabra y dijo: «En verdad, comprendo que Dios no hace diferencia de personas 35 y que en cualquier nación, el que lo teme y obra con rectitud es agradable ante él. 36 Dios envió su Palabra anunciando a los israelitas la Buena Noticia de la paz por medio de Jesucristo, que es el Señor de todos. 37 Ustedes saben lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicaba Juan. 38 Dios ungió con el Espíritu Santo y poder a Jesús de Nazaret, que pasó haciendo el bien y sanando a todos los que estaban oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con él. 39 Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la región de los judíos y en Jerusalén. Luego lo mataron colgándolo de un madero. 40 Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió que se apareciera, 41 no a todo el pueblo, sino a testigos elegidos de antemano por Dios, a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos. 42 Y nos ordenó que predicáramos al pueblo y diéramos testimonio de que él ha sido constituido por Dios como Juez de vivos y muertos. 43 Todos los profetas dan testimonio de él, diciendo que los que creen en él reciben el perdón de los pecados por medio de su Nombre».
44 Todavía estaba diciendo estas cosas, cuando el Espíritu Santo descendió sobre todos los que escuchaban la Palabra. 45 Los creyentes circuncidados que habían acompañado a Pedro se admiraron de que el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los paganos, 46 porque los oían hablar en diversas lenguas y proclamar las grandezas de Dios. Entonces Pedro dijo: 47 «¿Acaso alguien puede prohibir que se otorgue el agua del bautismo a éstos, que han recibido el Espíritu Santo al igual que nosotros?». 48 Y ordenó que los bautizaran en el nombre de Jesucristo. Luego le pidieron que se quedara con ellos algunos días.
10,34-48: Éste último discurso de Pedro (nota a 9,32-43) es una predicación kerigmática dirigida a los paganos para anunciarles a Cristo. Como nada saben de Cristo, Pedro les hace una breve reseña de la vida del Mesías, la que –aunque reelaborada por Lucas– representa bien lo que eran las primeras predicaciones apostólicas. Los sucesos, su orden y los espacios geográficos que abarca son: el ministerio de Jesús en Galilea, después de ser bautizado por Juan y ungido por el Espíritu; en Galilea, Jesús se dedica a hacer el bien, sanando enfermos y expulsando espíritus impuros, signo de que Dios reina y que el Diablo es derrotado; de Galilea sube a la región de Judea y, en Jerusalén, Jesús es crucificado, pero Dios lo resucita porque está con él; luego, el Resucitado se aparece a los suyos, a los que han compartido con él. Se destaca el papel de Cristo resucitado como Juez de vivos y muertos y el anuncio del perdón de los pecados para los que crean en su Nombre (10,42-43). Tratándose de oyentes que nada saben del Antiguo Testamento, se cita el testimonio de los profetas sin nombrar a ninguno en particular. Antes de que Pedro tomara alguna determinación, Dios otorga el Espíritu a los paganos allí reunidos (10,44-46), tal como había sucedido el día de Pentecostés (2,4; 4,31). Queda claro que Pedro está al servicio del plan de Dios (nota a 10,9-33) y que de Dios es la iniciativa de proclamar el Evangelio de la salvación a los paganos y de incorporarlos a la comunidad mediante el don del Espíritu y el bautismo (10,47-48).
10,34: Dt 10,17; Dn 2,8; Eclo 35,12 / 10,35: Lv 1,3 / 10,36: Is 52,7; Nah 1,7 / 10,40: 1 Cor 15,4 / 10,41: Jn 21,4-13 / 10,42: 2 Tim 4,1 / 10,43: Is 33,24; Jn 1,12 / 10,48: 1 Cor 1,14
¿Quién era yo para oponerme a Dios?
111 Los apóstoles y los hermanos que estaban en Judea, oyeron que también los paganos habían recibido la Palabra de Dios. 2 De modo que cuando Pedro fue a Jerusalén los partidarios de la circuncisión se lo reprochaban, 3 diciéndole: «¡Entraste en casa de gente que no está circuncidada y comiste con ellos!».
4 Entonces, Pedro comenzó a explicarles punto por punto con estas palabras: 5 «Yo estaba orando en la ciudad de Jafa cuando caí en éxtasis y tuve una visión: algo así como un gran mantel que descendía del cielo, sostenido por las cuatro puntas, venía hacia mí. 6 Mirándolo con atención, observé y vi en él cuadrúpedos, fieras, reptiles de la tierra y pájaros del cielo. 7 También oí una voz que me decía: “Pedro, levántate, sacrifica y come”. 8 Entonces respondí: “¡De ninguna manera, Señor! En mi boca jamás ha entrado nada profano o impuro”. 9 La voz me habló otra vez desde el cielo y me dijo: “No consideres profano lo que Dios ha purificado”. 10 Esto se repitió por tres veces, y después todo fue llevado de nuevo al cielo. 11 En ese momento, en la casa en la que yo me encontraba, se presentaron tres hombres enviados a buscarme desde Cesarea. 12 El Espíritu Santo me dijo que fuera con ellos sin dudar. Seis hermanos fueron conmigo y entramos en la casa de aquel hombre. 13 Él nos contó que había visto un ángel que se apareció en su casa y le decía: “Manda a alguien que vaya a Jafa a buscar a Simón, llamado Pedro. 14 Él te dirá palabras que traerán la salvación para ti y toda tu familia”. 15 En cuanto yo comencé a hablar, el Espíritu Santo descendió sobre ellos como al principio había sucedido con nosotros. 16 Entonces me acordé de lo que el Señor había dicho: “Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo”. 17 Si Dios les dio el mismo don que a nosotros, que hemos creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para oponerme a Dios?».
18 Cuando ellos oyeron todo esto, se tranquilizaron y glorificaron a Dios, diciendo: «¡También a los paganos Dios les ha dado la conversión que lleva a la vida!».
11,1-18: Los judeocristianos de Jerusalén, partidarios de la circuncisión (11,2), no aceptaban sin más que los paganos fueran admitidos en la comunidad. Muchos de ellos aún creían que Israel era el único pueblo elegido y quienes se habían hecho cristianos, gozaban de tal don porque comenzaban a pertenecer al pueblo de Israel, de aquí que tuvieran que circuncidarse y vivir según las normas de la Ley de Moisés y sus tradiciones (15,1). Por ello, según esos judeocristianos, Pedro se ha hecho impuro al entrar en casa de un pagano, y Cornelio y su familia –aunque bautizados– seguían siendo paganos. El apóstol les explica en detalle que todo es iniciativa de Dios y que él actuó obedeciendo al Espíritu de Dios (11,12). A los que creen en Jesucristo, porque Dios quiere la salvación de todos, se les regala el don del Espíritu y son purificados de sus pecados, aunque no estén circuncidados (10,43.47). Las Cartas de Pablo muestran que durante mucho tiempo las dos comunidades cristianas (judeocristianos de lengua hebrea y los de la diáspora de lengua griega) tuvieron dificultades de convivencia, sobre todo cuando debían compartir la misma mesa como, por ejemplo, en la celebración eucarística (Gál 2,11-14).
11,2: Gál 2,12 / 11,3: Rom 3,28 / 11,5-17: Hch 10,10-48 / 11,17: Éx 16,7-8 / 11,18: Rom 3,29
Anunciaron la Buena Noticia de Jesús a los griegos
19 Los que se habían dispersado a causa de la persecución que se produjo después de la muerte de Esteban, llegaron a Fenicia, Chipre y Antioquía, y anunciaban la Palabra sólo a los judíos. 20 Pero entre ellos había algunos de Chipre y Cirene que, cuando llegaron a Antioquía, comenzaron a anunciar la Buena Noticia del Señor Jesús también a los griegos. 21 El poder del Señor estaba con ellos, de modo que un gran número de personas creyó y se convirtió a él. 22 La iglesia de Jerusalén se enteró de aquello y envió a Bernabé a Antioquía. 23 Cuando éste llegó y vio la gracia de Dios, se alegró y exhortaba a todos para que permanecieran unidos al Señor con firmeza de corazón, 24 porque era un hombre bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe.
Como una gran multitud se unió al Señor, 25 Bernabé fue a Tarso a buscar a Saulo 26 y, cuando lo encontró, lo llevó a Antioquía. En esta iglesia estuvieron juntos todo un año e instruyeron a mucha gente. En Antioquía fue donde a los discípulos se les dio, por primera vez, el nombre de “cristianos”.
27 Por aquellos días llegaron a Antioquía unos profetas de Jerusalén 28 y uno de ellos llamado Agabo, movido por el Espíritu Santo, se levantó y anunció que iba a venir una época de mucha hambre sobre toda la tierra, la que ocurrió en tiempos del emperador Claudio. 29 Los discípulos se pusieron de acuerdo en que, según las posibilidades de cada uno, enviarían ayuda a los hermanos que habitaban Judea. 30 Y así lo hicieron, enviándola a los presbíteros por medio de Bernabé y Saulo.
11,19-30: Mediante varios hechos, Dios viene guiando a la Iglesia para que se abra a la misión entre los paganos: la actividad misionera de Esteban y Felipe; la vocación de Pablo; el encuentro de Pedro con Cornelio (nota a 10,1-8). Ahora Lucas presenta otro de estos hechos: un grupo de anónimos discípulos se dedican a evangelizar a los paganos en Antioquía de Siria, después de huir de Jerusalén a causa de la persecución que siguió al martirio de Esteban (8,1-4.40). Lo hacen con tal unción y fruto que Antioquía se transforma en escuela de misioneros. Se forma allí la primera comunidad de discípulos de origen pagano, cuyos miembros son llamados «cristianos» o los “del Mesías” (11,26). Inquietos por esta comunidad rica en dones y carismas (13,1), los de Jerusalén envían a Bernabé quien se alegra por la gracia de Dios que obra en ella y, con entusiasmo, se pone a trabajar por su unidad. Como ya conocía a Saulo (9,27), lo va a buscar para que se sume a la labor. Más tarde, llegarán a Antioquía miembros de la comunidad de Jerusalén exigiendo que los paganos convertidos se circunciden para alcanzar la salvación (15,1-5). A pesar de todo, las comunidades se mantienen unidas por el vínculo de la caridad: los cristianos de origen pagano remedian la necesidad de alimentos de los judeocristianos que viven en Judea debido a una gran hambruna en diversas partes del Imperio (46-48 d.C.). La «ayuda» recibe el nombre de diakonía en griego (11,29: “servicio, asistencia”), lo mismo que la colecta que Pablo organizará entre las comunidades de origen pagano en favor de los de origen judío (Rom 15,25-27).
11,20: 1 Tes 4,15-17 / 11,21: Lc 1,66 / 11,22: Gál 2,2 / 11,25: Gál 1,10-2,21 / 11,26: 1 Pe 4,16 / 11,27: Dt 18,18-20 / 1 Cor 12,28 / 11,30: Tit 1,5
¡El Señor envió a su ángel para librarme de Herodes!
121 En ese tiempo, el rey Herodes hizo arrestar a algunos miembros de la Iglesia con la intención de maltratarlos. 2 Mandó matar con la espada a Santiago, el hermano de Juan, 3 y como vio que esto agradaba a los judíos, decidió arrestar también a Pedro. Esto sucedía en los días de la fiesta de los Panes sin levadura. 4 Después de arrestarlo, lo encerró en la prisión y lo puso bajo la custodia de cuatro grupos de cuatro soldados cada grupo con la intención de hacerlo comparecer ante el pueblo después que pasara la fiesta de Pascua. 5 Mientras Pedro estaba en la cárcel, toda la Iglesia oraba sin cesar por él.
6 La noche anterior a que Herodes lo hiciera comparecer, Pedro estaba atado con dos cadenas, durmiendo en medio de dos soldados, mientras los guardias vigilaban la puerta de la cárcel. 7 De pronto, se presentó el ángel del Señor y un resplandor iluminó la celda. El ángel despertó a Pedro, golpeándolo en el costado, y le ordenó: «¡Levántate rápido!». En ese momento se le cayeron las cadenas de sus manos. 8 El ángel continuó, diciendo: «Tienes que ponerte el cinturón y las sandalias». Él lo hizo, y el ángel volvió a decirle: «Ahora cúbrete con el manto, y sígueme». 9 Pedro salió y lo seguía sin darse cuenta de que era verdad lo que hacía el ángel. Él pensaba que se trataba de una visión. 10 Después de pasar el primer y el segundo puesto de guardia, llegaron a la puerta de hierro por la que se sale a la ciudad y ésta se abrió por sí sola ante ellos. Una vez que salieron, caminaron hasta el extremo de una calle y, de pronto, el ángel desapareció. 11 Entonces, Pedro tomó conciencia de sí mismo y dijo: «¡Ahora sé realmente que el Señor envió a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de cuanto el pueblo judío tramaba contra mí!». 12 Consciente de lo sucedido, fue a la casa de María, la madre de Juan, llamado Marcos, donde muchos se habían reunido para orar. 13 Cuando golpeó la puerta, salió a recibirlo una servidora llamada Rosa, 14 pero al reconocer la voz de Pedro fue tan grande su alegría que no le abrió y entró corriendo a avisar que Pedro estaba en la puerta. 15 Ellos le dijeron: «¡Estás loca!». Pero como ella insistía en que era así, ellos decían: «¡Debe ser su ángel!». 16 Como Pedro seguía golpeando, abrieron y, al verlo, quedaron sorprendidos. 17 Haciéndoles una señal con la mano para que se callaran, Pedro les contó cómo el Señor lo había sacado de la cárcel, y les ordenó: «Informen de esto a Santiago y a los hermanos». Después salió y se fue a otra parte.
18 Cuando amaneció, se produjo un gran alboroto entre los soldados, porque no sabían qué había sucedido con Pedro. 19 Herodes lo hizo buscar y, como no lo encontraron, después de interrogar a los guardias, ordenó que fueran ejecutados.
20 Herodes estaba enemistado con los habitantes de Tiro y Sidón. Éstos, de común acuerdo, fueron a presentarse ante el rey y, después de convencer a Blasto, mayordomo del rey, le solicitaron la reconciliación, porque su región se abastecía con productos del distrito del rey. 21 El día fijado, Herodes, sentado en el trono y con las vestiduras reales, les dirigió un discurso. 22 La gente gritó: «¡Son palabras de un dios, no de un hombre!». 23 Como no dio gloria a Dios, el ángel del Señor lo hirió de inmediato y murió comido por los gusanos.
24 La Palabra de Dios crecía y se difundía. 25 Bernabé y Saulo, una vez que cumplieron con su ministerio, volvieron de Jerusalén a Antioquía, llevando con ellos a Juan, llamado Marcos.
12,1-25: Santiago, el hijo de Zebedeo, padeció el martirio bajo el reinado de Herodes Agripa I, nieto de Herodes el Grande, como lo había anunciado el Señor (12,2; Mc 10,35-40). Pedro fue arrestado y era previsible su condena a muerte. Pero el Señor, a pesar de la seguridad desplegada para mantenerlo encarcelado, lo liberó de la prisión por medio de su mensajero (Hch 12,17), quien también intervino para herir y matar al rey Herodes por aceptar que lo aclamaran como dios. Su fin fue dramático (12,22-23), lo que también testimonia el historiador judío Flavio Josefo. En contraste, Pablo y Bernabé no aceptarán de ningún modo ser considerados dioses (14,8-18). Después de esto, Pedro «se fue a otra parte» (12,17), sin indicar dónde, porque la intención de Lucas no es presentar una biografía de los apóstoles, sino mostrar cómo el Evangelio se expande hasta «los confines de la tierra» (1,8). De aquí en adelante, el relato tendrá como protagonista a Pablo que dará testimonio de Jesús en el mundo grecorromano. Pedro, antes de partir, ordena que informen de todo a Santiago, «el hermano del Señor» (Gál 1,19), que en lo sucesivo aparecerá presidiendo la comunidad de Jerusalén (Hch 21,18-19; Gál 2,9).
12,1: Mt 2,1 / 12,2: Mt 4,21 / 12,3-4: Éx 12,1-27 / 12,7: 1 Re 19,5-7 / 12,8: Éx 12,11 / 12,11: Dt 3,28 / 12,12: Col 4,10 / 12,15: Mt 18,10 / 12,17: Jn 7,3-5 / 12,20-23: 2 Mac 9,5-28
Hch 12,25: varios de los mejores manuscritos traen: «Pablo y Bernabé… volvieron a Jerusalén, llevando con ellos a Juan, llamado Marcos», lectura difícil de compaginar con el contexto (ver 11,29-30).
III
Testigos del Señor hasta los confines de la tierra
13,1-28,31. Después que Pedro bautiza a Cornelio y a su familia (Hch 10) y Saulo es elegido para cumplir la misión de predicar a los paganos (9,15), el establecimiento de misioneros como Bernabé, el mismo Saulo y Marcos en Antioquía de Siria (12,25) da inicio a esta tercera parte de Hechos cuya finalidad es relatarnos cómo el Evangelio llega hasta Roma, considerada el confín de la tierra en aquel tiempo. Así se va cumpliendo el plan literario trazado por Lucas al comienzo de Hechos (1,8). En las dos primeras partes (1,3-8,3 y 8,4-12,25), el papel protagónico lo desempeñó Pedro. En esta tercera parte el lugar central estará ocupado por Saulo, nombre helenizado de Saúl, que en adelante será llamado “Pablo”, su nombre grecolatino, tal como lo exige su inserción en las grandes urbes grecorromanas.
Sepárenme a Bernabé y a Saulo
131 En la iglesia de Antioquía había profetas y maestros: Bernabé, Simón, llamado “el Negro”, Lucio de Cirene, Manaén, que se había criado junto con el rey Herodes, y Saulo. 2 Mientras estaban celebrando el culto en honor al Señor y ayunando, les dijo el Espíritu Santo: «Sepárenme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado». 3 Entonces, después de ayunar y orar, les impusieron las manos y los despidieron.
13,1-3: El momento es crucial para que el Evangelio llegue hasta «los confines de la tierra» (1,8; nota a 13,1-28,31). Así como Jesús, «lleno del Espíritu Santo» (Lc 4,1), eligió por apóstoles a Doce después de orar una noche (6,12-16), así también el Espíritu, luego de una jornada de ayuno y oración de la comunidad, elige y envía a Bernabé y a Saulo (o Pablo) a evangelizar a los paganos. La comunidad les impone las manos, signo de que participan del poder de Dios y de la autoridad concedida para llevar a cabo el encargo (Hch 6,6; Dt 34,9). En la comunidad de Antioquía hay “maestros” y “profetas”, lo que indica una básica organización (Rom 12,6-8; 1 Cor 12,28). Los “maestros” con su sabiduría, organizan y guían a la comunidad conforme a lo enseñado por Jesucristo. Los “profetas” y “profetisas” (Hch 21,9) iluminan a la comunidad y sus miembros, los consuelan, interpelan sus conciencias y comunican lo que Dios quiere. Y no falta también quien anuncie hechos futuros (11,27-28; 15,32; 1 Cor 14,22-25).
13,1: Lc 3,1 / 13,3: Mt 6,16
El mago Elimas se oponía a Pablo y Bernabé
4 Bernabé y Saulo, enviados por el Espíritu Santo, se dirigieron al puerto de Seleucia y, de allí, se embarcaron para Chipre. 5 Cuando llegaron a Salamina, anunciaron la Palabra de Dios en las sinagogas de los judíos, y Juan colaboraba con ellos.
6 Atravesaron toda la isla hasta llegar a Pafos y allí encontraron a un mago judío, un falso profeta, llamado Barjesús, 7 que estaba con el cónsul Sergio Pablo, un hombre inteligente. Éste hizo llamar a Bernabé y a Saulo, deseoso de escuchar la Palabra de Dios. 8 Pero el mago Elimas -así se dice en griego su nombre- se oponía a ellos, porque quería apartar al cónsul de la fe. 9 Entonces Saulo, llamado también Pablo, lleno del Espíritu Santo lo miró fijamente 10 y le dijo: «¡Hombre lleno de toda mentira y astucia! ¡Hijo del Diablo! ¡Enemigo de lo que es recto! ¿Cuándo dejarás de torcer los caminos derechos del Señor? 11 Mira que el poder del Señor se encargará de ti y, durante un tiempo, te quedarás ciego, sin ver la luz del sol». En ese mismo momento, la oscuridad y las tinieblas cayeron sobre él, y andaba dando vueltas, buscando a alguien que lo llevara de la mano. 12 El cónsul, al ver lo que había sucedido, abrazó la fe impresionado por la doctrina del Señor.
13,4-12: Al comenzar el relato de la obra misionera de Pablo entre los paganos, ciudadanos de urbes grecorromanas, Lucas deja de llamarlo “Saúl”, su nombre judío, y empieza a llamarlo “Pablo”, su nombre grecolatino (nota a 13,1-28,31). Bernabé y Pablo tienen como colaborador a Juan Marcos, primo de Bernabé (12,12; Col 4,10). Se dirigen primero a la isla de Chipre, de donde era originario Bernabé (Hch 4,36). Allí se encuentran con la oposición de Barjesús, un mago y falso profeta. El enfrentamiento entre personajes bíblicos, por un lado, con magos y profetas del paganismo, por otro, es un tema recurrente en la literatura judía. El propósito es mostrar la superioridad de los enviados de Dios frente a los representantes de otras divinidades (Éx 7,10-12; Dn 2,27-28; 4,1-5). Pablo, que ha sido elegido y enviado por el Espíritu Santo y está lleno de él (Hch 13,2.4.9), pone en evidencia y destruye a un agente de la maldad que se opone a que la gente crea en el Evangelio (13,8). Evangelizar es anunciar a Jesucristo para establecer en el ser humano y en el mundo, por la acción del Espíritu, el dominio de Dios en cuanto Padre, es decir, hacer realidad la soberanía de su misericordia y vida ofrecida por su Hijo.
13,5: Rom 1,16; Col 4,10 / 13,10: Os 14,9; Jn 8,44; 1 Jn 3,10 / 13,11: Lc 4,32
Dios suscitó un Salvador para Israel
13 Pablo y sus compañeros fueron desde Pafos hasta Perge de Panfilia, pero Juan se separó de ellos y volvió a Jerusalén. 14 Ellos continuaron el viaje desde Perge y llegaron a Antioquía de Pisidia. El día sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento. 15 Después de la lectura de la Ley y los profetas, los encargados de la sinagoga les mandaron a decir: «Hermanos, si tienen alguna exhortación para el pueblo, háganla ahora».
16 Pablo se puso de pie y, llamando su atención con un gesto, dijo: «¡Israelitas y temerosos de Dios, escuchen! 17 El Dios de este pueblo, Israel, eligió a nuestros padres y, cuando vivían como extranjeros en Egipto, acrecentó su número para que fueran una gran nación. Luego, con muestras de gran poder, los sacó de allí 18 y durante unos cuarenta años los cuidó en el desierto. 19 Después de destruir siete pueblos en Canaán, les dio esa tierra como herencia 20 por cuatrocientos cincuenta años. Más tarde les dio jueces, hasta el profeta Samuel. 21 Entonces pidieron un rey, y Dios les dio a Saúl, el hijo de Cis, de la tribu de Benjamín, por cuarenta años. 22 Después de reprobar a Saúl, les suscitó como rey a David, del que dio testimonio diciendo: Encontré a David, el hijo de Jesé, un hombre según mi corazón, que cumplirá todos mis deseos. 23 Y tal como Dios lo había prometido, suscitó de la descendencia de David un Salvador para Israel, que es Jesús. 24 Antes de su venida, Juan había predicado un bautismo de conversión para todo el pueblo de Israel 25 y, cuando estaba por terminar el tiempo de su ministerio, decía: “Yo no soy aquel que ustedes piensan, pero detrás de mí viene alguien a quien yo no soy digno de desatarle las sandalias”».
26 «Hermanos, descendientes de Abrahán y temerosos de Dios: ¡esta palabra de salvación es para nosotros! 27 En efecto, los habitantes de Jerusalén y sus jefes, desconocieron a Jesús y, al condenarlo, cumplieron las Escrituras de los Profetas que se leen cada sábado. 28 Ellos, sin encontrar ninguna causa para condenar a Jesús, pidieron a Pilato que lo crucificara 29 y, después de cumplir todo lo que estaba escrito acerca de él, lo bajaron del madero y lo pusieron en un sepulcro. 30 Pero Dios lo resucitó de entre los muertos, 31 y durante muchos días se apareció a los que lo habían acompañado desde Galilea a Jerusalén. Ellos ahora son sus testigos ante el pueblo».
32 «Nosotros también les anunciamos la Buena Noticia de que, la promesa hecha a nuestros padres, 33 Dios la cumplió a nosotros, los hijos de ellos, al resucitar a Jesús, como está escrito en el Salmo segundo: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy [Sal 2,7]. 34 Y Dios declaró que lo resucitaría de entre los muertos para que no volviera más a la corrupción cuando dijo: Les daré las cosas verdaderas, las promesas santas hechas a David [Is 55,3]. 35 Así como también dice en otro lugar: No dejarás que un fiel tuyo experimente la corrupción [Sal 15,10]. 36 David, en su tiempo, sirvió a Dios cumpliendo su voluntad; pero después murió, fue a reunirse con sus padres y experimentó la corrupción. 37 En cambio aquél a quien Dios resucitó, no experimentó la corrupción».
38 «Sepan, entonces, hermanos, que por medio de Jesús se les anuncia el perdón de los pecados. Y en todo lo que no pudieron llegar a ser justos por la Ley de Moisés, 39 ahora, en cambio, todo el que cree en Jesús recibe la condición de justo. 40 Pero tengan cuidado de que no suceda lo que dijeron los profetas:
41 Miren, ustedes que desprecian, asómbrense y desaparezcan,
porque en sus días voy a realizar una obra que, si alguien la contara,
jamás la creerían» [Hab 1,5].
42 Mientras Pablo y sus compañeros salían, los que estaban en la sinagoga les rogaban que el siguiente sábado les hablaran sobre estas cosas. 43 Cuando terminó la reunión, muchos judíos y prosélitos piadosos acompañaron a Pablo y a Bernabé, que conversaban con ellos y los exhortaban, convenciéndolos para que permanecieran fieles a la gracia de Dios.
13,13-43: Pablo y sus compañeros de misión dejan la isla de Chipre y entran a la provincia romana de Asia. Nada se dice de por qué Juan Marcos los abandona, pero el incidente deteriora las relaciones entre Pablo y Bernabé (15,36-40). Esta primera predicación de Pablo a los judíos tiene puntos de semejanza con la primera predicación de Jesús (Lc 4,16-22). Sus oyentes en la sinagoga de Antioquía de Pisidia son judíos y “temerosos de Dios” o no judíos que aceptaban el monoteísmo de Israel y algunas de sus normas, pero no se circuncidaban. Allí, Pablo menciona hechos sobresalientes del Antiguo Testamento y se detiene en Jesucristo como el Salvador prometido que cumple las promesas hechas por Dios a los patriarcas y a David. Aunque avalado por el testimonio de Juan Bautista y sin haber cometido delito alguno, las autoridades judías condenan a Jesús a muerte. Pero Dios lo resucitó con lo que ratifica la condición y misión de Jesucristo (Hch 2,29-36; 3,13-20). Él, pues, es el descendiente de David que, al no experimentar la corrupción del sepulcro, reina para siempre (Sal 89,37-38), otorgando el perdón de los pecados a quienes crean en él. Quienes crean en las promesas divinas y se adhieran a Jesucristo por la fe son hechos justos por Dios (Hch 13,38-39; Gál 3,11-14). La predicación de Pablo produjo un fuerte impacto y sus oyentes le piden que les hable el sábado siguiente.
13,14: Lc 4,16,28 / 13,17: Éx 1,7 / 13,18: Dt 1,31; Nm 14,34 / 13,19: Dt 7,1; Jos 14,1-2 / 13,20: Gn 15,13; Dt 2,7 / 13,21: 1 Sm 8,4-5.19 / 13,22: 1 Sm 13,13-14; Sal 89,21 / 13,23: 2 Sm 7,12-16 / 13,24: Mc 1,4 / 13,25: Mt 3,11; Mc 1,7; Jn 1,27 / 13,28: Jn 19,15 / 13,29: Jn 19,38-42 / 13,33: Heb 1,5 / 13,35: Sal 16,10 / 13,38-39: Rom 4,24-25
Ahora nos dirigimos a los paganos
44 El sábado siguiente, casi toda la ciudad se reunió para escuchar la Palabra de Dios. 45 Los judíos, al ver esta multitud, se llenaron de envidia y se oponían con injurias a todo lo que Pablo decía. 46 Entonces Pablo y Bernabé, con firmeza, les contestaron: «Era necesario que anunciáramos la Palabra de Dios primero a ustedes, los judíos, pero ya que la rechazan y ustedes mismos se excluyen de la vida eterna, ahora nos dirigimos a los paganos, 47 porque así nos ordenó el Señor:
Te puse como luz para las naciones,
para que mi salvación llegue hasta los confines de la tierra» [Is 49,6].
48 Cuando oyeron esto, los paganos se alegraron y no cesaban de alabar la Palabra del Señor, y los que estaban destinados a la vida eterna creyeron.
49 La Palabra del Señor se difundía por toda la región. 50 Pero los judíos incitaron a unas mujeres piadosas que pertenecían a la clase alta y a los principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los echaron de su territorio. 51 Ellos sacudieron el polvo de sus pies como protesta contra esa gente y se fueron a Iconio. 52 Los discípulos, por su parte, quedaron llenos de alegría y del Espíritu Santo.
13,44-52: Pablo vuelve a encontrar oposición igual que la tuvo en Damasco y en Jerusalén (9,23.29). Anuncia el Evangelio tanto a judíos como a prosélitos, gente que sin ser israelita cree en el Dios de Israel, le da culto y practica varios de sus preceptos. Muchos escuchan la Palabra de Dios (13,42-43), pero otros se oponen tenazmente a su predicación y, con la ayuda de gente importante, sobre todo mujeres, logran que Pablo y sus compañeros sean expulsados de Antioquía de Pisidia. Hasta ahora habían dedicado sus esfuerzos a evangelizar a los judíos, pero en vista de que éstos no aceptan el Evangelio, se dedicarán a los paganos. Pablo y sus compañeros consideran dirigidas a ellos las palabras del Señor enviando a su Siervo como luz para los paganos (Is 49,6; ver Hch 13,47). Para esto fue llamado Pablo (Hch 9,15; Gál 1,15-16). Como los judíos piadosos cuando viajaban, Pablo y su grupo no se llevan consigo ni siquiera el polvo de tierras paganas, cumpliendo la enseñanza de Jesús (Hch 13,51; Lc 9,5; 10,11), pues no quieren tener nada en común con los que en Antioquía rechazan el Evangelio, es decir, a Jesucristo. Pero esa no es la situación de toda la ciudad, porque allí queda una comunidad llena de alegría y del Espíritu Santo.
13,47: Is 42,6; 49,6 / 13,48: Rom 8,29-30 / 13,51: Mt 10,4; Mc 6,11
Pablo y Bernabé entraron en la sinagoga
141 En Iconio, como acostumbraban, Pablo y Bernabé entraron en la sinagoga de los judíos y de tal modo predicaron que creyó una gran cantidad de judíos y griegos. 2 Pero los judíos que no creyeron, incitaron a los paganos y envenenaron su mente, poniéndolos en contra de los hermanos. 3 Sin embargo, ellos se quedaron allí un largo tiempo y predicaban con valentía, confiados en el Señor, quien confirmaba el mensaje de su gracia, concediéndoles el poder para realizar señales maravillosas y prodigios. 4 La gente de la ciudad se dividió, de modo que una parte estaba a favor de los judíos y otra a favor de los apóstoles. 5 Como los paganos y los judíos, junto con sus jefes, intentaban maltratarlos y apedrearlos, 6 ellos lo supieron y huyeron a Listra y Derbe, ciudades de Licaonia, y a sus alrededores, 7 donde estuvieron anunciando la Buena Noticia.
14,1-7: A pesar de lo anunciado en Hechos 13,46-47, Pablo comienza su actividad evangelizadora predicando en «la sinagoga de los judíos» (14,1). En el pasaje anterior (13,44-52), Lucas nos mostró la pertinaz oposición del mundo judío a la predicación de Pablo y sus compañeros. En este pasaje, nos informa que no sólo los judíos se oponen al anuncio de la Buena Noticia, sino también los paganos (14,2.5). Sin embargo, de ambos grupos hay muchos que abrazan con entusiasmo la fe en el Señor (14,1). De este modo, nos muestra que así como el Evangelio o el anuncio de Jesucristo es bien recibido entre toda clase de personas, judíos o no, así también se oponen a él tanto judíos como paganos.
14,2: 1 Tes 2,14 / 14,3: Mc 16,17-20 / 14,5: 2 Tim 3,11
¡Dioses en forma humana nos visitan!
8 Había en Listra un hombre que permanecía sentado por tener sus piernas paralíticas. Como era inválido de nacimiento, nunca había podido caminar. 9 Mientras escuchaba hablar a Pablo, éste lo miró fijamente y vio que tenía fe como para ser sanado. 10 Entonces le dijo con voz fuerte: «¡Levántate y colócate en pie!». Él dio un salto, se levantó y comenzó a caminar. 11 Al ver lo que había hecho Pablo, la multitud se puso a gritar en el idioma de los licaonios, diciendo: «¡Dioses en forma humana nos visitan!». 12 A Bernabé lo llamaban Zeus y a Pablo, Hermes, porque era quien hablaba. 13 El sacerdote de Zeus, cuyo templo se encontraba frente a la ciudad, trajo a las puertas toros adornados con guirnaldas y, con la multitud, quería ofrecerles un sacrificio.
14 Cuando los apóstoles Bernabé y Pablo lo oyeron, rasgaron sus vestiduras y se lanzaron en medio de la multitud, gritando: 15 «¡Oigan! ¿Qué están haciendo? Nosotros somos iguales a ustedes, seres humanos que les traemos la Buena Noticia de que deben abandonar estos ídolos para convertirse al Dios viviente que hizo el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos. 16 En tiempos pasados él permitió que todas las naciones siguieran sus propios caminos, 17 aunque nunca dejó de manifestarse como bienhechor, enviándoles lluvias desde el cielo y los frutos y las cosechas a su debido tiempo, dándoles el alimento y llenando sus corazones de alegría». 18 Y aún diciendo todo esto, a duras penas consiguieron que la multitud no les ofreciera un sacrificio.
19 Pero llegaron algunos judíos de Antioquía de Pisidia e Iconio que hicieron cambiar de parecer a la multitud; entonces, apedrearon a Pablo y, dándolo por muerto, lo arrastraron fuera de la ciudad. 20 Sin embargo, él se levantó y volvió a entrar en la ciudad rodeado por los discípulos.
Al día siguiente, Pablo salió hacia Derbe acompañado por Bernabé. 21 Después de anunciar la Buena Noticia en esa ciudad y de hacer muchos discípulos, volvieron a Listra, Iconio y Antioquía de Pisidia, 22 y allí animaban a los discípulos, los exhortaban a permanecer firmes en la fe y les decían: «Es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios». 23 En cada comunidad establecieron presbíteros y, después de orar y ayunar, los encomendaron al Señor en el que habían creído.
24 Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia 25 y, luego de anunciar la Palabra en Perge, bajaron a Atalía. 26 Allí se embarcaron para Antioquía de Siria, ciudad donde los habían encomendado a la gracia de Dios para la obra que acababan de realizar. 27 Al llegar, reunieron a la iglesia de Antioquia y le relataron todo lo que Dios había hecho con ellos y cómo había abierto a los paganos la puerta de la fe. 28 Y permanecieron largo tiempo con los discípulos.
14,8-28: Pablo suscita gran admiración entre los habitantes de Listra por la curación de un inválido de nacimiento (14,8). La reacción de la gente es identificar a Pablo y Bernabé con dioses en forma humana, pues pensaban que sólo los dioses sanaban este tipo de enfermedades. Los apóstoles rasgan su ropa en señal de rechazo y dolor, tal como los judíos piadosos cuando oyen una blasfemia (Mc 14,63-64). La predicación del kerigma paulino a los paganos se inicia con el anuncio de un único Dios, creador de todo y providente, y la invitación a dejar la idolatría y convertirse al verdadero Dios. La misma multitud que los aclamaba como dioses y quería ofrecerles sacrificios, persuadida por algunos judíos que se habían opuesto a Pablo en Antioquía de Pisida y en Iconio (Hch 13,45; 14,5), se enfrenta ahora a ellos y termina apedreando a Pablo hasta darlo por muerto. La misión en Listra queda interrumpida, pero fue ocasión para que los apóstoles volvieran a evangelizar a los habitantes de Derbe (14,6). Los apóstoles, además de predicar, tienen la misión de establecer “presbíteros” o “ancianos” en las comunidades (14,23), dirigentes locales que, como cuerpo colegiado, se encargan del gobierno y la guía de la comunidad. En las cartas más tardías se hablará de los requisitos y de sus funciones concretas (1 Tim 5,17-22; Tit 1,5-9; 1 Pe 5,1-4). Luego, haciendo el camino inverso, se embarcan hacia Seleucia, puerto de Antoquía de Siria (Hch 14,21.26), dando por finalizado el segundo viaje misionero (año 52 d.C.).
14,14: Nm 14,6; Mc 14,63 / 14,16: Rom 3,25-26 / 14,19: 2 Cor 11,24-25; 2 Tim 3,11 / 14,22: Rom 5,3-4 / 14,23: 2 Tim 2,12; Heb 10,36 / 14,27: 1 Cor 16,9
Si no se hacen circuncidar, no se podrán salvar
151 Algunos, que habían llegado de Judea, enseñaban a los hermanos: «Si no se hacen circuncidar de acuerdo con la costumbre de Moisés, no se podrán salvar». 2 Como se produjo una agitación y discusión muy fuerte de Pablo y Bernabé contra ellos, decidieron que Pablo y Bernabé, junto con algunos de los otros, fueran a ver a los apóstoles y presbíteros de Jerusalén para tratar esta cuestión. 3 Los que fueron enviados por la comunidad atravesaron Fenicia y Samaría, contando la conversión de los paganos y produciendo gran alegría entre los hermanos. 4 Cuando llegaron a Jerusalén fueron recibidos por la comunidad, los apóstoles y los presbíteros, y contaron todo lo que Dios había hecho con ellos. 5 Pero algunos del partido de los fariseos que habían abrazado la fe, intervinieron para decir que era necesario circuncidarlos y ordenarles observar la Ley de Moisés.
15,1-5: La asamblea de Jerusalén es el último de los hechos conducidos por Dios para que la Iglesia se abra definitivamente a los paganos, pues se da solución al problema teológico de la convivencia entre judíos y gentiles (notas a 10,1-8 y 11,19-30). La primera comunidad cristiana formada por paganos estaba en Antioquía de Siria. Algunos judeocristianos de Jerusalén se presentaron allí, pidiendo que si esos cristianos querían alcanzar las promesas hechas a Abrahán y a su descendencia debían circuncidarse y cumplir la Ley de Moisés. Se produjo una gran discusión, pues Pablo enseñaba que los paganos se integran a la comunidad de la nueva alianza por la adhesión de fe a Jesucristo, no por otra cosa. Los verdaderos descendientes de Abrahán, padre de los creyentes, son los que se salvan por la fe en el Mesías (Rom 4,1-12; Gál 3,6-10). Para resolver la cuestión, la comunidad decide enviar una delegación a consultar a los apóstoles y dirigentes de Jerusalén (nota a 14,8-28). Mientras van de camino, Lucas nos informa que por donde ellos pasan hay numerosos paganos que se convierten, lo que provoca la alegría de los cristianos. Sin embargo, cuando llegan a Jerusalén se encuentran que los fariseos convertidos a la fe también exigen la circuncisión de los que vienen del paganismo (Hch 15,5).
15,1: Gn 17,12; Lv 12,3 / 15,2: Gál 2,1-2 / 15,3: Tit 3,13 / 15,5: Flp 3,5
Ellos como nosotros nos salvamos por la gracia del Señor
6 Entonces, los apóstoles y los presbíteros se reunieron para tratar este asunto. 7 Después de una larga discusión, Pedro tomó la palabra y les dijo: «Hermanos, ustedes saben que desde los primeros días Dios me eligió para que por mi intermedio los paganos oyeran la predicación de la Buena Noticia, y creyeran. 8 Y Dios, que conoce los corazones, dio testimonio a favor de ellos otorgándoles el Espíritu Santo, lo mismo que a nosotros, 9 sin hacer ninguna distinción entre ellos y nosotros, porque la fe había purificado sus corazones. 10 Entonces, ¿por qué quieren poner a prueba a Dios, imponiendo sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nosotros ni nuestros padres pudimos soportar? 11 ¡Al contrario! Creemos que tanto ellos como nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús».
12 La multitud se quedó en silencio mientras escuchaban a Bernabé y Pablo relatar las señales maravillosas y prodigios que Dios había hecho entre los paganos por medio de ellos. 13 Cuando terminaron de hablar, Santiago tomó la palabra y dijo: «Hermanos, escúchenme. 14 Simón les explicó cómo Dios, desde el principio, eligió de entre los paganos un pueblo consagrado a su Nombre. 15 Esto está de acuerdo con las palabras de los profetas que se leen en las Escrituras:
16 Después de esto volveré y reconstruiré la choza caída de David,
reconstruiré sus ruinas, la volveré a levantar.
17 Para que el resto de los hombres busquen al Señor
y todas las naciones sobre las que se ha invocado mi Nombre [Am 9,11-12],
dice el Señor que permite que estas cosas 18 sean conocidas desde siempre».
19 «Por eso, yo juzgo que no se debe molestar a los paganos que se convierten a Dios, 20 sino que bastaría con escribirles que se alejen de la contaminación de los ídolos, de uniones ilegítimas, de la carne de animales muertos sin desangrar, y de la sangre. 21 Porque en todas las ciudades, desde hace mucho tiempo, Moisés tiene sus predicadores que todos los sábados leen sus escritos en las sinagogas».
15,6-21: En la asamblea de Jerusalén, Pedro pide no imponer condiciones a los paganos, porque Dios no hizo distinción de personas y porque también les otorgó el Espíritu al igual que a los discípulos venidos del judaísmo (10,44-48). Por lo demás, la Ley, con sus muchos mandamientos, es un yugo que ennoblece al que lo lleva (Eclo 6,23-31), pero no deja de ser una carga pesada que a los mismos judíos les cuesta cumplir (Hch 15,10; Mt 11,28-30). ¿Por qué, entonces, imponérsela a los paganos? Santiago, que preside la comunidad en Jerusalén (Hch 15,13; 21,18) y al igual que un juez que dirime una causa (15,19), exige que a los paganos convertidos no se les ponga obstáculos, porque como lo demuestran los Profetas, Dios decidió formarse un pueblo con personas tomadas de entre ellos (15,14). Sin embargo, deben cumplir ciertos preceptos básicos que hagan posible la convivencia entre los cristianos venidos del paganismo y los venidos de judaísmo (15,20-21): dejar la idolatría y las uniones sexuales ilegítimas (Ef 5,3; ver Lv 18), no consumir carne sacrificada a los ídolos y sin desangrar y no beber sangre de animales vivos o muertos, porque la vida –que radica en la sangre según la visión judía– pertenece a Dios (Hch 15,29; 1 Cor 8; ver Lv 17,10-16). No debió ser pacífica la asamblea de Jerusalén, entre otras razones, por el enfrentamiento de sus líderes como lo demuestra el incidente de Antioquía (Gál 2,11-14). Además, producto de la asamblea, es que la misión de Pablo a los gentiles fue aceptada al mismo nivel que la de Pedro a lo judíos.
15,10: Rom 3,20-24; Gál 2,16 / 15,11: Gál 3,10-12 / 15,15: Rom 15,9-12 / 15,17: 2 Cr 6,34; 7,14 / 15,18: Is 45,21 / 15,20: Lv 18,6-18; 1 Cor 8,10
Hemos decidido no imponerles más cargas que las necesarias
22 Entonces, los apóstoles y los presbíteros, de acuerdo con toda la comunidad, decidieron elegir entre ellos a algunos hombres, bien considerados entre los hermanos, para enviarlos junto con Pablo y Bernabé a Antioquía; los elegidos fueron Judas, llamado Barsabás, y Silas. 23 Y con ellos enviaron esta carta:
«Los apóstoles y los hermanos presbíteros saludan a los hermanos procedentes del paganismo que están en Antioquía, Siria y Cilicia. 24 Como hemos oído que algunos de entre nosotros, sin nuestra autorización, los han inquietado y perturbado con sus palabras, 25 hemos decidido de común acuerdo elegir a algunos y enviarlos junto con los queridos Bernabé y Pablo, 26 hombres que han consagrado su vida al nombre de nuestro Señor Jesucristo. 27 Les enviamos a Judas y Silas, que les transmitirán verbalmente este mensaje: 28 el Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponerles más cargas que las necesarias: 29 que se abstengan de la carne ofrecida a los ídolos, de la sangre, de la carne de animales muertos sin desangrar y de uniones ilegítimas. Ustedes harán bien en observar todo esto. ¡Adiós!».
30 Ellos, una vez que se despidieron, se dirigieron a Antioquía y, reuniendo a la gente, le entregaron la carta. 31 Cuando la leyeron, se alegraron por el ánimo que les daba. 32 Judas y Silas, que eran profetas, dirigieron un largo discurso a los hermanos para exhortarlos y transmitirles firmeza en la fe. 33 Después de un tiempo, los hermanos los despidieron en paz para que volvieran a la comunidad que los había enviado [34], 35 mientras que Pablo y Bernabé permanecieron en Antioquía enseñando y anunciando, junto a otros muchos, la Buena Noticia de la Palabra del Señor.
15,22-35: La asamblea de Jerusalén (nota a 15,1-5) decide enviar una carta a la comunidad de Antioquía de Siria en la que desautoriza a los que imponen exigencias relacionadas con la Ley de Moisés y la circuncisión (15,1; Gál 2,1-6). La carta, además de Pablo y Bernabé, será llevada por Judas y Silas, dos delegados de la comunidad para que conste su proveniencia. En ella se afirma que los que impulsan la acción misionera entre los paganos, «el Espíritu Santo y nosotros» (Hch 15,28), han decidido que a los cristianos venidos del paganismo sólo hay que pedirles la observancia de algunas normas indispensables para la sana convivencia con los cristianos de origen judío. Las rígidas normas existentes por parte de los judíos para tratar con los paganos sin contraer impureza, dificultaban las reuniones entre cristianos, sus comidas fraternas y la fracción del pan o Eucaristía (2,11-13). Por eso se exige a los paganos que se han hecho cristianos el cumplimiento de algunos preceptos que garanticen la convivencia (15,29; nota a 15,6-21). La transgresión de cualquiera de estas normas referidas a la mesa común, no constituía en sí misma un pecado, pues son de carácter socio–cultural. Sin embargo, Pablo enseña que aunque el discípulo se sienta libre de esos preceptos, es preferible, si se va a ofender a un hermano, renunciar al uso de la libertad y observar el precepto, porque la finalidad de la Ley es el amor a Dios y al prójimo (Rom 14; 1 Cor 8,7-13).
15,22: 2 Cor 1,19 / 15,24: Gál 2,12 / 15,32: 1 Cor 14,1
Hch 15,34: algunos manuscritos, aunque no los principales, traen: «Pero a Silas le pareció mejor quedarse allí».
Se produjo un desacuerdo tan grande…
36 Pasado un tiempo, Pablo dijo a Bernabé: «Vayamos a visitar otra vez a los hermanos de todas las ciudades en las que hemos anunciado la Palabra del Señor, para ver cómo están». 37 Bernabé quería llevar también a Juan, llamado Marcos, 38 pero Pablo consideraba que no debían llevar al que los había abandonado en Panfilia y no había colaborado en la tarea. 39 Se produjo un desacuerdo tan grande, que terminaron separándose uno del otro. Bernabé, entonces, se embarcó rumbo a Chipre junto con Marcos. 40 Pablo, por su parte, después de elegir a Silas, salió de allí, encomendado a la gracia del Señor por los hermanos, 41 y recorrió Siria y Cilicia, confirmando en la fe a las comunidades, 161a hasta que llegó a Derbe y Listra.
15,36-16,1a: Con un profundo desacuerdo con Bernabé comienza el segundo viaje misionero de Pablo (15,36-16,40), dirigido sobre todo a ciudades grecorromanas, el que duró dos años más o menos (50-52 d.C.). Pablo se separa de Bernabé, su compañero en el primer viaje, porque éste quiere llevar consigo a Juan Marcos, su primo (Col 4,10). Pablo se opone, porque Marcos los había abandonado durante el primer viaje (Hch 13,13). La fuerte discusión entre ellos los separa: Bernabé retorna a la isla de Chipre, su patria (4,36), acompañado por Marcos, y Pablo con Silas se van a la región de Licaonia (16,1a: Derbe y Listra), en el Asia Menor, para pasar a Europa. Es posible que Bernabé y Marcos respondieran a una corriente más restrictiva respecto a la apertura a los paganos, mientras que Silas y Timoteo, nuevos compañeros de misión de Pablo, tuvieran una visión más abierta y afín al pensamiento del Apóstol en lo que se refiere a la incorporación de los paganos a la Iglesia. Silas (o “Silvano”, nombre latinizado) pertenecía a la comunidad de Jerusalén, había acompañado a Pablo como portador de la carta a los cristianos de Antioquía y poseía el don de profecía (15,27.32). Las dos Cartas a los tesalonicenses tendrán por remitente a Pablo, Silas y Timoteo (1 Tes 1,1; 2 Tes 1,1), lo que nos habla de un equipo de misión que poco a poco se va afiatando.
15,39: Gál 2,11-13 / 16,1a: 1 Tes 3,2; 1 Cor 4,17
¡Tienes que venir a Macedonia a ayudarnos!
161b Había en Listra un discípulo llamado Timoteo, hijo de una mujer judía creyente, pero de padre griego. 2 Todos los hermanos de Iconio y Listra hablaban muy bien de él. 3 Pablo, que deseaba que Timoteo lo acompañara, lo circuncidó por causa de los judíos de aquella región, porque todos sabían que su padre era griego.
4 En todas las ciudades por las que pasaban les comunicaban las decisiones tomadas por los apóstoles y presbíteros de Jerusalén para que las cumplieran. 5 Las comunidades se fortalecían en la fe y cada día aumentaban en número.
6 Como el Espíritu Santo les prohibió anunciar la Palabra en Asia, atravesaron Frigia y la región de Galacia 7 y, al llegar a los límites de Misia, intentaron entrar en el territorio de Bitinia; sin embargo, el Espíritu de Jesús no se lo permitió. 8 Entonces, pasaron de largo por Misia y bajaron a Tróade.
9 Durante la noche, Pablo tuvo una visión: un hombre de Macedonia que, de pie ante él, le rogaba: «¡Tienes que venir a Macedonia a ayudarnos!».
10 En cuanto Pablo tuvo la visión, intentamos de inmediato partir a Macedonia, convencidos de que Dios nos llamaba para que les anunciáramos la Buena Noticia.
16,1b-10: Durante el segundo viaje misionero (50-52 d.C.; nota a 15,36-16,1a), además de Silas, Pablo contará con Timoteo, un discípulo de buena fama en la comunidades de Listra e Iconio, ciudades de la región de Licaonia. Se trata de un convertido al cristianismo de madre judía cristiana (16,1b; 2 Tim 1,5), pero que no estaba circuncidado quizás por influjo de su padre griego. Pablo describe a Timoteo como un eficaz colaborador y con él escribe algunas de las cartas a las comunidades (2 Cor; Flp; Col; 1-2 Tes). Al mismo Timoteo, Pablo le escribe dos cartas (1 y 2 Tim). Aunque el Apóstol se opuso a la circuncisión de los cristianos venidos del paganismo (Hch 15,1-2) hace circuncidar a Timoteo para mostrar que los judíos pueden seguir siendo fieles a su Ley y tradiciones, siempre que no lo consideren necesario para la salvación, pues ésta se alcanza sólo por la fe en Jesucristo. El presente pasaje destaca el crecimiento de las comunidades cristianas en Asia, pero como es el Espíritu Santo quien impulsa la misión entre los paganos, no permite que Pablo y sus colaboradores continúen evangelizando la región (16,5-7). La razón es que Dios les pide que dejen el continente asiático y comiencen la misión en Europa (16,10). Hechos 16,10 es el primer pasaje de la llamada “sección nosotros”, pues el relato pasa inesperadamente a la primera persona del plural.
16,3: 2 Tim 1,5 / 16,6: Gál 4,13-15 / 16,7: Flp 1,19 / 16,8: 2 Tim 4,13
El Señor le abrió el corazón a Lidia
11 Nos embarcamos en Tróade y navegamos directamente a Samotracia y, al día siguiente, a Neápolis. 12 Desde allí fuimos a Filipos, una colonia romana y ciudad importante de esa región de Macedonia. Durante algunos días nos detuvimos en esta ciudad. 13 El día sábado salimos de la ciudad hacia la orilla de un río, donde suponíamos que había un lugar de oración de los judíos. Nos sentamos y comenzamos a hablar con las mujeres que se habían reunido allí. 14 Una de ellas, llamada Lidia, comerciante de telas teñidas de púrpura, de la ciudad de Tiatira y que adoraba a Dios, nos escuchaba. Y el Señor le abrió el corazón para que recibiera lo que decía Pablo. 15 Después que ella y su familia recibieron el bautismo, nos rogó: «Si están convencidos que creo en el Señor, vengan a hospedarse en mi casa». Y nos insistió para que aceptáramos.
16,11-15: Pablo, acompañado por Timoteo y Silas, llegan a Filipos, en la provincia romana de Macedonia, ciudad que gozaba de especiales privilegios en el Imperio romano, y primer lugar en Europa evangelizado por Pablo y sus colaboradores. Existía aquí una comunidad judía que no tenía sinagoga. Las mujeres de religión judía se reunían los sábados a orillas de un río, donde podían purificarse y orar (16,13). Pablo y sus acompañantes comenzaron a hablar con aquellas mujeres. Lucas nos informa de una de ellas, Lidia, mujer pagana convertida al judaísmo, originaria de Tiatira, ciudad de la provincia romana de Asia que era célebre por su producción y exportación de tintura de púrpura, que Lidia comercializaba; debió tener una buena posición económica, porque tanto la tintura de púrpura como las telas teñidas con ella eran muy bien cotizadas en el mercado. Lidia fue la primera convertida a la fe cristiana en Europa. Su conversión se debió a la acción de Dios que tocó su corazón (16,14; Jn 6,44.65), y de inmediato la bautizan junto con toda su familia. Ella, mediante ruegos, fuerza a Pablo y a su grupo misionero para que se alojen en su casa, compartiendo lo que poseía, al igual como antes Tabita y Cornelio (Hch 9,36; 10,2).
16,11: 2 Cor 2,12 / 16,12: Flp 1,1 / 16,14: Ap 2,18
¡En nombre de Jesucristo, te ordeno que salgas de esta mujer!
16 Cuando íbamos hacia el lugar de oración, sucedió que nos salió al encuentro una muchacha poseída por un espíritu de adivinación que, con sus vaticinios, proporcionaba grandes ganancias a sus amos. 17 Ella seguía a Pablo y a nosotros, gritando: «¡Estos hombres son servidores del Dios Altísimo, y les anuncian un camino de salvación!». 18 Así lo hizo durante muchos días, hasta que Pablo, indignado, se volvió y dijo al espíritu: «¡En nombre de Jesucristo, te ordeno que salgas de esta mujer!». Y en ese mismo momento, el espíritu salió de ella.
19 Sus amos, al ver que perdían la posibilidad de obtener más ganancias, se apoderaron de Pablo y Silas, y los arrastraron hasta la plaza pública en la que se reunían las autoridades. 20 Los presentaron ante los magistrados, y dijeron: «Estos hombres provocan la confusión en nuestra ciudad. Son judíos 21 que predican costumbres que nosotros, los romanos, no podemos aceptar ni practicar». 22 La multitud se levantó contra ellos, y los magistrados ordenaron que les quitaran la ropa y los azotaran con varas. 23 Después de haberles dado muchos golpes, los encerraron en la prisión y ordenaron al carcelero que los tuviera bien custodiados. 24 Al recibir esta orden, él los puso en una celda interior y les sujetó los pies en el cepo.
16,16-24: Porque deja obrar a Dios en su corazón, Lidia se abre a la fe en Jesucristo y hospeda en su casa a los enviados de Jesús (nota a 16,11-15). En contraste, los que por amor al dinero se cierran a la fe, impiden que se difunda la Palabra de Dios (16,22-24; 19,21-40). El relato se centra en una joven esclava que tiene el poder de adivinar el futuro, porque está poseída por el espíritu de Pitón, la colosal serpiente que custodiaba los oráculos de Delfos. Lucas no se detiene en la autenticidad de la posesión, pues sólo quiere mostrar la superioridad del mensaje anunciado por Pablo y sus colaboradores (16,18; ver 13,5-12). El espíritu que habla a través de la joven reconoce quiénes son los apóstoles y que el Evangelio que anuncian es «un camino de salvación» (16,17; ver 9,2; 19,23). Pablo, invocando el nombre de Jesucristo, expulsa al demonio. Pero los dueños de la esclava no ven el evidente poder de Dios, sino la ganancia fácil que se les escapa de las manos. Entonces, arrastran a Pablo y Silas ante los jueces del pueblo, aunque ocultan la verdadera razón por la que quieren que sean castigados. Así como sucedió con Jesús (Lc 23,1-2), también Pablo y Silas son acusados de estar contra el gobierno romano (Hch 16,20-21). Y sin ningún juicio previo, los apóstoles son azotados y encarcelados (2 Cor 11,23-25).
16,17: Mt 8,29 / 16,18: Mc 16,17 / 16,21: Jn 19,40 / 16,22: 1 Tes 2,2
¿Qué debo hacer para salvarme?
25 A eso de la medianoche, Pablo y Silas estaban en oración, cantando himnos a Dios, mientras los demás presos escuchaban. 26 De pronto, se produjo un fuerte terremoto, de modo que la prisión se conmovió hasta los cimientos y, de inmediato, todas las puertas se abrieron y se soltaron las cadenas de todos los prisioneros. 27 El carcelero se despertó y, al ver que las puertas de la cárcel estaban abiertas, pensó que todos los prisioneros habían huido, y sacó la espada para matarse. 28 Pablo le gritó: «¡No te hagas ningún daño! ¡Todos estamos aquí!». 29 El carcelero pidió una lámpara, entró precipitadamente a la celda y, temblando, fue a postrarse ante Pablo y Silas. 30 Después de sacarlos, les preguntó: «¡Señores!, ¿qué debo hacer para salvarme?». 31 Ellos le respondieron: «Cree en el Señor Jesús, y te salvarás tú y tu familia». Y le anunciaron la Palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa. 33 Y a aquellas horas de la noche, el carcelero se hizo cargo de ellos, les curó las heridas y de inmediato se hizo bautizar junto con toda su familia. 34 Después los llevó a su casa, les preparó una comida y celebró con todos los suyos la alegría de haber creído en Dios.
35 A la mañana siguiente, los magistrados enviaron a los guardias con la orden de poner en libertad a Pablo y a Silas. 36 El carcelero le informó de esto a Pablo: «Los magistrados han ordenado que los ponga en libertad. Ahora pueden irse en paz». 37 Pero Pablo respondió a los guardias: «A nosotros, que somos ciudadanos romanos, nos azotaron públicamente sin ningún juicio previo, y nos encarcelaron, ¿y ahora quieren sacarnos a escondidas? ¡De ninguna manera! ¡Que vengan ellos en persona y nos saquen!». 38 Los guardias transmitieron estas palabras a los magistrados y, cuando éstos oyeron que eran ciudadanos romanos, se asustaron 39 y fueron a pedirles disculpas y a rogarles que salieran de la ciudad. 40 Pablo y Silas salieron de la cárcel y se dirigieron a casa de Lidia. Allí vieron a los hermanos, les dirigieron palabras de aliento y después se fueron.
16,25-40: Como ya había ocurrido con Pedro, Dios abre las puertas de la prisión donde estaban encarcelados Pablo y Silas, pero a diferencia de Pedro (nota a 12,1-25), no salen de la cárcel. Es posible que hayan querido evitar el castigo de los carceleros, pues recibían la misma pena reservada a los prisioneros bajo su custodia (12,19; 27,42). El encargado de la prisión reconoce que ocurrió un milagro y, dando por supuesto que Pablo y Silas eran portadores de un mensaje de salvación, pregunta lo que otros ya habían hecho: «¿Qué debo hacer para salvarme?» (16,30; ver 2,37; Lc 3,10). La respuesta es creer en Jesucristo con aquella «fe que actúa por medio del amor» (Gál 5,6). Y así comienza su vida cristiana, pues de inmediato se ocupa de curar las heridas de los prisioneros que fueron azotados y, como había sucedido con Lidia (Hch 16,15), se hace bautizar él y toda su familia. Cuando hicieron saber a los apóstoles que quedaban libres, Pablo exige que los mismos magistrados que los encarcelaron, los liberaran y les pidieran disculpas. La razón es que Pablo, por ser de Tarso de Cilicia, era ciudadano romano (22,3.25-28) y había sido azotado y encarcelado sin juicio previo. La Ley Porcio (de M. Porcio Catón) prohibía que quien tenía la ciudadanía romana fuera azotado y, si alguien lo hacía, recibía un severo castigo; de aquí el temor de los magistrados (16,38). Luego de recibir las disculpas de éstos, se reunieron con la comunidad en casa de Lidia y la exhortaron a ser fieles.
16,25: Col 3,16 / 16,29: Heb 12,21 / 16,35: Lc 22,52 / 16,37: Lc 22,63 / 16,38: Lc 22,2 / 16,39: 1 Tes 2,2 / 16,40: Ef 6,23
Este Mesías es Jesús, el que yo les anuncio
171 Después de atravesar Anfípolis y Apolonia, llegaron a Tesalónica, donde los judíos tenían una sinagoga. 2 Como de costumbre, Pablo se dirigió a la sinagoga y, durante tres sábados, discutió con ellos basándose en las Escrituras, 3 explicándoles y demostrándoles que el Mesías debía padecer y resucitar de entre los muertos, y que «este Mesías es Jesús, el que yo les anuncio». 4 Algunos de ellos se convencieron y se unieron a Pablo y a Silas, así como una gran multitud de griegos que adoraban a Dios y muchas mujeres influyentes.
5 Pero los judíos, llenos de envidia, reunieron algunos delincuentes de la calle y, provocando un tumulto, sembraron la confusión en la ciudad. Se presentaron en la casa de Jasón, buscando a Pablo y a Silas, para llevarlos ante el pueblo. 6 Como no los encontraron, arrastraron a Jasón y a algunos hermanos ante los magistrados de la ciudad, gritando: «Éstos, que han revolucionado a todo el mundo, han venido también aquí 7 y Jasón los ha hospedado en su casa; todos ellos están contra las decisiones del César y afirman que hay otro rey, que es Jesús». 8 Cuando la gente y los magistrados oyeron esto, quedaron desconcertados 9 y, después de recibir una fianza de Jasón y los otros, los dejaron ir. 10 De inmediato, durante la noche, los hermanos hicieron salir a Pablo y a Silas hacia Berea. Cuando llegaron, se dirigieron a la sinagoga de los judíos. 11 Éstos, que eran mejores que los de Tesalónica, recibieron la Palabra con mucho interés y examinaban cada día las Escrituras para ver si las cosas eran como se las decían. 12 Muchos de ellos abrazaron la fe, así como también mujeres griegas distinguidas y muchos hombres.
13 Pero cuando los judíos de Tesalónica supieron que Pablo había predicado la Palabra de Dios también en Berea, fueron allá para perturbar a la gente y provocar su agitación. 14 Entonces los hermanos hicieron salir con rapidez a Pablo hacia la costa, mientras Silas y Timoteo se quedaban en Berea. 15 Los que acompañaban a Pablo lo llevaron hasta Atenas y regresaron con la orden de que Silas y Timoteo fueran a reunirse con él cuanto antes.
17,1-15: Pablo y sus compañeros de misión dejan Filipos y viajan a Tesalónica, capital de la provincia romana de Macedonia, ubicada en la Via Egnatia. En la sinagoga de la comunidad judía, Pablo predica el kerigma o primer anuncio acerca de Jesús: él es el Mesías y ha muerto y resucitado conforme a la voluntad de Dios revelada en las Escrituras (17,1-3; 1 Cor 15,3-4). Los que se abren a la fe son unos pocos judíos y una gran cantidad de paganos, simpatizantes de la religión judía, los llamados “temerosos de Dios” (nota a 13,13-43). Varias mujeres de las principales familias de la ciudad pertenecían a este grupo (Hch 13,50), y muchas aceptan la fe cristiana. Pero al igual que en otras partes, los judíos persiguen a Pablo. Para esto, ya se habían servido de la gente de clase alta (13,50), en cambio en Tesalónica recurren a delincuentes comunes (17,5). Al no encontrar a los misioneros, arrastran a otros discípulos ante los tribunales y, como en Filipos (16,20-21), los acusan de conspirar contra el gobierno romano (17,7). Pablo y sus colaboradores se trasladan a Berea, ciudad a 75 km. al oeste de Tesalónica e importante puesto militar romano, donde la predicación de la Palabra de Dios tendrá mejor respuesta. La llegada de los judíos de Tesalónica, con la intención de indisponer a la población contra los misioneros, acelera la partida de Pablo a Atenas.
17,2: 1 Tes 2,9; 2 Tes 3,7-10 / 17,3: Lc 24,25-27 / 17,5: 1 Tes 2,14 / 17,7: Lc 23,2; Jn 19,12 / 17,11: Jn 5,39 / 17,15: 1 Tes 3,1-5
Al dios desconocido
16 Mientras esperaba en Atenas a Silas y Timoteo, Pablo se indignaba cada vez más al ver el culto a los ídolos que reinaba en la ciudad. 17 En la sinagoga, discutía con los judíos y con los que adoraban a Dios y, en la plaza, hablaba todos los días con los que allí concurrían. 18 Algunos de los filósofos epicúreos y estoicos discutían con él. Unos preguntaban: «¿Qué estará diciendo este charlatán?». Y otros, oyendo que Pablo les anunciaba a Jesús y la resurrección, decían: «Parece que es un predicador de divinidades extranjeras». 19 Entonces, lo llevaron al Areópago y le preguntaron: «¿Se puede saber qué doctrina nueva es ésta que tú enseñas? 20 Queremos saber qué significan estas cosas extrañas que te oímos decir». 21 En efecto, todos los atenienses y los extranjeros que están de paso no ocupan el tiempo sino en hablar o escuchar cosas novedosas.
22 Entonces Pablo se puso de pie en medio del Areópago y dijo: «Atenienses, veo que ustedes son, desde todo punto de vista, personas muy religiosas. 23 Porque mientras paseaba y contemplaba sus monumentos sagrados, encontré un altar en el que estaba escrito: “Al dios desconocido”. Ahora bien, yo les vengo a anunciar lo que ustedes adoran sin conocer. 24 El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él no habita en templos hechos por manos humanas, porque es el Señor del cielo y de la tierra. 25 Tampoco tiene necesidad de ser servido por los seres humanos, ya que él es el que da a todos la vida, el aliento y todo lo demás. 26 A partir de un solo hombre hizo todo el género humano, para que habitara sobre toda la superficie de la tierra, fijando para cada pueblo dónde y cuándo debían vivir, 27 y para que, buscando a Dios, pueda encontrarlo, aunque sea a tientas, puesto que no está lejos de cada uno de nosotros 28 ya que en él vivimos, nos movemos y existimos. Así lo dijeron algunos de los poetas de ustedes: “Somos también de su raza”. 29 Si somos de la raza de Dios, no debemos pensar que la divinidad es semejante al oro, a la plata o a la piedra, trabajados por el arte y el ingenio humano. 30 Pero ahora Dios, pasando por alto el tiempo en que fue desconocido, ordena a todos los hombres en todas partes que se arrepientan, 31 porque ya fijó el día en que juzgará al mundo con rectitud, por medio de un hombre que ha destinado para esto, y lo acreditó ante todos resucitándolo de entre los muertos».
32 Cuando oyeron «resurrección de entre los muertos», comenzaron a burlarse de él, mientras otros decían: «En otra oportunidad te escucharemos hablar de esto». 33 Así fue como Pablo se apartó de ellos. 34 Pero algunos hombres se unieron a él y abrazaron la fe, entre ellos Dionisio, el areopagita, una mujer llamada Dámaris y algunos más.
17,16-34: Pablo llega a Atenas (17,15), centro cultural del helenismo, ciudad ansiosa de las últimas novedades respecto a dioses y filosofías (17,21). Lo invitan al Areópago o plaza pública para que exponga su religión. Lucas muestra así el derecho que tiene la verdad cristiana y sus mensajeros de ocupar la cátedra de famosos filósofos y grupos destacados como epicúreos y estoicos (17,18). El Apóstol, conocedor del mundo grecorromano, comienza elogiando la religiosidad de los atenienses, pues tienen hasta un altar «al dios desconocido» (17,23). Luego, insiste en dos temas básicos: hay un solo Dios que es creador y providente, y este Dios resucitó a Jesucristo, validando así su misión y haciéndolo Juez universal. Los atenienses, para creer en Cristo, deben abandonar los ídolos y convertirse al Dios único, creador de todo lo que existe y quien da lo necesario para vivir. Él, por tanto, nada necesita, tampoco sacrificios y templos. En vez de citarles las Escrituras, las que no conocen, Pablo cita Los fenómenos de Arato, filósofo estoico del siglo III a.C. (17,28). Sin embargo, cuando anuncia a Jesucristo todo fracasa al hablar de su resurrección de entre los muertos, pues los epicúreos no admitían la espiritualidad e inmortalidad del alma, y los estoicos consideraban que la materia y el cuerpo son un castigo, por lo que no existía ninguna posibilidad de que el cuerpo reviviera. Por ello interrumpen a Pablo y se burlan de él; sin embargo, unos pocos se hacen cristianos, y de dos de ellos se dan sus nombres: Dionisio y una mujer llamada Dámaris, de quienes no se tiene noticia alguna.
17,22: Rom 1,19-25 / 17,23: Jn 4,22 / 17,24-25: Gn 1; 2 Mac 14,35 / 17,26: Dt 32,8 / 17,27: Sab 13,6 / 17,30: Rom 3,25-26 / 17,31: Sal 96,13 / 17,32: 1 Cor 2,1-5
Sigue hablando y no te calles
181 Después de esto, Pablo dejó Atenas y se fue a Corinto. 2 Allí encontró a un judío llamado Áquila, nacido en la región del Ponto, que acababa de llegar de Italia junto con Priscila, su mujer, porque Claudio había decretado que todos los judíos debían abandonar Roma. Pablo se unió a ellos 3 y, como eran fabricantes de carpas, residía y trabajaba con ellos, pues tenían el mismo oficio.
4 Todos los sábados discutía en la sinagoga, tratando de convencer a judíos y griegos. 5 Cuando Silas y Timoteo llegaron de Macedonia, Pablo se dedicó por completo a la predicación, testimoniando ante los judíos que Jesús era el Mesías. 6 Como ellos lo contradecían e insultaban, Pablo manifestó su protesta sacudiendo su manto, y les dijo: «Ustedes son responsables de su perdición. Yo no tengo en esto culpa alguna. De ahora en adelante me dedicaré a los paganos». 7 Y saliendo de allí, se fue a vivir a la casa de un hombre que temía a Dios, llamado Ticio Justo, que vivía junto a la sinagoga. 8 Crispo, el jefe de la sinagoga, creyó en el Señor junto con toda su familia. También muchos corintios, cuando oyeron hablar a Pablo, abrazaron la fe y se hicieron bautizar.
9 Durante la noche, el Señor le habló a Pablo en un sueño y le dijo: «No tengas miedo. Sigue hablando y no te calles, 10 porque yo estoy contigo y nadie te pondrá la mano encima para hacerte daño, puesto que en esta ciudad yo tengo un pueblo numeroso». 11 Entonces Pablo se quedó allí un año y medio enseñándoles la Palabra de Dios.
18,1-11: Pablo abandona Atenas y se traslada a Corinto que, con sus dos puertos, era la populosa capital de la provincia romana de Acaya. Allí se encuentra con los esposos Aquila y Priscila (o “Prisca”), judeocristianos que debieron abandonar Roma el año 49 d.C. por decreto del emperador Claudio. Con Pablo comparten el mismo oficio: fabrican lonas y carpas con paños de pelo de cabra de Cilicia. En adelante, Aquila y Priscila serán sus colaboradores en la tarea misionera (18,18; 1 Cor 16,19), incluso expondrán sus vidas para salvarlo (Rom 16,3-4). Los sábados, Pablo discute con los judíos en la sinagoga y, algunos de ellos, al igual que varios paganos, abrazan la fe cristiana. Sin embargo, otros judíos rechazan la predicación y los argumentos de Pablo. Ante esto, como en Antioquía de Pisidia (Hch 13,44-47), el Apóstol declara que se dedicará a los paganos, e incluso se va a vivir en casa de uno de ellos. En este nuevo domicilio sigue predicando y varios paganos se convierten y reciben el bautismo. Como la situación es conflictiva, el Señor le habla para que, con renovado ánimo, siga anunciando el Evangelio. Las expresiones «no tengas miedo…, yo estoy contigo…, nadie te pondrá la mano encima para hacerte daño…» (18,9-10) son eco del relato vocacional de Jeremías, elegido por Dios para que sea su profeta entre las naciones (Jr 1,8.19). Como en Corinto había una gran cantidad de personas dispuestas a escuchar la Palabra de Dios, Pablo se ocupa de ellos, para lo cual permanece allí más tiempo de lo presupuestado (Hch 18,11).
18,2: 2 Tim 4,19 / 18,3: 1 Cor 4,12 / 18,5: Mt 1,17 / 18,6: Mt 27,24-25 / 18,8: 1 Cor 1,14 / 18,9: Jr 1,8 / 18,10: Jn 10,16
Induce a la gente a rendir a Dios un culto contrario a la Ley
12 Cuando Galión era gobernador de Acaya, los judíos, de común acuerdo, tomaron a Pablo y lo condujeron al tribunal, 13 diciendo: «Este hombre induce a la gente a dar a Dios un culto contrario a la Ley». 14 Pablo estaba por comenzar a hablar, cuando Galión dijo a los judíos: «¡Judíos! Si se tratara de un crimen o de un delito es razonable que yo les preste atención. 15 Pero si es un problema de palabras, nombres y cuestiones referentes a su Ley, véanlo ustedes. ¡Yo no quiero ser juez de estas cosas!». 16 Y los expulsó del tribunal. 17 Entonces todos tomaron a Sóstenes, el jefe de la sinagoga, y comenzaron a golpearlo ante el tribunal sin que esto le preocupara a Galión.
18 Pablo permaneció todavía un tiempo con los hermanos y, después de despedirse de ellos, se embarcó para Siria acompañado por Priscila y Áquila. En Cencreas se hizo cortar el pelo, porque había hecho un voto. 19 Cuando llegaron a Éfeso, se separó de ellos y entró en la sinagoga a debatir con los judíos. 20 Éstos le rogaban que se quedara más tiempo, pero él no quiso, 21 sino que se despidió, diciéndoles: «Si Dios quiere, volveré otra vez». Y se fue de Éfeso. 22 Cuando llegó a Cesarea fue a saludar a la comunidad, y después se dirigió a Antioquía.
18,12-22: Los judíos de Corinto, adversarios de Pablo, lo acusan ante el tribunal romano de promover un culto contrario a la Ley. Como a Galión, hermano del filósofo Séneca y procónsul en Acaya (51-52 d.C.), no le corresponde ser juez en asuntos referidos a la Ley judía, los expulsa del tribunal. Sóstenes ha reemplazado a Crispo como jefe de la sinagoga, elegido en el cargo luego de la conversión de Crispo a Jesucristo (18,8). Los judíos reaccionan con violencia contra Sóstenes, sin que a Galión le importe (18,17), por el fracaso de su gestión, pues con probabilidad encabezaba el grupo que acusaba a Pablo ante el tribunal. Después de pasar un tiempo en Corinto, el Apóstol da por terminada su misión y regresa a Antioquía. Junto con él, viaja el matrimonio de Áquila y Priscila que se quedan a residir en Éfeso (18,19). Pablo, que en Hechos aparece como un gran observante de las tradiciones judías, se corta el pelo en Cencreas, uno de los dos puertos de Corinto (18,18), antes de ir a Antioquía de Siria. De este modo concluye su voto de nazir, según parece con otros cuatro judíos (21,23-24), voto que consagraba a Dios de por vida o temporalmente y requería dejarse crecer el cabello, evitar el contacto con cadáveres y abstenerse de vino y bebidas fermentadas (Nm 6,1-21; Hch 21,23-24). Luego, Lucas narra brevemente el regreso de Pablo a Antioquía y pasa de inmediato al tercer viaje apostólico.
18,12: 1 Tes 2,14-16 / 18,15: Jn 18,31 / 18,17: 1 Cor 1,1 / 18,18: Rom 16,1 / 18,21: Sant 4,15 / 18,22: Gál 2,5
Apolo era muy elocuente e instruido en las Escrituras
23 Luego de pasar allí un tiempo, salió para recorrer las regiones de Galacia y Frigia, confirmando en la fe a todos los discípulos.
24 Llegó a Éfeso un judío originario de Alejandría, llamado Apolo, que era muy elocuente y conocía bien las Escrituras. 25 Había sido instruido en el camino del Señor y con fervor de espíritu hablaba y enseñaba correctamente lo referente a Jesús, aunque sólo conocía el bautismo de Juan. 26 Comenzó a predicar con entusiasmo en la sinagoga y, cuando Priscila y Áquila lo oyeron, lo llevaron con ellos y le expusieron con mayor exactitud el camino de Dios. 27 Como Apolo deseaba ir a Acaya, los hermanos apoyaron su decisión y escribieron una carta dirigida a los discípulos para que lo recibieran. Apenas llegó fue de gran provecho para los que, por la gracia de Dios, habían creído, 28 porque refutaba con energía a los judíos, demostrándoles por medio de las Escrituras que Jesús era el Mesías.
18,23-28: Durante su tercer viaje apostólico (53-58 d.C.; 18,23-20,38), Pablo se establece unos tres años en Éfeso (20,31), capital de la provincia romana de Asia y punto de encuentro entre oriente y occidente. Allí desarrolla una intensa actividad misionera apoyado, entre otros, por Áquila y Priscila, matrimonio radicado en esa ciudad (18,18-19). Colabora un nuevo misionero, Apolo (18,24), un judío ciudadano del mundo grecorromano, de cultura griega y muy elocuente. Por sus orígenes judíos era experto en la Sagrada Escritura, la que leería en griego e interpretaría según el método alegórico, como lo hacían los judíos helenistas. Había abrazado la fe cristiana, pero como sólo conocía bien lo de Juan Bautista, predicaba el bautismo de penitencia cuyo fin era manifestar públicamente el arrepentimiento de los pecados (19,4; Lc 3,3). Áquila y Priscila lo instruyen en la novedad del bautismo cristiano que incorpora a Jesucristo y concede el don Espíritu Santo y, por ello, realmente purifica de los pecados y hace partícipe de la vida divina (3,16; Hch 1,5). Con su nueva formación, Apolo va a Corinto, capital de Acaya (Hch 18,27), para anunciar allí que Jesús es el Mesías. Los hermanos de Éfeso le facilitan cartas de presentación (Rom 16,1-2; 2 Cor 3,1-3). Su predicación fue muy fecunda, pero algunos de la comunidad, por no entender el papel de quien los misiona (1 Cor 3,5), se identifican con él, otros con Pablo o con algún otro, formando partidos enfrentados entre sí (1,12). Varios son los misioneros y grupos que participan en la tarea evangelizadora de entonces, y no siempre en total acuerdo.
18,24: 1 Cor 1,12; 3,3-10; 16,12 / 18,25: Mc 1,4 / 18,27: Col 4,10 / 18,28: Mt 16,16
¿Recibieron el Espíritu Santo cuando aceptaron la fe?
191 Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo atravesó las regiones altas y llegó a Éfeso. Allí encontró a algunos discípulos 2 y les preguntó: «¿Recibieron el Espíritu Santo cuando aceptaron la fe?». Ellos le respondieron: «Ni siquiera hemos oído decir que exista un Espíritu Santo». 3 Él les volvió a preguntar: «¿Qué bautismo recibieron?». Ellos contestaron: «El bautismo de Juan». 4 Pablo, entonces, les explicó: «Juan bautizó con un bautismo de conversión, diciéndole a la gente que creyera en el que vendría después de él, es decir, en Jesús». 5 Cuando oyeron esto, se hicieron bautizar en el nombre del Señor Jesús 6 y, después que Pablo les impuso las manos, el Espíritu Santo descendió sobre ellos y comenzaron a hablar en diversas lenguas y a profetizar. 7 Eran, en total, unos doce hombres.
19,1-7: Cuando Pablo llega a Éfeso, encuentra a algunos discípulos, como Apolo (18,24-25), que sólo conocen el bautismo de penitencia para el arrepentimiento público de los pecados, predicado por Juan Bautista, bautismo que preparaba para recibir al Mesías como si no hubiera ya venido. Ignoran, pues, que Jesús es el Mesías enviado por Dios, que en él reside el Espíritu Santo y que tiene la potestad de enviarlo sobre quien quiera (nota a 18,23-28). Se sabe que en el siglo II d.C. había una secta que tenía a Juan Bautista como Mesías y rechazaba a Jesús. A los de Éfeso, Pablo les recuerda que el mismo Bautista había dicho que se debía creer en Jesús (Lc 3,15-17; Jn 1,19-33). Luego del bautismo y de la imposición de las manos por parte de Pablo, que tenía autoridad para ello como los Doce apóstoles, desciende el Espíritu Santo sobre los bautizados. Así Éfeso, de tanta importancia para Lucas y la misión de Pablo, tuvo su Pentecostés al igual que Jerusalén (Hch 2,4). Ellos son ahora discípulos del Señor, formando parte de su comunidad de salvación.
19,2: Jn 7,39 / 19,4: Mt 3,11 / 19,6-7: 1 Tim 4,14-16
Dios hacía milagros extraordinarios por medio de Pablo
8 Pablo fue a la sinagoga y durante tres meses predicó con valentía, discutiendo e intentando convencer a sus oyentes acerca del Reino de Dios. 9 Pero como algunos se obstinaban y se negaban a creer, hablando mal del Camino ante la gente, se alejó de ellos y, tomando por separado a un grupo de discípulos, discutía con ellos todos los días en la escuela de Tirano. 10 Esto duró dos años, de modo que todos los habitantes de Asia, tanto judíos como griegos, oyeron la Palabra de Dios.
11 Dios hacía milagros extraordinarios por medio de Pablo, 12 al punto que bastaba que aplicaran sobre los enfermos los pañuelos o paños que habían tocado el cuerpo de Pablo, para que desaparecieran de ellos las enfermedades y salieran los espíritus malignos.
19,8-12: Lucas, mediante un nuevo sumario (nota a 1,12-14), da cuenta de la actividad evangelizadora de Pablo entre judíos y paganos en Éfeso, la que desarrolló durante dos años. Gracias a la primera parte de Hechos supimos de los milagros que los apóstoles y, Pedro en particular, realizaban por el poder del Señor (3,1-10; 5,15-16; 9,32-43). Ahora se nos informa que se realizan curaciones extraordinarias gracias al contacto con la ropa de Pablo, pero se deja claro que es Dios quien hace los milagros (19,11). A pesar de todo, sigue la oposición de los judíos al «Camino», es decir, a la enseñanza de Cristo y al estilo de vida consecuente con ella (19,9.23; ver 9,1-2).
19,8: 1 Cor 15,30-32 / 19,10: Col 1,7; 4,12-13 / 19,11-12: 2 Cor 12,12
¡Los conjuro por Jesús, a quien Pablo predica!
13 Algunos exorcistas judíos ambulantes intentaron invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malignos, y decían: «¡Los conjuro por Jesús, a quien Pablo predica!». 14 Los que hacían esto eran los siete hijos de un sumo sacerdote judío llamado Esceva. 15 El espíritu maligno les respondió: «Conozco a Jesús y sé quién es Pablo; pero ustedes, ¿quiénes son?». 16 Entonces el hombre que estaba poseído por el espíritu maligno se lanzó sobre ellos y, dominándolos, los trató con tanta violencia que tuvieron que huir desnudos y heridos de aquella casa. 17 Todos los habitantes de Éfeso, judíos y griegos, se enteraron de esto, de modo que se llenaron de temor y glorificaban al Señor Jesús.
18 Muchos de los que habían abrazado la fe iban a confesar sus pecados y a declarar cuáles habían sido sus prácticas de magia, 19 y bastantes de los que la habían practicado traían sus libros y los quemaban en presencia de todos. Se calculó que el precio de esos libros llegaba a cincuenta mil monedas de plata. 20 De esta manera, la Palabra crecía y se fortalecía por el poder del Señor.
19,13-20: En Filipos se había demostrado el poder de Dios que, mediante Pablo, derrotaba demonios (16,18). El presente relato se extiende sobre este tema, para extraer otras enseñanzas y concluir con un final risueño (19,15-16), que –en aquella cultural oral– correría rápidamente de boca en boca. Sabemos que había exorcistas judíos que invocaban el nombre de Jesús para expulsar demonios (Mt 12,27; Lc 9,49-50), como los hijos de Esceva, del que no hay otros testimonios históricos. La invocación del nombre de Jesús no hay que confundirla con una fórmula mágica. Invocar su Nombre requiere fe en él y obediencia a la Palabra de Dios, pues se invoca al Hijo para derrotar el pecado y las fuerzas del mal y así Dios Padre reine por él. A diferencia de los exorcistas ambulantes, Pablo tiene esa fe y ese poder, pues los demonios se someten a Jesús por la invocación de Pablo (Hch 19,13-15). Llevados por la admiración, y como debe ser, los efesios glorifican a Jesús a quien Pablo sirve (19,17). Como signo de la ruptura con su pasado pecaminoso, los que abrazan la fe cristiana confiesan sus pecados y destruyen los libros de magia, avaluados en una alta cantidad de dinero. Luego, para indicar que la Iglesia progresaba, Lucas nos lo dice con gran belleza: «la Palabra crecía y se fortalecía» (19,20; ver 2,41).
19,13: Mt 12,27 / 19,15: Mc 1,34 / 19,17: Lc 5,22 / 19,18: Sant 5,16
¡Grande es la Artemisa de los efesios!
21 Después de estos sucesos, Pablo decidió ir a Jerusalén pasando por Macedonia y Acaya. «Después de estar allí –decía Pablo– debo también visitar Roma». 22 Envió entonces a Macedonia a dos de sus colaboradores, Timoteo y Erasto, mientras que él se quedaba un tiempo más en Asia.
23 En esta circunstancia se produjo un grave desorden por causa del Camino. 24 Había un hombre llamado Demetrio, que era orfebre y fabricaba reproducciones en plata del templo de Artemisa. Con esta industria procuraba muchas ganancias a los artesanos que trabajaban con él. 25 Reunió entonces a éstos y a todos los que se dedicaban a este oficio, y les dijo: «Ustedes saben que nuestra ganancia depende de este trabajo, 26 pero están viendo y oyendo que no sólo en Éfeso, sino en casi toda la provincia de Asia, este Pablo ha convertido a mucha gente, convenciéndolos de que las cosas hechas por manos humanas no son dioses. 27 No sólo nuestra profesión está en peligro de perder su reputación, sino que también el templo de la gran diosa Artemisa puede perder su fama, y así la que es adorada en toda Asia y en el mundo entero sea despojada de su prestigio». 28 Cuando oyeron esto se llenaron de indignación y comenzaron a gritar: «¡Grande es la Artemisa de los efesios!».
29 Se produjo entonces un gran tumulto en la ciudad y todos se precipitaron en el teatro, deteniendo por la fuerza a los macedonios Gayo y Aristarco, compañeros de viaje de Pablo. 30 Pablo quería entrar para presentarse ante la gente, pero los discípulos no se lo permitieron. 31 Incluso algunos amigos suyos, autoridades importantes en la provincia de Asia, le enviaron un mensaje rogándole que no se expusiera presentándose en el teatro. 32 Entre la gente, unos gritaban una cosa y otros gritaban otra. Había gran confusión en la asamblea y la mayoría no sabía para qué se había reunido. 33 Entonces, los judíos empujaron de entre la multitud a un tal Alejandro, para que pasara al frente. Él, haciendo señas con la mano, pidió que se callaran, porque quería dar una explicación a la gente. 34 Pero cuando supieron que era judío, todos a la vez se pusieron a gritar durante dos horas: «¡Grande es la Artemisa de los efesios!».
35 Por fin, el secretario de la ciudad hizo que la gente se calmara y les dijo: «¡Efesios! ¿Qué hombre ignora que la ciudad de Éfeso es la guardiana del templo de la gran Artemisa venida del cielo? 36 Esto nadie lo puede negar, y por eso es necesario que se mantengan tranquilos y no obren apresuradamente. 37 Ustedes han traído a estos hombres que no han cometido ningún sacrilegio ni han blasfemado contra nuestra diosa. 38 Por tanto, si Demetrio y los artesanos que trabajan con él tienen alguna queja contra alguien, que vayan a los tribunales y presenten sus demandas ante los magistrados. 39 Y si ustedes tienen algún otro asunto para debatir, que esto se resuelva en la asamblea legítima. 40 Porque corremos el peligro de que nos acusen de sediciosos por lo que hoy ha sucedido, ya que no tenemos ninguna razón que justifique este alboroto». Habiendo dicho esto, el secretario disolvió la asamblea.
19,21-40: Con una clara evocación a Jesús, Lucas nos dice que Pablo decide ir a Jerusalén (19,21; Lc 9,51). Primero envía a sus colaboradores a la provincia de Macedonia, vía geográfica natural a Roma, mientras él permanece un tiempo más en Éfeso. En esta ciudad, capital de la provincia de Asia, se hallaba una de las siete maravillas del mundo antiguo: el templo a Artemisa, diosa de la fecundidad, que los romanos –con el nombre de Diana– le rendían culto como diosa de la caza. Se creía que su imagen había descendido del cielo (Hch 19,35). Su templo era centro de peregrinaciones y fuente de grandes ganancias por la venta de las reproducciones del santuario y de su imagen. Pablo, fundado en el Antiguo Testamento (Is 44,9-20; Sal 115,3-8), predica lo mismo que en Atenas: «¡Las cosas hechas por manos humanas no son dioses!» (Hch 19,26; ver 17,29). Las conversiones a la fe cristiana ponen en serio peligro no sólo el culto y el prestigio de la «que es adorada en toda Asia y en el mundo entero» (19,27), sino también las ganancias de orfebres y artesanos. De aquí el tumulto y los gritos de protesta (19,32). Un funcionario del gobierno logra calmar a la multitud, diciéndoles que Pablo y sus compañeros no han incurrido en delito alguno y que si alguien tiene algo contra ellos, para eso están los tribunales. En el relato se manifiesta una importante preocupación de Lucas: el cristianismo no es un movimiento sedicioso contra el Imperio romano (23,29; 24,12-13).
19,21: 1 Cor 16,1-8 / 19,22: Rom 1,13; 1 Cor 4,17 / 19,24: Is 40,12-31 / 19,26: 1 Cor 10,7.14 / 19,27: Dn 14,17 / 19,29: 1 Cor 1,14; Col 4,10; Flm 24 / 19,37: Rom 2,22
Eutiquio se cayó del tercer piso
201 Cuando se calmó el tumulto, Pablo llamó a los discípulos y, después de consolarlos, se despidió de ellos y partió para Macedonia. 2 Atravesó toda esa región, animando a los discípulos con muchos discursos, hasta que llegó a Grecia, 3 donde permaneció tres meses. Cuando estaba por embarcarse para Siria y como los judíos tramaran una conspiración contra él, Pablo decidió volver por Macedonia. 4 Lo acompañaban Sópater, hijo de Pirro, de Berea; Aristarco y Segundo, de Tesalónica; Gayo de Derbe, Timoteo, Tíquico y Trófimo de la provincia de Asia. 5 Ellos se adelantaron y nos esperaron en Tróade. 6 Después de la fiesta de los Panes sin levadura partimos de Filipos y, a los cinco días, los alcanzamos en Tróade, donde nos quedamos siete días.
7 El primer día de la semana nos habíamos reunido para partir el pan. Pablo, que debía salir al día siguiente, les habló y su discurso se prolongó más allá de la medianoche. 8 La sala superior, en la que nos habíamos reunido, estaba iluminada con muchas lámparas. 9 Un joven, llamado Eutiquio, estaba sentado en la ventana. Un sueño profundo lo dominaba mientras Pablo se extendía en su discurso. Vencido por el sueño, se cayó del tercer piso. Cuando lo levantaron estaba muerto. 10 Pablo bajó, se arrojó sobre él y, abrazándolo, dijo: «¡No se alarmen! ¡Todavía está vivo!». 11 Volvió a subir, partió el pan y comió. Después siguió hablando durante mucho tiempo hasta que se hizo de día, y entonces se fue. 12 En cuanto al joven, lo llevaron con vida y todos se sintieron muy consolados.
20,1-12: Al finalizar su tercer viaje apostólico (58 d.C.), le informan a Pablo de los planes contra él: los judíos buscan matarlo durante su trayecto en barco. Ante ello, Pablo no sólo cambia su itinerario, sino que hace gran parte del recorrido por tierra (20,3.13; 2 Cor 1,15-16). Como observa las fiestas litúrgicas judías espera que pase la semana de Pascua o de los Panes ácimos antes de comenzar su viaje (Hch 20,6.16). Luego de indicar el itinerario de los compañeros de Pablo (20,4), responsables de la colecta en favor de los pobres, Lucas nos habla del incidente de Eutiquio en Tróade. El relato cambia inesperadamente al “nosotros” (20,5), y así se mantiene hasta Hechos 21,18 (nota a 16,1b-10). El Apóstol se reúne con la comunidad de Tróade para la fracción del pan o «cena del Señor» (1 Cor 11,20), lo que la Iglesia llamará “Eucaristía”. La reunión tiene lugar «el primer día de la semana» (Lc 24,1; 1 Cor 16,2), esto es, al atardecer del sábado, cuando comienza el día primero según el cómputo judío. Dos momentos se destacan: el discurso de Pablo y la comida en la que se parte el pan, los que hoy forman parte de la celebración eucarística. Un joven, Eutiquio, miembro de la comunidad, muere al quedarse dormido y caer de un tercer piso (Hch 20,9). Pablo, repitiendo el gesto de Elías (1 Re 17,21) y Eliseo (2 Re 4,34), lo vuelve a la vida. Lo sucedido con Eutiquio en el contexto de la celebración de la muerte y resurrección de Jesucristo adquiere valor teológico: la vida nueva del Resucitado que la comunidad celebra hace posible la resurrección de quien cree en él.
20,1-6: Rom 15,25-26 / 20,4: 1 Cor 16,3-4; 2 Tim 4,20 / 20,6: Éx 12,15-20 / 20,7: Mc 16,1-2; Jn 20,1.19 / 20,10: Mc 5,39-42
Me dirijo a Jerusalén sin saber lo que allí me sucederá
13 Nosotros nos adelantamos a tomar la nave y partimos en dirección a Aso, donde teníamos que reunirnos con Pablo. Él lo había dispuesto así, porque deseaba viajar por tierra. 14 Cuando nos reunimos en Aso, lo recibimos en la nave y fuimos a Mitilene. 15 Al día siguiente partimos de allí y llegamos frente a Quío, al otro día a Samos y, un día después, a Mileto. 16 Pablo había decidido no detenerse en Éfeso, para no demorarse en Asia, porque estaba apurado, pues, de ser posible, quería estar en Jerusalén el día de Pentecostés.
17 Desde Mileto mandó llamar a los presbíteros de la comunidad de Éfeso. 18 Cuando éstos vinieron, les dijo: «Ya saben cómo me comporté con ustedes todo el tiempo, desde el primer día que llegué a la provincia de Asia, 19 sirviendo al Señor con toda humildad y lágrimas, en medio de las pruebas que me causaron las maquinaciones de los judíos. 20 Saben que no dejé de hacer nada que pudiera serles útil: les prediqué y les enseñé tanto en público como en privado, 21 dando testimonio ante judíos y griegos, para que se convirtieran a Dios y creyeran en nuestro Señor Jesús».
22 «Ahora, obligado por el Espíritu, me dirijo a Jerusalén sin saber lo que allí me sucederá, 23 porque sólo sé que en cada ciudad el Espíritu me anuncia que me esperan cadenas y tribulaciones. 24 Pero no me importa la vida, mientras pueda llevar a cabo la carrera y el ministerio que recibí del Señor Jesús: dar testimonio de la buena noticia de la gracia de Dios».
25 «Ahora sé que ninguno de ustedes entre quienes pasé anunciando el Reino volverá a verme. 26 Por eso, hoy doy testimonio delante de ustedes que no soy responsable de la perdición de nadie, 27 porque no he dejado de anunciarles todo el designio de Dios. 28 Cuídense ustedes mismos y cuiden el rebaño sobre el cual el Espíritu los constituyó guardianes, encargados de apacentar la Iglesia que Dios adquirió por medio de la sangre de su propio Hijo. 29 Yo sé que después de mi partida se van a introducir entre ustedes lobos voraces que no tendrán compasión del rebaño, 30 e incluso de entre ustedes mismos saldrán algunos que enseñarán doctrinas perversas para arrastrar a los discípulos detrás de sí. 31 Por eso, estén vigilantes y recuerden que durante tres años estuve día y noche aconsejando con lágrimas a cada uno de ustedes».
32 «Ahora los encomiendo a Dios y a la Palabra de su gracia, que tiene poder de edificar y de hacerlos partícipes de la herencia divina con todos los santificados. 33 De ninguno codicié plata, oro ni vestidos. 34 Ustedes saben que con mis propias manos atendí a mis necesidades y a las de mis compañeros 35 y, de todas las formas posibles, les mostré que trabajando así, sin descanso, se debe ayudar a los débiles, teniendo en cuenta lo que dijo el Señor Jesús: “Es mejor dar que recibir”».
36 Después de decir esto, Pablo se arrodilló y oró junto con todos ellos. 37 Todos lo abrazaban y, llorando, lo besaban, 38 afligidos sobre todo porque les había dicho que ya no volverían a verlo. Después lo acompañaron hasta la nave.
20,13-38: Durante su viaje de regreso a Jerusalén, Pablo se despide de los presbíteros o ancianos, dirigentes de la comunidad de Éfeso. Les pide que vayan a Mileto, distante unos 70 km., pues no quiere detenerse más en Asia (20,16). El discurso, con tono de testamento espiritual y el primero dirigido a gente ya cristiana, tiene dos partes. En la primera (20,18-27), Pablo recuerda su actividad entre los efesios, sus trabajos y dificultades, y anuncia sus futuros sufrimientos; si se ha mantenido firme es por fidelidad a la misión que el Señor le encomendó, dejando incluso de lado el cuidado de su vida (20,24; Flp 1,21); por tanto, si hubo alguno que no obedeció la Palabra de Dios, no fue por su culpa. En la segunda parte (Hch 20,28-32), se dirige a los “presbíteros” recordándoles que han recibido la misión de ser “guardianes” (epískopos u obispo en griego) para apacentar el rebaño de Dios (20,28); “presbítero” y “obispo”, sin embargo, no se emplean en el sentido técnico de hoy. Entre otras tareas (Jr 23,3-4; Ez 34,11-16), deben evitar la intromisión de falsos maestros quienes, como lobos hambrientos, símbolos del mal (Ez 22,27; Sof 3,3), intentarán destrozar al rebaño. Al final, Pablo da testimonio de que no trabaja por dinero, pues se gana su propio sustento; así también debieran proceder los pastores de las comunidades (Hch 20,33-35; ver 18,3; 1 Tes 2,9). El dicho de Jesús que Pablo consigna (Hch 20,35) no está en los evangelios, pero quedó en la tradición como varios otros que encontramos en escritos de los santos Padres.
20,18: 1 Tes 1,5 / 20,19: 2 Cor 1,8-9 / 20,21: 1 Tes 1,9-10 / 20,24: 2 Tim 4,6-7 / 20,28: Tit 1,6-7 / 20,29-30: 1 Tim 1,3-7 / 20,33-34: 1 Sm 12,3-5 / 20,35: Ef 4,28 / 20,37: 1 Tes 5,26
Hch 20,15: varios manuscritos, algunos de valor, añaden: «después de detenernos un tiempo en Trogilio», ciudad costera a unos 60 km. al sur de Éfeso.
Le pedían a Pablo que no subiera a Jerusalén
211 Una vez que nos despedimos y nos alejamos de ellos, navegamos directamente a Cos. Al día siguiente fuimos a Rodas y, al otro día, a Pátara. 2 Como encontramos un barco que iba a Fenicia, nos embarcamos y partimos. 3 Tuvimos a la vista la isla de Chipre, pero la dejamos a la izquierda, y seguimos navegando hacia Siria y nos detuvimos en Tiro, donde el barco debía dejar su carga. 4 Allí, al encontrar algunos discípulos, nos quedamos siete días. Algunos de ellos, movidos por el Espíritu, le pedían a Pablo que no subiera a Jerusalén. 5 Pero pasados los días de estar allí, proseguimos nuestro viaje. Todos ellos, con sus mujeres e hijos, nos acompañaron hasta fuera de la ciudad. Entonces, en la playa, nos arrodillamos y oramos, 6 nos despedimos unos de otros, subimos a la nave y ellos volvieron a sus casas.
7 Continuamos el viaje desde Tiro y llegamos a Tolemaida. Allí saludamos a los hermanos y nos quedamos un día con ellos. 8 Partimos al día siguiente y, cuando llegamos a Cesarea, fuimos a la casa del evangelista Felipe, uno de los siete, y nos quedamos en su casa. 9 Este tenía cuatro hijas solteras que tenían el don de profecía.
10 Permanecimos allí largo tiempo. Un día llegó un profeta de Judea, llamado Agabo, 11 que vino a vernos y, tomando el cinturón de Pablo, se ató los pies y las manos, diciendo: «El Espíritu Santo dice: “Los judíos atarán así en Jerusalén al hombre al que pertenece este cinturón y lo entregarán en manos de los paganos”». 12 Cuando oímos decir esto, nosotros y los hermanos que residían en ese lugar le rogamos a Pablo que no subiera a Jerusalén. 13 Pero él respondió: «¿Qué pretenden conseguir con esos llantos que me parten el corazón? Yo estoy dispuesto a que en Jerusalén no sólo me aten, sino también me maten por el nombre del Señor Jesús». 14 Y como no se dejaba convencer, ya no insistimos más, diciendo: «¡Que se haga la voluntad del Señor!».
15 Después de algún tiempo, al concluir los preparativos, subimos a Jerusalén. 16 Algunos discípulos de Cesarea iban con nosotros y nos hicieron alojar en casa de un hombre de Chipre, llamado Nasón, uno de los discípulos de la primera hora.
21,1-16: Felipe, uno de los Siete, y el profeta Agabo han sido ya mencionados en Hechos (6,5; 11,27-28). Las hijas de Felipe pertenecen al grupo de las profetisas de la Iglesia primitiva (1 Cor 11,5). Agabo profetiza realizando acciones simbólicas, las que luego interpreta (Hch 21,11b), como algunos profetas del Antiguo Testamento (1 Sm 15,27-28; Jr 13,1-11), en especial Ezequiel (Ez 4,9-17). El Espíritu Santo le anuncia a Pablo mediante el gesto simbólico de Agabo que en Jerusalén será entregado «en manos de los paganos», como lo fue Jesús (21,11; Lc 18,32), y que le esperan cárceles y sufrimientos como lo había intuido (Hch 20,22-23). El motivo de su viaje a Jerusalén es entregar el fruto de la colecta realizada entre los cristianos procedentes del paganismo, para ayudar a los judeocristianos (Rom 15,25-27; Gál 2,10). No sólo es probable que Pablo se encuentre con la oposición de los judíos, sino que los judeocristianos se nieguen a recibir la ofrenda, entre otras razones, por venir de paganos que aún consideraban impuros (Rom 15,30-31). Por esto, así como los de Cesarea, también los amigos de Pablo tratan de disuadirlo de viajar a Jerusalén. Pero el Apóstol, que ha visto a Cristo resucitado y lo conquistó (1 Cor 9,1; 15,8), está dispuesto a entregar todas sus fuerzas y su propia vida por él y la misión encomendada.
21,3: Gál 1,21 / 21,7-8: Jue 1,31-32 / 21,9-10: 1 Cor 14,1 / 21,11: Is 20,2-4; Lc 18,32 / 21,13: Lc 22,23 / 21,14: Mt 6,10
Con tus enseñanzas, apartas de Moisés a los judíos
17 Cuando llegamos a Jerusalén, los hermanos nos recibieron con alegría. 18 Al día siguiente, Pablo fue con nosotros a casa de Santiago, donde se habían reunido todos los presbíteros 19 y, después de saludarlos, les relató una por una todas las cosas que Dios había hecho entre los paganos por medio de su ministerio.
20 Cuando lo oyeron, alabaron a Dios y le advirtieron: «Ya ves, hermano, cuántos miles de judíos han abrazado la fe y todos son celosos cumplidores de la Ley. 21 Ellos han sido informados de que con tus enseñanzas, apartas de Moisés a los judíos que viven entre los paganos, diciéndoles que no circunciden a sus hijos ni vivan de acuerdo con sus costumbres. 22 ¿Qué haremos? Porque de todas maneras se enterarán de que estás acá. 23 Lo mejor es que hagas lo que te vamos a pedir: aquí, entre nosotros, hay cuatro hombres que tienen que cumplir un voto. 24 Llévalos contigo, purifícate con ellos y paga por ellos para que se rapen la cabeza. Entonces todos sabrán que no es cierto lo que han oído de ti, sino que te comportas como fiel cumplidor de la Ley. 25 En cuanto a los paganos que han abrazado la fe, ya les hemos enviado una carta con nuestras decisiones: que se abstengan de la carne ofrecida a los ídolos, de la sangre, de la carne de animales muertos sin desangrar, y de uniones ilegítimas».
26 Al día siguiente, Pablo llevó consigo a esos hombres, se purificó con ellos y entró en el Templo para informar qué día, una vez cumplido el plazo de la purificación, debía presentarse la ofrenda por cada uno de ellos.
21,17-26: Lucas nos deja en claro el papel de los diversos grupos respecto a Pablo. Las autoridades romanas no lo encuentran culpable de delito alguno. Santiago y los presbíteros o responsables de la comunidad de Jerusalén aprueban a Pablo como predicador del Evangelio. Quienes se oponen son los judíos de la provincia romana de Asia (21,27). La llegada de Pablo a Jerusalén tiene lugar en un clima de alegría. Sin embargo, cuando escuchan de Pablo lo que Dios está haciendo por loa paganos y la decisión que tomó la asamblea en Jerusalén respecto a ellos (16,4; 21,25; nota a 15,22-35), le hacen saber lo que se dice de él: que Pablo aparta a los judíos del cumplimiento de la Ley y les pide que no circunciden a sus hijos. En realidad, lo que el Apóstol pide es no exigir la circuncisión a los paganos que se hagan discípulos de Jesús. Él sabe muy bien que ninguna norma legal tiene poder para salvar, pues la salvación sólo viene por Jesucristo. Para evitar conflictos con adversarios judíos y judeocristianos de tendencia judaizante, le piden a Pablo que muestre con un acto concreto que observa la Ley y las tradiciones de Israel (21,23-24): que pague las costosas ofrendas a cuatro hombres que han hecho voto de nazir y que él mismo cumpla los ritos exigidos por dicho voto (nota a 18,12-22); como no se puede presentar la ofrenda sin haberse purificado siete días, va al Templo a comunicar cuál sería el día de la ofrenda (21,26). Así Pablo se comporta como judío con los judíos (1 Cor 9,20).
21,18: 1 Tim 5,17 / 21,20: Gál 2,12 / 21,21: Mc 7, 1-13; Rom 2,25-29 / 21,23-24: Nm 6,13-20
Éste es el hombre que enseña contra la Ley
27 Cuando ya estaban por cumplirse los siete días, los judíos de Asia lo vieron en el Templo. Entonces, alborotaron a toda la gente y se apoderaron de él, 28 gritando: «¡Ayúdennos, israelitas! Éste es el hombre que enseña a todos y en todas partes contra nuestro pueblo, contra la Ley y este lugar. Ahora ha llevado a unos griegos al Templo y ha dejado impuro este santo lugar». 29 Decían esto, porque habían visto que Pablo andaba por la ciudad junto con Trófimo, de Éfeso, y pensaban que lo había llevado al Templo. 30 La ciudad entera se conmovió y todo el pueblo corrió, se apoderaron de Pablo, lo arrastraron fuera del Templo y de inmediato cerraron las puertas.
31 Cuando ya iban a matarlo, le informaron al oficial que comandaba la legión romana que toda Jerusalén estaba alborotada. 32 En seguida, tomando un grupo de soldados y centuriones, fue corriendo a donde ellos estaban. Éstos, al ver al oficial romano y a los soldados, dejaron de golpear a Pablo. 33 El oficial se acercó, tomó a Pablo y ordenó que lo ataran con dos cadenas. Después preguntó quién era y qué estaba haciendo. 34 Entre la muchedumbre, unos gritaban una cosa y otros gritaban otra, y al no sacar nada en claro respecto a la causa del disturbio, mandó que llevaran a Pablo a la fortaleza. 35 Cuando llegaron a la escalinata, los soldados tuvieron que levantarlo en vilo por la violencia de la muchedumbre, 36 porque toda la población lo seguía, gritando: «¡Mátalo!».
37 Ya estaban por entrar a la fortaleza cuando Pablo le dijo al oficial romano: «¿Puedo decirte algo?». Él le replicó: «¿Sabes hablar griego? 38 ¿Acaso no eres el egipcio que hace algunos días provocó un motín y sacó al desierto a cuatro mil bandidos?». 39 Pablo le dijo: «Yo soy un judío de Tarso, ciudadano de una importante ciudad de Cilicia. Te ruego que me permitas hablar al pueblo».
21,27-39: Judíos provenientes de Asia que se encuentran en Jerusalén, quizás por la fiesta de Pentecostés (20,16; nota a 21,17-26), ven a Pablo acompañado del griego Trófimo, un converso de Éfeso (20,4; 21,29), en el Templo de Jerusalén. De inmediato incitan a la gente contra el Apóstol, porque estaba prohibido que los paganos pasaran más allá del patio exterior del Templo, llamado “patio de los paganos”. Como eran considerados impuros, el Templo era profanado si alguno de ellos ingresaba al “patio de Israel”, acción que se castigaba con la muerte: «El que sea sorprendido –estaba escrito en letreros en griego y latín– a nadie deberá acusar más que a sí mismo de la muerte, la que será su castigo» (ver Ez 44,9). Por tanto, según los judíos, Trófimo y Pablo, al que quizás confunden con un pagano (nota a 21,40-22,22), merecen la muerte. La multitud quiere ejecutarlos por su cuenta pero, como sucedió con los orfebres de la diosa Artemisa (Hch 19,32), la misma gente no sabe de qué se trata y unos afirman una cosa y otros otra (21,34). Interviene, entonces, un oficial romano de nombre Claudio Lisias, de la guarnición de la fortaleza Antonia, al noroeste de la explanada del Templo, y manda encadenar a Pablo (21,33.34; 23,36). En un breve diálogo con él, Pablo le aclara que no es un agitador político y consigue autorización para dirigirse a la gente que quería matarlo.
21,28: Mt 26,61; Rom 1,14 / 21,30: Lc 20,20.26 / 21,33: Jn 18,12 / 21,36: Jn 19,15
¡Mata a este hombre!
40 Cuando el oficial romano le permitió hablar a Pablo, éste, de pie sobre la escalinata, hizo un gesto con la mano para pedir que el pueblo se callara. Entonces se produjo un gran silencio y Pablo dijo en arameo:
221 «Hermanos y padres, escuchen ahora mi defensa». 2 Al oír que les hablaba en arameo, hicieron más silencio todavía. Él continuó, diciendo: 3 «Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad. Yo fui instruido en la rigurosa observancia de la Ley de nuestros padres a los pies de Gamaliel, y estoy lleno de celo por Dios como todos ustedes lo están ahora. 4 Perseguí a muerte a los seguidores de este Camino, encadenando y encarcelando a varones y mujeres, 5 como pueden testimoniar el Sumo Sacerdote y todo el consejo de los ancianos. Ellos me dieron cartas de recomendación para los hermanos judíos de Damasco, y allí me dirigí con la intención de traer encadenados a Jerusalén a los que había en esa ciudad, para que fueran castigados».
6 «Mientras iba de camino, hacia el mediodía, ya cerca de Damasco, me envolvió de pronto una gran luz que venía del cielo. 7 Caí al suelo y oí una voz que me decía: “¡Saúl, Saúl!, ¿por qué me persigues?”. 8 Yo pregunté: “¿Quién eres, Señor?”. La voz me respondió: “¡Yo soy Jesús, el Nazareno, a quien tú persigues!”. 9 Los que estaban conmigo veían la luz, pero no oían la voz que me hablaba. 10 Yo le pregunté: “¿Qué debo hacer, Señor?”. Y el Señor me ordenó: “Levántate y ve a Damasco. Allí te informarán sobre todo lo que he determinado que hagas”. 11 Como yo no podía ver, deslumbrado por el resplandor de aquella luz, los que me acompañaban me llevaron de la mano hasta Damasco».
12 «Un hombre llamado Ananías, fiel cumplidor de la Ley y de muy buena fama entre los judíos que viven en Damasco, 13 vino a verme y, al presentarse ante mí, dijo: “¡Hermano Saúl, recupera la vista!”. En ese mismo momento lo vi. 14 Él continuó, diciendo: “El Dios de nuestros padres te ha destinado para que conozcas su voluntad, veas al Justo y escuches su voz, 15 porque darás testimonio ante todos los hombres de lo que has visto y oído. 16 Ahora, ¿qué esperas? ¡Levántate, recibe el bautismo y purifícate de tus pecados confesando su Nombre!”».
17 «Cuando volví a Jerusalén y estaba orando en el Templo, caí en éxtasis 18 y vi al Señor que me ordenaba: “¡Rápido! Debes salir de inmediato de Jerusalén, porque no recibirán el testimonio que darás acerca de mí”. 19 Le respondí: “Señor, ellos saben que yo iba por las sinagogas para encarcelar y azotar a todos los que creen en ti. 20 Y cuando derramaban la sangre de Esteban, tu testigo, yo estaba presente, aprobaba lo que se hacía y custodiaba la ropa de los que lo mataron”. 21 Entonces el Señor me ordenó: “Vete, porque yo te envío lejos, a las naciones paganas”».
22 Estuvieron escuchando a Pablo hasta que dijo estas palabras, entonces comenzaron a gritar: «¡Mata a este hombre! ¡No merece vivir!».
21,40-22,22: Antes de hacer su defensa ante el tribunal supremo de los judíos (22,23-23,11), Pablo la hace ante el pueblo. Se dirige a ellos en dialecto hebraico, esto es, en arameo. Enseguida se dan cuenta que es un judío, no un pagano, por lo que lo escuchan con atención. Pablo confiesa que era un judío celoso que cumplía el Antiguo Testamento como ninguno de los israelitas allí presentes; su maestro fue nada menos que Gamaliel (5,34); su celo por las cosas de Dios era tal, que perseguía a los seguidores del «Camino», es decir, a los que aceptaban la enseñanza de Jesús y vivían conforme a ella (22,4). Pero cuando estaba en esto, el mismo Dios del Antiguo Testamento intervino en su vida y le reveló a su Hijo muerto y resucitado, cambiándole misión y destino. Luego, gracias a Ananías, judío piadoso enviado por Dios como mensajero como un profeta del Antiguo Testamento, se entera del significado de todo: el Dios de Israel lo ha elegido para evangelizar a los paganos, porque es un Dios fiel que cumple sus promesas. Apenas dice esto lo interrumpen porque como las promesas de Dios son para Israel y no para los paganos, su afirmación se considera una blasfemia que se debe castigar con la muerte (22,22). A diferencia de Hechos 9,1-19, este relato pone de relieve la condición de testigo del Evangelio del Apóstol en medio de los paganos (22,15) y, como Esteban, deberá estar dispuesto a derramar su sangre por Cristo (22,20).
21,40: Jn 19,38 / 22,2: 2 Cor 11,22 / 22,3: Gál 1,13-14; Flp 3,5-6 / 22,4: 1 Cor 15,9 / 22,8: Mt 2,23 / 22,14: 1 Cor 9,1 / 22,16: Jl 2,32; Rom 10,13 / 22,17: Gál 1,18 / 22,20: Ap 2,13 / 22,21: Gál 1,16; 2,7-9
¡Espero la resurrección de los muertos!
23 Como los judíos gritaban, agitaban sus mantos y lanzaban tierra al aire, 24 el oficial romano ordenó que lo llevaran dentro de la fortaleza y lo azotaran, para así averiguar por qué vociferaban contra él. 25 Cuando ya le ajustaban las ataduras, Pablo le preguntó al centurión de turno: «¿Les está permitido azotar a un ciudadano romano sin haberlo juzgado?». 26 Al oír esto, el centurión fue a ver al oficial romano para decirle: «¿Qué vas a hacer? ¡Este hombre es un ciudadano romano!». 27 Entonces el oficial fue a preguntarle a Pablo: «Dime, ¿eres tú un ciudadano romano?». «Sí», respondió él. 28 El oficial le dijo: «Yo conseguí esa ciudadanía a cambio de una gran suma de dinero». Y Pablo le respondió: «Yo, en cambio, la tengo de nacimiento». 29 Los que iban a interrogar a Pablo se retiraron de inmediato, y el oficial romano se quedó con temor por haber hecho encadenar a un ciudadano romano.
30 Al día siguiente, queriendo saber con exactitud de qué los judíos acusaban a Pablo, el oficial lo hizo desatar y ordenó que se reunieran los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín. Después mandó bajar a Pablo y lo presentó ante ellos.
231 Pablo, con la mirada fija en el Sanedrín, dijo: «Hermanos, hasta el día de hoy me he comportado con recta conciencia ante Dios». 2 Pero el sumo sacerdote Ananías ordenó a sus asistentes que lo golpearan en la boca. 3 Entonces, Pablo le dijo: «¡Dios te golpeará a ti, hipócrita! Te sientas para juzgarme conforme a la Ley, ¿y ordenas golpearme contra la Ley?». 4 Los que estaban presentes le dijeron: «¿Insultas al Sumo Sacerdote de Dios?». 5 Pablo les respondió: «Hermanos, no sabía que era el Sumo Sacerdote, porque dice la Escritura: No hablarás mal de los jefes de tu pueblo» [Éx 22,27].
6 Luego, sabiendo Pablo que el Sanedrín estaba dividido entre saduceos y fariseos, gritó: «¡Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos, y me juzgan porque espero la resurrección de los muertos!». 7 Cuando dijo esto, se produjo una discusión entre fariseos y saduceos, y la asamblea quedó dividida, 8 porque los saduceos dicen que no hay resurrección ni ángel ni espíritu, mientras que los fariseos sostienen todas estas cosas. 9 Hubo un gran griterío y algunos de los maestros de la Ley del partido de los fariseos se pusieron de pie y protestaban, diciendo: «¡No encontramos nada malo en este hombre! ¿Y si acaso le habló un espíritu o un ángel?».
10 Como la discusión era cada vez más violenta, el oficial romano temió que fueran a despedazar a Pablo. Entonces ordenó a los soldados que bajaran a sacar a Pablo de la asamblea y lo llevaran a la fortaleza. 11 A la noche siguiente, el Señor se presentó a Pablo y le dijo: «¡Ánimo! Tendrás que dar testimonio de mí en Roma así como lo has dado en Jerusalén».
22,23-23,11: Pablo queda detenido por la autoridad romana, aunque no hallan ningún delito en él (23,29). Para el derecho romano no es delito la acusación de profanar el Templo, de predicar la resurrección de los muertos y anunciar el Evangelio a los paganos. Debido al alboroto, el oficial romano no se entera de qué acusan a Pablo y ordena azotarlo hasta que lo revele. El Apóstol hace valer su condición de ciudadano romano y se libra del interrogatorio bajo tortura (16,35-40). Entonces, el oficial ordena reunir al Sanedrín con el fin de interrogar a Pablo. Éste se dirige a los judíos llamándolos «hermanos» (22,1.5.6) con lo que indica que él es judío como ellos, a lo que hay que agregar que es «hijo» o discípulo de fariseos (23,6; 2 Cor 11,22). Al declarar su inocencia, el sumo sacerdote Ananías manda abofetearlo, tal como había ocurrido con Jesús (Jn 18,19-23). Pablo lo acusa de ser una “pared blanqueada”, es decir, un «hipócrita» a quien Dios mismo golpeará (Hch 23,3; Mt 23,27). Como sabía que los miembros del Sanedrín, formado por saduceos (familias sacerdotales y clase alta) y fariseos (laicos de clase media y baja), discrepaban sobre la resurrección de los muertos (Lc 20,27), Pablo afirma con astucia que lo juzgan porque espera la resurrección, tal como acaeció con Jesucristo, provocando una violenta discusión entre ellos. Los del partido de los fariseos, que creen en la resurrección y en los ángeles, se ponen de parte de Pablo. En cambio, la violencia de los saduceos contra Pablo es tan grande, que el oficial romano teme por la vida del Apóstol y manda retirarlo de la sala. El Señor se aparece a Pablo para animarlo y confirmar su vocación de dar testimonio ante los paganos (Hch 22,11), incluso hasta alcanzar Roma.
22,23: Jn 19,6 / 22,26: Mt 8,5 / 22,30: Mt 10,17-18 / 23,2-3: Lv 19,15; Jn 18,22-23 / 23,5: Éx 22,28 / 23,6-8: Mt 22,23; Mc 12,18; Lc 20,27 / 23,11: Mt 14,27
Juraron no comer ni beber hasta no haber matado a Pablo
12 Cuando se hizo de día, los judíos se confabularon y se comprometieron bajo juramento a no comer ni beber hasta no haber matado a Pablo. 13 Los que intrigaban contra Pablo, que eran más de cuarenta, 14 se presentaron ante los sumos sacerdotes y los ancianos y les dijeron: «Nos hemos comprometido bajo juramento a no comer nada hasta no haber matado a Pablo. 15 Ustedes, por su parte, de acuerdo con el Sanedrín, actúen como si quisieran investigar más a fondo lo que se refiere a él y pídanle al oficial romano que lo conduzca aquí. Nosotros estaremos preparados y lo mataremos en cuanto se acerque».
16 Pero un sobrino de Pablo se enteró de la emboscada y fue a la fortaleza a informar a Pablo. 17 Éste llamó a uno de los centuriones y le dijo: «Lleva a este joven a donde está el oficial romano, porque tiene algo que decirle». 18 El centurión lo llevó a donde estaba el oficial y le dijo: «El preso Pablo me llamó y me rogó que te trajera a este joven, porque tiene algo que decirte». 19 El oficial romano lo tomó del brazo, lo llevó aparte y le preguntó: «¿Qué tienes que decirme?». 20 El joven le contestó: «Los judíos se han puesto de acuerdo para pedirte que mañana conduzcas a Pablo al Sanedrín con el pretexto de investigar más a fondo lo referente a él. 21 Pero no les hagas caso, porque le preparan una emboscada. Más de cuarenta hombres se han comprometido bajo juramento a no comer ni beber hasta no haber matado a Pablo. Ya están listos, y sólo esperan tu consentimiento». 22 El oficial romano despidió al muchacho y le dio esta orden: «No digas a nadie lo que me has contado».
23 Luego llamó a dos centuriones y les ordenó: «A las nueve de la noche tengan preparados doscientos soldados, setenta jinetes y doscientos lanceros para que vayan a Cesarea». 24 Ordenó también que prepararan caballos para que monte Pablo y lo llevaran a salvo hasta donde está el gobernador Félix. 25 Después escribió una carta en estos términos:
26 «Claudio Lisias saluda al ilustre gobernador Félix. 27 El hombre que te envío fue apresado por los judíos y querían matarlo. Pero lo rescaté con mis soldados, porque me enteré que era ciudadano romano. 28 Queriendo saber de qué crimen lo acusaban, conduje a Pablo ante su Sanedrín 29 y encontré que lo acusaban por cuestiones referentes a su Ley, pero no había ninguna causa por la que mereciera la muerte o la cárcel. 30 Informado de que conspiraban contra él, en este mismo momento te lo envío, a la vez que he comunicado a sus acusadores que todo lo que tengan contra él, te lo remitan a ti».
31 Los soldados, según la orden recibida, tomaron a Pablo y lo llevaron por la noche a Antípatris. 32 Al día siguiente, dejaron que los que iban a caballo siguieran con él, mientras que los que iban a pie regresaron a la fortaleza. 33 Los que llevaban a Pablo llegaron a Cesarea, entregaron la carta al gobernador Félix y le presentaron a Pablo. 34 El gobernador leyó la carta y preguntó a qué jurisdicción pertenecía. Al saber que era de Cilicia, 35 dijo: «Te oiré cuando estén presentes tus acusadores». Y ordenó que fuera encerrado bajo custodia en el Pretorio de Herodes.
23,12-35: Los judíos que siguen la Ley de Moisés y sus tradiciones consideran que las enseñanzas y prácticas de Pablo respecto a los paganos constituyen delitos graves que deben ser castigados con la muerte (Hch 21,28-29; ver Lv 24,15-16). Sin embargo, aún sin tener autoridad para aplicar esa pena (Jn 18,31), trazan un plan para ello y piden la colaboración de sumos sacerdotes y ancianos (Hch 23,14-15; 25,3). Las autoridades romanas, tal como lo había hecho Galión, gobernador de Acaya (nota a 18,12-22), reconocen que –según el derecho romano– Pablo no es culpable de ningún delito que merezca la muerte y que las acusaciones son sólo dicen relación con cuestiones de interpretación de la Ley y tradiciones religiosas propias de los judíos (23,29). Para proteger la vida de Pablo, el oficial romano Claudio Lisias lo traslada a Cesarea Marítima, capital de la provincia romana de Judea, con un inusitado despliegue de seguridad (23,23), destacando así la importancia del personaje. Como en Antípatris, ciudad–fortaleza herodiana a medio camino entre Jerusalén y Cesarea, terminaba la región montañosa, propicia para una emboscada, Pablo continúan sólo con los que van a caballo (23,31-33). En un calabozo del «Pretorio de Herodes», palacio de los gobernadores romanos de Judea (23,35), el Apóstol queda preso durante unos dos años (24,27).
23,14: Jn 18,19 / 23,15: Mc 14,55 / 23,18: Flm 1,9 / 23,24: Mt 27,2 / 23,29: Lc 23,14-15.22 / 23,31: Mc 15,16 / 23,35: Flp 1,13
Este hombre es una peste
241 Cinco días después llegó el sumo sacerdote Ananías con algunos de los ancianos y un cierto abogado Tértulo, para presentar ante el gobernador los cargos contra Pablo. 2 Hicieron comparecer a Pablo y Tértulo dio comienzo a la acusación con estas palabras: «Ilustre Félix: gozamos de una gran paz gracias a ti y a las reformas que tu gobierno ha llevado a cabo en nuestra nación 3 y, siempre y en todas partes, lo recibimos con inmensa gratitud. 4 Pero para no extenderme en exceso, te ruego que con tu habitual cordialidad escuches nuestra breve exposición. 5 Hemos comprobado que este hombre es una peste que provoca discordias entre todos los judíos del mundo y que es el jefe del partido de los Nazarenos. 6a Intentó profanar el Templo, pero nosotros lo apresamos [6b-8a]. 8b Si tú mismo lo interrogas, conocerás la veracidad de aquello que lo acusamos». 9 Todos los judíos lo apoyaron, diciendo que las cosas eran así.
10 Cuando el gobernador autorizó a Pablo a hablar, éste respondió: «Como sé que desde hace muchos años gobiernas con justicia a esta nación, expondré mi defensa con mucha confianza. 11 Tú puedes averiguar que no hace más de doce días que llegué a Jerusalén para rendir culto, 12 y que no me han encontrado discutiendo con nadie ni provocando tumultos en el Templo, en la sinagoga o en la ciudad. 13 Ni tampoco pueden probarte las cosas de las que ahora me acusan. 14 En cambio, te confieso que según el Camino, que ellos llaman “partido”, doy culto al Dios de nuestros padres, creo en todo lo que está escrito en la Ley y en los Profetas 15 y tengo la esperanza en Dios, como también ellos la tienen, de que habrá una resurrección de los justos y los pecadores. 16 Por eso me esfuerzo por tener en todo una conciencia irreprochable ante Dios y los hombres. 17 Después de muchos años he venido a traer limosnas para mi pueblo y a ofrecer sacrificios. 18 Estaba en eso en el Templo, luego de haberme purificado y no habiendo provocado disturbios con la gente, cuando me encontraron 19 algunos judíos de la provincia de Asia. Ellos deberían comparecer ante ti y presentar las acusaciones contra mí, si es que las tienen. 20 O si no, que los aquí presentes digan qué delito hallaron en mí cuando comparecí ante el Sanedrín, 21 a no ser aquella única palabra que grité cuando estaba ante ellos: “¡Por creer en la resurrección de los muertos, yo estoy siendo juzgado por ustedes!”».
22 Félix, que estaba bien informado en lo referente al Camino, postergó la causa y dijo: «Cuando venga Lisias, el oficial romano, investigaré este asunto que ustedes me han traído». 23 Después, ordenó al centurión que mantuviera en la cárcel a Pablo, pero con cierta libertad, sin impedir que los suyos lo asistieran.
24 Luego de algunos días vino Félix con Drusila, su mujer, que era judía, y mandó llamar a Pablo para oírlo hablar acerca de la fe en Jesucristo. 25 Cuando Pablo estaba hablando de la rectitud, del dominio de sí mismo y del juicio futuro, Félix se llenó de temor y le ordenó: «Por ahora, puedes irte. Te llamaré en otra ocasión». 26 Al mismo tiempo, Félix esperaba que Pablo le ofreciera dinero, por eso lo hacía llamar con frecuencia y conversaba con él.
27 Dos años después, Porcio Festo sucedió a Félix. Y como Félix quería quedar bien con los judíos, dejó preso a Pablo.
24,1-27: Ante la acusación de los judíos de que ha profanado el Templo (nota a 21,27-39), Pablo, como lo había hecho (23,6-9), asume con astucia su defensa, reconociendo que está encarcelado por su esperanza en la resurrección de los muertos y por predicar que Cristo resucitó. Tértulo, el abogado acusador, lo compara a una «peste» para los judíos de todo el mundo (24,5). Pablo, al contrario, se presenta como un auténtico judío, pues él pertenece al partido o secta del Nazareno, llamados también los del «Camino» (24,5.14.22), que creen en las promesas hechas por Dios y esperan la resurrección de los muertos, como –por lo demás–los fariseos (23,8; 24,15). El “Camino” que Pablo predica es la verdadera manera de practicar el judaísmo, porque acepta y vive el cumplimiento de las promesas de Dios a Israel. De su presencia en el Templo, sólo afirma que fue a ofrecer el culto a Dios, pero nada dice de sus acompañantes (24,11-12.18; ver 21,26.28). Los que deberían acusarlo son los judíos de Asia que provocaron el tumulto cuando lo vieron en el Templo (21,27), y no Tértulo ni los allí presentes, que saben que su único delito es afirmar la resurrección de los muertos. A pesar de su defensa, Pablo sigue encarcelado en Cesarea, prisión que se prolongó bajo el mandato de dos gobernadores romanos: Antonio Félix y su sucesor, Porcio Festo (24,27). Un historiador de la época presenta a Félix como un hombre corrupto, que liberaba a delincuentes a cambio de dinero. Lucas confirma esta mala imagen, diciendo que mantuvo a Pablo en la cárcel con la esperanza de obtener dinero, quizás enterado de que llevaba la colecta. Aludido por Pablo en su vida privada, Félix se llenó de temor al oírlo hablar de la rectitud de vida, del dominio de sí mismo y del juicio final (24,25-27). A diferencia de éste, Pablo conserva una conciencia limpia ante Dios (24,16).
24,5: Lc 23,2 / 24,6: Jn 18,31 / 24,14: Rom 3,31 / 24,15: 2 Mac 7,9-14; Jn 5,29 / 24,17: Rom 15,25 / 24,25: Mc 6,17-20
Hch 24,6b-8a: algunos manuscritos, aunque no los principales, traen: «6b …pero nosotros lo apresamos. Queríamos juzgarlo según nuestra Ley, 7 pero intervino el oficial Lisias, que lo arrancó con violencia de nuestras manos 8 y ordenó que sus acusadores se presentaran ante ti. Si tú mismo lo interrogas…».
¡Apelo al César!
251 Tres días después de haber llegado a la provincia de Judea, Festo fue desde Cesarea a Jerusalén. 2 Los sumos sacerdotes y las autoridades de los judíos le presentaron el caso de Pablo y le rogaron 3 pidiéndole que, por favor, fuera trasladado a Jerusalén. Pero en realidad habían preparado un plan para matarlo en el camino. 4 Festo les respondió que Pablo debía quedar bajo custodia en Cesarea y que él mismo debía partir muy pronto para allá. 5 Les dijo: «Que sus autoridades vayan conmigo y, si ese hombre es culpable de algo, que presenten sus acusaciones».
6 Festo permaneció todavía entre ellos unos ocho o diez días, y después viajó a Cesarea. Al día siguiente se sentó en el tribunal y mandó llamar a Pablo. 7 Cuando éste llegó, los judíos que habían ido desde Jerusalén lo rodearon, presentando numerosas y graves acusaciones que no podían probar. 8 Pablo se defendía, diciendo: «¡No he cometido ningún pecado contra la Ley ni contra el Templo ni contra el César!». 9 Festo, queriendo quedar bien ante los judíos, le preguntó a Pablo: «¿Quieres subir a Jerusalén para ser juzgado de esto en mi presencia?». 10 Pablo respondió: «Estoy ante el tribunal del César y aquí debo ser juzgado. No he ofendido en nada a los judíos, como tú lo sabes muy bien. 11 Si he cometido un delito o he hecho algo que merezca la muerte, no me niego a morir. Pero si no hice nada de lo que éstos me acusan, nadie puede entregarme a ellos. ¡Apelo al César!». 12 Entonces Festo, después de consultar con sus consejeros, dijo: «¡Has apelado al César, al César irás!».
13 Pasados algunos días, el rey Agripa y Berenice llegaron a Cesarea a saludar a Festo. 14 Como se quedaron allí varios días, Festo le presentó al rey el caso de Pablo, diciendo: «Hay un hombre que Félix dejó preso. 15 Cuando estuve en Jerusalén, los sumos sacerdotes y los ancianos de los judíos presentaron acusaciones contra él pidiéndome que lo condenara. 16 Les respondí que no es costumbre de los romanos entregar a un hombre antes de que el acusado sea confrontado con sus acusadores y tenga la posibilidad de defenderse. 17 Ellos vinieron conmigo y, sin tardanza, al día siguiente, me senté en el tribunal y ordené que trajeran al hombre. 18 Pero los acusadores no presentaron contra Pablo ninguna acusación referente a los delitos que yo sospechaba, 19 sino que se trataba sólo de discusiones que tenían con él acerca de su religión, y sobre un muerto llamado Jesús que Pablo asegura que está vivo. 20 Yo estaba perplejo ante estas polémicas, y le pregunté si quería ir a Jerusalén para que allí fuera juzgado por estas cuestiones. 21 Pero como Pablo apeló y pidió que su causa sea reservada al juicio del Augusto, ordené que continuara bajo custodia hasta que pueda remitirlo al César». 22 El rey Agripa dijo a Festo: «Me gustaría escuchar a ese hombre». «Mañana lo escucharás», respondió Festo.
23 Al día siguiente llegaron Agripa y Berenice, y entraron con mucha ostentación en la sala de audiencias, acompañados por los oficiales romanos y las personas más importantes de la ciudad. Festo ordenó que le llevaran a Pablo, 24 y Festo dijo: «Rey Agripa y todos los que están aquí presentes: ustedes ven a este hombre, por el que toda la multitud de los judíos vino a verme, tanto en Jerusalén como aquí, en Cesarea, pidiendo a gritos que de ninguna manera siguiera con vida. 25 Yo comprendí que no había hecho nada que mereciera la pena de muerte, pero como apeló al Augusto, decidí enviárselo. 26 Ahora bien, yo no tengo nada seguro para informar por escrito al Soberano. Por eso lo traigo ante ustedes y, en especial, ante ti, rey Agripa, para que después del interrogatorio yo sepa qué informar sobre él. 27 Porque me parece absurdo enviar a un prisionero sin indicar las acusaciones formuladas contra él».
25,1-27: El segundo gobernador romano que juzga a Pablo en Cesarea es Porcio Festo que, en el 60 d.C., sucedió a Antonio Félix. Al comenzar el gobierno de Festo, los judíos le piden juzgar a Pablo en Jerusalén. Pero se trata de una nueva maquinación, pues piensan matar a Pablo en el camino a Jerusalén (25,3). Festo no accede a la petición, y los acusadores deben ir a Cesarea, donde Pablo está encarcelado (25,7). Lucas no detalla esta vez las acusaciones y sólo nos dice que el Apóstol se declara inocente, lo que reconocen las autoridades romanas. Así Lucas, que valora la justicia romana, defiende al cristianismo de falsas acusaciones. Para complacer a los judíos, como antes Félix (24,27), Festo le propone a Pablo comparecer ante el Sanedrín en Jerusalén. Pero Pablo apela a la justicia del César, Nerón en aquel tiempo, amparándose en el derecho de los ciudadanos romanos de elevar las causas judiciales al más alto nivel; se suspendía, entonces, cualquier otro trámite judicial. Festo queda perplejo porque no tiene acusación alguna contra Pablo que aducir ante el César (25,25-27). Aprovecha entonces la visita a Cesarea del rey Herodes Agripa II, acompañado por su hermana Berenice, con la que –según se decía– convivía, para que ellos que son judíos escuchen a Pablo y le indiquen de qué acusarlo ante el «Soberano» (25,26), título imperial para indicar el poder absoluto y divino del Emperador.
25,7: Mc 14,55 / 25,12: Jn 19,12 / 25,16: Lc 23,10.14 / 25,20: 1 Cor 15,12-10 / 25,22: Lc 9,9; 23,8 / 25,24: Jn 19,6 / 25,25: Jn 7,24
¡Un poco más y me convences que me haga cristiano!
261 Entonces Agripa le dijo a Pablo: «Estás autorizado a defenderte». Pablo, haciendo un gesto con la mano, comenzó su defensa: 2 «Me considero feliz, rey Agripa, de poder defenderme hoy, en tu presencia, de todas las acusaciones de los judíos, 3 en especial porque tú conoces todas las costumbres y discusiones de los judíos. Por eso te ruego que me escuches con paciencia. 4 Todos los judíos conocen mi vida desde mi juventud, desde los primeros tiempos entre mi gente y en Jerusalén. 5 Como me conocen desde hace tanto tiempo, si quieren, podrían atestiguar que he vivido como fariseo, el partido más riguroso de nuestra religión. 6 Y ahora soy juzgado, porque espero la promesa hecha por Dios a nuestros padres, 7 que nuestras doce tribus esperan ver cumplida, rindiendo culto a Dios con fervor día y noche. Por esta esperanza, rey Agripa, soy acusado por los judíos. 8 ¿Por qué les parece increíble que Dios resucite a los muertos?».
9 «Yo, por mi parte, creía que debía luchar de muchas maneras contra el nombre de Jesús, el Nazareno. 10 Así lo hice en Jerusalén y, con poderes que me otorgaron los sumos sacerdotes, encerré en la cárcel a muchos santos y, cuando los condenaban a muerte, contribuía con mi voto a ello. 11 Recorría con frecuencia las sinagogas, los castigaba para obligarlos a blasfemar y, enfurecido contra ellos, los perseguía hasta en las ciudades extranjeras».
12 «Empeñado en esto, me dirigía a Damasco con poderes y encargo de los sumos sacerdotes 13 y, cuando iba de camino, cerca del mediodía, rey Agripa, vi una luz que venía del cielo, más brillante que el sol, que nos envolvió a mí y a los que me acompañaban. 14 Todos caímos al suelo y oí una voz que me decía en lengua aramea: “¡Saúl, Saúl!, ¿por qué me persigues? ¡Te lastimas dando golpes contra el aguijón! 15 Yo pregunté: “¿Quién eres, Señor?”. El Señor me respondió: “Yo soy Jesús, al que tú persigues. 16 Pero levántate y quédate de pie, porque me aparecí a ti para constituirte servidor y testigo tanto de las cosas que has visto de mí como de las que te manifestaré. 17 Yo te libraré del pueblo judío y de los paganos a los que te envío, 18 para que les abras los ojos y se conviertan de las tinieblas a la luz, y del dominio de Satanás a Dios y, por la fe en mí, reciban el perdón de los pecados y la herencia junto con los que fueron santificados”».
19 «Desde entonces, rey Agripa, nunca desobedecí la visión celestial, 20 sino que primero a los habitantes de Damasco y más tarde a los de Jerusalén, luego a toda la región de Judea y a los paganos, prediqué que se arrepientan y se conviertan a Dios, haciendo obras que manifiesten la conversión. 21 Por esta razón, los judíos me detuvieron cuando estaba en el Templo y trataron de matarme. 22 Con la ayuda de Dios me he mantenido firme hasta el día de hoy, dando testimonio ante pequeños y grandes sin decir nada fuera de lo que Moisés y los Profetas anunciaron que iba a suceder: 23 que el Mesías, después de sufrir y ser el primero en resucitar de entre los muertos, anunciaría la luz para el pueblo judío y los paganos».
24 Mientras Pablo decía esto en su defensa, Festo dijo con voz fuerte: «¡Estás loco, Pablo! ¡Por leer demasiado te estás volviendo loco!». 25 Pablo le respondió: «No estoy loco, ilustre Festo, sino que estoy diciendo cosas verdaderas y sabias. 26 El rey conoce todo esto, por eso hablo ante él con toda confianza. No creo que ignore nada de esto, porque no sucedieron en algún lugar oculto. 27 Rey Agripa, ¿crees en los profetas? ¡Yo sé que crees!». 28 El rey Agripa le respondió a Pablo: «¡Un poco más y me convences que me haga cristiano!». 29 Y Pablo le replicó: «¡Ruego a Dios que por poco o por mucho, no sólo tú, sino todos los que hoy me están escuchando, lleguen a ser como yo, pero sin estas cadenas!».
30 El rey, el gobernador, Berenice y todos los que los acompañaban se pusieron de pie 31 y, mientras se retiraban, comentaban entre sí: «Este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte o la cárcel». 32 Y el rey Agripa le dijo a Festo: «Este hombre podría ser dejado en libertad si no hubiera apelado al César».
26,1-32: Pablo se defiende ante el rey Herodes Agripa II (nota a 25,1-27), argumentando que él es fariseo y nada ha hecho contra los judíos y su tradición, incluso persiguió a los que se oponían a ella. Por lo demás, su actual predicación nada desdice de lo enseñado por Dios mediante Moisés y los Profetas. De su defensa, el Apóstol pasa al anuncio del Resucitado al punto que Agripa estima que busca hacerlo cristiano (26,28). Narra por tercera vez su vocación (9,3-19; 22,6-16): Jesús resucitado se le apareció y cambió su vida y su misión; ahora no hace más que obedecer esa Voz celestial que le advirtió: «¡Te lastimas dando golpes contra el aguijón!» (26,14). Este proverbio, empleado en la literatura griega, servía para disuadir a alguno –por el gran perjuicio que se seguía– de hacer frente a un obstáculo imposible de superar. La misión de Pablo es como la del Siervo del Señor (Is 42,6-7.16; 49,6): ha sido enviado a abrir los ojos a los paganos para que vean la luz del Evangelio y se conviertan (Hch 26,17-18; ver 13,46-47). Al final, Lucas coloca en boca de Pablo la afirmación central de su obra (Evangelio y Hechos): como estaba dicho por Dios en las Escrituras, el Mesías murió y resucitó, y desde entonces se anuncia esta Buena Noticia a los paganos (Lc 24,45-47). Todos salen convencidos de que Pablo no es culpable de delito alguno y que podría haber quedado en libertad si no hubiera apelado al César.
26,5: Flp 3,5-6 / 26,6-8: Dn 12,2; 2 Mac 7,9-14.23 / 26,9-11: Gál 1,13 / 26,17: Gál 1,16; 2,8 / 26,18: Is 42,6-7.16; Col 1,12-14 / 26,20: Mt 3,8; Ef 2,10; Tit 2,14; 3,8 / 26,22: Lc 24,27.44; Rom 1,2 / 26,23: Is 49,6; 1 Cor 15,20 / 26,31: Lc 23,4
La navegación será muy peligrosa
271 Cuando se decidió que nos embarcáramos para Italia, Pablo y otros presos fueron confiados a un centurión llamado Julio, perteneciente a la legión Augusta. 2 Subimos a un barco del puerto de Adramitio, que estaba por partir a los puertos de la provincia de Asia, y zarpamos. Iba con nosotros Aristarco, un macedonio de Tesalónica. 3 Al día siguiente llegamos a Sidón. Julio, tratando a Pablo con mucha consideración, le permitió visitar a sus amigos, para que lo atendieran. 4 Cuando partimos de allí, navegamos al resguardo de la isla de Chipre, porque teníamos el viento en contra. 5 Después de atravesar los mares de Cilicia y Panfilia, llegamos a Mira de Licia. 6 Allí, el centurión encontró un barco de Alejandría que estaba por partir a Italia y nos embarcó en él. 7 Durante muchos días la navegación fue lenta y llegamos, con dificultad, a la altura de Gnido, pero el viento no nos permitió entrar al puerto. Entonces navegamos al resguardo de la isla de Creta, frente a Salmón, 8 la bordeamos con gran dificultad y llegamos a un lugar llamado Buenos Puertos, cerca de la ciudad de Lasea.
9 Se había perdido mucho tiempo y la navegación era peligrosa, porque ya había pasado el Ayuno. Entonces Pablo les advirtió: 10 «Señores, veo que la navegación será muy peligrosa y nos exponemos a grandes pérdidas, no sólo de la carga y de la nave, sino también de nuestras vidas». 11 Pero el centurión confiaba más en el capitán y en el dueño de la nave que en las palabras de Pablo 12 y, en vista de que el puerto no era apropiado para pasar el invierno, la mayoría decidió partir para tratar de llegar a Fenice, un puerto de la isla de Creta que está orientado hacia el suroeste y al noroeste, y pasar allí el invierno.
27,1-12: Porque apeló al César, Pablo es trasladado a Roma como prisionero (nota a 25,1-27). Así, por caminos inusitados se va realizando el mandato del Resucitado: «Sean mis testigos… hasta los confines de la tierra» (1,8). Sigue un detallado relato del viaje marítimo de Pablo a Roma que se narra con el estilo de un “diario de viaje” y en primera persona del plural (nota a 20,1-12). El barco y el viaje se convierten para Pablo en ocasión de misión. Con este relato, considerado una obra maestra de la literatura, Lucas muestra su familiaridad con los autores clásicos y presenta a Pablo superando todo obstáculo para cumplir su misión, al igual que los antiguos héroes del paganismo. No sólo judíos y paganos se oponen al Apóstol, sino la misma naturaleza se empeña en impedir que alcance la meta de anunciar el Evangelio a todos los pueblos. Pablo, auxiliado por Dios, sale vencedor, al igual que su modelo y razón de vivir, Jesucristo. Con la información de que pasó el «Ayuno» del Día de la Expiación (27,9), Lucas nos indica que era otoño, preparando así al lector para la impresionante narración de la tempestad y del naufragio, pues la navegación por el Mediterráneo es muy peligrosa en esa época del año. Pablo, que ha navegado muchas veces, demuestra tener la experiencia suficiente para aconsejar la suspensión del viaje, en discordancia con la pericia del capitán y del dueño de la nave, y con la orden del centurión Julio (27,10-12). La causa del naufragio se hace evidente: ¡no escucharon a Pablo!
27,2: Col 4,10 / 27,7: Tit 1,5 / 27,9: Lv 16,19-31 / 27,11: Mt 8,8
La tempestad que teníamos encima era muy grande
13 Como soplaba un viento suave del sur y pensaron que podrían llevar a cabo este plan, zarparon y se fueron bordeando la isla de Creta. 14 Pero de pronto, procedente de la isla, se desencadenó un viento huracanado del nordeste llamado Euroaquilón. 15 Como el barco no podía hacer frente al viento fue arrastrado y nos dejamos llevar a la deriva. 16 Mientras avanzábamos al reparo de un islote llamado Cauda, con gran esfuerzo pudimos controlar el bote salvavidas 17 y, después de subirlo, reforzaron el barco con cables. Luego, por temor a que encallara en los bancos de arena de la Sirte, bajaron el ancla flotante y dejaron que el barco navegara a la deriva. 18 Como la tormenta nos sacudía con violencia, al día siguiente arrojaron la carga al mar 19 y, al tercer día, con sus propias manos, también los aparejos del barco. 20 Pasaron muchos días sin que apareciera el sol ni las estrellas. La tempestad que teníamos encima era muy grande y se desvanecía toda esperanza de salvarnos.
21 Habíamos pasado muchos días sin comer. Entonces Pablo se puso en medio de ellos y les dijo: «Compañeros, debieron haberme escuchado y no haber salido de Creta. Nos habríamos ahorrado estos peligros y pérdidas. 22 Ahora les recomiendo que tengan ánimo: ninguno de ustedes perderá la vida, sólo se perderá el barco. 23 Porque esta noche se me apareció un ángel del Dios al que pertenezco y al que adoro, 24 y me dijo: “¡No temas, Pablo! Tú debes comparecer ante el César, y Dios te ha concedido la vida de todos los que navegan contigo”. 25 Por eso, ¡ánimo, compañeros! Yo confío en que Dios cumplirá lo que me ha dicho 26 y encallaremos en alguna isla».
27 Llevábamos casi catorce noches a la deriva en el mar Adriático, cuando a la medianoche los marineros advirtieron que estaban cerca de tierra firme. 28 Arrojaron una sonda al mar y comprobaron que había unos treinta y cinco metros de profundidad. Un poco más adelante hicieron lo mismo y comprobaron que la profundidad era de unos veinticinco metros. 29 Ante el temor de que fuéramos a chocar contra unas rocas, bajaron cuatro anclas desde la popa del barco, mientras esperaban con ansiedad que llegara la mañana. 30 Los marineros, sin embargo, con la excusa de soltar también las anclas de proa, intentaron escapar de la nave bajando el bote salvavidas al mar. 31 Pablo le advirtió al centurión y a los soldados: «Si éstos no se quedan en el barco, ustedes no se podrán salvar». 32 Entonces los soldados cortaron los cables del bote salvavidas y dejaron que éste se hundiera.
33 Cuando amanecía, Pablo recomendó a todos que se alimentaran, diciéndoles: «Hace catorce días que están a la expectativa, en ayunas, sin comer nada. 34 Les aconsejo que se alimenten. Esto es necesario para que estén sanos, porque ninguno de ustedes perderá ni un solo cabello de la cabeza». 35 Después de decir esto, tomó pan, dio gracias a Dios delante de todos, lo partió y comenzó a comer. 36 Todos se sintieron animados y se alimentaron. 37 Los que estábamos en el barco éramos doscientas setenta y seis personas. 38 Una vez satisfechos, comenzaron a aligerar la nave, arrojando el trigo al mar.
39 Cuando se hizo de día, los marineros no reconocieron el lugar. Sólo divisaban una bahía con su playa e hicieron lo posible para llevar el barco en esa dirección. 40 Soltaron las anclas, dejándolas caer al mar, a la vez que aflojaron las sogas que aseguraban el timón. Después, izaron al viento la vela pequeña de popa y se dirigieron a la playa. 41 Sin embargo, chocaron con un banco de arena, con mar de los dos lados, y el barco encalló. La proa se clavó y quedó inmóvil, mientras que la popa se deshacía sacudida por la fuerza de las olas. 42 Entonces los soldados decidieron matar a los presos, para que ninguno huyera nadando. 43 Pero el centurión, con la intención de salvar a Pablo, se opuso a esta decisión y ordenó que primero se tiraran al agua y alcanzaran la orilla los que sabían nadar 44 y, los demás, lo hicieran sobre tablas o sobre los restos de la nave. Así todos llegamos sanos y salvos a tierra firme.
27,13-44: Pablo ha sufrido varios naufragios durante sus viajes apostólicos (2 Cor 11,25). Y éste, que es el último, Lucas lo narra con detalle, siguiendo el modelo de los héroes del paganismo que vencen todo obstáculo (nota a 27,1-12). Mientras los más expertos en la navegación toman medidas que ponen en peligro la nave con sus pasajeros (Hch 27,11), Pablo, apoyado en la Palabra y la promesa del Señor, tiene plena certeza de que él ni nadie morirán durante la tempestad. Él sabe que la voluntad de Dios es que llegue a Roma para dar testimonio de Cristo (27,24-25). De esta manera, a pesar del peligro, transmite seguridad a los que viajan con él, que se encuentran angustiados y no han comido durante días a causa de la gran tempestad. Pablo los tranquiliza, se alimenta ante ellos y los invita a hacer lo mismo. El acto de dar gracias a Dios y partir el pan (27,35) no debe interpretarse como una celebración eucarística, sino como el gesto que acompaña las comidas de los judíos.
27, 13-26: Sal 107,23-30; Jon 1,4-18; 2 Cor 11,25-28 / 27,34: Lc 21,18 / 27,35-38: Jn 6,1-13
Supimos que la isla se llamaba Malta
281 Cuando estuvimos a salvo, supimos que la isla se llamaba Malta. 2 Los nativos nos mostraron una cordialidad fuera de lo común. Como llovía intensamente y hacía mucho frío, encendieron una hoguera y nos recibieron a todos. 3 Pablo recogió cierta cantidad de ramas secas y, al echarlas al fuego, una víbora que huía del calor le mordió la mano. 4 Cuando los nativos vieron el animal colgado de su mano, comentaban entre ellos: «Con seguridad este hombre es un asesino: se salvó del mar, pero la Justicia no le permite seguir con vida». 5 Pero Pablo, sin sufrir daño alguno, arrojó la víbora al fuego. 6 Ellos esperaban que se hinchara o que de pronto cayera muerto. Pasó un largo rato y al ver que no le sucedía nada malo, cambiaron de opinión y decían que era un dios.
7 En las cercanías de aquel lugar, tenía unas propiedades el principal de la isla, llamado Publio. Él nos recibió con amabilidad y nos hospedó durante tres días. 8 El padre de este hombre estaba en cama con fiebre y disentería. Pablo entró a visitarlo, oró, le impuso las manos y el enfermo quedó sano. 9 Después que sucedió esto, acudieron los demás enfermos de la isla y también fueron sanados. 10 Los habitantes nos trataron con muchas muestras de consideración y, cuando partimos, nos proveyeron de todo lo que necesitábamos.
28,1-10: Pablo es el centro del relato y, siendo un prisionero llevado a juicio ante el César, es quien controla los acontecimientos, porque Dios está con él. En la isla de Malta, a la que llegan los náufragos, el Apóstol muestra estar bajo protección especial de Dios, porque nada le pasa luego que lo muerde una víbora (28,3-6; Lc 10,19). Los nativos, en cambio, esperan por largo rato que «Justicia» (Hch 28,4), nombre propio de la diosa que persigue a culpables, cobre la vida de Pablo porque piensan que es un asesino. Como nada le pasa, cambian de opinión y, como había sucedido en Listra (14,11-12), ahora creen que Pablo es un dios. Pablo en Malta se dedica, como lo había hecho en Éfeso (19,11-12), a curar las enfermedades de los nativos, porque lo asiste el poder de Dios. El relato de Lucas destaca la hospitalidad y cordialidad de los paganos, habitantes de la isla (28,2.7.10).
28,5: Mc 16,18 / 28,8: Lc 4,40 / 28,9: 1 Tim 4,14
Y así llegamos a Roma
11 Después de tres meses nos embarcamos en un barco de Alejandría que había pasado el invierno en la isla de Malta y llevaba la insignia de los Dióscoros. 12 Llegamos a Siracusa y permanecimos allí tres días. 13 Desde allí, siguiendo la costa, arribamos a Regio. Al día siguiente comenzó a soplar viento del sur y, en dos días, llegamos a Pozzuoli, 14 donde encontramos hermanos que nos invitaron a quedarnos una semana con ellos. Y así llegamos a Roma. 15 Los hermanos, cuando fueron informados de que llegábamos, salieron a recibirnos al Foro Apio y Tres Tabernas. Cuando Pablo los vio, dio gracias a Dios y quedó reconfortado.
16 Cuando entramos en Roma, autorizaron a Pablo para que permaneciera en una casa particular, custodiado por un soldado.
17 Después de tres días, Pablo convocó a los principales de los judíos y, cuando estuvieron reunidos, les dijo: «Hermanos, sin haber hecho nada contra el pueblo judío o contra las costumbres de nuestros padres fui apresado en Jerusalén y entregado al poder de los romanos 18 quienes, después de interrogarme, querían dejarme en libertad porque no encontraron en mí ninguna culpa que mereciera la muerte. 19 Pero como los judíos se oponían, me vi obligado a apelar al César, sin pretender por eso acusar a los de mi pueblo. 20 Ésta es la razón por la que pedí verlos y hablarles, ya que por la esperanza de Israel estoy cargado con estas cadenas». 21 Ellos le respondieron: «Nosotros no hemos recibido cartas de Judea que nos informen de ti ni tampoco ha venido ningún hermano que nos refiera o diga algo malo de ti. 22 Pero deseamos oírte hablar de lo que piensas, porque acerca de ese partido sabemos que en todas partes encuentra oposición».
23 En el día fijado, se reunieron muchos en la casa donde Pablo se alojaba. Y desde la mañana hasta la tarde, les daba testimonio, exponiéndoles el Reino de Dios y tratando de convencerlos acerca de Jesús a partir de la Ley y los Profetas. 24 Mientras algunos de ellos se convencían por sus palabras, otros no creían. 25 Cuando ya se retiraban, sin haberse puesto de acuerdo, Pablo hizo esta afirmación: «El Espíritu Santo dijo muy bien a nuestros padres por medio del profeta Isaías:
26 Ve a decir a este pueblo:
por más que oigan no entenderán, y por más que miren no verán.
27 Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido,
han tapado sus oídos y han cerrado sus ojos,
para no ver con sus ojos ni oír con sus oídos,
para no entender con su corazón y convertirse,
para que yo los sane». [Is 6,9-10]
28 «Pero sepan que esta salvación que proviene de Dios fue dada a los paganos, y ellos sí escucharán». [29].
30 Pablo permaneció dos años enteros en una casa que había alquilado, recibía a todos los que iban a verlo, 31 les anunciaba el Reino de Dios y les enseñaba lo referente a Jesucristo con toda valentía y sin ningún impedimento.
28,11-31: El relato de Hechos termina con la llegada de Pablo a Roma. En las últimas etapas de su viaje han salido a su encuentro cristianos que lo hospedan. No sabemos cómo llegó la fe cristiana a Italia antes del arribo de Pablo. En Roma, se reúne con un grupo de judíos que viven en la ciudad. En el primer encuentro (28,17-22), les explica su situación judicial: mientras los romanos no lo encuentran culpable de ningún delito, los judíos lo persiguen por «la esperanza de Israel» (28,20), esto es, por su fe en la resurrección (24,15; 26,6-8). En el segundo encuentro (28,23-28), les habla de Jesucristo a partir de las Escrituras sin ningún impedimento, a pesar de ser un prisionero. Ante la falta de fe de muchos judíos, que las Escrituras preveían (Is 6,9-10 en Hch 28,26-27), Dios otorga a los paganos la salvación que los judíos rechazaron (Is 40,5; Lc 3,6; Hch 13,46-47). Lucas no informa si la apelación de Pablo al César terminó en absolución o condenación. Su intención no es escribir una biografía de Pablo, sino mostrar cómo el Espíritu Santo impulsa y guía la predicación del Evangelio desde Jerusalén hasta los confines de la tierra. Para Pablo, encadenado al soldado que lo custodia, norma que no siempre se cumplía, la Palabra de Dios no está encadenada (2 Tim 2,9). Conforme al sumario final (Hch 28,30-31), Lucas nos dice que el Apóstol se dedica a predicar en Roma el Reino de Dios, cumpliéndose así el mandato del Resucitado (1,8; ver 23,11).
28,14: Rom 1,7 / 28,20: 1 Tes 2,19 / 28,21: Lc 4,44 / 28,25-27: Mt 13,14-15; Jn 12,40 / 28,30: Lc 24,47
Hch 28,29: algunos manuscritos, aunque no los principales, traen: «Cuando oyeron estas palabras, los judíos se retiraron discutiendo acaloradamente entre sí», en parte repetición de 28,24-25.