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ATRAS

(16 capítulos)

A LOS ROMANOS


Introducción


  1. «Su fe es reconocida en el mundo entero» (1,8): la comunidad cristiana en Roma


1- Pablo, Roma y los judíos


No sabemos con certeza el origen y las circunstancias de fundación de la comunidad cristiana en Roma. El testimonio más antiguo es de los Hechos de los Apóstoles (Hch 28,15) y de la misma Carta a los Romanos. Es probable que el anuncio de Cristo haya llegado a Roma de la mano de la migración comercial de judeo-cristianos en la década del cuarenta, quizás antes de que Pablo iniciara su actividad misionera en Asia Menor y Grecia. De ser así, el origen de la comunidad sería judío. Con el correr del tiempo, se incorporaron también no judíos convertidos a Cristo. 

Roma, capital del Imperio, tenía en el siglo I d.C. una numerosa población judía que contaba con alrededor de una decena de sinagogas. Los judíos y judeocristianos sufrieron varias expulsiones de Roma como la del año 49 d.C. bajo Claudio (Hch 18,2-3), la que afectó también a los judíos convertidos a Cristo y tuvieron que abandonar Roma. La comunidad quedó constituida sólo por cristianos de procedencia pagana o no judía. 

Cuando Pablo escribe su Carta, la comunidad en Roma era floreciente y conocida entre los cristianos de otras partes del mundo (Rom 1,8; 16,19).


2- ¿Por qué una carta a los romanos?


¿Por qué el Apóstol le escribe a una comunidad que no conoce? La respuesta está en la misma Carta. No fueron los problemas comunitarios lo que lo llevaron a escribir, pues las alusiones a ellos son escasas. Pablo está pasando por un momento decisivo como apóstol: ha proclamado el Evangelio en todo el mediterráneo oriental y quiere ahora anunciarlo en el hemisferio occidental, hasta llegar a España, extremo de occidente. Mientras tanto, se dirige a Jerusalén llevando la colecta en favor de las iglesias que están pasando grandes carencias en Palestina. Con la entrega de esta colecta daba por terminada su misión en oriente (Rom 15,25-29). Sabe que puede caer en las manos de aquellos judíos de Judea que se oponen a la fe en Jesucristo a quienes él, que fue uno de ellos, bien conoce por su violencia y por lo que hacen para acabar con el «partido» o la secta cristiana (Hch 28,22). 

Por tanto, preocupado por lo que podría ocurrir en Jerusalén, a donde lleva la colecta, y con la decisión tomada de evangelizar el occidente hasta alcanzar España, Pablo, antes de visitar la comunidad de Roma, les presenta lo que él llama “mi Evangelio”, buscando su apoyo debido a las buenas relaciones que ellos mantienen con la iglesia de Jerusalén. De este modo contaría con un poderoso aliado en la misión que va iniciar. Por lo dicho, da la impresión que los destinatarios implícitos de la Carta son los de Jerusalén, para los cuales hace una síntesis de la fe que comparten. Sin embargo, los destinatarios explícitos son los de Roma, frente a quienes Pablo ve la necesidad de presentar “su Evangelio” precisamente ante una comunidad cristiana occidental. 


II- El Evangelio es «poder de Dios para salvación de todo el que cree» (1,16): teología de Romanos


1- El Evangelio que Pablo proclama


Pablo describe el contenido del Evangelio que predica como aquel misterio de Dios oculto desde siempre y ahora revelado a sus ministros para ser anunciado al mundo entero. Este misterio revelado es que Dios, por Jesucristo, realiza su obra salvadora en favor de judíos y no judíos (Col 2,2). La predicación y aceptación obediente hacen del Evangelio «poder de Dios para salvación de todo el que cree» (Rom 1,16). De este modo, Dios por Jesucristo transforma al creyente en un ser “justificado”. Este es el tema central de la Carta que Pablo ya había abordado en Gálatas. La raíz griega dikaio- se traduce comúnmente por “justificar, justificación, justicia”; sin embargo, como no se trata de la justicia vindicativa (que castiga) ni retributiva (que premia), estos complejos términos lo hemos traducido, según sus contextos, por “hacer justos” y “don de Dios que (nos) hace justos” y, cuando corresponde, por “rectitud”, pues significa conducirse conforme al querer de Dios. 

Dios, que es justo y santo, justifica a los suyos y los hace capaces de obrar en conformidad con lo que es justo para él. Lo que no pudo conseguir Israel mediante el cumplimiento de la Ley de Moisés y la práctica de ritos (circuncisión, por ejemplo), Dios lo regala por los méritos de la entrega y obediencia de su Hijo (Rom 8,3). El Evangelio predicado por el Apóstol es la Buena Noticia acerca Jesucristo en cuanto única fuente de redención y comunión definitiva con Dios. El “poder” del Evangelio es la obra divina de salvación y santidad que –por la cruz de Jesucristo– libera al creyente, judío o no, del dominio del pecado y de la Ley de Moisés, y le concede vivir bajo el dominio de la gracia y la esperanza cierta de la vida eterna o “justificación” definitiva.


2- Salvados y santificados en el tiempo: la vida nueva en el Espíritu


La obra divina de salvación se vive, según Pablo, en el tiempo y durante su transcurso. En tiempo pasado, hemos sido salvados y santificados. En un tiempo futuro, esos bienes alcanzarán su plenitud. Esto significa que si bien ya poseemos en primicia esos bienes divinos, éstos sólo serán perfectos cuando lleguemos a la madurez de Cristo en su plenitud» (Ef 4,13). Entre el tiempo pasado y el futuro, transcurre nuestro presente como “vocación” otorgada por Dios Padre para vivir en Cristo según su Espíritu. Este es el tiempo que tenemos para vivir como «quienes, luego de morir, han vuelto a la vida» (Rom 6,13), puesto que Dios nos ha arrancado del dominio del pecado y de nuestro ser carnal o deseos desordenados, para que nuestro miembros respondan a su nueva condición y se transformen en instrumentos al servicio del don de Dios que nos hizo justos. 

Gracias al esquema temporal, Pablo subraya el compromiso y la responsabilidad del creyente de conducir su vida “en el Espíritu” o “según el Espíritu”, esto es, conforme a sus criterios y dones. 

La vida nueva según el Espíritu se inicia en el bautismo, donde el creyente es sepultado y resucitado con Cristo para adquirir la vida propia de hijo de Dios y así el pecado y la muerte no tengan poder sobre él. La condición filial lo hace heredero en plenitud de los bienes que el Padre ha destinado para quienes ha hecho justos. Aquí se funda el imperativo ético de la vida en Cristo según el Espíritu: en este tiempo presente, quien ha sido hecho justo y vive «para Dios en Cristo Jesús» (Rom 6,11), no está llamado a vivir para la Ley de Moisés, sino para la ley de Cristo, que es el amor, conforme a «la ley del Espíritu que da la vida» (8,2; Gál 6,2).


3- ¿Y qué pasa con Israel?, ¿se salvará?


Todo lo que ocurre con el discípulo de Jesús estaba anunciado en las Escrituras. La prueba es el mismo Abrahán a quien Dios hace justo sólo por gracia y misericordia, independiente de la Ley de Moisés, que no conocía, y del rito de la circuncisión. Gracias a esta iniciativa divina, todos, judíos o no, están llamados a la salvación y a la santidad. 

Mediante la bella parábola del injerto en el olivo, Pablo muestra cómo Dios procede sin dejar de ser fiel a sus promesas a Israel (Rom 11,17-24). Dios se preserva un “resto” santo y obediente de israelitas a quienes convierte en “raíz” para injertar en ella a los que no son judíos a fin de que participen de las promesas hechas a Israel. Los auténticos israelitas no son los que descienden por vía humana, aunque digan que Abrahán es su padre (Jn 8,39), sino los que descienden de la promesa hecha por Dios a Abrahán de que él será, por haber creído, padre de creyentes y de multitud de naciones. El auténtico Israel está formado por los que, en virtud de su fe, descienden de Abrahán, el creyente. 

¿Y qué pasará con Israel? Si Dios hizo lo más difícil, como fue injertar ramas sin cultivar (la humanidad) en una “raíz” que él preservó de la rebeldía (el “resto” de Israel), ¿cómo no va a poder reinjertar ramas (Israel) de la misma naturaleza que la “raíz”, para que participen de los bienes prometidos? Nadie, pues, puede cuestionar la fidelidad de Dios a Israel ni tampoco su sabiduría en la realización de su misterio escondido desde siempre.


III- «Los saludo en el Señor yo, Tercio, que escribo esta carta» (16,22): organización literaria de Romanos


1- Fecha de composición y organización literaria de Romanos


Pablo no fundó la comunidad cristiana en Roma. Su conocimiento de ella es indirecto, tal vez gracias a los esposos Aquila y Priscila (Hch 18,2; Rom 16,3-5). Aunque Romanos tenga un cierto estilo coloquial, se trata –en realidad– de un compendio o síntesis de «mi Evangelio» (Rom 2,16), el que Pablo viene predicando a judíos y, sobre todo, a no judíos. Para escribirla, Pablo se ayuda de Tercio, un amanuense que no se resigna a pasar inadvertido (16,22). La escribe durante su última estancia en Corinto, hacia el año 55 d.C. o en la primavera del año 57 d.C., poco antes de su viaje a Jerusalén, el que finalizaría en Roma (Hch 27,1-28,31). 

Romanos es el primer ensayo teológico del Apóstol, donde explica con profundidad el misterio de Cristo y sus consecuencias para la vida cristiana. Su vocabulario y estilo literario es cuidado y vigoroso; su pensamiento es incisivo y demostrativo; su contenido es denso y bien trabado. 

La Carta se enmarca en un saludo inicial, que contiene una profesión de fe, y los saludos finales junto con algunas recomendaciones, entre ellas la de cuidarse de los falsos maestros. Entre uno y otro se desarrolla el cuerpo de la Carta en cuatro grandes secciones:


Saludo inicial y profesión de fe

1,1-15

I

Revelación de la salvación en Cristo y necesidad de la fe 


1,16-4,25

II

Nueva vida en Cristo y sus consecuencias


5,1-8,39

III

Israel en el plan salvador de Dios y sus consecuencias


9,1-11,36

IV

La conducta propiamente cristiana


12,1-15,13

Saludo final y recomendaciones

15,14-16,27


Este contenido, como en otras cartas paulinas, se podría distribuir en una parte doctrinal (Rom1,16-11,36) y una exhortativa (12,1-15,13). 

En la primera Sección, Pablo presenta el contenido de lo que llama “mi Evangelio”. A causa del pecado y la rebeldía de judíos y no judíos, todos necesitan ser justificados, es decir, hechos justos por la obra de salvación que Dios realiza en y por Jesucristo. No sirven los méritos propios por cumplir la Ley de Moisés, porque Dios hace justo al ser humano por la obediencia al Evangelio que proviene de la fe. En la segunda Sección, Pablo fundamenta el actuar de Dios confrontando a Cristo con Adán y las realidades que contraponen: dominio de la gracia, no de la Ley y del pecado; ser espiritual, no el ser carnal; vida y liberación, no muerte ni esclavitud. Dios hace justo al ser humano regalándole la adopción filial, por lo que -mediante su Hijo- se construye para sí un pueblo nuevo y una familia nueva animada por el Espíritu. En la tercera Sección se ocupa de un tema delicado: si la salvación llega por Jesucristo y la Ley no convierte en justos y Dios se hace un pueblo nuevo, entonces, ¿cuál es el papel de la Ley y la razón de ser de Israel?; toda la Sección se dedica a responder esta pregunta, mostrando que Dios en ningún momento ha dejado ni dejará de cumplir sus promesas a Israel. En la cuarta Sección, Pablo saca conclusiones prácticas de una ética cristiana que no se sustenta en la libertad, la sabiduría o la obediencia, según se enseñaba en ámbitos grecorromanos, sino en el amor vivido al modo de Cristo, que completa y perfecciona la Ley de Moisés. ¡La única deuda del discípulo de Jesús es el amor! (Rom13,8).


2- Actualidad de Romanos


Romanos siempre ha ejercido una notable influencia en los cristianos de todos los tiempos. El don de la salvación universal mediante Cristo, conforme a la Escritura, plantea el desafío del diálogo entre cristianismo y judíos, que también involucra a las llamadas religiones históricas, que reconocen el valor revelado de las Escrituras. Las exhortaciones a vencer el mal mediante el ejercicio del bien, a llevar una vida nueva en Cristo y a conducirse en conformidad con la ley inscrita en el corazón constituyen un programa de vida para los cristianos de hoy, llamados a vivir el don de la salvación en complejos escenarios donde parece dominar el mal, pues se desconoce o niega a Dios. En medio de tales signos de muerte, más que nunca está vigente el mensaje de que en Cristo somos criaturas nuevas, no por capacidad personal o por decretos externos, sino por el inmenso amor de Dios manifestado en Jesucristo, amor que se traduce en reconciliación y en una nueva condición: la de hijos e hijas de Dios. La notable influencia de la Carta se explica, pues, por los criterios perennes de vida nueva y de evangelización que sigue aportando a las comunidades de discípulos de todos los tiempos. 



Saludo inicial y profesión de fe


1,1-15. El saludo inicial, muy bien elaborado, contiene una profesión de fe y el contenido de la predicación paulina: el «Evangelio de Dios» que es Jesucristo, poder salvador para todo el que cree, judío o no (1,1-7). Luego, Pablo nos da a conocer sus anhelos respecto a la comunidad cristiana en Roma: porque no la ha fundado ni la conoce, desea visitarlos para llevarles el Evangelio que se le confió como siervo de Cristo y elegido para ser apóstol (1,8-15). 


Soy Pablo, servidor de Cristo Jesús


11 Soy Pablo, servidor de Cristo Jesús, elegido por Dios para ser apóstol, designado por él para proclamar su Evangelio, 2 el que había prometido desde antes por medio de sus profetas en las santas Escrituras. 3 Este Evangelio se refiere a su Hijo, descendiente de la familia de David, según la condición humana, 4 constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu santificador, a partir de la resurrección de los muertos: ¡Jesucristo, nuestro Señor! 5 Por medio de él hemos recibido la gracia del apostolado para conducir, en su nombre, a la obediencia de la fe a todas las naciones 6 y, entre ellas, están también ustedes que han sido llamados por Jesucristo. 7 Para todos ustedes amados de Dios que viven en Roma, llamados a ser santos: ¡gracia y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo!


1,1-7: El Evangelio que Pablo anuncia no es “algo”, sino “Alguien”: Cristo Jesús, el Hijo de Dios y Mesías en su condición humana, de la descendencia de David, por quien Dios justifica al hombre, es decir, lo hace justo. Lo que no pudo conseguir la Ley de Moisés, lo hizo Jesucristo. Terminó, pues, el régimen de la Ley; vivimos en el régimen de la gracia y la salvación. Pablo, de cara al Evangelio, se considera esclavo o “servidor” de Cristo, como Moisés y los profetas respecto de Dios (Nm 12,7-8; Jr 1,7-8), y apóstol o apartado por Dios, entre tantos, para la misión de anunciar el Evangelio a los judíos y suscitar entre ellos la obediencia que proviene de la fe (Rom 1,5; Gál 2,9). Este ministerio y el acontecimiento de salvación que se anuncia es obra de la iniciativa y misericordia de Dios (Rom 5,8) mediante los cuales Dios hace santo a todo el que cree. 


1,2: 1 Cor 15,3-5 / 1,3-4: Hch 2,36; Flp 2,11 / 1,5: Heb 5,9; 1 Pe 1,22 / 1,6-7: 1 Cor 6,11


Muchas veces me propuse ir a visitarlos


8 En primer lugar doy gracias a mi Dios, por medio de Jesucristo, por todos ustedes, porque su fe es reconocida en el mundo entero. 9 Dios, a quien sirvo con todo mi espíritu anunciando el Evangelio de su Hijo, es testigo de que sin cesar me acuerdo de ustedes 10 y le pido siempre en mis oraciones que, si es su voluntad, encuentre por fin una ocasión favorable para visitarlos. 11 Porque ansío verlos para compartir con ustedes algún don espiritual que los fortalezca, 12 es decir, para que seamos todos confortados por la fe que tenemos en común: la de ustedes y la mía. 13 No quiero que ignoren, hermanos, que muchas veces me propuse ir a visitarlos para obtener algún fruto de ustedes como lo he obtenido de las demás naciones; sin embargo, hasta ahora he tenido varios inconvenientes. 14 Es que además estoy en deuda con griegos y bárbaros, con sabios e ignorantes. 15 De ahí mi afán por anunciarles el Evangelio también a ustedes, los que viven en Roma. 


1,8-15: La fe de los cristianos que viven en Roma es conocida por muchos, lo que es motivo de acción de gracias a Dios por parte de Pablo en su saludo inicial (1,8). Varias veces reitera su deseo de visitar aquella comunidad que no fundó ni conoce. Lo mueve la misión que se le confió: proclamar el Evangelio, para que todos oigan hablar de Jesucristo y tengan la posibilidad de responder mediante la adhesión de fe. Para esto ora con insistencia, pues debido a varios inconvenientes aún no puede visitarlos. Por su condición de “apóstol” y “maestro”, Pablo busca comunicarles dones espirituales que los fortalezcan en la fe, y por su condición de “discípulo de Jesús”, anhela la mutua animación en el seguimiento del Señor. No sólo los de Roma esperan el anuncio del Evangelio, sino también «griegos y bárbaros» (1,14), expresión que indica la totalidad de los que no son judíos. Este anuncio que Dios le encomendó lo entiende como un servicio litúrgico, un acto de adoración y alabanza a Dios que el Apóstol desempeña en favor de quienes no son judíos (1,9; 15,16; Flp 2,17). 


1,8-15: Hch 28,16-31


I

Revelación de la salvación en Cristo y necesidad de la fe 


1,16-4,25. Dios hace justo al ser humano por la adhesión a Cristo, no por el cumplimiento de la Ley. “Justificar”, término del ámbito jurídico, no es para Pablo una declaración externa de inocencia, sino la acción de Dios, mediante Cristo, por la que destruye el dominio del pecado y la muerte para hacer vivir al creyente en comunión con él (6,11). Todos, judíos y no judíos, están sometidos al juicio reprobatorio de Dios, pues son pecadores. Si todos están «bajo el poder del pecado» (3,9), todos merecen una condena, por lo que necesitan por igual que Dios los haga justos. Pero si Dios hace justos mediante Cristo, ¿cuál es la función de la Ley? Ésta se dio para hacer al hombre consciente de sus delitos, no para hacerlo justo. El “ser justo” es fruto de la acción salvífica de Dios, puesto que lo es quien –por el bautismo– ha sido hecho hijo de Dios y vive “en Cristo” conforme a los criterios y dones del Espíritu. Lo opuesto al pecado para el hijo de Dios no es la buena conducta conforme a la Ley, sino la obediencia filial al Padre por la adhesión de fe al Hijo y la acción del Espíritu.


En este Evangelio se revela el don de Dios que hace justos


16 Pues yo no me avergüenzo del Evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo el que cree, en primer lugar del judío, pero también del griego. 17 Porque en este Evangelio se revela el don de Dios que hace justos y que actúa exclusivamente por la fe, tal como dice la Escritura: El justo vivirá por la fe [Hab 2,4].


1,16-17: El Evangelio es la Buena Noticia de que el misterio escondido desde siempre es Jesucristo. Ahora Dios se revela en él y, por él, nos salva y santifica, es decir, nos hace justos (16,25-26). Esta revelación y acontecimiento salvador requieren de la fe que ilumina acerca de cuál es el camino de Dios y lleva a obedecerlo. Así él lo prometió cuando dijo por el profeta que «el justo vivirá por la fe» (1,17; Gál 3,6-9.11). Por Jesucristo, Dios transforma a judíos y griegos o sea a toda la humanidad en justos, haciéndolos hijos en su Hijo y dándoles su Espíritu para que vivan como tales. La puerta de ingreso a la vida en Dios no es Moisés ni la Ley, sino Cristo y la fe en él que se expresa en obediencia y amor. Todos, pues, estamos llamados a ser justos con la esperanza de alcanzar la plenitud de la salvación.


1,16: Hch 13,46; 1 Cor 1,18 / 1,17: Gál 2,16.20; Heb 10,38


Cambiaron la verdad de Dios por la mentira


18 En efecto, la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que buscan eliminar la verdad por medio de la injusticia. 19 De hecho, lo que se puede conocer de Dios se les presenta de forma manifiesta, porque fue Dios mismo quien se lo manifestó. 20 Pues, desde la creación del mundo y mediante las cosas creadas, se puede percibir las cualidades invisibles de Dios, su poder infinito y su divinidad. Por eso, no tienen excusa alguna, 21 porque, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como Dios ni le dieron gracias; al contrario, se envanecieron en sus razonamientos y terminaron por obscurecer su insensato corazón. 22 Se jactaban de ser sabios y resultaron ser necios, 23 pues cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes de un hombre mortal, de aves, cuadrúpedos y reptiles. 

24 Por eso, conforme a los deseos desordenados de sus corazones, Dios los entregó a una impureza tal que entre ellos deshonraron sus propios cuerpos, 25 porque cambiaron la verdad de Dios por la mentira, adorando y dando culto a la creatura en vez de al Creador, que es bendito por los siglos. ¡Amén!

26 Por esta razón, Dios los entregó a pasiones vergonzosas, pues las mujeres cambiaron las relaciones naturales del sexo por otras contra la naturaleza, 27 y de igual manera los varones, dejando de lado las relaciones naturales con la mujer e incitándose en el deseo de unos por otros, realizaron acciones vergonzosas entre ellos por lo que recibieron en sí mismos el pago merecido por sus extravíos. 

28 Y como no quisieron reconocer a Dios, él los entregó a su mente depravada, para que hicieran lo que no conviene. 29 Están repletos de toda clase de injusticia, perversidad, avaricia, maldad; colmados de envidia, asesinatos, peleas, engaños, malicia, difamación, 30 calumnias; son enemigos de Dios, insolentes, altaneros, arrogantes, ingeniosos para el mal, rebeldes a sus padres, 31 insensatos, desleales, insensibles y despiadados. 32 Ellos saben que, según lo dispuesto Dios, quienes practican estas cosas merecen la muerte y, sin embargo, no sólo las hacen, sino que incluso aprueban a quienes las practican.


1,18-32: Todos pueden conocer al Dios verdadero, incluso los paganos que adoran otros dioses; éstos lo pueden conocer por medio de las obras creadas y por su inteligencia, ya que Dios mismo se reveló en sus creaturas (Sab 13,1-9). Pero no han querido y han adorado a las creaturas como si fueran dioses. Así, encarcelando la verdad, cambiaron la gloria del Creador, Dios inmortal, por dioses hechos a la medida (Rom 1,25). Por esto «Dios los entregó» (1,24.26.28) a aberrantes desórdenes morales (Sab 14,22-31; 1 Cor 6,9-10) y los dejó a merced de sus pasiones y depravaciones al grado de hacer lo contrario a la naturaleza del ser humano. Por sus conductas impropias perdieron su dignidad, volviéndose cada vez más necios. El juicio de Dios y una condena por sus delitos es la respuesta al mal (Rom 1,18; 2 Tim 4,1), pues, de modo contrario, ¿no sería Dios injusto al dejar impune la maldad? Pero ninguna condena es irrevocable, porque la misericordia de Dios triunfa sobre la justicia (Rom 5,8.10).


1,18: Ef 5,6; Col 3,6 / 1,20: Sab 13,1-9; Sal 19,1-4 / 1,21: Ef 4,17-18 / 1,22: Sal 14,1; 1 Cor 1,20 / 1,23: Sal 106,20 / 1,24: Ef 4,19; 2 Tes 2,10-12 / 1,25: Sal 41,13; 1 Cor 14,16 / 1,24-32: Gál 5,19-21


La conducta conforme a la Ley está escrita en sus corazones


21 Por eso tú, quienquiera que seas y juzgas a los demás, no tienes excusa, porque cuando los juzgas, tú mismo te condenas, pues tú, quien los repruebas, haces lo mismo que ellos. 2 Sabemos que el juicio de Dios contra quienes hacen estas cosas es conforme a la verdad. 3 ¿Piensas que vas a huir del juicio de Dios, tú que juzgas a los que hacen estas cosas y también tú las haces? 4 ¿O es que desprecias la riqueza de su bondad, de su tolerancia y paciencia al ignorar que la bondad de Dios te conduce a la conversión? 5 Por tu corazón duro e indolente estás acumulando ira para el día del castigo, cuando se revele la justa sentencia de Dios, 6 quien dará a cada uno según sus obras [Sal 62,13; Prov 24,12]: 7 por un lado, vida eterna a quienes, por su perseverancia en las buenas obras, buscan gloria, honor e inmortalidad 8 y, por otro lado, ira y violencia para los que, por egoísmo, se rebelan contra la verdad y se rinden a la injusticia. 9 Habrá sufrimiento y angustia para todo el que haga el mal, primero para el judío, y luego también para el griego. 10 En cambio, habrá gloria, honor y paz para todo el que haga el bien, primero para el judío, y luego también para el griego, 11 porque Dios no hace acepción de personas.

12 De hecho, los que pecaron sin tener la Ley de Moisés, sin esa Ley morirán; pero los que pecaron bajo esa Ley, según la Ley serán juzgados. 13 Porque delante de Dios no son justos quienes escuchan la Ley, sino quienes la cumplen. ¡A éstos Dios los hará justos! 14 Y es que cuando los que no son judíos, que no tienen la Ley, cumplen naturalmente las exigencias de la Ley, se convierten ellos mismo en ley, aunque no tengan la Ley. 15 De este modo demuestran que la conducta conforme a la Ley está escrita en sus corazones, como lo atestigua su conciencia y sus razonamientos contradictorios que unas veces los acusan, y otras veces los disculpan, 16 hasta el día en que según mi Evangelio y por medio de Jesucristo, Dios juzgue lo oculto de los seres humanos.


2,1-16: Respondiendo a un interlocutor imaginario, Pablo enseña que todos serán juzgados por Dios según sus obras (2,6; Sal 62,13): los judíos, si cumplen o no la «Ley» o preceptos de los cinco primeros libros de la Biblia (Rom 2,12-13); los que no son judíos, si se adecúan o no a la «ley» inscrita en sus corazones (2,14-15; nota a 1,18-32). Ambas leyes, a su modo, permiten conocer a Dios y su voluntad por lo que judíos y no judíos pueden ser justos ante Dios. Sin embargo, Pablo afirmará más adelante que sólo por Jesucristo se conoce en plenitud a Dios y su voluntad y que sólo por la fe en él, Dios hace justo al ser humano (3,20-26; Gál 2,16). Como unos y otros tienen ley, todos serán sometidos al juicio de Dios. Conforme a sus obras unos obtendrán la vida eterna y otros la muerte. Ahora bien, la bondad y paciencia de Dios no le impide juzgar al ser humano y corregirlo; sin embargo, siempre su bondad y paciencia estarán al servicio de la conversión del pecador y su salvación. 


2,1: Mt 7,1; Lc 6,37; Jn 8,7 / 2,4: Éx 18,23 / 2,5: Ap 6,17 / 2,6: Sal 62,11-12; Jr 17,10; 2 Cor 5,10 / 2,11: Dt 10,17; Ef 6,9 / 2,12: Hch 2,23 / 2,13: Mt 7,21; Sant 1,22-25


Por culpa de ustedes se injuria el nombre de Dios


17 Tú, que dices ser judío, que encuentras tu descanso en la Ley y te sientes orgulloso por tu Dios, 18 que conoces su voluntad y sabes discernir, instruido por la Ley, aquello que es lo mejor, 19 y estás convencido de ser guía de ciegos, luz de los que viven en la oscuridad, 20 educador de ignorantes, maestro de niños, pues crees tener en la Ley la llave misma del conocimiento y de la verdad; 21 tú, que enseñas a otros, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú pregonas: «¡No robes!», ¿y robas?; 22 tú dices: «¡No cometas adulterio!», ¿y tú adulteras?; tú, que aborreces a los ídolos, ¿saqueas sus templos? 23 Tú, que te sientes orgulloso por la Ley, ¡deshonras a Dios al transgredirla! 24 Por eso dice la Escritura:

Por culpa de ustedes

se injuria el nombre de Dios entre las naciones [Is 52,5].

25 Además, el estar circuncidado te aprovecha si cumples la Ley, pero si la transgredes es lo mismo que no estar circuncidado. 26 En cambio, si uno que no está circuncidado guarda lo dispuesto por la Ley, ¿acaso su condición de incircunciso no se le tendrá en cuenta como circuncisión? 27 Más aún, el que no está circuncidado físicamente, pero cumple la Ley, te juzgará a ti que, estando circuncidado y teniendo escrita la Ley, la transgredes. 28 Porque, en efecto, el verdadero judío no es el que lo exterioriza a los demás, así como la verdadera circuncisión no es la que se manifiesta en el cuerpo, 29 sino que el verdadero judío lo es en lo oculto, y la circuncisión del corazón lo es en el espíritu, no en la letra, por lo que la aprobación de aquel no proviene de los hombres, sino de Dios.


2,17-29: ¿Es la Ley de Moisés y la circuncisión un privilegio para Israel y garantía de salvación ante Dios? De ningún modo, puesto que de nada sirve la Ley ni la circuncisión si no se cumple la voluntad de Dios ni se manifiesta la santidad de su pueblo (Gn 17,9-11). Porque Israel, que tiene Ley y circuncisión, no es testigo de la alianza, los pueblos deshonran el nombre de Dios (Rom 2,24; Ez 36,20-23). Israel, pues, queda en la misma posición que los no judíos. En cambio, los no judíos que siguen su conciencia y cumplen la ley inscrita en su corazón (Rom 2,14), deben considerarse circuncidados. De aquí, la sorprendente conclusión paulina: el que no es judío, que no está circuncidado, pero cumple la ley, terminará juzgando al judío, que está circuncidado, pero transgrede la Ley. Las diferencias físicas, como circuncidarse o no, quedan borradas. Lo que importa es lo que se lleva dentro, es decir, la circuncisión del corazón, no la de la carne (Dt 10,16; Jr 4,4); el espíritu, no la letra (Rom 7,6; 2 Cor 3,1-3). Entonces, «¿cuál es la ventaja del judío?» (Rom 3,1). Pablo abordará la respuesta en el siguiente pasaje. 


2,22: Dt 7,25 / 2,24: Ez 36,20 / 2,25: Gn 17,10-14 / 2,26: 1 Cor 7,19; Gál 5,6; 6,15 / 2,29: Flp 3,3


¿Cuál es la ventaja del judío?


31 Entonces, ¿cuál es la ventaja del judío? ¿De qué le sirve estar circuncidado? 2 De mucho, en todo caso. Primero, porque a ellos Dios les confío sus palabras. 3 ¿Y qué si algunos no creyeron? ¿Acaso su incredulidad anula la fidelidad de Dios? 4 ¡De ningún modo! Al contrario, aunque todo hombre sea mentiroso, Dios es siempre de fiar, tal como se afirma en la Escritura: 

Para que seas justo en tus palabras

y triunfes en el juicio [Sal 50,6]

5 Pero si nuestra injusticia pone en evidencia el don de Dios que nos hace justos, ¿qué diremos? Diremos que Dios, hablando humanamente, ¿es malo porque castiga? 6 ¡De ningún modo! De no ser así, ¿cómo va a juzgar al mundo? 7 Y si por mi mentira, la verdad de Dios redundó para su gloria, ¿por qué entonces me sigue juzgando como pecador? 8 ¿O acaso afirmamos: «Hagamos el mal para que venga el bien», como se nos injuria y aseguran que decimos? ¡Éstos ya tienen su justa condena!


3,1-8: Las preguntas iniciales se desprenden de lo ya dicho (3,1-3; nota a 2,17-29). Israel es el pueblo elegido por Dios, depositario de sus promesas para ser santo como su Dios es santo. La infidelidad de algunos israelitas no anula la obra de Dios (11,25), porque él es fiel. Incluso, según el plan divino, la maldad de algunos sirve para poner en evidencia la justicia o el don de Dios «que nos hace justos» (3,5). Sin duda que Israel tiene ventajas por ser el pueblo de la alianza, ¿pero de qué ventajas se trata? No están liberados del dominio del pecado, pues todos están bajo su señorío, ni serán tratados con más benevolencia que los no judíos en el día del juicio. La ventaja es que cuentan con la alianza y la Ley que les hace más expedito el camino para vivir en comunión con Dios. ¡Pero no practican la Ley ni guardan la alianza! Si bien Dios es fiel y cumple sus promesas, no hay que abusar de su generosidad y misericordia (3,7-8), porque también es imparcial y castiga el delito del judío como del no judío (nota a 2,1-16).


3,2: Sal 147,19-20 / 3,3: 2 Tim 2,13 / 3,4: Sal 116,11; 3,5: Job 34,12.17 / 3,8: Gál 3,22


No hay nadie justo, ni uno solo


9 Entonces, ¿qué? ¿Somos nosotros mejores? ¡No del todo! Porque ya hemos demostrado que todos, tanto judíos como griegos, están bajo el poder del pecado, 10 tal como dice la Escritura: 

No hay nadie justo, ni uno solo;

11 no hay nadie que comprenda;

no hay nadie que busque a Dios

12 Todos se extraviaron y se corrompieron,

no hay nadie que haga el bien, ni siquiera uno [Sal 14,1-3 = 53,2-4].

13 Sus gargantas son sepulcros abiertos,

con sus lenguas traman engaños [Sal 5,10],

bajo sus labios hay veneno mortal [Sal 139,4],

14 y su boca rebosa maldición y amargura [Sal 10,7]

15 Sus pies son rápidos para derramar sangre

16 destrucción y miseria en sus caminos,

17 y el camino de la paz no lo han conocido [Is 59,7-8; Prov 1,16].

18 No hay temor de Dios ante sus ojos [Sal 35,2]

19 Ahora bien, sabemos que cuanto dice la Ley, lo dice para quienes están bajo la Ley, a fin de que toda boca enmudezca y el mundo entero sea reconocido culpable ante Dios. 20 Por eso, nadie será hecho justo ante Dios por las obras de la Ley, porque mediante la Ley sólo se consigue reconocer el pecado. 


3,9-20: Pablo demuestra por medio de la Escritura que los judíos han sido incapaces de cumplir la Ley de Moisés, y los no judíos, la ley inscrita en sus corazones. Así, ni unos ni otros conocen a Dios ni cumplen su voluntad, razón por la que no son justos (nota a 2,1-16). Los órganos corporales, en la mentalidad semita, representan al ser humano en algunas de sus dimensiones fundamentales: la “boca” (garganta, lengua, labios, boca), la dimensión comunicativa; los “pies” (y manos), la actividad humana; los “ojos” (y corazón), la dimensión interior, esto es, la capacidad de pensar, sentir y decidir. Así, Pablo muestra que los seres humanos en su integridad son pecadores. La Ley de Moisés, sin embargo, no tiene el poder de hacer justo a quien pecó, pues su función es sólo ayudar a reconocer dónde está el pecado, no perdonarlo. De esta forma se evidencia la incapacidad de la Ley para reconciliar al hombre con Dios por más que el hombre cumpla la Ley. Si esta es la situación del hombre ante la Ley, ¿de quién y cómo vendrá el perdón de sus pecados?


3,12: Eclo 7,20 / 3,20: Sal 143,1-12; 1 Cor 1,9; Gál 2,16


Independiente de la Ley, se ha manifestado el don de Dios


21 Pero ahora, independiente de la Ley, se ha manifestado el don de Dios que nos hace justos, atestiguado en la Ley y en los Profetas, 22 don de Dios que llegará a todos los que creen mediante la fe en Jesucristo. Porque no hay diferencia alguna: 23 puesto que todos pecaron, todos están privados de la gloria de Dios, 24 y a todos Dios gratuitamente los hace justos mediante la redención realizada por Cristo Jesús, 25 a quien Dios destinó como sacrificio de expiación mediante su propia sangre en favor de los que tienen fe. De esta manera, Dios demuestra el don que nos hace justos, pasando por alto los pecados cometidos en el pasado, 26 en el tiempo de su paciencia. Y en el momento presente demuestra el don que nos hace justos manifestando que él mismo es justo y haciendo justo al que tiene fe en Jesús. 

27 ¿Dónde queda, entonces, el derecho a presumir? ¡Desapareció! ¿En razón de que ley? ¿De las obras que exige la Ley? ¡No, sino por la ley de la fe! 28 Porque sostenemos que Dios hace justo al ser humano por la fe, independiente de las obras de la Ley. 29 ¿O acaso Dios es sólo Dios de los judíos? ¿No lo es también de los no judíos? Por supuesto que también lo es de los no judíos, 30 porque no hay más que un solo Dios que hace justo en virtud de la fe al que está circuncidado y mediante la fe al que no lo está. 31 Entonces, ¿anulamos la Ley por la fe en Jesucristo? ¡De ninguna manera! Al contrario, la confirmamos.


3,21-31: El pasaje es una síntesis de la Buena Noticia acerca de Jesucristo que Pablo predica. El Apóstol emplea el término “ley” con diversos significados: “Ley de Dios”, revelada a Moisés, o bien “razón” o “motivo” (3,27). Si el perdón de los pecados no viene de la Ley revelada a Moisés, ¿de dónde viene? (nota a 3,9-20). Judíos y paganos no pueden participar de la santidad de Dios, porque todos han pecado y viven bajo el dominio de la ley y del pecado (3,23; Gál 3,22). Pero «ahora», en «el momento presente» (Rom 3,21.26), Dios hace justos a los que, judíos o no, crean en su Hijo, pues a él lo constituyó única fuente de salvación y reconciliación (10,9; Gál 2,16.20). Quien salva y hace justos es Dios, pero no por la Ley, sino por su Hijo Jesucristo quien derramó su sangre como «sacrificio de expiación» por nuestros pecados (Rom 3,25). Por eso, independiente de la Ley y los méritos por cumplirla, Dios santifica al ser humano y lo hace partícipe de su gloria (Flp 3,21). El régimen de la ley y del pecado ya no es una condición insuperable, porque Dios «ahora» inauguró «el momento» de la liberación (kairós). Entonces, ¿hay uno que sea, judío o no, que puede presumir de algo ante Dios? (Rom 3,9.27).


3,23: Éx 40,34-35 / 3,24: 1 Pe 1,18 / 3,25: Ef 1,7; 1 Jn 2,2; Heb 9,12-15.24-26 / 3,28: Hch 13,39; Ef 2,8-9; 2 Tim 1,9 / 3,30: Dt 6,4


Abrahán le creyó a Dios


41 Entonces, ¿qué diremos que obtuvo Abrahán, antepasado de nuestro linaje? 2 Si obtuvo que Dios lo hiciera justo por sus obras, tendría motivos para estar orgulloso, aunque no en presencia de Dios. 3 Pero, ¿qué es lo que dice la Escritura? Que Abrahán le creyó a Dios, lo que tomó en cuenta para hacerlo justo [Gn 15,6]. 4 Al que trabaja, no se le otorga el salario como un favor, sino como un deber; 5 en cambio, al que no trabaja por el salario y cree que Dios hace justo al impío, se le toma en cuenta esa fe para hacerlo justo. 6 David también llama dichoso a quien Dios toma en cuenta para hacerlo justo independiente de las obras de la Ley.

7 Dichosos aquellos cuyas maldades han sido perdonadas

y cuyos pecados han sido sepultados

8 Dichoso el hombre

a quien el Señor no le tiene en cuenta su pecado [Sal 31,1-2].

9 Ahora bien, esta dicha, ¿es sólo para los circuncidados o también para los que no lo están? Nosotros afirmamos que Dios tomó en cuenta la fe de Abrahán para hacerlo justo. 10 Pero, ¿cuándo la tomó en cuenta?, ¿cuando Abrahán ya estaba circuncidado o antes de estarlo? ¡Antes de estar circuncidado, no después! 11 En realidad, en vista de la fe que tenía antes de circuncidarse, Abrahán recibió el signo de la circuncisión como sello del don de Dios que lo hace justo. De esta manera, Dios lo constituyó padre de todos los que creen sin estar circuncidados, con el fin de tomarles en cuenta su fe y concederles el don de ser justos. 12 Pero también es padre de quienes están circuncidados y que no sólo se contentan con estarlo, sino que además siguen las huellas de la fe de nuestro padre Abrahán, la que tuvo antes de estar circuncidado.


4,1-12: Pablo demuestra con el ejemplo de Abrahán, siguiendo el testimonio de la Escritura (nota a 3,9-20), que Dios lo hizo justo por creer y no por circuncidarse ni por cumplir la Ley de Moisés, que no conocía. Antes de que la Ley de Moisés existiera, Dios hizo justo a Abrahán porque le creyó y confió en sus promesas, no habiendo motivos humanos para hacerlo (4,18-22; Gn 15). Dios no le exigió la circuncisión para hacerlo justo, sino como signo de la alianza que hizo con él y su descendencia. Porque Dios lo hizo justo fundado sólo en la fe, Abrahán se convirtió en el padre de los creyentes, estén circuncidados o no. Estos argumentos reflejan la polémica entre la comunidad cristiana y el mundo judío (Mt 3,7-9; Jn 8,31-47) y saca a la luz una pregunta sólo insinuada: ¿quiénes, entonces, son los verdaderos hijos o descendientes de Abrahán? (Gál 3,6-14.29). A Dios no le podemos exigir un “pago” por lo que le dimos o le daremos; tampoco nada Dios nos da con la intención de “cobrar” por ello. Dios y sus bienes son del todo gratuitos, tal como lo demuestra el comportamiento de Dios con Abrahán.


4,1: Sant 2,20-24 / 4,3: Gn 15,6; 1 Mac 2,52 / 4,9: Gn 15,16 / 4,11: Gn 17,10.23-27; Gál 3,7


Abrahán creyó contra toda esperanza


13 De hecho, la promesa de heredar el mundo no fue dada a Abrahán ni a su descendencia mediante una ley, sino mediante el don de Dios que nos hace justos en vista de la fe. 14 Porque si los que practican la Ley son los herederos, entonces la fe no tendría ningún valor y se anularía la promesa. 15 Más aún toda ley trae consigo un castigo, pero donde no hay ley, no puede haber transgresión a dicha ley. 

16 Por esto, para que la promesa sea un don debe brotar de la fe, pues de este modo la promesa se asegura para toda la descendencia de Abrahán, tanto para la que procede de la Ley, como para la que procede de la fe de aquel que es nuestro padre, 17 como afirma la Escritura: Te he constituido padre de muchos pueblos [Gn 17,5]. Y lo es delante de Dios en quien creyó, el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia a lo que no existe. 

18 Y Abrahán creyó contra toda esperanza que llegaría a ser padre de muchos pueblos, porque Dios le había dicho: Así será tu descendencia [Gn 15,5]. 19 Y él, aunque se daba cuenta de que su cuerpo estaba sin vigor, pues tenía casi cien años, y que el seno de Sara igualmente estaba estéril, no desfalleció en su fe. 20 Él, ante la promesa de Dios, no cedió a la incredulidad, sino al contrario, se fortaleció en la fe y dio gloria a Dios, 21 convencido de que él tiene poder para cumplir lo que promete. 22 Por eso, Dios tomó en cuenta su fe para hacerlo justo. 

23 Pero aquello de que Dios «tuvo en cuenta su fe» no sólo fue escrito por Abrahán, 24 sino también por nosotros, a quienes se contará en nuestro favor, los que creemos en el que resucitó a Jesús, nuestro Señor, de entre los muertos, 25 el cual fue entregado por nuestros delitos y resucitado para nuestra absolución.


4,13-25: Con el ejemplo de Abrahán (nota a 4,1-12), Pablo demuestra la gratuidad de la obra salvadora de Dios independiente de la circuncisión y de la Ley de Moisés. Abrahán es modelo de fe y padre de los creyentes porque, cuando no había motivos humanos para creerle a Dios, él no vaciló, incluso fortaleció su fe y glorificó a Dios con la certeza de que su Señor, que crea todo de la nada y resucita muertos, realizaría con su poder lo prometido. Así, Abrahán creyó «contra toda esperanza» humana (4,18), pues sabía que las promesas venían de Dios que es fiel a su alianza. ¿Cuál es la auténtica descendencia de Abrahán?, ¿los que practican la Ley y se circuncidan?, ¿o los que creen a Dios, teniendo al patriarca por modelo? (4,12.16; Gál 3,29). También el creyente de hoy, como Abrahán, nuestro padre en la fe, es invitado a poner su confianza en el kerigma que la Iglesia anuncia y que se realiza en quien cree: Jesús fue entregado por nuestros delitos y Dios lo resucitó para perdón de nuestros pecados y regalarnos su vida divina (Rom 4,23-25).


4,13: Gn 22,17-18; 1 Pe 1,14 / 4,14: Gál 3,18 / 4,16: Gál 3,7 / 4,17: Dt 32,39 / 4,19: Gn 18,1; Heb 11,11-12 / 4,20: Mc 9,23 / 4,21: Jr 32,17 / 4,22: Gn 15,6 / 4,23: 1 Cor 10,6 / 4,24: 1 Pe 1,21 / 4,25: Is 53,4-5; 1 Cor 15,14


II

Nueva vida en Cristo y sus consecuencias


5,1-8,39. Pablo aborda tres cuestiones respecto a quién Dios hace justo por la fe en Jesucristo: su actual situación, su conducta y su destino último. Romanos 5,1-11 permite la transición entre el tema de la justificación por la fe (1,16-4,25) al de la vida nueva en Cristo según el Espíritu (5,1-8,39). En Romanos 5, Pablo enuncia la acción pasada de Dios en favor del creyente: lo hizo justo por el perdón y la reconciliación, y el destino último que le espera: la salvación en plenitud. Los capítulos 6, 7 y 8 describen la vida y conducta nueva en Cristo: mientras en Romanos 6 y 8 Pablo lo hace en forma positiva, en el capítulo 7 nos enseña a qué se expone quien no vive en Cristo.


Cristo murió por nosotros


51 Así, pues, ahora que Dios ya nos hizo justos en virtud de la fe, estamos en paz con él por medio de nuestro Señor Jesucristo, 2 gracias a quien hemos tenido acceso a este don en el cual estamos firmes y nos sentimos orgullosos por la esperanza que tenemos de participar de la gloria de Dios. 3 Pero no sólo estamos orgullosos por esto, sino también por los sufrimientos, pues sabemos que el sufrimiento produce perseverancia; 4 la perseverancia, virtud probada, y la virtud probada, esperanza. 5 Y nuestra esperanza no nos deja avergonzados, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado.

6 Porque Cristo, cuando estábamos sin fuerza alguna, en el momento oportuno, murió por los impíos. 7 De hecho, apenas alguno podría morir por un justo o tal vez alguien se atreva a morir por uno que hace el bien. 8 Dios, sin embargo, nos demuestra su amor porque, cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros. 9 Con mayor razón, ya hechos justos por su sangre, seremos por él salvados de la ira. 10 Porque si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por medio de la muerte de su Hijo, con mayor razón, ya reconciliados, seremos salvados por su vida. 11 Pero no sólo esto, sino que también ponemos nuestro orgullo en Dios por nuestro Señor Jesucristo, por quien ahora hemos recibido la reconciliación.


5,1-11: Un sano orgullo invade al que ha sido hecho justo por Dios, no en virtud de las obras buenas, sino por el amor de Dios que lo reconcilió consigo por la entrega de su Hijo. El judío glorifica a Dios cumpliendo la Ley junto con los ritos y costumbres que lo identifican como miembro de Israel. De este modo ama a Dios con todo el corazón y como único Señor (Dt 6,4-6). La meta del discípulo es también glorificar a Dios, pero el camino es la adhesión de fe a su Hijo, porque él fue quien murió por los impíos cuando nadie podía por sí mismo glorificar a Dios, reconciliarse con él y vivir en paz. El discípulo se enorgullece por su Maestro y en su cruz (Gál 6,14), lo que hace que incluso sus propios sufrimientos, unidos a los de Cristo, alienten la esperanza de participar de la gloria de Dios (Rom 8,18). Pero no se trata de cualquier esperanza, sino de aquella que se funda en el amor del Padre por nosotros, en el sacrificio de su Hijo que se entregó a la muerte para nuestra redención (8,32) y en la acción eficaz del Espíritu Santo en cada creyente.


5,1: Ef 2,14-17 / 5,2: 2 Cor 10,17 / 5,3: Sant 1,2-3 / 5,5: Hch 2,17 / 5,6: 1 Pe 3,18 / 5,8: Jn 3,16 / 5,10: 2 Cor 5,18-20


Por un solo hombre entró el pecado en el mundo


12 Pues bien, de la misma manera que por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte, así también la muerte se propagó a todos, por cuanto todos pecaron. 

13 De hecho, antes de la Ley ya había pecado en el mundo; sin embargo, el pecado no se consideraba tal porque no había Ley 14 y, no obstante, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre quienes no habían pecado con una transgresión semejante a la de Adán, el cual es figura del que había de venir.

15 Sin embargo, no hay proporción alguna entre el delito de Adán y la gracia, porque si por el delito de uno solo murieron todos, cuánto más la gracia y el don que Dios nos dio por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, redundaron en bien de todos. 16 Y tampoco hay proporción alguna entre el don y el pecado cometido por un solo hombre, porque si el juicio por ese solo pecado terminó en condenación, el don de Dios por muchos delitos terminó en indulto. 17 Y si a causa del delito de uno solo reinó la muerte, cuánto más por uno solo, Jesucristo, reinarán en la vida los que reciben la abundancia de la gracia y el don de Dios que los hace justos. 

18 Por consiguiente, de la misma manera que por el delito de uno solo, la condenación alcanzó a todos los seres humanos, así por el indulto de uno solo, la absolución que da vida alcanzó también a todos. 19 Porque así como por la desobediencia de uno solo, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo, todos serán constituidos justos. 20 La Ley se implantó para que aumentara el delito, pero donde aumentó el pecado sobreabundó la gracia, 21 porque así como el pecado reinó valiéndose de la muerte, así también la gracia reinará mediante el don de Dios que nos hace justos para la vida eterna por medio de Jesucristo, nuestro Señor. 


5,12-21: Pablo contrapone dos personajes con importantes consecuencias: Adán y Jesucristo, nuevo Adán. Adán es el polo negativo, pues representa una historia dominada por la desobediencia y el delito; la consecuencia es la muerte para los primeros padres y toda su descendencia (Rom 5,21; ver Gn 3; Sab 2,23-24). El nuevo Adán, Jesucristo, es el polo positivo, y realiza y representa una historia de misericordia y salvación, caracterizada por la obediencia, la gracia y la vida. De este modo, la desobediencia y el pecado de uno solo, Adán, se sustituyen –gracias al amor de Dios– por la obediencia y la gracia de uno solo, Jesucristo. Así como las consecuencias de la rebeldía de Adán fueron universales ya que «la condenación alcanzó a todos los seres humanos» (Rom 5,18), así la obediencia de uno sólo, Jesucristo, nos consiguió la absolución de todos nuestros delitos, es decir, el indulto que posibilita la vida nueva. La obra salvadora de Dios y su eficacia es, sin proporción alguna, del todo superior al daño provocado por el pecado del hombre. 


5,12: Gn 2,15-17 / 5,14: Gn 3,11-12; / 5,18: 1 Cor 15,20-22.45-47 / 5,19: Is 53,11 / 5,20: Gál 3,19


Muertos al pecado, pero vivos para Dios


61 Entonces, ¿qué diremos? ¿Que hay que seguir pecando para que aumente la gracia? 2 ¡De ningún modo! Quienes ya hemos muerto al pecado, ¿cómo vamos a seguir viviendo en él? 3 ¿Ignoran acaso que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? 4 En efecto, fuimos sepultados con él en la muerte por el bautismo, para que así como Cristo resucitó de entre los muertos por el glorioso poder del Padre, así también nosotros caminemos en una vida nueva. 5 Porque si hemos sido incorporados a una muerte como la de Cristo, lo seremos también en una resurrección como la suya, 6 pues sabemos que nuestro hombre viejo fue crucificado con él, para que fuera anulado nuestro cuerpo sometido al pecado y así lo dejáramos de servir; 7 porque cuando uno muere es liberado del pecado. 8 Y si nosotros ya hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, 9 pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, no muere más; ¡la muerte ya no tiene dominio sobre él! 10 Porque el que muere, al pecado muere de una vez para siempre, y quien vive, vive para Dios. 11 Así también ustedes, considérense muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús.

12 No permitan, por tanto, que el pecado domine en su cuerpo mortal, para no obedecer a sus deseos desordenados, 13 ni ofrezcan sus miembros al pecado como instrumentos al servicio de la injusticia. Más bien, ofrézcanse a Dios como quienes, luego de morir, han vuelto a la vida, y entreguen sus miembros a él como instrumentos al servicio del don de Dios que los hace justos. 14 Así el pecado no los dominará, pues ustedes ya no están bajo la Ley, sino bajo la gracia.


6,1-14: Pablo entiende por “pecado” un poder real que invade con su maldad el ser de la persona y corrompe las relaciones con Dios, con los demás y la creación. Es un poder que esclaviza, pues perturba la capacidad de discernir y de hacer la voluntad de Dios. Pero quien cree en Jesús y se bautiza, Dios le perdona sus pecados y lo reconcilia con él. El bautismo sumerge «nuestro hombre viejo», heredado de Adán (6,6; nota a 5,12-21), en la muerte de Cristo, para que Aquél que resucitó, venciendo pecado y muerte, lo resucite a la vida de Dios (Flp 3,10-11). Así, quien se bautiza, se incorpora a Cristo para morir al pecado y resucitar para Dios. Y, como es común en Pablo, pasa del indicativo al imperativo: quien fue hecho hijo de Dios tiene que vivir las relaciones con Dios y los demás como quien ya fue arrancado de la esclavitud de sus deseos y pasiones desordenadas (Rom 7,4; Gál 3,26-28) y se le concedió una nueva vocación: servir a la justicia o al don de Dios que lo hizo justo, por lo que su vida debe caracterizarse por su orientación radical al Señor y el servicio a los demás (Rom 12,1).


6,1-2: Eclo 5,5-6 / 6,3-4: Col 2,12 / 6,6: Ef 4,22; Col 3,9 / 6,7: 1 Pe 4,1 / 6,8: 2 Tim 2,11 / 6,10: Heb 9,26-28 / 6,11: 1 Cor 1,9; Gál 3,27 / 6,11-14: Col 3,1-10


Libres del pecado y al servicio de Dios


15 Entonces, ¿qué? ¿Vamos a pecar porque ya no estamos bajo la Ley, sino bajo la gracia? ¡De ninguna manera! 16 ¿No saben que si ustedes se ofrecen como siervos a un amo para obedecerle se convierten en esclavos de aquel a quien obedecen?, ¿ya sea del pecado que lleva a la muerte, ya sea de la obediencia que lleva al don de Dios que los hace justos? 17 Pero gracias sean dadas a Dios que, aunque estaban al servicio del pecado, obedecieron de corazón la enseñanza que recibieron como modelo 18 y, liberados del pecado, fueron puestos al servicio del don de Dios que los hace justos.

19 Tengo que hablarles en términos humanos a causa de la debilidad de su condición: así como ofrecieron sus miembros al servicio de la impureza y de la maldad hasta la perversión, ofrézcanlos ahora al servicio del don de Dios que los hace justos hasta alcanzar la santificación. 20 Cuando estaban al servicio del pecado, eran libres del don de Dios que los hace justos. 21¿Y qué frutos obtuvieron entonces? ¡Frutos de los que ahora se avergüenzan, porque su fin era la muerte! 22 En el presente, en cambio, como ya están libres del pecado y al servicio de Dios, tienen como fruto la santificación y su fin es la vida eterna. 23 Mientras el salario por el pecado es la muerte, el don de Dios es la vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor.


6,15-23: Si el discípulo está bajo la gracia y no bajo el dominio de la Ley, ¿puede seguir pecando al no tener la Ley que lo acuse? Con el ejemplo del siervo o esclavo, Pablo demuestra que quien obedece, sea al pecado o a Dios, se hace esclavo de aquel a quien obedece. El discípulo de Jesús ha cambiado de dueño o señor (7,4): ha pasado de esclavo del pecado a servidor de Dios y de su Hijo Jesús, nueva fuente de gracia y vida. Si aún es esclavo del pecado, éste es su amo y vive de esta fuente de maldad y muerte. Los frutos del pecado son los apetitos desordenados y su destino final es la muerte (7,5.9-11; nota a 5,12-21). En cambio, el fruto del que ha sido hecho justo por Dios es la santificación y su destino es la vida eterna (5,17.21; 1 Tes 4,3). Todo, pues, tiene su salario: mientras la muerte es el salario que se obtiene por el pecado, la vida eterna es el salario del que ha sido hecho justo en Cristo, «nuestro Señor» (Rom 6,23). 


6,15-23: Jn 8,31-36; 2 Pe 2,19 / 6,21-22: Prov 12,28


Muertos a la Ley


71 Hablo ahora, hermanos, a los que conocen de leyes: ¿acaso ignoran que la ley sólo tiene dominio sobre el ser humano mientras éste vive? 2 Por ejemplo, según la ley, la mujer casada está unida a su esposo mientras él vive, pero una vez que éste muere, ella queda libre de esa ley que la unía a su esposo. 3 Por tanto, si mientras vive su esposo se une a otro hombre, comete adulterio. Pero si su esposo muere, ella queda libre de aquella ley, de tal manera que, si se une a otro hombre, no comete adulterio. 4 Así también ustedes, hermanos míos: gracias al cuerpo de Cristo están muertos a la Ley con la finalidad de unirse a otro, a aquel que fue resucitado de entre los muertos, para que demos frutos para Dios. 

5 Porque cuando estábamos bajo el dominio de nuestro ser carnal, las pasiones pecaminosas, estimuladas por la Ley, actuaron en nuestros miembros produciendo frutos de muerte. 6 Pero ahora, al morir a aquello que nos tenía cautivos, quedamos libre de la Ley de manera que podamos servir conforme a un espíritu renovado y no conforme a un código anticuado.


7,1-6: Para explicar el cambio de régimen que implica la fe y el bautismo (nota a 5,12-21), Pablo invoca lo que ocurre en el matrimonio: la mujer casada, según la Ley, pertenece a su marido y sólo cuando éste muere, queda libre para unirse a otro hombre. Así ocurre con la Ley que sólo tiene vigencia cuando la persona vive, pues no obliga a los muertos. Por tanto, quien se ha convertido a Cristo murió a la Ley de Moisés, la que perdió toda vigencia sobre él, y en adelante –gracias al bautismo y a la fe– vive para su Señor Jesús (2 Cor 11,2; Gál 2,19). La vida de quien adquirió una nueva condición para servir a Dios y dar frutos para él (Gál 5,22-26) no puede responder, según una sorprendente afirmación de Pablo, a la Ley que estimula los pecados (nota a 7,7-13) ni a su «ser carnal» o debilidad humana (Rom 7,5). 


7,2: 1 Cor 7,39 / 7,4: 1 Cor 12,27 / 7,6: 2 Cor 3,6


Al llegar el mandamiento, el pecado cobró vida


7 ¿Estamos, acaso, afirmando que la Ley es pecado? ¡De ninguna manera! Sin embargo, yo no habría conocido el pecado si no fuera por la Ley. De hecho, no habría conocido la codicia si en la Ley no se mandara: No codiciarás [Éx 20,17; Dt 5,21]. 8 Es decir, aprovechando la oportunidad, el pecado se sirvió del mandamiento para producir en mí toda clase de codicia, ya que el pecado, independiente de la Ley, es algo muerto. 9 En otro tiempo yo vivía independiente de la Ley, pero al llegar el mandamiento, el pecado cobró vida 10 y yo morí. Así descubrí que el mismo mandamiento, puesto para darme vida, me llevó a la muerte. 11 Porque el pecado, aprovechando la oportunidad, se sirvió del mandamiento para seducirme y, mediante él, me dio muerte. 

12 En resumen, la Ley es santa al igual que santo, justo y bueno es el mandamiento. 13 Pero entonces, ¿lo que antes era bueno se convirtió en causa de muerte para mí? ¡De ninguna manera! Lo que pasó es que el pecado, para manifestarse como tal, se aprovechó de algo bueno para causarme la muerte y así, mediante el mandamiento, alcanzó toda su virulencia de pecado.


7,7-13: La sorprendente expresión de Pablo de que los pecados son estimulados por la Ley (7,5) es una grave blasfemia para sus contemporáneos. Pero, en efecto, el pecado se sirve de la Ley para mostrar su maldad y producir la muerte. Aunque la Ley sea santa y justa no tiene capacidad de hacer que alguien realice el bien o evite el mal, ni libera del «cuerpo sometido al pecado» (6,6), ni hace justos. La Ley muestra la enfermedad, pero no la sana. Pablo, acudiendo a la Escritura (Gn 2-3), enseña que los preceptos de la Ley de Moisés, al indicarnos dónde está el pecado, alimentan nuestra curiosidad y despiertan el deseo de experimentarlos, los que una vez consentidos provocan la muerte. Pero el problema no es la Ley, sino el pecado que, como agente seductor y en complicidad con la debilidad humana (Heb 3,13; Rom 8,3-4) seduce al hombre desde dentro (Rom 7,11 y Gn 3,13), aprovechándose de lo que la misma Ley prohíbe y manda (1 Cor 15,56).


7,7: Gn 3,21-22 / 7,9: Gn 2,17 / 7,11: Lv 18,5; 2 Cor 11,3 / 7,12: Dt 4,8 / 7,13: Gn 3,1; Sab 2,24


No hago el bien que quiero y practico el mal que no quiero


14 Sabemos que la Ley es espiritual, en cambio yo soy un hombre carnal, y estoy vendido al poder del pecado. 15 En efecto, no entiendo mi proceder, porque no practico lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. 16 Y si hago lo que no quiero, reconozco entonces que la Ley es buena. 17 Pero, entonces, ¡no soy yo el que obra así, sino el pecado que habita en mí! 

18 Porque yo sé que, por mi condición humana, no habita en mí nada bueno, porque está a mi alcance querer el bien, pero no el realizarlo, 19 ya que no hago el bien que quiero y, en cambio, practico el mal que no quiero. 20 Pero si hago lo que no quiero, ¡no soy yo el que obra así, sino el pecado que habita en mí! 

21 Por tanto, descubro esta ley: aunque yo quiero hacer el bien, el mal está siempre a mi alcance. 22 Es decir, interiormente me deleito con la Ley de Dios, 23 pero percibo otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón, haciéndome prisionero de la ley del pecado que está en mis miembros. 24 ¡Infeliz de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo mortal? 25 ¡Gracias sean dadas a Dios por medio de Jesucristo, nuestro Señor!

Por tanto, yo mismo sirvo con la mente a la Ley de Dios y, por mi condición humana, a la ley del pecado.


7,14-25: Ley en Pablo tiene varios sentidos: «Ley de Dios» o de Moisés, que son los cinco primeros libros de la Escritura (7,25); norma que se deduce de la experiencia (7,21); ley inscrita en el corazón o «ley de mi razón» (7,23); norma impuesta por la inclinación al mal o «ley del pecado» (7,23). Tan fuerte es la tiranía del pecado que, aprovechándose de la Ley, espiritual y buena, me enfrenta a Dios y a «la ley de mi razón», imponiéndome deseos y acciones que me alejen de él y me llevan a la muerte. Entonces, ¿quién es el que decide y obra?, ¿yo o el pecado que habita en mí? La Ley no me puede salvar de este modo de proceder, porque sólo señala dónde está el pecado, pero no lo perdona (Gál 3,21). Pablo expresa este drama en primera persona del singular por su experiencia y conciencia de vivir en permanente tensión entre su condición pecadora y mortal, por ser descendiente de Adán, y su condición de hombre nuevo, por haber sido redimido por Cristo, nuevo Adán. Pablo, como todos, vive con su corazón dividido entre el mal que no quiere, pero que hace, y el bien que sí quiere, pero que le cuesta practicar. Su acción gracias al final del pasaje (Rom 7,25) abre a la esperanza de victoria: Dios nos libera por medio de Jesucristo, nuestro Señor (8,2).


7,14: Gál 5,16-21 / 7,15: Gál 5,17 / 7,19: Gál 2,20 / 7,23: Sant 1,14-15 / 7,25: 1 Cor 15,56-57


¡Abbá, Padre!


81 Por eso, ninguna condena pesa ahora sobre los que están en Cristo Jesús. 2 Porque la ley del Espíritu que da la vida en Cristo Jesús, te ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. 

3 En efecto, lo que era imposible para la Ley por la debilidad de la condición humana, Dios lo hizo posible enviando a su propio Hijo en una condición humana débil y pecadora, semejante a la nuestra; de este modo, todo lo que tiene que ver con el pecado lo condenó en su condición humana, 4 para que nosotros, los que caminamos según el Espíritu y no según la carne pecadora, podamos cumplir lo dispuesto por la Ley. 5 De hecho, los que viven según esta carne pecadora, piensan como la gente carnal, pero los que viven según el Espíritu, como la gente espiritual. 6 Ahora bien, el modo de pensar de la gente espiritual lleva a la vida y a la paz, mientras que el de la gente carnal lleva a la muerte. 7 Este modo de pensar, conduce a la enemistad con Dios, pues no se somete a la Ley de Dios y, en realidad, ni siquiera puede hacerlo. 8 Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.

9 Ustedes, sin embargo, ya no viven según la carne pecadora, sino según el Espíritu, si es que realmente el Espíritu de Dios habita en ustedes. Si uno, al contrario, no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. 10 Pero si Cristo está en ustedes, aunque el cuerpo esté muerto por el pecado, el espíritu vive por el don de Dios que nos hace justos. 11 Y si realmente el Espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, Dios, que resucitó a Cristo de entre los muertos, también hará vivir sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que habita en ustedes. 

12 Así pues, hermanos, estamos en deuda, pero no con la carne pecadora para tener que vivir según ella. 13 De hecho, si ustedes viven según esta carne pecadora, morirán; en cambio, si con la ayuda del Espíritu dan muerte a las obras del cuerpo, vivirán. 14 Quienes se dejan conducir por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. 15 Y no es que hayan recibido un espíritu de esclavos, para caer de nuevo en el miedo, sino que recibieron el espíritu de hijos adoptivos gracias al cual llamamos a Dios: «¡Abbá, Padre!». 16 Ese mismo Espíritu, junto con el nuestro, da testimonio de que somos hijos de Dios. 17 Y si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que de verdad sufrimos junto con él, para ser así también glorificados con él.


8,1-17: El tema central de este pasaje, en el que sobresale la oposición “carne del hombre” y “Espíritu de Dios”, es el cambio de condición: de una existencia bajo el dominio de la Ley, incapaz de dar vida porque el ser carnal o los deseos desordenados la anulan (nota a 7,14-25), a una existencia en Cristo bajo la novedad del Espíritu (2 Cor 5,17). El Espíritu es el don de Dios para los que pertenecen a Cristo y viven en Cristo. Lo reciben como vida nueva que exige cumplir nuevas normas, aventajando las de la Ley de Moisés. Su fruto inmediato es la filiación divina, anulando la esclavitud y el temor que producía la Ley antigua. Quien se conduce por el Espíritu de Dios y se dirige a Dios como a su «¡Abbá!» o Padre (Rom 8,15; Gál 4,6-7), al igual que Jesús (Mc 14,36), no está llamado a vivir según pautas de la carne o deseos desordenados, contrariando a su Padre, sino según «la ley del Espíritu» por lo que sus frutos son la vida y la paz (Rom 8,2; Gál 3,3). Así, la existencia cristiana para Pablo es trinitaria, pues el designio del Padre, la obra de Jesús y el don del Espíritu definen la identidad y las nuevas relaciones y normas del creyente. 


8,3: Hch 13,38-39; Heb 2,17-18 / 8,6: Gál 5,16-25 / 8,9: 1 Cor 3,16 / 8,10: Gál 2,19-20 / 8,13: Gál 5,16.24 / 8,14: Gál 5,18 / 8,15: 2 Tim 1,7 / 8,15-17: Ef 1,11; Ap 21,7


Todo contribuye al bien de quienes aman a Dios


18 Estoy seguro que los sufrimientos del momento presente en nada se comparan con la gloria que se nos va a revelar. 19 Porque, la creación misma aguarda con ansia la revelación de los hijos de Dios, 20 ya que ella fue sometida a la frustración no por su propia voluntad, sino por aquel que la sometió, pero con la esperanza 21 de que fuera liberada de la esclavitud de la corrupción, para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. 22 Porque sabemos que, hasta ahora, la creación entera gime y sufre dolores de parto, 23 y no sólo ella, sino también nosotros, los que tenemos las primicias del Espíritu, pues gemimos en nuestro interior, aguardando con ansia la adopción como hijos y la redención de nuestro cuerpo. 24 Porque si bien ya estamos salvados, lo estamos sólo en esperanza. Ahora bien, una esperanza que ve lo que espera, no es esperanza, puesto que si ya lo ve, ¿cómo puede aún esperarlo? 25 Al contrario, si esperamos lo que no vemos, lo aguardamos con perseverancia. 

26 De igual manera, el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, porque como no sabemos orar como conviene, él mismo intercede por nosotros con gemidos inexplicables. 27 Dios, que examina los corazones, sabe cuál es el modo de pensar del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según el querer divino.

28 Sabemos que todo contribuye al bien de quienes aman a Dios, es decir, de los que él ha llamado según su designio. 29 Porque a quienes conoció de antemano, Dios los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el Primogénito entre muchos hermanos. 30 Y a quienes predestinó, los llamó; y a quienes llamó, los hizo justos; y a quienes hizo justos, los glorificó.


8,18-30: Quien vive según el Espíritu está llamado a reproducir en forma perfecta la imagen del Hijo de Dios, testimoniando aquí en la tierra la condición gloriosa y celestial del Hijo en cuanto «Primogénito entre muchos hermanos» (8,29). Reproduciendo la imagen del Hijo primogénito, los hijos de Dios alcanzarán su plena condición de tales y participarán del señorío y gloria de su Señor y, junto con ellos, todas las creaturas serán liberadas de la aniquilación y tendrán parte en la herencia de los hijos. Mientras esto sucede, se oyen tres gemidos: los de “la creación” (8,19-22), que anhela participar de la libertad de los hijos de Dios, porque el ser humano –por su desobediencia– frustró el plan original de Dios y todo lo corrompió (Gn 3,17-19); los “nuestros” (Rom 8,23-25) que, aunque tenemos el don del Espíritu y en esperanza estemos salvados, aún no alcanzamos la condición plena de hijos; y los gemidos “del Espíritu” (8,26-27) que interceden por nosotros ante Dios, al igual que Cristo glorioso (8,34), porque no sabemos cómo pedir ni sabemos qué pedir. De aquí que la oración verdadera sea siempre en el Espíritu, porque sólo él inspira lo que, conforme a Dios, conviene a los santos o creyentes. 


8,18: 2 Cor 4,17 / 8,20: Gn 3,17-19 / 8,23: Nm 15,18-20; 2 Cor 5,2-5 / 8,26: Gál 4,6 / 8,27: Sal 139,1-4 / 8,29: Am 3,21; Flp 3,10


¿Quién nos separará del amor de Cristo?


31 Entonces, teniendo en cuenta todo esto, ¿qué diremos? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? 32 El que no tuvo miramientos con su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo, junto con su Hijo, no va a concedernos todo con generosidad? 33 ¿Quién va a acusar a los elegidos de Dios? ¡Dios es quien hace justos! 34 ¿Quién, entonces, condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, el que murió, más aún, el que resucitó y está a la derecha de Dios y que además intercede por nosotros? 35 ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿El sufrimiento, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? 

36 Ya dice la Escritura:

Por tu causa estamos expuestos a la muerte todo el día,

somos contados como ovejas destinadas al matadero [Sal 43,23].

37 ¡Pero en todo esto salimos más que vencedores gracias a Dios que nos ha amado! 38 Porque estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo que está por venir, ni los poderes 39 ni las alturas ni las profundidades ni cualquiera otra creatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.


8,31-39: Este apasionado himno de esperanza responde a la pregunta implícita acerca de quién nos separará del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, la que tiene una sola respuesta: “¡Nadie ni nada!”. La causa es el inmenso amor que Dios nos manifestó al entregarnos a su propio Hijo (5,6-8; Gál 2,20). ¿Se puede esperar maldad o condena de Aquel que entregó a su propio Hijo en favor nuestro?, ¿nos negará los demás dones que nos prometió en herencia? (Rom 8,17). De ningún modo, pues el Padre tuvo más consideración con nosotros, sus hijos adoptivos, que con su Hijo primogénito. Como el amor de Dios, revelado en la entrega de su Hijo, sustenta su fidelidad, ningún sufrimiento ni realidad creada podrá separarnos del amor que Dios nos tiene, por influyentes que sean sobre el hombre –según se creía– las fuerzas sobrehumanas (dominios, principados, poderes…: 8,38-39; Ef 1,21). Porque todo ha sido sometido por Dios al señorío de su Hijo primogénito (Col 1,15-16), nada puede perturbar la libertad y la paz, herencia de los hijos adoptivos de Dios (Col 2,15).


8,31: Sal 118, 6 / 8,33: Is 50,7-9 / 8,34: Sal 110,1 / 8,36: 2 Cor 4,11


III

Israel en el plan salvador de Dios y sus consecuencias


9,1-11,36. ¿En qué posición queda Israel al rechazar al Mesías y la salvación que Dios le ofrecía por él?, ¿acaso «los israelitas cayeron para no levantarse más»? (11,11). Pablo responde en tres momentos: a)- Dios es libre y la salvación, que no es un privilegio de Israel, la realiza a partir de un “resto” que son aquellos israelitas que hacen de Dios su único Señor y confían en él; b)- la fe en Cristo, no la observancia de la Ley, es el único camino para la salvación, lo que exige la respuesta de fe de cada uno, sea israelita o no; c)- a pesar del endurecimiento de Israel, Dios tiene poder para preservarse una semilla santa (Is 6,13), la que transformará en raíz cualificada para injertar en ella a los demás pueblos. Con todo, queda en el misterio el cómo y cuándo de la conversión de Israel.


De ellos procede el Mesías, según la condición humana


91 Digo la verdad en Cristo y no miento. Mi conciencia, guiada por el Espíritu Santo, atestigua 2 que mi sufrimiento es grande y el dolor de mi corazón incesante. 3 Incluso quisiera ser yo mismo maldecido y separado de Cristo por el bien de mis hermanos, mis compatriotas según la condición humana, 4 es decir, los israelitas. De ellos es la adopción como hijos, la gloria y las alianzas, la Ley, el culto y las promesas; 5 de ellos son los patriarcas y de ellos procede el Mesías, según la condición humana, quien está sobre todo, Dios bendito por los siglos. ¡Amén!


9,1-5: En esta emotiva introducción, Pablo plantea la paradoja de fondo que desconcertó a tantos (nota a 9,1-11,36; ver Jn 12,37-43): ¿cuál será la suerte de Israel si rechazó al Salvador y ahora la salvación es para los que no son judíos? Si tantos han sido los títulos y privilegios de Israel (Rom 9,4-5), ¿cuál será su destino? Preocupado y dolido, Pablo afirma, no sin osadía y exageración retórica, hablando casi como un insensato (2 Cor 12,11), que preferiría ser un anáthema o maldito, detestado por Dios y excluido de la comunidad (Rom 9,3; Dt 7,26) con tal de que su pueblo no rechace al Mesías y acepte el don de la salvación de Dios. El dolor de Pablo se cambia en bendición a Cristo mediante una profesión de fe en la que confiesa la divinidad de Jesús y su señorío sobre todo lo creado (Rom 9,5; 1 Cor 8,6).


9,3: Éx 32,32 / 9,4: Éx 4,22; 24,16-17; Os 11,1 / 9,5: Mt 1,1-16; Lc 3,23-38


No todos los que descienden de Israel son verdaderos israelitas


6 No es que la palabra de Dios haya fracasado, pues no todos los que descienden de Israel son verdaderos israelitas, 7 como tampoco los que descienden de Abrahán son de verdad sus hijos, puesto que sólo por medio de Isaac, Abrahán tendrá su descendencia [Gn 21,12]. 8 Esto quiere decir que los hijos de Dios no son los que descienden según la condición humana, sino que los verdaderos descendientes son aquellos que descienden según la promesa. 9 De hecho, los términos de la promesa a Abrahán son éstos: Por este tiempo volveré y Sara tendrá un hijo [Gn 18,10.14]

10 Más aún, éste también es el caso de Rebeca que tuvo hijos de un solo hombre, de nuestro padre Isaac. 11 Y cuando aún los hijos no nacían ni habían hecho el bien o el mal y para que el designio de Dios se fundara en su libre elección 12 y no dependiera de las obras, sino de Dios que llama, se le dijo a Rebeca: El mayor servirá al menor [Gn 25,23], 13 como dice la Escritura: Preferí a Jacob en lugar de Esaú [Mal 1,2-3].

14 Entonces, ¿qué diremos? ¿Que es una injusticia de parte de Dios? ¡De ninguna manera! 15 Porque Dios dijo a Moisés: Seré misericordioso con quien quiera y tendré compasión con quien quiera [Éx 33,19]. 16 Por tanto, nada depende de la voluntad ni del esfuerzo humano, sino de la misericordia de Dios. 17 Porque la Escritura, dirigiéndose al Faraón, dice: Precisamente para esto yo te he engrandecido, para mostrar en ti mi poder y para que mi nombre sea anunciado en toda la tierra [Éx 9,16]. 18 Por tanto, Dios tiene misericordia de quien quiere y vuelve testarudo a quien quiere. 

19 Tú me podrás objetar: «Entonces, ¿por qué Dios aún nos culpa si nadie puede oponerse a su voluntad?». 20 Pero tú, simple hombre, ¿quién crees que eres para enfrentarte a Dios? ¿Acaso la vasija de barro puede decirle a su hacedor: «Por qué me hiciste así»? [Is 29,16] 21 ¿O acaso el alfarero no tiene autoridad para hacer de una misma arcilla una vasija para usos honrosos y otra para usos comunes? 22 Así es Dios que, pudiendo llevar a cabo el castigo y dar a conocer su poder, ha soportado con gran paciencia a quienes se han hecho objeto de castigo y merecedores de la perdición. 23 Y todo para manifestar la riqueza de su gloria en aquellos que hizo objeto de su misericordia, preparados de antemano para esa gloria. 

24 Entre ellos estamos nosotros, quienes fuimos llamados no sólo de entre los judíos, sino también de entre los no judíos, 25 tal como se afirma en Oseas: 

Llamaré “pueblo mío” al que no es mi pueblo,

y “amada” a la que no es amada [Os 2,25].

26 Y en el mismo lugar donde se les dijo: “Ustedes no son mi pueblo”,

allí se les llamará: “Hijos del Dios vivo” [Os 2,1]

27 A su vez, Isaías clama acerca de Israel: 

Aunque el número de los israelitas fuera como la arena del mar,

sólo un resto se salvará.

28 Porque perfectamente y sin tardar,

el Señor cumplirá su palabra sobre la tierra [Is 10,22-23; Os 2,1].

29 Y como lo había anticipado Isaías: 

Si el Señor todopoderoso no nos hubiera dejado una descendencia,

habríamos sido como Sodoma y nos habríamos parecido a Gomorra [Is 1,9].


9,6-29: Pablo responde a tres preguntas, de las cuales la primera es implícita: ¿fracasó la palabra de Dios?, ¿es injusto Dios?, ¿por qué nos culpa si nadie puede oponerse a su voluntad? (9,6.14.19). A causa de su pertinaz rebeldía, quien fracasó fue Israel, por lo que Dios queda libre para formarse un nuevo pueblo y salvar a quien quiera. Su nuevo pueblo lo formará con el “verdadero israelita” que no es el que desciende de Jacob según la carne, sino que desciende de Jacob según la fe, puesto que como éste, cree en las en las promesas de Dios contra toda esperanza (9,8-9; Gál 3,7). De este modo, Dios sustituye «un pueblo rebelde y terco» según la carne (Rom 10,21) por aquellos israelitas que tienen fe en Dios, como los patriarcas, por lo que acogen a su Mesías y su salvación. En este resto de Israel, raíz fecunda y santa (11,5-6; Miq 4,6-7; Sof 3,12-13), serán injertados todos los pueblos que crean. Por pura benevolencia Dios obró así, lo que ya había anticipado con su comportamiento frente a los dos hijos que Isaac tuvo de Rebeca: elige a Jacob en vez de Esaú, no por sus méritos, sino porque Dios es fiel a su palabra. Con la clásica imagen del alfarero (Is 45,9; Jr 18,6), Pablo exhorta a no objetar los designios de Dios y a aceptar su voluntad.


9,8: Gn 17,19-21 / 9,10: Gn 25, 21-26 / 9,18: Éx 7,3 / 9,20: Is 45,9 / 9,21: Jr 18,4-6 / 9,22: Sab 12,20-21 / 9,25: 1 Pe 2,10 / 9,28: Is 28,22; Dn 5,28


Deseo que los israelitas reciban la salvación


30 Entonces, ¿qué diremos? Que los que no son judíos, sin buscar el don de Dios que los hiciera justos, Dios los hizo justos, pero sólo en virtud de la fe, 31 en cambio Israel, buscando una ley que lo hiciera justo, no consiguió alcanzarla. 32 ¿Por qué? Porque no buscaban ser justos en virtud de la fe, sino en virtud de las obras de la Ley, estrellándose así con la piedra de tropiezo, 33 como dice la Escritura: 

Miren que pongo en Sión una piedra de tropiezo

y una roca que hace caer,

pero quien crea en él no quedará avergonzado [Is 8,14; 28,16].

101 Hermanos, el deseo de mi corazón, y así se lo pido a Dios, es que los israelitas reciban la salvación. 2 Doy testimonio a su favor de que buscan con fervor a Dios, aunque no según un conocimiento adecuado. 3 Ellos, de hecho, ignorando el don de Dios que los haría justos, prefirieron hacerse justos por sí mismos, sin someterse a ese don divino. 4 Porque la Ley tiene por meta a Cristo, para que el don de Dios haga justo a todo el que crea.


9,30-10,4: Como hijo de su pueblo, Pablo añora para sus hermanos judíos la justicia de Dios o la condición de justos que de él proviene. Pero se equivocan al pensar que se hacen justos en virtud de los méritos obtenidos por cumplir la Ley de Moisés (Gál 2,16). Es cierto que «buscan con fervor a Dios» (Rom 10,2) y lo hacen centrando su vida en la Ley, pero no la cumplen de corazón, porque no lo hacen por amor a Dios, sino sólo para que él los tenga por justos. Al prescindir de Jesucristo y de la fe, fundamento puesto por Dios, terminan confiando en la Ley y en su esfuerzo personal para cumplirla (9,33; Mt 21,44). Si no aceptan la predicación del Evangelio es imposible que comprendan que la finalidad de la Ley es conducir a Cristo (Rom 10,4; Gál 3,24), por quien Dios realiza la obra de la salvación que hace justos. Para judíos o paganos la condición de justos es un don que se recibe aceptando el designio de Dios, es decir, adhiriéndose por la fe al Evangelio. ¡No hay otro camino! (Rom 1,16-17).


9,33: 1 Pe 2,6-8 / 10,2: Prov 19,2 / 10,3: Flp 3,9 / 10,4: Gál 3,24


El que invoque el nombre del Señor se salvará


5 En efecto, cuando Moisés escribe sobre el don de Dios que hace justo al hombre mediante la Ley, dice: Quien cumpla la Ley, vivirá por ella [Lv 18,5]. 6 Sin embargo, respecto al don de Dios para hacer justo al hombre mediante la fe, se expresa así: No digas en tu corazón: ¿quién subirá al cielo? [Dt 9,4; 30,12], se entiende que para hacer bajar a Cristo. 7 O, ¿quién bajará al abismo?, se entiende que para hacer subir a Cristo de entre los muertos. 8 Entonces, ¿por qué dice: La palabra está cerca de ti, en tu boca y en tu corazón? [Dt 30,14], y se entiende que se refiere a la palabra de la fe que anunciamos. 9 Porque si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvado. 10 En efecto, cuando se cree con el corazón, el don de Dios nos hace justos, y cuando se confiesa con la boca, Dios nos da la salvación. 11 Ya lo dice la Escritura: todo el que cree en él no quedará avergonzado [Is 28,16]. 12 De hecho no hay diferencia entre judío y griego, porque el Señor de todos es el mismo, generoso con todos los que lo invocan, 13 pues todo el que invoque el nombre del Señor se salvará [Jl 3,5].

14 Pero, ¿cómo invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han escuchado hablar? ¿Y cómo escucharán hablar de él si nadie les anuncia? 15 ¿Y cómo lo anunciarán si nadie es enviado? Por eso está escrito: ¡Qué hermosos los pies de los que proclaman buenas noticias! [Is 52,7; Nah 2,1]

16 Es verdad que no todos obedecieron al Evangelio, por eso dice Isaías: Señor, ¿quién creyó nuestro mensaje? [Is 53,1]. 17 Por tanto, la fe proviene de la escucha del mensaje, y la escucha, por la palabra de Cristo.

18 Sin embargo, me pregunto: ¿acaso Israel no ha oído? Por supuesto que sí, pues a toda la tierra llega su clamor y hasta los confines del mundo sus palabras [Sal 18,5]. 19 Vuelvo a preguntarme: ¿acaso Israel no entendió? Pero Moisés es el primero en decir: 

Haré que sientan celos a causa de uno que no es mi pueblo;

a causa de un pueblo insensato, los haré enfurecerse [Dt 32,21]

20 Isaías, por su parte, se atreve a decir: 

Me encontraron los que no me buscaban,

y me manifesté a los que no preguntaban por mí [Is 65,1]

21 En cambio, afirma de Israel: 

Todo el día tenía mis manos extendidas

a un pueblo rebelde y terco [Is 65,2].


10,5-21: Pablo, partiendo de la Escritura, profundiza lo que viene enseñando: nadie se beneficia de la justicia de Dios o del don divino que hace justos por cumplir la Ley, sino por la fe en Jesucristo (nota a 9,30-10,4). Si la Ley de Moisés “bajó del cielo” para los hombres, la Palabra definitiva de Dios, Jesucristo, “bajo del cielo” y se hizo hombre, y luego “subió a los cielos” de entre los muertos (resucitó), cosa que jamás ha hecho la Ley. De este modo, superando la Ley, Jesucristo es el único intermediario que reconcilia a Dios con judíos y paganos (10,8 y Dt 30,14). Pero hay que creer, y la fe es la adhesión al Evangelio proclamado mediante la escucha y la obediencia (términos que en griego tienen la misma raíz). Para anunciar el Evangelio o la Palabra de Dios acerca de Cristo que suscite la fe (Rom 10,8), Dios elige apóstoles o enviados y Pablo es uno de ellos. Sin embargo, por su condición de pueblo rebelde y terco, Israel no quiso escuchar la Palabra de la salvación por lo que fue incapaz de obedecer el designio de Dios anunciado por sus enviados. Porque Israel lo rechazó, Dios se manifiesta a quienes no le buscan ni preguntan por él y, por la escucha obediente y la conversión de éstos, procurará llevar a «la obediencia de la fe» a su pueblo elegido (1,5; 15,18; 16,26).


10,5: Gál 3,12 / 10,6: Dt 9,4 / 10,7: Dt 30,13; Sal 107,26 / 10,8: Eclo 21,26 / 10,9: Jn 20,28; Hch 16,31 / 10,13: Hch 2,21 / 10,14: Heb 11,6 / 10,16: Jn 12,38


Ha quedado un resto elegido por gracia


111 Por eso pregunto: ¿acaso Dios ha rechazado a su pueblo? ¡De ninguna manera! Porque yo también soy israelita, descendiente de Abrahán, de la tribu de Benjamín. 2 Dios no ha rechazado a su pueblo [1 Sm 12,22; Sal 94,14] elegido de antemano. ¿No saben lo que dice la Escritura sobre Elías cuando se queja ante Dios contra Israel?: 3 Señor, mataron a tus profetas, destruyeron tus altares; me he quedado solo y buscan quitarme la vida [1 Re 19,10.14]. 4 Pero, ¿qué respuesta le da Dios? ¡Me he reservado siete mil hombres que no se han arrodillado ante Baal! [1 Re 19,18] 5 Así también ahora, en el momento presente, ha quedado un resto elegido por gracia. 6 ¡Sí, por gracia, no por las obras! Porque de lo contrario, la gracia no sería gracia.

7 Entonces, ¿qué? Que Israel no obtuvo lo que buscaba, mientras que sí lo obtuvieron los elegidos. Los demás, en cambio, se endurecieron, 8 según está escrito: 

Dios les dio un espíritu insensible, 

ojos que no ven y oídos que no oyen hasta el día de hoy [Dt 29,3; Is 29,10].

9 También David dice: 

Que el bienestar de sus mesas se convierta en trampa y en red,

en ocasión de tropiezo y en castigo para ellos.

10 Que se nublen sus ojos para que no vean,

y sus espaldas se encorven para siempre [Sal 68,23-24].


11,1-10: Varios temas ocupan a Pablo en Romanos 11. ¿Rechazó Dios a Israel? No, Dios no rechazó al pueblo de su alianza a pesar de su incredulidad (11,1-10). Y los israelitas, ¿podrán alguna vez levantarse de su rebeldía? Sí, podrán, y su caída sirvió para llevar la salvación a los que no son judíos (11,11-24). ¿Y cuándo se salvará Israel? Se salvará cuando los no judíos, elegidos por Dios, formen parte de su nuevo pueblo (11,25-36). La cuestión de fondo es ésta: si las promesas a Israel se ofrecen a los no israelitas porque Israel fue obstinado con su Dios, ¿significa que fracasó el designio salvador de Dios? Pablo contesta que Israel sigue siendo el pueblo de Dios y que Dios no se arrepiente de su elección (11,2). La obstinación de Israel se esperaba, pues estaba prevista por Dios, tal como se afirma en las Escrituras (11,7-10; ver Hch 28,26-27; Jn 12,37-40). Porque es fiel a sus promesas y a la alianza, Dios se reservó “un resto” obediente y santo de israelitas, «elegido por gracia» y no por sus buenas obras (Rom 11,5-6). A partir de este nuevo «Israel de Dios» (Gál 6,16), él salvará a judíos como a no judíos con tal que se abran al don de la fe en Jesucristo (Rom 9,6-8). 


11,1: Flp 3,5 / 11,2: Éx 19,5-6; Dt 4,20; Jr 31,37 / 11,5: Is 1,9; Miq 5,7-8 / 11,6: Gál 3,18 / 11,8: Mt 13,13


Fuiste arrancado de un olivo sin cultivar


11 Pregunto otra vez: ¿acaso los israelitas cayeron para no levantarse más? ¡De ninguna manera!, sino que su delito trajo la salvación a los que no son judíos, provocando los celos de aquellos. 12 Y si su delito es riqueza para el mundo y su falta riqueza para los no judíos, entonces, ¡cuánto más se beneficiarán éstos al alcanzar los israelitas la plenitud!

13 Y a ustedes, los no judíos, les digo: yo soy ante todo apóstol de ustedes, los que no son judíos, y honro este ministerio 14 con la esperanza de causar los celos de los de mi raza y salvar a algunos de ellos. 15 Porque si la exclusión de Israel significó la reconciliación del mundo, ¿no será acaso su aceptación un volver de la muerte a la vida? 

16 Si la primicia es santa, también lo será toda la masa, y si la raíz es santa, también lo serán las ramas. 17 Es cierto que algunas de las ramas fueron cortadas, pero tú, olivo sin cultivar, fuiste injertado en vez de ellas y ahora compartes la raíz y la savia del olivo. 18 No desprecies esas ramas y, si te crees mejor, recuerda que tú no sostienes la raíz, sino que la raíz te sostiene a ti. 19 Puede que digas: «¡Esas ramas fueron cortadas, para que yo fuera injertado!». 20 De acuerdo, pero ellas fueron cortadas por causa de su incredulidad, en cambio, tú te mantienes gracias a la fe. Así que no seas arrogante; ¡más bien respeta a Dios! 21 Porque si Dios no tuvo miramientos con las ramas originales, tampoco los tendrá contigo. 22 Considera, pues, tanto la bondad de Dios como su severidad: severo con los que cayeron, en cambio, bondadoso contigo siempre que permanezcas en la bondad, porque de lo contrario, tú también serás arrancado.

23 Y si los israelitas no permanecen en su incredulidad, también serán injertados, porque Dios tiene poder para injertarlos de nuevo. 24 Pues si tú fuiste arrancado de un olivo sin cultivar al que por naturaleza pertenecías y, contra tu condición natural, fuiste injertado en un olivo cultivado, con mayor razón ellos que son de la misma naturaleza, serán injertados de nuevo en su propio olivo.


11,11-24: La obstinación de Israel abre el don de la salvación a todos, pero a partir del “resto de Israel” obediente y santo que, como simiente, Dios se reservó para sí (nota a 11,1-10). Si la transgresión de Israel redundó en riqueza para los pueblos, con mayor razón su vinculación a Jesucristo redundará en salvación para todos, judíos o no (1 Tim 2,4). La transgresión de Israel es parcial y temporal (Is 54,7-10) y, aunque Dios no cambió su designio, sí el orden, pues la salvación de Israel vendrá ahora por los no judíos. Con la metáfora del olivo, Pablo muestra que el don de la salvación es para todos y que Dios es fiel a Israel. Por la rebeldía de tantos israelitas, Dios podó muchas ramas, dejándose un “resto” obediente y santo (Rom 11,5), al modo de un olivo cultivado y fértil. Y allí injertó un olivo silvestre: los no judíos, que ahora también se nutren de la raíz y savia del olivo santo. Nada de esto ocurre por méritos personales. Si Dios hizo esto con los gentiles, con mayor razón lo hará con los israelitas que abandonen su incredulidad. En este contexto, el ministerio de Pablo es el de “un jardinero”: podar e injertar a los que creen en Cristo en el olivo o “resto de Israel”, para que participen de la promesa y heredad de los verdaderos israelitas (nota a 2,17-29). 


11,11: Hch 13,46 / 11,12: Mt 21,43 / 11,15: 2 Cor 1,9 / 11,16: Nm 15,17-21 / 11,17: Jr 11,16 / 11,17-24: Ef 2,11-22 / 11,21: Jr 49,12


Los dones y la llamada de Dios son irrevocables


25 Hermanos, no quiero que ignoren este misterio, para que ustedes no presuman de sabios: la obstinación de una parte de Israel permanecerá hasta que la totalidad de los que no son judíos se incorpore, 26 y cuando esto suceda todo Israel se salvará, como afirma la Escritura: 

Vendrá de Sión el liberador, 

alejará las impiedades de Jacob, 

27 y ésta será mi alianza con ellos [Is 59,20-21] 

cuando haya quitado sus pecados [Is 27,9]

28 En lo que respecta al Evangelio, los israelitas son enemigos de Dios para ventaja de ustedes, pero en lo que respecta a la elección son amados de Dios en atención a los patriarcas. 29 Porque los dones y la llamada de Dios son irrevocables. 30 Y así como en otro tiempo ustedes se rebelaron contra Dios, ahora, con ocasión de la rebeldía de los israelitas, ustedes han recibido misericordia. 31 Y si ellos son ahora rebeldes es sólo para que ustedes sean tratados con misericordia y para que a su vez ellos también reciban de Dios misericordia. 32 Así, Dios encerró a todos en la rebeldía para poder tener misericordia de todos. 

33 ¡Qué profunda riqueza, sabiduría y conocimiento el de Dios! ¡Qué indescifrables sus juicios y qué insondables sus caminos! 

34 Porque, ¿quién conoció la mente del Señor?, 

¿o quién fue su consejero? [Is 40,13] 

35 ¿Quién le ha dado primero,

para ser recompensado por él? [Job 41,3] 

36 Porque todas las cosas son de él, por él y para él.

A él la gloria por los siglos. ¡Amén!


11,25-36: «Este misterio» al que Pablo se refiere es la conversión de Israel (11,25; 16,25-26), que ocurrirá cuando todos los no judíos que han de salvarse sean incorporados al “resto” obediente y santo de Israel (nota a 11,11-24). Entonces Israel, que por su rebeldía se hizo enemigo de Dios, volverá a experimentar que la llamada y las promesas de Dios a los patriarcas son irrevocables (Dt 7,7-8; Is 41,8-10). Sin embargo, la desobediencia de los israelitas, prevista en el designio de Dios, hizo posible que los que no son judíos ingresaran al resto santo de Israel (Rom 11,11). Y como los no judíos eran también enemigos de Dios, la oferta de la misericordia divina a unos y otros fue por la rebeldía de todos. Mediante Jesucristo, el liberador prometido en las Escrituras (11,26-27), Dios ofrece una nueva alianza y la redención para todos, judíos o no (Jr 31,31-34; Rom 3,24-25). Frente a este misterio de Dios, ¿habrá alguno capaz de escrutar sus juicios y explorar sus caminos? El himno de alabanza es una invitación a reconocer que por más inescrutables que sean los designios de Dios son siempre salvíficos (Rom 11,33-36). 


11,25: Prov 3,7 / 11,29: Nm 23,19 / 11,32: Gál 3,22 / 11,33: Job 5,9 / 11,34: Jr 23,18; Job 15,8; Sab 9,13 / 11,36: 1 Cor 8,6; Heb 2,10


IV

La conducta propiamente cristiana


12,1-15,13. En lo que sigue, Pablo exhorta a vivir aquella conducta cristiana que debe caracterizar la existencia del que se ha abierto, por la fe y el bautismo, al don de Dios que lo hace justo y que el Apóstol llama “justicia” o “justificación de Dios”. Este acontecimiento salvífico opera una transformación radical en el creyente, en su ser, en sus relaciones y acciones. El núcleo de este ser nuevo es el amor vivido según el ejemplo de Cristo. Del amor brotan los criterios que rigen relaciones, acciones y motivos para actuar frente a los de dentro de la comunidad como a los de afuera, frente a los amigos como a los enemigos, frente a los ciudadanos como a las autoridades. No se trata de una norma jurídica más, sino de la plenitud de la Ley (13,8-10), vocación del que vive “en Cristo” al punto que «si no tengo amor, nada soy» (1 Cor 13,2).


Somos un solo cuerpo en Cristo


121 Les ruego, hermanos, por la misericordia de Dios, que se ofrezcan ustedes mismo como sacrificio vivo, santo y agradable a él: ¡éste es el auténtico culto! 2 Y no se acomoden a este mundo, al contrario, transfórmense mediante la renovación de la mente, para que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, agradable y perfecto.

3 Les digo a todos y a cada uno de ustedes, por la gracia que me ha sido dada, que no se valoren más de lo debido. Más bien valórense con sensatez, de acuerdo a la medida de la fe que Dios repartió a cada uno. 4 Porque así como en un solo cuerpo hay muchos miembros y no todos tienen la misma función, 5 así también nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo y miembros unos de otros. 6 Como tenemos dones diferentes según la gracia que se nos ha dado, procedamos así: la profecía, en conformidad con la fe; 7 el servicio, dedicándose a servir; el que enseña, a enseñar, 8 y el que exhorta, a exhortar; el que comparte sus bienes, hágalo con generosidad; el que preside, con esfuerzo, y el que practica la misericordia, con alegría. 


12,1-8: Pablo exhorta con insistencia en razón de la misericordia de Dios y por el encargo que recibió de anunciar el Evangelio. Ahora se fija en el “cuerpo” como realidad personal y comunitaria que hace posible la relación con Dios y con los demás. De aquí dos exhortaciones. El “cuerpo”, es decir, la persona en cuanto sujeta al tiempo y al espacio, cambió de dueño y pertenece a Dios, porque fue hecho justo por él; por tanto, a él tiene que ofrecerse en todo momento como sacrificio agradable, viviendo a su servicio (6,12-13; 1 Pe 2,5). Luego, Pablo recuerda al discípulo que ha sido incorporado a un “cuerpo” con muchos miembros más (1 Cor 12,12-30) por lo que la dependencia es mutua, y no en razón de funciones, sino de la gracia y del amor; este “cuerpo”, la Iglesia, pertenece a Jesucristo, su Cabeza (Ef 1,22-23). Los carismas de cada miembro (Rom 12,6-8, serie de siete carismas) tienen que ser puestos al servicio de todos según la “medida de la fe” (12,3.6), esto es, en conformidad con la fe de la Iglesia en el Señor, la que la norma y disciplina, jerarquizando dones y servicios en bien de la edificación del Cuerpo de Cristo. Todo debe compartirse con sencillez y humildad, puesto que todo es don divino.


12,2: Ef 4,23; 5,10.17 / 12,4-5: Col 1,18 / 12,6: 1 Cor 14,1 / 12,6-8: 1 Cor 12,4-11; 1 Pe 4,10-11


Que el amor sea sincero


9 Que el amor sea sincero: ¡detesten el mal y apéguense al bien!

10 Apréciense unos a otros con amor fraterno; honren a los demás, más que a ustedes mismos. 11 No sean perezosos en el esfuerzo; sirvan al Señor con fervor de espíritu. 12 Estén alegres en la esperanza, sean pacientes en el sufrimiento y perseverantes en la oración. 13 Compartan las necesidades de los santos y practiquen la hospitalidad. 14 Bendigan a quienes los persiguen. ¡Bendigan y nunca maldigan! 15 Alégrense con los que están alegres y lloren con los que lloran. 16 Tengan un mismo sentir los unos para con los otros, sin pretensiones de grandeza, dejándose llevar por los humildes. No se crean sabios. 

17 No devuelvan a nadie mal por mal y procuren el bien ante toda la gente. 18 En cuanto sea posible y de ustedes dependa, vivan en paz con todos. 19 No tomen venganza por su cuenta, queridos míos, más bien dejen lugar al castigo divino, porque la Escritura afirma: A mí me corresponde la venganza –dice el Señor–, y soy yo quien da el pago merecido [Dt 32,35]. 20 Al contrario, si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber, porque haciendo esto lo harás enrojecer de vergüenza [Prov 25,21-22]

21 ¡No te dejes vencer por el mal, sino vence al mal con el bien!


12,9-21: Pablo recibe noticias acerca de algunas tensiones comunitarias de los cristianos en Roma. Frente a ello, lo primero que les pide es que no tengan un doble criterio cuando se trata de aborrecer el mal y aprobar el bien, petición que abre y cierra el pasaje (12,9.21; ver Am 5,14-15; Is 5,20). La mejor expresión del amor es la sincera comunión fraterna. Ésta es un don divino, pues proviene de la misma fe y de la condición de miembros de un mismo Cuerpo (nota a 12,1-8). Sin embargo, tiene que manifestarse en la solidaridad cotidiana, en la mutua estima, en la concordia, la solicitud por los demás y en la hospitalidad. La comunión fraterna se nutre del servicio a Cristo y de su imitación con paciencia y perseverancia, y del fervor de espíritu y de la esperanza. Es fundamental un amor sin hipocresía, no sólo a los de la propia comunidad, sino también a los que no pertenecen a ella, incluso a los enemigos y «a quienes los persiguen» (Rom 12,14), recordando así mandatos de Jesús (Mt 5,43-44).


12,9: Am 5,15; 1 Tim 1,5 / 12,10: Flp 2,3 / 12,12: Ef 6,18 / 12,13: Heb 13,2 / 12,14: Mt 5,44 / 12,15: Eclo 7,34 / 12,16: Prov 3,7 / 12,17: Mt 5,38-44 / 12,18: Heb 12,14 / 12,19: Lv 19,18; Heb 10,30 / 12,21: Sant 5,4


Que todos se sometan a las autoridades constituidas


131 Que todos se sometan a las autoridades constituidas, porque no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen han sido designadas por él. 2 Por eso, el que se opone a la autoridad, se resiste al orden dispuesto por Dios, y los que se resisten recibirán su condena. 3 Porque los gobernantes no están para infundir miedo en quienes hacen el bien, sino en aquellos que hacen el mal. ¿No quieres tener miedo a la autoridad? Entonces, obra bien y recibirás su aprobación. 4 Pues la autoridad está al servicio de Dios para tu bien; pero si haces el mal, teme, porque no en vano lleva la espada, y está al servicio de Dios para hacer efectivo el castigo al que practica el mal. 5 Por ello es necesario someterse a la autoridad, no sólo por miedo al castigo, sino por deber de conciencia. 

6 Por esta razón, también deben pagar los impuestos, porque ellos son ministros de Dios, dedicados a ese oficio. 7 Paguen a todos las deudas: al de los impuestos, impuestos; al de los tributos, tributos; al que se debe respeto, respeto, y al que se debe honor, honor.


13,1-7: Luego de presentar la conducta del discípulo con los que no pertenecen a la Iglesia (12,17-20), Pablo se ocupa del comportamiento respecto a la autoridad civil, es decir, la del Imperio romano, sin hacer esta vez ninguna distinción entre el ejercicio correcto del poder de aquellos déspotas que destruyen a sus pueblos en vez de favorecer un gobierno de paz para todos. Dios establece las autoridades para que todo pueblo tenga su ordenamiento socio–político. Ellas, por tanto, son «ministros de Dios» (13,6) y no deberían contrariar sus leyes. Su autoridad, como la de Dios, es para el bien de los justos y corrección de los malvados, por lo que el justo no debe temer. La respuesta del ciudadano es el pago oportuno de impuestos y deudas, y el anárquico, el que se opone al «orden dispuesto por Dios» (13,2), además del castigo de la autoridad competente, deberá someterse al juicio divino (13,4).


13,1: Tit 3,1; 1 Tim 2,1-2 / 13,3: Lc 12,11 / 13,5: Heb 13,18 / 13,7: Mt 22,21


El amor es la plenitud de la Ley


8 No tengan deuda con nadie a excepción del amor mutuo, porque quien ama a otro ha cumplido la Ley. 9 En efecto, los mandamientos: No cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no codiciarás [Éx 20,13-17; Dt 5,17-21] y cualquier otro, se resumen en este precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo [Lv 19,18]. 10 El amor no hace ningún mal al prójimo; por eso el amor es la plenitud de la Ley.


13,8-10: El pasaje anterior y éste se unen por el término “deuda” (13,7.8). Si Pablo pedía no estar en deuda con las autoridades (nota a 13,1-7), ahora solicita no estar en «deuda con nadie» (13,8), excepto la deuda del amor a todos, fruto del Espíritu (Gál 5,22). No debiera haber otra deuda para el discípulo de Jesús que el amor a Dios y al prójimo (Rom 13,6-7; Mt 22,34-40). Quien ha pasado a ser de Cristo, no está sometido a la Ley de Moisés, sino a la ley de Cristo y del Espíritu que consiste en el amor a Dios y al prójimo, llevando a su plenitud toda la Ley (Rom 8,1-4). 


13,8: Gál 5,14; Sant 2,8 / 13,9: Mt 19,18 / 13,10: 1 Cor 13,4


Ya llegó la hora de despertarse del sueño


11 Por eso, sean conscientes del momento en que vivimos, y ya llegó la hora de despertarse del sueño, porque la salvación está ahora más cerca de nosotros que cuando comenzamos a creer. 12 La noche está avanzada y el día está llegando. Despojémonos, por tanto, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz. 13 Comportémonos con decencia, como en pleno día: nada de excesos en la comida y en la bebida, nada de desenfrenos sexuales ni libertinajes, nada de rivalidades y envidias. 14 Por el contrario, revístanse de Jesucristo, el Señor, y no estimulen los deseos desordenados de su carne pecadora.


13,11-14: Cristo vendrá al fin del tiempo para dar plenitud a la obra salvadora, por lo que su parusía se convierte en criterio de conducta cristiana: el discípulo está llamado a hacer lo que alcanzará su realización plena con la venida del Señor, y a rechazar todo lo que él desaprobará (1 Tes 5,23). Con el simbolismo temporal (noche – día), Pablo enseña que la venida del Señor es como el día que sucede a la noche, como la luz que disuelve las tinieblas, por lo que su venida exige que el discípulo se desvista o despoje de lo que será rechazado por la Luz y la Verdad y se revista de las armas propias de Dios y dé frutos, los que como hijos de la luz no se esconden, sino que se ofrecen a los demás (Ef 6,13-17). Con el simbolismo del cambio de vestido, ilustra el paso o éxodo del hombre viejo al hombre nuevo (Col 3,9-11), revestido de Jesucristo, el Señor (Gál 3,27). ¡De este modo hay que esperar el Día del Señor! 


13,11-14: 1 Tes 5,4-8 / 13,12: Ef 4,22-25; 5,8-11 / 13,13: Lc 21,34


Que cada uno actúe según sus propias convicciones


141 Acepten al que aún es débil en la fe, pero no discutan con él. 2 Mientras algunos creen que pueden comer de todo, el débil sólo come verduras. 3 Aquel que come de todo, que no menosprecie al que no come ciertos alimentos, y aquel que no come ciertos alimentos, que no juzgue al que come de todo, pues Dios a éste también lo aceptó. 4 ¿Quién eres tú para juzgar a un criado que no es tuyo? Que se mantenga en pie o que caiga es asunto de su señor; sin embargo, se mantendrá en pie, porque el Señor es poderoso para sostenerlo. 

5 Hay unos que consideran que un día es más importante que otro; en cambio, hay otros para quienes todos los días son iguales. Que cada uno actúe según sus propias convicciones. 6 El que se preocupa de guardar ciertos días, se preocupa por el Señor. El que come de todo, come por el Señor, pues de hecho agradece a Dios, mientras que el que no come ciertos alimentos, no los come por el Señor y también agradece a Dios. 7 Ninguno de nosotros vive para sí mismo ni muere para sí mismo, 8 porque si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor. Por tanto, ya sea que vivamos o que muramos, somos del Señor. 9 Porque para eso Cristo murió y volvió a la vida: ¡para ser Señor de muertos y vivos! 

10 Entonces tú, ¿por qué te atreves a juzgar a tu hermano? ¿Por qué lo menosprecias si todos tenemos que presentarnos ante el tribunal de Dios? 11 Porque la Escritura afirma: 

Juro por mi vida, dice el Señor

que toda rodilla se doblará ante mí

y toda lengua alabará a Dios [Is 49,18; Jr 22,24; Ez 5,11]

12 Así pues, cada uno de nosotros rendirá cuentas a Dios de sí mismo.

13 Por tanto, dejemos ya de juzgarnos unos a otros; al contrario, más bien propónganse no ser causa de tropiezo ni de caída para el hermano.


14,1-13: Pablo aplica el criterio del amor (nota a 13,8-10) a la práctica de algunas normas heredadas del judaísmo sobre alimentos y días festivos, normas que en ciertas comunidades cristianas imponían algunos de tendencia judaizante (14,20-21; Gál 4,10). La clave es conducirse sin destruir la comunión fraterna por lo que nadie puede rechazar ni escandalizar a los débiles o poco formados en su fe. La razón es que si Dios los aceptó y Cristo murió por ellos, ¿quiénes somos para rechazarlos? (1 Cor 4,4-5). El débil y el fuerte en la fe pertenecen al Señor tanto en la vida como en la muerte (2 Cor 5,15) y están al servicio del Reino de Dios (Rom 14,17). Las decisiones de los fuertes o formados en su fe que no comprometan esta pertenencia y servicio (como el pecado, por ejemplo) son optativas. Pero se trata de opciones respecto a cosas opinables en las que tienen que guiarse por su conciencia formada con el fin de actuar «por el Señor» y hacer su voluntad (Rom 14,5-6.22-23). Y la voluntad del Señor es asegurar lo esencial: el amor que lo lleva a cuidar al hermano en su integridad (13,10; 15,1-2). 


14,4: Sant 4,11-12 / 14,5-6: Col 2,16 / 14,6: 1 Cor 10,31; 1 Tim 4,4 / 14,10: 2 Cor 5,10 / 14,11: Is 45,23; Flp 2,10-11 / 14,13: Mt 7,1; Lc 6,37


Procuremos lo que favorece la paz


14 Sé y estoy convencido en el Señor Jesús que nada es impuro por sí mismo; sin embargo, quien considera que algo es impuro, para ese se vuelve impuro. 15 Pero si por causa de algún alimento se aflige tu hermano es porque no te comportas según el amor. ¡Que no se pierda por cuestiones de alimentos aquel por el que Cristo murió! 16 Por tanto, que no sea objeto de injurias lo que para ustedes es un bien. 17 Porque el Reino de Dios no consiste en comida o bebida, sino en el don de Dios que nos hace justos, en la paz y alegría en el Espíritu Santo. 18 El que en esto sirve a Cristo agrada a Dios y es aprobado por la gente. 

19 Así pues, procuremos lo que favorece la paz y la edificación mutua. 20 No destruyas, por causa de un alimento, la obra de Dios. Todo es puro, pero la maldad está en comerlos provocando el tropiezo del otro. 21 Es preferible no comer carne ni beber vino ni hacer nada que pueda ser ocasión de caída para tu hermano. 22 La convicción de fe que tú tienes, consérvala ante Dios. ¡Dichoso quien toma una decisión y nada tiene que reprocharse! 23 Pero quien come a pesar de sus dudas es culpable, porque no procede según la fe. Y todo lo que no procede de la fe es pecado. 


14,14-23: En Roma, como en otras comunidades, había cristianos fuertes o formados en su fe y débiles o pocos formados en ella (14,1; 15,1). Algunos débiles en su fe, convertidos del judaísmo, buscaban imponer alimentos puros o permitidos por la Ley de Moisés y celebrar ciertos días festivos (14,2; 1 Cor 8,7-13). En cambio, los cristianos fuertes en la fe compartían los alimentos sin restricción alguna. ¿Qué hay que hacer si ambos grupos conviven en las comunidades, sobre todo en las asambleas litúrgicas? Como expresión del criterio del amor (nota a 14,1-13), Pablo pide que los cristianos fuertes en la fe favorezcan la paz y la mutua edificación. Que en lo central de la fe se conduzcan por las certezas que provienen de ella (Rom 14,14.23; 1 Cor 8,7-8), pero que en lo accesorio, cuando la conciencia no obliga, tengan la sabiduría de renunciar a su libertad en bien de los otros (Rom 14,23; Tit 1,15). Por cuestiones de alimentos no puede perderse aquel por quien Cristo entregó su vida, incorporándolo al Reino de su Padre. La salvación proviene de Dios y del Espíritu y no de leyes y ritos. 


14,14: Mc 7,14-19 / 14,15: 1 Cor 10,23-24 / 14,17: 1 Tes 1,6 / 14,20: 1 Cor 3,9 / 14,22: Eclo 14,1


Cristo no buscó su propio agrado


151 Nosotros, los fuertes en la fe, debemos sobrellevar las flaquezas de los débiles sin buscar nuestro propio agrado. 2 Procure cada uno agradar a su prójimo, buscando su bien y su edificación. 3 Porque tampoco Cristo buscó su propio agrado, sino como dice la Escritura: Los insultos de los que te insultaban cayeron sobre mí [Sal 68,10]

4 De hecho, todo lo que se escribió en el pasado, se escribió para nuestra enseñanza, para que mantengamos la esperanza gracias a la constancia y consuelo que dan las Escrituras. 

5 Que el Dios de la constancia y del consuelo les conceda tener, conforme a Cristo Jesús, los mismos sentimientos unos con otros, 6 para que unánimes, a una voz, glorifiquen a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo. 

7 Por tanto, acéptense unos a otros como también Cristo los aceptó, para gloria de Dios. 8 Les digo, además, que Cristo se hizo servidor de los judíos para dar cumplimiento a las promesas hechas a los patriarcas y demostrar así la fidelidad de Dios 9 y para que los no judíos glorifiquen a Dios por su misericordia, como lo afirma la Escritura: 

Por esto te alabaré entre las naciones

y en honor de tu nombre cantaré [Sal 17,50; 2 Sm 22,50]

10 Y también dice: 

Alégrense, naciones, 

junto con el pueblo de Dios [Dt 32,43]

11 Y además: 

Alaben al Señor todas las naciones

y aclámenlo todos los pueblos [Sal 117,1]

12 Isaías vuelve a decir: 

Brotará la raíz de Jesé, 

el que se levantará para gobernar a las naciones,

y en él las naciones esperarán [Is 11,10]

13 Que al vivir ustedes su fe, el Dios de la esperanza los llene de toda alegría y paz, hasta desbordar de esa misma esperanza por el poder del Espíritu Santo.


15,1-13: Pablo tiene conciencia de estar bien formado en la fe (15,1; nota a 14,14-23). Los que han alcanzado esta madurez saben que el criterio fundamental de vida cristiana es el amor y la imitación de Jesucristo, quien no buscó su propia complacencia, sino que –por amor– se humilló hasta la muerte para hacer la voluntad del Padre (Flp 2,5-8; Jn 4,34), cumpliendo sus promesas anunciadas en las Escrituras. Para vivir según el ejemplo de Jesucristo y adquirir sus actitudes, Dios acompaña al discípulo y lo provee de constancia y consuelo, esperanza y misericordia (Rom 11,30-31; 2 Cor 1,3). Si aman e imitan a Jesucristo, los fuertes en la fe podrán «sobrellevar» o cargar (Rom 15,1; Gál 6,2), mismo verbo para la gestación de un hijo en el seno materno (Lc 11,27), las debilidades de quienes aún no logran la iluminación de una fe formada y fogueada en las pruebas. Entre las actitudes a imitar, Pablo destaca la bondad, la edificación del prójimo y la aceptación sincera del otro. Todo es para gloria de Dios, y su gloria no es otra cosa que la salvación de todos, judíos o no (Rom 15,6.9; Flp 1,11). 


15,2: 1 Cor 10,24 / 15,3: 1 Cor 13,5 / 15,4: 1 Cor 10,11 / 15,6: Flp 2,2 / 15,8: Hch 3,25-26 / 15,9: Mt 15,24


Saludo final y recomendaciones


15,14-16,27. Pablo finaliza la Carta con noticias personales y saludos. Cuatro momentos se distinguen: propósito de la Carta y de la actividad misionera de Pablo (15,14-21); informaciones sobre sus viajes apostólicos (15,22-33); amplia serie de saludos personales con algunas recomendaciones (16,1-24), y solemne himno de alabanza a Dios (16,25-27). El principal interés de Pablo es justificar por qué escribe a los cristianos en Roma cuando él no fundó ni conoce la comunidad. Por lo mismo, llama la atención la extensa lista de nombres propios, por lo que algunos piensan que la Carta terminaba con el saludo y el «Amén» de Romanos 15,33 y que el capítulo 16 es obra de un discípulo de Pablo. 


Les he escrito para recordarles algunas cosas


14 Respecto a ustedes, hermanos míos, estoy personalmente convencido de que están llenos de bondad y colmados de todo conocimiento de tal manera de poder aconsejarse unos a otros. 15 Les he escrito, sin embargo, con cierto atrevimiento, para recordarles algunas cosas. Lo he hecho en virtud de la gracia que Dios me ha otorgado, 16 la de ser un ministro de Cristo Jesús para los que no son judíos, ejerciendo el oficio sagrado de anunciarles el Evangelio de Dios para hacer de los que no son judíos una ofrenda que, santificada por el Espíritu Santo, sea bien recibida por Dios.

17 Así pues, en lo que se refiere a Dios, tengo motivos para sentirme orgulloso en Cristo Jesús. 18 Pero, de hecho, no me atreveré a hablar de otra cosa sino de lo que Cristo ha realizado a través de mí para llevar a la obediencia de la fe a los que no son judíos. Y lo ha hecho mediante palabras y obras, 19 con el poder de signos y prodigios, y con el poder del Espíritu de Dios. Así, he llevado a término el anuncio del Evangelio de Cristo desde Jerusalén, de modo circular, hasta Iliria, 20 eso sí que teniendo por meta evangelizar sólo allí donde el nombre de Cristo aún no se conocía, para no edificar sobre cimiento ajeno, 21 sino tal como dice la Escritura: 

Quienes no tenían noticias de él, lo verán;

y quienes no habían oído, entenderán [Is 52,15].


15,14-21: ¿Por qué Pablo escribe a una comunidad que no fundó ni conoce? No es porque les falte conocimiento de Dios y capacidad de aconsejarse conforme al Evangelio (15,14), sino porque busca responder en todo momento a la gracia que le fue concedida. Esta gracia es la de ser «ministro de Cristo Jesús» (15,16) para los que no son judíos y suscitar en ellos la fe y la obediencia a la salvación que Dios realiza por su Hijo Jesús (1,5.14-15). Al presentarse como «ministro» (leitourgós), Pablo emplea el lenguaje del culto para indicar que su vida la consagró a Dios a fin de que, por la predicación del Evangelio, judíos y no judíos se transformen en ofrenda viva y agradable a Dios por la acción del Espíritu (12,1; 2 Cor 3,3-6). El Apóstol define su método misionero como «circular» (Rom 15,19) y consiste en proclamar el Evangelio de forma progresiva en todos los grandes núcleos poblados de las regiones de la costa norte del Mediterráneo oriental. A partir de ahora y para anunciar el Evangelio, Pablo pondrá sus ojos en occidente con el propósito, incluso, de alcanzar España (15,23-24.28).


15,16: Gál 2,8 / 15,19: Hch 15,12; 1 Cor 2,4 / 15,20: 2 Cor 10,15-16


Me ha sido imposible ir a visitarlos


22 Por esta razón, muchas veces me ha sido imposible ir a visitarlos. 23 Pero ahora que no tengo campo de trabajo en estas regiones y, como hace muchos tiempo que quiero ir a visitarlos, 24 espero hacerlo de camino a España; confió, pues, en que después de disfrutar aunque sea un poco de la compañía de ustedes, me ayuden a continuar mi viaje a ese lugar. 

25 Por el momento voy a Jerusalén a servir a los santos, 26 ya que los de Macedonia y Acaya decidieron hacer una colecta para los pobres que hay entre los santos que viven en Jerusalén. 27 Así ellos lo decidieron y en cierto sentido se lo debían, pues si los no judíos se beneficiaron de los bienes espirituales de los judíos, es justo que les retribuyan con bienes materiales. 28 Así que, cuando esto concluya y haya entregado oficialmente el fruto de la colecta, iré a España, pasando un tiempo entre ustedes. 29 Y bien sé que cuando vaya a verlos, iré con la plena bendición de Cristo. 

30 Les ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu, que luchen conmigo pidiendo a Dios por mí, 31 para que me libre de los rebeldes que viven en Judea y para que mi ayuda sea bien recibida por los santos de Jerusalén. 32 Así también, si es voluntad de Dios, tendré la alegría de visitarlos y descansar en compañía de ustedes. 

33 Y que el Dios de la paz esté con todos ustedes. ¡Amén!


15,22-33: La labor misionera de Pablo en el área nor–oriental del Mediterráneo ha concluido, pues ya evangelizó toda la zona (nota a 15,14-21). El Apóstol ahora se propone llevar el Evangelio al hemisferio occidental hasta alcanzar su extremo, España. Cuando lo haga, confía en que podrá visitar la comunidad en Roma, viaje programado hace tiempo (Hch 19,21), pero aplazado por diversas razones. Pero antes, tiene que llevar la colecta a los santos o cristianos de Jerusalén que padecen una grave hambruna en tiempos de Claudio (años 46-48 d.C.; 11,27-30; 2 Cor 8-9). A propósito de esta colecta, Pablo exhorta a la comunión de bienes entre las comunidades: si los cristianos judíos aportaron bienes espirituales, que ahora los cristianos no judíos compartan con ellos sus bienes materiales. Como Pablo sabe que en Jerusalén le esperan dificultades, pide a los romanos que oren por él. Según algunos, la Carta terminaba aquí, con el saludo y el «Amén» de 15,33 como las otras cartas paulinas (nota a 15,14-16,27). 


15,23: 1 Cor 3,6 / 15,25-26: 1 Cor 16,1-4 / 15,27: 1 Cor 9,11 / 15,30-31: Hch 20,3.30; 2 Cor 1,11


Saluden a…


161 Les recomiendo a nuestra hermana Febe, que además es servidora de la comunidad que está en Céncreas, 2 para que la reciban en el Señor como es digno de los santos y la ayuden en lo que necesite de ustedes. Pues también ella ha sido benefactora de muchos, incluso de mí mismo. 

3 Saluden a Prisca y Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús, 4 quienes arriesgaron sus vidas por mí, y no sólo yo les agradezco, sino todas las comunidades de los no judíos. 5 Saluden también a la comunidad que se reúne en su casa. Saluden a mi querido Epéneto, el primero del Asia para Cristo. 6 Saluden a María, que ha trabajado mucho por ustedes. 7 Saluden a Andrónico y Junias, compatriotas y compañeros de prisión, que son muy estimados entre los apóstoles y que incluso creyeron en Cristo antes que yo. 8 Saluden a Ampliato, mi querido hermano en el Señor. 9 Saluden a Urbano, nuestro colaborador en Cristo, y a mi querido Estaquis. 10 Saluden a Apeles, aprobado en su fidelidad a Cristo, y a la familia de Aristóbulo. 11 Saluden a mi compatriota Herodión. De la familia de Narciso, saluden a los que están en el Señor. 12 Saluden a Trifena y Trifosa que trabajan afanosamente en el Señor. Saluden a la querida Pérsida que muchas veces ha trabajado con afán en el Señor. 13 Saluden a Rufo, el elegido en el Señor, y a su madre que lo es también para mí. 14 Saluden a Asíncrito, a Flegón, a Hermes, a Patrobas, a Hermas y a los hermanos que están con ellos. 15 Saluden a Filólogo y a Julia, a Nereo y a su hermana, a Olimpo y a todos los santos que están con ellos. 16 Salúdense unos a otros con el beso santo. Todas las iglesias de Cristo los saludan. 

17 Les ruego, hermanos, que se cuiden de quienes promueven discordias y tropiezos contra la enseñanza que han aprendido. Apártense de ellos, 18 porque no sirven a Cristo, nuestro Señor, sino a sus propios apetitos y, con palabras suaves y atractivas, seducen los corazones de los ingenuos. 19 Me alegro porque todos conocen la obediencia de ustedes; no obstante, quiero que sean sabios para el bien e intachables frente al mal. 20 El Dios de la paz aplastará muy pronto a Satanás, sometiéndolo bajo los pies de ustedes.

La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con ustedes.

21 Los saluda mi colaborador Timoteo y mis parientes Lucio, Jasón y Sosípatro. 22 Los saludo en el Señor yo, Tercio, que escribo esta carta. 23 Los saluda Gayo, que me hospeda a mí y a toda esta comunidad. Los saluda Erasto, tesorero de la ciudad, y el hermano Cuarto. [24].


16,1-24: Este saludo, como otros de Pablo, es una radiografía de la comunidad cristiana y de la relación con sus misioneros. Sus miembros tienen nombres griegos, latinos y, unos pocos, nombres judíos. La mujeres cumplen un rol importante en la organización de la comunidad y en la transmisión de la fe. Febe, por ejemplo, ejerce como diaconisa en Céncreas, puerto oriental de Corinto, aunque aquí se trata con probabilidad del servicio de la caridad, no del ministerio ordenado. Para las reuniones y liturgias se emplean casas particulares, constituyéndose en iglesias domésticas inclusivas y solidarias, en donde los lazos de parentesco dan lugar a relaciones fraternas generadas por la fe y el amor; de aquí los calificativos de “hermanos” y “santos”, y el saludo con el «beso santo» (16,16), manifestando la convicción de ser familia de Dios en la tierra. Insertas en el entramado urbano, la comunidad asume algunos valores de la ética grecorromana, pero desde la perspectiva de su nueva fe en Cristo, lo que les permite vivir como ciudadanos a la par que los demás (16,19; Flp 4,8). La Iglesia se autoconcibe como comunión de iglesias domésticas que se reúnen y celebran la misma fe testimoniada por los apóstoles. La fe y la enseñanza, que aportan identidad a la comunidad, hay cuidarlas de los «falsos apóstoles» y maestros (2 Cor 11,13).


16,3: Hch 18,2-19,26 / 16,5: Flm 2 / 16,7: Hch 16,23; 2 Cor 11,23 / 16,16: 1 Sm 10,1; Hch 20,37; 1 Cor 16,20 / 16,17: 2 Tes 3,6.14-15 / 16,18: Flp 3,19 / 16,19: 1 Cor 14,20 / 16,20: 1 Cor 15,25-28 / 16,21: Hch 16,1; 20,4 / 16,23: Hch 19,22.29; 1 Cor 1,14; 2 Tim 4,20


16,24: algunos manuscritos, aunque no los principales, traen: «La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con todos ustedes. ¡Amén!», repetición de 16,20.


A ese Dios sea la gloria por los siglos


25 Al Dios que puede fortalecerlos conforme a mi Evangelio, el que consiste en proclamar a Jesucristo, y conforme a la revelación del misterio mantenido en secreto por tiempos eternos, 26 pero ahora manifestado por medio de los escritos proféticos y, por disposición del Dios eterno, dado a conocer a todos los que no son judíos para que alcancen la obediencia de la fe, 27 a ese Dios, el único Sabio, sea –por medio de Jesucristo– la gloria por los siglos. ¡Amén! 


16,25-27: Esta breve fórmula de alabanza a Dios, de inspiración bíblica (Is 6,3), retoma temas centrales de la Carta y se encuentra en algunos manuscritos al final de Romanos 14 o 15. Es probable que sea de un autor posterior, conocedor de la tradición paulina. Con un estilo apocalíptico y ampuloso, se alaba a Dios por su «misterio» ahora revelado y realizado por medio de Jesucristo en favor de todos (16,25). Pablo llama «mi Evangelio» a este misterio que es el anuncio de que Dios ofrece la salvación a judíos y paganos por su Hijo y Mesías, único mediador. Así lo dispuso «el único Sabio» (16,27) o Padre de Jesucristo, para que todos por la obediencia abracen el Evangelio, es decir, se vinculen a Cristo y a su salvación. Este Dios que así obra y cuya sabiduría nadie iguala es digno de todo honor.


16,25-27: Ef 3,20-21 / 16,25: 1 Cor 2,7; Ef 1,9; Ap 10,7 / 16,26: Hch 3,18 / 16,27: 1 Tim 1,17; Jds 25