INTRODUCCIÓN
Todos los libros proféticos contienen predicaciones y en algunos casos alguna parte narrativa; el libro de Jonás se distingue de los demás porque es solo una narración. El personaje del que se trata es «Jonás, hijo de Amitay», un profeta que según 2 Re 14,25 vivió en una época anterior al rey Jeroboán II (782-753 a.C.), y a quien se le atribuye una profecía que no tiene relación con el contenido de este libro.
En la obra no se indica quién fue el autor de la narración ni la época en que escribió. En el texto tampoco se encuentran indicios que permitan obtener estos datos.
La historia del hombre que es devorado por un pez y permanece vivo en su interior durante varios días hasta que finalmente es vomitado en una playa, tiene el aspecto de los relatos fantásticos; no hay ninguna confirmación en la historia de que un profeta hebreo haya predicado en Nínive; y tampoco de que en Asiria se haya producido una conversión general tan sorprendente como nunca sucedió en Israel. Esto, más bien, contradice lo que se sabe de la historia de los asirios. Las escenas del pez y de la conversión de los ninivitas no constituyen el centro del relato sino más bien son incidentes que hacen atractiva la historia y conducen al diálogo final entre Dios y Jonás. La obra tiene la forma y el aspecto de una «novela», pero lo importante lo constituye la enseñanza de la que es portadora. Por estos indicios, el libro de Jonás deberá ser colocado entre los escritos de carácter didáctico.
En la narración, Jonás es el único personaje israelita del relato, y aparece siempre como merecedor de reproches: es el profeta desobediente a la palabra del Señor que se niega a predicar a los paganos (1,3.12), que duerme mientras los marineros invocan a sus dioses y luchan por salvar la nave (1,5); predica un solo día, cuando se requieren tres para recorrer la ciudad (3,4); y se entristece y quiere morir porque ve que Dios ha perdonado a los ninivitas (4,1). Más tarde se entristece y pide la muerte porque se ha secado una planta que le daba sombra (4,8-9). Los personajes paganos, en cambio, conquistan desde el principio la simpatía del lector: los marineros invocan a sus dioses (1,5); reprochan a Jonás su desobediencia (1,10); cuando oyen hablar del Señor lo invocan (1,14), y finalmente le ofrecen sacrificios (1,16). Los habitantes de Nínive, que eran perversos (1,2), se convierten después de oír la predicación una sola vez, (3,5).
Todo esto indica que el libro de Jonás es una obra didáctica redactada para responder a los israelitas que en cierto momento de la historia creen que ellos son los únicos que gozan del privilegio de las bendiciones divinas. A pesar de que muchas veces han sido merecedores de reproches (como Jonás), se consideran los únicos elegidos, y no aceptan a los paganos que desean adherirse al judaísmo, porque piensan que estos son pecadores que solo merecen castigos. A los lectores que tienen una imagen empequeñecida de Dios, como si él fuera solo Dios de Israel, el autor les muestra un Dios que extiende su providencia también hacia los pueblos paganos porque es el Dios de todo el mundo (Rom 3,29).
Israel es el pueblo al que el Señor eligió (Is 41,8-9), y como «servidor» (Is 44,1) recibió la misión de ser luz para las naciones y de llevar la salvación hasta los confines de la tierra (Is 49,6). Algunos textos del Antiguo Testamento anuncian que al final de los tiempos Jerusalén será el centro hacia el que confluirán todas las naciones (Zac 8,20-22). Pero se sabe que algunos grupos entendieron la elección como un tesoro que debían guardar celosamente, y olvidándose de su misión, se distanciaron de los demás pueblos. Quienes pensaban así rechazaban a los extranjeros y evitaban el trato con ellos. Decían con orgullo que Israel era el pueblo «elegido», y todos los demás eran «pecadores». A estos les costaba aceptar que Dios es «un Dios clemente y compasivo, lleno de paciencia y rico en amor» (Ex 34,6; Jon 4,2) y les parecía mal que Dios perdonara a los que ellos llamaban «pecadores».
La actitud de Jonás, entristecido porque el Señor otorga el perdón a los habitantes de Nínive, es la misma de aquellos que critican a Jesús porque «recibe a los pecadores y come con ellos» (Lc 15,2), y también la del hermano mayor del hijo pródigo, que cuando este pecador es perdonado se niega a participar de la alegría de la fiesta (Lc 15,29-30). A quienes piensan de esta manera, el libro de Jonás les muestra que Dios también siente compasión por esa gran multitud que todavía vive lejos de él (4,11).
Finalmente, el apóstol Pablo vio obstaculizada su tarea de llevar el evangelio a todas las naciones. Su predicación tuvo éxito entre los prosélitos y los paganos, pero se le oponían los que pensaban que el evangelio era un privilegio que no se debía compartir con los que venían del paganismo (1 Tes 2,16).
El Nuevo Testamento menciona a Jonás, y lo presenta como una figura: en el evangelio de Mateo, Jonás, que está tres días y tres noches en el vientre del pez, es el «signo» que prefigura a Cristo durante los tres días en el sepulcro antes de su resurrección (Mt 12,39-40). El evangelio de Lucas dice que Jonás, cuando predica a los habitantes de Nínive, es el «signo» que anuncia la predicación del evangelio a todas las naciones (Lc 11,30.32).
En el capítulo 2 del libro de Jonás se intercala un salmo de acción de gracias compuesto con frases extraídas de otros salmos. Es la acción de gracias de Jonás por su liberación de la muerte, y en la iglesia se recita a la luz de la resurrección de Jesucristo.
I – JONÁS EN LA TEMPESTAD 1 – 2
II – JONÁS EN NÍNIVE 3
III – EL SEÑOR ES CLEMENTE Y COMPASIVO 4
I – JONÁS EN LA TEMPESTAD [1]
Jonás partió para huir lejos del Señor
1 1 La palabra del Señor llegó a Jonás, hijo de Amitay: 2 «¡Levántate! Dirígete a la gran ciudad de Nínive y proclama un oráculo contra ella, porque la maldad de los ninivitas ha llegado hasta mí».
3 Jonás se levantó y partió enseguida, pero para huir a Tarsis, lejos del Señor. Fue al puerto de Jafa y encontró un barco que estaba por zarpar para Tarsis; pagó su pasaje y se embarcó con ellos, con el propósito de escapar a Tarsis, lejos del Señor. 4 Entonces, el Señor desencadenó sobre el mar un viento huracanado, que provocó una gran tempestad marina e hizo que el barco estuviera a punto de despedazarse.
5 Llenos de temor, los marineros comenzaron a clamar cada uno a su propio dios, mientras arrojaban la carga al mar, con el fin de aligerar el barco. Jonás, por su parte, había bajado a la bodega, se había acostado y dormía profundamente. 6 Se le acercó el jefe de la tripulación y le dijo: «¿Cómo es posible que estés durmiendo? ¡Levántate! ¡Invoca a tu dios! Quizá ese dios tenga consideración de nosotros y evite que perezcamos». 7 Los marineros, a su vez, decían entre sí: «Vamos a echar suertes para saber por culpa de quién nos ha sobrevenido esta desgracia». Echaron suertes y esta recayó sobre Jonás. 8 Entonces, le dijeron: «Cuéntanos, ¿por qué nos ha sobrevenido esta desgracia? ¿Cuál es tu oficio? ¿De dónde vienes? ¿Cuál es tu país de origen y a qué pueblo perteneces?». 9 Él les respondió: «Soy hebreo; temeroso del Señor, el Dios del cielo que hizo el mar y la tierra firme».
10 Llenos de gran temor, los marineros le dijeron: «¿Cómo es posible que hagas algo así?». Porque supieron, por propia confesión de Jonás, que él estaba huyendo lejos del Señor. 11 Como el mar seguía encrespándose, le preguntaron: «¿Qué debemos hacer contigo para que el mar se calme a nuestro alrededor?». 12 Él les contestó: «¡Tómenme y arrójenme al mar! Solo entonces el mar se calmará alrededor de ustedes, porque yo sé bien que por mi culpa les ha sobrevenido esta gran tempestad». 13 Pero ellos se pusieron a remar con la intención de regresar a tierra firme, aunque no lo lograban, porque el mar seguía encrespándose a su alrededor. 14 Finalmente, invocaron al Señor, diciendo: «¡Por favor, Señor, evita que perezcamos por culpa de este hombre! Y si es inocente, no nos responsabilices de su muerte, porque tú, Señor, haces que todo suceda conforme a tu voluntad». 15 Entonces tomaron a Jonás y lo arrojaron al mar, y solo así el mar aplacó su furor.
16 Llenos de gran temor al Señor, los marineros le ofrecieron un sacrificio y le hicieron promesas.
¡La salvación viene del Señor! [2]
2 1 El Señor dispuso que un gran pez se tragara vivo a Jonás y él estuvo en las entrañas del pez durante tres días y tres noches. 2 Entonces, desde las entrañas del pez, Jonás oró al Señor su Dios 3 diciendo:
En mi aflicción invoqué al Señor
y él me respondió;
desde el fondo del abismo grité
y tú escuchaste mi voz.
4 Me habías arrojado a lo profundo,
al corazón de los mares;
allí me envolvía la corriente,
todas tus rompientes y tus olas
pasaban sobre mí.
5 Yo dije para mis adentros:
«¡He sido excluido de tu presencia!
Pero aun así, ¡volveré a contemplar,
tu santo Templo!».
6 Las aguas me rodeaban,
me llegaban hasta el cuello;
las aguas del abismo me envolvían,
algas se enredaban en mi cabeza.
7 Hasta los cimientos de los montañas,
hasta lo más hondo de la tierra descendí,
y ella puso, para siempre,
sus cerrojos sobre mí.
¡Pero tú, Señor, mi Dios,
me sacaste vivo de la fosa!
8 A punto de desfallecer,
me acordé del Señor,
y mi oración llegó hasta ti,
hasta tu santo Templo.
9 Adoradores de ídolos vanos,
¡dejen de mostrarles su amor!
10 Yo con un canto de acción de gracias
ofreceré un sacrificio en tu honor,
y cumpliré mis promesas.
¡La salvación viene del Señor!».
11 El Señor dio una orden al pez y este vomitó a Jonás en tierra firme.
II – JONÁS EN NÍNIVE[3]
Dios se arrepintió del castigo
3 1 La palabra del Señor llegó a Jonás por segunda vez: 2 «¡Levántate! Dirígete a la gran ciudad de Nínive y proclama un oráculo contra ella, conforme a lo que yo te indique».
3 Jonás se levantó y partió enseguida a Nínive, siguiendo la indicación del Señor. Nínive era una ciudad inmensa, tan grande que se necesitaban tres días para recorrerla entera. 4 El primer día, Jonás comenzó a internarse en la ciudad y proclamaba: «¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!».
5 Todos los ninivitas, grandes y chicos, creyeron en Dios, proclamaron un ayuno y se vistieron con ropa de penitencia. 6 Incluso el mismo rey de Nínive, apenas se enteró del asunto, se levantó del trono, se quitó el manto, se vistió con ropa de penitencia y se sentó sobre ceniza. 7 Además, mandó que en toda la ciudad se hiciera público, por medio de sus oficiales mayores, el siguiente decreto real: «Nadie, ni hombre ni animal, sea ganado mayor o menor, podrá ingerir alimento alguno; no podrán comer pasto ni beber agua. 8 Por el contrario, todos deberán vestirse con ropa de penitencia e invocar fervientemente a Dios. ¡Que cada uno renuncie a su mal proceder y a la violencia de sus acciones! 9 Quizás Dios renuncie a su ira ardiente y desista del castigo para que no perezcamos».
10 Dios tomó en cuenta el modo de actuar de los ninivitas, que efectivamente renunciaron a su mal proceder, y entonces se arrepintió del castigo que había anunciado que les haría; y no lo hizo.
III – EL SEÑOR ES CLEMENTE Y COMPASIVO [4]
A Jonás le pareció muy mal lo sucedido
4 1 Mal, muy mal, le pareció a Jonás todo lo sucedido y se enojó. 2 Entonces, Jonás oró de esta manera al Señor: «¡Ah, Señor! Ya decía yo, cuando aún estaba en mi tierra, que esto iba a pasar; por eso me apresuré en huir a Tarsis, porque sabía que tú eras un «Dios clemente y compasivo, lleno de paciencia y rico en amor», que anuncia un castigo pero luego se arrepiente. 3 Por lo tanto, Señor, te ruego que me quites la vida: ¡Prefiero morir a seguir viviendo!». 4 El Señor le replicó: «¿Te parece bien enojarte de esta manera?».
5 Jonás salió y se instaló al oriente de la ciudad; allí se construyó una enramada y se sentó a la sombra, esperando ver qué ocurriría con Nínive. 6 Por su parte, el Señor Dios dispuso que un arbusto creciera junto a Jonás, de modo que le hiciera sombra sobre la cabeza y lo librara de su malestar; en efecto, Jonás se alegró muchísimo por causa del arbusto.
7 Al otro día, al despuntar la aurora, Dios dispuso que un gusano se ensañara contra el arbusto, hasta acabar secándolo. 8 Más tarde, al salir el sol, Dios dispuso que desde el desierto soplara un viento sofocante y que el sol se ensañara contra la cabeza de Jonás; este, a punto de desmayar, se deseaba la muerte y decía: «¡Prefiero morir a seguir viviendo!». 9 Dios le replicó: «¿Te parece bien enojarte de esa manera por un simple arbusto?». Él respondió: «¡Sí, me parece bien! ¡Estoy enojado a muerte!».
10 El Señor, entonces, dijo a Jonás: «Tú sientes compasión por un arbusto que no te dio trabajo ni hiciste crecer, que en una noche brotó y a la siguiente pereció, 11 y ¿yo no iba a sentir compasión por la gran ciudad de Nínive, donde habitan más de ciento veinte mil personas, que apenas saben distinguir entre lo bueno y lo malo, y donde hay tantos animales?».
[1] 1,1-16. El profeta recibe de Dios una orden inaudita: debe ir a predicar a la ciudad de Nínive, «la ciudad sanguinaria, toda llena de fraude y de rapiña, que nunca suelta la presa» (Nah 3,1), capital de los asirios que destruyeron el reino de Israel e impusieron su yugo al reino de Judá. Para llegar a Nínive, Jonás deberá dirigirse hacia oriente, pero desobedece la orden y huye hacia occidente, porque sabe que «Dios es clemente y compasivo» (3,2), y podrá perdonar a estos extranjeros pecadores que a la vez son sus enemigos. En cambio los paganos, representados por los marineros, manifiestan mayor docilidad a Dios: reconocen que la tempestad es un acto del Señor, y por eso lo invocan y le ofrecen sacrificios. Por encima de todo el relato se muestra la decisión de Dios de ofrecer el perdón y la salvación a los pecadores a pesar de la oposición de algunas personas. Dios está dispuesto a realizarlo, y la narración lo muestra mediante el acto sorprendente del envío del pez que llevará de regreso a Jonás para que cumpla la misión que se le ha encomendado.
[2] 2,1-11. El autor ha intercalado un salmo de acción de gracias, compuesto con diferentes textos del salterio. La situación del orante que compara su aflicción con la de un hombre sumergido en lo profundo del mar (vv.4-6) sirve para describir los sentimientos de Jonás, que en medio de sus angustias espera la salvación. Jonás, que está tres días y tres noches en el vientre del pez, es el «signo» que prefigura a Cristo durante los tres días en el sepulcro antes de su resurrección (Mt 12,39-40).
[3] 3,1-10. Se dice que la ciudad de Nínive era tan grande que se requerían tres días para recorrerla. Jonás predicó el primer día y obtuvo una conversión tan espectacular como no la habían obtenido los profetas en Israel durante toda su historia. Los ninivitas renunciaron a su mal proceder (3,8.10). La penitencia consiste en un cambio de conducta y no solo ni principalmente en los signos exteriores (Jl 2,13; Sal 51,18-19). Pero los signos de penitencia no faltaron: desde el rey hasta los niños guardaron el ayuno, y con evidente exageración se dice que también debían observarlo los animales. Entonces el Señor, que es «clemente y misericordioso», perdonó los pecados del pueblo y no ejecutó el castigo con que lo había amenazado (Sal 103,8-10). Para Dios no hay pecados imperdonables, y por eso perdona crímenes y delitos tan grandes como los que manchaban a Nínive. Jonás, cuando predica a los habitantes de Nínive, es el «signo» que anuncia la predicación del evangelio a todas las naciones y, además, se convierte en llamada de atención para los del propio pueblo que se resisten a escuchar a los profetas y a Jesús (Lc 11,30.32).
[4] 4,1-11. A Jonás le pareció muy mal que el Señor perdonara a los pecadores arrepentidos. Él deseaba que fueran castigados, y no aceptó que el Señor se mostrara «clemente y misericordioso» con ellos. Hay quienes ven mal que el Señor sea bondadoso con los pecadores (Mt 9,11) y piden que se apliquen castigos a todos los que delinquen. Dios, sin embargo, se alegra por los pecadores que hacen penitencia (Lc 15,7.10), aun cuando algunos se nieguen a participar de su alegría (Lc 15,28). Estos no comprenden que Dios quiere la salvación de todos (Jn 12,47; 1 Tim 2,4), y que después de los pecados siempre deja lugar para la penitencia (Sab 11,23). Jonás, en su mezquindad, se apenaba por un arbusto que se había secado, y no compartía la preocupación de Dios por la multitud de los que se pierden.