A LOS COLOSENSES
I- «Que nadie los engañe con seductores argumentos» (2,4): la comunidad cristiana en Colosas
1- Discípulos de Jesús en la ciudad de Colosas
Colosas era una pequeña ciudad del Asia Menor, ubicada a unos 150 km. al este de Éfeso, en lo que hoy corresponde a Turquía. En tiempos de Pablo ya había dejado de ser la ciudad populosa y rica, famosa por su industria textil y por su condición de ruta comercial. En lo administrativo dependía de la provincia romana de Asia, como Laodicea y Hierápolis (Col 4,13), y estaba habitada por frigios, la gente del lugar, por colonos griegos y romanos, y por una comunidad judía calculada en unas diez mil personas.
Pablo no fundó la comunidad; quizás fue Epafras, discípulo y colaborador querido del Apóstol, nativo de Colosas, y preocupado por la fe de los suyos (Col 4,12-13). Los cristianos de Colosas eran de origen pagano o no judíos, aunque también había algunos judíos convertidos a Cristo. Se trataba, pues, de una pequeña iglesia doméstica que se reunía en casas particulares para crecer en la fe y celebrarla. Su camino comunitario no era fácil. Debían transitar del mundo grecorromano, colmado de religiones y filosofías, al monoteísmo; del mundo rural al urbano; de ser guiados por apóstoles, testigos directos de Jesús, casi todos muertos, a líderes como Epafras, de la segunda generación (70-110 d.C.) que no conocieron a Jesús; de una doctrina y disciplina influida por tradiciones judías a comunidades insertas en el mundo grecorromano, con otras culturas y desafíos. El aprendizaje debió ser arduo y con muchos tropiezos. De aquí que se muestren los sufrimientos de Pablo por hacer que sus comunidades se centren en Jesucristo, Señor de la historia y del cosmos.
2- La seducción de filosofías extrañas
El principal problema de las comunidades es que se han dejado seducir por «filosofías y argumentos estériles» (Col 2,8) que los alejan de Jesucristo y de su enseñanza. No es fácil precisar en qué consisten, pero algunos datos tenemos acerca de qué seduce de tal modo a los cristianos de Colosas que llegan a poner en duda la divinidad de Jesucristo, su centralidad en la historia de la salvación y su soberanía sobre toda criatura. Con ello, afectan su propia identidad de discípulo y la naturaleza y misión de la Iglesia.
Se trata de un conjunto de filosofías religiosas que resultaban llamativas para quienes aún no se habían desprendido del todo de sus creencias idolátricas. Esas filosofías tienen que ver con «poderes cósmicos» (tronos, dominaciones…; Col 2,8) y espíritus superiores, como los ángeles, considerados fuerzas sobre humanas, las que hay que respetar y rendir culto. Se pensaba que habitaban el “segundo cielo”, es decir, el espacio intermedio entre Dios y los hombres, que ejercían un fuerte control sobre la vida y el destino de éstos y que determinaban el curso del cosmos. A estos seres, intermediarios entre Dios y los hombres, hay que honrar con actos de culto y determinadas conductas (2,16.23; 1 Tim 4,1-3).
Muchas eran las teorías y especulaciones que circulaban por gran parte del Imperio romano. Unas eran de carácter gnósticas, centradas en el conocimiento de ciencias secretas para iniciados por las cuales se buscaba la progresiva unión con la divinidad; otras eran de carácter mistéricas, centradas en el culto, pues mediante ritos secretos y sagrados se buscaba acceder a la divinidad.
II- «Cristo es imagen del Dios invisible» (1,15): teología de Colosenses
1- Sólo Cristo es el Señor
El principal peligro para comunidad es olvidar la centralidad de Cristo por dejarse arrastrar por doctrinas que enseñaban que los poderes cósmicos y angélicos eran auténticos intermediarios entre Dios y la humanidad. El problema ya no es la liberación de la esclavitud a la que la Ley de Moisés somete a sus seguidores, como para varios judeocristianos, sino la liberación de esos poderes omnipresentes y temidos que controlaban la vida humana. Frente a esto, se enseña que la plenitud de los bienes salvíficos de Dios residen en la corporalidad de Jesucristo y, de ningún modo, en dichos poderes, por lo que ninguno ha recibido el encargo de salvar a la humanidad. Cristo es para los hombres la única y plena presencia corporal de Dios salvador. En y por él, Dios manifiesta visiblemente su sabiduría divina y realiza la reconciliación (Col 1,26). Este misterio estuvo escondido durante siglos, pero ahora Dios decidió revelarlo y realizarlo en sus elegidos.
Jesucristo, por obediencia al Padre, derramó su sangre en la cruz para reconciliar a la humanidad con Dios. Luego, el Padre lo resucitó y lo sentó a su derecha, convirtiéndolo en Señor y Primogénito de toda criatura (Col 1,15). No hay, pues, otro soberano de toda criatura, humana y sobrehumana. El Señor Jesús ha vencido para siempre a los poderes cósmicos y angélicos y su dominio sobre la humanidad. El creyente no tiene ya que responder a ellos, sino a su Señor o salvador universal, en quien reside la plenitud de Dios y quien funda la esperanza en tiempos de sufrimiento y crisis. Cualquier otra búsqueda que no sea la del Señor Jesús, termina por olvidar su soberanía cósmica y su poder universal de reconciliar y pacificar (1,20). Y por este peligroso camino están transitando las comunidades del Asia Menor.
2- La Iglesia es el Cuerpo de Cristo, el Señor
La soberanía universal de Cristo involucra a la Iglesia, lo que se expresa con una metáfora: Jesucristo es “la Cabeza” de la Iglesia y ésta es “su Cuerpo” (1 Cor 12,12-31). Por tanto, Cristo no sólo es Señor del cosmos, sino también de la Iglesia, cuya existencia y misión se fundamenta en la comunión con su Cabeza. Por esta razón, si Pablo y los ministros del Evangelio anuncian a Cristo Jesús y son sus servidores, también lo son de la Iglesia, por lo que padecen y sufren por ella (Col 1,24-25).
La misión del Cuerpo es testimoniar a su Cabeza, Jesucristo, anunciándolo como misterio de Dios, ahora revelado y realizado en favor de los hombres. Su misión, pues, es extender en este tiempo y por sus ministros, la vida y soberanía de su Señor sobre el pecado y poderes sobrehumanos. A diferencia de otras Cartas donde se trata de bienes futuros (Rom 6,4-5.8), la Iglesia goza ya en su caminar terreno de la vida y victoria del Resucitado, acompañando al hombre para que alcance en plenitud dichos bienes divinos. Por tanto, estos bienes no son futuros porque se adquirirán en el cielo, en la otra vida, sino que ya se poseen y tienen que desarrollarse hasta lograr su plenitud, la que alcanzarán con la parusía o venida del Señor. Si hoy Cristo es el Señor, entonces hoy sus bienes son realidad, aunque en frágiles vasijas de barro. Cada miembro del Cuerpo está llamado a testimoniar la soberanía del Señor mediante disposiciones y conductas generadas por la presencia actual de dichos bienes. Lo que acaecerá allá arriba, en el ámbito celestial y en el tiempo final, no es otra cosa que la posesión en plenitud de lo que Dios, por Cristo, nos concede acá abajo, en el ámbito terrenal y efímero.
3- El comportamiento del discípulo del Señor
La ética discipular o cristiana se funda en la substancial relación de Cristo-Cabeza con su Cuerpo, la Iglesia. Esta mutua pertenencia determina la conducta ética del Cuerpo y sus miembros (Col 3,1-17). Y no se trata sólo de determinadas acciones, sino también de la evangelización de los códigos domésticos de relaciones familiares, laborales y sociales, propios de la sociedad grecorromana (3,18-4,1; Ef 5,21-6,9). Por el señorío de Cristo–Cabeza sobre su Cuerpo, estas relaciones se construyen a partir de las nuevas motivaciones del que ha sido hecho nueva criatura por su comunión con el Señor Jesús.
La ética discipular o cristiana no estaba exenta de graves riesgos. Está claro que no obliga al discípulo a retirarse del mundo por un misticismo mal entendido, ni menos a configurar su conducta en razón de fuerzas astrales y poderes ocultos. Las motivaciones y obras del discípulo han de responder a su condición de miembro del Cuerpo de Cristo y, porque su soberanía es universal, debe impregnar con los criterios del Señor las conductas y relaciones de la sociedad actual. Así, la ética discipular brota del nuevo ser adquirido gracias a la comunión del Cuerpo con su Cabeza. Por tanto, una auténtica ética discipular no consiste en acciones buenas, sino en la conciencia y vivencia de que si son realmente buenas es por el don de ser una criatura nueva. La vida ética, pues, no es un esfuerzo humano, es don de Dios.
III- «Que se lea también en la comunidad de Laodicea» (4,16): organización literaria de Colosenses
1- Colosenses, ¿una carta de Pablo?
Colosenses y Efesios son “cartas gemelas” por su vocabulario, estilo y contenido. Pertenecen a las cartas de la cautividad, pues nos informan que Pablo se encuentra en la cárcel por anunciar a Cristo.
Según algunos, Colosenses la escribió Pablo. Aducen varias razones como su auto mención (Col 1,1.23), el saludo final con su firma, el contenido coherente con el contenido de las Cartas auténticas de Pablo. En cambio, varios otros sostienen que no fue escrita por Pablo y entre varios argumentos (vocabulario y estilo; ausencia de términos paulinos…) destacan el carácter cósmico de su cristología, una eclesiología de ministerios institucionalizados y una escatología ya realizada. Estas acentuaciones no se encuentran en las Cartas auténticas de Pablo, pues corresponden a un estadio posterior.
La fecha de composición depende de quién escribió Colosenses. Si fue Pablo, hay dos posibilidades: la pudo haber redactado entre los años 54-56 d.C. mientras estaba en Éfeso, o bien entre los años 61-63 en Roma, dado lo desarrollado de la teología de la Carta y porque Pablo está en prisión (Col 4,3.10.18). Si es de alguno de sus discípulos, lo que parece más probable, debió escribirse antes que la Carta a los Efesios, entre los años 75-80 d.C., y en la ciudad de Éfeso, pues con Filemón, escrita aquí, coincide en los nombres de los destinatarios.
2- Organización literaria de Colosenses
El estilo literario es solemne, con frases largas y sobrecargadas, encadenadas sin clara línea argumental. La Carta, llevada por Tíquico y Onésimo con la indicación de que circulara entre las comunidad y fuera leída en público, se puede organizar según la estructura clásica de las cartas paulinas: entre el saludo inicial y final, se halla el cuerpo de la Carta con sus partes doctrinal y exhortativa:
Saludo inicial | 1,1-14 |
I El misterio salvador de Dios en Cristo: 1- La soberanía de Jesucristo y misión de Pablo 2- Los falsos maestros y sus filosofías | 1,15-2,23 1,15-2,5 2,6-23 |
II La vida nueva en Cristo | 3,1-4,1 |
Saludo final | 4,2-18 |
La Primera sección, de carácter doctrinal, el autor se ocupa de Cristo y de su función en el plan misterioso revelado por Dios. En la primera parte y a propósito de la soberanía de Cristo, plantea el papel de Pablo y sus colaboradores en la manifestación del misterio de Dios a todos (Col 1,15-2,5). En la segunda, denuncia la presencia de falsos maestros que, oponiéndose a Pablo, ponen en riesgo con sus especulaciones la soberanía universal de Cristo y la identidad discipular de la comunidad (2,6-23). En la Segunda sección, de carácter exhortativa, el autor enseña que la incorporación por el bautismo al Cuerpo de Cristo otorga el estado de hombre nuevo y de éste procede la nueva conducta ética. Esta pertenencia a Cristo, Cabeza, le otorga al discípulo otro horizonte: no puede anhelar los bienes de esta tierra, sino los bienes de allá arriba, donde está el Señor, dejando de lado las conductas del hombre viejo, condición superada gracias a la reconciliación con Dios.
3- Actualidad de Colosenses
Ante el creciente sincretismo religioso y las múltiples ofertas de felicidad y salvación, Colosenses proporciona iluminadoras orientaciones al presentarnos a Cristo como criterio de discernimiento para vivir la fe, optar por conocimientos verdaderos y conducir la existencia, caminando hacia la plenitud humana. Colosenses pone en tela de juicio la importancia que hoy tienen tantos medios esotéricos, pretendidamente místicos o científicos, para solucionar problemas, para derrotar el mal o la mala suerte y para conocer el destino y manipularlo. Ante el creciente individualismo que lleva a privilegiar espacios de autonomía y libertad mal entendidos es un fuerte llamado a valorar y vivir la dimensión comunitaria de la fe, puesto que ésta se nos regala por la incorporación al Cuerpo de Cristo, la Iglesia. La insistencia en la soberanía de Cristo sobre toda criatura nos invita a una confianza sin límite en su poder y a una esperanza sustentada en que la vocación del Cuerpo es caminar inserta en este tiempo presente hacia la plenitud de su Cabeza.
Saludo inicial
1,1-14. Tres pasajes forman esta unidad: el saludo inicial clásico de las Cartas paulinas a sus destinatarios (1,1-2); una acción de gracias por los bienes que Dios derrama en la comunidad de discípulos que vive su fe en la ciudad de Colosas (1,3-8), y una plegaria de intercesión del autor para pedirle a Dios que sus destinatarios no abandonen el camino del pleno conocimiento de Dios y su voluntad (1,9-14).
Gracia y paz a ustedes
11 Pablo, apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios, y el hermano Timoteo, 2 a los santos, fieles hermanos en Cristo, que viven en Colosas: gracia y paz a ustedes de parte de Dios nuestro Padre.
1,1-2: Los misioneros, como Pablo y Timoteo, enviados por Cristo (1,1), anuncian como Evangelio o Buena Noticia a Jesucristo en cuanto único misterio de salvación dado a conocer por Dios (nota a 1,15-2,5). Con los que aceptan este misterio se constituyen comunidades de «santos» y «hermanos en Cristo». Son «santos» porque han sido elegidos por Dios (3,12) y consagrados a él por el bautismo. Son «hermanos en Cristo», porque todos participan de la misma vida de «nuestro Padre» que su Hijo les mereci4ó por su muerte en cruz. Por esto, los dones «de Dios nuestro Padre» que provienen de su obra salvadora, entre ellos la gracia y la paz (1,2), son propios de los santos y hermanos en Cristo.
1,1: 2 Cor 1,1 / 1,2: Hch 19,10
Hemos oído acerca de la fe de ustedes en Cristo Jesús
3 Siempre que oramos por ustedes damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, 4 porque hemos oído acerca de la fe de ustedes en Cristo Jesús y del amor que tienen a todos los santos. 5 A eso los mueve la esperanza que les está reservada en el cielo, de la que ya se enteraron por la Palabra de verdad, el Evangelio, 6 que llegó a ustedes. Éste fructifica y crece en ustedes como en el mundo entero, desde el día en que oyeron hablar acerca de la gracia de Dios y de verdad la conocieron. 7 Así lo aprendieron de nuestro querido colaborador Epafras, fiel servidor de Cristo en lugar nuestro, 8 quien también nos informó de cómo se aman en el Espíritu.
1,3-8: El motivo de la acción de gracias a Dios es por la fe, el amor y la esperanza de la comunidad de discípulos (1 Tes 1,3; 1 Cor 13,13). Estas virtudes, llamadas teologales, estructuran la vida cristiana como seguimiento de Jesucristo y servicio al mundo. Ellas vienen con la aceptación de la obra evangelizadora: la Palabra de verdad o Evangelio, que es Jesucristo salvador, se proclama «a toda criatura bajo el cielo» (Col 1,23); su proclamación suscita el anhelo de los bienes que Dios otorga a sus elegidos; mediante la escucha y obediencia a la Palabra se alcanzan los dones de la fe, el amor y la esperanza; como el servidor de Cristo proclama la Palabra asistido por el Espíritu, quien lo acepta da frutos de discipulado por la acción de ese mismo Espíritu. La evangelización, pues, es obra de la Trinidad: al Padre se da gracias, porque el anuncio de Cristo es fuente de reconciliación y de dones para los que creen, los que se reciben por la acción eficaz del Espíritu.
1,4: Ef 1,15 / 1,5: 1 Pe 1,4 / 1,7: Flm 23 / 1,8: Rom 5,5
Que Dios los llene del conocimiento pleno de su voluntad
9 Por eso también nosotros, desde el día en que escuchamos aquello, no cesamos de orar y pedir por ustedes, para que Dios los llene del conocimiento pleno de su voluntad con toda sabiduría e inteligencia espiritual. 10 Así podrán comportarse de una manera digna del Señor y agradarle en todo, dando como frutos toda clase de obras buenas y creciendo en el conocimiento de Dios. 11 El poder de su gloria los fortalecerá, para soportarlo todo con perseverancia y paciencia, y para que con alegría 12 den gracias al Padre que los hizo capaces de participar en la herencia de los santos en la luz. 13 Él nos libró del dominio de las tinieblas y nos trasladó al reino de su Hijo amado, 14 en quien tenemos la redención, el perdón de los pecados.
1,9-14: Con un vocabulario sapiencial (conocimiento, obras buenas…), el autor intercede ante Dios por sus destinatarios para que puedan seguir el camino apropiado de los que, por el bautismo, han sido incorporados a Cristo-Luz (1,12) y trasladados de un estado de opresión y pecado a otro de liberación y gracia (1,13-14). Este camino es el del sabio, según la tradición bíblica: conducirse en conformidad con el conocimiento del misterio de Dios y hacer su voluntad, lo que se alcanza por la adhesión de fe en Jesucristo (2,2.6-7). La sabiduría cristiana no es un conjunto de doctrinas ni de tradiciones humanas sobre poderes cósmicos y angélicos (2,8), que tanto seducían a los colosenses; esos poderes nada pueden lograr, pues han sido sometidos a la soberanía del Señor Jesús. El discípulo que de verdad es sabio imita a Jesucristo en todas las situaciones de la vida. Esta la sabiduría transforma la existencia y, con ello, el mundo (3,9-11).
1,10: Ef 4,1; Flp 1,27 / 1,12-14: Hch 26,18 / 1,12: Ef 1,11 / 1,13: Ef 1,6; 6,12 / 1,14: Rom 3,24
I
El misterio salvador de Dios en Cristo
1,15-2,23. Se aborda, en dos partes, la propuesta central de la Carta: explicarnos que Dios nos salva por su Hijo Jesús y denunciar algunas de las concepciones erróneas sobre este acontecimiento redentor. Frente a las falsas enseñanzas que cuestionan la divinidad y soberanía de Cristo, haciéndolo un intermediario más entre Dios y los hombres, y que convierten en dioses a los poderes cósmicos (segunda parte: 2,6-23), el autor enseña que Cristo es el único y definitivo Señor, por quien Dios «humilló a principados y potestades…, llevándolos cautivos en su marcha triunfal» (primera parte: 2,15; 1,15-2,5).
1- La soberanía de Jesucristo y la misión de Pablo
1,15-2,5. Luego del magnífico himno (1,15-20) que da fundamento cristológico a lo que sigue, la reflexión se centra en la misión de Pablo quien, como servidor de Cristo, ha sido elegido para anunciar el misterio revelado por Dios y suscitar la adhesión de fe. El «misterio de Dios» es Cristo, el Hijo de Dios (2,2), en cuanto asume nuestra frágil condición humana con el fin de revelar y realizar la obra salvadora del Padre y reconciliar todo y a todos con él. Por esto también se llama «misterio de Cristo», pues Cristo es el contenido del misterio de Dios (4,3; nota a Ef 1,15-23). En la existencia, naturaleza y ministros este misterio se concentra esta parte de la Carta.
Cristo es imagen del Dios invisible
15 Cristo es imagen del Dios invisible,
primogénito de toda criatura,
16 porque en él fue creado todo:
lo del cielo y lo de la tierra,
lo visible y lo invisible,
tronos, dominaciones, principados, potestades,
todo lo creó Dios por medio de él y para él.
17 Él es anterior a todo,
y todo en él se sostiene.
18 Él es también la cabeza del cuerpo, que es la Iglesia.
Él es el principio,
primogénito de los que van a resucitar
y así, en todo, él es el primero,
19 porque en él quiso Dios que residiera toda su plenitud
20 y, por medio de él, quiso reconciliar consigo todas las cosas,
llevando la paz, por la sangre de su cruz,
a todo lo que hay en la tierra y en el cielo.
1,15-20: Este himno cristológico, empleado en la liturgia bautismal, celebra la función del «Hijo amado» (1,14) en la obra divina de la salvación. La primera parte del himno (1,15-17) trata de Cristo en su relación con la creación. Sólo él es la imagen perfecta de Dios, porque en su cuerpo humano habita la plenitud de los bienes salvíficos (1,22; Flp 2,6-8). Y porque la salvación de Dios «habita corporalmente» en Cristo y él entrega su cuerpo por nosotros (1,20; 2,9), Dios –mediante él– todo lo recrea y nos reconcilia consigo. Cristo es el primogénito de todo lo creado por ser el preferido de Dios y existir antes que toda creatura, por lo que todo ha sido creado «en él» (principio), «por medio de él» (mediador eficaz) y «para él» (finalidad; Col 1,16). La segunda parte del himno (1,18-20) trata de Cristo y de su obra de reconciliación. El Hijo de Dios se hizo hombre para ser mediador de paz entre Dios y lo creado. Esta función la cumple como Cabeza de la Iglesia, su Cuerpo. Y la Iglesia es Cuerpo de Cristo en cuanto él es «primogénito de toda criatura» y «primogénito de los que van a resucitar» (1,15.18; Rom 8,29). Porque la Iglesia recibe su existencia e identidad de este Primogénito, continúa su misión de hacer nueva a la humanidad y toda creatura, abriendo caminos a la paz y a la reconciliación con Dios, entre los hombres y con lo creado.
1,15-20: Jn 1,1-18; Flp 2,6-11 / 1,15: Heb 1,2-4 / 1,16: Prov 8,22-31 / 1,17: Jn 1,1-3; 8, 58 / 1,18: Ef 1,22-23; Ap 1,5 / 1,19: Ef 3,19 / 1,20: Rom 8,19-23
Dios los reconcilió consigo
21 Aunque ustedes estaban antes excluidos y eran enemigos de Dios por su modo de razonar y las malas obras, 22 ahora, en cambio, por el cuerpo humano de Cristo entregado a la muerte, Dios los reconcilió consigo para que se presenten ante él santos, sin mancha e inocentes. 23 Pero es necesario que permanezcan cimentados y firmes en la fe y no se aparten de la esperanza del Evangelio que escucharon, el que ha sido proclamado a toda criatura bajo el cielo y del que yo, Pablo, fui constituido servidor.
1,21-23: Lo que afirmó en el himno cristológico (nota a 1,15-20), se aplica a los destinatarios. El «misterio de Dios» (2,2; nota a 1,15-2,5) nos revela quién es él y cómo, por los méritos de la entrega de su Hijo, nos perdona los pecados y nos reconcilia consigo, entre nosotros y con lo creado. El esquema “antes–ahora” (1,21.22) evidencia el cambio radical de condición: si «antes» éramos de enemigos de Dios (1,21), «ahora» pasamos a vivir en comunión con él (1,22; Rom 5,10), gracias a que Cristo «me amó y se entregó por mí» (Gál 2,20). Al reconciliarnos consigo, Dios nos otorga la condición de santos, esto es, de consagrados a él, por lo que ahora vivimos «sin mancha e inocentes» (Col 1,22). Este nuevo estado requiere de las virtudes teologales de la fe, la esperanza y el amor (nota a 1,3-8). El cimiento de la fe y «la esperanza del Evangelio» (1,23) alientan a centrar la vida en Cristo y a caminar hacia la plenitud de los bienes que Dios tiene destinados para sus hijos e hijas.
1,21: Ef 2,12-13; 4,18 / 1,22: 2 Cor 5,18-20; Ef 2,13-16 / 1,23: Mc 16,15; Ef 3,7
Trabajo y lucho con la fuerza de Cristo
24 Ahora me alegro de mis padecimientos por ustedes, pues así voy completando lo que falta a los sufrimientos de Cristo en mi cuerpo por el bien de su Cuerpo, que es la Iglesia. 25 De ella, yo fui constituido servidor, conforme al proyecto salvador que Dios me confió: llevar a plenitud su Palabra en ustedes, 26 es decir, el misterio que, escondido desde siglos y generaciones, ha sido ahora manifestado a sus santos. 27 A estos, Dios quiso dar a conocer cuánta riqueza y gloria encierra este misterio para los no judíos, y me refiero a Cristo, quien ha sido proclamado entre ustedes, gloria que esperamos. 28 Nosotros anunciamos a Cristo, aconsejando a todos y enseñando a cada uno con toda sabiduría, para que todos alcancen la plena madurez en Cristo. 29 Por eso trabajo y lucho con la fuerza de Cristo, la que actúa con poder en mí.
21 Quiero que sepan qué lucha tan grande estoy librando por ustedes, por los de Laodicea, y por cuantos no me conocen en persona, 2 para que consuelen sus corazones y, unidos en el amor, alcancen la riqueza de la plena comprensión del conocimiento del misterio de Dios, que es Cristo, 3 en quien están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y la ciencia. 4 Les digo esto para que nadie los engañe con seductores argumentos.
5 Si corporalmente estoy ausente, en espíritu, sin embargo, estoy con ustedes, por lo que me alegra ver la armonía entre ustedes y la perseverancia de su fe en Cristo.
1,24-2,5: ¿Qué labor le corresponde al misionero frente al misterio de Dios? (nota a 1,15-2,5). Se le pide entregar su vida y energía a Jesucristo, para edificar su Cuerpo, que es la Iglesia (1,18; Ef 1,22-23). Lo hace cuando difunde la Palabra de salvación, es decir, proclama que Cristo es el misterio revelado por Dios para reconciliarnos consigo (Rom 15,19). Su misión contempla anunciar a Cristo como Buena Noticia, aconsejar con sabiduría a todos y acompañarlos en el crecimiento del conocimiento del Señor y en su adhesión a él. El misterio revelado se recibe y vive en el Cuerpo de Cristo, la Iglesia, donde encuentra los medios para que alcance su plena madurez en cada discípulo. A éste le corresponde una progresiva comunión con su Cabeza, Cristo, lo que a su vez requiere una creciente incorporación en su Cuerpo, la Iglesia. No se realiza la misión sin sufrimientos, trabajos y luchas en favor de la comunidad. Y no es que el sufrimiento del misionero complete la obra redentora de Cristo, como si estuviera incompleta, sino que, al participar del sufrimiento de la Cabeza por su Cuerpo, contribuye a que la Palabra sea conocida y produzca frutos de plenitud de vida cristiana (Col 1,24-26). Al final, se exhorta a la comunidad a cuidar su fe y armonía fraterna, apartándose de los falsos maestros con sus «seductores argumentos» (2,4.8).
1,24: 2 Cor 1,5; 4,10; Flp 3,8-10 / 1,25: Ef 3,2.7-8 / 1,26-27: Rom 16,25; Ef 3,3-9 / 1,27: Rom 8,10.18; Ef 3,7 /1,28: Ef 4,13 / 1,29: Ef 3,7.20; Flp 4,13 / 2,1: Ap 3,14-22 / 2,2: Ef 3,4 / 2,3: Is 45,3; Prov 2,4-6; Ef 3,19 / 2,5: 1 Cor 5,3
2- Los falsos maestros y sus filosofías
2,6-23. El autor se enfrenta a enseñanzas o a teorías filosófico–religiosas (2,8) que presentan a Cristo como un intermediario más entre Dios y los hombres, porque niegan que en Jesús de Nazaret habiten los bienes salvíficos en su plenitud y que sea la imagen perfecta de Dios salvador entre los hombres. Con ello, cuestionan la identidad y misión de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y la de sus miembros. Los destinatarios son invitados a tomar conciencia de la nueva vida que recibieron en el bautismo y, en consecuencia, a abandonar aquellas adhesiones que no les corresponden, como el apego a los falsos maestros y sus «seductores argumentos» (2,4). Si se han incorporado por el bautismo al Cuerpo de Cristo, la auténtica sabiduría es la que proviene de Cristo, su Cabeza, transmitida por sus apóstoles.
Que nadie los seduzca con filosofías y argumentos estériles
6 Así pues, ya que han aceptado a Cristo Jesús, el Señor, compórtense conforme a su voluntad, 7 enraizados y edificados en él, apoyados en la fe tal como les fue enseñada y dando siempre gracias a Dios.
8 Estén atentos para que nadie los seduzca con filosofías y argumentos estériles inspirados en tradiciones humanas o en poderes cósmicos y no en Cristo. 9 Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad 10 y en él, que es la Cabeza de todo principado y potestad, ustedes han alcanzado la plenitud.
11 En él, también ustedes fueron circuncidados, no con una circuncisión corporal hecha por el hombre, sino con la circuncisión de Cristo que los despojó de su cuerpo pecador 12 cuando fueron sepultados con él en el bautismo y con quien también han resucitado por creer en el poder de Dios que resucitó a Cristo de entre los muertos. 13 Y a ustedes, que estaban muertos por sus delitos y por no estar circuncidados, Dios los volvió a la vida con Cristo al perdonarles todos sus delitos 14 y al cancelar y anular, clavándolo en la cruz, el documento de deuda con sus requisitos legales que nos era adverso. 15 Por la cruz, Dios humilló a principados y potestades y los expuso con valentía al espectáculo público, llevándolos cautivos en su marcha triunfal.
2,6-15: La obra salvadora de Dios se presenta con dos imágenes. La primera es la liquidación de una deuda y del documento que la registra por estar ya pagada (2,14). Se trata de la deuda por los pecados de la humanidad, es decir, de la condena divina y del castigo que le sigue. Dios canceló la deuda en virtud de la entrega de Cristo en la cruz que nos obtuvo el perdón y la reconciliación. La segunda imagen (2,15; 2 Cor 2,14) es la de Dios que, al modo de un victorioso general romano, entra triunfante en la ciudad, exponiendo en público «los poderes cósmicos» como un cortejo de vencidos (Col 2,8-10.20). Por entonces, dichos poderes se tenían por semidioses y se creía que su conocimiento y culto conducían gradualmente a Dios (2,8.18). Había que temerlos, pues dominaban la vida y el destino de los seres humanos. Para el discípulo no hay ningún poder intermedio, del tipo que sea, entre Dios y los hombres, porque Dios revela su misterio sólo por el Señor resucitado en quien reside realmente la plenitud de la divinidad y el primado absoluto sobre todo (2,9-10). «La circuncisión de Cristo», referencia al bautismo y contrapuesta a la circuncisión física, nos despoja de nuestro ser pecador y nos concede un corazón puro, haciéndonos vivir para Dios (2,11-12; Rom 6,6-11). Por esta obra de salvación, el discípulo no debe abandonar su confianza en Dios y la acción de gracias a él.
2,7: Ef 2,20-22 / 2,8: 1 Tim 6,20 / 2,9: Jn 1,14; Ef 1,23 / 2,10: Jn 1,16; Ef 1,21-22; 3,19; 4,13 / 2,11: Dt 10,16; 30,6; Rom 2,28-29 / 2,12: Rom 6,3-4 / 2,13: Ef 2,1-5 / 2,14: Mt 6,12; Ef 2,15-16; 1 Pe 2,24 / 2,15: 2 Cor 2,14-17
«No tomes eso, no lo pruebes ni lo toques»
16 Por tanto, que nadie los juzgue por cuestiones de alimento o de bebida, ni por días festivos ni celebraciones de luna nueva y de sábados. 17 Todo esto es sombra de lo que viene. ¡La realidad es Cristo! 18 Que ninguno de los que presumen de falsa humildad o dan culto a los ángeles los prive del premio. Es gente que se envanece por supuestas visiones y se hincha de orgullo por sus pensamientos mundanos. 19 Esa gente no está adherida a la Cabeza, por la cual todo el cuerpo, a través de articulaciones y ligamentos, recibe alimentos y cohesión para que crezca con el crecimiento que proviene de Dios.
20 Si ustedes han muerto con Cristo a los poderes cósmicos, ¿por qué se someten como si aún pertenecieran a este mundo y a preceptos 21 como «no tomes eso, no lo pruebes ni lo toques»? 22 Todas estas cosas están destinadas a desaparecer con el uso, porque no son más que preceptos y enseñanzas humanas. 23 Estos preceptos tienen apariencia de sabiduría por su pretendida religiosidad, humildad y mortificación corporal, pero carecen de todo valor para combatir las apetencias mundanas.
2,16-23: «La realidad es Cristo» (2,17) y Cristo resucitado quien, ascendido a los cielos, goza de una soberanía ante la cual se postra toda creatura humana y sobrehumana del cosmos (Flp 2,9-11). Él es “el Señor”, porque sometió a los poderes cósmicos, fuerzas sobrehumanas que, según se creía, controlaban al hombre y se oponían a Dios (nota a 2,6-15). ¿Tiene, entonces, sentido que los colosenses den culto a esas fuerzas superiores como si fueran semidioses y condujeran a Dios? ¿Tiene sentido que para honrarlos se preocupen de alimentos, días festivos, novilunios o celebraciones de la luna nueva… o busquen visiones y se sometan a preceptos absurdos? (Col 2,16.18.20-21). Tal como Dios lo había hecho saber, falsos mediadores los han engañado con su apariencia de hombres sagrados, con su aire de superioridad y triunfalismo (1 Tim 4,1). Y la comunidad ha aceptado esta doctrina de hombres como si pertenecieran a este mundo y no fueran ya parte del Cuerpo de Cristo. El discípulo, sepultado por el bautismo con Cristo, su Cabeza y Señor, también con él ha resucitado (Col 2,12) y ha sido incorporado a su Cuerpo, recibiendo el perdón y la reconciliación. Que no se dejen, por tanto, cautivar por lo que está destinado a desaparecer y tiene apariencia de sabiduría, olvidando que la auténtica realidad es Cristo.
2,16: Rom 14,1-6; Gál 4,3 / 2,17: Heb 8,5; 10,1 / 2,19: Ef 4,16 / 2,20: Rom 6,6-11; Gál 2,19; 4,3-5,9 / 2,22: Is 29,13; Mt 15,9; Mc 7,18-19
II
La vida nueva en Cristo
3,1-4,1. El autor, con estilo exhortativo, saca las consecuencias éticas de la enseñanza expuesta. Primero indica cuál es la vida apropiada de un discípulo de Jesús que ha resucitado con él y ha sido destinado a buscar «los bienes de arriba» (3,1-4); esa vida es de despojo, por cuanto hay que morir al hombre viejo y su mundanidad (3,5-11), y de adquisición, por cuanto hay que resucitar al hombre nuevo y a los bienes divinos (3,12-17). Luego, da recomendaciones para vivir en Cristo y, desde la fe, replantea los códigos domésticos grecorromanos referidos a la familia (esposos: 3,18-19; padres–hijos: 3,20-21), al trabajo (amos–esclavos: 3,22-4,1) y a la relación social (4,5-6).
Si han resucitado con Cristo, busquen los bienes de arriba
31 Por tanto, si han resucitado con Cristo, busquen los bienes de arriba donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. 2 Prefieran, pues, los bienes de arriba, no los de la tierra. 3 Porque ustedes han muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios. 4 Pero cuando se manifieste Cristo, vida de ustedes, entonces también se manifestarán con él llenos de gloria.
5 Por eso, den muerte a lo que hay de mundano en ustedes: lujurias, impurezas, pasiones desenfrenadas, malos deseos y avaricia, que es una idolatría. 6 Por todo esto sobreviene la ira de Dios sobre los desobedientes. 7 También ustedes se comportaron así, cuando antes vivían ese tipo de vida. 8 Pero ahora dejen todo eso: ira, cólera, maldad, injurias y el lenguaje grosero de su boca. 9 No se mientan unos a otros, pues se han despojado del hombre viejo con sus prácticas 10 y se han revestido del hombre nuevo que, mediante el conocimiento, se va renovando conforme a la imagen de su Creador. 11 En esta nueva condición ya no hay griego ni judío, circunciso ni incircunciso, extranjero ni incivilizado, esclavo ni libre, sino que Cristo lo es todo y en todos.
12 Por tanto, como elegidos de Dios, santos y amados, revístanse de entrañas de misericordia, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia. 13 Acéptense mutuamente y perdónense cuando alguien tenga una queja contra otro. ¡Como el Señor los perdonó, así también ustedes! 14 Y que por encima de todo prevalezca el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta. 15 Y que la paz de Cristo, a la cual han sido llamados para formar un solo cuerpo, sea la que rija en sus corazones. ¡Sean agradecidos!
16 Que la palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza, para que –con toda sabiduría– se enseñen y aconsejen unos a otros y, con un corazón agradecido, canten a Dios salmos, himnos y cánticos inspirados. 17 Por tanto, todo cuanto hagan o digan, háganlo todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.
3,1-17: Se inicia el pasaje enseñando que la vida moral del cristiano brota de la incorporación al misterio pascual del Señor por el bautismo. Luego se demuestra que así como Cristo aún no se manifiesta con todo su esplendor, así la nueva vida del cristiano está escondida con Cristo en Dios. Mientras Cristo no se manifieste en la parusía, al discípulo le corresponde despojarse del hombre viejo y revestirse del nuevo y, por el creciente conocimiento de Dios, anhelar los bienes divinos, los que provienen de él. De aquí brota una doble preocupación: dar muerte a sus pecados y deseos desordenados (3,5: cinco vicios), propios de paganos al servicio de la maldad (3,7), y adquirir los bienes de allá arriba, donde está Cristo (3,12: cinco virtudes; Rom 8,5), propios del «hombre nuevo» al servicio de Dios (Col 3,10). No hay ninguna posibilidad de dar cabida a odiosas diferencias entre personas, pues el que vive en Cristo practica el perdón y vive el amor como vínculo de perfecta unidad (3,11-15). Porque Dios nos regaló a Cristo y su Palabra, fuente de relación cristiana y fraterna, hay que vivir agradecidos y alabándolo.
3,1-3: Rom 6,13-14 / 3,1: Sal 110,1 / 3,3: Rom 6,2 / 3,4: Gál 2,20 / 3,5: Ef 5,5 / 3,6: Rom 1,18; Ef 5,6 / 3,8: Ef 4,29.31 / 3,9-10: Ef 4,22-25 / 3,10: Gn 1,26; 2 Cor 5,17 / 3,11: Rom 10,12; Gál 3,28 / 3,12-15: Gál 5,22-23 / 3,12-13: Ef 4,2.32 / 3,15: Jn 14,27; Ef 2,14 / 3,16-17: Ef 5,19-20 / 3,17: 1 Cor 10,31; 1 Pe 4,11
Lo que emprendan, háganlo con toda el alma
18 Esposas, sean dóciles a sus esposos, como conviene a quienes creen en el Señor. 19 Esposos, amen a sus esposas y no sean ásperos con ellas. 20 Hijos, obedezcan en todo a sus padres, pues esto le agrada al Señor. 21 Padres, no irriten a sus hijos, para que no se desanimen.
22 Esclavos, obedezcan en todo a sus amos de la tierra, no por obediencia fingida, para adular a los hombres, sino con sinceridad de corazón y por respeto al Señor. 23 Lo que emprendan, háganlo con toda el alma, como si lo hicieran para el Señor y no para los hombres. 24 Sirvan a Cristo, el Señor, puesto que saben que de él recibirán en recompensa la herencia. 25 Quien comete injusticia, recibirá el pago de su injusticia, porque en Dios no hay favoritismo.
41 Amos, den a sus esclavos lo que sea justo y equitativo, sabiendo que también ustedes tienen un Amo en el cielo.
3,18-4,1: La fe en Cristo afecta los códigos domésticos de la sociedad grecorromana del siglo I d.C., sustentando en motivos cristianos las relaciones básicas de entonces: la familiar, la laboral y social (nota a 3,1-4,1). Replantear estos códigos desde la fe es lo original en la ética de Colosenses. Conforme a dichos códigos se pedía que las esposas fueran sumisas a sus maridos y los respetaran; que los hijos honraran a sus padres con su sumisión y preocupación por ellos; que los esclavos obedecieran en todo a sus amos y no les robaran… Estas exigencias, que no se eliminan por la fe en Cristo, se les da perspectiva cristiana, pues ahora hay que hacerlo todo «como conviene a quienes creen en el Señor» y «porque le agrada al Señor» (3,18-19). De este modo, se actúa bajo la soberanía del Señor Jesús y se vive en todo el amor, que perfecciona las relaciones humanas (Col 3,14). Este es un inmenso paso en la relación amos–esclavos cristianos. Si bien es cierto que la esclavitud no se deroga, pues los estratos sociales se aceptaban así sin más, se establecen principios cristianos que regulan dicha relación: que el amo de la tierra no olvide que no es más que un siervo de Dios, Amo del cielo; que el esclavo cristiano, sin derecho a heredar nada (Gál 4,1-2), no olvide que por servir a su Señor Jesús, heredará los bienes divinos, lo mismo que su amo cristiano.
3,18-4,1: Ef 5,21-6,9; 1 Pe 2,18-3,7 / 3,18-19: 1 Pe 3,1-7 / 3,20-21: Ef 6,1-4 / 3,22: 1 Tim 6,1-2; Tit 2,9-10 / 3,25: Dt 10,17; Hch 10,34; Ef 6,9 / 4,1: Lv 25,39-53
Saludo final
4,2-18. Pablo, que se encuentra encarcelado (4,18), o quien escribe en su nombre piden oraciones para realizar con fidelidad el servicio de predicar «el misterio de Dios» (2,2; nota a 1,21-23). La Carta, que comenzó con una referencia a la oración, con ella termina, pero mientras antes el autor pedía a Dios por sus destinatarios (1,3.9), ahora pide que intercedan por él y sus colaboradores. Luego, como en las Cartas paulinas, el saludo final contiene nombres de conocidos y colaboradores, pero a diferencia de ellas, los nombres son los mismos que encontramos en Filemón. La Carta ha sido escrita para que “circule”, es decir, para que vaya y venga entre las comunidades del Asia Menor, lo que en ese momento era novedad.
Oren también por nosotros
2 Dedíquense a la oración, perseverando en ella con corazón agradecido. 3 Oren también por nosotros, para que Dios nos abra la puerta de la predicación, de tal manera que podamos anunciar el misterio de Cristo, por el cual estoy encadenado, 4 y pueda manifestarlo como es debido.
5 Aprovechando toda ocasión, tengan un comportamiento sensato con los que no son cristianos. 6 Que sus conversaciones sean siempre agradables y de buen gusto, de modo que sepan responder a cada uno como conviene.
4,2-6: Dos momentos se distinguen: la oración al interno de la comunidad, particularmente por los misioneros (4,2-4), y la conducta conveniente frente a los de fuera de la comunidad (4,5-6). Los discípulos de Jesús no pueden abandonar la oración (Ef 6,18), sobre todo por los que, como Pablo, son enviados a anunciar el misterio salvador de Cristo (Col 4,3). La razón es que este servicio depende de Dios, no sólo porque él envía, sino porque también abre los corazones para que el Evangelio proclamado sea aceptado (Hch 14,17; 2 Cor 2,12). Luego, en el segundo momento, el autor pide que el trato con los que «no son cristianos» o los de fuera (Col 4,5) esté impregnado de sabiduría o de la conducta sensata y prudente que proviene del hecho de pertenecer a Cristo, y que mediante el diálogo llevado a cabo con agrado y «buen gusto» (4,6; literal: “sazonado con sal”; Mc 9,50) se den respuestas convenientes a los interrogantes de la gente que no pertenece a la comunidad.
4,2: Rom 12,12 / 4,3: Ef 1,9 / 4,3-4: Ef 6,19-20 / 4,5: 1 Cor 5,12 / 4,6: Lv 2,13
El saludo es de mi puño y letra: «Pablo»
7 En todo lo que respecta a mí, les informará el querido hermano Tíquico, fiel servidor y compañero de trabajo en el Señor, 8 a quien les envié para que sepan acerca de nuestra situación y consuele sus corazones. 9 Con él, va uno de ustedes, Onésimo, también hermano fiel y querido. Ellos les informarán de todo lo que sucede por aquí.
10 Los saludan Aristarco, mi compañero de prisión, y Marcos, el primo de Bernabé. Recuerden las instrucciones recibidas acerca de él: ¡recíbanlo bien si los visita! 11 Los saluda también Jesús, al que llaman Justo. De los judíos convertidos, ellos son los únicos que trabajan conmigo por el Reino de Dios y han sido un alivio para mí. 12 También los saluda uno de ustedes, Epafras, siervo de Cristo Jesús, quien con sus oraciones siempre lucha por ustedes, para que se mantengan perfectos, cumpliendo en todo la voluntad de Dios. 13 Soy testigo de que se preocupa mucho por ustedes y por los de Laodicea y los de Hierápolis. 14 Los saludan Lucas, el médico querido, y Dimas.
15 Saluden a los hermanos de Laodicea y a Ninfa y la comunidad que se reúne en su casa. 16 Cuando hayan leído esta carta, hagan que se lea también en la comunidad de Laodicea, y la que envíe a Laodicea, se lea entre ustedes. 17 Díganle a Arquipo que desempeñe con esmero el ministerio que recibió del Señor.
18 El saludo es de mi puño y letra: «Pablo». Recuerden que estoy encarcelado. La gracia esté con ustedes.
4,7-18: Los saludos finales de la correspondencia paulina son una preciosa radiografía de cómo eran las relaciones de los misioneros y sus equipos con las comunidades. Los nombres mencionados coinciden con los que trae Filemón, aunque en orden diverso (Fil 2.10.23.24). Hay gente que procede del mundo judío como también del gentil o no judío. Algunos son conocidos; de otros no tenemos información. La condición social es variada: desde un esclavo (Onésimo) hasta Lucas, un médico, autor de un Evangelio y de los Hechos de los Apóstoles. La respuesta frente a los dones del Señor también es diversa: desde Epafras, reconocido y valorado «siervo de Cristo» (Col 4,12), hasta Arquipo, a quien le reprochan su mal desempeño en el ministerio. Sin duda que la evangelización tiene que ver con “nombres”, es decir, con rostros e historias que, al obedecer el Evangelio, se relacionan como hermanos, porque se han hecho siervos del Señor. Esta fraternidad explica las redes de información y la capacidad de hospedar a viajeros cristianos, misionero o no; la corrección fraterna; la solidaridad y la comunicación de bienes; la preocupación por los demás y el consuelo; la oración de unos por otros y el trabajo por el Reino.
4,7: Hch 20,4 / 4,7-8: Ef 6,21-22 / 4,9: Flm 10-12 / 4,10: Hch 4,36; 19,29; Flm 24 / 4,14: 2 Tim 4,10-11 / 4,15: Rom 16,5 / 4,17: Flm 2 / 4,18: 1 Cor 16,21