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ATRAS

(16 capítulos)

CARTAS DE JUAN


Introducción a 1-3 Juan


I- «Éste es el mensaje que oyeron desde el principio» (1 Jn 3,11): tradición joánica y comunidades


El cuarto Evangelio, las tres Cartas y el Apocalipsis, atribuidos a Juan, conforman una unidad literaria y teológica diversa a los evangelios sinópticos y a las Cartas paulinas. Esta unidad recibe el nombre de “tradición joánica” y contiene una visión particular de cómo seguir a Jesucristo. Se trata de un cuerpo vivo de enseñanzas, espiritualidad y disciplina que conoció una progresiva profundización conforme a las necesidades y desafíos que enfrentaban las comunidades. 

A pesar de algunos rasgos notables de vida cristiana (1 Jn 2,12-14; 2 Jn 4; 3 Jn 3-6), las comunidades de tradición joánica están pasando por una seria crisis, lo que ya se percibe en el tono polémico de las Cartas. Son comunidades que distribuidas en una amplia zona del Asia Menor, viven su fe a finales del siglo I d.C. y comienzos del II, están abiertas a la incorporación del mundo gentil y conocen una importante actividad misional. La crisis la provoca el enfrentamiento, por un lado, con comunidades cristianas disidentes y, por otro, con falsos maestros y profetas presentes en las comunidades joánicas que tergiversan la enseñanza del Evangelio según Juan sobre Cristo, afectando la moral, la comprensión de la salvación y la obra del Espíritu. Es probable que se trate de predecesores del movimiento gnóstico, el que se desarrollará en el siglo II d.C. Como no aceptan que Jesús de Nazaret sea el Hijo de Dios ni el Mesías o Cristo que se encarnó, haciéndose realmente uno de nosotros, concluyen que su muerte en cruz fue aparente por lo que no tuvo valor salvífico (1 Jn 2,22; 4,2-3.14-15; 2 Jn 7). En materia moral conocen el mandato del amor, pero no lo practican, sembrando intrigas y mentiras. Aseguran permanecer en la luz y se tienen por puros, pero en realidad viven en las tinieblas; afirman estar en comunión con Dios, pero aborrecen a los hijos de Dios, sus hermanos. Ni la verdad ni sus hechos respaldan sus pretensiones (1 Jn 3,18). En la raíz de sus errores está la ausencia de la experiencia transformadora del amor de Dios y de la comunión de amistad con su Hijo, lo que distinguió a Juan y a los discípulos de Jesús (Jn 15,13-15; 17,20-23).

Con duros epítetos, que reflejan la crisis que a varios llevaba a la apostasía, se identifica a los que se separaron de la auténtica tradición joánica: hijos de Caín, hijos del Diablo y homicidas; falsos profetas, mentirosos y seductores y, sobre todo, anticristos e impostores. 


II- «Dios es amor» (1 Jn 4,16): teología de 1-3 Juan


1- Hijos e hijas del Padre en el Hijo unigénito


1-3 Juan conocen las enseñanzas del cuarto Evangelio y recurren a ellas para fundamentar la fe de las comunidades joánicas que incluye la fidelidad a la doctrina transmitida. También se encuentran en ellas temas de la tradición cristiana común, como la parusía, el juicio final y el carácter sacrificial y purificador de la sangre de Jesús. Los temas joánicos se identifican por vocabulario y contenido, y 1 Juan sobre todo tiene en cuenta varios motivos bautismales. El Padre es luz y amor que convierte en su hijo a quien cree en su Hijo unigénito y se bautiza. Por la obra salvadora de Cristo, el hijo de Dios es sacado del pecado (1 Jn 1,9; 3,8), de las tinieblas y del odio que caracteriza al mundo y los que pertenecen a él. Sin embargo, el hijo de Dios está en el “mundo”, que no es sólo el cosmos en cuanto creación de Dios, sino también el ámbito donde residen aquellos que el Anticristo domina y le sirven como sus agentes de maldad. El Anticristo es quien representa todo lo que se opone a Dios y a su plan salvador realizado por Cristo (1,1-3; 2,18-19; 4,1-3). Varias antítesis, como en la literatura de Qumrán, muestran el combate de los que provienen de Dios contra la maldad de los que responden al Anticristo: “luz-tiniebla”, “verdad-mentira”, “Dios-mundo”, “hijos de Dios-hijos del Diablo”. 

No porque el creyente sea hijo de Dios está libre de pecado, lo que descubre gracias a la luz de Dios. Como Cristo lo redimió con su sangre (1 Jn 2,1-2), sabe que no puede vivir en las tinieblas, bajo el dominio del Maligno (5,18-19), pues está llamado a la vida eterna y a una vida en comunión perfecta con Dios y los hermanos. Esto significa que aunque aquí ya se asemeje a Dios (4,17), lo más perfecto está aún por venir cuando participe de la gloria del Padre, cumpliéndose así su propósito de crearnos a su imagen y semejanza (Gn 1,26; 1 Jn 3,2).


2- El amor, distintivo de las comunidades joánicas


La respuesta al amor del Padre es el amor de hijo que se expresa cumpliendo su voluntad manifestada en sus mandatos. Porque las prescripciones de la Ley de Moisés eran muchas, los judíos fácilmente podían dejarlas de cumplir; también discutían respecto a cuál era el mandato divino más importante. Esto no ocurre en las comunidades joánicas que sabían que el mandamiento nuevo de amar a Dios y a los hermanos al modo de Jesucristo es el principal, porque da plenitud a todos los demás (1 Jn 5,1-2). Los hijos de Dios experimentan que Dios es amor y que ama hasta el extremo cuando da su Hijo para salvación de todos. El modelo es Jesús que, en obediencia al Padre, dio su propia vida para hacernos partícipes de la dinámica de comunión de la Trinidad. 

El amor o agápe consiste en la donación de sí para que otros vivan en la verdad (Jn 15,13; 1 Jn 3,16). Y la verdad es Jesucristo hecho hombre porque nos abrió el auténtico camino a la única vida perfecta, la de Dios. Ama de verdad, por tanto, el que fundamenta su amor a Dios y a los hermanos en la certeza de que Dios lo amó primero y que, al entregar a su Hijo por él, le regalo la experiencia transformante de su amor divino. El fruto esperado de los hijos es el conocimiento de Dios y de los hermanos, entendido como comunión con él y los demás. Pero no bastan las palabras: ¡el amor se expresa mediante las obras que el Padre quiere! No es fácil, pues el hijo de Dios vive bajo la permanente amenaza y maldad del mundo (1 Jn 3,12-14).


3- La Iglesia y los falsos profetas y maestros


La comunidad local a la que se dirige el Presbítero en 1 y 2 Juan es llamada «Señora elegida» (2 Jn 1), título de alabanza empleado para algunas agrupaciones sociales y políticas. Estas iglesias locales son comunidades de hombres y mujeres que, elegidos por Dios para creer en Cristo y recibir su Espíritu, viven la fe y la comunión fraterna (koinonía) según la tradición joánica que recibieron desde el principio. Ante las comunidades disidentes, catalogadas “del mundo”, y la tergiversación herética de la enseñanza al interior de comunidades de tradición joánica, se busca definir la identidad eclesial y acentuar su carácter institucional, lo que se hace mostrando su raigambre Trinitaria. La comunidad es obra de Dios Padre que, por ser Luz y Amor, envía a su Hijo como salvador de los hombres y los hace sus hijos. Es obra del Hijo unigénito, Palabra encarnada y Mesías que, por su condición de hombre y su sacrificio en la cruz, abre el camino a la comunión cierta con Dios. Es obra del Espíritu que da testimonio de la obra de Dios y es principio de comunión fraterna y discernimiento del bien en medio del mal de los disidentes y de los ataques del mundo. 

La vida en comunión de las comunidades joánicas con sus relaciones de fraternidad, protección y ayuda mutua no se entienden sin la filiación divina, al punto que es un mentiroso el que dice que ama a Dios, pero aborrece a sus hijos. La comunión no se sustenta, por tanto, en afectos o en razones de conveniencia, sino que viene exigida por la condición filial. Esta filiación y fraternidad es el antídoto para la apostasía. 

Ejemplo de comunidad escindida es la de Diótrefes (3 Jn 9-10), que no se ajusta a la enseñanza transmitida por la tradición joánica. En cambio, la comunidad que se reúne en casa de Gayo vive de acuerdo con la verdad (v 3). A causa de los falsos maestros e inspirados no son pocos los que se dejan seducir. De aquí la exhortación a permanecer en lo que se les transmitió y de lo que se dio testimonio desde el comienzo de la predicación apostólica: la fe, que incluye la recta doctrina, y el amor fraterno (1 Jn 2,24; 3,11). Si quieren vivir con renovada fidelidad el seguimiento de Jesús tienen que volver a los orígenes. Que la convicción de pertenecer a Dios los llene de esperanza y fortaleza. El Espíritu de Dios les permitirá discernir que quiénes están inspirados y hablan en nombre de Dios siempre confiesan a Jesucristo hecho hombre y salvador. Por tanto, ¡que no hagan caso a cualquiera! 


III- «Muchas cosas tendría que escribirles» (2 Jn 12): organización literaria de 1-3 Juan


1- Fechas de composición y organizaciones literarias


Las tres Cartas pertenecen al mundo del cuarto Evangelio por estilo, vocabulario, teología y contexto, el que en gran parte comparten. Provienen, pues, de la misma escuela o círculo en el que se redactó el evangelio. Es probable que una vez escrito o cuando éste estaba en su fase final redactaran las Cartas con el fin de prevenir contra los falsos maestros contrarios a Cristo y seguidores del Anticristo, y para exhortar a la comunión con Dios y al amor fraterno. 1 Juan fue atribuida ya a mediados del siglo II d.C. al apóstol Juan, autor del cuarto Evangelio. Pero no son pocos los que piensan que el mismo que hizo la última redacción del evangelio escribió las tres Cartas. Se trataría de un discípulo de la escuela joánica, partícipe de la enseñanza y espiritualidad de su maestro. En 2 y 3 Juan, el autor recibe el nombre de «Presbítero», es decir, el más anciano, por tanto, el que cuenta con reconocida autoridad y sabiduría para transmitir la verdad y exigir unidad a las comunidades, a cuyos miembros se dirige con entrañable familiaridad (1 Jn 2,1.7.12; 3,13), lo que indica que los conoce bien.

Acerca de fechas y lugares de composición no contamos con datos seguros. Según algunos, 1 Juan fue compuesta en Éfeso durante el imperio de Nerva (años 96-98 d.C.). 3 Juan parece ser anterior a 2 Juan, ya que el problema que enfrenta no tiene aún la gravedad que reviste en la segunda Carta. Es, pues, probable que se escribieran en orden inverso a como están en el Nuevo Testamento

1 Juan, que no menciona remitente ni destinatarios, se escribe para una comunidad cuya fe y enseñanza acerca Cristo está en serio peligro (1 Jn 2,21; 4,16). Es como un pequeño tratado de discernimiento espiritual que complementa al Evangelio según Juan con la finalidad de ayudar a vivir la auténtica tradición joánica atacada por las falsas enseñanzas y por el mundo. La Carta desconcierta por su falta de estructura; su desarrollo no es concatenado, sino que vuelve una y otra vez a los temas tratados ya sea para reforzar lo dicho ya para enfatizar algún aspecto nuevo. Teniendo en cuenta esto, una posible organización literaria que ayuda a leerla con provecho es la siguiente: 


Prólogo

1,1-4

I

Dios es Luz: caminar en su luz


1,5-2,28

II

Dios es Justo y Padre: ser hijos y hermanos


2,29-4,6

III

Dios es Amor: creer en el amor que él nos tiene


4,7-5,13

Epílogo

5,14-21


El prólogo, similar al del cuarto Evangelio, confiesa la encarnación del Hijo e invita a la comunión con él y con el Padre. En el cuerpo de la Carta se tratan tres temas conforme a tres importantes definiciones de Dios Padre: es Luz (1 Jn 1,5), es Justo y Padre que ama (2,29-3,1), y es Amor (4,8.16). Si Dios es Luz, el discípulo está llamado a caminar en la luz, lo que exige romper con el pecado, crecer en el amor fraterno y permanecer en la verdad, cuidándose de los hijos del Maligno y anticristos que viven en las tinieblas y aborrecen a sus prójimos. Luego, si Dios es Justo y Padre que ama, hay que vivir como auténtico hijo de Dios, practicando lo que es justo, es decir, la obras que él quiere, y centrando la vida fraterna en la comunión y la fe en Jesucristo; hay que cuidarse de la seducción del mundo. En tercer lugar, si Dios es Amor y nos regala la condición de hijos, estamos capacitados para una fe que se sobreponga a las dificultades y se exprese en el amor a Dios y a los demás. Como se ve, sin orden aparente, se repasan los temas para subrayar que la condición filial y fraterna se vive según la enseñanza de la verdadera tradición del apóstol Juan. 

2 y 3 Juan son escritos gemelos, los más breves del Nuevo Testamento. Su forma literaria es de cartas personales, al estilo griego, con remitente y destinatarios, y enfocadas en problemas concretos de las comunidades joánicas. Las dos Cartas provienen de la misma mano, «el Presbítero», un anciano de autoridad reconocida en comunidades del Asia Menor, preocupado por la situación hostil que enfrentan. De ambas, 2 Juan es la más cercana a 1 Juan por vocabulario, expresiones y contenido. 

3 Juan apenas contiene enseñanzas. Como trata problemas entre comunidades y sus dirigentes en un contexto de intenso flujo misionero, adquiere el tono de carta de recomendación con el fin de apoyar la misión de los dirigentes de las comunidades joánicas. Las dificultades son entre la comunidad que se reúne en casa de Gayo, fiel a la tradición joánica, y el grupo de Diótrefes, un dirigente intrigante y ambicioso, reacio al apóstol Juan y al autor de la Carta, que no aceptaba a los misioneros itinerantes fieles a ellos. En 2 Juan los problemas de división se han agravado debido a las falsas enseñanzas que promueven grupos apartados de la auténtica tradición de Juan. Estas enseñanzas tienen un impacto nefasto en las comunidades, pues destruyen la fe de sus miembros y los dividen. La Carta, a diferencia de 1 Juan, pide otra estrategia: apartarse de esa gente, no acogerlos en las familias y ni siquiera saludarlos, para no dar pie a que los seduzcan (2 Jn 10-11).

Respecto a la organización literaria de 2 y 3 Juan, entre el saludo inicial (2 Jn 1-6; 3 Jn 1-4) y la despedida (2 Jn 12-13; 3 Jn 13-15) se desarrolla el cuerpo de la carta con breves enseñanzas y exhortaciones (2 Jn 7-11; 3 Jn 5-12). Los términos de la despedida son casi idénticos en ambas, pues, según la costumbre griega, se expresan deseos de una pronta visita y de diálogos personales.


2- Actualidad de las Cartas


Las tres Cartas se inscriben en un proceso misionero por parte de los que tienen la responsabilidad de evangelizar a las comunidades que responden a la teología y espiritualidad del apóstol Juan y que pasan por una severa crisis de unidad. Se testimonia a la vez la fidelidad de algunos y la apostasía de otros. Sus misioneros, fieles a la tradición joánica, piden volver a las fuentes para reencantarse con el seguimiento de Jesús. No abandonan los principios de la tradición joánica y la espiritualidad que profesan, sino que releen desde ellos las dificultades doctrinales y de disciplina por las que pasan sus misionados. La vida cristiana es un permanente ejercicio de discernimiento de espíritus, para no dejarse llevar por falsos maestros y escuchar, por sus debidas mediaciones, al Espíritu de Dios.  

Desde esta perspectiva, las Cartas nos enseñan a vivir procesos en nuestras vida personal y en la evangelización de las comunidades y a no olvidar, por más que pase el tiempo y sobrevengan tribulaciones, que Cristo es la fuente de la comunión con Dios y los demás, quien da sentido y fortaleza a la existencia cotidiana. 



1 Juan


Prólogo


¡La vida se manifestó, la hemos visto y somos testigos!


11 Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y palpado con nuestras manos acerca de la Palabra de vida, 2 –¡porque la vida se manifestó, la hemos visto y somos testigos, les anunciamos esa vida eterna que existía junto al Padre y se nos manifestó!–, 3 eso que hemos visto y oído también se lo anunciamos a ustedes, para que vivan en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo. 4 Les escribimos esto para que nuestra alegría sea plena.

1,1-4: Solemne Prólogo que recuerda el del Evangelio según Juan y, como éste, testimonia la revelación de Jesucristo en la historia quien, como Palabra y Vida, existe junto al Padre desde la eternidad. Ya en el Prólogo, el autor apunta a los problemas que afectan a su comunidad. Frente a los que enseñan que el Hijo de Dios no se hizo hombre, se afirma su realidad histórica y tangible, por lo que se puede ver y contemplar, oír y tocar. Su encarnación hace posible el encuentro personal con la Palabra, de lo que el autor y su comunidad son testigos fidedignos. Frente a la división que algunos miembros provocan al rechazar la enseñanza recibida mediante la predicación apostólica, el autor acentúa la comunión con Dios y con su Hijo, sustento de la Iglesia y fuente de unidad fraterna. La finalidad de la Carta no es anunciar una doctrina, sino una persona, la de Jesucristo en cuanto Palabra revelada por Dios, junto con ofrecer las disposiciones que hacen posible la unión con Dios y los demás. Y aunque se tengan tribulaciones, de esta comunión procede uno de los frutos más preciados, la alegría (Jn 15,11; 17,13). 


1,1: Gn 1,1; Jn 1,1-18; 6,68 / 1,2: Jn 1,14-18; 14,16 / 1,3: Jn 14,20; 15,4-6; 17,11.20-23 / 1,4: Jn 16,24


I

Dios es Luz: caminar en su luz


1,5-2,28. La certeza de fe de que Dios Padre es luz (1,5) genera esta instrucción de carácter ético centrada en la antítesis luz–tinieblas, que recuerda la instrucción bautismal y señala qué conducta debe tener el que es de Cristo. Si el pecado nos separa de Dios, el conocimiento y el cumplimiento de su voluntad nos aleja del pecado y nos hace vivir en Dios; de este modo, su amor en nosotros alcanza su plenitud (1,5-2,6). Vivir en la luz que proviene de Dios significa cumplir su mandato de amarlo a él y al prójimo. La tiniebla, en cambio, procede del Maligno que produce la división de la comunidad y el odio al hermano (2,7-17). Los enemigos de Cristo y de su comunidad son los disidentes que rompen la comunión, y los impostores que engañan a los hijos de Dios. Porque responden a los impulsos del Anticristo, obran contra los deseos de Dios y su Hijo; de ellos, de sus falsas enseñanzas y del mundo deben cuidarse los hijos de Dios (2,18-28).


Dios es luz y en él no hay tiniebla


5 Éste es el mensaje que hemos oído de él y que nosotros les anunciamos: Dios es luz y en él no hay tiniebla. 6 Si decimos: «Estamos en comunión con él», pero caminamos en las tinieblas, mentimos y no actuamos conforme a la verdad. 7 Pero si caminamos en la luz, como él está en la luz, estamos en comunión unos con otros y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado. 8 Si decimos: «No tenemos pecado», nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. 9 Pero si confesamos nuestros pecados, Dios que es fiel y justo perdonará nuestros pecados y nos purificará de toda maldad. 10 Si decimos: «Nunca hemos pecado», hacemos pasar a Dios por mentiroso, y su Palabra no está en nosotros.

21 Hijos míos, les escribo estas cosas para que no pequen. Pero si alguien peca, tenemos ante el Padre un intercesor, Jesucristo, el justo. 2 Él es la víctima que expía nuestros pecados, y no sólo los nuestros, sino también los del mundo entero.

3 En esto sabemos que lo conocemos: si cumplimos sus mandamientos. 4 Si alguien afirma: «Yo lo conozco», pero no cumple los mandamientos es un mentiroso, y la verdad no está en él. 5 Pero el amor de Dios llega a su perfección en el que cumple su Palabra. Ésta es la prueba de que estamos en él. 6 El que dice que permanece en él, tiene que vivir como vivió él.


1,5-2,6: La afirmación «Dios es luz» (1,5) o Jesucristo es «la luz del mundo» (Jn 8,12) equivale a que Dios se reveló por su Hijo como fuente única de salvación y santidad de vida. Con varias antítesis («Si decimos…, pero…») se indica qué es vivir en la Luz y qué no; la última antítesis es entre decir y no cumplir (1 Jn 2,3-6). El mundo se divide entre los que viven en la luz, porque conocen y aceptan a Jesucristo como revelación de Dios, y los que viven en las tinieblas, porque lo rechazan. Aunque el lenguaje es dualista, no todo es blanco y negro, puesto que todos somos pecadores y necesitamos la salvación, en especial aquellos disidentes de la comunidad que se creen justos y superiores a los demás. El que nos consuela y auxilia es Jesucristo quien, por su sacrificio en la cruz y el baño del bautismo, nos redimió de nuestros pecados e hizo realidad la comunión con el Padre (1 Jn 1,7; 2,2; 3,5; 4,10). De este modo, el autor –padre en la fe de la comunidad a quienes llama «hijos míos» (2,1)– nos recuerda que, como nuestra vida fue consagrada por el bautismo a Dios–Luz, tenemos que caminar en la Luz cuyos frutos son la confesión de nuestros pecados y el rechazo de las malas intenciones y conductas que teníamos cuando vivíamos bajo el dominio del Maligno. Guardar los mandatos de Dios es el primer paso para permanecer en la Luz y en comunión con él. 


1,5: Jn 1,9 / 1,6: Jn 3,21 / 1,7: Jn 12,35-36; Ef 1,7; Heb 9,14; Ap 9,14 / 1,9: Sal 32,5; Prov 28,13; Sant 5,16 / 1,10: Prov 20,9; Ecl 7,20 / 2,1: Rom 6,11-14; Heb 7,25 / 2,2: Rom 3,25; Heb 9,11-14 / 2,3-4: Jn 14,15.21.23; 17,3 / 2,6: Jn 13,15; 1 Pe 2,21


Quien ama a su hermano, permanece en la luz


7 Queridos, no les escribo acerca de un nuevo mandamiento, sino acerca de un mandamiento antiguo, que tenían desde el principio. Este mandamiento antiguo es la Palabra que ustedes oyeron. 8 Sin embargo, el mandamiento acerca del que les escribo, que se hace realidad en él y en ustedes, es también nuevo, porque las tinieblas se disipan y brilla ya la luz verdadera. 9 Quien dice que está en la luz mientras aborrece a su hermano, está aún en las tinieblas. 10 Quien ama a su hermano, permanece en la luz y no tropieza. 11 Pero quien aborrece a su hermano, está y camina en las tinieblas, sin saber a dónde va, porque las tinieblas cegaron sus ojos.

12 Hijos, les escribo porque sus pecados les han sido perdonados por su Nombre.

13 Padres, les escribo porque conocen al que existe desde el principio. 

Jóvenes, les escribo porque han vencido al Maligno.

14 Hijos, les he escrito porque han conocido al Padre.

Padres, les he escrito porque han conocido al que existe desde el principio.

Jóvenes, les he escrito porque son fuertes y la Palabra de Dios permanece en ustedes y han vencido al Maligno. 

15 No amen el mundo ni las cosas del mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. 16 Porque todo lo que hay en el mundo, es decir, los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la arrogancia de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. 17 El mundo y sus malos deseos pasan; en cambio, el que cumple la voluntad de Dios permanece para siempre. 

2,7-17: ¿Qué mandamientos hay cumplir?, ¿qué frutos tienen que dar los discípulos de Jesús? (2,3-6). El que ha dejado las tinieblas y camina en la Luz, no aborrece a los demás, sino que los ama (2,9-11). La comunión con Dios–Luz tiene por consecuencia la victoria sobre el Maligno y el amor al hermano según el ejemplo de Cristo. Esta es la nota distintiva del discípulo y su comunidad, y así lo manifiesta el empleo frecuente de «queridos» (2,7; 3,2.21): ¡la familia de Dios, porque se ama, se aprecia y apoya! El antiguo mandato del amor tiene que adquirir una forma nueva en este tiempo mesiánico liberado de las tinieblas. Los deseos de cosas mundanas, los deseos de codicia y la seguridad arrogante son del mundo y provienen del Maligno (2,16), vencido ya por Jesús y al que sus discípulos día a día tienen que vencer (Jn 12,31). En medio de las instigaciones de los disidentes, a todos los miembros de la comunidad, tanto antiguos como recién llegados, les corresponde ser fieles a la comunión eclesial y a la salvación otorgada por Cristo (2 Cor 2,21-22). El discípulo tiene que vivir en el mundo, pero no plegarse a la maldad de los que son del mundo y responden al Maligno, pues éste se opone a Dios y a los suyos. Por la unción bautismal con el Espíritu (1 Jn 2,20), el discípulo es incorporado a la comunidad de fe donde conoce y vive en la Luz y la Vida.


2,7: 2 Jn 5-6 / 2,8: Jn 13,34 / 2,10: Sal 119,105 / 2,10-11: Jn 11,9-10; 12,35-36 / 2,12: Sal 23,3; 106,8 / 2,13: Jn 1,1 / 2,15: Jn 3,16; 17,14-16; Rom 8,7 / 2,16: Prov 27,20 / 2,17: Is 40,8; Mt 7,21


Ese es el Anticristo, el que niega al Padre y al Hijo


18 Hijos, ha llegado la última hora. Y tal como oyeron decir que iba a venir un Anticristo, les digo que ya han aparecido muchos anticristos, por lo que sabemos que ésta es la última hora. 19 Ellos salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros, porque si lo hubieran sido habrían permanecido con nosotros. Así queda de manifiesto que no todos eran de los nuestros. 20 Pero ustedes recibieron la unción del Santo, y lo conocen todo. 21 No les escribo porque desconozcan la verdad, sino porque ya la conocen y saben que ninguna mentira proviene de la verdad. 

22 ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Mesías? Ese es el Anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. 23 Todo el que niega al Hijo, no tiene al Padre; en cambio, quien confiesa al Hijo, tiene también al Padre. 24 En cuanto a ustedes, permanezcan fieles a lo que oyeron desde el principio. Si permanecen fieles a lo que oyeron desde el principio, también ustedes permanecerán en el Hijo y en el Padre. 25 Esta es la promesa que él mismo nos hizo: ¡la vida eterna!

26 Les escribo esto a propósito de quienes intentan engañarlos. 27 Pero como la unción que han recibido de él permanece en ustedes, no tienen necesidad de que alguien les enseñe. Y ya que su unción –que es verdadera, o sea, no engaña– les enseña acerca de todo, permanezcan en él tal como ella les enseñó.

28 Y ahora, hijos, permanezcan en él para que, cuando se manifieste, tengamos confianza y no quedemos avergonzados ante él en el día de su venida.


2,18-28: De tres aspectos se ocupa el pasaje: desenmascarar a los disidentes (2,18-21); indicar lo que enseñan y, a la vez, exhortar a la comunidad a vivir lo recibido mediante la predicación apostólica (2,22-25); y pedir fidelidad a la unción bautismal (2,26-27). La gran apostasía se espera para esta etapa final de la historia (2,18; 1 Tim 4,1-3; 2 Tim 3,1-9). El combate de los discípulos contra la desunión forma parte de la lucha que comenzó con la victoria de Jesús sobre el Maligno y la maldad. El “Anticristo”, figura anunciada en Daniel (Dn 7,7-8.11-14), es el enemigo que encarna las fuerzas opositoras al plan salvador de Dios mediante su Mesías (2 Tes 2,14-16). Los disidentes –un grupo de falsos maestros e inspirados, antiguos miembros de la comunidad (1 Jn 2,19; 4,1; 2 Jn 9)– no obedecieron el mandato de la comunión fraterna. La razón es que están poseídos del espíritu del Anticristo por lo que obstruyen la obra del Hijo de Dios en sus discípulos. A éstos, en cambio, se les pide conservar puro el conocimiento del misterio de Dios que recibieron en la unción bautismal, y su manifiesta expresión de fe es la comunión fraterna. Porque los inspira el Espíritu de Dios, deben confesar la existencia humana del Hijo por quien Dios nos conduce a la vida eterna. Los falsos inspirados, en cambio, niegan que la persona histórica de Jesús sea el Mesías (o Cristo) y el Hijo de Dios (1 Jn 2,22-23; 4,2.15) por lo que concluyen que Cristo no sufrió realmente la muerte.


2,18: Mt 24,23-25; Mc 13,21-23 / 2,20: Jl 2,28; 1 Cor 2,10-16 / 2,22: Jn 1,18 / 2,23: Jn 5,23 / 2,25: Jn 3,15 / 2,27: Jr 31,34; Jn 14,26; 16,13 / 2,28: Mt 24,3; 1 Cor 15,23; 2 Tes 1,9


II

Dios es Justo y Padre: ser hijos y hermanos


2,29-4,6. La afirmación de que Dios es Justo y Padre que nos ama intensamente (2,29-3,1) aglutina el contenido de esta parte que se desarrolla en tres momentos. Dios que es Padre nos hace sus hijos e hijas y nos pide obras justas, es decir, conforme a su voluntad, porque él es Justo. Los hijos de Dios saben que cuando Dios se manifieste al fin de los tiempos serán semejante a él (futuro) si ahora evitan el pecado y viven según su nueva condición (presente); su esperanza, pues, es ver a su Padre tal cual es (2,29-3,10). Luego se presentan las exigencias concretas que hay vivir, particularmente el amor fraterno que otorga una conciencia tranquila ante Dios y hace realidad una mutua pertenencia, pues el que cumple la voluntad de Dios «permanece en Dios y Dios en él» (3,11-24), lo que se repite en varios lugares (3,24; 4,15.16b). Finalmente, hay que discernir entre los que hablan inspirados por el Espíritu de Dios de aquellos que no, seduciendo a muchos; la condición de hijos exige guardarse de los que provienen del Anticristo, que ya está en el mundo (4,1-6).


Vean qué amor tan grande nos tiene el Padre


29 Si saben que él es justo, deben reconocer que todo el que practica la justicia ha nacido de él. 

31 Vean qué amor tan grande nos tiene el Padre al llamarnos hijos de Dios y, en verdad, lo somos. Pero el mundo no nos conoce, porque no lo conoció a él. 2 Queridos, ahora somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.

3 Todo el que tiene esta esperanza puesta en él, va purificándose, porque él es puro. 4 Todo el que comete pecado, quebranta la ley, porque el pecado está en transgredir la ley. 5 Pero ustedes saben que él se manifestó para quitar los pecados y que en él no hay pecado. 6 Todo el que permanece en él, no peca. Todo el que peca, no lo ha visto ni conocido. 

7 Hijos, que nadie los engañe. El que practica la justicia es justo, como él es justo. 8 Pero el que comete pecado, procede del Diablo, porque el Diablo es pecador desde el principio. Para esto se manifestó el Hijo de Dios, para destruir las obras del Diablo. 9 Todo el que ha nacido de Dios no comete pecado, porque la semilla de Dios está en él, y no puede pecar, porque ha nacido de Dios. 10 En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del Diablo: todo el que no practica la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano.


2,29-3,10: Dios es luz, y la comunidad y sus miembros acceden a él por la unción del Santo, sea el Espíritu o Cristo (2,20). En su primera manifestación (la encarnación), el Hijo de Dios destruyó las obras del Diablo e hizo realidad la comunión con Dios (3,8). Esta comunión tiene por consecuencia un presente que no conoce el mundo: la condición de hijos de Dios por el bautismo. Y el futuro de este hijo es llegar a serlo de modo pleno (3,1-3). Esta condición y nueva vida en desarrollo es obra del Padre y de su amor (4,4). Como pronto se manifestará Jesucristo (2,28) y aún no alcanzamos nuestra condición de hijos en plenitud es urgente vivir el presente purificándonos de todo pecado, pues Dios es puro. Lo hace quien practica la justicia, es decir, se comporta rectamente, ama a su hermano y confiesa a Jesucristo; no lo hace quien vive encerrado en la iniquidad, aborrece a su prójimo y reniega del Hijo de Dios y, por lo mismo, de la obra del Padre. Quien a causa de sus pecados se rebela contra Dios y su voluntad se hace hijo del Diablo (3,8.10; 4,4). El auténtico hijo de Dios aborrece el pecado, porque ha nacido de Dios que es luz. 


3,1: Jn 1,12-13; 16,3; Gál 4,5-7 / 3,2: Col 3,4 / 3,4: 2 Tes 2,3-8 / 3,5: Jn 1,29; 8,46; Heb 4,15; 1 Pe 2,24 / 3,6: Rom 6,1-14 / 3,8: Jn 8,44; Heb 2,14 / 3,10: Mt 4,1-11


Todo el que aborrece a su hermano es un homicida


11 Porque éste es el mensaje que oyeron desde el principio: que nos amemos los unos a los otros. 12 No como Caín, que por ser del Maligno asesinó a su hermano. ¿Y por qué lo asesinó? Porque sus obras eran malas y las de su hermano eran justas. 

13 No se asombren, hermanos, si el mundo los aborrece. 14 Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos. Quien no ama permanece en la muerte. 15 Todo el que aborrece a su hermano es un homicida y ya saben que en ningún homicida permanece la vida eterna. 16 En esto hemos conocido lo que es el amor, en que él dio su vida por nosotros. Por eso, nosotros también debemos dar la vida por los hermanos. 17 Si uno vive en la abundancia y ve a su hermano padecer necesidad y no se compadece de él, ¿como permanecerá el amor de Dios en él? 18 Hijos, no amemos sólo de palabra ni de boca, sino con hechos y según la verdad. 


3,11-18: A un nuevo estatus de vida corresponden nuevas exigencias (nota a 2,29-4,6). El pasaje describe cómo tiene que amar uno que, por gracia, fue hecho hijo o hija de Dios. Para esto, se presentan dos personajes contrapuestos. Caín es el antimodelo, pues aborreció a su hermano y lo mató por envidia, pecado que excluye de la salvación eterna al igual que otros (1 Cor 6,9-10; Gál 5,19-21); así obran los que son hijos del Diablo, homicida desde un principio (Jn 8,44). La contraparte es Jesucristo quien dio su vida para que tengamos vida divina (Jn 15,12-13). Según el modelo de Cristo, el amor cristiano no quita la vida, sino que es don de sí para que otros tengan vida (1 Jn 3,16). Por eso el amor es signo de haber pasado de la muerte a la vida (Jn 5,24). Un ejemplo concretiza lo que es amar donando el ser para vida de otros (1 Jn 3,17): ama de verdad quien socorre al hermano que tiene hambre y vive en la necesidad; este amor es el que rescata de la muerte y favorece la vida nueva. El amor de donación se funda en la comunión con Dios–Amor. Sigue un encargo y una advertencia: no quedarse sólo en palabras, puesto que el amor se expresa con obras, y quien ama como amó Jesús tenga presente que el mundo lo aborrecerá (3,13). 


3,11: Jn 13,34 / 3,12: Gn 4,8; Heb 11,4 / 3,13: Jn 15,18-25; 17,14 / 3,14: Jn 5,24 / 3,15: Mt 5,21-22 / 3,16: Jn 10,11; 15,13 / 3,17-18: Dt 15,7-8


Su mandamiento es que creamos en su Hijo y nos amemos


19 De este modo sabremos que somos de la verdad y tendremos la conciencia tranquila ante Dios. 20 Porque aunque nuestra conciencia nos condene, él es más grande que nuestra conciencia y lo sabe todo. 21 Queridos, si la conciencia no nos condena, podemos confiar en Dios, 22 y lo que pidamos lo recibiremos de él, porque cumplimos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. 

23 Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos los unos a los otros según el mandamiento que nos dio. 24 El que cumple sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él. Y sabemos que Dios permanece en nosotros por el Espíritu que nos ha dado.

3,19-24: El autor describe con algunos rasgos la nueva relación del hijo con su Padre celestial (nota a 2,29-4,6): confianza y libre acceso a él, comunión con Dios y fraternidad con los demás. La conciencia al hijo de Dios le enseña que el don heredado es la salvación y que su vocación es «que todos sean uno» (Jn 17,21). Porque el poder de Dios es inmenso y conoce a sus hijos, se invita a éstos a confiar en el actuar salvador de Dios y a orar convencidos de que recibirán lo que piden, si es que oran buscando conocer y hacer la voluntad del Padre (Jn 4,34; 5,30; Mt 6,9-10). El don de la filiación va a la par con el de fraternidad, puesto que todos los hijos de Dios proceden del mismo seno paterno y comparten la misma vida divina del Hijo unigénito. El amor es vida y fuente de vida; el odio es muerte y siembra la muerte. El amor vence a la muerte cuando el discípulo se entrega como Cristo, expresando su amor mediante las obras que el Padre quiere (Jn 5,36; 17,4), sobre todo en favor de pobres y necesitados (1 Jn 3,17). El autor condensa su enseñanza en un mandato divino de doble dimensión: la fe en Jesucristo y el amor de unos para con otros (3,23). La donación del Espíritu y la vida centrada en Cristo hacen realidad la pertenencia a Dios Padre y la permanencia en él (3,24), fundamento de la comunión fraterna. 


3,19: Jn 3,21 / 3,20: Sal 7,9; 139,1-12 / 3,22: Jn 14,13-14; 15,7 / 3,23: Jn 13,34 / 3,24: Rom 14-16; 1 Cor 2,10-12


No se fíen de cualquiera que diga estar inspirado


41 Queridos, porque muchos falsos profetas han surgido en el mundo, no se fíen de cualquiera que diga estar inspirado, más bien disciernan si su inspiración proviene de Dios. 2 En esto conocerán al que está inspirado por Dios: todo el que confiesa que Jesucristo realmente se hizo hombre es de Dios, 3 y todo el que no confiesa a Jesús, no es de Dios, sino que es del Anticristo de quien ustedes oyeron decir que iba a venir, pero que ahora ya está en el mundo. 

4 Ustedes, hijos, son de Dios y han vencido a los falsos profetas, porque el que está en ustedes es más grande que el que está en el mundo. 5 Ellos son del mundo, por eso hablan como el mundo y el mundo los oye. 6 Pero nosotros somos de Dios. El que conoce a Dios nos oye, quien no es de Dios no nos oye. En esto distinguimos al verdadero inspirado del falso. 


4,1-6: Continúa la polémica contra los disidentes (nota a 2,18-28). Se presentan en las comunidades joánicas falsos profetas que afirman hablar en nombre de Dios. Como dicen estar inspirados por el Espíritu, pero enseñan falsos caminos y dividen a la comunidad, se requieren criterios de discernimiento (1 Tes 5,21). ¿Quiénes hablan realmente impulsados por Dios y su Espíritu?; es decir, ¿quién efectivamente tiene el don de la profecía? El criterio es la confesión cristológica: quien cree y enseña que el Hijo de Dios se hizo hombre para salvarnos y es el Mesías, habla en nombre de Dios y hay que escucharlo. Si afirma lo contrario no lo impulsa el Espíritu de Dios, sino el espíritu del Anticristo, que actúa en el mundo (1 Jn 2,18.22-23; 4,3). El que conoce a Dios participa de su Espíritu y, por tanto, tiene en sí mismo la sabiduría para discernir quiénes hablan en su nombre y quiénes lo hacen en nombre del mundo. El falso profeta, porque procede del Anticristo, busca arrebatar de los creyentes la fe en el Hijo de Dios hecho hombre y, con ello, el amor de Dios y la comunión con los demás. Escucha al falso profeta el que es del mundo, pues, como éste, está sometido al Anticristo y vive en las tinieblas y en la maldad. 


4,1-3: Mt 7,15 / 4,2: Jn 1,14 / 4,4: Jn 12,31; 14,30 / 4,5: Jn 15,19 / 4,6: Jn 8,47; 18,37


III

Dios es Amor: creer en el amor que él nos tiene


4,7-5,13. El contenido de esta última parte gira en torno a una afirmación central: Dios es Amor (4,8.16), la que explica por qué la vida cristiana sólo alcanza su plenitud en el amor. Tres momentos se distinguen. La fuente del amor es Dios; conocerlo es experimentar el amor que él nos tiene y caer en la cuenta que él nos amó primero al darnos a su Hijo en propiciación por nuestro pecados y como salvador del mundo (4,7-16a). El que ama a Dios y a sus hijos permanece en Dios y, como este amor lo asemeja a Dios (4,17; ver 3,2), debe esperar sin temor alguno el día del juicio (4,16b-21). Finalmente, se asegura la victoria de la fe sobre el mundo, en el cual hay que dar testimonio y confesar que el Mesías e Hijo de Dios realmente se hizo uno de nosotros; por tanto, el amor salvador de Dios se expresó en el tiempo y en el espacio, en palabras y en gestos humanos (5,1-12); es decir, Dios nos convirtió en sus prójimos o próximos. Con 1 Juan 5,13 finaliza la Carta; lo que vendrá luego es un añadido posterior. 


Dios es amor


7 Queridos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. 

8 El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. 

9 En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que envió a su Hijo único al mundo para que tuviéramos vida por él. 

10 Y el amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo como víctima por nuestros pecados.

11 Queridos, si Dios nos amó así, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. 12 Nadie jamás ha visto a Dios; pero si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor en nosotros ha llegado a su perfección. 13 En esto sabemos que permanecemos en él y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu. 14 Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo como salvador del mundo. 15 El que confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, permanece en Dios y Dios en él. 16 Nosotros lo reconocemos y creemos en el amor que Dios nos tiene. 


4,7-16a: Como ya lo ha hecho (2,7-11 y 3,11-18), el autor insiste en el amor fraterno y su fundamento. La confesión central es que «Dios es amor» o agápe (4,8.16b), confesión que no define tanto la esencia de Dios cuanto su acción liberadora. Dios Padre se manifestó como amor al constituir a su Hijo, hecho realmente hombre, «víctima por nuestros pecados» y «salvador del mundo»; de este modo nos hizo partícipes de su vida (4,10.14; Jn 4,42). Ni éste ni ningún don de Dios responden a iniciativas ni méritos humanos. Si el creyente contempla el amor entre el Padre y el Hijo y conoce su obra en favor de la humanidad (Jn 3,35; 10,17-18), descubre que el amor que Dios le pide es donación personal y desinteresada para que otros tengan vida, y vida plena en Dios. De aquí el criterio para conocer a Dios: sólo el que cree y experimenta el amor de parte Dios conoce a Dios, porque Dios es amor. Para esto, Dios nos amó primero, lo que manifestó de modo radical por su Hijo Jesús. El amor “de” Dios, por tanto, es la causa de nuestro amor “a” Dios. A la vez, la experiencia profunda y continua de que Dios, porque es amor, nos amó primero para poder amarlo a él y a los demás es el fundamento del amor de unos por otros (17,26). Él don de la filiación siempre trae consigo la vocación a una vida en sincera fraternidad (nota a 3,19-24). 


4,7: 1 Tes 4,9 / 4,8: Rom 3,24-25 / 4,9-10: Jn 3,16-17; Rom 5,8; 8,32 / 4,11: Mt 18,33 / 4,12: Éx 33,20; Jn 1,18 / 4,13: Rom 8,9 / 4,14: Jn 3,17 / 4,16a: Jn 17,6


¡Dios nos amó primero!


Dios es amor y el que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él. 17 El amor de Dios alcanza su perfección en nosotros en esto: en que tengamos confianza el día del juicio, porque como él es, así también somos nosotros en este mundo. 18 En el amor no hay lugar para el temor, al contrario, el amor perfecto excluye todo temor, porque el temor mira al castigo y el que teme no ha llegado a la perfección del amor. 19 ¡Nosotros amemos, porque Dios nos amó primero! 20 Si alguien dijera: «Amo a Dios», pero aborrece a su hermano, sería un mentiroso, porque quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. 21 Éste es el mandamiento que recibimos de él: que quien ama a Dios, ame también a su hermano.


4,16b-21: El amor es la fuerza que pone en comunión vital a quienes se aman. El amor entre Dios y el discípulo lo hace de tal manera que éste nada debe temer el día del juicio final (2,28), pues el amor divino es garante de vida eterna. El amor sincero aleja el temor, porque quien de verdad ama, se entrega y confía en quien ama. Y la confianza tiene que ser sin límites desde el momento en que «Dios nos amó primero» (4,19). El conocimiento y la experiencia del amor primero y radical de Dios y la confianza en él, posibilitan el amor desinteresado a los demás. Y no como exigencia de una compasión mal entendida, sino como fruto y respuesta agradecida al don de la filiación (nota a 4,7-16a). Por el hecho de ser hijos de Dios somos hermanos de quienes participan de esa misma vida divina (5,1). Por esto, no es más que ilusión amar a Dios cuando se aborrece al hermano. A la vez, el camino seguro para amar a Dios como Padre es el amor a los demás, sobre todo a sus preferidos, los pobres e insignificantes. Si en el Antiguo Testamento muchos guardaban los mandamientos por temor reverencial a Dios (4,18), ahora hay que practicarlos porque proceden de Dios amor y conducen al amor a Dios y a los hermanos.


4,17: Rom 8, 15 / 4,18: 2 Tim 1,7 / 4,20: 1 Pe 1,8 / 4,21: Mt 22,37-39; Mc 12,29-31


El amor a Dios consiste en cumplir sus mandamientos


51 Todo el que cree que Jesús es el Mesías ha nacido de Dios. Y todo el que ama al que da vida, debe también amar al que nace de él. 2 En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. 

3 El amor a Dios consiste en cumplir sus mandamientos, y sus mandamientos no son una carga. 4 Porque todo lo que nace de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. 

5,1-4: Una vez más se insiste en temas tratados, pero esta vez mostrando la íntima unidad entre creer y amar (5,1: «Todo el que cree… Y todo el que ama…»). El hijo de Dios confiesa por la fe que el Padre lo hizo su hijo por la entrega de su Hijo único, Mesías y Salvador del mundo, hecho realmente hombre. El que niega al Padre y a su Hijo no puede ser hijo de Dios (2,22). Además, el amor del hijo de Dios a los demás nace de su fe en Dios, que es amor. La fe y el amor a Dios lo llevan a obedecer sus mandatos no como una carga, sino como manifestación de su voluntad y forma concreta de vivir como hijo de Dios y hermano de los otros (nota a 4,16b-21). El hijo de Dios que cree que Jesús es el Mesías o el Cristo y ama como él, vence al mundo y su maldad (2,13-17). 


5,1: Jn 20,31 / 5,3: Dt 30,11; Mt 11,30; Jn 14,15 / 5,4: Jn 16,33


Dios nos dio la vida eterna


5 ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? 6 Éste, Jesucristo, es el que vino mediante agua y sangre, no solo por agua, sino por agua y sangre. Y el Espíritu es quien da testimonio, porque el Espíritu es la verdad. 7 Porque tres son los testigos. 8 El Espíritu, el agua y la sangre, y los tres concuerdan. 9 Si aceptamos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios. Y el testimonio que Dios ha dado es acerca de su Hijo. 10 Quien cree en el Hijo de Dios lleva en sí el testimonio de Dios. Quien no cree a Dios, lo hace pasar por mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo. 

11 Y el testimonio es éste: que Dios nos dio la vida eterna, y esa vida está en su Hijo. 12 Por esto, quien tiene al Hijo, tiene la vida, y quien no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida.

13 Les he escrito estas cosas a ustedes que creen en el nombre del Hijo de Dios, para que sepan que tienen la vida eterna.


5,5-13: Los disidentes que perturban la comunidad y con los que el autor polemiza, niegan la encarnación del Hijo de Dios y, por lo mismo, su sacrificio en la cruz para salvación de todos (2,22-23). Se trata de gente de tendencia doceta que terminarán formando el movimiento cismático de los gnósticos que se desarrollará en el siglo II d.C. La confesión cristiana es clara y cierta: ¡Jesús «vino mediante agua y sangre»! (5,6). Es decir, las circunstancias históricas y temporales de la presencia del Hijo de Dios como hombre y entre los hombres son el “agua”, alusión al bautismo de Jesús y la unción con el Espíritu (Jn 1,32-34), y la “sangre”, alusión a su muerte redentora en cruz (1 Jn 1,7; Jn 19,34). Por tanto, más de lo exige la Ley de Moisés (Dt 17,6), no sólo son dos los testigos que garantizan la condición de Hombre y Mesías del Hijo de Dios, sino tres: el Espíritu, el agua y la sangre (Jn 5,31-32). Y como éste es el testimonio de Dios en favor de su Hijo, el creyente puede estar seguro de la veracidad de lo que cree, fe que vence al mundo (5,4). Varios padres de las Iglesia enseñan que se habla de la obra salvadora de Jesucristo que se realiza por la unción del Espíritu, el agua del Bautismo y la sangre de la Eucaristía. 1 Juan 5,13 es una primera conclusión semejante a la original del evangelio (Jn 20,31); lo que sigue, según muchos, es un añadido tardío. 


5,6: Jn 19,34 / 5,8: Jn 3,5, 7,39 / 5,10: Jn 1,10 / 5,11: Jn 1,4 / 5,12: Jn 3,36 / 5,13: Jn 20,31


1 Jn 5,6: Varios manuscritos y algunos de reconocido valor, traen: «Éste es el que vino mediante agua, sangre y Espíritu» (ver vv 7-8).


1 Jn 5,8: la Vulgata (versión latina de la Biblia) trae: «Los testigos en el cielo son tres: el Padre, la Palabra y el Espíritu Santo, y los tres son uno. Y tres son los que dan testimonio en la tierra: el Espíritu, el agua…». 


Epílogo


Todo aquel que ha nacido de Dios no peca

14 Y en él tenemos confianza, pues si le pedimos algo conforme a su voluntad, él nos oye. 15 Y si sabemos que escucha lo que le pedimos, sabemos también que ya hemos conseguido lo que le hayamos pedido.

16 Si alguno ve a su hermano cometer un pecado que no lleva a la muerte, que ore por él y Dios le dará la vida. Me refiero a los que cometen pecados que no llevan a la muerte, porque hay un pecado que lleva a la muerte, y no estoy diciendo que se ore por éste. 17 Aunque toda maldad es pecado, no todo pecado lleva a la muerte.

18 Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios no peca, porque Aquel que nació de Dios lo protege y el Maligno no lo toca. 19 Sabemos que somos de Dios y que el mundo entero está bajo el poder del Maligno. 20 Pero también sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos dio inteligencia para que reconozcamos al Verdadero. Y nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Éste es el Dios verdadero y la Vida eterna.

21 ¡Hijos, guárdense de los ídolos!

5,14-21: La Carta se cierra con una advertencia contra el grave peligro de apostasía a causa de la hostilidad del mundo y la adaptación a sus prácticas paganas (Jn 16,1-3). De la confianza del hijo en su Padre celestial surge la oración que, si la hace desde su condición filial, buscará siempre conocer y practicar lo que a él le agrada. Se solicita a la comunidad orar por el hermano que ha pecado (1 Jn 2,12), pero se pide que no se haga por aquellos cuyos pecados los autoexcluyen de la comunión y la vida eterna. Es probable que se trate del rechazo obstinado a la acción del Espíritu, lo que imposibilita la fe y la conversión (Mc 3,28-29; Heb 6,4-8; 10,26-31). Quien rechaza al Espíritu se cierra a creer en el amor de Dios y en su obra de salvación realizada por su Hijo (1 Jn 5,16), por lo que la oración de la comunidad para que vuelva a Dios no producirá fruto alguno. Con un triple “sabemos” (5,18.19.20) se recuerdan tres certezas: que el discípulo ha nacido de Dios y que Jesucristo lo protege y conduce; que el mundo está bajo el dominio del Maligno del que hay que cuidarse (Jn 12,31-32), y que al conocer al Hijo verdadero de Dios y permanecer en él (1 Jn 5,20b) alcanzamos la comunión con el Dios verdadero (5,20a). Abstenerse de «los ídolos» (5,21) se puede referir al culto al Emperador como a las enseñanzas de los anticristos; sea lo que sea, no hay que creer en dioses, pues no son verdaderos ni fuente de salvación como Dios y su Hijo.


5,14-15: Mt 7,7-11; Lc 11,9-13; Jn 16,23-24 / 5,16: Jn 8,19-21 / 5,18: Jn 17, 11-12 / 5,19: Jn 12,31; 14,30 / 5,20: Jn 17,3 / 5,21: 1 Cor 10,14


1 Jn 5,18: varios manuscritos y algunos de gran valor, traen: «Porque aquel que nació de Dios se protege a sí mismo y el Maligno no lo toca».