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ATRAS

(16 capítulos)

A LOS GÁLATAS


I- «¡Gálatas ignorantes! ¿Quién los engañó?» (3,1): las comunidades cristianas en Galacia


1- La provincia romana de Galacia en tiempos de Pablo


En su primer viaje misionero (45-48 d.C.), Pablo evangelizó la región de Galacia del Sur, fundando comunidades cristianas en algunas de sus ciudades como Iconio, Derbe, Listra, Antioquía de Pisidia. En su segundo viaje (50-52 d.C.), esta vez por Galacia del Norte y a causa de una estadía obligada por enfermedad (hacia el 50 d.C.; Gál 4,13-14), predica el Evangelio, convirtiendo a muchos. Luego se establece en Éfeso, capital de la provincia romana de Asia, donde le llegan noticias alarmantes acerca de las comunidades que él fundó. 

Ante la imposibilidad de hacerse presente (Gál 4,20), Pablo escribe esta Carta circular para las iglesias de origen gentil de Galacia del Norte, esto es, para comunidades cristianas provenientes del paganismo, insertas en el mundo grecorromano. Su finalidad es defenderse de los falsos misioneros llegados a las comunidades, mostrando que “su Evangelio” es el que recibió por revelación de Jesucristo, Buena Noticia que libera de la esclavitud a la Ley, sus normas y ritos. De este modo, sale al paso de la llamada “crisis gálata”.


2- La crisis gálata


Influyentes misioneros judeocristianos de tendencia judaizante se han instalados en comunidades de Galacia del Norte. Ellos cuentan con el apoyo de grupos de Jerusalén a los que Pablo cataloga de «falsos hermanos» (Gál 2,4). Enseñan que quien se hace cristiano tiene que observar varios preceptos de la Ley de Moisés o de los cinco primeros libros de la Biblia, sobre todo la práctica de la circuncisión, a la que incluso obligan (6,12), de las normas de pureza respecto a los alimentos y de algunas fiestas litúrgicas dedicadas a honrar poderes cósmicos (4,9-10). Sin duda que Cristo es para ellos el Salvador, pero es Cristo junto a la Ley y sus preceptos los que –según ellos– tienen la capacidad de hacer justo al ser humano. Su concepto de Israel y pueblo de Dios es del todo diferente al de Pablo. Lo de ellos para Pablo es, sin duda, «otro Evangelio» (1,6). Además, como lo critican por su falta de autoridad y sabiduría, la confusión de aquellas comunidades cristianas es general. 

A estas causas externas de la crisis hay que agregar algunas internas: los de Galacia gozan de dones espirituales por la presencia del Espíritu, pero –a la vez– constatan la fuerza con que actúa el pecado, llevándolos a divisiones y mal entendidos que amenazan su más valioso tesoro: la libertad propia de los hijos de Dios. Tan irritado se siente Pablo por la situación de los gálatas, que desea «que en adelante nadie me cause más preocupaciones» (Gál 6,17).


II- «Si la Ley es la que hace justos, entonces Cristo habría muerto en vano» (2,21): teología de Gálatas


1- El Evangelio de Pablo y su contenido


La crisis gálata es un conflicto entre cristianos acerca del contenido del anuncio: misioneros judeocristianos predican un Evangelio diferente al de Pablo. Este judío convertido a Cristo rebatió de tal manera “el otro Evangelio” que contribuyó decididamente a que el cristianismo no se haya convertido en una corriente más del judaísmo de la época. Frente a ellos, Pablo prueba que él es un verdadero apóstol o enviado de Dios; de aquí su autoridad y el contenido de lo que anuncia: al Hijo de Dios crucificado y resucitado, lo que ha sido avalado por Santiago, Pedro y Juan, columnas de la Iglesia (Gál 2,2.9). Así sale al paso de los que ponen en duda su condición de apóstol, restándole valor a su enseñanza. 

Tan identificado está Pablo con Cristo y su enseñanza que habla de «mi Evangelio» (Rom 2,16; 16,25) para referirse a su experiencia y conocimiento de Cristo y de éste crucificado, de quien por designio de Dios proviene la salvación para judíos y gentiles. A este anuncio no se responde cumpliendo la Ley de Moisés, pensando que por ella Dios nos salva y nos hace justos. El pecado del hombre no ofende a la Ley, por lo que ésta no lo puede perdonar. Su función es otra: indicar dónde está el pecado y conducirnos a Cristo. Si fuera la Ley de Moisés la que nos salva e hiciera justos, entonces Cristo murió en vano y nuestra fe es inútil (Gál 2,21). 


2- El Evangelio de Pablo y sus consecuencias


Quien cree en Jesucristo y recibe su Espíritu es hijo de Dios, y su herencia es la libertad propia de esos hijos. Cristo, con su entrega, ha hecho a su discípulo nueva criatura (Gál 6,15; 2 Cor 5,17), libre del pecado y de la esclavitud de sus apetitos desordenados. Por su nueva condición, está llamado a vivir y conducirse conforme al Espíritu de Dios o de Cristo, por lo que no puede volver a la esclavitud de sus pasiones, a la división y al odio, como si Cristo inmolado en la cruz no hubiera vencido ya el pecado y su dominio (Gál 5,19-21). Por esto, la libertad que proviene de Cristo no es para el libertinaje, sino para hacernos servidores de los demás mediante el amor (5,13). Se trata, pues, de una libertad para amar a todos como lo hizo Jesús. 


III- «¡Les escribo con mi propia mano!» (6,11): organización literaria de Gálatas


1- Fecha de composición y organización literaria de Gálatas


Que Pablo escribió Gálatas pocas veces ha sido cuestionado. La Carta, marcada por el ardor de la polémica, presenta características propias del discurso apologético: en lo doctrinal es una defensa del Evangelio de Pablo, esto es, de su experiencia y conocimiento que él tiene de Cristo por revelación; en su estilo es apasionada, agresiva e irónica; en lo personal aporta datos autobiográficos sólo mencionados aquí; en lo argumentativo Pablo interpreta su Evangelio según la Escritura y conforme a los métodos de los maestros de la Ley, generalmente desligados de su contexto original. Con todo, no falta el tono cariñoso ni el estilo deliberativo, pues Pablo no sólo busca contradecir a sus oponentes, sino también convencer a los gálatas de la verdad del Evangelio que anuncia. 

Pablo debió haber escrito Gálatas durante su permanencia en Éfeso, hacia los años 54-55 d.C., antes de Romanos, fechada el 55 d.C. o bien en la primavera del 57 d.C., con la que Gálatas guarda gran semejanza de vocabulario y temas. 

Como la Carta está marcada por la polémica y el ardor de la discusión no es fácil su organización literaria. Pablo transita de un tema a otro, de argumentos a sentimientos, de la ironía al cariño. Entre el saludo inicial y la conclusión, presenta su Evangelio en tres secciones, con cierto desorden al interior de cada una debido al estilo confrontacional. 

Su contenido se podría organizar del siguiente modo: 


Saludo inicial

1,1-10

I

 Autoridad apostólica de Pablo y anuncio del Evangelio


1,11-2,14

II

La salvación, don que se recibe por la fe


2,15-5,1

III

La libertad en el Espíritu


5,2-6,10

Conclusión

6,11-18


Pablo recuerda en la Primera sección, de carácter autobiográfico, su vocación y misión en favor de los gentiles desde que fue llamado a la fe por Jesucristo; de él recibió la revelación del Evangelio que tiene que anunciar, avalado por Pedro, Santiago y Juan, columnas de la Iglesia. En la Segunda sección, de carácter doctrinal, demuestra mediante citas de la Escritura, interpretadas según la hermenéutica de los maestros de la Ley, que la salvación viene de Dios mediante Jesucristo crucificado, al que hay que aceptar por la fe. Gracias a la fe, no por la Ley y los méritos obtenidos al cumplirla, la obra salvadora de Dios se realiza en la debilidad del ser humano, a quien Dios hace su hijo y heredero de sus bienes. En la Tercera sección, de carácter exhortativo, Pablo indica cómo tienen que vivir los hijos de Dios: para el Espíritu y no bajo el dominio de la carne o apetitos desordenados. El Espíritu libera; la carne esclaviza. Los hijos de Dios reciben del Espíritu la libertad propia de hijos, para que su fe en Jesucristo se extienda en obras de amor a Dios y a los demás. La libertad es un don divino que capacita para vivir el amor, la ley de Cristo, produciendo los frutos propios del Espíritu. 


2- Actualidad de Gálatas


Varios aspectos hacen que Gálatas sea actual para los cristianos, particularmente la invitación a vivir el discipulado centrado en Jesucristo, don gratuito de salvación del Padre. Esta vida en Cristo no se entiende sin una vida según el Espíritu, quien hace que el seguimiento del Señor no se juegue en las apariencias y cumplimientos externos que no tienen fuerza alguna para configurar la identidad y sostener la misión. No puede haber, pues, ni hipocresía ni legalismo que tanto daño hacen. 

El don del cristiano es la libertad, la que se regala para hacerlo servidor de los demás, como el Siervo de Dios, Jesucristo, que entregó su vida para dar vida nueva a todos. Entonces, el discípulo sí puede empeñarse en construir una sociedad nueva, donde no haya distinción «entre judío y griego, entre esclavo y libre, entre varón y mujer, porque todos son uno en Cristo Jesús» (Gál 3,28).


Introducción


1,1-10. Pablo, en primer lugar (1,1-5), reivindica su condición de apóstol o «servidor de Cristo» (1,10) enviado por Dios; así deja claro que tanto lo que anuncia como la autoridad con lo que lo hace le vienen de Dios. Luego (1,6-10), con tono duro y sin ocultar su contrariedad, reprocha a las comunidades cristianas de la región de Galacia por su falta de solidez en la fe, pues abandonan el auténtico Evangelio por seguir doctrinas de gente que los cautiva, imponiéndoles enseñanzas que no son las de Cristo ni las de sus apóstoles.


Saludamos a las comunidades de Galacia


11 Pablo, apóstol, no por intervención ni por querer de un hombre, sino por mediación de Jesucristo y de Dios Padre, que lo resucitó de entre los muertos, 2 y todos los hermanos que están conmigo, saludamos a las comunidades de Galacia. 3 Gracia y paz para ustedes de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo, 4 que se entregó a sí mismo por nuestros pecados, para liberarnos de la maldad del mundo presente, según la voluntad de Dios y Padre nuestro, 5 a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. ¡Amén!


1,1-5: A diferencia de otros saludos, Pablo comienza la Carta sin una acción de gracias a Dios y sin alabarlo ni elogiar a sus destinatarios, sustituyendo todo por una severa reprensión (1,6). La situación de las iglesias o comunidades cristianas en Galacia es tan grave, que de inmediato plantea los fundamentos desde los cuales se dirige a ellos: les escribe como “apóstol” o “enviado de Dios” con el fin de hacer frente a la crisis por la que atraviesan los gálatas (ver Introducción). 


1,1: Hch 9,3-6 / 1,3: 2 Cor 13,13 / 1,4: Mt 20,28 / 1,5: Rom 16,27


Algunos quieren cambiar el Evangelio de Cristo


6 Me sorprende con qué rapidez ustedes rechazaron al que los llamó por la gracia de Cristo, para pasarse a otro Evangelio. 7 Y no es que exista otro Evangelio, sino que hay algunos que los confunden y quieren cambiar el Evangelio de Cristo. 8 Y si nosotros o cualquier ángel del cielo les anunciara un Evangelio contrario al que les hemos anunciado, ¡maldito sea! 9 Como les había dicho, les repito de nuevo: si alguno les anuncia lo contrario de lo que han recibido, ¡maldito sea! 10 Porque, ¿a quién busco convencer ahora, a los hombres o a Dios? ¿Piensan que trato de quedar bien con los hombres? Si tratara de quedar bien con los hombres, entonces no sería servidor de Cristo.


1,6-10: El problema que Pablo afronta es grave: la predicación de unos misioneros de tendencia judaizante, apoyados por algunos de la comunidad de Jerusalén, cuestiona el Evangelio que el Apóstol anuncia y pone en entredicho su ministerio. Está en juego nada menos que el seguimiento de Cristo de las comunidades de Galacia. Pablo se sorprende por lo rápido que cambiaron el Evangelio acerca de Cristo que él les anunció por «otro Evangelio» (1,6-7). Pero el único Evangelio es el del Apóstol, por lo que todo aquel que lo cambie, «¡maldito sea!» (1,8.9). Debió llamar la atención esta imprecación paulina, la que repite dos veces para que no queden dudas de la gravedad de la apostasía de los que abandonan el Evangelio que es Cristo y su obra de salvación. Maldecir es desearle a quien se maldice la exclusión del ámbito divino, esperando su pronta aniquilación (Jos 6,17-18; Rom 9,3). Se trata, pues, de un acto de gran responsabilidad dadas sus consecuencias. 


1,6: 2 Tes 2,2 / 1,7: Hch 15,24 / 1,8-9: 1 Cor 16,22 / 1,10: 1 Tes 2,4


I

Autoridad apostólica de Pablo y anuncio del Evangelio


1,11-2,14. Con varios datos autobiográficos, aunque no siempre éstos coincidan con los de los Hechos de los Apóstoles, Pablo explica de dónde proviene el contenido de lo que anuncia y la autoridad para hacerlo. Su condición de “apóstol” o “enviado” de Jesucristo y de su Padre Dios deja claro que su misión tiene origen divino. Pablo, pues, no anuncia lo que se le ocurre, sino lo que recibió de lo alto por revelación de Jesucristo (1,12). Prueba de esto pueden dar Santiago, Pedro y Juan, testigos de Cristo y columnas de la Iglesia. Ellos no sólo garantizan las enseñanzas de Pablo, sino también avalan su autoridad para dirigirse a las comunidades. 


El Evangelio que yo les anuncio no es invento humano


11 Hermanos, les hago saber que el Evangelio que yo les anuncio no es invento humano, 12 porque no lo recibí ni lo aprendí de ningún hombre, sino por revelación del mismo Jesucristo.

13 Sin duda que se habrán enterado de cuál era mi conducta en el judaísmo, cuando perseguía con saña a la Iglesia de Dios y trataba de destruirla, 14 y cómo superaba con creces en el judaísmo a mis compañeros de generación, destacándome como fanático defensor de las tradiciones de mis antepasados. 

15 Pero cuando Dios, que me eligió desde antes de nacer y me llamó por su gracia, 16 quiso revelarme a su Hijo para anunciarlo a los no judíos, yo, de inmediato, sin consultar a nadie y 17 sin subir a Jerusalén a presentarme a quienes eran apóstoles antes que yo, me fui a Arabia y después regresé de nuevo a Damasco. 18 Después de tres años subí a Jerusalén para visitar a Cefas y estuve con él quince días. 19 No vi a ninguno de los otros apóstoles, excepto a Santiago, el hermano del Señor. 20 Dios es testigo de que no miento en esto que les escribo. 21 Luego me fui a las regiones de Siria y Cilicia. 22 Sin embargo, las comunidades de Cristo que hay en Judea no me conocían personalmente, 23 sino sólo por lo que habían oído decir de mí: «El mismo que antes nos perseguía, ahora anuncia la fe que entonces quería destruir». 24 Y glorificaban a Dios por mi causa.


1,11-24: ¿Cómo demuestra Pablo que su misión no es un invento humano? (1,11). Nos remite a su vocación siguiendo el modelo de Jeremías: así como este profeta, nacido hacia el año 650 a.C., fue llamado a hablar en nombre de Dios desde que estaba en el seno de su madre (Jr 1,5), del mismo modo Pablo fue elegido apóstol o enviado por Dios (Gál 1,15). Él no se autoeligió, ni fue por tradición (como entre los judíos) ni por enseñanza (como entre los griegos; 1,12) que recibió la revelación del misterio de la salvación, sino por el Hijo de Dios. Y la recibió antes de conocer a apóstoles como Cefas (Pedro) y Santiago, columnas de la Iglesia (2,9). De aquí que el Evangelio que predica sea para él «mi Evangelio» refiriéndose a su experiencia y conocimiento de Cristo, dones confiados particularmente a él por revelación divina (Rom 2,16; 16,25). Los contemporáneos de Pablo se sorprende por la elección divina y el don que se le confió, pues saben que se destacaba por su celo en el judaísmo, el que demostraba persiguiendo con saña a los creyentes (Hch 8,3; 9,1-2).


1,12: Hch 9,3-6 / 1,14: Flp 3,6 / 1,15: Is 49,1 / 1,16: Hch 9,15 / 1,17: Hch 9,19-25 / 1,18: Mt 16,18 / 1,19: Mt 12,46; Hch 12,17 / 1,21: Hch 11,25-26


Que la verdad del Evangelio permanezca en ustedes


21 Después de catorce años subí de nuevo a Jerusalén con Bernabé, y llevamos también a Tito. 2 Subí motivado por una revelación y, en conversación privada con los principales dirigentes, les presenté el Evangelio que anuncio a quienes no son judíos no sea que, al inicio como ahora, me esté esforzando inútilmente. 3 Pero ni siquiera Tito que estaba conmigo, siendo griego, fue obligado a circuncidarse 4 a pesar de los falsos hermanos que vinieron a entrometerse para coartar la libertad que tenemos en Cristo Jesús y convertirnos en esclavos. 5 Pero ni siquiera por un momento nos dejamos someter, para que la verdad del Evangelio permanezca en ustedes. 

6 Los dirigentes principales, por su parte, aunque no me importa hasta qué punto lo fueran porque Dios no tiene en cuenta la apariencia del ser humano, no me impusieron ninguna otra cosa. 7 Por el contrario, reconocieron que me fue confiado el anuncio del Evangelio a los no circuncidados, tal como a Pedro, a los circuncidados, 8 porque el mismo Dios que hizo a Pedro apóstol de los circuncidados, a mí me hizo apóstol de los no judíos. 9 Santiago, Cefas y Juan, considerados columnas de la Iglesia y reconociendo la gracia que me fue dada, nos dieron la mano a mí y a Bernabé en signo de comunión, para que nos dirigiéramos a quienes no son judíos y ellos, en cambio, a los circuncidados. 10 Sólo nos pidieron que recordáramos a los pobres, lo cual me he esmerado en cumplir.


2,1-10: Aclarado el origen de su ministerio (nota a 1,11-24), Pablo se ocupa de indicar a quién dirige la Carta: a los que no son judíos o no están circuncidados. Esta precisión es importante, pues el «otro Evangelio» (1,6), al que los gálatas se están cambiando, exigía la práctica de la Ley de Moisés, la circuncisión como sello de la alianza (Hch 15,1-2), la celebración de ciertas fiestas judías y compartir los alimentos sólo con los circuncidados. ¿Tendrá Pablo que imponer estas exigencias a los no judíos que se hacen cristianos? Al respecto, las columnas de la Iglesia –Santiago, Cefas (o Pedro) y Juan (Gál 1,9)– toman tres decisiones: confirmar el Evangelio que Pablo anuncia a los no judíos; reconocer la gracia del apostolado que recibió de Jesucristo; no obligar a Tito a circuncidarse, un pagano y colaborador del Apóstol. La gran herencia que Cristo dejó a los suyos es la libertad, por lo que de ninguna manera hay que someterse al pseudoevangelio predicado por los judeocristianos que los confunden y esclavizan a la Ley (1,7; 5,10).


2,1: Hch 4,36; 2 Cor 7,6 / 2,4: Hch 15,24 / 2,6: Dt 10,17 / 2,7: Rom 1,13 / 2,9: Mc 6,3 / 2,10: Hch 11,29-30; 1 Cor 16,1-4


A Cefas le reproché en público su comportamiento


11 Pero cuando Cefas vino a Antioquía, le reproché en público su comportamiento, 12 ya que comía con quienes no son judíos antes de que llegaran algunos del grupo de Santiago. Sin embargo, cuando llegaron los de este grupo, él se alejó y se apartó de los no judíos por miedo a los partidarios de la circuncisión. 13 Los demás judíos fingieron lo mismo que él y hasta el mismo Bernabé se dejó llevar por la hipocresía de ellos. 14 Y cuando vi que no procedían con rectitud, según la verdad del Evangelio, le dije a Cefas delante de todos: «Si tú, que eres judío, vives como pagano y no como judío, ¿por qué obligas a que se hagan judíos quienes no lo son?».


2,11-14: La mesa compartida era un potente signo de lo que lograba «la verdad del Evangelio» (2,14): derribar las barreras étnicas y religiosas, sociales y de género en razón de la nueva condición de hijos de Dios y de hermanos unos de otros. La posibilidad de compartir la mesa es un fruto de la salvación y de la comunión de unos con otros, dones de Dios mediante su Hijo. Para los judíos, en cambio, lo que hay que comer y lo que no, con quién y cuándo hacerlo está definido en la Ley de Moisés o cinco primeros libros de la Biblia. De este modo evitaban que lo puro y santo se mezclara con lo impuro y profano, imitando así lo que ocurría en el Templo de Jerusalén. Frente a la conducta ambivalente de «Cefas», nombre arameo de Pedro (2,11), y de sus compañeros judíos, Pablo le exige coherencia con el Evangelio, es decir, con Jesucristo y el don gratuito de su salvación: que las normas y prácticas de la Ley no anulen la gracia, la comunión y la libertad que él nos obtuvo con la entrega en la cruz de su propia vida (2,4.20). 


2,11: Hch 11,19-26 / 2,12: Hch 10,1-48 / 2,14: Hch 11,2-3


II

La salvación, don que se recibe por la fe


2,15-5,1. Pablo expone el contenido de “su Evangelio” y lo coteja con la Ley de Moisés. Las promesas y los dones de Dios se reciben por Jesucristo y por la fe en él, no por cumplir la Ley. La Escritura prueba que la obra salvadora de Dios por su Hijo es un don superior a la Ley. En efecto, la fe en las promesas de Dios, como la del patriarca Abrahán, es anterior a la Ley. Además, la función de la Ley no es salvar, porque no perdona pecados, sino servir de guía para conducir a Cristo (3,24-25). Sólo por la fe en Jesucristo se adquiere la condición de hijos y el don divino de la libertad. Sin embargo, Cristo no suprime la Ley, sino que la lleva a su plenitud al hacer posible el perfecto cumplimiento de su mandamiento central: el amor a Dios y al prójimo (5,13-14; Jn 13,34-35). Así, quien ama como Jesús, cumple toda la Ley.


Dios hace justo al ser humano mediante la fe en Jesucristo


15 Nosotros somos judíos por nacimiento, no pecadores venidos del paganismo. 16 Pero como sabemos que Dios no hace justo al ser humano por las obras de la Ley, sino mediante la fe en Jesucristo, nosotros hemos creído en Cristo Jesús para ser justos por la fe en Cristo y no por las obras de la Ley, ya que a nadie Dios hace justo por las obras de la Ley. 17 Ahora bien, si cuando buscamos que Dios nos haga justos en Cristo, nos damos cuenta que nosotros también somos pecadores, ¿podemos, entonces, concluir que Cristo está al servicio del pecado? ¡De ninguna manera! 

18 En efecto, si edifico de nuevo lo que una vez destruí, yo mismo demuestro que soy un transgresor. 19 Porque por la Ley, yo he muerto al dominio de la Ley a fin de vivir para Dios. Fui crucificado con Cristo, 20 por lo que no vivo yo, sino es Cristo quien vive en mí, y lo que ahora vivo en esta condición humana, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí. 21 No invalido la gracia de Dios, al contrario, porque si la Ley es la que hace justos, entonces Cristo habría muerto en vano.


2,15-21: Cumplir la Ley para el judío es hacer la voluntad de Dios. Su cumplimiento otorgaba los méritos que permitían obtener de Dios la declaración de justo o de santo. Estos méritos, por tanto, se concebían generalmente como moneda de cambio: “Dios tiene en cuenta mis méritos cuando cumplo su voluntad expresada en la Ley y por eso me hace santo”. La conclusión es que me tengo que esforzar más y más por practicar a la perfección toda la Ley. Pablo enseña, en cambio, que Dios hace justo a la persona cuando cree que Jesucristo, el Hijo de Dios, se entregó por él (2,20). La fe y el bautismo incorporan de tal modo a Cristo muerto y resucitado que el Padre, por los méritos de la entrega de su Hijo, nos libera del dominio del pecado y de la Ley y nos hace santos. La causa, por tanto, no es el cumplimiento de la Ley, sino Cristo quien vive en cada uno (2,20). Estamos bajo el régimen de la gracia de Dios, aunque con la certeza de que la recibimos y vivimos en la debilidad humana.


2,16: Sal 143,2; Rom 1,17; 3,19-4,5; 5,1 / 2,17: Lc 15,1-2 / 2,19-20: Rom 6,1-14 / 2,20: Ef 5,2; Tit 2,14


¿Recibieron el Espíritu por las obras de la Ley o por aceptar la fe?


31 ¡Gálatas ignorantes! ¿Quién los engañó? ¿No les presentamos con claridad a Jesucristo crucificado? 2 Sólo quiero que me expliquen una cosa: ¿recibieron el Espíritu por las obras de la Ley o por aceptar la fe? 3 ¿Tan ignorantes son que después de comenzar a vivir según el Espíritu, acaban viviendo según la carne pecadora? 4 ¿Fue en vano lo que sufrieron? ¡Imposible que haya sido en vano! 5 Quien comunica el Espíritu y actúa con poder entre ustedes, ¿lo hace por las obras de la Ley o porque han aceptado la fe? 

6 Consideren este ejemplo: Abrahán le creyó a Dios, lo que tomó en cuenta para hacerlo justo [Gn 15,6]. 7 Sepan, por tanto, que los verdaderos hijos de Abrahán son quienes aceptan la fe. 8 La Escritura, previendo que Dios por la fe haría justos a los no judíos, anunció por anticipado a Abrahán esta buena noticia: En ti serán bendecidos todos los pueblos [Gn 12,3; 18,18]. 9 Por esta razón, quienes aceptan la fe son bendecidos con Abrahán, el creyente.

10 De hecho, quienes viven según las obras de la Ley están expuestos a la maldición, porque la Escritura dice: Maldito todo aquel que no cumple los preceptos escritos en el libro de la Ley [Dt 27,26]. 11 Y es evidente que ninguno ha sido hecho justo ante Dios por la Ley, porque el justo vivirá por la fe [Hab 2,4]. 12 Sin embargo, la Ley no tiene en cuenta la fe, porque el que practica sus preceptos vivirá por ellos [Lv 18,5]. 13 Cristo nos rescató de esa maldición de la Ley, haciéndose por nosotros maldición, porque la Escritura dice: Maldito todo el que cuelga de un madero [Dt 21,23; 27,26], 14 con el fin de que la bendición de Abrahán llegue en Cristo Jesús a todos los que no son judíos y para que nosotros, mediante la fe, recibiéramos el Espíritu prometido.


3,1-14: Lo que Pablo enseña sobre el Evangelio de Cristo y la Ley de Moisés (nota a 2,15-21), lo fundamenta con el ejemplo de Abrahán que le sirve para contraponer a los que Dios hace justos por la fe (3,9) con los que buscan hacerse justos por los méritos obtenidos por cumplir la Ley (3,10). El camino del ignorante, entre los que se cuentan los gálatas (3,1), es vivir en régimen de esclavitud, sometiéndose a la Ley y a la “carne”, probable alusión a la circuncisión (3,3; Sant 2,10), cuando se les ha regalado el régimen de libertad por ser hijos de Dios. En cambio, el camino del sabio imita a Abrahán a quien Dios hace justo no por las obras de la Ley, la que no existía aún, sino porque tuvo fe en Dios. Los auténticos descendiente de Abrahán no son los que se someten a la Ley, sino los que creen en Jesucristo crucificado y reciben su Espíritu. El nuevo «Israel de Dios» (Gál 6,16) se forma con aquellos –judíos o no– que creen que Dios constituyó a su Hijo en única fuente de salvación, cumpliendo por él sus promesas. Según los judíos, quien no practica la Ley es un maldito. Pablo, en cambio, afirma de modo paradojal que Jesús asumió la condición legal de maldito en sustitución de los que no cumplen la Ley (3,10.13), de modo que en adelante Dios tenga en cuenta la fe en su Hijo, no la observancia de la Ley, para bendecir al que cree con toda bendición en Cristo (Ef 1,3), en especial el Espíritu prometido.


3,1: 1 Cor 1,23 / 3,2: Rom 5,5 / 3,5: Rom 15,18-19 / 3,6: 1 Mac 2,52 / 3,7: Lc 3,8; Rom 4,12.16 / 3,8: Eclo 44,21; Hch 3,25 / 3,10: Hch 15,10 / 3,11: Rom 3,20 / 3,12: Rom 10,5 / 3,13: Dt 27,26; Rom 3,24


La Ley nos sirvió de guía para llevarnos a Cristo


15 Hermanos, les hablo en términos humanos: nadie anula o modifica un testamento cuando ha sido hecho válidamente. 16 En el caso de Abrahán, las promesas fueron dirigidas a su descendencia. No se dice «a los descendientes», como si fueran muchos, sino a uno solo: Y a tu descendencia [Gn 13,15; 17,8; 24,7], que es Cristo. 17 Les digo esto: un testamento válidamente establecido por Dios, no puede ser anulado por la Ley promulgada cuatrocientos treinta años después, invalidando así la promesa. 18 En efecto, si la herencia se recibe por la Ley, ya no se recibe por la promesa. Ahora bien, Dios concedió gratuitamente la herencia a Abrahán mediante una promesa. 

19 Pero entonces, ¿para qué sirve la Ley? Ella fue promulgada por medio de ángeles a través de un intermediario, para que quedara de manifiesto la desobediencia, hasta que llegara la descendencia prometida a Abrahán. 20 Pero no se necesita de intermediario cuando sólo hay una parte, y Dios es único. 21 Entonces, ¿se contradice la Ley con las promesas de Dios? ¡De ninguna manera! Porque si él hubiera dado una ley que pudiera dar vida, entonces el don de hacernos justos procedería de la Ley. 22 Sin embargo, la Escritura lo encerró todo bajo el dominio del pecado, para que la promesa sea dada a todos los creyentes mediante la fe en Jesucristo. 

23 Antes de que viniera la fe estábamos cautivos, prisioneros de la Ley, en espera de la fe que debía revelarse. 24 La Ley, entonces, nos sirvió de guía para llevarnos a Cristo y para que, por la fe en él, seamos hechos justos. 25 Pero apenas llegó la fe, ya no dependemos de tal guía. 26 De hecho, todos ustedes son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, 27 porque quienes fueron bautizados en Cristo, de Cristo han sido revestidos. 28 Por tanto, ya no hay distinción entre judío y griego, entre esclavo y libre, entre varón y mujer, porque todos son uno en Cristo Jesús. 29 Y si ustedes pertenecen a Cristo, entonces son descendencia de Abrahán y herederos conforme a la promesa de Dios.


3,15-29: Por su enseñanza acerca de la Ley de Moisés, Pablo deja la impresión de que la desprecia (nota a 3,1-14). No es así, pues Pablo mismo se apresura a responder qué función cumple la Ley (3,19). La Ley no está para anular la herencia prometida por Dios a Abrahán, puesto que la Ley es más tardía, del tiempo de Moisés (3,17.29); tampoco está para dar vida y salvación, puestos que provienen de Dios mediante la fe en Jesucristo. La función de la Ley es mostrar que todos están sometidos al pecado, por lo que todos necesitan la salvación de Dios. Su función es servir de guía o pedagoga y, tal como el esclavo más anciano y más sabio disciplinaba a los niños según el querer de sus padres, así también la Ley disciplina y conduce a Cristo, para que Dios por su Hijo haga justo al creyente (3,24). Quien vive sometido a la Ley vive bajo un régimen de esclavitud, pero quien se deja conducir por la Ley a Cristo, alcanza la condición de hijo de Dios y hereda un régimen de libertad. Se cumple, pues, la promesa de Dios a Abrahán: los pueblos son liberados por la fe en Cristo, pues desaparecen las opresiones que los dividen (3,28). Esta liberación se realiza hoy por el bautismo que, al revestirnos de Cristo, anula toda diferencia étnica y religiosa, social y de género, porque una nueva identidad se nos otorga. 


3,18: Rom 4,14 / 3,19: Rom 5,13.20; Heb 2,2 / 3,20: Dt 6,4 / 3,22: Sal 14,3 / 3,24-25: Rom 6,14-15 / 3,26: Jn 1,12 / 3,27: Rom 6,3-5 / 3,28: 1 Cor 12,13 / 3,29: 1 Pe 1,4


Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo 


41 Les digo, sin embargo, que mientras el heredero es menor de edad, aunque es dueño de todas las cosas, no se diferencia de un esclavo, 2 sino que está bajo la autoridad de un tutor y administrador, hasta el plazo señalado por el padre. 3 Así también nosotros, cuando éramos menores de edad vivíamos esclavizados bajo los poderes cósmicos. 4 Pero cuando vino la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, 5 para rescatar a quienes estábamos bajo el dominio de la Ley y para que recibiéramos el ser hijos adoptivos de Dios. 6 Y porque ustedes son hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el mismo que grita: «¡Abbá, Padre!». 7 De modo que ya no eres esclavo, sino hijo, y como hijo, también eres heredero por decisión de Dios.

8 En otro tiempo, cuando ustedes no conocían a Dios, se sometieron a aquellos que por naturaleza no son dioses. 9 Ahora, sin embargo, conociendo a Dios, mejor aún, habiendo sido conocidos por él, ¿cómo van a volver a esos poderes sin fuerza ni valor a los cuales quieren someterse otra vez? 10 ¡Siguen aún festejando los días, los meses, las estaciones y los años! 11 ¡Me da miedo pensar que me he desgastado en vano por ustedes!


4,1-11: En la plenitud del tiempo, Dios inaugura una nueva era: la de su Hijo Jesucristo. Caduca, por tanto, el régimen de la Ley que venía desde Moisés y en el que se vivía bajo su autoridad, porque aún éramos niños para cosas mayores (4,1-3). El dominio lo ejercía el pecado y los apetitos desordenados, los ídolos y «los poderes cósmicos» o fuerzas sobrehumanas que –según se creía– regían el curso de los astros y ejercían una poderosa influencia sobre la voluntad y el destino de los hombres (4,3.8-10; Col 2,8-10). Con su muerte y resurrección, el Hijo de Dios inaugura un nuevo régimen al sustituir el de la Ley, rescatarnos de su dominio y autoridad, y regalarnos una nueva relación con Dios: la de hijos adoptivos. Dios, pues, es de verdad nuestro Abbá o Padre (Gál 4,4-5; Rom 8,14-17). Estamos en la plenitud del tiempo inaugurado por la encarnación del Hijo, régimen de gracia y libertad. La herencia de los hijos de Dios no es el pecado, que la Ley señala pero no perdona, sino los bienes del Padre celestial, particularmente su Espíritu (Gál 3,14; 4,7). 


4,3: Ef 2,2 / 4,4: Tit 2,11-14 / 4,5-7: Rom 8,15 / 4,8: Is 37,19 / 4,9: Col 2,20-21 / 4,10: Col 2,16


¿Acaso me convertí en enemigo de ustedes por decirles la verdad?


12 Les suplico, hermanos, que se comporten conmigo como yo me comporté con ustedes. En realidad en nada me han ofendido. 13 Bien saben que una enfermedad corporal fue la ocasión para anunciarles por primera vez el Evangelio, 14 y aunque mi cuerpo frágil fue una prueba para ustedes, no me rechazaron ni me despreciaron, sino que me recibieron como mensajero de Dios, como a Cristo Jesús. 15 ¿Dónde quedó su amabilidad? Yo mismo doy testimonio que, de haber sido posible, ¡me habrían dado hasta sus propios ojos! 16 ¿Acaso me convertí en enemigo de ustedes por decirles la verdad? 

17 Tanto interés de ésos por ustedes no tiene nada de bueno; quieren apartarlos de mí, para que ustedes centren su interés en ellos. 18 Además, ellos deberían tener siempre un auténtico celo y no sólo demostrarlo cuando yo estoy con ustedes. 19 Hijos míos, por quienes de nuevo sufro dolores de parto hasta que Cristo sea formado en ustedes, 20 quisiera estar ahora mismo allí y poder cambiar el tono de mi voz, porque me tienen desorientado.


4,12-20: Pablo recuerda a las comunidades de Galacia la razón por la que llegó por primera vez a su región (hacia el año 50 d.C.): fue una enfermedad grave y de aspecto desagradable, según parece, lo que le obligó a quedarse allí (4,13-14), permitiéndole anunciar el Evangelio. En aquel tiempo, los gálatas eran todo amabilidad, dispuestos hasta el sacrificio más grande por el Apóstol, al que recibieron como si fuera el mismo Jesús. Ahora, en cambio, se van tras falsos maestros que los confunden (nota a 1,6-10) y que lo único que buscan es ser estimados y honrados, sin interesarles mayormente «que Cristo sea formado» en los gálatas. A diferencia de ellos, Pablo no deja –como una madre– de sufrir dolores de parto para que su comunidad conozca y siga a Jesucristo (4,17.19). La perplejidad del apóstol por la conducta errática de su comunidad es grande y lo expresa con sinceridad (4,20), pero no por ello deja de ser hermano, mensajero y madre para ella (4,12.14.19).


4,12: 1 Cor 9,21-22 / 4,13-14: Hch 16,6 / 4,16: 2 Cor 12,15 / 4,17: Col 2,8 / 4,19: Rom 8,29; Flp 3,10


Abrahán tuvo dos hijos, uno de la esclava y otro de la libre


21 Díganme ustedes, los que quieren someterse a la Ley: ¿no escuchan acaso lo que dice la Ley? 22 Porque ahí está escrito: Abrahán tuvo dos hijos, uno de la esclava y otro de su mujer, que era libre. 23 Pero mientras el de la esclava nació por generación humana, el de la libre, en cambio, nació en virtud de la promesa. 24 Se trata, en realidad, de un simbolismo, porque ellas representan dos alianzas. La primera alianza, representada por Agar, proviene del monte Sinaí y engendra esclavos, 25 porque lo ocurrido con Agar representa lo del monte Sinaí, que está en Arabia, y aquello del Sinaí corresponde a la Jerusalén actual, ya que –con sus habitantes– sigue siendo esclava. 26 En cambio, la otra alianza, la representada por la mujer libre, corresponde a la Jerusalén de arriba: ¡ésta es nuestra madre! 27 Porque así dice la Escritura: 

Alégrate estéril, tú que no tienes hijos. 

Rompe en gritos de alegría,

tú que no conoces los dolores de parto, 

porque los hijos de la abandonada son mucho más numerosos

que los de la casada [Is 54,1].

28 Y ustedes, hermanos, son hijos de la promesa como Isaac. 29 Sin embargo, así como en aquel tiempo el que nació según la condición humana perseguía al que nació según el espíritu, lo mismo ocurre ahora. 30 Pero, ¿qué dice la Escritura al respecto? Despide a la esclava y a su hijo, porque el hijo de la esclava no compartirá la herencia con el hijo de la libre [Gn 21,10]. 31 Por tanto, hermanos, no somos hijos de la mujer esclava, sino de la libre.

51 ¡Para esta libertad nos liberó Cristo! Por eso manténgase firmes y no se sometan de nuevo al yugo de la esclavitud.


4,21-5,1: ¿Prueba la Escritura de que el régimen de la Ley generó un pueblo de esclavos? (nota a 4,1-11). En este pasaje nada fácil y mediante una interpretación tipológica, Pablo demuestra que Sara, madre de Isaac, uno de los dos hijos de Abrahán, representa a los hijos de la libertad, y Agar, madre de Ismael, a los hijos de la esclavitud. Agar es figura del pueblo del Sinaí, que está en Arabia, de donde descienden los de Agar, y de la Jerusalén terrena. El Sinaí y Jerusalén se mencionan por su estrecha relación con la Ley de Moisés, que produce esclavos. Los israelitas descendientes de Abrahán mediante Agar son un pueblo esclavizado por la Ley. En cambio, los que creen en Jesucristo, israelitas o no, son los que descienden de Abrahán mediante Sara, la esposa infértil cuyo hijo nació por la promesa de Dios y la fe de Abrahán (Gn 18,10-12). Sara, pues, es figura del pueblo de «la Jerusalén de arriba», nuestra madre (Gál 4,26; Flp 3,20-21). Mientras los de Agar buscan ser justos practicando la Ley, los de Sara son hechos justos y libres por creer en Jesucristo (Gál 5,1). Éstos ya «no están bajo la Ley, sino bajo la gracia» (Rom 6,14). ¿Quiénes, entonces, constituyen el «Israel de Dios» fecundo y bendito? (Gál 3,8; 4,27; 6,16). Aquellos que por creer en Cristo se unen espiritualmente a Abrahán y Sara (4,29), objetos de la promesa y de la bendición de Dios. 


4,22: Gn 16,15; 21,2.9 / 4,23: Gn 17,15-21; Rom 9,7-9 / 4,24: Rom 7,6 / 4,26: Heb 12,22-23 / 4,28: Rom 9,7 / 4,29: Gn 18,10-15; 21,9 / 4,31: Rom 4,13-25 / 5,1: Jn 8,32-36


III

La libertad en el Espíritu


5,2-6,10. La libertad es el fruto del que ha sido justificado o hecho justo por obra de Dios, pues lo rescató del régimen de la Ley y del pecado, con sus apetitos desordenados, y le concedió en herencia el don del Espíritu, fuente de libertad. Por tanto, si vive bajo el dominio del Espíritu y se deja conducir por él ya no es esclavo de nadie ni de nada, y sus obras son las del Espíritu (5,22-26), no las de la carne (5,19-21). Esas obras propias del régimen de libertad son la carta de presentación del discípulo en medio de la sociedad en la que vive.


¡Si se dejan circuncidar, Cristo no les servirá de nada!


2 Yo mismo, Pablo, les advierto: ¡si se dejan circuncidar, Cristo no les servirá de nada! 3 Les repito de nuevo: cualquier hombre circuncidado está obligado a cumplir íntegramente la Ley. 4 Y los que buscan que Dios los haga justos por cumplir la Ley, nada tienen que ver con Cristo. ¡Éstos se marginan de la gracia! 5 Nosotros, en cambio, por la acción del Espíritu y en virtud de la fe, aguardamos con esperanza el don de Dios que nos hace justos. 6 Porque como seguidores de Cristo Jesús ya no importa estar circuncidado o no estarlo, sino la fe que actúa por medio del amor.

7 ¡Tan bien que iban ustedes! ¿Quién les puso obstáculos para desconfiar de la verdad? 8 El que los indujo no proviene de quien los eligió. 9 «Y es que una parte mínima de levadura fermentó toda la masa». 10 Confío en el Señor que ustedes no pensarán de otra manera. El que los está confundiendo, sea quien sea, cargará con su condena. 11 Hermanos, si yo predicara aún la circuncisión, ¿por qué, entonces, soy perseguido? Si lo hiciera, habría anulado el escándalo de la cruz. 12 ¡Ojalá de una vez se mutilaran esos agitadores! 

13 Hermanos, ustedes han sido llamados a la libertad. No usen la libertad para satisfacer su carne pecadora. Al contrario, háganse servidores los unos de los otros por amor, 14 porque toda la Ley alcanza su plenitud en un solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo [Lv 19,18]. 15 Pero si se muerden y se devoran unos a otros, tengan cuidado, porque terminarán destruyéndose mutuamente.


5,2-15: ¿Por qué los gálatas, si iban tan bien, se dejan presionar por unos pocos que los inducen a que se circunciden? (5,7.9). ¿Acaso no saben que ni la Ley ni la circuncisión los hace justos o santos? La justificación o condición de justo es una gracia de Dios, no un mérito del ser humano. Al que cree en su Hijo Jesús, Dios le regala la justicia o santidad mediante la acción de su Espíritu. Quien es justificado es liberado de la esclavitud de «los deseos desordenados de su carne pecadora» (5,13.16), es decir, del dominio de sus impulsos egoístas y pecaminosos que, al satisfacerlos, lo centran en sí mismo y lo llevan a conductas que lo separan de Dios (5,15.19-21). El discípulo recibe el Espíritu para que su fe en el Señor realice el máximo deseo del Padre: amar al prójimo (5,6.14). 


5,4: Sant 2,10 / 5,6: 1 Cor 7,19; Sant 2,14 / 5,9: 1 Cor 5,6 / 5,11: 1 Cor 1,23 / 5,12: Dt 23,1; Flp 3,2 / 5,13: 1 Pe 2,16 / 5,14: Mt 22,39; Mc 12,31


Caminen según el Espíritu


16 Por mi parte les pido: caminen según el Espíritu, y así no serán arrastrados por los deseos desordenados de su carne pecadora. 17 Porque esa carne desea lo contrario al Espíritu y el Espíritu, lo contrario a la carne, y la oposición entre ambos es tal que ustedes no logran hacer lo que desean. 18 Pero si se dejan conducir por el Espíritu, ya no están bajo el dominio de la Ley. 

19 Además, las obras de la carne pecadora son bien conocidas: lujuria, impureza, libertinaje, 20 idolatría, brujería, agresividades, rivalidad, celos, iras, egoísmos, divisiones, disensiones, 21 envidias, borracheras, orgías y prácticas semejantes. Les advierto que, como les dije antes, quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios.

22 Por el contrario, los frutos del Espíritu son: amor, gracia, paz, paciencia, gentileza, bondad, fidelidad, 23 humildad, dominio de sí. Ante esto no hay ley que se imponga, 24 porque quienes son de Cristo Jesús han crucificado la carne pecadora con sus pasiones y deseos desordenados. 25 Si vivimos según el Espíritu, caminemos también según el Espíritu. 26 No seamos vanidosos ni provocadores ni envidiosos.


5,16-26: El discípulo de Jesús que vive según el Espíritu se deja conducir por él y produce frutos (5,22-25). Por esto Pablo es enfático cuando presenta lo que se contrapone a la vida cristiana: todas las obras que provienen de los apetitos desordenados y de los malos deseos. Hay, por tanto, dos modos totalmente contrarios de vivir: mientras unos viven bajo el régimen del Espíritu, otros lo hacen bajo el régimen de la Ley, que no tiene capacidad para liberarlos de sus apetitos desordenados. Como los frutos del Espíritu (5,22-24) y de los apetitos desordenados son bien conocidos (5,19-21; 6,8), se reconoce con facilidad quién es quién (Mt 7,16): los que viven con amor, paz, paciencia… son los que caminan según el Espíritu, puesto que el Espíritu habita en ellos. 


5,16: Rom 8,4-6 / 5,17: Rom 7,15-23 / 5,18: Rom 6,14; 8,14 / 5,19-21: Rom 1,29-31 / 5,22-23: Col 3,12-15 / 5,24: Rom 6,3-14 / 5,26: Flp 2,3


Ayúdense mutuamente a llevar las cargas


61 Hermanos, si alguno comete una falta, ustedes, los que viven según el Espíritu, corríjanlo con humildad. Y tú mismo no te descuides, pues también puedes ser tentado. 2 Ayúdense mutuamente a llevar las cargas y así cumplirán la ley de Cristo. 3 Porque si alguno piensa ser algo que no es, se engaña a sí mismo. 4 Que cada uno examine su propio actuar para que su motivo de orgullo esté en sí mismo y no en otro. 5 Lleve cada quien su propia carga. 6 El que recibe instrucción en la Palabra, comparta todos los bienes con su catequista. 7 No se engañen: ¡de Dios nadie se burla! Porque lo que uno siembra, eso cosechará: 8 el que siembra para su carne pecadora, de la carne cosechará corrupción; pero el que siembra para el Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna. 9 No nos cansemos de hacer el bien, porque si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo. 10 Por tanto, mientras tenemos la oportunidad, hagamos el bien a todos, de modo especial a los hermanos en la fe.


6,1-10: Quien se deja conducir por el Espíritu no vive al servicio de sus apetitos desordenados, sino de la ley de Cristo, y quien cumple la ley de Cristo cumple en plenitud la Ley de Moisés (5,13-14; 6,1). La «ley de Cristo» (6,2; 1 Cor 9,21) o «del Espíritu» (Rom 8,2) es el amor a Dios y al prójimo, no un amor cualquiera, sino el que brota de la fe sincera en el Señor, fuente y modelo de caridad (Gál 5,6). Sin la libertad de los hijos de Dios que proviene del Espíritu no se puede vivir la ley de Cristo. La libertad del Espíritu nos dispone al servicio de los otros «por amor» (5,13). Se trata, pues, de la libertad para amar como Jesús, amor que se expresa en valores cristianos como la corrección fraterna, la vigilancia permanente de los propios actos, la humildad, la retribución y el compromiso con el bien. Como lo obvio se nos puede olvidar, Pablo nos recuerda que se cosecha lo que se siembra. Si se siembra para atizar los apetitos desordenados, la cosecha será la corrupción; pero si se siembra para satisfacer al Espíritu, la cosecha será la vida eterna.


6,1: Mt 18,15 / 6,2: Rom 15,1; 1 Jn 3,23 / 6,5: Rom 14,12-13 / 6,6: 1 Tim 5,17-18 / 6,7: Prov 22,8; Os 8,7 / 6,8: Rom 8,7 / 6,9: 2 Tes 3,13


Conclusión


El único motivo de orgullo es la cruz de Jesucristo


11 ¡Miren con que letras tan grandes les escribo con mi propia mano! 

12 Cuantos buscan impresionarlos humanamente quieren obligarlos a circuncidarse, sólo para no ser ellos perseguidos a causa de la cruz de Cristo. 13 De hecho, ni los mismos que se circuncidan obedecen la Ley, sino que quieren que ustedes lo hagan para sentirse orgullosos de tal operación en el cuerpo. 14 En cuanto a mí, el único motivo de orgullo es la cruz de nuestro Señor Jesucristo por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo. 15 Porque ya no importa estar circuncidado o no estarlo, sino ser una nueva criatura. 16 Para cuantos sigan este criterio, paz y misericordia, y lo mismo para el Israel de Dios.

17 Que en adelante nadie me cause más preocupaciones, pues me basta con llevar en mi cuerpo las cicatrices de Jesús. 

18 Hermanos, la gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con ustedes. ¡Amén!


6,11-18: Pablo termina con su propia firma lo que seguramente un amanuense escribió (6,11). A diferencia de otras despedidas, no hay nombres de personas ni recomendaciones. Lo que busca es sacar a la luz las intenciones de los que engañan a las comunidades de la región de Galacia. Si exigen la circuncisión a quienes se convierten a Cristo no es para cumplir la Ley de Moisés, sino para vanagloriarse de ser hombres comprometidos con la religión, valor fundamental en aquella sociedad. El Imperio romano, por lo demás, reconocía el valor religioso de la circuncisión entre los judíos. Para Pablo, su motivo de orgullo no es esto, sino Jesucristo y éste crucificado (1 Cor 1,18-31). Por lo mismo, de ningún modo cambiaría lo que proviene de la crucifixión de Cristo (la comunión con Dios que hace justos) por preceptos temporales y honor humano. Es cierto que la muerte en cruz del Hijo de Dios es un escándalo insoportable para muchos, pero es fuente de vida divina para el que cree, de la que ninguna persecución lo va a separar (Gál 5,11; Rom 8,35-37). En realidad nada importa ser judío o gentil, circuncidado o incircunciso, lo que importa es ser «una nueva criatura» (Gál 6,15).


6,11: 1 Cor 16,21-24 / 6,14: 1 Cor 2,2 / 6,15: 2 Cor 5,17 / 6,16: Rom 2,29 / 6,17: 2 Cor 4,10; 11,23-28