INTRODUCCIÓN
Es muy poco lo que se sabe sobre este libro. Los investigadores no están de acuerdo sobre la fecha en que fue escrito; sobre su autor, nada se conoce fuera de su nombre, que significa el Señor es Dios. La tradición judía le asignó una época muy antigua, y lo colocó entre Oseas y Amós, los primeros libros proféticos. Otros autores, en cambio, prefieren relacionar la descripción de la plaga de langostas y el tiempo de angustia que le sigue con las invasiones asirias o babilónicas, y ubican la composición del libro en una fecha anterior al exilio en Babilonia.
La ausencia del rey de Judá o de Israel, el silencio respecto a los clásicos enemigos de Judá, Asiria y Babilonia, hacen pensar en una fecha tardía; esta hipótesis está apoyada por el carácter escatológico del día del Señor, tema fundamental del libro, día de juicio para los malos y de salvación para los justos. Además, los rasgos apocalípticos en el texto, similares a los de Daniel, Zacarías y a las partes más tardías de Isaías, suponen un contexto literario, religioso y político posterior a la cautividad babilónica (siglo VI a. C.). Una conjetura razonable permite ubicar la última redacción del libro entre los años 400 y 350 a. C.
La obra describe un tiempo de angustia provocado por la ruina del país y por una invasión extranjera, que en el texto es representada por una plaga de langostas (1,2 – 2,9). Esta situación aparece como signo precursor del inminente «día del Señor» (1,15; 2,1-2.10-11; 3,4; 4,14-17). El pueblo reconoce que sus pecados han sido la causa de estos males y celebra una liturgia penitencial (2,12-17), a la que el Señor responde con el anuncio de que juzgará a todas las naciones (4,1-17). Después de esto habrá tiempos de paz y abundancia (2,18-27; 4,18-21) y se producirá la efusión del Espíritu Santo sobre todo el pueblo (3,1-5).
El pueblo de Dios sufre una violenta invasión de naciones extranjeras (1,6). Como consecuencia de la ruina y destrucción causadas por los invasores, semejante a las que produce una plaga de langostas cuando cae sobre un campo sembrado, se ha producido el hambre entre los habitantes del país (1,10-12.16-17). El pueblo sabe que el Señor los amenazó con enviarles estos mismos males si ellos no se convertían de sus pecados (Dt 32,22-25). Por eso ahora convocan a una solemne celebración litúrgica con ayuno y muestras de dolor para pedir perdón por sus pecados (Jl 2,12-17), porque así como Dios amenazó con castigos, también prometió que haría justicia a su pueblo (Dt 32,35-36).
En la respuesta del Señor, el profeta Joel coloca en el primer plano una idea que ya había sido insinuada en la época anterior al exilio (Am 1-2): Dios no es solamente el Dios de Israel, sino el Señor de toda la tierra, y él juzgará a todas las naciones (2,20; 4,2.12).
En el libro de Joel se reitera el concepto del «día del Señor» (1,15; 2,1-2; 10-11; 3,4; 4,14-17), entendido como el momento en el que Dios juzgará a todas las naciones, pagará su merecido a los culpables, hará desaparecer todos los males y dará comienzo a una era de paz y felicidad para su pueblo (4,18-20). La idea del «día del Señor» resuena también en otros profetas (Am 1,18; 8,9-13; Sof 1,14-18).
El poder de Dios sobre todo el mundo queda expresado cuando el Señor anuncia que no solo rechazará a los invasores y cambiará la situación política (2,20), sino también cuando promete que dará productividad a los campos para que su pueblo tenga abundancia de bienes (2,19.21-26), y sobre todo cuando se revela que en la etapa que siga al «día del Señor», el pueblo será renovado totalmente porque Dios derramará su espíritu sobre él (3,1-5).
Después del título, el libro de Joel se divide en dos partes. La primera (1-2) se centra en la descripción de una plaga de langostas y una sequía que destrozan el país. El azote se proyecta como un ejército bien entrenado que ataca una ciudad. Para que Dios perdone a su pueblo, el profeta lo invita a la conversión, expresada en la recta vida social y en una conducta que concuerde con su vida litúrgica. Culmina con el anuncio del fin de la catástrofe y de una abundante bendición a la tierra. En la segunda parte (3-4), la visión escatológica, la devastación y consiguiente restauración alcanzan dimensiones universales. Aquí, Joel desarrolla tres temas: las señales en el cielo y la tierra; la salvación de Judá, manifestada a nivel político en la liberación de los extranjeros y a nivel económico en el bienestar del país, y el juicio final. El tema, el vocabulario y el estilo uniforme de las dos partes hablan en favor de la unidad de la obra. Su originalidad radica en el paso de lo inmediato a lo trascendente, que viene descrito con tinte apocalíptico.
La estructura del libro es la siguiente:
I – La visión histórica 1,2 – 2,27
II – La visión apocalíptica 3,1 – 4,21
La tierra está de luto[1]
Jl 1,13; 2, 25; Os 4,3; Am 4,9; 7,1-2; Ap 9,8
11 Palabra del Señor que llegó a Joel, hijo de Petuel.
2 ¡Dirigentes, escuchen esto!
¡Habitantes de todo el país, presten atención!
¿Ha sucedido algo semejante en sus días
o en el tiempo de sus padres?
3 Nárrenlo a sus hijos
y estos a los suyos,
y ellos a la siguiente generación.
4 Lo que dejó la langosta adulta, se lo comió la langosta joven,
lo que dejó la joven, se lo comió la que estaba creciendo,
y lo que dejó esta última, se lo comió la que apenas era una larva.
5¡Borrachos, despierten y lloren!
¡Bebedores, giman de dolor,
porque ya no tomarán más vino!
6 Un ejército fuerte y numeroso ha invadido mi tierra;
tiene dientes de león y colmillos de leona.
7 Ha arrasado mis viñedos
e hizo trizas mis higueras,
las ha destrozado por completo,
les quitó la corteza;
dejó sus ramas peladas.
8 ¡Llora, tú, como virgen vestida de luto
por su joven prometido n!
9 Ofrenda y libación han cesado en el templo del Señor;
los sacerdotes, ministros del Señor, hacen duelo.
10 Los campos han sido devastados; la tierra está de luto,
porque la cosecha se ha perdido, el vino se ha acabado y el aceite agotado.
11 Aflíjanse de tristeza, labradores, por el trigo y la cebada;
giman de dolor, viñadores, porque la cosecha del campo se ha perdido.
12 La viña se ha secado y la higuera se marchita;
el granado, igual que la palmera y el manzano,
y todos los árboles del campo están secos.
¡Ha desaparecido la alegría de la gente!
Promulguen un ayuno, convoquen a la comunidad [2]
Jl 1,8; 2,1.15
13 Vístanse de luto y lloren, sacerdotes;
giman de dolor, ministros del altar,
entren, pasen la noche en duelo, servidores de mi Dios,
porque ya no hay ofrenda ni libación en el templo de su Dios.
14 Promulguen un ayuno, convoquen a la comunidad,
reúnan a los dirigentes y a todos los habitantes del país
en el templo del Señor, su Dios, y clamen al Señor.
15 ¡Ay, qué día! El día del Señor se acerca
y como azote del Todopoderoso está a punto de llegar.
16 ¿No estamos viendo que el alimento,
junto con la alegría y el regocijo,
faltan en el templo de nuestro Dios?
17 Las semillas se pudren bajo sus terrones;
los graneros están vacíos, los silos derribados,
porque el cereal se ha perdido.
18 ¡Cómo muge el ganado!
Las manadas de vacas vagan sin rumbo
porque no les queda pasto;
hasta los rebaños de ovejas desfallecen.
19 A ti clamo, Señor,
porque el fuego ha devorado los pastizales de la estepa
y el incendio ha quemado todos los árboles del campo;
20 incluso los animales salvajes jadean tras de ti,
porque los arroyos se han secado
y el fuego ha devorado los pastizales de la estepa.
Un ejército fuerte y numeroso se despliega [3]
Jl 1,15; 2,10-11; 3,4; 4,14-17; Is 51,3; Ez 28,13; 31,9; Sof 1,15; Ap 9,7-11
21 Toquen la trompeta en Sion,
den la alarma en mi monte santo;
tiemblen todos los habitantes de la tierra,
porque el día del Señor llega, ya está cerca:
2 día de oscuridad y tiniebla,
día de nubarrón y densa niebla.
Un ejército fuerte y numeroso se despliega
como la aurora sobre las montañas;
nunca antes hubo algo semejante
ni se volverá a repetir.
3 Un fuego devorador lo precede
y un incendio abrasador lo sigue;
delante de él la tierra es como un jardín del Edén,
detrás de él, una estepa desolada;
nada se le escapa.
4 Parecen caballos y avanzan como jinetes;
5 como estrépito de carrozas galopan por las cumbres de las montañas,
como crepitar de llamas de fuego que devora la paja,
igual que un fuerte ejército formado para la batalla.
6 Los pueblos se estremecen ante él; todo rostro palidece.
7 Atacan como valientes, y escalan la muralla como guerreros;
cada uno marcha en su fila sin desviarse de su meta;
8 no se empujan entre sí; cada soldado avanza en formación;
aunque las flechas caigan a su alrredor, no se desbandan.
9 Se lanzan contra la ciudad, escalan la muralla, trepan por las casas,
y como ladrones se cuelan por las ventanas.
10 Ante ellos la tierra tiembla y el cielo se estremece,
el sol y la luna se oscurecen y las estrellas retiran su fulgor.
11 El Señor alza su voz al frente de su ejército,
¡Qué numeroso es su batallón! ¡Qué fuertes los que cumplen sus órdenes!
¡Grande y terrible es el día del Señor! ¿Quién lo podrá aguantar?
Rasguen su corazón y no sus vestiduras [4]
Jl 1,14; Ex 34, 6; Miq 7,10; Mal 2,17; Sal 42,4.11; 79,10; 115,2
12 Ahora bien -oráculo del Señor-
vuélvanse a mí de todo corazón, con ayuno, con llanto y con luto;
13 rasguen su corazón y no sus vestiduras,
y vuélvanse al Señor, su Dios,
porque es compasivo y misericordioso;
lento para enojarse y rico en amor
y se arrepiente de sus amenazas.
14 Quizá cambie de parecer y se apiade,
y deje una bendición tras de sí,
ofrendas y libaciones para el Señor, su Dios.
15 Toquen la trompeta en Sion,
promulguen un ayuno santo, convoquen a la comunidad,
16 reúnan al pueblo, purifiquen la asamblea, junten a los ancianos,
reúnan a los pequeños y hasta a los niños de pecho;
salga el esposo de su alcoba y la esposa de su lecho nupcial.
17 Entre el atrio y el altar, lloren los sacerdotes,
digan los ministros del Señor: “Perdona a tu pueblo, Señor;
no entregues tu propiedad al desprecio;
ni a la burla de los paganos.
Que no se oiga esta mofa entre los pueblos: ‘¿Dónde está su Dios?’”.
El Señor se compadeció de su pueblo[5]
Jl 1,4
18Entonces el Señor sintió cariño por su tierra
y se compadeció de su pueblo.
19El Señor respondió y dijo a su pueblo:
“Yo les enviaré el trigo, el vino y el aceite
hasta que queden saciados,
y no los expondré más al desprecio de los paganos.
20 Alejaré de ustedes al ejército del norte;
lo arrojaré a la región árida y desolada:
su vanguardia hacia el mar oriental
y su retaguardia hacia el mar occidental;
su hedor subirá, su mal olor se esparcirá.
Porque él ha hecho cosas tremendas”.
21 No temas, campo de cultivo; regocíjate y alégrate,
porque el Señor ha hecho grandes cosas.
22 No teman, animales salvajes,
porque los pastizales de la estepa han reverdecido,
los árboles volvieron a dar su fruto,
la higuera y la vid dieron su producto.
23 Ustedes, habitantes de Sion, regocíjense
y alégrense en el Señor, su Dios,
porque les volvió a enviar las primeras lluvias a su tiempo
y les mandó la lluvia de otoño y de primavera como antes.
24 Los graneros se llenarán de trigo
y los lagares rebosarán de vino y aceite.
25 “Los compensaré los años que perdieron
a causa de la plaga de langostas,
mi ejército destructor que envié contra ustedes.
26 Ustedes comerán bien hasta saciarse
y alabarán el nombre del Señor su Dios,
que hizo prodigios por ustedes.
Mi pueblo no volverá a quedar defraudado.
27 Ustedes sabrán que yo estoy en medio de Israel.
Yo soy el Señor, su Dios, y no hay otro.
¡Mi pueblo no volverá a quedar defraudado!”.
II.- LA VISIÓN APOCALÍPTICA
Derramaré mi espíritu[6]
Jl 2,11; Nm 11,29 // 3,1-5: Hch 2,17-21; 3,5: Rom 10,13
31 “Después de esto
derramaré mi espíritu sobre todo ser humano;
sus hijos e hijas profetizarán;
sus ancianos tendrán sueños y sus jóvenes, visiones.
2 En aquellos días, también
derramaré mi espíritu sobre los siervos y las siervas.
3 Haré prodigios en el cielo y en la tierra:
sangre, fuego y columnas de humo;
4 el sol se volverá oscuridad y la luna, sangre,
ante la llegada del día del Señor, grande y terrible”.
5 Pero todos los que invoquen al Señor se salvarán,
porque quedará un resto en el monte Sion y en Jerusalén,
según el Señor lo ha prometido.
Entre los supervivientes estarán
los que el Señor haya escogido.
Entablaré un juicio en contra de las naciones[7]
Abd 11
41 “Miren, en aquellos días y en aquel tiempo,
cuando yo cambie la suerte de Judá y de Jerusalén,
2 reuniré a todas las naciones
y haré que bajen al valle de Josafat.
Allí entablaré un juicio contra ellas
porque dispersaron entre las naciones
a Israel, mi pueblo y mi heredad;
se repartieron mi tierra,
3 y sobre mi pueblo echaron suertes;
cambiaron a niños por prostitutas
y vendieron a niñas por vino para embriagarse.
4 Ahora ustedes, Tiro, Sidón y todas las comarcas de Filistea,
¿qué pretenden de mí?
¿Quieren vengarse de mí?
Si ustedes traman represalias contra mí,
Muy pronto les daré su merecido
5 porque ustedes robaron mi plata y mi oro
y se llevaron mis mejores tesoros a sus templos.
6 A los habitantes de Judá y de Jerusalén
ustedes los vendieron a los griegos
para alejarlos de su territorio
7 Ahora yo los sacaré del lugar donde los vendieron,
y, a ustedes, les daré su merecido.
8 Venderé a sus hijos e hijas a los habitantes de Judá,
y ellos los venderán a los sabeos, nación lejana
-lo ha dicho el Señor-.
El Señor será refugio de su pueblo [8]
Jl 2,10; Is 2,4; Ez 47,1; Am 1,2.12; 9,13; Abd 10-11; Miq 4,3; Zac 14,8; Sal 137,7; Mc 13,24¸ Ap 14,17-20; 22,1
9 Anuncien esto entre las naciones,
declaren la guerra santa,
movilicen a los valientes,
que todos los guerreros avancen y suban.
10 De sus arados forjen espadas
y de sus tijeras de podar, lanzas;
y diga el cobarde: “Soy un héroe”.
11 ¡Rápido, vengan todas las naciones vecinas!.
Reúnanse allí.
¡Señor, ordena bajar a tus valientes!
12 Que las naciones se movilicen
y suban al valle de Josafat
Porque allí me he de sentar a juzgar
a todas las naciones vecinas.
13 Metan la guadaña, la cosecha está madura;
vengan y pisen la uva, porque el lagar está lleno;
ya las tinajas desbordan
porque su maldad ha llegado al colmo.
14 Hay grandes multitudes en el valle de la Decisión,
porque el día del Señor se acerca en el valle de la Decisión.
15 El sol y la luna se oscurecerán y las estrellas retirarán su fulgor.
16 El Señor rugirá desde Sion, alzará su voz desde Jerusalén,
cielo y tierra se estremecerán.
Pero el Señor será refugio de su pueblo y fortaleza para Israel.
17 “Entonces, reconocerán que yo soy el Señor, su Dios;
que habito en Sion, mi monte santo;
Jerusalén será lugar santo
y los extranjeros no volverán a conquistarla”.
18 Aquel día, los montes destilarán vino
y fluirá leche en las colinas .
En todos los arroyos de Judá correrá agua
y un manantial que brotará del templo del Señor
regará el valle de las Acacias.
19 Egipto quedará en ruinas,
y Edom como un desierto terrible,
por su violencia contra los habitantes de Judá,
cuando derramaron sangre inocente en su tierra.
20 Pero Judá será habitada para siempre,
y Jerusalén por todas las generaciones.
21 Vengaré su sangre, no la dejaré impune.
¡El Señor habita en Sion!
[1] 1,2-12. Una plaga de langostas en el campo se convierte en catástrofe universal; parecen un ejército invasor, que deja al pueblo desprovisto de alegría, sin alimento y sin ofrendas para el Templo. A los israelitas se los llama “borrachos”, porque, preocupándose por el vino, no se dan cuenta de la grave situación. Por eso Judá gime como una virgen desconsolada que llora por su joven prometido, y la tierra está de luto por la pérdida de la cosecha.
[2] 1,13-20. Los sacerdotes deben hacer duelo y convocar una asamblea para el ayuno general e implorar la compasión divina. Dios mismo, quien envió el azote, llama a la conversión. El mensaje profético relaciona el mundo agrario y el culto: la cosecha de la tierra suministra alimento para el pueblo y ofrendas para Dios; a su vez, la liturgia del Templo garantiza la bendición del Señor a la tierra.
[3] 2,1-11. Una plaga de langostas se parece al avance de un ejército bien entrenado que llega y trepa por las murallas de la ciudad y se mete en las casas. La voz divina (v. 11), clave en la teofanía, dirige el ejército y pone de manifiesto que así se cumple el juicio de Dios: frente a este cataclismo urge la conversión. Por las imágenes y el lenguaje el texto se asemeja al género apocalíptico.
[4] 2,12-17. Frente al día del Señor, urge la conversión del corazón, expresada con el ayuno y el llanto de todo el pueblo para que se manifieste la compasión del Señor. La bendición divina se puede experimentar desde una liturgia auténtica que exprese la armonía del rito con una vida coherente.
[5] 2,18-27 – El profeta alienta al pueblo; Dios los librará de la desgracia, detendrá al destructor del norte desde donde llega la invasión. Con la lluvia, el Señor quitará la devastación y hará que la tierra produzca sus frutos; a los animales no les falte alimento, y el pueblo tendrá de qué vivir y podrá celebrar la liturgia. Si antes hubo quienes se burlaban diciendo: “¿Dónde está su Dios?” (v. 17), ahora el pueblo debe regocijarse porque el Señor está en medio de Israel (v. 27).
[6] 3,1-5. “Después de esto” indica un paso hacia los bienes espirituales. El espíritu de Dios y el de la profecía, caracterizado por los sueños, las visiones y la renovación interior (cf. Nm 12,6; Ez 11,19-20; 36,26-27), será derramado sobre todos. La efusión del espíritu sobre toda persona, independientemente de las barreras de sexo, edad y condición social, anticipa lo que ocurrirá en Pentecostés y permanece como un don y un desafío para la Iglesia. Las palabras de Joel se oyen en el discurso de Pedro, donde se ve cumplida su profecía en la comunidad cristiana (Hch 2,17-21). Las imágenes de “sangre, fuego y columnas de humo”, que se toman del ritual del Templo, describen también la llegada del día del Señor, que trae la salvación para quienes lo invoquen.
[7] 4,1-8 – Dios convoca a juicio a los opresores de Judá y Jerusalén. El juicio se sitúa en el valle de Josafat, que significa “el Señor juzga”, lugar apocalíptico más que geográfico. Por la inversión de papeles, los captores de Judá serán vendidos a sabeos, comerciantes del sur de Arabia.
[8] 4,9-21 – Al declarar la guerra contra las naciones que atacaron a Judá y a Jerusalén (vv. 9-13), el pacífico retrato de Is 2,4 se vuelve aquí hostil. El valle de Josafat , por ser el lugar del castigo, se convierte en el valle de la Decisión, que también se puede traducir por valle de la trilla, referido al tiempo de meter la guadaña en los campos y de estrujar las uvas . La descripción del día del Señor es cósmica (cf. 2,10; 3,4). Jerusalén se vuelve el lugar santo y el de la abundancia. Las aguas (cf. Ez 47,1-12; Zac 14,8), que recuerdan los ríos en Edén (Gn 2,10-14), manan del Templo, pero no alcanzarán a los prototipos de la maldad, Egipto, modelo de opresión, y Edom, de traición fraterna. Dios en Sion define la destrucción de los adversarios y la restauración universal.