INTRODUCCIÓN
El profeta Habacuc, que aparece como autor de este libro, es un personaje desconocido. En esta obra no se dan datos sobre su vida y su actividad, y solamente es mencionado en uno de los apéndices griegos del libro de Daniel (Dn 14,33-39), como protagonista de una escena que parece legendaria. Por otra parte, el nombre «Habacuc» no es hebreo, y su verdadero origen es objeto de investigación por parte de los comentaristas.
Para fijar la fecha de predicación del profeta, los datos que aparecen en el libro son insuficientes, y se pueden interpretar de diversa manera. El hecho de que el autor del libro, un israelita, lleve un nombre de origen extranjero, sería indicio de que se estaba en una época en que la cultura de otros países ejercía gran influencia, pero esto podría haber sucedido en diferentes momentos. En consecuencia, los comentaristas no están de acuerdo sobre la época del profeta, y proponen diferentes fechas, tanto anteriores como posteriores a la cautividad en Babilonia. Algunos dan mucha importancia a la referencia a los caldeos (1,6) y colocan su predicación en el s. VII a. C.
El libro de Habacuc podría ser, como otros libros proféticos, una recopilación de predicaciones del profeta realizada por sus discípulos en una fecha posterior a su actuación. Sin embargo, ha alcanzado gran fuerza la opinión de los que piensan que el libro debe ser tomado como una unidad, ordenada de esta forma por el profeta y destinada para una celebración litúrgica. Por esta razón, el libro carece de datos precisos sobre una ubicación en el tiempo, ya que se ha elaborado como para ser leído en diversas circunstancias.
La obra se presenta como un diálogo entre Dios y el profeta; este, con una libertad que sorprende a los lectores, se atreve a cuestionar a Dios cuando ve que la maldad parece triunfar en el mundo, y Dios se sirve de los malvados para implantar la justicia (1,2-2,4). A continuación se pronuncian imprecaciones contra los que oprimen a los justos (2,5-20); y se finaliza con un canto sobre el triunfo de Dios (3,2-19).
En la primera parte del libro, el profeta, como portavoz de muchos creyentes en el mundo, le propone al Señor su primer motivo de queja: ¿Por qué Dios permite el triunfo de la iniquidad? (1,3-4). El Señor responde con el anuncio de algo sorprendente que está por realizar: va a suscitar un pueblo terrible que atacará y castigará a los culpables (1,5-11).
La respuesta de Dios provoca un segundo cuestionamiento: el profeta se queja porque el Señor, que es Santo, permite que los pecadores sean castigados por otros que son más crueles que ellos (1,12-17). Como respuesta, el Señor lo exhorta a mantener la fidelidad y esperar un tiempo futuro en el que él actuará para imponer la justicia. La promesa deberá ser puesta por escrito porque la espera será larga: el justo conservará la vida por su fidelidad (2,4).
Esta promesa de Dios se ha conservado y ha sido objeto de reflexión a lo largo de la historia. Cuando los griegos tradujeron el AT, la expresaron de esta otra forma: el que es justo vivirá por la fidelidad de Dios. San Pablo también se refirió a esta promesa de Dios, y la reprodujo desde su propia perspectiva: vivirá el que es justo por la fe (Rom 1,17; Gal 3,11).
En la segunda parte del libro, el profeta entona una sátira contra el opresor ambicioso, violento y confiado en los ídolos (2,6-20). Pronuncia sobre él cinco «imprecaciones» o «lamentos» semejantes a los que se leen en Lc 6,24-26. Son textos que comienzan con la exclamación «¡Ay!» (Is 5,8-22), como las lamentaciones que se cantaban en los funerales (1 Re 13,30). Valiéndose de esta forma literaria, el profeta describe como muertos llevados al sepulcro al tirano invasor y a todos los que como él se consideran felices y triunfadores porque practican la maldad.
El libro se concluye con un canto: ante toda la maldad reinante, el profeta ansía que llegue el día en el que el Señor implante la justicia. Con figuras aterradoras describe la venida de Dios y su triunfo sobre los que oprimen al pueblo justo. Hasta que esto se produzca, el fiel espera pacientemente (3,16).
III. CÁNTICO DE HABACUC 3,1-19
¿Hasta cuándo, Señor? [1]
Is 59,14; Jr 6,7; 9,2; Miq 7,2-3; Sal 6,4; 13,2
1 1 Oráculo que el profeta Habacuc recibió en visión.
2 ¿Hasta cuándo, Señor,
daré gritos desgarradores,
sin que te dignes escuchar,
y clamaré a ti: “¡No hay más que violencia!”,
sin que te dignes salvar?
3 ¿Por qué, Señor,
me haces ver la iniquidad
y contemplar la opresión?
Ante mi vista solo hay
destrucción y violencia,
pleitos y contiendas.
4 Por eso se desvirtúa la ley
y no prevalece el derecho,
porque el malvado acecha al justo
y el derecho se pervierte.
¡Yo suscito a los caldeos!
Is 10,13 // 1,5: Hch 13,41
5 ¡Miren a las naciones y contemplen;
déjense sorprender y maravíllense!
Porque algo extraordinario
está por ocurrir ante ustedes.
No lo podrían creer
si alguien lo narrara.
6 ¡Porque yo suscito a los caldeos!
Esa nación cruel e impetuosa,
que va de un lado a otro de la tierra
para apoderarse de territorios ajenos.
7 Nación aterradora y temible
que impone su ley y su autoridad.
8 Sus caballos son panteras veloces,
ágiles como lobos al anochecer;
sus jinetes se dispersan al galope;
vienen desde lejos
y como buitres se abalanzan para devorar.
9 Todos ellos avanzan con violencia
con el rostro tendido hacia adelante,
y amontonan cautivos como arena.
10 Se burlan de los reyes
y toman a los príncipes como juguetes;
las fortificaciones son un juego para ellos
porque un simple terraplén
les basta para dominarlas.
11 Pero, llegado el momento,
cambia el viento y desparecen,
culpables de haber endiosado su poder.
¿Por qué permaneces callado? [2]
Jr 16,16: Sal 35,22; 109,1
12 ¿Acaso, Señor, no eres mi Dios santo
desde antiguo? ¡Tú no mueres!
¿No los destinaste a ellos, Señor,
para hacer justicia?
¿No dispusiste de ellos, Roca mía,
para nuestra corrección?
13 La pureza de tus ojos
te hace incapaz de mirar el mal,
te impide contemplar la opresión.
¿Por qué contemplas a los traidores
y permaneces callado
mientras el malvado devora al justo?
14 Hiciste a los humanos como peces del mar,
como reptiles que no tienen dueño.
15 A todos ellos, los caldeos
los pescan con el anzuelo,
los arrastran con su red,
los recogen en su malla.
Por eso, se alegran, se regocijan,
16 ofrecen un sacrificio a su red
y queman incienso a su malla,
porque gracias a ellas
es abundante su porción
y suculenta su comida.
17 ¿Acaso vaciarán su red
para seguir asesinando gente
de forma despiadada?
El justo vivirá por su fidelidad
Is 8,1 // 2,3-4: Heb 10,38; Rom 1,17; Gál 3,11
2 1 En mi puesto de guardia estaré de pie,
en la torre del vigía me apostaré y estaré atento
para ver qué me responde y qué contesta a mi reproche.
2 El Señor me respondió
y me dijo:
«Escribe la visión,
grábala sobre tablillas
de manera que se lea de corrido.
3 Es una visión para el momento oportuno,
que se dirige a su cumplimiento
y no defraudará.
Si llega a retrasarse, espérala;
porque vendrá con seguridad. No fallará.
4 Escribe, entonces, así:
“El arrogante no permanecerá,
pero el justo vivirá por su fidelidad”».
¡Qué traicionera es la riqueza!
Prov 27,20
5 ¡Qué traicionera es la riqueza!
El hombre arrogante no prosperará;
ensancha sus fauces como el abismo
y, como la muerte, nunca se sacia.
Acumula para sí todas las naciones
y acapara todos los pueblos.
6 ¿Acaso todos ellos no entonarán contra él
sátiras, sarcasmos y adivinanzas?
¡Ay del que se enriquece con lo ajeno!
Éx 22,25; Is 33,1
Ellos dirán:
¡Ay del que se enriquece con lo ajeno
–¿hasta cuándo? –
y acumula para sí prendas empeñadas!
7 ¿No se levantarán de improviso tus acreedores?
¿No se despertarán los que te reclaman?
¡Serás presa fácil para ellos!
8 Porque tú despojaste a tantas naciones,
todos los demás pueblos te despojarán a ti,
por causa de la sangre humana derramada
y de la violencia que ejerciste contra el país,
contra las ciudades y su población.
¡Ay del que llena su casa de ganancias mal habidas!
Jr 49,16
9 ¡Ay del que llena su casa
de ganancias mal habidas;
el que busca poner muy alto su nido
para verse libre de la desgracia!
10 Hiciste un proyecto vergonzoso para tu casa:
al eliminar a pueblos numerosos,
atentas contra ti mismo.
11 Porque las piedras gritarán desde la muralla,
y las vigas de madera desde el techo responderán.
¡Ay del que edifica una ciudad con sangre!
Is 11,9; Jr 51,58; Miq 3,10
12 ¡Ay del que edifica una ciudad con sangre,
y del que asienta un poblado sobre la injusticia!
13 ¿Acaso el Señor del Universo no estableció
que el fuego consuma el trabajo de los pueblos
y que las naciones se fatiguen en vano?
14 Porque la tierra se llenará del conocimiento
de la gloria del Señor, como las aguas cubren el mar.
¡Ay del que emborracha a su compañero!
Jr 25,15-29
15 ¡Ay del que emborracha a su compañero
y mezcla su bebida hasta embriagarlo,
para poder contemplar su desnudez!
16 ¡Te has saciado de indecencia, no de honra!
Bebe tú también, hasta saciarte y muestra tu prepucio.
La copa de la diestra del Señor se volverá contra ti,
y la infamia, contra tu honra.
17 Entonces, te verás cubierto por la violencia del Líbano
y te aterrorizará la destrucción de las fieras,
por causa de la sangre humana derramada
y de la violencia que ejerciste contra el país,
contra las ciudades y su población.
¡Ay del que dice a un trozo de madera: «Despierta»!
Is 44,9-21; Sof 1,7; Zac 2,17; Bar 6
18 ¿Qué aprovecha un ídolo, obra de un artesano,
una imagen fundida, un maestro de mentiras?
El orfebre que hace ídolos mudos,
¿cómo puede confiar en algo que él mismo fabricó?
19 ¡Ay del que dice a un trozo de madera: «¡Despierta!»
y «¡Levántate!», a una piedra muda!
¿Puede enseñar algo lo que no habla?
Por fuera, recubierto de oro y plata;
por dentro, sin aliento de vida.
20 El Señor está en su Templo santo,
¡que la tierra entera guarde silencio ante él!
III. CÁNTICO DE HABACUC [4]
Dt 32,13; 33,2; Sal 18,34; 104,32
3 1 Oración del profeta Habacuc, en tono de lamentación.
2 Señor, he oído tu fama y he visto tus obras,
¡vuelve a realizarlas en este tiempo;
vuelve a manifestarlas en este tiempo!
Y en tu enojo acuérdate de actuar con misericordia.
3 Dios viene desde Temán;
el Santo, desde el monte Parán.
Su esplendor cubre el cielo
y su alabanza llena la tierra.
4 Su resplandor es como la luz;
surgen rayos de sus manos;
en ellas se oculta su poder.
5 Delante de él marcha la peste,
y la fiebre sigue sus pasos.
6 Él detiene su marcha y se estremece la tierra;
él posa la vista y tiemblan las naciones.
Las montañas seculares se pliegan ante él,
ante él se inclinan las colinas milenarias
y a él pertenecen los caminos eternos.
7 ¡Cubiertas de iniquidad he visto las tiendas de Cusán;
llenas de agitación, las carpas del país de Madián!
8 ¿Arde la ira del Señor contra los ríos?
¿Se enciende tu cólera contra los ríos y tu furor contra el mar
cuando montas sobre tus caballos y tus carruajes victoriosos?
9 Desenfundas tu arco y alistas tus flechas.
Tú divides la tierra con torrentes de agua.
10 Las montañas te ven y comienzan a temblar;
desatas una lluvia torrencial,
el abismo brama y alza sus manos a lo alto.
11 Sol y luna permanecen en su morada
al destello de tus flechas veloces,
al resplandor del brillo de tu lanza.
12 Pisoteas la tierra con indignación
y lleno de ira aplastas las naciones.
13 Tú saliste a salvar a tu pueblo,
a salvar a tu ungido.
Demoliste la casa del malvado
desde el techo hasta poner sus cimientos al desnudo.
14 Atravesaste con su propia flecha
al jefe de las tropas enemigas,
cuando exultantes intentaban dispersarnos
como quien devora un pobre a escondidas.
15 Marchas con tus caballos sobre el mar,
sobre caudalosas aguas encrespadas.
16 Al escuchar todo esto
se conmueven mis entrañas,
al oírlo mis labios balbucean;
un escalofrío atraviesa mis huesos
y mis pasos tiemblan al andar.
Aun así, aguardo tranquilo el día
de la aflicción de ese pueblo que nos ataca.
17 Aunque la higuera no retoñe
y las vides no den fruto,
aunque el olivo deje de producir
y los campos no den alimento,
aunque no haya ovejas en el redil
ni queden vacas en el establo,
18 ¡aun así, yo exulto en el Señor;
me regocijo en Dios, mi Salvador!
19 El Señor es mi Señor, mi fuerza;
él da a mis pies agilidad de gacela
y me hace caminar por las alturas.
Para el maestro del coro. Con instrumentos de cuerda.
[1] 1,1-11. Ante la presencia del mal en el mundo, el profeta se vuelve hacia Dios y le dirige la pregunta que tantos fieles, como los obreros de la parábola, le hacen a lo largo de la historia: «Señor, ¿acaso no sembraste buena semilla en tu campo?, ¿cómo es que tiene cizaña?» (Mt 13,27). También el Salmista confesó que su fe había estado en peligro ante el espectáculo del triunfo del mal: «Faltó poco para que yo diera un mal paso… cuando veía la prosperidad de los malvados» (Sal 73,2-3). Es justo que quien ama el bien pregunte a Dios por qué tolera el mal, y espere con humildad la respuesta del Señor.
El Señor responde que los pecados no quedarán impunes, y el castigo llegará cuando sean invadidos por los caldeos o babilonios, una nación cruel que está por aparecer. Estos, sin embargo, también serán reprobables porque tendrán a su propia fuerza como si fuera su dios (v.11).
[2] 1,12-2,4. El profeta no queda conforme con la respuesta e insiste en sus preguntas: si Dios es santo y justo, ¿cómo puede utilizar a esta gente cruel y pecadora para llevar a cabo sus planes? Es verdad, los fieles se preguntan por qué Dios escribe la historia sirviéndose de medios que con frecuencia son indignos. ¿Por qué, para realizar su plan, eligió a Israel que no se mostró siempre fiel? ¿Por qué se sirvió de la traición de Judas? ¿Por qué tiene como ministros de su Iglesia a seres humanos débiles y pecadores? La respuesta a todos estos interrogantes queda en el misterio de Dios. El Señor le ordena al profeta que ponga por escrito algo que tendrá que ser recordado por mucho tiempo: El mal no persistirá para siempre, y alcanzará la vida aquel que permanezca fiel a pesar de todas las contrariedades (v.4). La tradición posterior, representada por la traducción griega del AT, entendió que los justos conservarían la vida por la fidelidad de Dios. San Pablo leerá aquí la doctrina de la justificación por la fe (Rom 1,17; Gál 3,11)
[3] 2,5-20. El invasor que saquea al pueblo de Dios se siente seguro y hace alarde de que todo le va bien. Pero el profeta, en forma de sátira, canta sobre él un lamento fúnebre, semejante a los “ayes” que se leen en otras partes de la Sagrada Escritura (Is 5,8-22; Lc 6,24-26). Como no dice el nombre del opresor, el texto profético se aplica a todas las personas que solo piensan en satisfacer su ambición y no piensan en los demás. A quienes actúan así se les anuncia la ruina total.
[4] 3,1-19. Como conclusión del libro, el profeta coloca un salmo que canta a Dios como juez que viene a juzgar toda la tierra. Las imágenes son intencionalmente aterradoras, y están tomadas de la forma en que los antiguos representaban a las divinidades, tanto en la mitología como en la Biblia (Sal 18). Si bien todo el salmo trata de suscitar el temor ante el Señor que viene como juez, el autor no se olvida de comenzar con una súplica para que Dios, en el juicio, actúe con misericordia (v.2).
El profeta mantiene la esperanza en el juicio que pondrá fin a la injusticia que reina sobre la tierra. Pero esta venida del Señor para el juicio todavía no se manifiesta y sigue oculta en el futuro. Sin embargo, aunque todos los sucesos del presente parecen negarlo, el profeta no pierde la esperanza. Los últimos versículos del salmo se ofrecen a los lectores como una invitación para que los reciten confiados (2,4; 3,17-19).