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ATRAS

(16 capítulos)

A LOS EFESIOS


I- «A los santos que están [en Éfeso]» (1,1): la comunidad cristiana en Éfeso


1- ¿Una carta a los efesios?


No sabemos bien a quiénes se dirige esta Carta, pues antiguos e importantes manuscritos no traen «en Éfeso» (Ef 1,1). Según parece, en tal espacio se ponía el nombre de la ciudad en la que se debía leer. Efesios es más bien una carta circular, destinada a ser leída en las comunidades que vivían su fe en ciudades del Asia Menor. Sólo en la segunda mitad del siglo II d.C. algún amanuense agregó «en Éfeso», para que no quedara sin destinatarios.

Éfeso, de prestigioso pasado político y cultural, era la capital de la provincia romana de Asia y residencia oficial del procónsul. Ubicada en la costa occidental de la península del Asia Menor, gozaba de administración autónoma y de un importante puerto con sus redes de comunicación. Tenía un majestuoso y visitado templo a la diosa Artemisa (Diana, en el mundo latino), culto que controlaban los romanos. Cuando Pablo visita la ciudad al final de su segundo viaje misionero ya existía una pequeña comunidad de discípulos (Hch 19,1); durante su tercer viaje y por casi tres años, Éfeso fue para Pablo el centro operativo de su tarea misionera. 


2- Discípulos en contextos socio-culturales nuevos


Aunque las comunidades cristianas del Asia Menor contaban con un pequeño número de judeocristianos y Éfeso con una colonia judía que desde el siglo III a.C. era objeto de privilegios civiles, la Carta a los Efesios no se escribe para ellos, sino para los no judíos que se han hecho cristianos y que pertenecen ya a la segunda generación (70-110 d.C.). Su mentalidad es urbana, propia de ciudades grecorromanas o sociedades agrarias avanzadas. Como son paganos no conocen el Antiguo Testamento ni la alianza de Dios con Israel. A causa de la destrucción de Jerusalén el año 70 d.C. a manos de los romanos, muchos judíos y predicadores cristianos dejaron la ciudad y se instalaron en diversas ciudades grecorromanas, movimiento que se conoce como “diáspora”. Allí proclaman a los no judíos el misterio de Dios u obra de salvación mediante Jesús, su Hijo, porque los «paganos de nacimiento, llamados “incircuncisos”» fueron también elegidos, según el designio de Dios, para heredar las promesas hechas a Israel (Ef 2,11).

Varios peligros acechan a estas comunidades del Asia Menor, de tradición paulina. Insertas en aquel mundo de religiones y adoradores, aún no alcanzan una fe madura en la soberanía del Señor Jesús sobre todos y todo. Al no ser de raigambre judía, piensan que el seguimiento del Señor nada tiene que ver con Abrahán y su descendencia, por lo que su identidad y misión la explican independiente de Israel, el pueblo de la alianza. Se viene gestando así una crisis que amenaza la unidad de una mayoría de cristianos no judíos con una minoría judía. Por esto, además del lenguaje conciliatorio, el centro de la Carta está en la teología de la reconciliación: de dos pueblos separados (judíos y no judíos) y en virtud de «la sangre de Cristo», Dios se hizo un solo Cuerpo (la Iglesia) bajo una única Cabeza (Cristo; Ef 2,13-14). 

¿Cómo alcanzar la madurez discipular en aquellos desafiantes contextos? No se trata sólo de exhortar al testimonio individual, sino fundar el discipulado y la comunión en la condición de miembros de un solo Cuerpo, la Iglesia, pues sólo en este nuevo pueblo de Dios se participa de la vocación filial y se adquiere la herencia de una existencia en comunión plena con Dios y los demás. Y como miembros del Cuerpo de Cristo, todos, judíos o no, están llamados a alcanzar el «estado de hombre perfecto» que es el de Cristo (Ef 4,13), al que se llega por el desarrollo de la gracia bautismal que, en constante crecimiento, conduce al discípulo a su perfección conforme a la plenitud alcanzada por Cristo, Cabeza de la Iglesia. 


II- «Dios me dio a conocer este misterio» (3,3): teología de Efesios


1- El misterio de Dios en pocas palabras (Ef 3,3)


La revelación del misterio de Dios o de su voluntad (Ef 1,9), tratado antes en Colosenses (nota a Col 1,15-2,5), es el tema central de Efesios. En ambas Cartas, el misterio de Dios se refiere a la obra de la salvación mantenida en secreto por Dios desde siempre, pero dada a conocer y realizada ahora por Cristo Jesús, su Hijo, y confiada a los servidores del Evangelio. A diferencia de Colosenses, se insiste en la inclusión y la universalidad: la obra de la salvación es una obra de reconciliación de judíos y gentiles, pues Dios derriba el muro que separaba a ambos pueblos, y los incorpora a un único Cuerpo, el de Cristo que es la Iglesia. El designio de Dios dado ahora a conocer y realizado por Cristo es que todos participen de las promesas y de la herencia ofrecida al pueblo de Israel, sin que nadie quede excluido de su ciudadanía y de su herencia por el sólo hecho de no ser judío (2,12; 3,6). 

La cristología de carácter cósmica y la eclesiología de Efesios explican el desarrollo del misterio de Dios en el tiempo y en el espacio. Cristo es el Señor exaltado y entronizado en el cielo, junto a Dios, por lo que todo le está sometido. Sólo él es la Plenitud que llena todo el universo y sólo él puede hacer que todo alcance la condición de nueva criatura. Cristo lo recapitula todo, porque es el vértice y el compendio de todo lo que hay en cielos y tierra (Ef 1,10.20-23). 

Para hacer que todo participe de su Plenitud, el Señor, Cabeza de la Iglesia, cuenta con su Cuerpo, como instrumento y sacramento por la que lleva a cabo su señorío en el mundo. Misión de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, es acompañar y conducir a toda criatura hasta alcanzar la perfección de su Cabeza. La Iglesia, pues, es la «familia de Dios» (Ef 2,19) de dimensión universal y cósmica, edificada como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu, y su meta es alcanzar la plenitud de su Cabeza. 


2- Cuerpo, Muro y Edificio, metáforas al servicio de la reconciliación 


La división entre cristianos provenientes del mundo judío y del no judío causa problemas en las comunidades del Asia Menor. Para enfrentarla, como en Colosenses, se presenta la redención de Cristo como obra de reconciliación. A diferencia de Colosenses, ésta es obra del Padre y de su Hijo quien, mediante su entrega obediente al designio del Padre, hizo de los dos pueblos un solo Cuerpo. 

En 1 Corintios y en Romanos, la metáfora del cuerpo fundamenta la diversidad de carismas, servicios y ministerios en las comunidades y todos ellos, por simples que sean, gozan de igual honor; en cambio, sobre Cristo Cabeza nada se dice. En Colosenses se completa la metáfora, pues se identifica el Cuerpo con la Iglesia y Cristo con la Cabeza. La “cabeza”, según el conocimiento de entonces, ordena y conduce el cuerpo, es principio de unidad y de vida que nutre el cuerpo y hace crecer (Ef 4,15-16; 5,23-24). La Iglesia, por tanto, nada podría sin su Cabeza, Jesucristo. Por la metáfora del Cuerpo y la Cabeza, según Efesios, se enfatiza la pertenencia y la comunión substancial con Cristo y de todos, judíos o no, los que creen en Jesucristo y se bautizan. Quien se integra a esta Cabeza-Cuerpo, recibe un único Espíritu, adquiere una misma condición y hereda unos mismos bienes. Pero la pertenencia y comunión del Cuerpo tienen que ser edificadas por el amor hasta que alcancen la madurez de la Cabeza. 

Dos metáforas más están al servicio de la teología de la reconciliación: el muro derribado y el único edificio construido. Cristo, con su entrega al Padre en la cruz, derribó el muro de enemistad que dividía a judíos y no judíos, haciendo de ambos un solo pueblo (nota a Ef 2,11-22), y edificó un único edificio, cuyo sustento y piedra angular que hace sólida la construcción y le da orientación (Is 28,16) es él; por cimientos puso a apóstoles y profetas cristianos (Ef 2,20), quienes en ausencia de los testigos directos garantizan el vínculo auténtico con la tradición de Jesús. El camino al Padre está abierto para todos y, de su Espíritu, proviene el dinamismo del Cuerpo hasta alcanzar la plenitud de su Señor Jesús.


3- Hombres nuevos y la plenitud de Cristo


Las imágenes de cuerpo y edificio que crecen hacia la plenitud de su Señor explican las actitudes y conductas que Dios quiere de su nuevo pueblo. La ética discipular no es más que el desarrollo en este tiempo presente de los bienes divinos ya otorgados (Ef 2,4-8; Col 1,22), pues ellos están llamados a alcanzar su plenitud al fin de los tiempos. Aquí radica el fundamento de la ética discipular. El Reino de Dios (o de Cristo) es una realidad actual en permanente crecimiento hacia la posesión completa de la herencia futura que aspiramos (Ef 1,18). El Espíritu Santo es “prenda” o “garantía” de este caminar (1,14; 2 Cor 1,21-22), término del campo comercial para designar la fianza o el anticipo que se da a cuenta de un todo por adquirir. 

La ética discipular es una ética del Cuerpo y de sus miembros en cuanto éstos componen el Cuerpo. Es decir, es una ética del discernimiento entendida como camino de obediencia hacia la plenitud de la Cabeza, Jesucristo, por lo que el discípulo ha de buscar en cada coyuntura el crecimiento del Cuerpo en conformidad con los dones de la paz mesiánica y la condición de nueva humanidad (Ef 2,15). Esta ética se vive en diálogo con el querer de Dios de vivir la verdad conducidos por el amor (2,8-10; 4,15). Sin embargo, como el Cuerpo de Cristo está sometido a permanentes embates de sus enemigos, la verdad vivida en el amor se da en contextos de permanente hostilidad, incluso cósmico. Se entiende, pues, la imagen militar de revestirse con «la armadura de Dios» para defender la unidad y la comunión (6,11-13).


III- «Si ustedes las leen…» (3,4): organización literaria de Efesios


1- Fecha de composición y organización literaria


Aunque es una “carta”, Efesios parece un pequeño tratado teológico-catequético con el fin de ofrecer a la nueva generación de discípulos, que no conoció a Pablo, un sumario lo más completo posible de su enseñanza. Es probable que sea pseudónima, esto es, de un discípulo de Pablo de la segunda generación, que toma su nombre para recordar y reformular la tradición paulina para comunidades que viven su fe cuando la Iglesia está ya constituida sobre todo por no judíos y corre el riesgo de perder su enraizamiento con las tradiciones de Israel. De ser pseudónima, pudo escribirse en Asia Menor entre los años 85 y 90 d.C. Con todo, hay algunos que sostienen que es de Pablo, y la datan no antes del año 58 d.C., cuando el Apóstol estaba encarcelado en Cesarea Marítima o en Roma. Es bastante probable que Efesios hay sido escrita después de Colosenses. Se destaca por su carácter impersonal, su estilo solemne y ampuloso, sus frases complicadas y un vocabulario diverso al de las Cartas auténticas de Pablo. Llama la atención su tono litúrgico y la idealización de la figura de Pablo como apóstol.

La cercanía literaria y doctrinal con Colosenses es innegable, aunque ésta se centre en la cristología y Efesios en la eclesiología. Con bastante seguridad Colosenses es más antigua que Efesios, y casi una cuarta parte del vocabulario de ésta proviene de aquella.

Efesios, al igual Colosenses, puede ser organizada literariamente según la estructura clásica del género epistolar: entre el saludo inicial y el final, se encuentra el cuerpo de la Carta con sus dos partes, doctrinal y exhortativa: 


Saludo inicial

1,1-2 

I

La revelación del misterio salvador de Dios en Cristo


1,3-3,21

II

La respuesta del discípulo al don de Dios en Cristo 


4,1-6,20

Saludo final

6,21-24


Dos secciones conforman el cuerpo de la Carta. En la Primera o parte doctrinal, el autor nos da a conocer la naturaleza del misterio de Dios revelado en Cristo Jesús y realizado por él. El fruto es la obra de la reconciliación, es decir, los dones divinos de comunión y paz que hace que dos pueblos, judíos y no judíos, que antes vivían enemistados, ajenos ahora formen un solo Cuerpo bajo una misma Cabeza. En la Segunda sección o parte exhortativa, el autor presenta la respuesta que Dios espera del que ha sido tocado por el misterio de Cristo; se trata de la respuesta ética de aquellos que han recibido el don de la salvación con la que Cristo, Cabeza, dota a su Cuerpo, la Iglesia. De los “indicativos” que describen la nueva identidad (Ef 5,8: «Ahora son luz en el Señor»), el autor deduce los “imperativos” que rigen disposiciones y conductas nuevas («Compórtense como hijos de la luz»).


2- Actualidad de Efesios


La realidad de la Iglesia en íntima y vital comunión con su Cabeza, Jesucristo, constituye un desafío pastoral para nuestras comunidades y sus miembros. Con facilidad se escucha la propuesta de un cristianismo sin Iglesia, pues lo que nos define es la comunión con el Señor no con la Iglesia. Efesios sale al paso de esta escisión, enseñando que el misterio de Dios es Cristo y la Iglesia, un todo que se completan y necesitan al modo como la cabeza requiere de un cuerpo y éste de una cabeza que lo dirija, le dé vida y haga crecer. 

En razón de la unidad substancial revelada en la metáfora del Cuerpo y su Cabeza, la Iglesia se convierte en el espacio privilegiado de inclusión, pues se acaba la «distinción entre judío y griego, entre esclavo y libre, entre varón y mujer, porque todos son uno en Cristo Jesús» (Gál 3,28). Discípulo de Cristo es quien conoce y hace suyo el misterio de Dios, acontecimiento que nutre el testimonio agradecido por haber sido hecho partícipe de la reconciliación y comunión de Dios en Cristo. El que es luz en el Señor, que lo sea en sus realidades cotidianas.

Finalmente, cuando los esfuerzos por un sano ecumenismo parecen decrecer, Efesios nos invita a la unidad y a la armonía que proviene de «un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo» (Ef 4,5).



Saludo inicial


A los santos que están [en Éfeso]


11 Pablo, apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios, a los santos que están [en Éfeso] y creen en Cristo Jesús: 2 a ustedes gracia y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y de Jesucristo, el Señor.


1,1-2: El autor, que se presenta como “Pablo”, desea para sus destinatarios los dones que caracterizan a un discípulo de Jesús: la gracia y la paz, propias de la comunión con Dios cuando se acepta por la fe que Jesús es su Hijo y su Mesías. La comunidad de los que creen son llamados «santos» (1,1), porque han sido consagrados a Dios por el bautismo, constituyendo su nuevo pueblo. Como los más antiguos manuscritos no traen «en Éfeso», introducido posteriormente, se piensa que la Carta pudo estar dirigida a varias comunidades, como la de los Colosenses (Col 4,16). 


1,1: Gál 1,1 / 1,1-2: Rom 1,7


I

La revelación del misterio salvador de Dios en Cristo


1,3-3,21. ¿En que consiste el misterio de Dios?, ¿cómo se realiza?, ¿cuáles son sus consecuencias? Estas preguntas se responden mediante el desarrollo de cuatro partes: un himno de bendición a la Trinidad por su obra salvadora en Cristo, contenido del “misterio” (1,3-14); Dios despliega su poder resucitando a su Hijo e instituyéndolo Cabeza de todo (1,15-23) y “co-resucitando” con el Mesías a los elegidos de antemano (2,1-10); así, por Cristo, Dios realiza la reconciliación universal según su designio eterno (2,11-22), y este “misterio” revelado y aceptado por la fe otorga la condición de hijos y familia de Dios (3,1-13). Se termina con una plegaria de intercesión (3,14-19; ver 1,16b-19) y con un pequeño himno de gloria a Dios (3,20-21); éste, con el himno inicial de bendición, dan el marco litúrgico de alabanza al “misterio” revelado. 


Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo


3 Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo,

que en los cielos nos ha bendecido en Cristo

con toda clase de bienes espirituales.

4 Él nos eligió en Cristo,

antes de la creación del mundo,

para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia por el amor. 

5 Él nos ha destinado por medio de Jesucristo a ser sus hijos por adopción,

conforme al beneplácito de su voluntad,

6 para ser un himno de alabanza a su esplendorosa gracia

con la que nos ha favorecido en el Amado.

7 En su Hijo, por medio de su sangre, 

alcanzamos la liberación y el perdón de los pecados.

Conforme a la riqueza de su gracia,

8 Dios derramó con abundancia en nosotros

toda clase de sabiduría y prudencia. 

9 Por su bondad,

nos dio a conocer el misterio de su voluntad

que él se propuso en Cristo:

10 llevar a cabo su proyecto salvador en la plenitud de los tiempos,

recapitulando en Cristo todos los seres, los de los cielos y los de la tierra. 

11 Nosotros, los que ya estábamos destinados conforme al designio de Dios,

quien todo lo lleva a cabo según su voluntad, 

también hemos sido constituidos herederos en Cristo,

12 para que, los que ya esperábamos en él,

seamos un himno de alabanza a su gloria.

13 En él también ustedes,

después de escuchar la Palabra de la verdad,

la Buena Nueva de su salvación,

fueron sellados, al creer en Cristo, con el Espíritu Santo prometido.

14 Él es garantía de nuestra herencia,

hasta la liberación del pueblo que Dios adquirió,

para ser un himno de alabanza a su gloria.


1,3-14: El alcance de este himno de bendición a la Trinidad por su obra de salvación es universal, pues involucra toda creatura, las de la tierra y las del cielo. Se presentan los momentos centrales de la historia de la salvación: la elección eterna y gratuita de Dios de los que participarán de su santidad (1,4-6); la liberación por Cristo y sus dones (1,7-8); la realización del “misterio”: la salvación y recapitulación de todo en Cristo (1,9-10), y el don del Espíritu y la herencia celestial (1,11-14). Obra de Dios Padre es tanto el designio de salvar, determinado antes de la creación del mundo, como la adquisición de hijos adoptivos que heredarán su Reino, antes sólo para Israel. El ser hijos de Dios se obtiene por la obediencia y méritos del Hijo, «el Amado» (1,6), que derramó su sangre en la cruz, expresión que sintetiza la obra redentora de Dios por Cristo (1,7; Rom 5,10). Por él, pues, Dios nos perdona y, en él, Dios recapitula toda criatura al constituirlo vértice o cabeza del universo (Ef 1,10). Nada ha ocurrido por iniciativa o mérito humano, sino por la acción del Espíritu Santo, quien funda nuestra esperanza por ser sello y garantía de la nueva condición adquirida (4,30). Dios es alabado y bendecido no sólo por la boca de sus hijos e hijas, sino porque ellos mismos han sido convertidos en himno de alabanza para gloria de Dios salvador (1,6.12.14). Discípulo es quien obra de tal modo que toda su existencia es un himno de gloria a la Trinidad. 


1,4: Col 1,22; Jds 24 / 1,4-5: Rom 8,29-30 / 1,5: Col 1,16.20 / 1,6: Mt 3,17; 17,5 / 1,7-8: Lv 1,3-17; Heb 9,11-14 /1,9: Col 1,26 / 1,10: Tit 1,3 / 1,11: Dt 7,6; 32,9; Rom 8,17 / 1,13: Jn 14,26 / 1,14: 2 Cor 1,22


Dios todo lo sometió bajo los pies de Cristo


15 Por eso también yo, después de haberme enterado de la fe de ustedes en Jesús, el Señor, y de su amor para con todos los santos 16 no dejo de dar gracias a Dios por ustedes, y pido en mis oraciones 17 que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda espíritu de sabiduría y de revelación para un conocimiento profundo acerca de él. 18 Que Dios ilumine los ojos de su corazón, para que sepan cuál es la esperanza a la que él los llama, cuál la riqueza de su gloria que da en herencia a los santos 19 y cuál la soberana grandeza de su poder en favor de nosotros, los creyentes, de acuerdo con la eficacia de su fuerza poderosa. 

20 Es la fuerza que Dios desplegó a favor de Cristo al resucitarlo de entre los muertos y sentarlo a su derecha en los cielos 21 por encima de todo Principado, Autoridad, Poder y Dominación y de cualquiera otra dignidad que pueda mencionarse no sólo en este mundo, sino también en el venidero. 22 Dios todo lo sometió bajo los pies [Sal 8,7] de Cristo a quien puso por encima de todo como Cabeza de la Iglesia. 23 Ella es el Cuerpo de Cristo de quien recibe su plenitud, ya que él es quien lleva todas las cosas a su plenitud.


1,15-23: Al himno a la Trinidad (nota a 1,3-14), sigue una acción de gracias (1,15-16a) y una plegaria de intercesión para que los lectores acepten el misterio de Dios (1,16b-19). El misterio de Dios no es otro que el «misterio de Cristo» (3,4), es decir, el mismo Hijo de Dios, «el Amado» (1,6), quien –en obediencia al designio eterno y salvador del Padre– se hizo hombre y derramó su sangre en la cruz para hacerlo realidad. Por ello, Dios lo resucitó, lo glorificó a su derecha y le otorgó la soberanía sobre toda criatura, incluso la que aún no conocemos, pero pudiera existir (Rm 8,38-39). Entre las creaturas se cuentan las potencias celestes (Ef 1,21), con su influencia para bien o mal sobre los hombres, y la comunidad de los salvados, la Iglesia, de la que hizo a Cristo su Cabeza y la que –en perfecta correspondencia– es su Cuerpo. Se enseñaba por entonces que de la cabeza depende la nutrición, el desarrollo y la disposición del cuerpo y sus miembros. Cristo, pues, es quien asegura, por principio interno y poder divino, el desarrollo orgánico y progresivo de su Cuerpo, orientándolo hacia la plenitud de la que goza (4,15-16). La Iglesia está llamada a participar de la gloria y soberanía de Cristo, su Cabeza. La misión de la Iglesia en cuanto Cuerpo de Cristo es universal y lo involucra todo, lo visible e invisible. Así, mediante su Cuerpo que es la Iglesia, la Cabeza ejerce su soberanía mediante su reinado de vida y redención, misericordia y justicia. 


1,15: Col 1,4 / 1,16-17: Col 1,9 / 1,17: Jn 17,3 / 1,18: Hch 20,32; Col 1,12; 3,24 / 1,19-20: 2 Cor 13,4; Col 2,12 / 1,20: Sal 110,1 / 1,21-22: Col 1,16; 1 Pe 3,21-22 / 1,22-23: Col 1,18; Rom 12,5 / 1,23: 1 Cor 12,12-30


¡Gratuitamente han sido salvados!


21 Ustedes estaban muertos por sus delitos y pecados 2 en aquel tiempo en que seguían los criterios de este mundo, los del Príncipe de las potencias del mal que actúa en quienes desobedecen a Dios. 3 Entre aquellos estábamos también nosotros, todos los que en otro tiempo nos comportábamos de acuerdo a los deseos desordenados de nuestra carne pecadora, satisfaciendo sus caprichos y las malas intenciones. Entonces, al igual que los demás, estábamos por naturaleza destinados a la ira divina. 4 Pero Dios, rico en misericordia y por el inmenso amor con que él nos amó, 5 aunque estábamos muertos por nuestros delitos, nos ha hecho revivir con Cristo. ¡Gratuitamente han sido salvados! 6 Dios nos resucitó con Cristo Jesús y nos hizo sentar con él en el cielo, 7 para mostrar en los tiempos futuros la inmensa riqueza de su gracia, con la cual nos ha beneficiado en Cristo Jesús. 

8 En efecto, por gracia están salvados mediante la fe; esto no viene de ustedes, sino que es don de Dios, 9 o sea, no viene por las obras, de modo que ninguno se enorgullezca. 10 Somos, pues, hechura de Dios, y él fue quien nos creó por medio de Cristo Jesús para hacer buenas obras, las mismas que él había dispuesto de antemano que practicáramos.


2,1-10: El autor continúa revelándonos las profundidades del misterio de Dios (nota a 1,15-23), ahora con sus implicaciones para el ser y vida ética del discípulo. Antes de Cristo, la condición natural de judíos y no judíos era vivir bajo la soberanía del «Príncipe de las potencias del mal» (2,2), es decir, bajo el dominio del Diablo y de sus espíritus impuros. Entonces, todos, sin excepción, eran objetos de la ira o castigo divino por vivir dominados por los malos deseos y los impulsos desordenados (2,3; Rom 7,14-25). Pero el poder de Dios que resucitó a Jesús se desplegó sobre los hombres y, en virtud de su benevolencia y por la muerte de su Hijo en cruz, borró los delitos del que cree en Cristo, lo “con-resucitó” con él, lo hizo su hijo y lo destinó a participar de la gloria y soberanía de su Hijo primogénito. Salvación y existencia nueva es un todo ahora presente y gratuito (Col 2,12-13), pues los bienes divinos no son la retribución por las buenas obras. Si en tiempos de Moisés se decía: “¡Haz esto y te salvarás!”, ahora hay que afirmar: “Porque Cristo te ha salvado, realiza las obras dispuestas por Dios”. No nos salvan las obras buenas, sino que las podemos realizar gracias a que somos «hechura de Dios», recreados en Cristo (Ef 2,10). De este nuevo ser se esperan las buenas obras predispuestas por Dios que son los frutos propios del Espíritu (Gal 5,22-26).


2,1-5: Col 2,13 / 2,2: Col 3,6-7; Jn 12,31 / 2,5: Rom 5,9-10 / 2,5-6: Col 2,12-13; Rom 6,4-11 / 2,8: Rom 9,16 / 2,9: Rom 3,27-28; 2 Tim 1,9 / 2,10: 1 Cor 1,29


Cristo hizo de ambos pueblos uno solo


11 Por eso, ustedes, los que en otro tiempo eran paganos de nacimiento, llamados “incircuncisos” por los judíos que a sí mismos se llaman “circuncisos” por una operación en el cuerpo, recuerden 12 que entonces vivían sin Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel, ajenos a las alianzas y a la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. 13 En cambio, gracias a Cristo Jesús, ustedes que alguna vez estaban lejos, ahora están cerca por la sangre de Cristo. 

14 Porque Cristo es nuestra paz, él hizo de ambos pueblos uno solo al derribar el muro de enemistad que los separaba gracias a su condición humana, 15 haciendo también inoperante la Ley con sus mandamientos y requisitos legales. De este modo, restableció en sí mismo la paz y, de los dos pueblos, creó una sola y nueva humanidad, 16 reconciliándolos con Dios en un solo cuerpo mediante la cruz, y así puso fin en sí mismo a la enemistad. 17 Él vino a anunciar la paz a quienes estaban lejos y también a los que estaban cerca, 18 porque por medio de él, unos y otros podemos acercarnos al Padre en un mismo Espíritu. 

19 Por tanto, ustedes ya no son extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familia de Dios, 20 edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, cuya piedra principal es Cristo 21 en quien todo el edificio bien cohesionado va creciendo hasta formar un templo consagrado al Señor. 22 Ustedes, en Cristo, van siendo incorporados en la edificación, hasta llegar a ser morada de Dios por el Espíritu.


2,11-22: El designio eterno de Dios es la reconciliación gracias a un acontecimiento salvífico: la entrega obediente del Mesías que, en la cruz, derramó su sangre por nosotros. Por ello es posible la comunión de dos pueblos que se desprecian, judíos y no judíos, para formar el único Cuerpo de Cristo o la única familia de Dios. La imagen empleada es la destrucción del «muro de enemistad» que aislaba a judíos de no judíos (2,14), probable alusión al muro del Templo que separaba el patio de los varones y mujeres israelitas del patio de los paganos o gentiles; su transgresión significaba la muerte para éstos. Dios los hace “uno”, otorgándoles un único cimiento (apóstoles y profetas cristianos) y sustentándolos en una misma piedra fundamental (Jesucristo), la que en cuanto «piedra principal» también orienta la construcción (2,20; Ef 4,4-6). Ni la unidad ni la santidad se consiguen por el cumplimiento de la Ley, sino porque Dios en Cristo se creó una nueva humanidad que hunde sus raíces en el resto fiel de Israel (Rom 11,16-24). De este modo, aquellas comunidades cristianas que se entienden como una sola familia de Dios, compuestas sobre todo por no judíos y que se organizan como “hogares”, es decir, según el modelo de la casa grecorromana, no deben olvidar que están enraizadas en el resto de Israel y en tradiciones que tienen por garante a apóstoles y profetas cristianos que los vinculan con la misma persona y enseñanza de Jesucristo. 


2,11: Rom 2,28 / 2,12: Rom 9,4-5; Col 1,21-27 / 2,13-14: Jn 10,16; Hch 21,28 / 2,15: Rom 8,3; Col 2,14 / 2,16: Col 1,20-22 / 2,17: Is 52,7; 57,19 / 2,18: 1 Pe 3,18 / 2,20-22: 1 Cor 3,9-16 / 2,20: 1 Cor 3,11; Ap 21,14 / 2,21-22: 1 Pe 2,4-5


De este Evangelio fui hecho servidor


31 Por eso, yo, Pablo, estoy prisionero por Cristo Jesús en favor de ustedes, los no judíos. 

2 Supongo que se han enterado del proyecto salvador respecto a la gracia que Dios me confió en beneficio de ustedes 3 y cómo mediante una revelación, Dios me dio a conocer este misterio, tal como lo he expresado en pocas palabras. 4 Si ustedes las leen, podrán comprobar el conocimiento que tengo del misterio de Cristo, 5 que no se dio a conocer a las generaciones pasadas como ahora que ha sido revelado, por medio del Espíritu, a sus santos apóstoles y profetas. 6 Y consiste en que, mediante el Evangelio, quienes no son judíos compartan una misma herencia, sean miembros de un mismo cuerpo y participen de la misma promesa en Cristo Jesús. 7 De este Evangelio fui hecho servidor por el don de la gracia que Dios me concedió en virtud de su fuerza poderosa. 

8 A mí, por tanto, el más insignificante de todos los santos, se me dio esta gracia: la de anunciar a los no judíos la insondable riqueza de Cristo, 9 es decir, iluminar cuál es el proyecto salvador del misterio que está oculto desde siempre en Dios, creador del universo.

10 Así ahora, por medio de la Iglesia, todos los principados y las potestades de las regiones celestes podrán conocer la infinita sabiduría de Dios, 11 conforme al designio eterno que él llevó a cabo en Cristo Jesús, Señor nuestro, 12 por quien, mediante la fe en él, tenemos seguro y confiado acceso a Dios. 13 Por esto les ruego que no se desanimen a causa de mis sufrimientos, los que padezco por ustedes, pues son para gloria de ustedes mismos.


3,1-13: Pablo ha sido elegido por Dios para anunciar el «misterio de Cristo» y su «insondable riqueza» (3,4.8). Este misterio (nota a 1,15-23) trae consigo una inmediata consecuencia: quien cree en Cristo, judío o no, es hecho hijo de Dios y miembro del Cuerpo de Cristo o la familia de Dios que es la Iglesia. Estos son llamados «santos» (1,2; 2,19), porque están consagrados por el bautismo a Dios Padre por la sangre de Cristo y la acción del Espíritu. Los santos forman un solo pueblo y su vocación es participar de la promesa de Dios a Abrahán y de la herencia reservada a los hijos al fin de los tiempos: la vida en comunión eterna con Dios (nota a Gál 3,1-14). Este misterio escondido desde siempre, Dios lo reveló ahora en su totalidad a apóstoles y profetas cristianos y lo ha confiado a la Iglesia y a sus ministros, del que Pablo es uno de ellos. Como el Evangelio o Buena Noticia del misterio de Dios (Ef 3,7) tiene dimensiones universales, pues Dios reconcilia y recapitula todo en Cristo (1,10), debe ser anunciado a todos los pueblos y a todo el cosmos. La fe nos abre al conocimiento y aceptación del “misterio” proclamado que tiene el poder de hacernos vivir reconciliados y en comunión con Dios y los demás. 


3,1: Flm 1,9 / 3,2: Col 1,25 / 3,3: Hch 9,3-4 / 3,5-6: Rom 16,25-26; Col 1,26-27 / 3,7: Col 1,23.25 / 3,8: 1 Tim 3,15 / 3,10: 1 Pe 1,12 / 3,12: Heb 4,16; 1 Pe 3,18 / 3,13: Col 1,24


Que Cristo habite por la fe en sus corazones


14 Por eso me arrodillo ante el Padre 15 de quien procede toda paternidad en los cielos y en la tierra 16 para que, según la riqueza de su gloria, les conceda fortalecerse en su interior por medio del Espíritu. 17 Que Cristo habite por la fe en sus corazones, para que arraigados y cimentados en el amor 18 puedan comprender, con todos los santos, cuál es la amplitud y la longitud, la altura y la profundidad 19 del amor de Cristo, amor que supera todo saber humano. Así serán colmados de la plenitud misma de Dios.

20 A Dios, que actúa en nosotros y tiene poder sobre todas las cosas para hacer mucho más que cuanto podemos pedir o pensar, 21 a él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones y para siempre. ¡Amén!


3,14-21: Se retoma Efesios 3,1, luego de la reflexión teológica de 3,2-13. Una vez más el autor intercede ante Dios por sus destinatarios (ver 1,16b-19), para que sus espíritus sean fortalecidos por el Espíritu de Dios (2 Cor 4,16) y comprendan la grandeza del misterio recibido (nota a 1,15-23). Un pequeño himno de carácter litúrgico cierra el pasaje (Ef 3,20-21). Como luego se dirá, la incorporación al Cuerpo de Cristo tiene dos consecuencia: por un lado, crecer en el Cuerpo (la Iglesia) y, con él, alcanzar la plenitud de Jesucristo, su Cabeza, la que recibe de Dios en cuanto hombre (Col 1,19; 2,9-10), y –por otro– ejercitar los dones con que Cristo dota a cada miembro de su Cuerpo para edificación de todos y servicio al mundo (Ef 4,11-13). En este trasfondo se comprende la invitación al crecimiento personal y corporativo (3,16; 4,15-16), posibles por la iniciativa del Padre, la presencia de Cristo y la acción del Espíritu (3,14-17). La Iglesia camina hacia «la plenitud misma de Dios» cuando se deja amar por Cristo, su Cabeza, amor que supera toda ciencia humana (3,19). Este amor hace de la Iglesia un único Cuerpo íntimamente unido a él, gracias a lo cual Cristo comunica a su Cuerpo la plenitud que le viene de Dios (1,22-23). De este modo se prepara a los lectores para lo que sigue: vivir sólo aquello que responda al insondable amor del Padre y su Hijo. 


3,16: Hch 1,8-9 / 3,17: Gál 2,20 / 3,18-19: 2 Cor 5,14; Ap 21,9-14 / 3,20: Col 1,29 / 3,20-21: Rom 16,25-27; Jds 24-25


II

La respuesta del discípulo al don de Dios en Cristo 


4,1-6,20. Se inicia la parte exhortativa de la Carta. Del misterio revelado por Dios hasta ahora presentado, se deducen disposiciones y conductas que respondan a su iniciativa de salvarnos por Jesucristo y conducirnos por el Espíritu a la plenitud de sí mismo (3,19). Discípulo es quien vive en coherencia con el misterio de Dios y responde, con discernimiento y obediencia, a su inmenso amor. Por esto, la conducta del discípulo es vivir «la verdad en el amor» (4,15) al servicio de la comunión del Cuerpo de Cristo (4,1-16). Para convertirse hay que cambiar el corazón que, en terminología paulina, equivale a despojarse, renovarse y revestirse; es decir, hay que ser hombres nuevos (4,17-32). El hombre nuevo pertenece a Cristo–Luz por lo que abandona las tinieblas y es fecundo en frutos (5,1-20). Luego, desde esta condición nueva, se revisan los códigos domésticos de la época (5,21-6,20); éstos, en la sociedad grecorromana, estructuraban las relaciones básicas de orden familiar, social y laboral. Una metáfora militar finaliza la exhortación: hay que revestirse con la armadura que Dios nos otorga, para resistir «los engaños del Diablo» (6,11).


Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo


41 Por eso, yo, prisionero por el Señor, los exhorto a comportarse en coherencia con la vocación a la que han sido llamados. 2 Sean humildes y amables, tengan paciencia y sopórtense unos a otros con amor. 3 Procuren mantener la unidad, fruto del Espíritu, mediante el vínculo de la paz. 4 Uno sólo es el Cuerpo y uno sólo el Espíritu, así como también una sola es la esperanza a la que han sido llamados. 5 Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, 6 un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y habita en todos.

7 Sin embargo, a cada uno de nosotros se le ha dado su propio don según la medida en que Cristo los ha distribuido. 8 Por eso dice la Escritura: 

Subió a lo alto llevando consigo a los cautivos

y dio dones a los seres humanos [Sal 68,19]

9 ¿Qué quiere decir “subió”? ¿Acaso no quiere decir que también bajó a las profundidades de la tierra? 10 Y el que bajó es el mismo que subió a lo más alto de los cielos, para llenar de su plenitud el universo. 

11 Él fue quien constituyó a unos, apóstoles y a otros, profetas; a unos, predicadores del Evangelio y a otros, pastores y maestros, 12 preparando así a los santos para el servicio eficaz de la edificación del Cuerpo de Cristo, 13 hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento íntegro del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, según la medida de la madurez de Cristo en su plenitud. 

14 De este modo, ya no seremos niños arrastrados por el viento de cualquiera enseñanza y engañados por la astucia humana que lleva al error. 15 Por el contrario, viviendo la verdad en el amor, creceremos en todo hacia aquel que es la Cabeza, Cristo. 16 A él se debe que el Cuerpo entero, cohesionado y unido mediante ligamentos que lo nutren, crezca según la medida de cada miembro, para su propia edificación por el amor. 


4,1-16: Caracteriza este pasaje la exhortación a la comunión eclesial exigida por la incorporación al Cuerpo de Cristo (4,3.13), para comunidades pertenecientes a la segunda generación de cristianos (70 al 110 d.C.) y de origen no judío. Debido a esto olvidaban la importancia del Antiguo Testamento y que, como «olivo sin cultivar», han sido injertados en el resto de Israel y su tradición religiosa (Rom 11,16-24). La unidad tiene fundamentos teológicos y no sólo se sustenta en afectos y simpatías. Hombres y mujeres de diversas razas, pueblos y condición social, reciben un mismo bautismo y, con él, una idéntica condición y pertenencia: hijos e hijas de Dios y miembros de un único Cuerpo, la Iglesia, gracias a la acción de un mismo Espíritu que actúa en todos. La misma fe en el único Señor los anima, la misma esperanza sustenta su caminar y el mismo amor los congrega. Por la íntima vinculación entre sí como miembros de un único Cuerpo (4,25), el crecimiento de unos es también el de otros, y la santidad del Cuerpo redunda en beneficio de cada uno. La comunión requiere de una sana pluralidad. Los carismas y ministerios que el Señor reparte se ejercen y manifiestan de modo diverso (4,11; 1 Cor 12), aunque todos tienen idéntico propósito: el servicio de la comunión y del crecimiento orgánico del Cuerpo, preparándolo para que alcance la plenitud de su Cabeza, Jesucristo, que le viene de Dios (nota a 3,14-21).


4,1-16: 1 Cor 12,4-30 / 4,1-4: Col 3,12-15 / 4,1: Flp 1,27 / 4,2: Gál 6,2 / 4,4-6: Dt 6,4-5; Mc 12,29-30; 1 Cor 12,12 / 4,7: Rom 12,6 / 4,8: 2 Cor 2,14-17 / 4,9: Jn 3,13 / 4,11: 1 Cor 12,18.28 / 4,12: 1 Pe 2,5 / 4,14: 1 Cor 14,20 / 4,15: Col 1,18 / 4,16: Col 2,19


Aprendieron a revestirse del hombre nuevo


17 Esto les mando y pongo por testigo al Señor: no se comporten como los paganos, que proceden conforme a la vanidad de su inteligencia, 18 que tienen la razón oscurecida y están alejados de la vida de Dios a causa de la ignorancia que hay en ellos y de la obstinación de su corazón. 19 Ellos, al perder el sentido del bien, se entregaron al libertinaje, practicando con desenfreno todo tipo de impurezas. 

20 Pero no es éste el Cristo que ustedes aprendieron 21 si es que realmente lo escucharon y, en él, fueron instruidos conforme a la verdad que está en Jesús. 22 Aprendieron a despojarse de la conducta de antes, la del hombre viejo que se corrompe por los deseos engañosos, 23 a renovar su mente por medio del espíritu 24 y a revestirse del hombre nuevo creado a imagen de Dios en vista al don que nos hace justos y a la santidad verdadera.

25 Por eso, despojándose de la mentira, que cada uno diga la verdad a su prójimo [Zac 8,16], porque somos miembros unos de otros. 26 Si llegan a enojarse, no pequen [Sal 4,5] y que la puesta del sol no los encuentre enojados. 27 ¡No den oportunidad al Diablo! 28 El ladrón, que no robe más, al contrario, que trabaje honestamente con sus propias manos para compartir con el que tiene necesidad. 29 Que ninguna mala palabra salga de la boca de ustedes; lo que digan, que sea provechoso para edificación del que tiene necesidad y así harán el bien a sus oyentes. 30 Y no entristezcan al Espíritu Santo de Dios con el cual fueron marcados para ser reconocidos en el día de la redención.

31 Desaparezca de ustedes toda amargura, ira, enojo, insulto, injurias y cualquier tipo de maldad. 32 Sean bondadosos unos con otros, sean compasivos y perdónense mutuamente así como Dios los perdonó en Cristo.


4,17-32: Con tres verbos, propios de la liturgia bautismal, el autor indica el éxodo o paso del hombre viejo al nuevo y el fundamento de la vida ética según la nueva alianza: despojarse, renovarse y revestirse (4,22-24). No basta “despojarse” o abandonar las conductas propias del hombre viejo, producto del dominio del ser carnal y sus apetitos desordenados. Se requiere vivir como bautizado, es decir, como uno que se “ha renovado”, pues no sirve cambiar las malas acciones cuando el interior permanece encerrado en la ignorancia y la obstinación (4,18). La razón es que quien se bautiza en Cristo, el Hombre nuevo, “se reviste” de él para adquirir una nueva existencia y conforme a esta nueva condición tiene que vivir (Rom 13,14; Gál 3,27). “Revestirse” es despojarse del pecado y renovar el corazón, no sólo cubrirse con una túnica de modo que todo por dentro siga igual; es identificarse a tal punto con Cristo y su obra que no es uno el que vive, sino «Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20). El fruto es una vida recta y en santidad, despojada de libertinajes e impurezas, conductas propias de paganos (Ef 4,19). Como el hombre nuevo es obra del Espíritu, entristece al Espíritu aquel que se comporta como hombre viejo, como si no hubiera escuchado a Cristo ni lo conociera (4,20-21.30; 1 Cor 4,17). ¿Cómo, entonces, vivirá «la verdad que está en Jesús»? (Ef 4,21). 


4,17-19: Rom 1,21-25 / 4,22-24: Col 3,8-12 / 4,23: Rom 12,2 / 4,24: Gn 1,26; Col 3,10 / 4,25: Rom 12,5 / 4,26: Sant 1,19-20 / 4,28: Hch 20,35; 2 Tes 3,12 / 4,29: Col 3,8 / 4,30: 1 Tes 5,19 / 4,32: Col 3,12-13


Ef 4,32: algunos importantes manuscritos en vez de «los perdonó», traen: «nos perdonó».


Compórtense con amor a ejemplo de Cristo


51 Imiten a Dios como hijos queridos 2 y compórtense con amor a ejemplo de Cristo que se entregó a sí mismo por nosotros a Dios como oblación y sacrificio de suave aroma. 3 Como corresponde a los santos, ni siquiera se mencione entre ustedes la lujuria o cualquier tipo de impureza o avaricia. 4 Eviten también obscenidades, tonterías y vulgaridades, cosas todas inapropiadas. Todo lo contrario: ¡den gracias a Dios! 5 Sepan bien esto: ningún lujurioso, impuro o codicioso, o sea ningún idólatra, tendrá parte en la herencia del Reino de Cristo y de Dios.

6 Que nadie los engañe con discursos vacíos, porque atraen la ira de Dios sobre quienes no obedecen. 7 No convivan con ellos, 8 pues aunque en otro tiempo ustedes eran tinieblas, ahora son luz en el Señor. Compórtense como hijos de la luz, 9 cuyo fruto es toda bondad, el don divino que nos hace justos y la verdad. 10 Sepan discernir lo que agrada al Señor 11 y no tomen parte en las obras estériles de las tinieblas. Por el contrario, ¡denúncienlas! 12 La sola mención de lo que ellos hacen en secreto es motivo de vergüenza. 13 Pero al denunciarlo, la luz lo pone al descubierto 14 de modo que todo lo que está al descubierto se vuelva luz. Por eso se dice: 

Despierta tú que duermes, 

levántate de entre los muertos 

y Cristo te iluminará.

15 Por consiguiente, pongan cuidado en no comportarse como necios, sino como sabios, 16 que saben aprovechar bien el momento presente, porque corren tiempos malos. 17 Por lo mismo, no sean insensatos, sino procuren entender cuál es la voluntad de Dios. 18 No se emborrachen con vino, que lleva al desenfreno, sino más bien llénense del Espíritu 19 y reciten entre ustedes salmos, himnos y cánticos espirituales. Canten y alaben de corazón al Señor 20 y den gracias siempre por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo.


5,1-20: La liturgia bautismal o «el baño del agua y la palabra» (5,26) que incorpora a Cristo–Luz (5 veces el término), está en el trasfondo del pasaje. El bautismo nos hace pasar del hombre viejo al nuevo (nota a 4,17-32) o, con una metáfora, de las “tinieblas” del engaño y la muerte o ámbito del Diablo, a la “luz” de la verdad y la vida o ámbito de Dios (5,14; 1 Pe 2,9). “Luz–tiniebla” es un binomio frecuente en Pablo (Rom 13,12) y en Juan (Jn 1,4-5). Quien se incorpora por el bautismo a Cristo–Luz pertenece a la Luz. Iluminado por Cristo debe discernir la voluntad del Padre y rechazar los vicios propios de la tiniebla, formas nuevas de idolatría que excluyen del Reino (Ef 5,3-5; Gál 3,5). Los frutos de quien ha sido incorporado a la Luz son, por un lado, la benevolencia, la rectitud y la verdad y, por otro, una vida que –impulsada por el Espíritu– es acción de gracias y alabanza a Dios por la obra de salvación realizada por Cristo. Vivir en la Luz requiere discernir la voluntad de Dios, distanciarse de los que pertenecen a las tinieblas y de sus obras, y denunciar la maldad y sus causas. Estos discípulos imitan la entrega de Cristo a los hermanos y así, como la vida de Cristo, la transforman por amor en «oblación y sacrificio de suave aroma» en honor al Padre (Ef 5,2; Éx 29,18). Quien imita al Hijo como discípulo, imita al Padre como hijo obediente y querido.


5,1: Mt 5,48 / 5,2: Éx 29,18; Ez 20,41; Jn 13,34 / 5,3: Col 3,5 / 5,4: 2 Cor 2,15-16 / 5,5: 1 Cor 6,9-10; Heb 13,4-5 / 5,6: Col 3,6 / 5,8: Jn 12,36 / 5,9: Gál 5, 22-23 / 5,10: Rom 12,2 / 5,11: Rom 13,12 / 5,14: Is 26,19; 60,1; Jn 3,20-21 / 5,16: Col 4,5 / 5,17: Rom 12,2 / 5,18: Prov 23,31 / 5,19-20: Col 3,16-17


Esposos, amen a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia


21 Sean dóciles unos con otros por consideración a Cristo. 22 Las esposas con sus esposos, como al Señor, 23 porque el esposo es cabeza de la esposa, como Cristo es Cabeza de la Iglesia y, a la vez, salvador del Cuerpo. 24 Y así como la Iglesia es dócil a Cristo, así también las esposas séanlo en todo a sus esposos.

25 Esposos, amen a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella 26 para santificarla, purificándola mediante el baño del agua y la palabra, 27 y para presentársela resplandeciente, sin mancha ni arruga ni nada parecido, sino santa e inmaculada. 28 Del mismo modo, los esposos deben amar a sus esposas como a su propio cuerpo. Quien ama a su esposa se ama a sí mismo, 29 pues nadie ha despreciado nunca su propio cuerpo, sino que lo alimenta y lo cuida, tal como Cristo hace con la Iglesia, 30 porque somos miembros de su Cuerpo. 31 Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su esposa, y los dos serán un solo ser [Gn 2,24]. 32 Este es un gran misterio, y yo lo aplico a Cristo y a la Iglesia. 

33 En todo caso, que cada cual, sin excepción, ame a su propia esposa como a sí mismo y que la esposa, por su parte, respete a su esposo.


5,21-33: A la luz de los principios éticos, deducidos de la nueva vida en Cristo, se revisan los códigos domésticos que regían las relaciones básicas de la sociedad grecorromana (nota a 4,1-6,20). Se comienza por el matrimonio, institución fundamental que sostenía la religión, la sociedad y la economía de ciudades como Éfeso. Como todos, los cristianos afirman que entre los esposos tiene que haber amor, respeto y ayuda mutua, pero sólo ellos invocan motivos centrados en Cristo. La palabra “cuerpo” con su significado fisiológico y teológico es el hilo conductor del pasaje. Cristo Cabeza, se entregó a sí mismo por su Cuerpo, la Iglesia (sentido teológico). Como la cabeza unida a su cuerpo (sentido fisiológico), así Cristo alimenta a la Iglesia, la organiza y hace crecer. Del mismo modo el esposo en cuanto cabeza o primero en autoridad (5,23) debe imitar, respecto a su mujer, el amor desinteresado de Cristo por su Iglesia. Además, como el esposo cuida y protege su propio cuerpo (sentido fisiológico), así tiene que amar a su mujer. El matrimonio cristiano es imagen del gran misterio de la relación de pertenencia y comunión entre Cristo, Cabeza, y la Iglesia, su Cuerpo. Es evidente que cuando el autor trata estos temas no se propone superar el lenguaje patriarcal ni los límites socio–culturales de la época, lo que vendrá más tarde.


5,21: Mc 10,44 / 5,22: Col 3, 18; 1 Pe 3,1 / 5,23-24: 1 Cor 11,3 / 5,25: Col 3,19; 1 Pe 3,7; Ap 19,7-8 / 5,26: 1 Pe 3,21 / 5,27: Cant 4,7; Col 1,22 / 5,30: Rom 12,5; 1 Cor 6,5 ; Col 1,18 / 5,31: Mt 19,5 / 5,32: Rom 16, 25


Hijos, obedezcan a sus padres en el Señor


61 Hijos, obedezcan a sus padres en el Señor, porque esto es lo justo. 2 Honra a tu padre y a tu madre es el primer mandamiento que lleva consigo esta promesa: 3 Para que seas feliz y tengas una larga vida sobre la tierra [Éx 20,12; Dt 5,16]. 4 Y ustedes padres, no irriten a sus hijos; al contrario, conforme al Señor, críenlos con disciplina e instrucción. 


6,1-4: ¿Cómo deben ser las relaciones entre padres e hijos? Los códigos domésticos al respecto (nota a 4,1-6,20) variaban de pueblo en pueblo y dependían de si la familia vivía en la ciudad o en el campo. Sin embargo, tanto en el mundo grecorromano como en el judío, la relación padre–hijo se sustentaba en el honor y la autoridad del paterfamilias o jefe de hogar (Eclo 3,1-16; 7,27-28), cuya contraparte era la sumisión y el respeto irrestricto de sus hijos. Estos valores sostenían no sólo la familia, sino también la sociedad. De aquí la importancia de criar a los hijos con gran disciplina, como lo pide la Escritura (Ef 6,4; Eclo 30,1-13), lo que se prestaba para vicios por exceso de severidad del padre, pues con sus correcciones y dureza de trato (ver 2 Tim 2,25) podía irritar al hijo y crearle aversión. «Lo justo» es actuar conforme a lo que Dios quiere (Ef 6,1). El aporte cristiano a este código doméstico es su motivo: que los hijos obedezcan «en el Señor», y que los padres críen a su hijos «conforme al Señor» (6,1.4).


6,1: Col 3,20 / 6,2: Prov 13,1 / 6,4: Col 3,21


Esclavos, obedezcan a sus amos


5 Esclavos, obedezcan a sus amos de la tierra con respetuoso temor y con sencillez de corazón, como a Cristo, 6 y no sólo cuando los estén vigilando para quedar bien con ellos, sino como esclavos de Cristo que cumplen con toda el alma la voluntad de Dios. 7 Sirvan de buena gana, como quien sirve al Señor y no a los hombres, 8 sabiendo que el Señor recompensará a cada uno por lo bueno que haya hecho, sea esclavo o libre. 

9 También ustedes, amos, hagan lo mismo con sus esclavos, y dejen de lado las amenazas, sabiendo que el único Amo de ellos y ustedes está en el cielo y en él no hay favoritismo.


6,5-9: Otro código doméstico de la sociedad grecorromana es la relación amo–esclavo (nota a 4,1-6,20), la que no es estrictamente laboral, puesto que los esclavos formaban parte de la familia al ser propiedad del jefe de hogar. Este código se replantea a la luz del seguimiento de Cristo: amos y esclavos cristianos poseen un «único Amo» en el cielo, el mismo Dios (6,9), y todos, gracias a Cristo, son sus hijos; esta nueva condición debiera definir la conducta de unos con otros. Desde esta nueva perspectiva y sin plantearse la abolición de la esclavitud, impensable en aquel tiempo (ver Filemón), el autor pide a los esclavos obediencia sincera a sus amos (6,5-6) y actuar con ellos como si estuvieran sirviendo a Cristo (6,7). A los amos les pide que no olviden que serán juzgados por su único Dios y Señor (Col 4,1), quien recompensa a esclavos y libres sin discriminación alguna, pues ni para él ni para su Hijo hay diferencias sociales (Gál 3,28). Para los cristianos, las relaciones básicas que sustentan estas redes laborales del siglo I, sólo promoverán la dignidad humana y la fraternidad si Cristo es confesado y aceptado como Señor. 


6,5: 2 Cor 7,15; Flp 2,12 / 6,5-8: Col 3,22-25 / 6,9: Dt 10,17; Hch 10,34; Rom 2,11


Revístanse con la armadura de Dios


10 Por lo demás, fortalézcanse en el Señor y en su fuerza poderosa. 11 Revístanse con la armadura de Dios para que puedan resistir los engaños del Diablo. 12 Porque nuestra lucha no es contra enemigos de carne y hueso, sino contra los principados, las potestades y los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que habitan en las regiones celestes.

13 Por eso, pónganse la armadura de Dios, para que puedan resistir en el día malo y mantener firmes sus posiciones. 14 Así, pues, manténganse firmes ceñida su cintura con la verdad, revestidos con la coraza de la justicia, 15 calzados sus pies con la urgencia de anunciar el Evangelio de la paz. 16 Lleven siempre el escudo de la fe, para que puedan extinguir todas las flechas encendidas del Maligno. 17 Colóquense el casco de la salvación y empuñen la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios. 

18 En todo momento oren siempre con peticiones y súplicas movidos por el Espíritu y, para esto, manténgase vigilantes y sean asiduos en la oración en favor de todos los santos. 19 Oren también por mí, para que Dios ponga palabras adecuadas en mi boca y pueda dar a conocer con valentía el misterio del Evangelio, 20 del cual aún encadenado soy su embajador. ¡Que pueda hablar con valentía de él, tal como debo hacerlo!


6,10-20: El autor pide que los dones de Dios se defiendan con perseverancia y valentía. Recurre para ello a imágenes de guerra (armadura, coraza, escudo…) y recuerda que el juicio final estará precedido por un tiempo de violenta opresión por parte del Diablo y sus seguidores (6,13: «el día malo»). Él obrará así porque es el príncipe de la maldad o “el Maligno” a quien secundan «los espíritus del mal» y los poderes sobrehumanos («los principados, las potestades…») que habitan en el espacio intermedio entre el cielo y la tierra e influyen negativamente sobre los hombres (6,12). Sin embargo, aunque tengan poder sobre los humanos, ninguno tiene poder sobre Dios y su Mesías. De aquí la necesidad de que el discípulo se revista con la armadura que Dios le proporciona. Así podrá vencer las tentaciones y «las flechas encendidas del Maligno», referencia a la seducción y agresión de la maldad (6,16; ver Is 50,10-11), defender el don de la salvación, caminar en la verdad y la rectitud, y dar testimonio del Señor. La armadura de Dios más efectiva es su Espíritu, pues nos proporciona la Palabra de Dios, espada de dos filos que juzga la conciencia y le señala lo recto (Heb 4,12). Sólo si el discípulo se viste con la armadura de Dios –aunque parezca paradójico– se convertirá en heraldo de la Buena Noticia de la paz. Al final se exhorta a orar con insistencia unos por otros, sobre todo por los servidores del Evangelio (Col 4,2-4).


6,10: Flp 4,13; Col 1,11 / 6,11: Is 59,17; Sab 5,17-20; 1 Pe 4,1 / 6,12: Flp 2,10 / 6,13: 2 Cor 6,7 / 6,14: Is 11,5; 1 Tes 5,8 / 6,15: Is 52,7; Rom 10,15 / 6,17: 1 Tes 2,13 / 6,18-20: 1 Tes 5,17 / 6,20: 2 Cor 5,20


Saludo final


A los hermanos, la paz y el amor


21 Tíquico, hermano querido y fiel colaborador en el Señor, les informará de cómo me encuentro y de todo cuanto hago. 22 Lo envío precisamente para eso, para que sepan de nosotros y lleve consuelo a sus corazones.

23 Que Dios Padre y el Señor Jesucristo concedan a los hermanos la paz y el amor, al igual que la fe. 24 Y que la gracia esté con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo con un amor inquebrantable.


6,21-24: El carácter de “carta” de Efesios proviene sobre todo del saludo inicial y final, porque el cuerpo de la Carta se asemeja más bien a un pequeño tratado teológico-catequético (ver Introducción). Si fue Pablo quien le escribió a los de Éfeso, llama la atención la ausencia de nombres propios y recomendaciones, puesto que allí el Apóstol pasó casi tres años anunciando el Evangelio. El único nombre que aparece, Tíquico, lo acompañó a Jerusalén llevando la colecta (Col 4,7; 2 Tim 4,12) y ahora es enviado para llevar la Carta y proporcionar consuelo. Los dones salvíficos de la Cabeza (Jesucristo) a su Cuerpo (la Iglesia) se sintetizan en la paz, el amor, la fe y la gracia. 


6,21: Hch 20,4; Tit 3,12 / 6,21-22: Col 4,7-8 / 6,24: Flp 4,23