Carta de Santiago
I- «A las doce tribus dispersas por el mundo»: el autor de la Carta y su comunidad
1- ¿De cuál Santiago se trata?
Según el saludo inicial, la Carta la escribió «Santiago» quien se presenta como «servidor de Dios y del Señor Jesucristo» (Sant 1,1). El tenor de la Carta nos ayuda a percibir que su autor ocupaba un lugar importante como dirigente de la comunidad.
Pero, ¿de cuál Santiago se trata? Es probable que no sea ninguno de los dos que están en la lista de los apóstoles. Es decir, no sería Santiago el Mayor que, con Juan, conocidos como los Boanerges, era hijo de Zebedeo, muerto el año 44 d.C. a manos de Herodes Agripa I (Mc 3,17; Hch 12,1-2). Tampoco se trataría de Santiago, hijo de Alfeo. Según la tradición podría ser aquel Santiago que, con José, Judas y Simón, es llamado hermano del Señor (Mc 6,3), identificado como el Menor, y que no era del grupo de los Doce, pues se hizo discípulo luego de la resurrección de Jesús. Junto con Cefas (o Pedro) y Juan es considerado columna de la fe en la comunidad de Jerusalén de la que llegó a ser su máximo dirigente (Gál 2,9.12).
2- La Carta y sus destinatarios
Varios elementos internos de la Carta han hecho pensar que no estamos ante una obra del género epistolar, sobre todo porque tiene un inconfundible tono homilético y exhortativo. Es posible, pues, que estemos ante una predicación sobre la conducta adecuada del cristiano frente a problemas concretos de las comunidades. De aquí que se piense que la Carta tuvo su origen en una o varias homilías de Santiago el Menor o de alguno de sus compañeros de renombre. Luego, un autor judeocristiano de la diáspora y de buena formación griega la habría compuesto basándose en recuerdos previos con el fin de responder a las necesidades de los destinatarios. La Carta sería, pues, una colección homilética de normas y consejos para la vida cristiana de tipo sapiencial. El escribir en nombre de otro no era extraño por entonces, y el nombre que aparecía en la carta se tenía por autor de la misma. Se procedía de este modo cuando el maestro ya había muerto y era necesario interpretar y dar valor autoritativo a sus enseñanzas para su comunidad enfrentada a nuevos desafíos.
No es fácil determinar con claridad las características de las comunidades a la que dirige Santiago. Entre ellos hay problemas de relaciones, sobre todo entre ricos y pobres, lo que se presta a la acepción de personas. Hay quejas y habladurías, pues no pueden refrenar su lengua. No hay preocupación por los débiles ni por obrar según la sabiduría que proviene de Dios, lo que explica la falta de interés por la verdad y la poca fidelidad. Hay algunos que dicen que la fe, como don de Dios, basta por sí misma, entonces, ¿para que sirven las obras buenas?
II- «¿De qué le sirve a alguien decir que tiene fe si no tiene obras?»: teología de la Carta de Santiago
1- Pobres y ricos
En las comunidades destinatarias de la Carta hay notables diferencias entre ricos y pobres. El proceder de varios está marcado por el contraste social; así, mientras el pobre es mal visto y excluido, el rico es ponderado y ubicado en los puestos de honor de las reuniones, sobre todo litúrgicas. En realidad, se trata de una conducta común, pues responde a la cultura de entonces que veía en la riqueza una fuente de poder y honor. Sin embargo, este proceder nada tiene de cristiano.
Con la tradición bíblica, el autor no condena la riqueza en cuanto tal, sino porque el rico la amasa mediante la explotación de sus trabajadores, reteniéndoles el sueldo debido y comprándose a jueces y tribunales a su favor. Así, bajo la apariencia de legalidad, se roba al débil lo poco que tiene (Sant 2,6). Y esto ocurre en la comunidad cristiana. Los bienes de estos ricos están enmohecidos y es cuestión de tiempo que se pudran con su dueño (5,2-3). El que no tuvo misericordia con los pobres que no la espere el día del juicio (2,12-13).
Para los ricos que adquieren sus bienes honradamente (Sant 4,13-16), el autor -siguiendo la tradición evangélica (Mt 6,25-34)- les pregunta qué les aprovecha preocuparse y gastar energías en algo destinado a desaparecer. Que tengan en cuenta que son sólo flor de un día que el calor marchita y vapor de agua que de inmediato se evapora (Sant 1,10-11; 4,14). El poder que otorga la riqueza, aunque se trate de la bien adquirida, no genera más que arrogancia, alejando de Dios y de los hermanos.
La respuesta cristiana es la fe en la existencia de un Dios justo y misericordioso, pues de ésta brota la sincera compasión y las obras buenas en favor de pobres y débiles. La fe, por tanto, si es auténtica, cumple la norma suprema de la Ley: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Sant 2,8).
2- Fe y obras
Como algunos afirman que la fe salva independiente de las obras, Santiago no está de acuerdo con este discipulado sin compromiso social. Esta opinión de «alguien» (Sant 2,14) responde a una comprensión falsa, entre cristianos de la diáspora, de la enseñanza de Pablo sobre la salvación por la fe y no por los méritos de la buenas obras.
Pareciera que hay una profunda discrepancia entre la salvación mediante la fe independiente de las obras sostenida por Pablo (Introducción a Romanos), y la salvación por la fe y las obras buenas sostenida por Santiago. La diferencia es de perspectivas. Pablo polemiza contra misioneros judeocristianos que imponen la circuncisión, el cumplimiento de normas alimentarias de pureza y varias otras exigencias de la Ley de Moisés como necesarias para salvarse, por lo que entonces Cristo ya no es el Salvador. Santiago, en cambio, polemiza contra aquellos que consideran que la fe es una especie de credencial mágica que les da la salvación independiente de las obras que realicen.
Santiago y Pablo, con sus respectivas tradiciones, están más en comunión que en contradicción, al punto que se sirven de un mismo modelo para sustentar lo que afirman: Dios salva a quien por su fe en él, como Abraham, realiza su voluntad (Rom 4 y Sant 2,20-24). Mientras Pablo aborda el tema de la salvación partiendo de Dios, Santiago lo hace suponiendo ya el don de la fe. Pablo nunca niega que la fe esté unida a obras buenas, pues la fe verdadera es la «que actúa por medio del amor» (Gál 5,6). Santiago, por su parte, nunca afirma que los méritos de las obras dan la salvación. Así, para Santiago como para Pablo, la fe auténtica, don inmerecido y gratuito, tiene por fruto las obras justas, no porque lo exija la Ley o la salvación, sino porque sólo el amor, suprema Ley, hace íntegro al creyente. Para ambos, por tanto, es imposible una fe auténtica sin el amor a Dios y al prójimo.
III- Organización literaria de la Carta de Santiago
1- Destinatarios y fecha de composición
El estilo literario de la Carta es de buen nivel, con elementos retóricos (paralelismos; diatribas; preguntas retóricas…) propios de griegos y hebreos. Los contenidos cristianos se abordan según las tradiciones proféticas, sapienciales y jurídicas del mundo judío, especialmente del Antiguo Testamento.
Los destinatarios son «las doce tribus dispersas por el mundo» (Sant 1,1), es decir, los judeocristianos que viven fuera de Palestina en medio del mundo grecorromano. Sin embargo, como se trata de una obra para cristianos, el autor se refiere con «las doce tribus» no al antiguo Israel, sino al pueblo de la nueva alianza, la Iglesia (1 Pe 1,1-2), en especial a aquellos cristianos de origen judío. Esto explica las referencias a temas judíos y la citación frecuente del Antiguo Testamento.
Las opiniones son diversas cuando se trata de la fecha de composición. Si la escribió Santiago el Menor, lo hizo antes del 62 d.C., año de su muerte, quizás el año 60 si tenemos en cuenta que corrige pareceres equivocados acerca de la enseñanza de Pablo en Romanos, escrita hacia el 55 d.C. o, quizás, en la primavera del 57 d.C. Si no es de Santiago, la fecha habría que ponerla en la década del 80 d.C. y, según algunos, hacia finales del siglo I, lo que es improbable. Sobre el lugar de composición se piensa que fue en la región siro–palestinense (Antioquía o Jerusalén) o en Alejandría (Egipto), que concentraba una numerosa y culta comunidad judía.
2- Organización literaria y actualidad de la Carta
Aunque no existe una clara unidad de contenidos, la organización literaria de Santiago puede ser la siguiente:
Saludo inicial | 1,1 |
I Autenticidad en la fe | 1,2-2,26 |
II Coherencia en la vida cristiana | 3,1-4,10 |
III Advertencias ante el juicio y la salvación | 4,11-5,20 |
Tres términos permiten darle un hilo conductor a los cinco capítulos: “autenticidad, coherencia y advertencias”, palabras que dan pie a tres partes. La autenticidad de la fe, primera parte, se manifiesta en la perseverancia en medio de las pruebas; en poner por obra la Palabra de Dios; en dar frutos de buenas obras, porque la fe auténtica se expresa en un amor efectivo, de modo contrario es estéril. La coherencia, segunda parte, tiene que ver con la conducta en cuanto expresión de la enseñanza de Jesús en el dominio de la lengua y en el control de su «veneno mortífero» (Sant 3,8); en la unidad y humildad de las comunidades. Las advertencias, tercera parte, se refieren a acciones imposibles de aceptar en seguidores del Señor: acumulación de riquezas y desprecio por los pobres; falta de paciencia precisamente cuando el Señor y Juez está a las puertas; oración inconstante y con poca fe.
Con muchos verbos en imperativos, los cinco capítulos de Santiago se convierten en un manual de praxis cristiana en varios ámbitos. Destacamos dos: el de la fe y el de la comunidad. La fe tiene que ser fiel en medio de las dificultades y dar aquellos frutos que manifiesten que se cree en un Dios rico en misericordia para quien los pobres y desvalidos son sus preferidos (Sant 5,11). Nada peor en la comunidad que falta de dominio de la lengua, causa de divisiones y conflictos, por lo cual se pide cultivar aquella sabiduría que procede de Dios y no del mundo.
Desde estas exigencias es posible iluminar nuestra caminar actual, y preocuparnos de opciones morales que sean testimonio transparente de Cristo; de una vida espiritual que de modo natural brote de nuestro interior y se extienda en obras de amor al prójimo; de palabras (“la lengua”) que sean instrumentos de verdad y comunión; de aquella sabiduría que, por venir de Dios, nos conduce por caminos que salvaguardan la comunión. La Carta, como ninguna, se opone a la dicotomía entre fe y vida, uno de los males más graves que amenazan nuestro seguimiento del Señor.
Carta de Santiago
Saludo inicial
Santiago saluda a las doce tribus
11 Santiago, servidor de Dios y del Señor Jesucristo, saluda a las doce tribus dispersas por el mundo.
1,1: El breve saludo inicial indica el emisor de la Carta: «Santiago», y sus destinatarios: «a las doce tribus». Santiago se presenta como servidor de Dios y de Jesucristo para reclamar de sus destinatarios atención y obediencia a sus palabras, puesto que se dirige a esas comunidades en nombre de Dios y del Señor Jesús.
1,1: 1 Pe 1,1
I
Autenticidad en la fe
1,2-2,26. Un tema central de Santiago es la fe del discípulo de Jesús. Según el capítulo 1, tiene que ser una fe valiente y fiel en medio de las adversidades, puesto que Dios es fiel con los suyos. Según el capítulo 2, una fe fecunda y coherente, cuyo fruto por antonomasia es el amor al prójimo, sobre todo a los débiles, pues así se vive la ley suprema: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19,18, citado en Sant 2,8). Entre ambos temas, Santiago nos exhorta a escuchar y poner por obra la Palabra, de lo contrario vivimos engañados y esclavos.
La autenticidad de la fe de ustedes produce perseverancia
2 Consideren que es una gran alegría, hermanos míos, verse sometidos a toda clase de pruebas, 3 sabiendo que la autenticidad de la fe de ustedes produce perseverancia; 4 sin embargo, que la perseverancia alcance una obra perfecta para que sean perfectos e íntegros, sin que carezcan de nada.
5 Si alguno de ustedes carece de sabiduría, pídala a Dios y Dios, que da a todos con generosidad y sin echarlo en cara, se la concederá. 6 Pero que pida con fe, sin dudar, porque el que duda es semejante al oleaje del mar agitado por el viento y zarandeado de un lado a otro. 7 Nada espere recibir del Señor un hombre como éste, 8 indeciso e inestable en todos sus caminos.
9 Que el hermano de condición humilde se gloríe cuando es exaltado 10 y que el rico se gloríe cuando es humillado, porque pasará como flor de hierba: 11 así como se seca la hierba, cae su flor y desaparece su belleza apenas sale el sol con su calor abrazador, así también se marchitará el rico en lo que emprenda.
12 Dichoso el hombre que persevera en la prueba, porque -una vez superada- recibirá la corona de la vida que Dios prometió a quienes lo aman.
1,2-12: En medio de las dificultades, los discípulos se distinguen por su fe sin sombra alguna de duda (Mc 11,22-24). Esas dificultades son, por un lado, la inestabilidad de algunos en el seguimiento del Señor debido a los conflictos y, por otro, una fuerte tensión social entre ricos y pobres, todos discípulos del Señor. Estas ni ninguna otra dificultad pueden agitar la fe del discípulo como el viento sacude las olas del mar. La perseverancia en el seguimiento de Jesús hace que el discípulo sea perfecto e íntegro. Pero necesita sabiduría, humildad y alegría. La sabiduría es la de Dios (Sant 3,13-18), la que como todos sus bienes hay que pedir con fe, sin sombra de duda; ella permite caminar firme y seguro en el seguimiento del Señor. La humildad, cualquiera sea la condición social, brota de la consideración de que todos compartimos el mismo destino, insinuado con la imagen de la hierba que perece y, sobre todo, la misma condición de hijos de Dios engendrados por la Palabra de la verdad (1,18). La alegría tiene que ser la condición habitual del que imita a Jesús, incluso en sus pruebas (Mt 5,10-12).
1,2-3: Rom 5,3-5; 1 Pe 1,6-7 / 1,5: 1 Re 3,7-12 / 1,5-6: Mc 11,24; Jn 16,23-24 / 1,6: Ef 4,14 / 1,8: 1 Re 18,21 / 1,9: Jr 9,23-24 / 1,9-10: Am 8,4-7; Mt 5,3.5 / 1,10-11: Is 40,6-7; 1 Pe 1,24-25 / 1,12: Sab 5,15; 1 Cor 9,25
Dios no prueba a nadie
13 Que nadie, cuando sea probado, diga: «¡Es Dios quien me prueba!», porque Dios no puede ser probado por el mal ni prueba a nadie, 14 más bien cada uno es puesto a prueba por sus deseos desordenados que lo arrastran y seducen. 15 Y una vez que el deseo desordenado ha concebido, da a luz al pecado, y cuando el pecado se ha cometido, engendra la muerte.
16 No se engañen, mis queridos hermanos. 17 Todo buen regalo y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces en quien no hay cambio ni sombra de variación. 18 Por propia iniciativa él nos engendró mediante la Palabra de la verdad, para que fuéramos los primeros frutos entre sus criaturas.
1,13-18: Una creencia común es que Dios nos prueba. Describiendo el dinamismo del pecado como la generación biológica (1,15), el autor nos enseña que Dios no tienta a nadie. Las pasiones desordenadas que habitan en nosotros nos inclinan al placer desordenado y a la maldad. Esos deseos, una vez consentidos, se convierten en pecado, es decir, en producto de una opción libre opuesta al querer de Dios y a su amor. El pecado cometido tiene por fruto la muerte o el quebrantamiento de la comunión con Dios. Así, cada uno es tentado por aquellos deseos desordenados que lo llevan a la muerte. Por lo demás, Dios es la causa de todo don perfecto, no del mal, al modo como la luz siempre desciende de los astros (1,17). Y su don perfecto es convertirnos en los primeros frutos de su acción salvadora. Así, mientras el pecado nos engendra para la muerte, Dios nos engendra para la vida mediante la Palabra de la verdad o del Evangelio, que es el anuncio de la salvación en Jesucristo para quienes crean (Col 1,5).
1,13: Éx 4,21; Rom 9,8; 1 Cor 10,13-14 / 1,15: Rom 5,12; Heb 6,1 / 1,16: 1,17: Nm 23,19; Mal 3,6 / 1,18: Jr 2,3; Ef 1,13; Col 1,5; Ap 14,4
Reciban con docilidad la Palabra
19 Sepan, mis queridos hermanos, que cada uno debe estar pronto a escuchar, pero ser lento para hablar y para la ira, 20 porque la ira del hombre no hace lo que es justo ante Dios. 21 Por eso, despojándose de toda inmundicia y de tanta maldad, reciban con docilidad la Palabra plantada en ustedes y que tiene poder para salvarlos.
22 Pongan en práctica la Palabra y no se contenten sólo con oírla, engañándose a ustedes mismos. 23 Porque si alguno sólo oye la Palabra, pero no la pone en práctica, se parece a un hombre que mira su cara en un espejo 24 y, aunque se ha mirado, apenas se va, se olvida de cómo era. 25 En cambio, el que se fija con atención en la ley perfecta, aquella que hace libres, y persevera en ella, no como oyente olvidadizo, sino poniéndola por obra, ese será dichoso al practicarla.
26 Si alguno se tiene por un hombre religioso y no domina su lengua, engaña su corazón y su religiosidad no tiene valor. 27 La religiosidad auténtica e intachable ante Dios Padre consiste en atender a huérfanos y viudas en sus aflicciones y mantenerse incontaminado del mundo.
1,19-27: Entre la fe en medio de las pruebas y la fe expresada en obras de amor (nota a 1,2-2,26), se encuentra este pasaje sobre la palabra, su escucha y puesta en práctica. Tal como ya sabíamos por la literatura sapiencial (Eclo 5,9-14; 28,13-26), la palabra o la lengua del ser humano tiene un inmenso poder para construir o destruir. La reflexión, tal vez por conflictos en reuniones litúrgicas, se centra tanto en la palabra humana como en la divina. Hay que escuchar antes que hablar; la palabra insensata y la ira alejan de lo que para Dios es recto. Cuando se trata de la Palabra de Dios, la escucha produce docilidad, y ésta lleva a su puesta en práctica. La comparación con aquel que se mira en el espejo enfatiza ambas disposiciones (Sant 1,23-25): así como de nada sirve mirarse si uno se olvida de su rostro, así de nada sirve escuchar si uno no practica. Para Jesús y el mundo judío del siglo I, lo que se dice y no se hace es como si no existiera (Lc 11,28). La Palabra de Dios escuchada y practicada es fuente de salvación y libertad. El auténtico creyente domina su lengua y se alimenta de la Palabra de Dios, atiende a los necesitados (Is 1,17; Sal 68,6) y no se deja manchar por los pecados del mundo (Sant 4,4).
1,19: Prov 13,3; 15,1 / 1,21: Rom 13,12; Col 3,8-10 / 1,22: Esd 7,10; Mt 7,21.24-27; Lc 11,28 / 1,25: Rom 8,2 / 1,26: Sal 34,13; Prov 18,21; Eclo 19,6-10 / 1,27: Is 1,16-17; Eclo 4,10
¡Ustedes han despreciado al pobre!
21 Hermanos míos, ustedes no pueden tener fe en nuestro Señor Jesucristo glorificado y hacer acepción de personas. 2 Supongamos que cuando están reunidos entra un hombre con un anillo de oro y un vestido espléndido y entra también un pobre con un vestido miserable. 3 Si se fijan en el que lleva el vestido espléndido y le dicen: «¡Tú, siéntate aquí, en el lugar de honor!», y al pobre, en cambio, le dicen: «¡Tú, quédate ahí de pie!», o bien: «¡Siéntate en el suelo, a mis pies!», 4 ¿no están acaso haciendo diferencias entre ustedes y convirtiéndose en jueces con criterios perversos?
5 Escuchen, mis queridos hermanos: ¿acaso Dios no eligió a los pobres según el mundo, para hacerlos ricos en la fe y herederos del Reino que prometió a quienes lo aman? 6 ¡Ustedes han despreciado al pobre! ¿Acaso no son los ricos quienes los oprimen y los hacen comparecer ante los tribunales? 7 ¿No son ellos los que injurian el hermoso Nombre invocado sobre ustedes?
8 Muy bien hacen si cumplen, según la Escritura, la que es la ley suprema: Amarás a tu prójimo como a ti mismo [Lv 19,18]. 9 Pero si hacen acepción de personas cometen pecado y quedan condenados como transgresores por la Ley. 10 Porque aquel que cumpla toda la Ley, pero falla en un solo precepto, se hace reo de todos ellos. 11 Pues el que dijo: No cometas adulterio [Éx 20,14; Dt 5,18], dijo también: No mates [Éx 20,13; Dt 5,17]. Por tanto, si no cometes adulterio, pero matas, te conviertes en transgresor de la Ley.
12 Hablen y actúen como conviene a quienes van a ser juzgados por una ley que hace libres. 13 Porque tendrá un juicio sin misericordia quien no practicó la misericordia. Pero la misericordia triunfa sobre el juicio.
2,1-13: La arrogancia de los ricos se hacía sentir, incluso, injuriando el nombre de Jesucristo que se invocaba en el momento del bautismo (Hch 2,38; 19,5). La comunidad se dejaba llevar por la acepción de personas, privilegiando al rico y bien vestido sobre el pobre y andrajoso. Estas prácticas en el mundo grecorromano no eran extrañas, puesto que lo común era tratar con más honor a quien más dinero y poder ostentaba. Para muchos, la riqueza era signo de bendición divina. La crítica profética, como la de Amós, denunciaba cómo el rico se hacía tal: explotando al pobre y haciéndolo comparecer en los tribunales para robarle sus bienes (Am 6,1-14; 8,4-14; Sant 2,6-7). Debió, pues, llamar la atención la afirmación de que la predilección de Dios es por pobres, huérfanos, viudas y extranjeros a quienes invita a su Reino, haciéndolos herederos de su bienes divinos. Si Cristo optó por los más débiles, mostrando que ellos son los primeros que entrarán en el Reino de su Padre, discriminarlos y despreciarlos es incompatible con la imitación de Cristo y el amor al prójimo (Prov 14,21; Mc 12,28-34). La misericordia es el distintivo del discípulo de Jesús, porque Dios es rico en misericordia (Sant 5,11).
2,1: 1 Cor 2,8 / 2,2: Gál 1,22 / 2,5: Is 66,2; Lc 6,20 / 2,7: Is 52,5; Hch 2,38 / 2,8: Mt 22,39-40 / 2,9: Dt 1,17 / 2,11: Mt 5,21-22 / 2,12: Rom 2,12 / 2,13: Eclo 28,1-5; 1 Jn 4,18
La fe sin obras está muerta
14 Hermanos míos, ¿de qué le sirve a alguien decir que tiene fe si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? 15 Supongamos que un hermano o una hermana están desnudos y carecen del alimento diario, 16 y uno de ustedes les dice: «¡Vayan en paz, caliéntense y aliméntense bien!», pero no les dan lo necesario para su cuerpo, ¿de qué sirve? 17 Así pasa también con la fe: si no va acompañada de obras, está del todo muerta.
18 Pero alguno podría replicar: «Tú tienes fe y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin las obras, que yo te mostraré la fe por medio de mis obras». 19 ¿Tú crees que hay un solo Dios? ¡Haces bien! Pero también los demonios creen y se estremecen.
20 ¿Quieres comprender tú, insensato, que la fe sin obras es estéril? 21 Abrahán, nuestro padre, ¿acaso no fue constituido justo por las obras al ofrecer a su hijo Isaac sobre el altar? 22 Ya ves cómo la fe cooperaba con sus obras y gracias a las obras su fe alcanzó la perfección. 23 Y así se cumplió la Escritura que dice: Abrahán le creyó a Dios, quien tomó en cuenta su fe para hacerlo justo [Gn 15,6], y fue llamado “amigo de Dios”. 24 Vean, pues, cómo Dios hace justo al hombre también por las obras y no sólo por la fe. 25 Del mismo modo Rajab, la prostituta, ¿acaso Dios no la hizo justa por sus obras al dar hospedaje a los mensajeros y enviarlos por otro camino? 26 De la misma manera que un cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta.
2,14-26: El amor al prójimo, sobre todo a los pobres (nota a 2,1-13), se retoma desde la relación fe y obras. Parece haber oposición entre Santiago y Pablo, puesto que éste enseña que la obra salvadora de Dios se realiza mediante la fe y no por los méritos de las buenas obras (ver 2,20-24 y Rom 4,1-8; Gál 3,5-7). En realidad, este punto no se discute. Para ambos, la iniciativa de la salvación es de Dios (Sant 1,16-18). Lo que se aquí insiste es que la fe, una vez recibida, tiene que expresarse mediante buenas obras, lo que Pablo también afirma (1 Cor 13; Gál 5,6). Así, si la fe es don de Dios, las obras también lo son. Para ilustrar la enseñanza se presentan dos modelos: Abraham que le creyó a Dios y le obedeció, y Rajab, la extranjera, que salvó a los israelitas enviados a explorar la tierra prometida porque confió en el Dios de Israel (Jos 2). La fe auténtica cree en Dios y jamás se olvida de los hijos de Dios, expresándose mediante obras buenas que no se practican para conseguir la salvación, sino que son frutos maduros de la fe. La fe dispone la vida para el servicio de los demás. No hay que olvidar que los demonios también creen, pero no les basta para salvarse, porque jamás se han puesto al servicio de los hombres.
2,14: Mt 7,21; Gál 5,6 / 2,15-17: 1 Jn 3,17 / 2,19: Mc 1,24.34 / 2,21: Gn 22,1-4; Heb 11,17 / 2,23: Gn 15,6; Is 41,8 / 2,25: Jos 2,1-21; 6,17; Heb 11,31
II
Coherencia en la vida cristiana
3,1-4,10: La coherencia de vida es una de las principales preocupaciones de Santiago que ahora se exige a propósito de tres temas: la lengua o las palabras (3,1-12), la sabiduría en la vida (3,13-18) y la unidad de la comunidad (4,1-10). Para alcanzar la cohesión de vida en estos ámbitos se requiere de un continuo discernimiento. El autor se preocupa de aportar los criterios para ello y nos advierte qué frutos obtendremos de seguir el camino verdadero o falso. La opción corresponde ahora a cada uno y a la comunidad.
Ningún hombre es capaz de domar la lengua
31 Hermanos míos, no pretendan muchos de ustedes ser maestros, sabiendo que tendremos un juicio más severo, 2 pues todos nos equivocamos muchas veces. Si alguno no se equivoca en el hablar, ese es un hombre perfecto, capaz también de refrenar todo su cuerpo.
3 Si ponemos el freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, dirigimos también todo su cuerpo. 4 Fíjense también en los barcos: aunque sean grandes y los empujen vientos impetuosos son dirigidos por un pequeño timón a donde la voluntad del piloto quiera. 5 Lo mismo sucede con la lengua: es un miembro pequeño, pero alardea de grandezas. Miren cómo un fuego tan pequeño incendia un gran bosque. 6 Y la lengua también es un fuego, un mundo de maldad que colocada entre nuestros miembros contamina todo el cuerpo y, abrasada por el fuego de la Gehena, hace arder todo el curso de la vida.
7 Toda especie de fieras, aves, reptiles y peces han sido y son domados por el género humano. 8 En cambio, ningún hombre es capaz de domar la lengua, porque es un mal incontrolable, llena de veneno mortífero. 9 Con ella bendecimos al Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, hechos a semejanza de Dios. 10 De la misma boca salen bendición y maldición. Hermanos míos, ¡esto no debe ser así! 11 ¿Es que de una misma fuente y por el mismo conducto sale a la vez agua dulce y amarga? 12 ¿Acaso, hermanos míos, puede una higuera dar aceitunas y una viña higos? Pues tampoco una fuente de agua salada puede dar agua dulce.
3,1-12: Se vuelve a tema de la palabra representada por la lengua y la boca. Al igual que antes (nota a 1,19-27), se pone en su lugar a los que se creen maestros y confunden a los demás con sus discursos, quizás en las reuniones litúrgicas de la comunidad (1 Cor 12,27-30). El acento se pone en quien habla, y se le recuerda que la lengua no deja de ser un mundo de fuego que no sólo estropea la comunidad, sino que contamina todo su ser. ¡De una misma lengua brotan bendiciones y maldiciones! A pesar de ser un miembro tan pequeño es incontrolable y su veneno mortífero. ¿Qué hacer? Con dos imágenes se responde la pregunta (Sant 3,3-4). Así como con un freno se domina a los caballos y con un pequeño timón se dirigen grandes barcos, así también la lengua se puede frenar y gobernar para que sea instrumento de verdad y bendición. Con dos imágenes más se pide la conversión (3,11-12). Como no brota a la vez de una misma fuente agua dulce y amarga, y como no es posible que un árbol dé frutos que no le correspondan, así no pueden seguir brotando de una misma boca palabras que bendicen y palabras que maldicen. Es indispensable la conversión del corazón, pues «la boca habla de aquello que está lleno el corazón» (Mt 12,34).
3,1: 1 Cor 12,28-29 / 3,2: Prov 10,19; 18,21 / 3,5: Dn 7,8.20 / 3,6: Prov 16,27; Mc 9,43 / 3,7: Gn 1,26; 9,2 / 3,8: Sal 140,3; Rom 3,13 / 3,9: Gn 1,26-27 / 3,12: Mt 7,16-18; Lc 6,43-45
La sabiduría que viene de lo alto es pura
13 ¿Quién de ustedes es sabio y experto? Que demuestre con su buena conducta que sus obras son hechas con la docilidad propia de la sabiduría. 14 Pero si aún tienen en su corazón amarga envidia y rivalidad, no presuman ni falten contra la verdad. 15 Tal sabiduría no viene de lo alto, porque es terrena, sensual y maligna. 16 Donde hay envidia y rivalidad allí hay desorden y toda clase de maldad. 17 En cambio, la sabiduría que viene de lo alto es, en primer lugar, pura y también pacífica, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial y sincera. 18 Los que trabajan por la paz siembran en paz y su fruto es la justicia.
3,13-18: Como si no hubiera bastado haber hablado de la sabiduría (1,5-8) se vuelve a ella. Esta nueva exhortación se inicia con la pregunta acerca de quién se considera sabio y experto (3,13). Con un propósito pastoral y siguiendo la literatura sapiencial, se presentan dos tipos de sabiduría, la del verdadero sabio y la otra, la del falso sabio (3,1-2). La auténtica sabiduría tiene por fuente a Dios, el único Sabio, y se manifiesta mediante obras buenas que son aquellas que responden a lo que es justo para Dios, esto es, a su querer; sus múltiples frutos favorecen la convivencia y la fraternidad; procede de un corazón puro, es decir, sin ídolos y atenta al conocimiento de Dios y a las disposiciones que él quiere. La falsa sabiduría tiene por fuente al Diablo (4,7) y se manifiesta en todo tipo de obras malas que generan divisiones y conflictos; procede de un corazón lejos de Dios, de su gracia y su paz. Es decir, ¡por sus frutos los conocerán! La comunidad y cada uno en ella no sólo tienen que discernir al verdadero del falso sabio, sino aspirar al don divino de la sabiduría.
3,13-18: Prov 1-9; Sab 6,22-11,14; Bar 3,9-4,4 / 3,13: Ef 4,1-2 / 3,14: Jds 19 / 3,15: 2 Cor 2,12; 1 Cor 3,3 / 3,17: 1 Cor 13,4-7; Flp 1,11; Mt 5,9
Dios resiste a los soberbios
41 ¿De dónde proceden las peleas y riñas que se dan entre ustedes? ¿No es precisamente de sus deseos de placer que luchan en su interior? 2 Ustedes codician y, como nada obtienen, entonces matan; envidian, pero como nada logran, no cesan de reñir y pelear. Nada obtienen, porque no piden. 3 Piden y no reciben, porque piden mal, con la intención de satisfacer sus deseos de placer.
4 ¡Gente adúltera! ¿No saben que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? El que quiera, pues, ser amigo del mundo, se hace enemigo de Dios. 5 ¿O piensan que la Escritura declara en vano: Acaso el espíritu que Dios hizo habitar en nosotros es para desear el mal? 6 Incluso así, él da una gracia todavía más grande, por eso la Escritura dice: Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes [Prov 3,34]. 7 Sean, pues, sumisos a Dios. Resistan al Diablo y éste huirá de ustedes. 8 Acérquense a Dios y él se acercará a ustedes. Pecadores, purifiquen sus manos; indecisos, limpien su corazón. 9 Lamenten su miseria, hagan duelo y lloren. Que su risa se convierta en duelo, y su alegría en tristeza. 10 Humíllense delante del Señor y él los engrandecerá.
4,1-10: No sólo es indispensable la coherencia en las palabras y en la sabiduría, sino también en la vida comunitaria (nota a 3,1-4,10). Las divisiones se generan en el interior de cada uno cuando sus deseos incontrolados, contrarios a la fe cristiana, se apoderan de él. De un corazón así, ocupado por ídolos, brota todo tipo de rencillas y rupturas. ¡Incluso lo que le piden a Dios es para satisfacer sus placeres! Éstos son hijos del mundo en cuanto realidad que se enfrenta a Dios (4,4; Jn 15,18-19); son «gente adúltera» en cuanto infieles a la alianza con Dios-esposo (Sant 4,4; ver Os 2,4-25). Quien se somete al Diablo será resistido por Dios quien no soporta la soberbia ni la rebeldía; en cambio, quien se somete a Dios y es dócil, Dios le dará su favor. No se puede servir a dos señores, a Dios y al mundo (Mt 6,24). Para vivir en amistad con Dios hay que purificar las “manos” y el “corazón” (Sant 4,8) que en el siglo I representaban las acciones del ser humano y su mundo interior (pensamientos, sentimientos y decisiones). La conversión sincera a la comunión con Dios es fuente de comunión con los hermanos, en especial con los pobres y desvalidos.
4,1: Rom 7,23 / 4,2: Is 66,18; Mt 6,5-13.33 / 4,3: Rom 8,26 / 4,4: Is 1,21; Jr 3,6-10; Os 2,2 / 4,6: 1 Pe 5,5 / 4,7: 1 Pe 5,8-9 / 4,8: Zac 1,2-3; Mal 3,7 / 4,9: Is 32,11-14 / 4,10: Mt 23,12
Sant 4,5: el pasaje es desconocido; podría tratarse de algún libro apócrifo o de una interpretación propia de aquel tiempo de Éx 20,5 o Jb 14,15.
III
Advertencias ante el juicio y la salvación
4,11-5,20. Siguen una serie de advertencias, y algunas se inician con un llamado de atención (4,13; 5,1). ¿En qué hay que poner cuidado? En no hablar mal ni juzgar a los hermanos de la comunidad (4,11-12); en no dar por supuesto cuál es la voluntad de Dios, y en no olvidar cuál es el destino del que adquiere sus riquezas mediante la injusticia y la opresión (4,13-5,6); en que sufrimientos y pruebas no causan la infidelidad, pues muchos en medio de ellos, como los profetas, han sido fieles a Dios (5,7-12), y en que los pecados y enfermedades reciban, mediante la oración y gestos potestativos, la debida solicitud espiritual (5,13-18). El final de la Carta es abrupto (5,19-20).
¿Quién te crees tú para juzgar al prójimo?
11 Hermanos, no hablen mal unos de otros. El que habla mal de un hermano o juzga a su hermano, habla mal de la Ley y juzga a la Ley. Y si juzgas a la Ley, ya no eres cumplidor de la Ley, sino su juez. 12 Y no hay más que un solo legislador y juez, el que puede salvar y destruir. Por tanto, ¿quién te crees tú para juzgar al prójimo?
4,11-12: Una interpelación que más de alguna vez hemos hecho es ésta: “Y tú, ¿quién te crees para juzgarme?” (4,12). ¿Por qué el otro ni yo puedo ser juez de los demás? Cuando uno habla mal y juzga al prójimo ocupa el puesto que le corresponde a la Ley, es decir, a Dios y a su voluntad. Cómo sólo él es el autor de la Ley, él es el único Legislador y Juez. Por tanto, ¿quién podría sentirse capaz de suplantar una función propia de Dios y de su Hijo Jesús? La corrección fraterna es diferente al juicio del que aquí se habla (Mt 7,1-5; 18,15-17), porque la corrección mira a la conversión, mientras que el juicio a la condena del hermano. Quien actúe sin misericordia no olvide que «tendrá un juicio sin misericordia» (Sant 2,13).
4,11: Lv 19,16; Mt 7,1-5 / 4,12: Mt 10,28; Rom 2,1; 14,4; Heb 12,23
Su riqueza está podrida
13 Atiendan ahora los que dicen: «Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad, pasaremos allí el año, haremos negocios y ganaremos dinero». 14 Y esto lo dicen los que no saben que ocurrirá con su vida el día de mañana, pues son vapor de agua que aparece un instante y luego se evapora. 15 Más bien digan: «Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello». 16 Ahora, en cambio, ustedes se glorían de sus arrogancias y todo alarde como éste es malo. 17 Por tanto, el que sabe cómo hacer el bien y no lo hace, en eso está su pecado.
51 Atiendan ahora los ricos, lloren a gritos por las desgracias que van a sufrir. 2 Su riqueza está podrida y su ropa comida por polillas. 3 Su oro y su plata están enmohecidos y ese moho será testigo contra ustedes el que, como un fuego, devorará sus cuerpos. ¡Hasta en los últimos tiempos han acumulado riquezas! 4 Sepan que el salario de los trabajadores que segaron sus campos y que ustedes no han pagado está clamando y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor todopoderoso [Is 5,9]. 5 Aquí en la tierra han vivido lujosamente y entregados a los placeres, engordándose a sí mismos para el día de la matanza [Jr 12,3]. 6 Han condenado y matado al justo, quien ya no les ofrece resistencia.
4,13-5,6: Un mismo llamado de atención (4,13; 5,1) da inicio a dos pasajes de dimensión social. Según el primero (4,13-17), algunos obtienen sus bienes con esfuerzo y negocios justos, pues en distintas ciudades y por largo tiempo compran y venden. Sin embargo, ya que tanto se sacrifican debieran preguntarse: “¿qué pasará con mi vida y los bienes que acumulo?” (Lc 12,13-21). ¡El ser humano es como vapor de agua que se evapora de un momento a otro! Tienen que responder con su vida y sus bienes a lo que el Señor disponga y, como él, poner su predilección en pobres y desvalidos (Sant 2,1-9). La riqueza, incluso aquella adquirida honradamente, convierte en arrogante a quien se deja poseer por ella. En el segundo pasaje (5,1-6) y al estilo de Amós (Am 5,10-15), se denuncia a los que se enriquecen a costa de las injusticias cometidas contra sus trabajadores (Dt 24,14-15), buscando resquicios legales para no pagar lo que deben. Se llenan de lujos y placeres por su injusticia, y así no hacen más que engordarse «para el día de la matanza» o del juicio (Sant 5,5; ver Is 34,6; Jr 25,34). Su riqueza está podrida y es cuestión de tiempo que se consuman con ella. El que en vez de hacerle el bien al justo lo mata con su injusticia, comete pecado (Mt 25,31-46).
4,13-14: Prov 27,1 / 4,14: Job 7,7; Sab 2,4; 5,9-13 / 4,17: Lc 12,47 / 5,1-6: Is 3,14-15; 10,1-4; Jr 5,26-29 / 5,4: Dt 24,14-15; Jr 22,13; Eclo 4,2-6; 35,17 / 5,5: Jr 12,3; 25,34 / 5,6: Prov 1,11-13; Sab 2,10-20
¡Miren que el Juez está a las puertas!
7 Por tanto, hermanos, tengan paciencia hasta la venida del Señor. Miren cómo el campesino espera el fruto precioso de la tierra, aguardando con paciencia hasta que éste reciba las lluvias tempranas y las tardías. 8 Así también ustedes, tengan paciencia y fortalezcan sus corazones, porque la venida del Señor está llegando. 9 Hermanos, no se quejen unos de otros, para que no sean condenados. ¡Miren que el Juez está a las puertas!
10 Hermanos, tomen como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas, que hablaron en nombre del Señor. 11 No pierdan de vista que consideramos dichosos a los que han perseverado. Ustedes oyeron hablar de la perseverancia de Job y vieron el final que el Señor le concedió, porque él es compasivo y rico en misericordia.
12 Y sobre todo, hermanos, no juren ni por el cielo ni por la tierra ni hagan ninguna clase de juramento. Que el “sí” de ustedes sea sí, y el “no” sea no, para que no sean condenados.
5,7-12: Frente a las persecuciones por causa de Jesús y a la opresión de los débiles por parte de ricos y poderosos, el autor aporta una certeza y un modelo. La certeza (5,7-9) es que toda injusticia tienen fecha de término: la venida o parusía del Señor que es justo, acontecimiento de gozo para los oprimidos y de terror para los opresores. Por tanto, que a los que sufren por Cristo los anime la esperanza y la paciencia, y al igual que un campesino espera sin impacientarse el fruto de lo sembrado, así quien sufre espere a su Señor y Juez que está a las puertas. Modelo de fidelidad en el sufrimiento es Job y los profetas (5,10-11), considerados mártires en la tradición bíblica; a éstos y a los que son como ellos, Dios les retribuye con creces, porque «es compasivo y rico en misericordia» (5,11). Su sufrimiento, por tanto, al igual que el del Mesías, es liberador. Finalmente, tras las huellas del Antiguo Testamento y del mismo Jesús (Mt 5,33-37), el autor insiste en una especie de ética de la palabra, pidiendo que no se jure en ninguna ocasión, pues basta que el “sí” sea “sí” y el “no” sea “no”; todo «lo demás viene del Maligno» (5,37).En realidad, no se trata sólo de un modo de hablar, sino de vivir.
5,7: Dt 11,14; Jr 5,24 / 5,8: Mt 24,30; 1 Tes 4,13-17 / 5,9: Hch 10,42; Rom 2,16 / 5,11: Éx 34,6; Sal 103,8; 111,4; Eclo 2,11 / 5,12: Eclo 23,9; Mt 5,34-37
La oración hecha con fe salvará al enfermo
13 ¿Sufre alguno de ustedes? Que ore. ¿Está alguno alegre? Que cante salmos. 14 ¿Está alguno enfermo? Que llame a los presbíteros de la Iglesia, para que oren sobre él y lo unjan con aceite en el nombre del Señor. 15 La oración hecha con fe salvará al enfermo y el Señor lo restablecerá y, si ha cometido algún pecado, le será perdonado. 16 Por tanto, confiesen mutuamente sus pecados y oren unos por otros, para que sean sanados.
Mucho puede la plegaria ferviente del justo. 17 Elías era un ser humano como nosotros y, cuando oró con insistencia para que no lloviera, no llovió sobre la tierra durante tres años y seis meses. 18 Después oró de nuevo y el cielo dio la lluvia y la tierra produjo su fruto.
5,13-18: Este es el primer testimonio escrito de la práctica de la unción de enfermos en las comunidades cristianas. En ella, la Iglesia ve el origen del Sacramento de la Unción (Mc 6,12-13). El enfermo se presenta con tres verbos griegos: padecer dolor, estar débil y sentirse desanimado (5,13.14.15). Para éstos, la sanación de la persona y el perdón de sus pecados radica en la intervención del presbítero hecha con fe, invocando el poder salvador de la Palabra de Dios sobre el enfermo mediante la plegaria y el gesto de la unción con aceite. Por la plegaria y el gesto, Dios salva al enfermo y lo restablece o “levanta”, verbo empleado para indicar la resurrección de Jesús de cuya vida nueva el enfermo es hecho partícipe. Oraciones y gestos realizados en el nombre del Señor, el mismo Nombre en que se bautizan sus discípulos (Hch 2,38; 1 Cor 6,11) y contraen matrimonio (1 Cor 7,39), aseguran la acción de Dios salvador en bien del enfermo. El ejemplo del profeta Elías muestra lo poderosa que es la oración hecha con fe (1 Re 18,42-45): el poder de su oración proviene de su fe y no de su condición de «ser humano como nosotros» (Sant 5,17), por lo que también nosotros podemos orar unos por otros con tal intensidad de fe que Dios nos regalará sus bienes salvíficos cuando intercedamos por los enfermos en el cuerpo y en el espíritu.
5,14: Mt 9,1-8; Mc 6,13; Lc 10,34; Hch 11,30 / 5,15: Mc 16,18 / 5,16: Prov 28,13; Eclo 4,25-26 / 5,17: 1 Re 17,1; 18,1; Eclo 48,2-3; Lc 4,25 / 5,18: 1 Re 18,42-45
El que convierte a un pecador de su mal camino, salvará su vida
19 Hermanos míos, si alguno de ustedes se desvía de la verdad y otro lo convierte, 20 sepa que el que convierte a un pecador de su mal camino salvará su vida de la muerte y obtendrá el perdón de una multitud de pecados.
5,19-20: El final de la Carta es abrupto y no es más que continuación de las exhortaciones con las que viene desde antes. No hay saludos, ni referencias a personas, ni los buenos deseos como se acostumbra en las cartas de la época, tal como lo encontramos en Pablo (1 Cor 16,19-23), y ni siquiera un “Amén” conclusivo. En vez de estas formalidades literarias propias del saludo final encontramos una exhortación particular a practicar la corrección con los que se desvían de la verdad o del Evangelio. ¿Quién salva «su vida de la muerte»? (5,20). La respuesta, que queda ambigua, podría ser tanto el que ayuda a salir de la mentira al hermano como el que, por salir de la mentira, Dios salva su vida.
5,19: Gál 6,1 / 5,20: Prov 10,12; 1 Pe 4,8