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ATRAS

Evangelio de Lucas

(16 capítulos)

BUENA NOTICIA ACERCA DE JESÚS SEGÚN LUCAS


Introducción


I- «Yo estoy entre ustedes como el que sirve» (22,27): la comunidad de Lucas


El tercer evangelio es atribuido tradicionalmente a un discípulo llamado “Lucas”. Algunos han tratado de identificarlo con una persona que lleva ese mismo nombre y es mencionado en algunas cartas de Pablo (2 Tim 4,11; Flm 24). En uno de estos textos se dice que este Lucas, conocido en los círculos paulinos, era médico (Col 4,14). De allí ha surgido la tradición de que el autor del tercer evangelio era el médico Lucas. Es posible que se trate de la misma persona, pero en los textos mencionados no se descubren indicios que permitan afirmarlo con seguridad. Aun así, como en los textos de Pablo no se aportan otros datos sobre aquel discípulo, se debe reconocer que del autor de este evangelio no se tienen noticias.

El libro está dedicado a un ilustre personaje llamado «Teófilo» (Lc 1,3; ver Hch 1,1), del que no se da ninguna información y que no es mencionado por otras fuentes. Podría ser una figura literaria que representa a todos los cristianos, ya que su nombre significa amado por Dios.

Lucas escribió en una época en la que la Iglesia corría el serio peligro de dividirse entre tendencias opuestas: algunos cristianos de origen judío de la comunidad de Jerusalén entendían que era necesario ser judío para poder ser cristiano. Por eso, se mostraban reticentes ante la predicación a los paganos, y decían que los paganos convertidos a Cristo, como condición para alcanzar la salvación, debían circuncidarse y aceptar todas las leyes y tradiciones judías (Hch 15,1-5). Pero algunos cristianos venidos del paganismo decían que para alcanzar la salvación sólo era necesaria la fe en Jesucristo, y en consecuencia había que romper definitivamente con el Antiguo Testamento y con el judaísmo.

Lucas advirtió este peligro de división que había en la Iglesia y se preocupó por mostrar la continuidad entre el judaísmo y el cristianismo. Hizo entonces un admirable trabajo conciliador: enseñó que se debía recoger la herencia del judaísmo, al mismo tiempo que se abría el Evangelio a las naciones y se predicaba la novedad de Jesucristo.


II- «Desde entonces se anuncia la Buena Noticia del Reino de Dios» (16,16): la teología de Lucas


1- Lucas, el Evangelio para todos los hombres y las mujeres


El texto que sintetiza el pensamiento de Lucas se encuentra en el centro de toda su obra: al finalizar el libro del evangelio, antes de comenzar los Hechos de los Apóstoles, escrito también por Lucas, Jesús dice a sus discípulos: «Se debía cumplir todo lo que está escrito acerca de mí en la Ley de Moisés, en los libros de los Profetas y en los Salmos… Está escrito que el Mesías iba a padecer y resucitar al tercer día de entre los muertos y, comenzando por Jerusalén, se iba a predicar en su nombre la conversión y el perdón de los pecados a todas las naciones» (Lc 24,44.46-47). Lo novedoso aquí es que la predicación a todas las naciones pertenece también a «lo que está escrito acerca de mí en la Ley de Moisés, en los libros de los Profetas y en los Salmos» (24,44). Al mismo tiempo que manifiesta el valor que el Antiguo Testamento sigue teniendo para los discípulos de Jesús, Lucas afirma que para que se cumpla todo lo que está escrito en él es necesario que el Evangelio se predique a todas las naciones.

El tercer evangelio (junto con los Hechos de los Apóstoles) muestra que la apertura de la Buena Noticia acerca de Jesucristo a las naciones es una obra que el Espíritu Santo viene realizando en continuidad con la acción salvadora de Dios revelada en el Antiguo Testamento y de acuerdo con los anuncios de los Profetas.


2- Lucas, el Evangelio del Espíritu Santo


Lucas da especial importancia a la presencia y acción del Espíritu Santo. El Espíritu desciende sobre María para que ella conciba a Jesús (Lc 1,35). Isabel y Zacarías quedan llenos del Espíritu Santo (1,41.67) y hablan movidos por él, así como Simeón (2,26-27). El Espíritu Santo desciende sobre Jesús (3,21-22), lo lleva al desierto, donde será tentado (4,1), y luego a Galilea para que comience su misión (4,14). La primera predicación de Jesús comienza con una cita de Isaías, profeta del Antiguo Testamento: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres…» (4,18). Jesús enviará al Espíritu Santo sobre los apóstoles después de su ascensión (24,49) y, con la fuerza de este Espíritu, ellos se convertirán en testigos para anunciar el Evangelio a todo el mundo (Hch 1,8).


3- Lucas, el Evangelio de la misericordia, del perdón y la oración


Lucas multiplica las escenas en las que aparece de relieve la misericordia de Dios, debido a que quiere mostrar que el amor de Dios no tiene límites y se extiende a los pecadores y a los paganos. Se puede citar como ejemplo Lucas 15, donde se reúnen tres parábolas sobre este mismo tema: la de la oveja perdida, la de la moneda perdida y la del hijo perdido (o parábola del hijo pródigo, como generalmente se la llama). Esta relevancia que le da a la misericordia de Dios está orientada a mostrar la actitud que se debe tener para con los paganos: ellos son los desheredados, excluidos de la historia de la salvación, a quienes Dios, compadecido, quiere salvar. Íntimamente ligado con este tema, está el de los grandes perdones, como el de la pecadora arrepentida (Lc 7,36-50), Zaqueo (19,1-10), la oración de Jesús por quienes lo crucifican (23,34), las palabras al malhechor que está en la cruz junto a él (23,43)… Lucas no presenta una multitud agresiva en torno a la cruz, sino a un pueblo que vuelve a su casa golpeándose el pecho en señal de arrepentimiento (23,48).

Lucas tiene en vista a los paganos y muestra con simpatía a personas que no pertenecen al pueblo judío. El leproso agradecido, curado por el Señor, era samaritano (Lc 17,16). Samaritano era también el hombre misericordioso de la parábola (10,30-35). La actitud de la reina de Saba y de los habitantes de Nínive (11,29-32) es elogiada por Jesús. Se habla bien del oficial romano (7,5) y Jesús mismo alaba su fe (7,9).

En el Evangelio según Lucas aparecen destacados los textos sobre la oración: es necesario orar siempre, sin interrupción (Lc 11,1-13; 18,1-8; 21,36). En distintos momentos muestra a Jesús orando: en su bautismo (3,21), en la elección de los apóstoles (6,12), durante su predicación (5,16; 9,18; 11,1), en la transfiguración (9,28-29), en el huerto de los Olivos (22,41-42.45) y en la cruz (23,34).

También oran otros personajes: María, la Madre de Jesús (Lc 1,46-55), Zacarías (1,67-79), los ángeles (2,14), Simeón (2,29-32), Ana, la profetisa (2,36-38).


4- Lucas, el Evangelio de los pobres


Los ricos son mencionados con frecuencia en la obra de Lucas y generalmente con rasgos negativos. Aparecen por primera vez en labios de la Virgen María, en el canto del Magnificat: «Derribó a los poderosos de sus tronos y elevó a los humildes, a los hambrientos los llenó de bienes y a los ricos los despidió con las manos vacías» (Lc 1,52-53). Reaparecen después, en boca de Jesús, en el sermón de las bienaventuranzas (6,20.24), en la parábola del rico necio (12,16-21) y en el famoso refrán del camello que pasará por el ojo de una aguja antes que un rico entre en el Reino de Dios (18,24-25).

Los pobres, en cambio, son mirados con predilección, y en las bienaventuranzas (Lc 6,20-21) y en la parábola del hombre rico y Lázaro (16,19-31) reciben el anuncio de que su situación cambiará. Lucas no alaba la pobreza como algo que debe permanecer. Por el contrario, dice que Dios «elevó a los humildes, a los hambrientos los llenó de bienes» (1,52-53). Los pobres son felicitados e invitados a vivir con esperanza su situación, porque saldrán de ella por la intervención poderosa de Dios misericordioso.


5- Lucas, el Evangelio del discípulo y de la alegría


Para poder seguir a Jesús se debe renunciar a todo (Lc 14,33); sus discípulos, por tanto, deben abandonarlo todo (5,11; 5,28; 18,28). Es necesario cargar la cruz «cada día» (9,23) y renunciar a todo lo que se ama y a todo lo que se tiene (14,25-33). Pero los que renuncien a todo, recibirán ya en este mundo mucho más (18,30). En el libro de los Hechos de los Apóstoles, Lucas dirá que los miembros de la comunidad cristiana de los primeros tiempos renunciaban a todos sus bienes y no padecían necesidad, porque compartían todo lo que tenían (Hch 2,45; 4,32-35.37). Los ricos, tan mal vistos por Lucas, son entonces los que acaparan todo para sí, sin compartirlo con los demás.

Lucas quiere crear en sus oyentes la conciencia de que para ser cristiano hay que compartir, necesidad interior a la que no se puede renunciar ni se debe descuidar. Pero se debe compartir en todos los niveles, comenzando por lo más importante: la primera de estas riquezas es la salvación, a fin de que ésta llegue a aquellos que todavía no la tienen, y terminando por compartir los bienes materiales.

Como un anticipo de la Iglesia, Jesús aparece siempre rodeado de grandes multitudes que se alegran y alaban a Dios (Lc 5,1.15; 7,11.16). Después de la ascensión del Señor, los discípulos vuelven a Jerusalén con alegría y permanecen siempre en el Templo alabando a Dios (24,52-53). 


6- La predicación del Evangelio


Lucas da una respuesta serena a una comunidad enfrentada y dividida. Toma como punto de partida las profecías del Antiguo Testamento y muestra que la voluntad de Dios es que el Evangelio sea anunciado a todas las naciones, sin distinción. La actitud de Jesús con los pobres, con los pecadores y los más desheredados es la pauta para indicar cuál es el criterio que se debe observar en la predicación con respecto a los paganos. Ellos son los más pobres y los más necesitados con los que se debe compartir esta riqueza que Dios dio a Israel y que es la salvación.

El mundo en el cual se predicó por primera vez el Evangelio según Lucas no era muy diferente al de la actualidad. El Imperio romano presentaba el triste espectáculo de los que vivían esclavizados, de los que padecían la más absoluta miseria, y de los ricos que hacían alarde de su opulencia. También hoy el evangelista mueve a los cristianos para que comprendan que el Reino de Dios iniciado por Jesucristo exige que todos compartan sus bienes para que se superen las diferencias sociales escandalosas.

Muchos cristianos, tal vez influidos por algunos predicadores, viven atemorizados ante un Dios amenazador e implacable con los pecadores, o se rebelan contra una divinidad que exige al ser humano mucho más que lo que a éste le permite su debilidad. Lucas ofrece la imagen del Dios Padre misericordioso, que se compadece de todos y ama a todos, aunque sean pecadores, y tiene predilección por los más pequeños.

Hoy también la Iglesia sufre por las divisiones provocadas por los que absolutizan la parte de verdad que conocen y se niegan a aceptar a los que tienen otros valores cristianos. Lucas proclama que hay un solo Espíritu Santo que conduce a toda la Iglesia y la va renovando cada día, dejando atrás los elementos que provienen de la cultura de un tiempo o de un lugar, y conduciéndola hacia la perfección a la que Dios la ha destinado en su plan.

El mensaje de los evangelios es siempre actual, porque la Palabra de Dios ha sido dada a la Iglesia para los fieles de todos los tiempos. Pero en este momento de la historia, cuando toda la comunidad cristiana es llamada a una nueva evangelización, es necesario nutrirse de una manera especial del Evangelio según Lucas, porque es una obra que fue escrita para los que debían ser desde el comienzo «testigos oculares y después llegaron a ser servidores de la Palabra» (Lc 1,2).


III- «Me pareció bien escribirte este relato ordenado» (1,3): la obra literaria de Lucas


1- La obra de Lucas: Evangelio y Hechos de los Apóstoles


Del estudio del evangelio se concluye que su autor es un narrador culto. Es el que demuestra una cultura más cuidada de los evangelistas y que cuando quiere, utiliza con mucha corrección la lengua griega. Sin duda que es el mejor que escribe entre todos los evangelistas. Esto ya fue advertido por san Jerónimo: «Entre todos los evangelistas, Lucas fue el que más conocía la lengua griega…» (Carta 20, al Papa Dámaso). Con todo, no se puede afirmar que el griego de Lucas sea el propio de los escritores clásicos.

La obra de Lucas tiene la particularidad de que se compone de dos libros: el Evangelio y los Hechos de los Apóstoles. Estas dos obras forman una unidad y se capta plenamente su sentido cuando son leídas en conjunto. El evangelio, según los criterios que el mismo Lucas nos propone en el Prólogo (recopilar información, ordenarla y reformularla: Lc 1,1-4), fue compuesto después del de Marcos, de quien se sirvió para su redacción, hacia el año 80 d.C. El evangelio se completó con la redacción, poco después, de los Hechos de los Apóstoles, por lo que al final de la década de los ochenta ya estaba editada la obra lucana. 

Además del Evangelio según Marcos, su fuente principal, Lucas tiene en cuenta otras fuentes, entre ellas una conocida también por Mateo, llamada Fuente Q (Quelle: “fuente” en alemán), a las Lucas recurre en especial en los dos momentos en que se aparta de Marcos (6,20-7,50 y 9,51-18,14).


2- Organización literaria


En la organización del material, Lucas ha ordenado el evangelio dándole gran centralidad al viaje de Jesús desde Galilea a Jerusalén, que en los Hechos de los Apóstoles forma una figura simétrica con la expansión de la Iglesia desde Jerusalén a los confines de la tierra. La ciudad de Jerusalén está en el centro de la obra de Lucas y aparece tanto al final de su Evangelio (Lc 24,49-53) como al comienzo de los Hechos (Hch 1,3-8).

Una posible organización literaria del Evangelio según Lucas que permita leerlo con provecho, puede ser la siguiente: 


Prólogo

1,1-4

I

Infancia y actividad de Juan, el precursor, y de Jesús, el Mesías

1- Anuncio del nacimiento de Juan y de Jesús

2- Nacimiento de Juan y de Jesús

3- Comienzo del ministerio de Juan y de Jesús


1,5-4,13

1,5-56

1,57-2,52

3,1-4,13

II

La Palabra del Mesías en Galilea

1- El primer anuncio de Jesús en Nazaret

2- El poder de la Palabra que sana y llama

3- El poder de la Palabra cuestionado


4,14-6,11

4,14-30

4,31-5,11

5,12-6,11

III

Enseñanzas, milagros y revelación del Mesías

1- Enseñanzas y milagros de Jesús, el Mesías

2- Revelación de Jesús a sus discípulos


6,12-9,50

6,12-8,56

9,1-50

IV

Camino hacia la Pascua: el viaje del Mesías a Jerusalén

1- Inicio del camino: rechazo al Mesías

2- Primera etapa del viaje: condiciones para seguir a Jesús

3- Segunda etapa del viaje: rasgos del discípulo y de la comunidad

4- Tercera etapa del viaje: el Reino de Dios está llegando


9,51-19,28

9,51-56

9,57-13,21

13,22-17,10

17,11-19,28

V

Jesús en Jerusalén: acciones del Mesías y oposición 

1- Entrada en Jerusalén y enseñanza en el Templo

2- Controversias con los jefes de Israel

3- El final de los tiempos


19,29-21,38

19,29-46

19,47-21,4

21,5-38

VI

Jesús en Jerusalén: la Pascua del Mesías

1- Pasión y muerte del Mesías

2- Resurrección y apariciones del Mesías


22,1-24,49

22,1-23,56

24,1-49

Conclusión

24,50-53


Entre el Prólogo y la Conclusión se desarrollan seis secciones. En la Primera Sección, Lucas presenta un sugestivo paralelismo entre Jesús, el Mesías, y Juan Bautista, su precursor. Busca mostrar que desde pequeño, Juan cumple la misión de prepararle el camino al Mesías, y que éste es Jesús de Nazaret. Así Juan, el último profeta de la antigua alianza, da paso a la nueva alianza que Jesús hará realidad (Lc 16,16). 

La Segunda Sección se inicia con una predicación programática del Mesías en Nazaret, su tierra (Lc 4,14-21). En adelante, sus palabras y milagros servirán para revelar que el Reino se ha hecho presente, lo que se evidencia porque el ser humano es liberado de enfermedades, maldades y pecados. Mientras la revelación de Jesús no es aceptada por los dirigentes de Israel, sí lo es por el pueblo sencillo. Con los que elige de entre la multitud, Jesús se constituye un grupo de seguidores a los que instruye y envía a evangelizar. 

En la Tercera Sección, no fácil de organizar, las parábolas y milagros de Jesús revelan las notas distintivas del Reino en íntima relación con la identidad del Mesías y las exigencias a sus discípulos, varias de las cuales se hallan en el Sermón de la montaña de Mateo. 

La Cuarta Sección se dedica a la instrucción de los discípulos. Apartándose del esquema de Marcos, Lucas convierte el viaje del Mesías a Jerusalén en escuela de discipulado. Queda claro, por un lado, que Jesús camina a Jerusalén para vivir su misterio pascual, acontecimiento de redención del hombre y de misericordia de Dios, y –por otro– que se dirige allí porque es el Hijo amado que responde a la voluntad de su Padre. Al seguir de cerca al Mesías, el discípulo se prepara para continuar su obra, lo que no será fácil; por esto las exigencias radicales (Lc 9,57-62). 

En la Quinta Sección, Lucas, que retoma el relato de Marcos, le da a su material una impronta particular: Jesús, el Mesías pacífico que purifica el Templo y vendrá al fin de los tiempos, es el único Maestro que en el Templo y en largas jornada enseña con la autoridad del que lo envió, pues es su Hijo amado. 

En la Sexta Sección, Lucas relata los acontecimientos pascuales sucedidos en Jerusalén: la pasión de Jesús y su muerte, seguida de su resurrección y apariciones. El autor invita al lector a discernir con qué personajes se identifica y a convertirse en un seguidor que testimonie que de verdad él ha resucitado, porque lo ha visto y escuchado (Lc 24,34).


Prólogo


Me pareció bien escribirte este relato ordenado


11 Muchos emprendieron la tarea de relatar ordenadamente los acontecimientos que ya tuvieron su plena realización entre nosotros, 2 tal como nos lo transmitieron los que desde el comienzo fueron testigos oculares y después llegaron a ser servidores de la Palabra. 3 También yo, ilustre Teófilo, investigué todo con cuidado desde sus orígenes y me pareció bien escribirte este relato ordenado, 4 para que conozcas la solidez de las enseñanzas en que fuiste instruido.


1,1-4: El autor del evangelio encabeza su obra con un breve prólogo en el que imita el estilo de los autores clásicos griegos de su tiempo. Lucas reconoce que fue precedido por los que fueron testigos oculares y por los que intentaron poner en orden las tradiciones recibidas. Él se coloca a continuación de este segundo grupo. Su intención, al escribir su evangelio, es mostrar a los cristianos que la tradición que reciben tiene su origen en Jesucristo y que fue recogida por auténticos testigos que después se pusieron al servicio de la transmisión de esa Palabra. Cuando la Iglesia anuncia el Evangelio, se sitúa en esta tradición de testigos que se remite al mismo Jesucristo, mediante testigos de primera mano como Lucas. 


1,1-4: Hch 1,1-2


I

Infancia y actividad de Juan, el precursor, y de Jesús, el Mesías


1,5-4,13. Lucas elabora esta parte de su evangelio en base a paralelismos sistemáticos entre el Mesías y su Precursor, Juan Bautista. Con esquemas comparativos va presentando a ambos personajes y lo que acontece con ellos. Comienza con tres comparaciones respecto a la infancia de ambos: los anuncios de los nacimientos (1,5-25 y 1,26-38); los nacimientos propiamente dichos (1,57-79 y 2,1-21) y los datos de que ambos crecen y se fortalecen (1,80 y 2,40). Lucas sigue con un nuevo paralelismo en que indica los inicios de las actividades de cada uno (3,1-20 y 4,1-13). La finalidad de este recurso literario es evidenciar la superioridad del Mesías respecto a su precursor, Juan Bautista. A éste le toca sólo preparar los escenarios en que aparecerá Jesús, el Hijo amado del Padre y personaje principal (3,22), quien dará cumplimiento a la salvación prometida desde antiguo (2,22-39.41-51; 3,23-38). Él, pues, es el que “hoy” cumple las profecías, es decir, la voluntad de Dios anunciada en el Antiguo Testamento (4,14-30). Esta presentación de Lucas nos permite vislumbrar quién es Jesús, particularmente su superioridad debido a su condición de Hijo enviado por su Padre celestial, lo que aparece ya en el encuentro entre las madres de Jesús y del Bautista (1,39-56) y, sobre todo, en el testimonio de Juan (3,1-20). Lucas así invita al lector a que descubra en Jesús de Nazaret al Mesías y al Salvador y se deje fascinar por él, por su persona, enseñanza y obra.


1- Anuncio del nacimiento de Juan y de Jesús


1,5-56. Lucas narra el anuncio del nacimiento de Juan Bautista y de Jesús y toma por base tanto el modelo de la predicación judía como vocabulario e imágenes del Antiguo Testamento, en el que no son raros los anuncios de nacimiento de personajes famosos como Isaac, Samuel y otros, varios de ellos nacidos por intervención particular de Dios. Lucas procede así para presentar la continuidad con la cadena de la historia de salvación, pero también el proceso creciente que llega a su plenitud con el nacimiento del Mesías (24,44). Mientras Juan se ubica en la fase de preparación, los cristianos vivimos en el momento de la plenitud de esa historia de la salvación (16,16). A las dos escenas paralelas del nacimiento de Juan Bautista y de Jesús (1,5-25 y 1,26-38; nota a 1,5-4,30), sigue una tercera en que Lucas reúne a las dos madres, a Isabel, la madre de Juan, y María, la madre de Jesús (1,39-56). Lucas concede mayor protagonismo a María, dejando a José en un segundo plano, a diferencia del relato de la infancia de Mateo.


Le pondrás el nombre de “Juan”

 

5 En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, del grupo sacerdotal de Abías, casado con una mujer descendiente de Aarón llamada Isabel. 6 Los dos eran justos a los ojos de Dios y llevaban una vida intachable, de acuerdo con todos los mandamientos y preceptos del Señor. 7 Sin embargo, no tenían hijos, porque Isabel era estéril y ambos de edad avanzada. 

8 Un día en que Zacarías cumplía su oficio sacerdotal ante Dios, porque le correspondía el turno a su grupo, 9 fue elegido para entrar a quemar el incienso en el Santuario del Señor, conforme a la costumbre litúrgica. 10 Todo el pueblo permanecía afuera, en oración, mientras se quemaba el incienso. 

11 Entonces se le apareció un ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar. 12 Cuando Zacarías lo vio, se estremeció y se llenó de temor. 13 Pero el ángel le dijo: «¡No temas, Zacarías, porque tu oración fue escuchada! Tu mujer, Isabel, te dará un hijo al que le pondrás el nombre de “Juan”. 14 Te traerá felicidad e inmenso gozo, y muchos se regocijarán por su nacimiento, 15 porque él será grande ante el Señor, no beberá vino ni licor [Nm 6,3; Lv 10,9], y estará lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre. 16 Hará que muchos israelitas vuelvan al Señor, su Dios, 17 e irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer que vuelvan los corazones de los padres a los hijos, y los rebeldes a la prudencia de los justos, y así preparará para el Señor un pueblo bien dispuesto». 18 Zacarías preguntó al ángel: «¿Cómo sabré que ocurrirá esto? Yo soy un hombre anciano y mi esposa es de edad avanzada». 19 El ángel le respondió: «Yo soy Gabriel, el que está en la presencia de Dios, y fui enviado para hablarte y anunciarte esta buena noticia. 20 Mira, vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no creíste en mis palabras, que se cumplirán a su debido tiempo». 

21 El pueblo estaba esperando a Zacarías y se extrañaba que se demorara en el Santuario. 22 Cuando salió, no podía hablarles, y les hacía señas porque permanecía mudo. Entonces comprendieron que había tenido una visión mientras estaba en el Santuario. 23 Cuando se cumplieron los días de su servicio litúrgico, Zacarías volvió a su casa. 

24 Después de estos días, su mujer Isabel concibió un hijo y se mantuvo oculta durante cinco meses 25 diciendo: «El Señor hizo esto conmigo cuando se dignó quitarme aquello por lo que la gente me despreciaba».


1,5-25: La escena, redactada con términos que remiten al libro de Daniel (Dn 9,20-23; 10,12) y al profeta Malaquías (Mal 3,23-24), relata el anuncio del nacimiento de Juan Bautista. El nombre de este niño no será elegido por sus padres, sino que es impuesto desde el cielo, porque indica la misión que el mismo Dios le ha asignado. El nombre “Juan” significa el Señor hace misericordia. Él será el mensajero que anunciará la llegada del Mesías enviado por Dios, de acuerdo con la palabra de los profetas. Isabel y Zacarías, los padres de Juan, son justos, porque cumplen la Ley de Dios. Sin embargo, María, más que ellos, es la favorecida de Dios (Lc 1,28.30), es decir, tiene la gracia de Dios (Flp 3,9). Zacarías pone en duda que se pueda realizar lo que se le anunció y por eso será castigado. María, en cambio, es la que ha confiado en la palabra de Dios sin ninguna sombra de duda (Lc 1,45).


1,5: 1 Cr 24,10; Mt 2,1 / 1,7: Gn 11,30; 17,15-21; 1 Sm 1,1-28 / 1,9: Éx 30,1-8; 1 Re 7,48-50 / 1,15: Jue 13,4.7-14 / 1,17: Eclo 48,4-8 / 1,19: Tob 12,15; Dn 8,16 / 1,25: Gn 30,23; 2 Sm 6,23


Le pondrás el nombre de “Jesús”

 

26 En el sexto mes, Dios envió al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, 27 a una virgen comprometida para casarse con un hombre llamado José, de la descendencia de David. El nombre de la virgen era María. 28 El ángel entró a donde ella estaba y le dijo: «¡Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo!». 29 Ella se sorprendió al oír estas palabras y reflexionaba qué significaría aquel saludo. 30 El ángel le dijo: «¡No temas, María, porque Dios te ha mirado favorablemente! 31 Concebirás y darás a luz un hijo al que le pondrás el nombre de “Jesús”. 32 Éste será grande, será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; 33 reinará para siempre sobre la casa de Jacob y su Reino no tendrá fin». 34 María preguntó al ángel: «¿Cómo será esto, porque yo no tengo relaciones con ningún hombre?». 35 El ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el consagrado que nazca de ti será llamado Hijo de Dios. 36 Mira: tu parienta Isabel, tenida por estéril, concibió un hijo y ya está en el sexto mes, 37 porque no hay nada imposible para Dios». 38 María respondió: «Aquí está la servidora del Señor. Que se haga en mí lo que tú dices». Entonces el ángel se alejó.


1,26-38: En la segunda escena, paralela a la primera (nota a 1,5-56), se anuncia con textos del Antiguo Testamento el nacimiento de Jesús como hijo de David e Hijo de Dios. María es saludada con un nuevo nombre: “favorecida”, es decir, la que ha recibido un gran favor de parte de Dios. La versión latina de la Biblia o Vulgata interpretó este gran favor, y lo tradujo por llena de gracia (gratia plena). La Iglesia, después de siglos de reflexión, lo expresó en el dogma de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. Al igual que para Juan Bautista (1,13), el nombre del niño que va a nacer es dado desde el cielo, porque la misión que va a cumplir en este mundo proviene de Dios: se llamará “Jesús” que significa el Señor salva. María no duda, como Zacarías, pero pregunta cómo sucederá, dado que ella es virgen y, aunque está comprometida en matrimonio con José, aún no viven juntos. Y ante la revelación (1,35: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti…»), muestra su total dependencia y entrega, llamándose a sí misma «servidora del Señor» (1,38).


1,26-27: Mt 1,18 / 1,28: Sof 3,14-15 / 1,31: Is 7,14 / 1,32-33: 2 Sm 7,9.12-14.16; Is 9,7; Miq 4,6-7 / 1,34: Gn 4,1; Jue 11,39 / 1,35: Éx 24, 15-18 / 1,37: Gn 18,14; Jr 32, 27


¿Cómo es que viene a mí la madre de mi Señor?

 

39 En esos días, María partió y se fue rápidamente a la región montañosa, a una ciudad de Judá, 40 entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. 41 Cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, Isabel quedó llena del Espíritu Santo 42 y exclamando con voz fuerte dijo: «¡Bendita eres tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! 43 ¿Cómo es que viene a mí la madre de mi Señor? 44 Porque apenas oí la voz de tu saludo, el niño saltó de alegría en mi vientre. 45 ¡Dichosa tú que has creído, porque ahora se cumplirá todo lo que te fue anunciado de parte del Señor!». 


1,39-45: En la tercera escena (nota a 1,5-56) se reúnen las madres de Juan Bautista y de Jesús de las que se habló en los dos primeros relatos (1,5-25 y 1,26-38). Se destaca la superioridad de Jesús sobre Juan, y de María, madre de Jesús, sobre Isabel, madre de Juan Bautista. Para redactar este relato, el autor se inspiró en el traslado del arca de la alianza a Jerusalén (2 Sm 6). El arca de la alianza era el cofre de maderas preciosas y de oro que guardaba las tablas de la antigua alianza (Éx 25,10-22). María es ahora presentada como la nueva arca que lleva a Jesús, la nueva alianza de Dios con la humanidad. De la misma manera que David y los israelitas saltaban de gozo ante el arca de Dios (2 Sm 6,5), Juan Bautista, el precursor, salta de alegría en el seno de su madre cuando María ingresa a casa de Isabel (Lc 6,41.44). Tres meses permaneció el arca en una casa y fue causa de bendición para todos sus habitantes (2 Sm 6,11); también María permaneció tres meses en casa de Isabel (Lc 6,56), y fue causa de bendición para esa familia (1,42). Cuando María saluda, se produce alegría e Isabel queda llena del Espíritu Santo (2 Sm 6,12.15). Isabel, por su parte, llama bienaventurada o dichosa a María, la Madre del Señor, porque gracias a su fe se verán cumplidas todas las promesas de Dios en el Antiguo Testamento en favor de su pueblo Israel.


1,41: Hch 2,17 / 1,42: Jue 5,24; Jdt 13,18 / 1,45: Jn 20,29


Mi alma engrandece al Señor

 

46 Y dijo María: 

47 «Mi alma engrandece al Señor,

y mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador, 

48 porque se fijó en la humildad de su servidora.

Desde ahora, todas las generaciones me llamarán dichosa,

49 porque obras grandes hizo en mí el Poderoso.

Su nombre es santo, 

50 y su misericordia llega de generación en generación a sus fieles. 

51 Desplegó la fuerza de su brazo

  y deshizo los planes de los orgullosos, 

52 derribó a los poderosos de sus tronos

  y elevó a los humildes, 

53 a los hambrientos los llenó de bienes 

  y a los ricos los despidió con las manos vacías.

54 Ayudó a su servidor Israel, 

acordándose de la misericordia 

55 que le había prometido a nuestros antepasados,

  a Abrahán y a sus descendientes para siempre». 

56 María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa. 


1,46-56: Este canto, tradicionalmente llamado Magnificat por su primera palabra en la traducción latina, es un himno de acción de gracias a Dios por la realización de su obra salvadora a favor de Israel, compuesto con frases y reminiscencias de textos del Antiguo Testamento. Tiene como modelos el cántico de Ana, una mujer estéril a quien Dios le concede un hijo (1 Sm 2,1-10), y los cantos de los pobres del Señor presente en los Salmos. María encarna el nuevo Israel que da gracias a Dios porque cumplió todo lo anunciado en las Escrituras. María es dichosa porque en ella Dios comenzó las grandes obras con las que cumplió su promesa de socorrer a los pobres y desvalidos de la humanidad.


1,46-47: Is 61,10; Hab 33,17-18 / 1,48: 1 Sm 1,11 / 1,49: Dt 10,21 / 1,50: Sal 103,13.17 / 1,51: Sal 118,15-16 / 1,52: Job 12,19; Eclo 10,14 / 1,53: Sal 107,9 / 1,54: Sal 98,3 / 1,55: Gn 17,7; Sal 105,8-9


2- Nacimiento de Juan y de Jesús


1,57-2,52. Lucas da inicio a otra nueva serie de tres escenas (nota a 1,5-56): los dos de los nacimientos de Juan y Jesús (1,57-80 y 2,1-21) y, luego, la presentación de Jesús en el Templo (2,22-52). Los relatos de los nacimientos son expresivos en sí mismos. La superioridad del Mesías aparece con mayor relieve por la detallada descripción hecha: Lucas comienza ofreciendo un solemne marco histórico (2,1-3); luego, puntualiza varios datos del nacimiento de Jesús, y termina destacando el anuncio a los pastores, de gran densidad teológica al revelar que el Niño que nace es Salvador, Mesías y Señor (2,10-14). Se destaca también, junto con el cumplimiento de las profecías, la atmósfera judía expresada en aspectos como la obediencia a prescripciones como la purificación, la presentación de Jesús en el Templo y el rescate del hijo primogénito e, incluso, no falta la celebración de la Pascua en Jerusalén donde Jesús participa con sus padres. Algunos personajes son modélicos: Simeón en cuanto hombre justo y piadoso, Ana en cuanto mujer que vive para Dios y ambos, por ser testigos de la llegada del Mesías. En todo, Lucas muestra que lo realmente esencial es Jesucristo que da cumplimiento a todo lo estipulado por Dios para salvación de la humanidad. 


Su nombre es “Juan”

 

57 A Isabel le llegó el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. 58 Sus vecinos y familiares oyeron que el Señor se había mostrado misericordioso con ella y compartieron su alegría. 

59 A los ocho días fueron a circuncidar al niño y querían llamarlo Zacarías, como su padre. 60 Pero su madre tomó la palabra y dijo: «¡No! ¡Se llamará “Juan”!». 61 Le dijeron: «En tu familia no hay nadie que tenga ese nombre». 62 Entonces le preguntaron con señas al padre cómo quería que se llamara. 63 Él pidió una tabla y escribió: «Su nombre es “Juan”». Y todos se sorprendieron. 64 De inmediato se le abrió la boca, recuperó el habla y comenzó a bendecir a Dios. 65 Todos los vecinos quedaron llenos de temor, y por toda la región montañosa de Judea se comentaba lo sucedido. 66 Todos los que lo oían lo guardaban en su memoria y decían: «¿Qué llegará a ser este niño?». Porque en él se mostraba el poder del Señor. 


1,57-66: Al narrar el nacimiento de Juan Bautista, el autor presta especial atención al nombre que se le pone al niño. Isabel, su madre, elige un nombre extraño para la familia; Zacarías, su padre, que está mudo y aparentemente también sordo (deben hablarle por señas), coincide con esa elección (1,63). Esto llena de asombro a todos los presentes, ya que no fueron sus padres los que le dieron el nombre al niño, sino Dios. El ángel le había dicho a Zacarías que el niño debía llamarse “Juan” (1,13), que en hebreo significa el Señor hace misericordia, porque este nombre indica cuál es su misión: Dios lo envía a proclamar «un bautismo de conversión para perdón de los pecados» (3,3). Juan será un profeta que no vendrá a amenazar con la condenación, sino a anunciar a todo Israel que Dios es misericordioso y está dispuesto a perdonar a todos los que se arrepientan de sus pecados. Los discípulos de Jesús, como Juan, el precursor, serán enviados a llevar esa buena noticia a todas las naciones (24,48; Hch 2,38; 10,43).


1,59: Gn 17,10-12; Lv 12,3 / 1,66: 1 Cr 4,10


Bendito sea el Señor, Dios de Israel

 

67 Zacarías, su padre, quedó lleno del Espíritu Santo y profetizó:

68 «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, 

porque ha visitado y redimido a su pueblo.

69 Él nos envió un salvador poderoso 

de la familia de David, su servidor, 

70 como había dicho

por medio de sus santos profetas de los tiempos antiguos: 

71 que nos salvaría de nuestros enemigos 

y del poder de todos los que nos odian. 

72 Ha mostrado así misericordia con nuestros antepasados

acordándose de su santa alianza. 

73 Él había jurado a nuestro padre Abrahán 

que nos concedería 

74 que liberados de nuestros enemigos, 

  le sirvamos sin temor

75 en su presencia, con santidad y justicia, 

  durante toda nuestra vida.

76 Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo,

porque irás delante del Señor para preparar sus caminos, 

77 para dar a conocer a su pueblo la salvación

por medio del perdón de sus pecados.

78 Por la misericordia entrañable de nuestro Dios,

llegará hasta nosotros una luz que viene de lo alto,

79 para iluminar a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte, 

y dirigir nuestros pasos por un camino de paz».

80 El niño crecía y su espíritu se fortalecía. Y estuvo viviendo en lugares desiertos hasta el día de su aparición pública a Israel.


1,67-80: El cántico de Zacarías, tradicionalmente llamado Benedictus por su primera palabra en la traducción latina, recoge temas de la espiritualidad de la comunidad de los primeros cristianos judíos, que todavía veían a Dios como el “Dios de Israel” que los liberaba del peligro que representaban los pueblos enemigos. Zacarías, como representante del antiguo Israel, da gracias porque se han cumplido los anuncios de los profetas del Antiguo Testamento y los juramentos que Dios hizo a los patriarcas. Como el cántico de María (1,46-55), también éste está compuesto con frases y reminiscencias de textos del Antiguo Testamento, particularmente del libro de oración de Israel, los Salmos (Sal 72,18; 105,8-9; 106,45), y de algunos escritos proféticos (Miq 7,20; Zac 3,8).


1,68: Hch 15,14 / 1,69: Sal 132,17 / 1,72: Éx 2,24; Lv 26,42 / 1,73: Gn 17,7 / 1,74: Miq 4,10 / 1,76: Mt 3,3; Jn 1,23 / 1,77: Mc 1,4 / 1,78: Ef 5,14 / 1,79: Is 9,2; 58,8; 60,1-2


Les ha nacido un Salvador


21 En aquella época el emperador Augusto publicó un decreto ordenando que se hiciera un censo del mundo entero. 2 Este primer censo se realizó cuando Quirino era gobernador de Siria. 3 Entonces todos fueron a inscribirse, cada uno a su ciudad de origen. 4 José, que era de la familia y del linaje de David, fue de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, llamada Belén, en Judea, 5 a inscribirse, junto con María, su esposa, que estaba embarazada. 

6 Y ocurrió que mientras estaban allí, a ella le llegó el tiempo del parto 7 y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la habitación.

8 Había en esa región unos pastores que pasaban la noche en el campo cuidando sus rebaños y vigilando por turnos. 9 Se les apareció un ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz. Ellos se llenaron de temor, 10 pero el ángel les dijo: «¡No teman, porque les anuncio una buena noticia que será una gran alegría para todo el pueblo! 11 Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. 12 Y esta será la señal para ustedes: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre». 13 De pronto se unió al ángel una multitud del ejército celestial que alababa a Dios exclamando: 

14 «Gloria a Dios en las alturas 

y en la tierra paz 

a los hombres amados por él».

15 Cuando los ángeles regresaron al cielo, los pastores se decían unos a otros: «¡Vayamos a Belén a ver lo que ha sucedido, y que el Señor nos ha dado a conocer!». 16 Fueron de prisa y encontraron a María, a José, y al niño recién nacido acostado en el pesebre. 17 Cuando vieron esto, les contaron lo que les habían dicho sobre el niño. 18 Y todos los que oyeron lo que decían los pastores, quedaron asombrados. 19 María, por su parte, conservaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón. 20 Los pastores regresaron, glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían visto y oído, tal como se les había dicho.

21 Ocho días después, cuando llegó el tiempo de circuncidar al niño, le pusieron el nombre de Jesús, nombre que le había dado el ángel antes de que fuera concebido.


2,1-21: Para relatar el nacimiento de Jesús, el autor recoge elementos que recuerdan la infancia de David, según la Biblia y las tradiciones populares judías, entre otros elementos la mención del rey David (nombrado tres veces) y la ciudad de Belén, donde nació y vivió entre pastores. El cántico que acompaña el nacimiento de Jesús no es entonado por personas humanas, como sucedió en el caso de Juan (1,67), sino por una multitud de ángeles. De este modo, el mensajero celestial da un signo que garantiza que el anuncio viene de Dios. El signo no es algo sobrecogedor ni deslumbrante como en el Sinaí (Éx 19,16). Ahora Dios se manifiesta en la pobreza, la sencillez y la debilidad de un niño recién nacido. Los pastores, que no gozaban de buena reputación en tiempos de Jesús, son los primeros en recibir el Evangelio o Buena Noticia e inmediatamente se convierten en testigos y evangelizadores. María adopta la actitud contemplativa ante el misterio que se le revela, transformándose en modelo del discípulo misionero, llamado a discernir siempre la voluntad de Dios y a aceptarla en su vida.


2,4: 1 Sm 16,1-13; Mt 2,1 / 2,5: Mt 1,18-25 / 2,7: Gn 25,29-34; Rom 8,29 / 2,8: Is 61,1 / 2,9: Tob 5,4-8; Mt 1,20 / 2,11: Mt 1,21; Is 9,5 / 2,14: Ez 3,12 / 2,17: Is 1,3 / 2,20: Hch 2,47 / 2,21: Lv 12,3


Lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor

 

22 Cuando conforme a la Ley de Moisés se cumplió el tiempo de la purificación de ellos, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor, 23 según está escrito en la Ley del Señor: Todo primer hijo varón deberá ser consagrado al Señor [Éx 13,2.15], 24 y para ofrecer un sacrificio como lo ordena la Ley del Señor: Un par de palomas o dos pichones [Lv 12,8].

25 En Jerusalén había un hombre justo y piadoso llamado Simeón que esperaba el consuelo de Israel y el Espíritu Santo estaba sobre él. 26 El Espíritu le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. 27 Conducido por el mismo Espíritu, Simeón fue al Templo, y cuando los padres introdujeron a Jesús para hacer por él lo que se acostumbraba según la Ley, 28 Simeón tomó al niño en sus brazos y bendijo a Dios diciendo:

29 «Señor, ahora puedes dejar partir a tu servidor en paz, según tu palabra.

30 Porque mis ojos han visto tu salvación,

31 la que dispusiste a la vista de todos los pueblos,

  y es luz que se revela a los paganos

32 y da gloria a tu pueblo Israel».

33 El padre y la madre estaban sorprendidos por lo que se decía del niño. 34 Después de bendecirlos, Simeón dijo a María, la madre: «Mira, este niño está puesto para que muchos caigan y se eleven en Israel, y como un signo que provocará enfrentamientos, 35 para que queden de manifiesto las intenciones de muchos. Y a ti una espada te traspasará el alma». 

36 Había también una profetisa que se llamaba Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer anciana, que se había casado muy joven y había vivido con su marido siete años, 37 y ya era una viuda de ochenta y cuatro años. Nunca abandonaba el Templo, día y noche rendía culto al Señor con ayunos y oraciones. 38 Se presentó en ese mismo momento y dio gracias a Dios, hablando del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. 

39 Cuando terminaron de cumplir todo lo que está mandado en la Ley del Señor, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. 

40 El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría, y el favor de Dios estaba con él.


2,22-40: Cuarenta días después del nacimiento del hijo, la madre debía someterse al rito de la purificación, según lo mandaba la Ley (Lv 12,1-8). Sin embargo, Lucas no habla de una purificación de María, sino de la purificación “de ellos”. Lucas, de esta forma, se refiere a la profecía de Malaquías: «El Señor vendrá a su Templo… y purificará a los sacerdotes…» (Mal 3,1-3). El Templo y todos los sacrificios quedan purificados con la entrada de Jesús, porque él es la verdadera morada de Dios entre los seres humanos (Jn 2,18-22), y el único sacrificio aceptable para Dios (Heb 9,11-14). Más tarde, casi al fin de su ministerio, Jesús volverá a entrar al Templo y lo purificará, expulsando a los vendedores (Lc 19,45-46). El anciano Simeón representa a los profetas de Israel que esperaban el consuelo de Israel, es decir, la redención por parte de Dios. El cántico de Simeón, llamado Nunc dimittis en latín, alude a varios textos de la segunda parte del libro de Isaías o Deutero-Isaías (Is 40-55; ver 42,6; 52,10), llamado el “Libro de la consolación de Israel” por la forma como se inicia: «Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice el Señor» (40,1). El cántico de Simeón es, en realidad, el canto de despedida de todos los profetas de Israel que dan por cumplida su tarea y pueden retirarse a descansar en paz, porque ha llegado la salvación que ellos anunciaron. La profetisa Ana, por su parte, representa a los piadosos de Israel, que sirven al Señor con oraciones y ayunos. María, que en otros textos de Lucas asume la figura del pueblo de Israel en la etapa final de su historia, representa al pueblo que, desde la aparición de Jesús hasta hoy, permanece dividido como por una espada (Lc 2,35).


2,22: Lv 12,2.4 / 2,23: 1 Sm 1,22-24 / 2,24: Lv 5,7 / 2,25: Is 40,1-2; 49,13 / 2,26: Éx 30,22-33; Is 11,1-9 / 2,30-32: Is 40,5; 46,13; 49,6 / 2,34: Jr 15,10 / 2,35: Jn 3,19; 9,39 / 2,36: Éx 15,20; Jue 4,4 / 2,37: Jdt 8,4-5; 1 Tim 5,5 / 2,38: Is 52,9; Mt 20,28 / 2,39: Mt 2,23


El niño Jesús se quedó en Jerusalén

 

41 Los padres de Jesús acostumbraban a ir todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. 42 Cuando cumplió doce años, subieron a celebrar la fiesta, como lo hacían siempre. 43 Pasados esos días, regresaron a su casa, pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que sus padres lo supieran. 44 Pensando que estaba entre los peregrinos, hicieron un día de viaje y después comenzaron a buscarlo entre sus familiares y conocidos. 45 Como no lo encontraron, regresaron a Jerusalén a buscarlo. 46 Después de tres días lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. 47 Todos los que lo oían quedaban admirados por su inteligencia y sus respuestas. 48 Cuando sus padres lo vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «¡Hijo! ¿Por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos buscado con angustia». 49 Y él les respondió: «¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo estar en las cosas de mi Padre?». 50 Pero ellos no entendieron lo que Jesús les decía. 51 Entonces volvió con ellos a Nazaret y les obedecía en todo. 

Su madre guardaba cuidadosamente todos estos sucesos en su corazón, 52 mientras que Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres.


2,41-52: Este relato del niño Jesús perdido en el Templo no pertenece a la serie de textos referentes al nacimiento de Jesús, sino que es como un apéndice o añadido. Un hecho de Jesús cuando tenía doce años es narrado de tal forma que anticipa el misterio de la pasión de Jesús. En el contexto de una fiesta de Pascua, Jesús desaparece durante tres días, referencia a la pascua judía en la que a Jesús lo matan y a los tres días resucita (24,46; Mc 8,31). Mientras sus padres de la tierra lo buscan con angustia, Jesús les revela que ha estado ocupándose de las cosas de su Padre celestial. Sin embargo, en la actitud de sumisión de Jesús a sus padres de la tierra (Lc 2,51), se anticipa la actitud del Hijo que «se humilló a sí mismo hasta la muerte por obediencia, ¡y una muerte en cruz!» (Fil 2,8) y que por ser Hijo, «aprendió sufriendo a obedecer» (Heb 5,8).


2,41: Éx 12,1-27 / 2,42: Dt 16,16; 1 Sm 1,3.21/ 2,46: 1 Cor 15,4 / 2,47: Jn 7,15.46 / 2,49: Jn 20,17


3- Comienzo del ministerio de Juan y de Jesús


3,1-4,13. Lucas vuelve a utilizar el recurso literario del paralelismo (nota a 1,5-4,30), ahora para presentar con algunas semejanzas y diferencias las misiones del Precursor y del Mesías: mientras la misión de Juan se introduce por referencias históricas inmediatas (3,1-2), la de Jesús por la genealogía, que se remonta a Adán y a Dios (3,23-38); mientras el lugar de la predicación del Precursor es el desierto (3,3-20), éste es el escenario de las tentaciones de Jesús (4,1-13), quien más bien predica en Nazaret, pueblo donde se había criado, cumpliendo así la profecía de Isaías (citado en 4,18-19). La predicación de Juan, el último de los profetas del Antiguo Testamento (16,16), prepara el camino al Mesías como lo profetizó Isaías (citado en 3,4-6). Mediante la genealogía, Lucas nos revela que Jesús, el Hijo de Dios, es verdadero hombre, descendiente de Adán; en el relato de las tentaciones, que Jesús, verdadero Hijo de Dios, es obediente en todo a su Padre. Así, genealogía, tentaciones en el desierto y anuncios proféticos revelan rasgos fundamentales de la identidad de Jesús y recapitulan acontecimientos de la historia de la salvación que Cristo conducirá a la plenitud.


Una voz grita en el desierto

Mt 3,1-12; Mc 1,1-8

 

31 En el año quince del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato era gobernador de Judea, Herodes, tetrarca de Galilea, su hermano Filipo, tetrarca de Iturea y de la región de Traconítide, Lisanias, tetrarca de Abilene, 2 y bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, la palabra de Dios fue dirigida a Juan, el hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. 

3 Juan recorrió toda la región del Jordán, anunciando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, 4 así como está escrito en el libro del profeta Isaías: 

Una voz grita en el desierto: 

Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos

5 Todo valle será rellenado, toda montaña y colina serán aplanadas; 

los caminos torcidos serán enderezados y los desparejos serán nivelados

6 Y todos los vivientes verán la salvación de Dios [Is 40,3-5].


3,1-6: El inicio de la actividad de Juan Bautista, precursor del Mesías, se indica en correspondencia con los gobernantes de Israel, con los de las naciones paganas (3,1: «El año quince» de Tiberio corresponde al año 28 o 29 d.C.) y con los jefes religiosos de Jerusalén. La obra salvadora de Dios se inscribe en la historia universal, porque el perdón de los pecados que anuncia Juan no se ofrecerá sólo a Israel, sino a toda la humanidad (3,6; 24,47).


3,1: Mt 2,1 / 3,2: Jn 18,13; Hch 4,6 / 3,4-6: Bar 5,7; Tit 2,11


¿Qué debemos hacer?

 

7 Juan le decía a la gente que iba a donde él para que la bautizara: «Raza de víboras, ¿quién les enseñó a huir del inminente castigo de Dios? 8 Más bien hagan obras que demuestren la conversión, y no comiencen a decir en su interior: “Tenemos por padre a Abrahán”, porque yo les aseguro que de estas piedras Dios puede sacar hijos de Abrahán. 9 El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles. ¡Todo árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego!».

10 La gente le preguntaba: «¿Qué debemos hacer?». 11 Y él les respondía: «El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene, y quien posea alimentos que haga lo mismo». 12 Algunos cobradores de impuestos fueron a bautizarse y le preguntaron: «Maestro, ¿qué debemos hacer?». 13 Juan les contestó: «No sigan cobrando más de lo establecido». 14 También algunos soldados le preguntaron: «Y nosotros, ¿qué debemos hacer?». Él les respondió: «No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su salario».


3,7-14: Juan Bautista proclama un bautismo de conversión ante la inminencia del juicio de Dios sobre Israel. Para obtener el perdón de los pecados es necesaria la conversión, que consiste en volverse a Dios y exteriorizarlo con un cambio de conducta. A los que pensaban que para alcanzar la salvación bastaba con tener por padre a Abrahán, Juan les dice que el honor de pertenecer al pueblo de Israel no es suficiente para salvarse, sino que además deben practicar las obras que se ajustan a lo que Dios quiere. Los que se acercan a bautizarse preguntan: «¿Qué debemos hacer?» (3,10; Hch 2,37; 16,30). Juan, mediante ejemplos concretos, les muestra en qué consiste la conversión, enfatizando de manera especial la justicia que regula la relación entre los seres humanos. Hoy más que nunca esta enseñanza es válida para todos los que piden el bautismo cristiano; no es suficiente con bautizarse, también es necesario preguntar: «¿Qué debemos hacer?», para identificarnos con el Hijo amado, cuya obediencia y conducta siempre complació a su Padre (Lc 3,22).


3,7: Mt 12,34 / 3,8: Jn 8,33.39 / 3,9: Mt 7,19 / 3,11: Is 58,7 / 3,12: Mt 21,32 / 3,13: Éx 21,37


Él los bautizará con el Espíritu Santo y fuego

Mt 14,3-4; Mc 6,17-18; Jn 1,19-20


15 Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si acaso Juan no sería el Mesías, 16 él les dijo a todos: «Yo los bautizo con agua, pero viene el que es más poderoso que yo, y él los bautizará con el Espíritu Santo y fuego. Yo ni siquiera soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. 17 Ya tiene en su mano la pala para separar el trigo de la paja: el trigo lo recogerá en su granero, pero la paja la quemará con un fuego que no se apaga». 

18 Y con muchas otras exhortaciones anunciaba al pueblo la buena noticia. 

19 Pero el tetrarca Herodes, reprendido por Juan por haber tomado como mujer a Herodías, esposa de su hermano, y por todas las maldades que había cometido, 20 añadió a todas éstas la de encerrar a Juan en la cárcel.


3,15-20: Juan Bautista, al terminar su misión, se reconoce inferior a Jesús (3,16-17), y así Lucas completa la comparación entre Jesús y Juan, uno de los temas centrales de Lucas 1-2. La tarea de desatar las correas de las sandalias de los amos y señores era considerada tan humillante, que solamente la realizaban los esclavos. Juan dice que, con respecto a Jesús, es menos que un esclavo, pues incluso se reconoce indigno de desatarle sus sandalias. La tarea de Juan consistió en bautizar. Este término, en griego, significa “sumergir”. A los que venían a él, Juan los “sumergía” sólo en agua, pero Jesús los bautizará o “sumergirá” en el Espíritu Santo, dándoles vida divina a todos los que crean en él (Hch 2,38). Juan sólo anuncia el juicio contra los pecadores, pero no tiene, como Jesús, la potestad de juzgar y perdonar definitivamente los pecados. Antes de narrar el bautismo de Jesús, Lucas relata el envío de Juan a la cárcel (Lc 3,19-20), para establecer una neta distinción entre la época de Juan o la antigua alianza, tiempo de la promesa, y la de Jesús o nueva alianza, tiempo del cumplimiento de la promesa (16,16).


3,15: Hch 13,25 / 3,16: Jn 1,26-27.33; Hch 1,5 / 3,17: Mt 3,12 / 3,19-20: Mt 4,12


Tú eres mi Hijo amado

Mt 3,13-17; Mc 1,9-11

 

  21 Cuando todo el pueblo se hacía bautizar, Jesús también fue bautizado. Y mientras permanecía en oración, se abrió el cielo 22 y el Espíritu Santo bajó sobre él en forma visible, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo amado; en ti me complazco».


3,21-22: Por medio de varias referencias a textos del Antiguo Testamento, Lucas describe para sus lectores lo que significó el bautismo de Jesús. No fue un bautismo para conversión y perdón de los pecados, como el que anunciaba y practicaba Juan Bautista, sino un nuevo bautismo, que será fuente y modelo del bautismo de los cristianos. Jesús estaba en oración cuando se abrió el cielo, que hasta ese momento permanecía cerrado (Is 63,19), y por él descendió el Espíritu Santo como los profetas lo habían anunciado para los tiempos finales. La voz de Dios proclama que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios del Salmo, el que se empleaba en la coronación de los reyes israelitas (Sal 2), como lo indican algunos manuscritos que, siguiendo el Salmo 2,7, leen: «Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy» (Lc 1,22). Dios también proclama que su Hijo es el Siervo del Señor del libro de Isaías (Is 42,1-7), en quien el Padre ha puesto su Espíritu y en el que encuentra su complacencia (Lc 3,22). Cuando los cristianos son bautizados, Dios los constituye sus hijos (Gál 3,26-28) y Jesús derrama sobre ellos el Espíritu Santo (Hch 2,33.38-39).


3,21-22: Jn 1,32-34


Hijo de Adán, Hijo de Dios

Mt 1,1-17

 

23 Al comenzar su ministerio, Jesús tenía alrededor de treinta años. Según se pensaba, era hijo de José y descendiente de Helí, 24 de Matat, de Leví, de Melkí, de Janay, de José; 25 éste era hijo de Matatías, de Amós, de Naún, de Eslí, de Nagay, 26 de Maat, de Matatías, de Semeín, de Josec, de Yodá; 27 éste era hijo de Joanán, de Resá, de Zorobabel, de Salatiel, de Nerí, 28 de Meljí, de Addí, de Kosán, de Elmadán, de Er; 29 éste a su vez era hijo de Jesús, de Eliezer, de Jorín, de Matat, de Leví, 30 de Simeón, de Judá, de José, de Jonán, de Eliakín; 31 éste era hijo de Meleá, de Menná, de Matazá, de Natán, de David. 32 David era hijo de Jesé, de Obed, de Booz, de Salá, de Naasón, 33 de Aminadab, de Admin, de Amí, de Esrón, de Fares, de Judá. 34 Judá era hijo de Jacob, de Isaac, de Abrahán, de Tara, de Nacor, 35 de Seruc, de Ragaú, de Fálec, de Eber, de Salá; 36 éste era hijo de Cainán, de Arfaxad, de Sem, de Noé, de Lámec, 37 de Matusalén, de Enoc, de Járet, de Maleleel, de Cainán, 38 de Enós y de Set, quien era hijo de Adán, y Adán era hijo de Dios.


3,23-38: Lucas presenta la genealogía de Jesús como la que aparece en el Evangelio según Mateo (Mt 1,1-17). La genealogía bíblica no es un documento de carácter científico, sino una composición elaborada con antecedentes de la Escritura y algunos aportes de tradiciones populares, con la finalidad de ilustrar un dato de la fe cristiana: Jesús, según la genealogía de Lucas, no está encerrado en los límites del pueblo de Israel, sino que pertenece a la humanidad. Como todos los demás seres humanos, él también es un hijo de Adán. Pero por medio de Adán, también viene de Dios y es la culminación del plan que Dios comenzó a realizar cuando creó al primer hombre. Lucas ha puesto setenta y siete generaciones desde Adán hasta José. Son once etapas de siete generaciones. Con Jesús comienza la etapa número doce de la historia de la humanidad, que según se pensaba por entonces, era la etapa definitiva.


3,23: Mt 1,16; Rom 5,12-14 / 3,27: Esd 2,2 / 3,32: 1 Sm 16,11-13; Rut 4,21 / 3,34: Gn 11,24-28; 21,1-5; 25,24-26; 29,35; 38,27-30 / 3,35: Gn 11,14-23 / 3,36: Gn 5, 28-32; 11,10-13 /3,37-38: Gn 5,1-27


Allí fue puesto a prueba por el Diablo

Mt 4,1-11; Mc 1,12-13

 

41 Jesús, lleno de Espíritu Santo, regresó del Jordán y el Espíritu lo conducía por el desierto. 2 Allí fue puesto a prueba por el Diablo durante cuarenta días, y en todos esos días no comió nada, pero al terminar ese tiempo, sintió hambre. 3 El Diablo, entonces, le dijo: «Si tú eres Hijo de Dios, ordénale a esta piedra que se convierta en pan». 4 Jesús le respondió: «Dicen las Escrituras: El hombre no vivirá sólo de pan» [Dt 8,3].

5 Luego, llevándolo a un lugar alto, el Diablo le mostró en un instante todos los reinos de la tierra 6 y le hizo esta promesa: «Te daré todo el poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero. 7 ¡Todo será tuyo si te postras delante de mí!» 8 Jesús le respondió: «Dicen las Escrituras: Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto» [Dt 6,13; 10,20].

9 Después lo llevó a Jerusalén, lo puso sobre la parte más alta del Templo, y le dijo: «Si tú eres Hijo de Dios, lánzate de aquí abajo, 10 porque dicen las Escrituras: Te encomendará a sus ángeles para que te cuiden [Sal 91,11]. 11 También dicen: Te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra» [Sal 91,12]. 12 Jesús le respondió: «Está escrito: No pondrás a prueba al Señor tu Dios» [Dt 6,16].

13 Cuando el Diablo terminó de someter a Jesús a todo tipo de pruebas se apartó de él hasta el momento oportuno.


4,1-13: Lucas describe el comienzo de la actividad de Jesús siguiendo el modelo del comienzo de la historia del pueblo de Israel, según el libro del Éxodo. El Espíritu Santo conduce a Jesús al desierto. El pueblo de Israel, que es llamado hijo de Dios (Éx 4,22-23), fue conducido por Dios al desierto donde fue tentado durante cuarenta años; allí sintió hambre (Dt 8,2-3), como Jesús (Lc 4,2), pero a diferencia de él, se olvidó de Dios buscando la posesión de los bienes de la tierra (Dt 6,10-13) y se rebeló, exigiéndole milagros (Éx 17,1-7). En todas esas pruebas, el pueblo recién liberado por Dios de Egipto fue infiel. Jesús, en cambio, se muestra como el auténtico Hijo de Dios, quien, tentado por el Diablo, permanece fiel en medio de las pruebas o tentaciones a las que responde con frases tomadas del libro del Deuteronomio (Dt 6,13.16; 8,3), mostrando así su total conformidad con la voluntad de Dios contenida en las palabras de la Escritura.


4,2: Heb 2,18; / 4,6: Ap 13,2.4 / 4,7: Jr 27,5 / 4,9: Jn 7,14 / 4,13: Jn 13,2.27; Heb 4,15


II

La Palabra del Mesías en Galilea


4,14-6,11. La Palabra que el Ungido por el Espíritu de Dios comienza a predicar en Nazaret (4,14-30), en cumplimiento de lo anunciado por Isaías (citado en 4,18-19), tiene una positiva y extensiva resonancia, pero también conoce la hostilidad y el rechazo. En un primer momento (4,31-5,11), aparece la fuerza eficaz de la palabra predicada por el Mesías quien enseña con autoridad, lo que se manifiesta en la expulsión de demonios, sanación de enfermos y el llamamiento a seguirlo, dejándolo todo. La constante predicación por las sinagogas (4,44) y su enseñanza provocan una gran admiración (4,32.36; 5,26), haciendo que su fama crezca continuamente (4,37). En un segundo momento (5,12-6,11), Lucas muestra la oposición que encuentra la Palabra de Jesús, sobre todo por parte de los dirigentes de Israel. La predicación del Mesías en Nazaret y los dos momentos que siguen son programáticos, no sólo del ministerio de Jesús, sino también para el discipulado y misión de los suyos y de los evangelizadores de hoy.


1- El primer anuncio de Jesús de Nazaret


Me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres

Mt 4,12-17; 13,53-58; Mc 1,14-15; 6,1-6

 

14 Jesús volvió a Galilea llevado por la fuerza del Espíritu, y su fama se divulgó por toda esa región. 15 Enseñaba en las sinagogas de ellos y era elogiado por todos. 

16 Fue a Nazaret, donde se había criado, y, según su costumbre, entró un sábado en la sinagoga y se puso de pie para hacer la lectura. 17 Le entregaron el volumen de Isaías, el profeta, y –al desenrollarlo– encontró el texto donde estaba escrito: 

18 El Espíritu del Señor está sobre mí,

porque me ha ungido para anunciar la Buena Noticia a los pobres, 

me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos [Is 61,1-2] 

y la vista a los ciegos,

a dejar en libertad a los oprimidos [Is 58,6],

19 y a proclamar un año de gracia del Señor.

20 Cuando enrolló el volumen, lo entregó al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga lo miraban con atención. 21 Y comenzó a decirles: «Esta lectura que acaban de oír se ha cumplido hoy». 

22 Todos se mostraban de acuerdo con esto, y estaban asombrados por las palabras tan hermosas que él decía. Se preguntaban: «¿Acaso no es éste el hijo de José?». 23 Jesús les dijo: «Con seguridad ustedes me dirán este refrán: “¡Médico, cúrate a ti mismo!” Tienes que hacer aquí en tu propia tierra las mismas cosas que oímos que hiciste en Cafarnaún». 24 Y continuó: «Les aseguro que ningún profeta es aceptado en su propia tierra. 25 En tiempos de Elías había muchas viudas en Israel, cuando dejó de llover durante tres años y medio y todo el país sufrió hambre. 26 Pero el profeta Elías no fue enviado a ninguna de ellas, sino a una mujer viuda de Sarepta, en la región de Sidón. 27 Y en tiempos del profeta Eliseo había muchos leprosos en Israel, y ninguno de ellos fue purificado, sino Naamán, el sirio». 28 Cuando oyeron esto, todos los que estaban en la sinagoga se indignaron. 29 Levantándose, lo sacaron fuera de la ciudad y lo llevaron hasta la parte más alta de la montaña sobre la que estaba edificada su ciudad, con la intención de despeñarlo. 30 Pero Jesús, pasando en medio de ellos, se fue.


4,14-30: El Espíritu Santo conduce a Jesús para que proclame ante el pueblo cuál es la misión que Dios le ha encomendado. Ante todos los que están en la sinagoga de Nazaret, en medio de su gente, por tanto, Jesús explica que en él se cumple un pasaje de Isaías en el que se presenta al designado por Dios al que el Espíritu Santo lo unge para que cumpla la función de profeta (Is 42,1-4), llevando a los pobres la buena noticia de que Dios concede la liberación y el perdón a todos. Para presentar la misión de Jesús, Lucas omite de Isaías 61,1-2 (ver Lc 4,18-19) la parte que se refiere al «día de la venganza de nuestro Dios» (Is 61,2), porque el tiempo de Jesús es tiempo de misericordia, no de venganza. Además, a la cita de Isaías, Lucas añade dos promesas más: Dios dará la vista a los ciegos (42,7) y la libertad a los oprimidos (58,6). Isaías 42,7 (ver Lc 4,18) pertenece al primer poema del Siervo del Señor, descrito como «mi elegido» en quien Dios se complace, porque «he puesto en él mi espíritu» (Is 42,1). Esta profecía se cumple en Jesús, el Siervo fiel y obediente de Dios, que ha sido ungido con el Espíritu Santo en su bautismo y en quien Dios se complace. Jesús es también ungido como un rey, y su misión es anunciar y llevar a cabo el año de gracia, es decir, el año del jubileo en el que se perdonaban las deudas y se liberaba a los presos y esclavos (Lv 25,8-17). Con ejemplos de lo que hicieron Elías y Eliseo, los dos profetas más antiguos e importantes de Israel (Lc 4,25.27), Jesús revela que la salvación está destinada a todas las personas y no sólo a los israelitas. Estas palabras suscitan la indignación de los presentes que intentan matar a Jesús. Como sucedió con todos los profetas del pasado, Jesús no fue bien recibido en su tierra. Al redactar este relato, Lucas está pensando en acontecimientos de su propio tiempo (Hch 21,27-36). La respuesta de Jesús a su Padre invita a ser fieles y a realizar siempre la misión, aún en situaciones conflictivas y en entornos adversos. 


4,15-16: Jn 6,59 / 4,18: Is 58,6; Sof 2,3 / 4,20: Hch 6,15 / 4,21: Heb 3,7-4,13 / 4,22: Jn 6,42 / 4,24: Jn 4,44 / 4,25-26: 1 Re 17,1.8-16; Sant 5,17 / 4,27: 2 Re 5,1-14 / 4,29-30: Jn 8,59; Hch 7,57-58



2- El poder de la Palabra que sana y llama


4,31-5,11. La palabra pronunciada por el Mesías es eficaz porque, dotada de autoridad, siempre realiza lo que significa (nota a 4,14-6,11). Su palabra cura enfermos al derrotar los espíritu impuros que causan las enfermedades; su palabra produce una pesca increíble y, con autoridad incuestionable, convoca a sus primeros discípulos para hacerlos pescadores de hombres (5,10). La admiración de la gente no deja de crecer por lo que el buen nombre de Jesús en la región no deja de aumentar. Incluso los demonios reconocen que él es el enviado y «el Santo de Dios» (4,34). Esto significa que sus palabras y acciones descubren la vida nueva y la misericordia de su Padre y que, sanando los males corporales, manifiesta que Dios está entre los hombres para perdonar pecados y regalarnos la salvación. Jesús, pues, hace realidad la Buena Noticia de que Dios Padre cumple sus promesas de una vida mejor y nueva para quien cumpla su voluntad, la que se ofrece y expresa por la palabra y acciones de su Mesías. 


¡Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus impuros!

Mc 1,21-28


31 Jesús se dirigió a Cafarnaún, ciudad de Galilea. Los sábados les enseñaba 32 y quedaban sorprendidos por su enseñanza, porque su palabra tenía autoridad. 

33 En la sinagoga había un hombre poseído por el espíritu de un demonio impuro y gritaba con fuerza: 34 «¡Eh! ¿Qué tienes que ver con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? ¡Yo sé quién eres! ¡Tú eres el Santo de Dios!». 35 Jesús le ordenó: «¡Cállate y deja a este hombre!». Entonces, en medio de todos, el demonio arrojó al hombre al suelo y salió de él sin hacerle ningún daño. 36 Todos quedaron muy atemorizados y se preguntaban unos a otros: «¿Qué palabra es ésta? ¡Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus impuros, y éstos salen!». 37 La fama de Jesús se difundía por toda la región.


4,31-37: El anuncio de la liberación y el perdón para todos, hecho por Jesús en la sinagoga de Nazaret (nota a 4,14-30), no es una palabra vacía. Dos veces se dice en el texto que la palabra de Jesús está dotada de autoridad: porque enseña sin apoyarse en lo que dicen o dijeron otros maestros de la Ley (4,32), y porque se realiza lo que dice: da órdenes a los espíritus impuros y éstos de inmediato le obedecen (4,35-36). Los demonios reconocen que con la llegada de Jesús y mediante sus acciones y palabras, el Reino se ha hecho presente y el poder del mal está próximo a desaparecer. Pero no es conveniente que sean los demonios, reconocidos como mentirosos (Jn 8,44), los que proclamen quién es Jesús. El honor o la fama de Jesús como enviado de Dios no hace más que crecer: sus palabras y acciones ejercidas con una autoridad nunca vista antes, revelan su origen (Lc 4,34: es «el Santo de Dios») y su misión (4,35: liberar de demonios y del mal). 


4,32: Mt 7,28-29 / 4,34: Mt 2,23; 8,29 / 4,36: Jn 7,46 / 4,37: Hch 6,7


Mandó que la fiebre saliera

Mt 8,14-15; Mc 1,29-31

 

38 Jesús salió de la sinagoga y fue a la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con mucha fiebre, y le rogaron por ella. 39 Él se inclinó sobre la enferma, mandó que la fiebre saliera y ésta desapareció. Ella se levantó de inmediato y se puso a servirles.


4,38-39: Nuevo ejemplo del poder de la palabra de Jesús (nota a 4,31-37): la fiebre, como si fuera una persona, obedece cuando Jesús le da una orden. La comunidad ruega por una mujer enferma, que está en peligro de muerte. Las enfermedades se atribuían a los pecados personales o familiares (Jn 9,2) y a la posesión de los espíritus impuros (Lc 4,41; 9,38-40). Para sanar a alguien, Jesús debe ejercer su autoridad para perdonar pecados y expulsar demonios. Apenas ordena a la fiebre que salga de la suegra de Simón, la enferma «se levantó de inmediato» (4,39), mismo verbo que se emplea para indicar la resurrección (24,7), y se puso a servir a los presentes (22,27). El milagro de la curación de la suegra de Pedro es una imagen de lo que sucede al ser humano tocado por la palabra y la acción de Jesús: se purifica la vida y se dispone para el servicio gratuito y generoso. La oración de intercesión de la comunidad tiene gran importancia, porque Dios la escucha (Sant 5,14-15).


4,38: Éx 20,5-6; Ez 18,2-20; Rom 5,12-21 / 4,39: Mt 9,18-26


Él los sanó imponiendo las manos

Mt 8,16-17; Mc 1,32-34


40 Después de ponerse el sol, todos los que tenían enfermos con diferentes males los llevaron a Jesús, y él los sanaba imponiendo las manos sobre cada uno de ellos. 41 De muchos salían demonios que gritaban y decían: «¡Tú eres el Hijo de Dios!». Pero Jesús los reprendía y no les permitía hablar, porque sabían que él era el Mesías.


4,40-41: Con la llegada del atardecer termina el descanso obligatorio del día sábado, y los que tienen enfermos en sus casas pueden trasladarlos para que Jesús los sane. La misericordia de Jesús se revela al sanar a todos mediante la imposición de las manos (que representa el poder personal) del Hijo de Dios y Mesías sobre cada uno de los enfermos. Se destaca nuevamente la autoridad de su palabra, mediante la cual sana a los enfermos y prohíbe hablar a los demonios (4,35.41).


4,41: Mc 5,7


Para eso he sido enviado

Mt 4,23-25; Mc 1,35-39


42 Cuando amaneció, Jesús salió y se fue a un lugar solitario. Pero la gente lo buscó y, cuando llegaron donde él estaba, trataban de retenerlo para que no se alejara de ellos. 43 Pero les dijo: «También debo anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios en las otras ciudades, porque para eso he sido enviado». 

44 Y predicaba en las sinagogas de Judea.


 4,42-44: El día de ministerio de Jesús en Cafarnaún concluye (4,31-43). Cuando Jesús quiere partir, los habitantes de Cafarnaún buscan que se quede con ellos. Pero Jesús ha sido enviado para anunciar la Buena Noticia en todas partes y, como Hijo y Mesías, debe obedecer la voluntad de su Padre, quien lo envió (4,43: «Debo anunciar…»). Por eso abandona Galilea, el norte del país, y se va a predicar en las sinagogas de Judea, al sur del país. Su ministerio en Cafarnaún y su disposición para la misión es una permanente invitación al cristiano a vivir el discipulado misionero con las motivaciones y el propósito de Jesús. 


4,42: Jn 4,40 / 4,43: Jn 4,34 / 4,44: Mt 9,35


Serás pescador de hombres

Mt 4,18-22; Mc 1,16-20; Jn 21,1-6

 

51 En una ocasión, Jesús estaba a orillas del lago de Genesaret y la gente se agolpaba en torno a él para escuchar la palabra de Dios. 2 Jesús vio dos barcas que estaban junto a la orilla. Los pescadores habían bajado y estaban lavando las redes. 3 Subió a una de ellas, que era la de Simón, le pidió que se apartara un poco de la orilla y, sentándose, enseñaba a la gente desde la barca. 

4 Cuando Jesús terminó de hablar, le ordenó a Simón: «Navega hacia el centro del lago, y tiren sus redes para pescar». 5 Simón le respondió: «¡Señor, no pudimos sacar nada a pesar de que nos cansamos trabajando toda la noche! Pero tiraré las redes confiando en tu palabra». 6 Así lo hicieron, y recogieron una cantidad tan grande de peces que sus redes comenzaban a romperse. 7 Entonces hicieron señas a sus compañeros que estaban en la otra barca para que fueran a ayudarles. Éstos fueron, y llenaron las dos barcas hasta el punto de que casi se hundían. 

8 Cuando Simón Pedro vio esto, se postró a los pies de Jesús y le dijo: «¡Aléjate de mí, Señor, porque soy un hombre pecador!». 9 En efecto, por la pesca tan grande que habían realizado, el temor se apoderó de Pedro y de todos los que estaban con él, 10 incluso de Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Pero Jesús le dijo a Simón: «¡No temas! A partir de ahora serás pescador de hombres». 11 Entonces ellos sacaron las barcas a la orilla, y dejándolo todo, lo siguieron.


5,1-11: Simón Pedro y sus compañeros, que eran pescadores con experiencia, no tuvieron éxito en su tarea. Pero al confiar en la palabra de Jesús y obedecerla, pudieron recoger gran cantidad de peces. Jesús comienza a formar el grupo de sus discípulos, y lo hace en el contexto de una pesca que alcanza un éxito inimaginable por la fuerza de su palabra. Esa misma palabra poderosa de Jesús convirtió a Simón Pedro en «pescador de hombres» (5,10). La respuesta de Simón Pedro y sus compañeros fue abandonar lo de antes y seguir de inmediato a Jesús, pero antes Pedro ha pasado por el reconocimiento de su condición de pecador y por el temor. Jesús, conociendo los límites de quien llama, lo invita a no temer y a participar de su misión. De este modo, al enseñar desde la barca de Pedro y al llamarlo, Jesús está anticipando la figura de Pedro como roca de la Iglesia.


5,1-3: Mt 13,1-2; Mc 3,9-10 / 5,6: Mt 8,3 / 5,8: Éx 30,20 / 5,11: Jn 21,15-17.19


3- El poder de la Palabra cuestionado


5,12-6,11. Para completar lo que viene narrando (nota a 4,31-5,11), Lucas muestra que la palabra de Jesús sana, purifica, hace posible la relación con Dios mediante el culto y genera comunidades inclusivas (5,12-26). Sin embargo, la palabra de Jesús contradice enseñanzas de fariseos y maestros de la Ley (5,27-6,11). Estas controversias, en las que Jesús marca la diferencia, manifiestan las diferencias entre los judíos que siguen a Moisés, y los discípulos de Jesús. Se tocan cuestiones centrales respecto a cómo llevar una vida en comunión con Dios: ¿por qué Jesús perdona pecados?; ¿por qué él y sus discípulos comen con pecadores?; ¿por qué sus discípulos no ayunan?; ¿por qué no observan el sábado? En el trasfondo de cada respuesta se juega la nueva imagen de Dios revelada por Jesús, imagen que maestros de la Ley y fariseos no aceptan. La relación con Dios ya no se basa en el cumplimiento de preceptos legales, sino en la capacidad de ser hijos en el Hijo amado de Dios. Esta relación tiene una manifestación substancial: la misericordia con el prójimo. La gente califica positivamente a Jesús en su enfrentamiento con los dirigentes de Israel por lo que brota la admiración por él y la glorificación a Dios por lo que escucha y ve.


¡Señor, si quieres puedes purificarme!

Mt 8,1-4; Mc 1,40-45

 

12 Una vez que Jesús estaba en una ciudad, un hombre cubierto de lepra lo vio, fue a postrarse con el rostro en tierra y le rogó: «¡Señor, si quieres puedes purificarme!». 13 Jesús extendió la mano, lo tocó y dijo: «Sí quiero: ¡queda purificado!». De inmediato la lepra desapareció. 14 Entonces Jesús le ordenó: «No digas nada a nadie. Pero debes ir a presentarte al sacerdote y llevar la ofrenda que ordenó Moisés por tu purificación, para que les conste que quedaste sano». 

15 La fama de Jesús se difundía cada vez más. Grandes multitudes venían para escucharlo y hacerse curar de sus enfermedades, 16 pero él se alejaba para orar en lugares solitarios.


5,12-16: En tiempos antiguos, los que padecían enfermedades de la piel eran llamados leprosos y considerados impuros. Debían permanecer apartados del culto y de la comunidad. El que los tocaba quedaba también impuro (Lv 13,45-46). El enfermo que se acerca a Jesús pide ser purificado (Lc 5,12) y, con ello, no sólo pide sanarse, sino sobre todo que se lo restablezca como miembro del pueblo santo de Dios para ofrecer oraciones y sacrificios en el Templo y para incorporarse a la comunidad ritualmente pura de Israel. Jesús lo toca, lo purifica o limpia y de inmediato la impureza desaparece. El encuentro y contacto con Jesús hace que los impuros comiencen a ser puros, puedan vivir en comunidad y participar del culto al Señor. Jesús es fuente de dignidad humana y de comunión con Dios y con su pueblo. 


5,12-13: Lv 5,3; 14,2-9 / 5,14: Lv 14,10-32 / 5,15-16: Mc 1,34-35


¿Quién puede perdonar los pecados?

Mt 9,1-8; Mc 2,1-12

 

17 Un día, mientras Jesús enseñaba, estaban allí sentados algunos fariseos y maestros de la Ley que habían venido de todas las poblaciones de Galilea, de Judea y de Jerusalén. La fuerza del Señor estaba en él para que pudiera curar. 18 Entonces, unas personas le trajeron en una camilla a un hombre paralítico y buscaban la manera de entrar para colocarlo delante de Jesús. 19 Pero como no pudieron por causa de la multitud, subieron a lo alto de la casa, y lo hicieron bajar en la camilla a través de las tejas, y lo colocaron en medio de la gente frente a Jesús. 20 Jesús, al ver la fe de ellos, le dijo al paralítico: «¡Hombre, tus pecados quedan perdonados!». 

21 Los maestros de la Ley y los fariseos comenzaron a pensar: «¿Qué clase de hombre es éste que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar los pecados? ¡Solamente Dios!». 22 Jesús, que conocía qué pensaban, les dijo: «¿Por qué piensan así? 23 ¿Qué es más fácil decir: “Tus pecados quedan perdonados”, o decir: “¡Levántate y camina!”? 24 Pero para que ustedes vean que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados -Jesús le dijo al paralítico- a ti te ordeno: ¡Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa!». 25 Él se levantó de inmediato delante de todos, tomó la camilla en la que había estado acostado y se fue a su casa glorificando a Dios. 26 Todos quedaron asombrados y glorificaban a Dios, y llenos de temor decían: «¡Hoy hemos visto cosas maravillosas!».


5,17-26: Esta controversia tiene por tema central el perdón de los pecados (nota a 5,17-6,11). La controversia se suscita porque sólo Dios puede perdonar los pecados y, en cambio, Jesús se atribuye este poder divino y perdona los pecados del paralítico. El argumento de Jesús frente a la crítica de sus adversarios es que si el paralítico queda curado cuando él le ordene que camine, también quedarán perdonados los pecados cuando él se lo mande (5,23-25). Y así lo manda, porque ve la inmensa fe de los hombres que lo traían para que él lo sanara. Los discípulos son los encargados de anunciar este perdón a todo el mundo (Hch 2,38). Las palabras y la acción de Jesús destacan la importancia de la fe y la oración de la comunidad cuando pide el perdón para los pecadores. Esta tarea de intercesión pidiendo la misericordia de Dios para purificar al mundo del pecado y de la maldad es también parte del envío a anunciar que Jesús es el único y perfecto «mediador» entre Dios y los hombres (Heb 8,6; 9,15). 


5,17: Mt 15,1 / 5,20: Sant 5,15; Mc 16,18 / 5,21: Jn 11,47-48 / 5,24: Mt 8,20; Ap 1,13


¿Por qué se juntan a comer y beber con pecadores?

Mt 9,9-13; Mc 2,13-17

 

27 Después de esto, Jesús salió y vio a un cobrador de impuestos llamado Leví, sentado en su despacho, y le dijo: «¡Sígueme!». 28 Leví se levantó y, dejándolo todo, lo siguió. 

29 Leví le ofreció un gran banquete en su casa, y una numerosa multitud de cobradores de impuestos y de otros que los acompañaban estaban a la mesa con ellos. 30 Pero los fariseos y sus maestros de la Ley criticaban a los discípulos de Jesús y les preguntaban: «¿Por qué se juntan a comer y beber con los cobradores de impuestos y pecadores?». 31 Jesús les respondió: «Los que necesitan médico no son los sanos, sino los enfermos. 32 Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores para que hagan penitencia».


5,27-32: Dios en el Antiguo Testamento exige que Israel sea un pueblo santo (Lv 11,44). Muchos entendían que para ser santo había que despreciar a los pecadores y mantenerse alejado de ellos (Sal 139,21-22). Por esto, los judíos piadosos no comían en la misma mesa con pecadores, con cobradores de impuestos como Leví, ni con extranjeros, porque para los hombres y mujeres del siglo I, comer y beber con otras personas crea lazos de amistad y hasta de parentesco. Con hechos y palabras, Jesús muestra que su misión no es la de rechazar a los pecadores, sino la de llamarlos a la penitencia e introducirlos en su familia (Lc 15). En la Iglesia del tiempo apostólico, se presentó un grave problema cuando los primeros cristianos de origen judío debieron sentarse a la mesa para participar en la Eucaristía con discípulos de Jesús venidos del paganismo (Hch 11,1-3; Gál 2,12). Las sentencias de Jesús acerca de que su Padre lo envía a sanar a los enfermos y a llamar a los pecadores (Lc 5,31-32) es la misma respuesta que la comunidad se daba para vivir los dones del Señor en comunión y como fuente de comunión. Ésta tiene que ser también nuestra respuesta. 


5,27: Mc 2,14 / 5,30: Mt 3,7 / 5,31-32: Mt 5,43-48


Los discípulos de Juan ayunan…, tus discípulos comen y beben

Mt 9,14-17; Mc 2,18-22

 

33 Los fariseos y los maestros de la Ley le respondieron: «Los discípulos de Juan ayunan con frecuencia y hacen muchas oraciones. Lo mismo hacen los discípulos de los fariseos, en cambio, tus discípulos comen y beben». 34 Jesús les dijo: «¿Acaso ustedes pretenden que los amigos del novio ayunen mientras él está con ellos? 35 Llegará el día en que les quiten al novio. Ese día ayunarán». 

36 También les propuso esta parábola: «Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo para remendar uno viejo. Si hace así, romperá el vestido nuevo, y el remiendo no quedará bien en el vestido viejo. 37 Y nadie echa vino nuevo en odres viejos. Si hace así, el vino nuevo reventará los odres viejos, el vino se derramará y los odres se echarán a perder. 38 ¡El vino nuevo se echa en odres nuevos! 39 Nadie que bebe vino viejo quiere después tomar vino nuevo, porque dice: “El vino viejo es mejor”».


5,33-39: El Antiguo Testamento establece un solo día de ayuno en el año (Lv 16,29; 23,26-32). Pero los judíos piadosos, por motivos personales o sociales, acostumbraban además observar otros días de ayuno (Lc 2,37; 18,12). Los discípulos de Juan Bautista y los fariseos se distinguían por sus rigurosos ayunos y sus largas oraciones, mientras que los discípulos de Jesús vivían en un clima festivo, propio de una fiesta de bodas. La pregunta, en el fondo, es por qué los cristianos no se adhieren a los ayunos de los judíos. El ayuno supone una situación de tristeza y humillación, la que no corresponde cuando se comienza a festejar la venida del Mesías, el «Novio» de Israel (5,34), acontecimiento que se asemeja a un banquete de bodas (Ap 19,9). La diferencia no es accidental, pues si la enseñanza de Jesús se entremezcla con tradiciones religiosas, afirmando que proceden de Dios, pero son más que disposiciones humanas (Mc 7,1-13), todo termina perdiéndose (Lc 5,36-38). 


5,33: Mt 6,16 / 5,35: Hch 2,23 / 5,36-37: 2 Cor 5,17 / 5,38-39: Eclo 31, 25-31; Jn 2,10


¿Por qué hacen lo que no está permitido en día sábado?

Mt 12,1-8; Mc 2,23-28


61 Un sábado Jesús atravesaba por unos sembrados. Sus discípulos arrancaban las espigas y, frotándolas entre las manos, se comían los granos. 2 Algunos fariseos les preguntaron: «¿Por qué hacen lo que no está permitido en día sábado?» 3 Jesús les respondió: «¿No han leído lo que hizo David cuando él y sus compañeros sintieron hambre, 4 cómo entró en el Santuario y, tomando los panes de la ofrenda, que sólo pueden comer los sacerdotes, comió él y dio de comer a sus compañeros?». 5 Y les dijo: «El Hijo del hombre es dueño también del sábado».


6,1-11: El Antiguo Testamento prohíbe trabajar en día sábado (Éx 20,8-10) e impone severas penas, incluso la muerte, para los que hacen alguna tarea prohibida en ese día (31,14-15). Los rabinos o maestros de la Ley enseñaban que en sábado se podía hacer solamente lo que fuera necesario para salvar a una persona que estuviera en peligro de muerte. El hambre de los discípulos (Lc 6,1-5) o la parálisis de un brazo (6,6-11) no implicaban un peligro de esta clase (13,14). Jesús enseña que en sábado se puede hacer todo lo que redunda en bien de los seres humanos y pone como ejemplo a David que hizo algo prohibido por la Ley cuando él y sus compañeros tuvieron hambre (6,3-4). Dejar de hacer el bien, aunque sea por respetar el sábado, es lo mismo que hacer el mal (13,10-17; 14,1-6). Pero lo que acaba de hacer Jesús es para los maestros de la Ley una violación de lo mandado en el Antiguo Testamento, y esa falta merece la muerte (6,11). En cambio, el Dios de Jesucristo es Dios de vida (20,38), que garantiza con su voluntad la vida y dignidad del ser humano, no su destrucción. 


6,1: Dt 23,25 / 6,3-4: Éx 25,23; Lv 24,9; 1 Sm 21,1-6


¿Está permitido en sábado hacer el bien o el mal?

Mt 12,9-14; Mc 3,1-6


6 Otro sábado Jesús entró en la sinagoga y enseñaba. Había allí un hombre que tenía la mano derecha paralizada. 7 Los maestros de la Ley y los fariseos lo observaban con atención para ver si sanaba en día sábado y tener algo de qué acusarlo. 8 Como Jesús sabía qué pensaban, le dijo al hombre de la mano paralizada: «Levántate y colócate en medio de todos». Él se levantó y se puso en medio de todos. 9 Después Jesús les dijo: «Yo les pregunto: ¿Está permitido en sábado hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?». 10 Y mirando a todos los que le rodeaban, le ordenó al hombre: «¡Extiende tu mano!». Él lo hizo, y su mano quedó sana. 11 Ellos, por su parte, se pusieron furiosos y discutían qué le harían a Jesús.


6,6-11: Ver comentario a 6,1-11.


6,6: Mc 3,1-6 / 6,7: Jn 5,9-10 / 6,9: Jn 7,21-24 / 6,11: Jn 5,18


III

Enseñanzas, milagros y revelación del Mesías


6,12-9,50. Lucas, en lo que sigue, reunió material literario y teológico de distinto tipo, ya sea sobre los Doce, su constitución y envío (6,12-16; 9,1-6), ya sobre enseñanzas de Jesús como el Sermón de la llanura (6,20-49); recogió también el pasaje de la pecadora (7,36-50), de la genuina familia de Jesús (8,19-21), dos anuncios de pasión (9,22.44-45) y dos sumarios (6,17-19; 8,1-3) y otros varios relatos de milagros y parábolas. Debido a lo diverso del material, no resulta fácil definir con exactitud su secuencia lógica. Con todo, se pueden distinguir dos grandes conjuntos: el primero centrado en la enseñanza de Jesús y en sus milagros (6,12-8,56), y el segundo, en la revelación a los discípulos (9,1-50). El contenido de ambos es similar: la manifestación de algunas notas distintivas del Reino de Dios en íntima relación con la identidad de Jesús y con el tipo de mesianismo que la voluntad del Padre le pide vivir. De lo que Jesús es y quiere depende la identidad y misión de sus discípulos. El discípulo, pues, necesita convertirse a la identidad y mesianismo de Jesús que revela el Reino, y convertirse significa renunciar a sí mismo y cargar su cruz cada día (9,23).


1- Enseñanzas y milagros de Jesús, el Mesías


6,12-8,56. Lucas ofrece diversas enseñanzas de Jesús y varios milagros, materiales disímiles no fácil de organizar (nota a 6,12-9,50). Jesús elige a sus doce apóstoles después de orar, como es frecuente en este evangelio. Siguen las bienaventuranzas enseñadas por Jesús en una llanura (6,17a), mientras que según Mateo, en la montaña (Mt 5-7). Es numerosa la gente que se acerca para escucharlo y tocarlo, pues de él sale «una fuerza» que otorga vida y perdona pecados (Lc 6,17b-19). Las bienaventuranzas, a diferencia de Mateo, incluyen lamentos sobre los ricos, quienes poseídos por sus bienes materiales sin incapaces de compartir (6,24-26). El principio que Jesús inculca es hacer el bien a todos, incluso a los enemigos (6,27-30), imitando la misericordia de Dios (6,36). Mediante parábolas, enseña que nadie debe constituirse en juez de los demás, porque sólo Dios lo es; hipócrita es quien critica a los hermanos por las mismas faltas que él carga (6,37-42). Para ser discípulo no hay que ser judío (7,1-10) o estar sin pecado (7,36-50), sino creer en Cristo (8,22-25), producir buenas obras o dar frutos (6,43-49; 8,4-15) y testimoniarlo (8,16-18), convencidos de que su amor libera y sana (8,26-56). En tres pasajes se compara el ministerio de Jesús con el de Juan Bautista, para mostrar que Juan no es el Mesías y que su función es prepararle el camino al Señor (7,18-23; 7,24-30; 7,31-35). 


Eligió a Doce de ellos

Mt 10,1-4; Mc 3,13-19


12 Por aquellos días, Jesús fue al monte a orar, y pasó toda la noche en oración con Dios. 13 Cuando amaneció, reunió a sus discípulos y eligió a Doce de ellos, a los que llamó “apóstoles”: 14 Simón, al que puso el nombre de “Pedro”, y su hermano Andrés; Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, 15 Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Simón, llamado el Zelota, 16 Judas, hijo de Santiago, y Judas Iscariote, que fue el traidor.


6,12-16: Jesús comienza a formar el nuevo pueblo de Dios, integrado por personas que vienen del pueblo judío, pero también de otros pueblos. Así como el pueblo de Dios se formó a partir de los doce patriarcas, que eran los doce hijos de Jacob (Gn 35,23-26), a quien Dios le pone por nombre Israel (32,29), Jesús elige a doce hombres para que sean los patriarcas del nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, y -como Dios a Jacob- a uno de ellos le cambia el nombre para significar su nueva misión de cara al nuevo pueblo (Lc 6,14). Antes de elegirlos, Jesús se prepara con una noche dedicada enteramente a la oración. Las acciones determinantes de Jesús están precedidas por tiempos intensos de oración (9,28-29). Como él lo hace, les enseña a sus discípulos a orar (11,1-4; 18,1), y les transmite su experiencia respecto a lo que consigue una oración sincera dirigida a Dios (18,9-14).


6,12: Mt 12,23 / 6,14: Mt 16,18 / 6,16: Hch 1,16


De él salía una fuerza que los sanaba a todos

Mt 4,24-25; Mc 3,7-12


17 Cuando Jesús descendió de la montaña junto con ellos, se detuvo en un lugar llano. Allí había un gran número de discípulos, y una inmensa multitud de gente proveniente de toda Judea, de Jerusalén y de la zona costera de Tiro y Sidón, 18 que habían venido a escucharlo y a que los sanara de todas sus enfermedades. Los que estaban atormentados por espíritus impuros también quedaban sanos. 19 Y toda la gente quería tocarlo, porque de él salía una fuerza que los sanaba a todos.


6,17-19: Lucas coloca en un lugar llano el discurso que en el Evangelio según Mateo es en una montaña (Mt 5,1). Antes de comenzar a exponer la enseñanza de Jesús, Lucas presenta un inmenso auditorio compuesto por personas que vienen de todas partes y algunos desde muy lejos. Todos están ansiosos por escuchar a Jesús y ser curados de sus males. Los que hoy leemos el evangelio, debemos sentirnos parte de esa muchedumbre. Necesitamos que el Señor nos alimente con su palabra y cure todos los males que afectan a nuestra sociedad y a nosotros mismos. La palabra de Jesús tiene poder para sanarnos, pero sólo quedarán sanados aquellos que lleguen a tocar al Señor gracias al encuentro personal con él (6,19).


6,17: Mt 11,21 / 6,18: Mc 9,25-26 / 6,19: Mc 5,28-30


¡Dichosos los pobres!

Mt 5,3-12


20 Jesús, fijándose en sus discípulos, dijo:

«¡Dichosos los pobres, porque a ustedes les pertenece el Reino de Dios! 

21 ¡Dichosos ustedes, los que ahora tienen hambre, porque Dios los saciará!

¡Dichosos ustedes, los que ahora están llorando, porque reirán!

22 ¡Dichosos ustedes cuando la gente los odie, los expulse, los insulte y cuando desprecie su nombre como malo por causa del Hijo del hombre!

23 Alégrense y salten de gozo cuando llegue ese día. Sepan que la recompensa de ustedes será grande en el cielo, porque los antepasados de esa gente trataban de la misma forma a los profetas.

24 ¡Pero ay de ustedes, los ricos, porque ya están recibiendo su consuelo!

25 ¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque pasarán hambre!

¡Ay de ustedes, los que ahora se ríen, porque estarán de duelo y llorarán!

26 ¡Ay de ustedes cuando toda la gente los alabe, porque los antepasados de esa gente trataban de la misma forma a los falsos profetas!».


6,20-26: A partir de 6,20 y hasta 7,50, Lucas deja de seguir el relato de Marcos, que le sirve de fuente, y abre un paréntesis para introducir el material que recoge de otras fuentes, una de ellas conocida también por Mateo. Las llamadas bienaventuranzas son semejantes a las de Mateo 5,3-12. Pero mientras Mateo les da un enfoque más espiritual, Lucas encara los problemas sociales de su época, mencionando a pobres y ricos, hambrientos y opulentos, los que se divierten y los que sufren…, situaciones que caracterizaban su tiempo. Los que padecen estos males sociales son felicitados porque su situación va a cambiar y no porque están sufriendo. En la comunidad cristiana de los primeros tiempos todos deben compartir sus bienes con generosidad y alegría, de modo que no haya más pobres (Hch 2,44-45; 4,34-35). La última bienaventuranza se refiere a los cristianos perseguidos (Lc 6,22-23) y quizás tenga en cuenta el decreto del Emperador romano según el cual no se tenía por lícito ser cristiano; en ese caso no se promete un cambio de situación en este mundo, sino un premio en el cielo. A las bienaventuranzas siguen tres lamentos sobre los ricos (6,24-25), que en la obra de Lucas (Evangelio y Hechos de los Apóstoles) son aquellos que se preocupan por acumular bienes, pero no los comparten, pues sólo buscan asegurar su propia vida (16,19); los ricos reciben ese consuelo (tener bienes, vivir satisfechos, reír) en esta tierra (6,24), pero por obrar como lo hacen, quedarán privados de los bienes del Reino que instaura Jesús (18,24-25). 


6,20-26: Is 65,13-14 / 6,21: Sal 126,5-6; Ap 7,16-17 / 6,22: 1 Pe 4,14 / 6,23: 2 Cr 36,16; Hch 7,52 / 6,24: Sant 5,1-5 / 6,26: Sant 4,4


Amen a sus enemigos

Mt 5,39-42.44-48

 

27 «Pero yo les digo a los que me están escuchando: Amen a sus enemigos, hagan el bien a aquellos que los odian, 28 bendigan a los que los maldicen, oren por los que los maltratan. 29 Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra, y no le niegues la túnica al que te quitó el manto. 30 Da siempre a todo el que te pida, y al que te quite lo tuyo, no se lo reclames. 31 Traten a los demás como ustedes quieren que ellos los traten. 32 Si aman a quienes los aman, ¿qué mérito tienen? Porque también los pecadores aman a quienes los aman. 33 Si hacen el bien a quienes les hacen bien, ¿qué mérito tienen? Porque también los pecadores hacen lo mismo. 34 Si prestan a aquellos de los que esperan recibir algo, ¿qué mérito tienen? Porque también los pecadores prestan a los pecadores para que después les devuelvan lo suyo. 35 Pero ustedes amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar que les devuelvan. Entonces tendrán una gran recompensa y serán hijos del Altísimo, porque él es bondadoso con los ingratos y con los malos. 36 Sean misericordiosos así como el Padre de ustedes es misericordioso».


6,27-36: En la Sagrada Escritura, amar significa hacer el bien. En el Antiguo Testamento se mandaba hacer el bien sólo a los buenos (Eclo 12,1-7), y se pedían castigos sobre los enemigos y los que obraban el mal (Jr 18,21-23; Sal 69,23-29). Sin embargo, Jesús enseña que sus discípulos deben hacer el bien a todos, incluso a los enemigos y a los que les agreden y persiguen, imitando a Dios «que es bondadoso con los ingratos y con los malos» (Lc 6,35). El discípulo está llamado a ejercer una generosidad sin límites, imitando la misericordia del Padre celestial. Pero este es un modelo que queda siempre demasiado lejos y ante él, todos seguimos siendo discípulos, es decir, siempre tenemos mucho que aprender en el camino del amor cristiano. 


6,27-30: Rom 13,8-10 / 6,31: Tob 4,15 / 6,35: Eclo 4,10 / 6,36: Éx 34,6-7


Perdonen y Dios los perdonará

Mt 7,1-5

 

37 «No juzguen y Dios no los juzgará. No condenen y Dios no los condenará. Perdonen y Dios los perdonará. 38 Den y Dios les dará. Él les dará una bolsa con provisiones generosa, apretada, sacudida y repleta, porque la misma medida que usen para los demás, Dios la usará con ustedes».


 6,37-38: Jesús emplea cuatro verbos en imperativo: «No juzguen…, no condenen…, perdonen…, den» (6,37-38), para enseñar la conducta que caracteriza a su discípulo, conducta que Dios devolverá multiplicada (6,38). Al discípulo de Jesús no le corresponde erigirse como juez de los otros, sino ofrecer el perdón con generosidad. Su modelo es Jesús que no vino a condenar, sino a salvar (Jn 3,17), y que pide perdonar de corazón para poder ser perdonados (Mt 6,12-15; 18,21-35; ver Eclo 27,30-28,7).


6,38: Mc 4,24


¿Por qué miras la astilla en el ojo del hermano?

Mt 15,14; 10,24-25

 

39 También les dijo esta parábola: «¿Puede un ciego ser guía de otro ciego? ¿No caerán los dos en un hoyo? 40 Ningún discípulo es mayor que su maestro. Cuando haya aprendido todo, será como su maestro». 

41 «¿Por qué miras la astilla en el ojo de tu hermano y no adviertes el tronco que tienes en el tuyo? 42 ¿Cómo puedes decirle: “¡Hermano, deja que saque la astilla que tienes en tu ojo!”, si no ves el tronco que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita! ¡Saca primero el tronco de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la astilla del ojo de tu hermano!».


 6,39-42: Por medio de las parábolas acerca de un ciego que guía a otro (6,39-40) y de la astilla en el ojo del hermano (6,41-42), Jesús enseña a sus discípulos que nadie debe adoptar la función de juez ante el que peca o se equivoca, pues todos somos pecadores y necesitados del perdón de Dios y de los hermanos. Antes de corregir a los demás, cada uno debe examinarse a sí mismo. Entonces, la corrección fraterna brota de aquel que discierne su conducta y sus motivaciones, porque vive preocupado por parecerse cada vez más a su Señor; lo contrario puede ser hipocresía. Cuando algunos asumen la función de jueces rigurosos, criticando y condenando a los que no obran bien, traen al interior de la comunidad muchos y graves conflictos. Por coherencia cristiana, la corrección fraterna requiere, sobre todo en estos casos, mostrar con las propias obras que uno no tiene los defectos que critica. 


6,40: Jn 13,16; 15,20 / 6,41-42: Mt 7,3-5


Cada árbol se conoce por sus frutos

Mt 7,16-20; 12,33-35 


43 «Ningún árbol bueno da frutos malos, y ningún árbol malo da frutos buenos. 44 Cada árbol se conoce por su fruto, porque de los espinos no se recogen higos ni se cosechan uvas de la zarza. 45 La persona buena saca el bien del buen tesoro de su corazón, y la persona mala, saca la maldad de su mal corazón, porque la boca habla de lo que abunda en el corazón».


6,43-45: Las personas no son buenas o malas por la fama de la que se rodean ni por lo que cada uno puede decir de sí mismo. La bondad o la maldad se manifiesta en las obras que cada uno realiza, y éstas serán buenas si proceden de un corazón puro que busca amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo (10,25-28). Entonces, el cuerpo entero del discípulo estará iluminado (11,34-36) por lo que podrá iluminar a otros con la enseñanza de Jesús (8,16); de otro modo es imposible, pues no se recogen higos de los espinos ni uvas de las zarzas.


6,43-45: Mt 12,33-34; Sant 3,11-12


El que escucha mis palabras y las pone en práctica…

Mt 7,21.24-27


46 «¿Por qué me dicen: “¡Sí, Señor!”, pero no hacen lo que digo?».

47 «Les voy a decir a quién se parece aquel que viene a mí, escucha mis palabras y las pone en práctica: 48 se parece a un hombre que para construir una casa cavó profundamente y puso el cimiento sobre la roca. Cuando creció el río, el agua golpeó con fuerza contra la casa, pero no pudo sacudirla porque estaba bien cimentada. 49 Al contrario, el que escucha mis palabras, pero después no las pone en práctica se parece a un hombre que construyó su casa sobre la tierra, pero no cavó para poner los cimientos. El río golpeó con fuerza contra la casa, ésta se derrumbó enseguida, y el desastre fue muy grande».


6,46-49: Jesús finaliza su enseñanza (nota a 6,12-49), afirmando que no basta con conocerlas y decirle: «¡Sí, Señor!» (6,46; 11,27-28; Mt 7,21-23), cuando no existe la intención de hacer lo que él pide. Confesar que Jesús es el Señor es comprometerse a obedecerlo, es decir, a poner en práctica sus enseñanzas. El que se contenta con escuchar y no pone en práctica lo que Jesús pide a sus discípulos, arruina su vida y se expone al desastre final, como le ocurrió a aquel que construyó su casa sobre la tierra sin cimiento alguno (Lc 6,49). En la vida cristiana no basta el orden de las intenciones y sentimientos: éstos tienen que reflejarse en las acciones concretas de la vida cotidiana, pues sólo así se cumple la voluntad del Padre (Mt 21,28-32).


6,47: Jn 6,35 / 6,48-49: 1 Cor 10,31-11,1


Yo no merezco que entres a mi casa

Mt 8,5-10.13; Jn 4,46-53


71 Cuando Jesús terminó de decir todo esto en presencia del pueblo, entró en Cafarnaún. 2 El sirviente de un oficial romano estaba muy enfermo, a punto de morir. El oficial apreciaba mucho a este servidor 3 y, cuando oyó hablar de Jesús, mandó a unos ancianos de los judíos para que fueran a rogarle que curara a su sirviente. 4 Éstos se presentaron ante Jesús y le pedían insistentemente, diciéndole: «Merece que se lo concedas, 5 porque ama a nuestro pueblo y nos ha construido la sinagoga». 6 Jesús se fue con ellos y cuando ya estaba cerca de la casa, el oficial romano envió a unos amigos para que le dijeran: «¡Señor, no te molestes! Yo no merezco que entres a mi casa 7 y, por eso, no me consideré digno de ir a verte. Pero con una palabra que digas, mi sirviente sanará. 8 Porque yo, que tengo que obedecer, también tengo soldados a mis órdenes. Y cuando le digo a uno que vaya, él va, y si le digo a otro que venga, él viene. Y si le digo a mi servidor que haga algo, él lo hace». 9 Cuando Jesús oyó esto se admiró y, dirigiéndose a toda la gente que lo seguía, les dijo: «Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado una fe tan grande». 10 Cuando los enviados volvieron a la casa, encontraron al sirviente ya sano.


7,1-10: Los paganos eran considerados impuros y, por tanto, no se debía tener trato con ellos. Jesús no duda en ir a la casa de un oficial pagano o centurión romano, para curar a uno de sus servidores que está moribundo, dando así ejemplo de lo que ha proclamado en la predicación precedente: se debe hacer el bien a todos, sin ninguna distinción, siguiendo el modelo del Padre celestial que es misericordioso con todos (6,36). El oficial pagano, por su parte, es elogiado por su generosidad y por su fe. Él, que cree en el poder de Jesús para curar a su sirviente, considera excesivo que Jesús vaya a su casa. Si él, que es un simple mortal, consigue que sus subordinados le obedezcan con sólo dar una orden, Jesús también puede curar una enfermedad con sólo decir una palabra. Y efectivamente así ocurre. El poder de la palabra del Señor y la fe generosa del pagano hacen posible la vida que procede de Dios, comunicando su salvación no sólo para uno mismo, sino también para los demás. 


7,2: Mc 15,39 / 7,4: Mt 21,23 / 7,5: Hch 10,1-2


¡Joven, a ti te digo, levántate!


11 Después de esto, Jesús fue a una ciudad llamada Naín. Junto con él, iban sus discípulos y una gran cantidad de gente. 12 Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, a la que acompañaban muchas personas del pueblo. 13 Al verla, el Señor se conmovió por ella y le dijo: «¡No llores!». 14 Y acercándose, tocó el féretro y los que lo llevaban se detuvieron. Después dijo: «¡Joven, a ti te digo, levántate!». 15 El muerto se sentó y comenzó a hablar. Entonces Jesús se lo entregó a su madre. 16 Todos quedaron llenos de temor y glorificaban a Dios, diciendo: «¡Un gran profeta ha aparecido entre nosotros! ¡Dios ha visitado a su pueblo!». 17 La noticia de lo que había hecho Jesús se difundió por toda Judea y por toda la región vecina.


7,11-17: Jesús, que con una sola palabra pudo curar a un moribundo, sirviente de un oficial romano (7,1-10), ahora da una orden y devuelve la vida a un muerto. La gente, testigo del milagro, afirma que Jesús es «un gran profeta» (7,16), confundiéndolo con Elías (9,8.19), que también había resucitado al hijo de una viuda (1 Re 17,17-24). Ante su hijo único ahora muerto, la viuda de Naín llora, pero Jesús, conmovido por ella a causa de su dolor y su situación de absoluto abandono, le pide que deje de llorar (Lc 7,13). En una bienaventuranza, Jesús había prometido que los que ahora lloran, reirán (6,21). El llanto siempre acompaña al pecado (7,38; 22,61-62) y a la muerte (8,52). Pero como los pecados son perdonados y la muerte es vencida por Jesús, este llanto pertenece a la antigua situación, por lo que no tiene lugar y hay que dejar de llorar (8,52; 23,28). Con la venida de Jesucristo comienza una nueva época, caracterizada por la alegría y la esperanza. El Espíritu Santo que otorgará Jesús es fuente de alegría para la comunidad cristiana (Hch 13,52; Rom 14,17). 


7,11: Jn 7,22 / 7,13-14: Hch 9,39-40 / 7,16: Mt 16,14


¿Eres tú el que debe venir o tenemos que esperar a otro?

Mt 11,2-6

 

18 Los discípulos de Juan le informaron de todo esto. Entonces, Juan llamó a dos de ellos 19 y los envió para que fueran a preguntarle al Señor: «¿Eres tú el que debe venir o tenemos que esperar a otro?». 20 Cuando estos hombres se presentaron ante Jesús, le dijeron: «Juan Bautista nos mandó a preguntarte si eres tú el que debe venir o tenemos que esperar a otro». 21 En ese momento Jesús sanó a muchos de sus enfermedades, de sus dolencias y de los malos espíritus, y le dio la vista a muchos ciegos. 22 Entonces, le respondió a los enviados de Juan: «Vayan y díganle a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres reciben la Buena Noticia 23 y dichoso el que no encuentra en mí un motivo para perder la fe».


7,18-23: Se suceden tres pasajes referidos a Juan Bautista (nota a 7,1-8,3). Este primer pasaje corrige la opinión de la gente que confunde a Jesús con el gran profeta Elías. Incluso el mismo Juan Bautista manda a preguntar si Jesús es el profeta Elías, aquel «que debe venir» antes de la llegada del Mesías (7,19; Mt 17,10-11). Jesús responde mostrando las acciones salvadoras que él realiza y que son los prodigios que Dios efectuará en el tiempo final, según lo había anunciado por el profeta Isaías: los ciegos ven, los sordos oyen, los paralíticos caminan (Is 35,5-6), los muertos resucitan (26,19), y se anuncia la buena noticia a los pobres (61,1). Jesús ya se había presentado como el ungido por el Espíritu Santo para llevar a cabo esos actos de salvación (Lc 4,18-19), para recibir en su mesa a los pecadores y otorgarles el perdón. Juan Bautista había esperado que Jesús los castigara (3,9.17) y los fariseos se habían escandalizado, porque Jesús los recibía y comía con ellos (5,30; 15,1-2). Pero, a diferencia de Juan y los fariseos, Jesús proclama dichosos a todos aquellos que lo aceptan como salvador y no lo rechazan, porque han creído en él y han renunciado a las creencias que Juan y los fariseos tienen acerca de cómo hay que proceder con los pecadores. 


7,19: Jn 4,25-26 / 7,22: Is 29,18-19; 42,7 / 7,23: Jr 15,10


No hay nadie más grande que Juan

Mt 11,7-11


24 Cuando los enviados de Juan se fueron, Jesús comenzó a hablar a la gente acerca de Juan. Les decía: «¿Qué salieron a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? 25 Entonces, ¿qué salieron a mirar? ¿Un hombre vestido con lujo? Los que se visten lujosamente y viven rodeados de opulencia están en los palacios de los reyes. 26 Entonces, ¿qué salieron a ver? ¿A un profeta? ¡Sí! Y les aseguro que a uno más grande que un profeta. 27 Él es aquél de quien dice la Escritura:

¡Miren! Yo envío a mi mensajero delante de ti.

Él te preparará el camino» [Mal 3,1; Ex 23,20]

28 «Les aseguro que entre todos los hombres no hay nadie más grande que Juan, pero el más pequeño en el Reino de Dios es más grande que él». 

29 «Toda la gente que escuchó a Juan, incluso los cobradores de impuestos, le dieron la razón a Dios, y se hicieron bautizar por él. 30 Pero los fariseos y los maestros de la Ley despreciaron lo que Dios había establecido a favor de ellos y no quisieron que Juan los bautizara».


7,24-30: El segundo texto referido a Juan Bautista (nota a 7,1-8,3) es un elogio del precursor del Mesías por parte del mismo Jesús. Juan es inferior a Jesús e incluso inferior a los discípulos de Jesús, porque más grande que Juan será el más pequeño de los discípulos que participen del Reino que trae el Mesías. Sin embargo, el Bautista no debe ser menospreciado, porque él es el más grande de los profetas (7,26), el que viene con la misión de preparar el camino al Señor. Dios habló por medio de Juan, y hasta los pecadores lo reconocieron y se hicieron bautizar por él. En cambio, los fariseos y los maestros de la Ley, al rechazar el bautismo de Juan, quedaron privados de la salvación que Dios, por su Mesías, les estaba ofreciendo (7,30). Dios lleva adelante su plan salvador privilegiando lo humilde y sencillo por sobre lo grande y esplendoroso. 


7,25: Mt 3,4 / 7,27: Éx 23,20 / 7,28: Jn 1,6 / 7,29-30: Mt 21,31-32


¿A qué se parece la gente de esta época?

Mt 11,16-19


31 «¿Con qué compararé a la gente de esta época? ¿A qué se parece? 32 Se parecen a unos niños que están sentados en la plaza y se gritan unos a otros aquello que dice: “Hemos tocado la flauta para que ustedes bailaran, y no han bailado. Hemos entonado cantos fúnebres para que ustedes lloraran, y no han llorado”, 33 porque vino Juan Bautista, que no come pan ni bebe vino, y ustedes dicen: “¡Está loco!”. 34 Vino el Hijo del hombre que sí come y bebe y dicen: “¡Es un comilón y un borracho, amigo de cobradores de impuestos y pecadores!”. 35 Pero los que se dejan instruir por la sabiduría, le dan la razón a la sabiduría de Dios».


7,31-35: El tercer pasaje bíblico relativo a Juan Bautista (nota a 7,1-8,3) nos muestra la reacción de la gente ante su predicación. Los contemporáneos de Juan lo rechazaron porque les pareció demasiado severo con los pecadores y demasiado austero en sus costumbres, pero también rechazan a Jesús porque, a diferencia de Juan, recibe a los pecadores y no practica el ayuno (5,29-32). Esta forma de proceder se asemeja a los caprichos de los niños. Es probable que las peticiones de los niños, citadas por Jesús (7,32), pertenezcan a algunos juegos y cantos infantiles que hoy nos resultan desconocidos. Pero el sentido es fácil de captar: cuando unos niños quieren jugar a determinada clase de juegos, otros no les hacen caso y quieren otra cosa. Así sucede con la «gente de esta época» (7,31), con la del tiempo de Jesús y con la gente de nuestro tiempo: corremos el peligro de afirmar nuestros propios proyectos y deseos por sobre el plan salvador de Dios revelado en Jesús…, y nunca nada nos parece bien. 


7,32: Job 30,31 / 7,34: Jn 6,35-36 / 7,35: Prov 8,22


Tus pecados han sido perdonados


36 Un fariseo invitó a Jesús a comer. Él entró en la casa y se sentó. 37 Una mujer pecadora, que vivía en la ciudad y que supo que Jesús estaba en la casa del fariseo, tomó un frasco de alabastro lleno de perfume 38 y, colocándose detrás, a los pies del Señor, se puso a llorar y a lavarle los pies con sus lágrimas, a secárselos con sus cabellos, a besarlos y ungirlos con perfume. 39 El fariseo que lo había invitado vio todo esto y se decía en su interior: «Si este hombre fuera un profeta, sabría quién es la que lo está tocando y qué clase de mujer es: ¡una pecadora!». 

40 Jesús tomó la palabra y le dijo: «Simón, tengo que decirte algo». Él le respondió: «Sí, Maestro, dímelo». 41 Entonces Jesús le dijo: «Dos hombres le debían dinero a una misma persona. Uno le debía quinientos denarios y el otro, solamente cincuenta. 42 Como no podían pagarle, les perdonó la deuda a los dos. ¿Cuál de ellos lo amará más?». 43 Simón le respondió: «Supongo que será aquél a quien le perdonó más». Y Jesús le dijo: «Has respondido correctamente». 44 E indicando a la mujer, Jesús le dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me ofreciste agua para lavar mis pies; ella, en cambio, lavó mis pies con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. 45 Tú no me besaste, pero ella no ha dejado de besar mis pies desde el momento en que entré. 46 Tú no derramaste perfume sobre mi cabeza; ella, en cambio, ha perfumado mis pies. 47 Por eso te aseguro que ella ha mostrado mucho amor, porque sus muchos pecados han sido perdonados. Al que se le perdona poco, poco amor demuestra». 48 Después le dijo a la mujer: «Tus pecados ya han sido perdonados». 

49 Los que estaban sentados a la mesa comenzaron a preguntarse: «¿Quién es éste que hasta perdona pecados?». 50 Pero Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Puedes ir en paz».


7,36-50: Lucas concluye la exposición sobre el ministerio de Jesús que había comenzado en 7,1 (nota a 7,1-8,3), colocando este relato sobre el perdón otorgado a una mujer pecadora. Mientras el nombre del fariseo es Simón, no se da el nombre de la mujer, a quien no se la debe confundir con María Magdalena, de la que no se dice que fue pecadora. El encuentro con Jesús le otorga a la mujer el perdón de sus pecados y ella demuestra su gratitud extremando las expresiones de afecto hacia Jesús. Sin embargo, Dios no espera los gestos de amor de los pecadores, sino que se adelanta y ofrece su perdón (Rom 5,8). El pecador perdonado debe responder con amor a la bondad de Dios. La parábola narrada por Jesús (Lc 7,41-42) y las palabras finales (7,47) dejan entrever que la mujer recibió el perdón en otro momento, antes de entrar a la casa del fariseo. Por esto, aunque varios traduzcan: “Se le perdona mucho…, porque ha demostrado mucho amor”, esta traducción no se aviene con el contexto. El amor gratuito de Dios que nos amó primero y nos entregó a su Hijo para salvación de todos es la fuente del arrepentimiento y del perdón de los pecados. Dios no nos perdona porque primero lo amamos. ¡Nos perdona porque él nos amó primero! (1 Jn 4,19).


7,36-50: Mt 26,6-13; Jn 12,1-8 / 7,37: Mt 9,10 / 7,44-46: Gn 18,4; Sal 23,5 / 7,48-49: Mc 2,5-6


Jesús recorría todas las ciudades


81 Después de esto, Jesús recorría todas las ciudades y pueblos predicando y anunciando el Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce 2 y algunas mujeres que habían sido sanadas de malos espíritus y enfermedades; éstas eran María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; 3 Juana, la mujer de Cusa, el administrador de Herodes; Susana y otras muchas que lo ayudaban con sus bienes.


8,1-3: En una mirada de conjunto, Lucas presenta la actividad misionera de Jesús y se detiene en sus acompañantes. No es extraño que Jesús vaya acompañado de discípulos, como hacían los maestros de su tiempo. Lo que sorprende es que también tenga discípulas, apartándose del estilo de los demás maestros que, por lo general, no consideraban correcto que se instruyera a las mujeres (10,38-42). Lucas es el único autor de la Biblia que usa el femenino “discípula”, refiriéndose a Tabita de la ciudad de Jafa (Hch 9,36). Las mujeres que acompañaban a Jesús lo servían y «lo ayudaban con sus bienes» (Lc 8,3) y, más tarde, también se dirá de ellas que fueron las primeras en anunciar la Buena Noticia de la resurrección del Señor (24,9.22-23). Varias de estas acompañantes de Jesús habían estado poseídas por demonios, lo que significaba que padecían enfermedades. Los demonios son los ejecutores de los males que provoca el Diablo, y nunca se dice que los endemoniados fueran necesariamente pecadores. María Magdalena habría tenido una grave enfermedad de la que fue liberada por Jesús que expulsó a los demonios. Juana es mencionada otra vez en Lucas 24,10. Susana no aparece en otra parte. De estas mujeres no se tienen otras noticias. Ellas son modelo de discipulado: siguen a Jesús, habiendo antes experimentado su salvación, y ellas y sus bienes se ponen al servicio del Mesías y del anuncio del Reino de Dios. 


8,2-3: Mt 27,55-56; Mc 15,40-41; Jn 19,25


El sembrador salió a sembrar

Mt 13,1-9; Mc 4,1-9


4 Como se había reunido una gran multitud y llegaba gente de todas las ciudades para ver a Jesús, él les dijo por medio de parábolas: 5 «El sembrador salió a sembrar su semilla. Al sembrarla, una parte cayó junto al camino, donde fue pisoteada y los pájaros del cielo se la comieron. 6 Otra cayó sobre piedra y, cuando brotó, se secó porque no tenía humedad. 7 Otra parte cayó en medio de las espinas y, cuando éstas crecieron, ahogaron la semilla. 8 Otra cayó en tierra buena y, cuando brotó, produjo fruto al ciento por uno». Después de decir esto, Jesús exclamó: «¡Quien tenga oídos para escuchar, que entienda!». 


8,4-15: En forma de parábola (nota a 8,4-21), Jesús muestra cómo su palabra acerca del Reino es descuidada y rechazada por algunos (8,12-14), a la vez que es recibida con un corazón bien dispuesto por otros (8,15). La palabra produce un fruto incalculable cuando encuentra un buen terreno que la recibe y la conserva (8,8). Por eso es necesario publicar y difundir esta palabra, como una luz puesta en un lugar alto, para que todos la vean y se sientan atraídos por Dios (8,16-17). Al que está bien dispuesto, la palabra lo enriquece. Pero en los oyentes que no escuchan ni practican la palabra de Jesús se cumple lo que Isaías dijo de los israelitas de su tiempo: por más que miren y oigan, no entienden ni contemplan el misterio del Reino de Dios que se les ofrece (Lc 8,10 que cita Is 6,9). Jesús y su palabra es quien abre al misterio del Reino de Dios, pero se requiere abrir los oídos para escuchar y obedecer su voluntad. 


8,6: Ez 24,7 / 8,7: Jr 4,3-4


La semilla es la palabra de Dios

Mt 13,10-13.18-23; Mc 4,10-20


9 Sus discípulos le preguntaban acerca del significado de esta parábola. 10 Él les contestó: «A ustedes, Dios les ha concedido conocer los misterios de su Reino. A los otros, en cambio, se les da en forma de enigma, para que por más que miren, no vean, y por más que oigan, no entiendan».

11 «Este es el significado de la parábola: la semilla es la palabra de Dios. 12 Aquellos, en los que las semillas cayeron junto al camino, son los que han escuchado, pero enseguida viene el Diablo y les arrebata la palabra de su corazón, para que no crean y se salven. 13 Aquellos, en los que las semillas cayeron sobre piedra, son los que reciben esa palabra con alegría cuando la escuchan, pero no tienen raíz. De modo que creen por un tiempo, pero en cuanto llega el momento de la prueba se alejan. 14 La semilla que cayó entre las espinas son los que han escuchado, pero se ahogan con las preocupaciones, la riqueza y los placeres de la vida y no dan fruto. 15 La semilla que cayó en tierra fértil son aquellos que escuchan la palabra con un corazón bien dispuesto y bueno, la conservan y dan fruto con constancia». 


8,9-15: Ver comentario a 8,4-15


8,10: Is 6,9; Ez 12,2 / 8,15: Gál 6,7


Que los que entran vean la luz

Mt 13,12; Mc 4,21-25


16 «Nadie prende una lámpara para esconderla dentro de un recipiente o ponerla debajo de la cama, sino que la coloca sobre un candelero, para que los que entren vean la luz. 17 Porque nada hay escondido que no quede de manifiesto ni nada secreto que no llegue a conocerse y hacerse público. 18 Presten atención a la forma en que escuchan, porque al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará lo que cree tener».


 8,16-18: La Palabra de Dios no puede ocultarse, sino que tiene que ser anunciada de tal manera y con tal ímpetu que llegue a todos, tal como una lámpara encendida que, colocada en un lugar alto, alumbra a todos los que circulan por la casa (11,33). La enseñanza de Jesús tiene que ser proclamada a todo el mundo por sus discípulos, porque las enseñanzas del Mesías no están destinadas a permanecer escondidas ni son sólo patrimonio de un pequeño grupo. Cuanto más proclama el discípulo la Palabra a otros, más se nutre de ella. Aquellos bien dispuestos para escuchar y poner en práctica lo que Jesucristo enseña, recibirán cada día mayores dones, pero los que están mal dispuestos, perderán lo que tienen e incluso perderán lo que creen tener. 


8,16: Mt 5,15; Jn 8,12 / 8,17: Mt 10,26 / 8,18: Mt 25,29


Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios

Mt 12,46-50; Mc 3,31-35


19 La madre y los hermanos de Jesús fueron a verlo, pero por causa de la multitud no pudieron llegar hasta donde él estaba. 20 Le avisaron, entonces, a Jesús: «Tu madre y tus hermanos están afuera y quieren verte». 21 Él les respondió: «Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica».


8,19-21: La enseñanza sobre la Palabra de Dios (nota a 8,4-21) termina con esta proclamación de Jesús: los que reciben la Palabra y la ponen en práctica entran a formar parte de la familia del Hijo de Dios. La escucha y práctica de la Palabra de Dios genera una nueva relación familiar, la que no se centra ni en la raza ni en la sangre, a diferencia de Israel, sino en la fe en Dios y la obediencia a su voluntad. Esta nueva relación es la que caracteriza al discípulo del Hijo de Dios. María, la madre de Jesús, es modelo del discípulo, pues nadie como ella guarda en su corazón todas las palabras que se refieren a Jesús (2,19.51).


8,21: Rom 8,29


Y dio órdenes al viento y a las olas

Mt 8,18.23-27; Mc 4,35-41

 

22 Uno de esos días, Jesús subió a la barca. Sus discípulos estaban con él y les dijo a los que lo acompañaban: «Crucemos a la otra orilla del lago». Partieron 23 y, mientras navegaban, Jesús se quedó dormido. Se desató entonces una tempestad sobre el lago. La barca se llenaba de agua y estaban en peligro de hundirse. 24 Los discípulos se acercaron a Jesús y lo despertaron diciéndole: «¡Maestro! ¡Maestro! ¡Nos ahogamos!». Él se levantó y dio órdenes al viento y a las olas, y todo se tranquilizó y sobrevino la calma. 25 Entonces Jesús les preguntó: «¿Dónde está la fe de ustedes?». Llenos de temor, quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: «¿Quién es éste que da órdenes a los vientos y a las olas y ellos le obedecen?».


 8,22-25: Mientras Jesús con sus discípulos cruzan el lago, se desata una fuerte tempestad, la que pone en peligro sus vidas. Jesús, a diferencia de sus discípulos, duerme despreocupado. Los discípulos no ven en él más que un maestro, y así lo llaman para despertarlo. Pero cuando Jesús se levanta, calma la tempestad con el poder de su palabra, como sólo Dios lo puede hacer (Sal 65,8; 107,23-30), por lo que de inmediato surge la duda acerca de quién es realmente, porque de ningún hombre o maestro se ha oído decir que realice tales cosas. «¿Quién es éste?» (Lc 8,25) es la pregunta que a partir de ese acontecimiento corre de boca en boca, pregunta que llega a nosotros y espera nuestra respuesta de fe. Para darla, necesitamos que el mismo Señor fortalezca nuestra fe.


8,24-25: Sal 107,28-30


¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo?

Mt 8,28-34; Mc 5,1-20


26 Desembarcaron en la región de los gerasenos, situada en la otra orilla del lago de Galilea. 27 Cuando Jesús bajó a tierra, le salió al encuentro un hombre de la ciudad que estaba endemoniado. Hacía mucho tiempo que andaba desnudo y que no vivía en una casa, sino en los sepulcros. 28 Cuando vio a Jesús se postró ante él y gritó con gran fuerza: «¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? ¡Te ruego que no me atormentes!». 29 Esto lo decía porque Jesús le había ordenado al espíritu impuro que saliera de ese hombre. El demonio se había apoderado muchas veces de él y, aunque lo ataban con cadenas y lo sujetaban poniéndole grilletes, él rompía las cadenas y el demonio se lo llevaba a lugares desiertos. 30 Jesús le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?». Él le respondió: «Legión». Dijo esto porque en él habían entrado muchos demonios. 31 Y le rogaban que no los mandara al abismo. 32 Había allí una gran cantidad de cerdos alimentándose en el campo, y los espíritus le rogaron a Jesús que les permitiera entrar en ellos. Entonces Jesús se lo permitió. 33 Los demonios salieron de aquel hombre y entraron en los cerdos, y éstos se arrojaron al lago por un barranco y se ahogaron. 

34 Los que cuidaban los cerdos y habían visto lo sucedido, huyeron y difundieron la noticia en la ciudad y en los campos. 35 La gente salió a ver lo que había ocurrido y, al llegar a donde estaba Jesús, encontraron que el hombre del que habían salido los demonios estaba a los pies de Jesús, vestido y en su sano juicio. Al verlo, se llenaron de temor. 36 Los que habían visto lo sucedido, les contaron cómo el endemoniado había sido liberado. 37 Entonces toda la gente de la región de los gerasenos le pidió a Jesús que se alejara de ellos, porque estaban muy atemorizados. Jesús subió a la barca y regresó. 38 El hombre del que habían salido los demonios le rogaba que le permitiera quedarse con él. Pero Jesús lo despidió diciéndole: 39 «Regresa a tu casa, y cuenta lo que Dios ha hecho por ti». Y él se fue por toda la ciudad proclamando lo que Jesús hizo en su favor.


8,26-39: Después de cruzar el lago de Galilea, Jesús llega a Gerasa, región de paganos. Allí se encuentra con un hombre que es imagen viva de los paganos, según los judíos: estaba dominado por los demonios, andaba desnudo, señal de humillación y vergüenza (Ez 16,39), era sumamente agresivo e impuro, pues vivía en los sepulcros (Nm 19,11-22), rodeado de cerdos, animales que el Antiguo Testamento considera impuros (Dt 14,8; Is 65,4). El demonio tiene por nombre «Legión» (Lc 8,30), una unidad militar romana de unos cinco o seis mil soldados, muy conocida en tiempos de Jesús por su fuerza y violencia. A pesar de este poder que reside en el endemoniado, bastó una sola palabra de Jesús para que el hombre se calmara, volviera a la normalidad y el territorio quedara libre de los demonios y animales impuros que lo poblaban. Sin embargo, la presencia de Jesús causa gran temor, porque ha demostrado poseer un poder desconocido y, además, ha hecho que se perdiera una gran cantidad de animales valiosos para los habitantes de Gerasa, razón por la que le piden que se vaya de su territorio. Así, mientras unos lo echan, el hombre sanado lo único que quiere es quedarse con Jesús (8,38). De este modo, por el anhelo de seguirlo y por la obediencia de ir a proclamar «lo que Jesús hizo en su favor» (8,39), el hombre sanado por Jesús se convierte en viva imagen de un discípulo misionero. 


8,28: Mt 4,3 / 8,31: Ap 9, 1-2.11 / 8,32: Lv 11,7 / 8,35: Hch 22,3


Una fuerza salió de mí

Mt 9,18-26; Mc 5,21-43


40 Cuando Jesús regresó, lo recibió una multitud, porque todos lo estaban esperando. 41 Entonces se presentó un hombre llamado Jairo, que era jefe de la sinagoga, y se arrojó a los pies de Jesús para suplicarle que fuera a su casa, 42 porque su única hija, que tenía doce años, estaba por morir. Mientras Jesús iba, la muchedumbre lo oprimía. 

43 Una mujer que padecía derrames de sangre desde hacía doce años, y que había gastado todos sus bienes en médicos, sin que nadie hubiera podido curarla, 44 se acercó por detrás a Jesús y tocó el borde de su manto. Su hemorragia cesó de inmediato. 45 Jesús preguntó: «¿Quién me ha tocado?». Como todos lo negaban, Pedro le dijo: «¡Maestro, la gente te oprime y empuja por todos lados!». 46 Jesús le replicó: «Alguien me ha tocado, porque me di cuenta de que una fuerza salió de mí». 47 Cuando la mujer comprendió que no podía permanecer oculta fue temblando donde Jesús, se arrojó a sus pies y, en presencia de todo el pueblo, le explicó la causa por la que lo había tocado y cómo se había sanado en el acto. 48 Entonces Jesús le dijo: «¡Hija, tu fe te ha salvado! Puedes ir en paz».

49 Jesús todavía estaba hablando, cuando alguien de la casa del jefe de la sinagoga llegó diciendo: «¡Tu hija ha muerto! ¡No molestes al maestro!». 50 Jesús lo oyó y le respondió: «¡No temas! ¡Solamente debes tener fe y se sanará!». 51 Al llegar a la casa, entró junto con el padre y la madre de la niña, y no permitió que nadie entrara con él, sino sólo Pedro, Juan y Santiago. 52 Todos lloraban y se lamentaban por ella. Pero Jesús les dijo: «¡Dejen de llorar! ¡La niña no ha muerto, sino que duerme!». 53 Pero todos se burlaban de él porque sabían que la niña había muerto. 54 Jesús la tomó de la mano y le dijo en voz alta: «¡Niña, levántate!». 55 Ella recuperó el aliento y de inmediato se levantó. Jesús, entonces, ordenó que le dieran de comer a la niña. 56 Sus padres quedaron desconcertados, pero él les advirtió que no le contaran a nadie lo que había sucedido.


8,40-56: Lucas nos narra dos milagros de Jesús realizados en favor de mujeres. En ambos milagros se hace referencia a los doce años (8,41.43), a lo enferma que están las mujeres (8,42.43) y a la fe que salva (8,48.50). Ambos casos se refieren a mujeres que no se deben tocar, porque están en situación de impureza debido a la sangre que derrama una y a la muerte de la otra (Lv 15,19-28; Nm 19,11-16). Dada su situación, las dos mujeres estaban marginadas de la vida en comunidad y del culto. Sin embargo, basta el contacto con Jesús (Lc 8,44.54) para que una recupere la salud y la otra la vida y ambas, ya purificadas, se les restituya la relación con Dios y con la comunidad. Aunque todos tocaban a Jesús, su poder salvador obró solamente sobre la mujer que lo tocó con fe, pero la fuerza salvadora de Jesús es para todos (6,19). Cuando la niña resucita, los padres no ven un espíritu o una aparición, sino que a ella misma ahora resucitada; por eso la insistencia en darle de comer (8,55; 24,41-43). A la luz de este pasaje bíblico, la fe se puede concebir como aquel modo de tocar a Jesús que nos vincula de tal manera a él que terminamos viviendo por su vida, sintiendo con sus sentimientos y obrando con sus motivaciones. 


8,43: Tob 2,10 / 8,47: Lv 15,25-27 / 8,51: Jn 13,23-26; Hch 1,13 / 8,52: Sal 126,3-6 / 8,56: Mc 1,34


2- Revelación de Jesús a sus discípulos


9,1-50. Ante el poder que demuestra Jesús, la gente se pregunta por su identidad: ¿quién realmente será? Las respuestas no siempre son correctas (9,7-8.19). Jesús a sus discípulos les revela que él es el Mesías, revelación que el Padre celestial completa en la transfiguración de Jesús cuando indica que ese Mesías es su Hijo a quien hay que escuchar (9,35). Los discípulos tienen que aprender que el mesianismo de Jesús asume el camino ignominioso de la cruz; que escuchar al Mesías, porque es su Hijo, es escuchar al Padre y conocer su voluntad; que las consecuencias de seguir a este Mesías son confiar sólo en él que los llama y envía (9,1-6) y ayudar a las personas en sus necesidades (9,10-17). Lo más importante es que todos, no sólo Pedro, aprendan a reconocerlo como el «Mesías de Dios» (9,20), aceptando el escándalo de su sufrimiento (9,22.44). Las enseñanzas de Jesús sacan a la luz las deficiencias del grupo que lo sigue: carecen de fe (9,40), no entienden el destino del Mesías ni el lenguaje de la pasión (9,45), discuten acerca de quién es el más importante (9,46) y prohíben a otros que hagan milagros en nombre de Jesús (9,49). El llamado a ser discípulo es un don que conlleva la aceptación de los designios de Dios, aunque no siempre se entiendan.


No lleven nada para el camino

Mt 9,35; 10,1.5-15; Mc 6,6-13


91 Jesús convocó a los Doce, les dio poder y autoridad sobre todos los demonios y para curar enfermedades, 2 y los envió a anunciar el Reino de Dios y a sanar a los enfermos. 3 Les dijo: «No lleven nada para el camino, ni bastón, ni provisiones, ni pan, ni dinero, ni tengan dos túnicas. 4 Cuando entren en una casa, quédense allí hasta que se vayan de ese lugar. 5 Y donde no los reciban, dejen la ciudad y sacúdanse hasta el polvo que se les haya pegado a los pies, en advertencia contra ellos». 6 Los discípulos salieron y fueron por los pueblos, anunciando la buena noticia por todas partes y curando a los enfermos.


9,1-6: Jesús envía a sus discípulos, y ellos deben continuar la misión de quien los envía: salir a anunciar la buena noticia del Reino de Dios, con el estilo de Jesús y realizando sus mismos signos, como expulsar demonios y sanar enfermos. Deben ir desprovistos de todo y no llevar nada más que el poder que Jesús les otorga para luchar contra la fuerza del mal y vencerlo. Cuando los judíos piadosos viajaban por territorios extranjeros, para no contagiarse con ninguna costumbre de los paganos, evitaban llevar hasta el polvo que se adhería a sus sandalias (9,5; Hch 13,51); de la misma manera, los discípulos de Jesús no deben imitar nada ni adquirir nada (actitudes, sentimientos, acciones…) de los que rechazan al Mesías.


9,1-2: Mc 3,14-15 / 9,4: Hch 9,43


¿Quién es éste del que oigo decir todo esto?

Mt 14,1-2; Mc 6,14-16

 

7 Cuando el tetrarca Herodes se enteró de todo lo que sucedía, quedó muy confundido, porque algunos decían que Juan Bautista había resucitado de entre los muertos, 8 otros que se había aparecido Elías, y otros afirmaban que había resucitado alguno de los antiguos profetas. 9 Herodes decía: «A Juan lo decapité yo. Entonces, ¿quién es éste del que oigo decir todo esto?». Y trataba de ver a Jesús.


9,7-9: Entre la gente había muchas opiniones erróneas acerca de Jesús. Ellos habían sido testigos de las obras y la predicación de Jesús. Pero cada uno lo interpretó de manera diferente. Unos creían que Juan Bautista había resucitado; otros, que Jesús era el profeta Elías, el que debía de venir antes de la llegada del Mesías (Mt 17,10); y otros lo tomaron como un profeta más, que venía a anunciar la Palabra de Dios. Ante tantas opiniones divergentes, como sucede también hoy, Herodes Antipas estaba desconcertado. Lo importante es tratar de encontrarse con Jesús en el Evangelio transmitido y predicado por la Iglesia, para saber verdaderamente quién es él.


9,7-8: Eclo 48,4.10; Mal 4,5-6; Mt 16,14


Comieron hasta quedar todos saciados

Mt 14,13-21; Mc 6,30-44; Jn 6,1-14


10 Cuando los apóstoles regresaron, le contaron a Jesús lo que habían hecho. Entonces los reunió y se fue solo con ellos en dirección a una ciudad llamada Betsaida. 11 La muchedumbre lo supo y lo siguió. Jesús los recibió, les habló del Reino de Dios y sanó a los que tenían necesidad de ser curados. 

12 Cuando ya se hacía tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: «¡Despide a la gente para que vayan a descansar y a buscar comida en las aldeas y caseríos cercanos, porque aquí estamos en un lugar solitario!». 13 Pero Jesús les dijo: «¡Ustedes tienen que darles de comer!». Ellos replicaron: «No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros mismos a comprar alimentos para toda esta gente». 14 Eran como unos cinco mil hombres. Jesús, entonces, les dijo a sus discípulos: «¡Que se sienten en grupos de unas cincuenta personas!». 15 Ellos obedecieron y los hicieron sentar a todos. 16 Jesús tomó los cinco panes y los dos peces, levantó la vista al cielo y pronunció sobre ellos la oración de acción de gracias, partió los panes y los fue dando a los discípulos para que los repartieran a la gente. 17 Comieron hasta quedar todos saciados, y se recogieron doce canastos con los trozos que sobraron.


9,10-17: Lucas prepara la respuesta a la pregunta sobre la identidad de Jesús (nota a 9,7-36), mostrando que el Señor realiza acciones que superan las de los antiguos profetas (2 Re 4,42-44). Los discípulos son incapaces de alimentar a tanta gente, porque los medios con que cuentan son irrisorios: sólo cinco panes y dos pescados para una multitud de unos cinco mil hombres. Sólo Jesús puede dar alimento para que todos queden saciados, y aún queden doce canastas con comida: una para cada discípulo; de este modo, ellos pueden continuar repartiendo el pan de Jesús (Lc 9,16). El “pan” de Jesús es su enseñanza acerca del Reino de Dios (9,11) y también -como lo testimonia la tradición de la Iglesia- la Eucaristía, anunciada ya en este milagro de la multiplicación de los panes. Con el pan de la Palabra y de la Eucaristía, Jesús alimenta al nuevo pueblo de Dios, al que no sólo congrega, sino también organiza (9,14), tal como lo hizo Moisés en el desierto luego de la liberación de Egipto (Éx 18,21). En estos alimentos se nos regala el mismo Jesús, con su identidad de Hijo de Dios a quien hay que escuchar (Lc 9,35). 


9,10-17: Mt 15,32-39; Mc 8,1-10


¿Quién dice la gente que soy yo?

Mt 16,13-20.23; Mc 8,27-33

 

18 En una ocasión Jesús estaba orando a solas, mientras los discípulos estaban con él. Entonces les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». 19 Ellos le respondieron: «Unos dicen que eres Juan Bautista, otros que eres Elías, y otros, que alguno de los antiguos profetas que ha resucitado». 20 Jesús volvió a preguntarles: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?». Pedro tomó la palabra y dijo: «¡El Mesías de Dios!». 21 Pero Jesús les ordenó severamente que no dijeran esto a nadie. 22 Entonces les dijo: «El Hijo del hombre debe padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, por los sumos sacerdotes y los maestros de la Ley, ser condenado a muerte, pero Dios lo resucitará al tercer día».


9,18-22: Las ideas que tiene la gente sobre quién es Jesús son insuficientes o erróneas. Pedro confiesa que Jesús es el Mesías o Ungido que viene de parte de Dios, pero esa respuesta es todavía insuficiente. Jesús no es el Mesías político y nacionalista que esperaba el común de sus contemporáneos, el descendiente de David que debía liberar y restaurar el reino de Israel (24,21). Por esa razón, Jesús le ordena a Pedro y a sus compañeros que no lo repitan (9,21). Jesús es el Mesías que, por su obediencia, se entrega a la muerte; Dios lo resucitará y lo proclamará Mesías y Señor cuando, victorioso sobre el mal y el pecado, ascienda a los cielos (Hch 2,36). Habrá, por tanto, que esperar la proclamación solemne de Dios Padre para saber quién es en realidad Jesucristo (Lc 9,35).


9,19: Mt 14,1-2 / 9,20: Jn 6,68-69 / 9,21: Mc 1,34 / 9,22: Mc 9,31


Si alguno quiere venir detrás de mí

Mt 16,24-28; Mc 8,34-9,1


23 Después Jesús dijo a todos: «Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue su cruz cada día y me siga. 24 Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por mí, la salvará. 25 ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo? 26 Si alguno se avergüenza de mí y de mis enseñanzas, el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre y de los santos ángeles. 27 Les aseguro que algunos de los que están aquí no sufrirán la muerte hasta que vean el Reino de Dios». 


9,23-27: El camino de Jesús a la gloria no pasa por el dominio político ni por estrategias humanas, sino por la humildad y la obediencia al Padre hasta la muerte en cruz. Los que quieran seguirlo y ser sus discípulos deberán transitar este mismo camino (9,23). Para ser discípulo es necesario no centrarse en sí mismo, sino tener a Jesús como punto de referencia en todas las decisiones y acciones. Además, habrá que aceptar las renuncias que se deben hacer cada día para liberarse del individualismo y abrirse al Evangelio o Buena Noticia del Reino de Dios. Al término de este camino nada fácil, está la vida eterna y la gloria junto a Dios. Los que quieran gozar de este mundo (9,25), sin transitar por el camino de la humildad y la obediencia hasta la cruz, ganarán la vida de este mundo, pero perderán el don de Dios: la vida eterna. El Reino de Dios no es una realidad lejana, porque ya está actuando en el mundo desde el momento en que Jesús está presente (17,20-21). Las palabras de Jesús constituyen el programa de un auténtico discipulado, vivido en la perspectiva del Reino de Dios ya en esta tierra y, luego, junto a Dios en el mundo futuro. 


9,23-24: Mt 10, 38-39; Jn 12,24-25 / 9,26: Mt 10,33; 2 Tim 2,12


¡Este es mi Hijo, el elegido!

Mt 17,1-8; Mc 9,2-8


28 Unos ocho días después de que Jesús enseñó esto, tomó aparte a Pedro, Santiago y Juan, y subió a una montaña para orar. 29 Mientras estaba orando, cambió la apariencia de su rostro y su ropa se volvió blanca y resplandeciente. 30 En esto, dos hombres se pusieron a conversar con él: eran Moisés y Elías 31 que, resplandecientes de gloria, hablaban con Jesús sobre su partida de este mundo que se iba a cumplir en Jerusalén. 32 Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos y vieron la gloria de Jesús y la de los dos hombres que estaban con él. 33 Cuando éstos ya se alejaban, Pedro le dijo a Jesús: «¡Maestro, qué bien estamos aquí! ¡Hagamos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías!». Pero no sabía lo que decía. 34 Mientras decía esto, una nube los cubrió y al entrar en la nube tuvieron mucho temor. 35 Y desde la nube salió una voz que dijo: ¡Este es mi Hijo, el elegido! ¡Escúchenlo! 36 Cuando se oyó la voz, Jesús se encontraba solo. Los discípulos guardaron silencio, y durante ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.


9,28-36: En este relato de la transfiguración de Jesús, la pregunta sobre su identidad (nota a 9,7-36) recibe por parte de Dios la respuesta definitiva: es el Hijo elegido a quien hay que escuchar (9,35). Todo lo del relato confirma la respuesta. Jesús se presenta con una figura resplandeciente, como los personajes celestiales (Ez 1,24-28; Dn 10,4-6), y de un modo que recuerda las manifestaciones de Dios en el monte Sinaí, cuando en lo alto de la montaña hablaba con Moisés y Elías, mientras una nube los envolvía (Éx 19,20; 24,15). Moisés (o la Ley) y Elías (o los Profetas), que anunciaron a Jesús, ahora vienen a dialogar con el Señor sobre la pasión y la gloria que tendrá que cumplirse en Jerusalén. Moisés y Elías se retiran (Lc 9,36), porque ha terminado el tiempo de los anuncios, y dejan paso a la voz celestial que procede de la nube y que proclama que Jesús es el Hijo de Dios, por tanto, el único al que ahora hay que escuchar. Moisés y Elías cumplieron ya su misión. Pero Jesús no viene a reemplazarlos porque mientras ellos fueron mediadores de Dios, Jesús es su mismo Hijo. Estamos en el tiempo de la Nueva Alianza (16,16), en el que sólo se conoce y se vive en comunión con el Padre cuando uno se vincula al Hijo elegido y amado de Dios para seguirlo y escucharlo. 


9,28-36: 2 Pe 1,16-18 / 9,28: Mt 14,23 / 9,29: Éx 34,29-35 / 9,30: Mal 4,5-6 / 9,32: Jn 1,14-15 / 9,34: Éx 40,34-38; 1 Re 8,10-11 / 9,35: Gn 22,1-2; Dt 18,15; Is 42,1; Sal 2,7 / 9,36: Jn 1,34


¡Maestro, te suplico que me ayudes con mi hijo!

Mt 17,14-21; Mc 9,14-29

 

37 Al día siguiente, cuando bajaron de la montaña, una gran multitud salió al encuentro de Jesús. 38 Un hombre que estaba entre la gente le gritó con fuerza: «¡Maestro, te suplico que me ayudes con mi hijo, porque es el único que tengo! 39 Un espíritu se apodera de él y de repente lo hace gritar y lo retuerce, haciendo que eche espuma por la boca y, después de maltratarlo, con dificultad lo deja tranquilo. 40 He suplicado a tus discípulos que lo expulsen, pero no han podido». 41 Jesús le respondió: «¡Gente incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con ustedes y tendré que soportarlos? ¡Tráeme a tu hijo!». 42 Cuando el niño se acercaba, el demonio lo arrojó al suelo y lo sacudió con violencia. Pero Jesús dio órdenes al espíritu impuro y el niño quedó sano. Entonces se lo entregó a su padre. 43 Todos quedaron maravillados por la grandeza de Dios.


9,37-43a: El poder de expulsar los demonios y curar a los enfermos, dado por Jesús a los discípulos (9,1), no es un poder mágico. Solamente se puede ejercer cuando se tiene fe. Los discípulos carecen de ella, y por esa razón no pueden curar al niño enfermo.


9,41: Dt 32,5; Hch 2,40


Los discípulos no entendían

Mt 17,22-23; Mc 9,30-32


Como todos estaban sorprendidos por las cosas que Jesús hacía, les dijo a sus discípulos: 44 «Escuchen bien esto que les digo: el Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres». 45 Sin embargo, no entendían lo que Jesús les decía, ya que era para ellos como algo envuelto en el misterio, por lo que no podían comprenderlo, y les daba miedo preguntarle sobre esto.


9,43b-45: Los discípulos y la gente en general se admiran por los milagros que Jesús realiza (9,43a). Pero cuando comienza a hablarles de la pasión, es decir, de la entrega de la vida hasta la muerte, les resulta imposible entender su lenguaje y les da miedo preguntarle. Sus pensamientos están muy lejos de los de Jesús: mientras el Hijo del hombre busca servir, ellos buscan poder (9,46). Cuando los discípulos accedan a la identidad de Jesús a partir de la apariciones del Resucitado, dejarán atrás el temor reverencial y se relacionarán con él como con un amigo y un hermano (Jn 15,14-15; 20,17). La obra del Espíritu Santo es precisamente llevarlos a la verdad completa acerca de su Maestro, desvelando el misterio que no entienden y sobre el cual no quieren preguntar. 


9,45: Mc 4,13


El más pequeño de ustedes, ese es el más importante

Mt 18,1-5; Mc 9,33-37


46 Se produjo una discusión entre los discípulos sobre cuál de ellos era el más importante. 47 Pero Jesús, que conocía lo que estaban pensando, tomó a un niño, lo puso a su lado 48 y les dijo: «El que recibe a este niño en mi nombre, me recibe a mí, y el que me recibe a mí recibe al que me envió. El más pequeño de ustedes, ese es el más importante».


9,46-48: Los discípulos aspiran a ocupar lugares de privilegio, los puestos con más poder (9,46), porque se imaginan que el Reino que Jesús proclama es de carácter socio-político. Jesús, poniendo por modelo a un niño, les enseña que busquen con humildad ser los más pequeños entre todos, no los más poderosos. Por “pequeño” se entiende el que no trata de ser más que los otros ni busca acumular más méritos que los demás ni pretende dominarlos (Sal 131); más aún, “pequeño” es el menos valorado en la sociedad, el que cuenta con menos estima y fácilmente se lo margina. Por esto el modelo de lo pequeño es el niño que, además de ser pequeño en su cuerpo, ocupaba el último lugar en la jerarquización social de la sociedad judía por ser el menos instruido en la Ley. Precisamente por eso, Jesús lo coloca a su lado, dándole el lugar de privilegio. Y no sólo eso, sino que también Jesús se solidariza con los pequeños, porque él, que es uno con el Padre que lo envió, se hace uno con los más pequeños (Lc 9,48). La enseñanza es clara: el pequeño es el que estará más cerca de Jesús y, en el sistema de valores del Reino de Dios, él es el más importante. 


9,48: Mt 10,40; Jn 13,20


No es discípulo tuyo, así como lo somos nosotros

Mc 9,38-41


49 Juan tomó la palabra y le dijo: «Maestro, vimos a una persona que expulsaba demonios en tu nombre y se lo prohibimos, porque no es discípulo tuyo, así como lo somos nosotros». 50 Jesús le respondió: «No se lo prohíban, porque quien no es adversario de ustedes, está a favor de ustedes».


9,49-50: Ya en los primeros tiempos del cristianismo existieron grupos que se decían cristianos, porque conservaban algunas enseñanzas de Jesús o invocaban su nombre. También existen testimonios de que había exorcistas judíos y de otras religiones que invocaban el nombre de Jesús para practicar sus exorcismos (Hch 19,13). Lucas parece tener en cuenta a estos grupos y presenta al discípulo Juan como ejemplo de una mentalidad cerrada que no reconoce el bien que Jesús puede realizar en otras comunidades que no se oponen a los cristianos (Lc 9,50; 11,23). El discípulo, como Jesús, está llamado a ser abierto e inclusivo, como Dios y su forma de amar a todos que su Hijo revela. 


9,49: Hch 3,16 / 9,50: Mt 12,30


IV

Camino hacia la Pascua: el viaje del Mesías a Jerusalén


9,51-19,28. Lucas dedica diez capítulos para presentar a Jesús camino a Jerusalén para cumplir su misión mesiánica. Construye estos capítulos reuniendo entre 9,51 y 18,14 material que no encontró en Marcos y que obtuvo de otras fuentes como, por ejemplo, una colección conocida también por Mateo, material que éste distribuyó en el sermón de la montaña y otros discursos de Jesús. La opción de Lucas de abandonar el esquema de Marcos evidencia la importancia que le da a la figura de Jesús camino a Jerusalén. Su propósito es convertir el viaje o “éxodo” del Mesías (9,31) en escuela de discipulado misionero, pues al ritmo de su itinerario a Jerusalén revela disposiciones, exigencias y misión que el Mesías pide a quien quiera seguirlo. Además, esta opción de Lucas muestra la relevancia que le da a la ciudad de Jerusalén, pues el relato evangélico se inicia en el Templo de Jerusalén y culmina en ésta (1,5-25 y 24,52-53), de donde arrancará la segunda parte de su obra, los Hechos de los Apóstoles (Hch 1,4). Lucas, que insiste una y otra vez en la importancia de esta subida del Mesías a Jerusalén, ya nos había dado a entender que, como emprendió el viaje por propia decisión (Lc 9,51), no es víctima de los acontecimientos, sino que los asume libremente para cumplir la voluntad del Padre expresada en las Escrituras (18,31). Iniciado el camino (9,51-56), en esta primera etapa del viaje sobresalen las condiciones para seguir a Jesús (9,57-13,21); en la segunda, los rasgos propios del discípulo y la comunidad (13,22-17,10), y en la última, la presencia del Reino de Dios entre los hombres (17,11-19,28).


1- Inicio del camino: rechazo al Mesías


No quisieron recibirlo


51 Cuando se acercaba el día en que debía salir de este mundo, Jesús se encaminó con decisión a Jerusalén 52 y envió mensajeros para que se adelantaran y le prepararan alojamiento en un pueblo de samaritanos. 53 Pero allí no quisieron recibirlo, porque se encaminaba a Jerusalén. 54 Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, dijeron: «¿Quieres que mandemos que caiga fuego del cielo y los destruya?». 55 Pero Jesús se volvió hacia ellos y los reprendió. 56 Y se fueron a otro pueblo.


9,51-56: El viaje del Mesías a Jerusalén (nota a 9,51-19,28) se inicia mostrando de inmediato el rechazo que recibe él y sus discípulos, presagio de la muerte en cruz en la que terminará la vida del Mesías. Por ser judíos, Jesús y los suyos no fueron alojados por los samaritanos, menos aún si se encaminan a Jerusalén (9,53; Jn 4,9; 8,48). Dos de sus discípulos, Santiago y Juan, piden un castigo del cielo como el que hizo caer el profeta Elías sobre los enviados del rey de Israel (2 Re 1,10.12). Pero Jesús no aprueba esta manera de obrar, y su actitud de rechazo a una respuesta violenta es un ejemplo que sus seguidores deben imitar (Lc 9,55). Los discípulos de Jesús deben hacer el bien a aquellos que los odian, orar por los que los maltratan (6,27-28) y estar siempre dispuestos a perdonar las injurias (6,37), teniendo como modelo al Padre celestial que es benevolente con buenos y malos (6,35-36).


9,51: Mt 19,1; Mc 10,1 / 9,54: 2 Re 1,9-16


Lc 9,55: algunos manuscritos, aunque no los principales, añaden al final del versículo: «Y Jesús les dijo: “Ustedes no saben a qué espíritu pertenecen. Porque el Hijo del hombre no vino a perder la vida de los hombres, sino a salvarla”».


2- Primera etapa del viaje: condiciones para seguir a Jesús


9,57-13,21. En la primera etapa del viaje del Mesías a Jerusalén (nota a 9,51-19,28), Lucas destaca las condiciones para seguir a Jesús: renunciar a lo que impide anunciar el Reino de Dios que Jesús, itinerante y pobre, proclama (9,57-62); optar por él que llama y envía, y entregarse a la evangelización con gozo y sencillez, sin importar el rechazo (10,1-24). Además, otras disposiciones son propias del discípulo: el amor al prójimo sin distinciones (10,25-37); sentarse a los pies del Maestro para escuchar su Palabra y ponerla en práctica (10,38-42; 11,27-28); aprender a orar con insistencia (11,1-13); aceptar que Jesús actúa con el poder de Dios, reconociendo su condición y dignidad (11,14-26.29-32). Los discípulos están llamados a ser una luz puesta en alto ya que con su ejemplo han de iluminar tanto a los no creyentes como a la propia comunidad (11,33-36). Al observar la justicia y el amor sin preocuparse por apariencias (11,37-54), rechazan «la levadura» de los fariseos que es la hipocresía (12,1-3; 13,10-17). Esta sinceridad es necesaria, porque los vicios ocultos saldrán a la luz (12,2-3). Si se manifiestan ante el mundo como genuinos discípulos sufrirán persecuciones (12,4), pero no deben temer porque Dios cuida de ellos (12,6.22-34). Tienen que estar preparados y actuar con prontitud y fidelidad (12,35-48), a pesar de las divisiones, incluso en la propia familia (12,49-53). La reconciliación y la conversión (12,58-59; 13,1-9) son actitudes básicas del discípulo que está dispuesto a vivir la dinámica del crecimiento y expansión del Reino (13,18-21).


Te seguiré adondequiera que vayas

Mt 8,19-22


57 Mientras iban por el camino, alguien le dijo: «Te seguiré adondequiera que vayas». 58 Jesús le respondió: «Los zorros tienen madrigueras y los pájaros del cielo tienen nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde recostar la cabeza». 

59 A otro le dijo: «¡Sígueme!». Éste le respondió: «Señor, permíteme ir antes a sepultar a mi padre». 60 Entonces Jesús le dijo: «¡Deja que los muertos sepulten a sus muertos! ¡Tú debes ir a anunciar el Reino de Dios!». 

61 Otro le dijo: «Te seguiré, Señor, pero permíteme que vaya antes a despedirme de los de mi casa». 62 Y Jesús le dijo: «Los que ponen la mano en el arado y miran hacia atrás no sirven para el Reino de Dios».


9,57-62: La segunda enseñanza de Jesús sobre el seguimiento (nota a 9,51-56) se refiere a las condiciones que les propone a quienes desean ser sus discípulos. Lucas ha recogido tres diálogos. En el primer diálogo con alguien de la multitud (9,57-58), identificado con un maestro de la Ley según Mateo (Mt 8,19), Jesús enseña que el seguimiento exige renunciar a todas las seguridades de este mundo. En el segundo diálogo con otro de la multitud (Lc 9,59-60), Jesús afirma que su llamada o invitación a seguirlo no admite postergaciones: cuando él llama a alguien para que sea su discípulo, debe responder de inmediato, dejando de lado cosas y valores que tenía hasta entonces, incluso las relaciones familiares. En el tercer diálogo (9,61-62), Jesús dice que el discípulo que verdaderamente renuncia a todo para seguirlo (14,25-27) no puede vivir añorando lo que deja atrás, porque su tesoro es Dios y su Reino. Según estas exigencias, Pablo es uno de los modelos que mejor se acerca a lo exigido por el Señor (Gál 1,15-17; Flp 3,7-11).


9,60: Mt 10,37 / 9,61: 1 Re 19,19-21 / 9,62: Flp 3,13; Heb 12,1-2


Los envío como corderos en medio de lobos

Mt 9,37-38; 10,7-16


101 Después de esto, el Señor designó a otros setenta y dos y los envió para que, antes que él, fueran de a dos a todas las ciudades y lugares a donde iba a ir. 2 Y les decía: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Por eso, rueguen al dueño que envíe trabajadores para su cosecha. 3 ¡Vayan! Yo los envío como corderos en medio de lobos. 4 No lleven dinero ni bolsa con provisiones. No vayan calzados con sandalias ni se detengan a saludar a nadie por el camino. 5 Cuando entren a una casa, primero digan: “¡Paz para esta casa!”. 6 Si hay alguien allí digno de la paz, la paz descenderá sobre él; de lo contrario volverá a ustedes. 7 Permanezcan en la misma casa comiendo y bebiendo lo que les den, porque quien trabaja merece su salario. No anden de casa en casa. 8 En la ciudad a la que vayan y los reciban, coman lo que les ofrezcan, 9 curen a sus enfermos y díganles: “El Reino de Dios está llegando a ustedes”».


10,1-9: Jesús había enviado a los Doce para que fueran a las doce tribus de Israel (9,1-2). Ahora envía a otros setenta y dos para que vayan a todo el mundo, porque en ese tiempo se pensaba que las naciones de la tierra eran setenta y dos. Las consignas que les da Jesús son semejantes a las que en su momento dio a los Doce (9,3-5). El envío de Jesús es urgente y no permite dilaciones. Por eso no pueden detenerse a saludar a nadie en el camino (10,4), porque según las costumbres de aquella época, saludar a alguien significaba quedarse algún tiempo como huésped en su casa (Hch 21,7-8). El anuncio del Reino de la paz apremia.


10,1: Gn 10,1-32 / 10,2: Mt 9, 37-38; Jn 4,35 / 10,3: Mt 10,16 / 10,4: 2 Re 4,29 / 10,6: Jn 14,27 / 10,7: 1 Cor 9,14; 1 Tim 5,18


Quien los escucha a ustedes, me escucha a mí

Mt 11,20-24

 

10 «Cuando vayan a una ciudad y no los reciban, salgan a las plazas y digan: 11 “Nos sacudimos hasta el polvo de esta ciudad que se ha pegado a nuestros pies, pero sepan que el Reino de Dios está llegando”. 12 Yo les aseguro que el día del juicio será más soportable para Sodoma que para esa ciudad». 

13 «¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados entre ustedes, ya hace tiempo que se habrían convertido, sentándose sobre ceniza y vistiéndose de penitencia. 14 Por eso en el día del juicio Tiro y Sidón serán tratadas con más consideración que ustedes. 15 ¿Y tú, Cafarnaún? ¿Acaso te levantarás hasta el cielo? ¡Te hundirás hasta el abismo!».

16 «Quien los escucha a ustedes, me escucha a mí, y quien los rechaza a ustedes, me rechaza a mí. Y el que me rechaza a mí, rechaza al que me envió».


10,10-16: Con frecuencia los enviados por Jesús serán rechazados por aquellos a quienes les llevan la Buena Noticia (10,10). Con la imagen de sacudirse «hasta el polvo de esta ciudad que se ha pegado a nuestros pies» (10,11), Jesús les pide a sus mensajeros que no adquieran las mismas actitudes de los que se oponen al Evangelio (nota 9,1-6). Los que fueron testigos de las obras realizadas por Jesús (como los habitantes de Corozaín y Betsaida: 10,13) y, sin embargo, rechazaron su mensaje, son más culpables que muchos considerados pecadores (como los habitantes de Tiro y Sidón: 10,14), pero que no han tenido noticias de Jesús. Frente a los mensajeros de Jesús hay una responsabilidad personal en su aceptación o rechazo de la que se tendrá que dar cuenta, porque la aceptación o rechazo de sus enviados es aceptación o rechazo del mismo Jesús (10,16). 


10,11: Hch 13,51 / 10,12: Gn 19,24-28 / 10,13: Am 1,9-10 / 10,15: Is 14,13-15 / 10,16: Mt 10,40


¡Como un rayo veía a Satanás caer del cielo!


17 Los setenta y dos enviados volvieron con gran alegría y le decían: «¡Señor, hasta los demonios nos obedecían en tu nombre!». 18 Jesús les respondió: «¡Como un rayo veía a Satanás caer del cielo! 19 Les he dado el poder de pisotear serpientes y escorpiones y vencer todas las fuerzas del enemigo. No hay nada que pueda hacerles daño. 20 Pero no se alegren de que los espíritus malignos les obedezcan, sino de que sus nombres ya están escritos en el cielo».


10,17-20: En un clima de gran alegría, los discípulos informan a Jesús sobre el éxito que obtuvieron en la tarea misionera que él les encomendó (10,1). Mientras Jesús les había dado poder para curar a los enfermos (10,9), ellos experimentaron que hasta los demonios se doblegaban ante la palabra proclamada en nombre de Jesús. Por su parte, a propósito de la tarea cumplida por sus discípulos, Jesús les relata una visión de carácter apocalíptico (10,18): el anuncio del Reino de Dios hecho por sus discípulos, junto con las manifestaciones de poder que indican su presencia, significan el comienzo de la derrota de Satanás y de su poder sobre el mal. El príncipe del mal ya es echado fuera (Jn 12,31; Ap 12,9), porque ahora se ha comenzado a expandir el reinado de Dios. Sin embargo, los discípulos no deben alegrarse tanto por el poder que poseen, sino más bien porque desde ahora participan del reinado de Dios (Lc 10,20). Los discípulos de hoy son los llamados a continuar la misión de aquellos setenta y dos, y a continuarla en nombre de Jesús, con su mismo poder y la misma consecuencia: la derrota del mal. 


10,18: Rom 16,20; Ap 20,1-3 / 10,19: Sal 91,13; Hch 28,3-6 / 10,20: Flp 4,3


Has revelado estas cosas a los pequeños

Mt 11,25-27; 13,16-17

 

21 En ese momento, Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo y exclamó: «Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo ocultado estas cosas a los sabios y prudentes, las revelaste a los pequeños. ¡Sí, Padre, porque así lo has querido! 22 Todo me ha sido dado por el Padre y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, como nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». 

23 Después, volviéndose hacia los discípulos, les dijo en privado: «¡Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven! 24 Yo les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron».


 10,21-24: El triunfo sobre el mal y el comienzo del reinado de Dios (nota a 10,17-20) es ocasión para que Jesús se llene de la alegría que produce el Espíritu Santo (Rom 14,17; Gál 5,22). Por esto, lleno de gozo porque Dios comienza su reinado o soberanía sobre el mal (Lc 10,17-18), Jesús da gracias al Padre porque los pequeños han recibido esta revelación que no pudieron alcanzar ni los inteligentes ni los prudentes (nota a 9,46-48). Sólo los pobres, los sencillos, los marginados de la sociedad llegan a conocer a Dios como Padre, y experimentan su vida y su misericordia mediante su Hijo, el único que conoce al Padre y lo hace presente entre nosotros. El discípulo que sabe contemplar a Jesús y lo acepta en su corazón es dichoso, porque se le está regalando a Alguien que ni profetas ni reyes conocieron (10,23-24). 


10,21: 1 Cor 1,26-28 / 10,22: Jn 3,35 / 10,23-24: Heb 11,12; 1 Pe 1,10-12


¿Quién es mi prójimo?

Mt 22,34-40; Mc 12,28-31


25 Un maestro de la Ley se levantó y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?». 26 Jesús le preguntó a su vez: «¿Qué está escrito en la Ley?, ¿qué lees en ella?». 27 Él le respondió:

«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón,

con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente [Dt 6,5],

y al prójimo como a ti mismo» [Lv 19,18]. 

28 Entonces Jesús le dijo: «Has respondido bien, pero ahora practícalo y vivirás». 29 El maestro de la Ley, queriendo justificarse, le volvió a preguntar: «¿Quién es mi prójimo?». 

30 Jesús tomó la palabra y dijo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, quienes después de despojarlo de todo y herirlo se fueron, dejándolo por muerto. 31 Por casualidad un sacerdote bajaba por el mismo camino, lo vio, dio un rodeo y pasó de largo. 32 Igual hizo un levita, que llegó al mismo lugar, dio un rodeo y pasó de largo. 33 En cambio, un samaritano, que iba de viaje, llegó a donde estaba el hombre herido y, al verlo, se conmovió profundamente, 34 se acercó y le vendó sus heridas, curándolas con aceite y vino. Después lo cargó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un albergue y se quedó cuidándolo. 35 A la mañana siguiente, le dio al dueño del albergue dos monedas de plata y le dijo: “Cuídalo, y si gastas de más, te lo pagaré a mi regreso”. 36 ¿Cuál de estos tres te parece que se comportó como prójimo del hombre que cayó en manos de los ladrones?». 37 El maestro de la Ley respondió: «El que lo trató con misericordia». Entonces Jesús le dijo: «Tienes que ir y hacer lo mismo».


10,25-37: El maestro de la Ley que interroga a Jesús sabe que en los dos mandamientos del amor a Dios y al prójimo se resume toda la Ley o Torah, y que el cumplimiento de ambos mandamientos otorga la vida eterna. Pero tiene una inquietud con el significado del término prójimo. El Antiguo Testamento enseña que el prójimo es el israelita, diferente del extranjero, que vive en otras naciones, y también es el forastero o extranjero que ha ido a vivir al territorio de Israel. Jesús le responde al maestro con una hermosa parábola en la que da un nuevo sentido al término prójimo: ante cualquier persona de cualquier origen que se encuentra en necesidad, prójimo es quien se acerca a él para ofrecerle ayuda. Es decir, comportarse como prójimo (Lc 10,36) es todo lo contrario a lo que hacen el sacerdote y el levita que, por venir del Templo de Jerusalén y para no hacerse impuros (Nm 19,11), se alejan del hombre herido que estaba medio muerto. El prójimo no es el que se acerca a mí a pedirme algún servicio, sino aquel al cual yo descubro necesitado y a quien acompaño para cuidar su vida y devolverle su dignidad, aunque pierda tiempo, bienes, honor, estima… 


10,27: Dt 11,1 / 10,29: Lv 19,18.33-34 / 10,33: 2 Cr 28,15


María eligió la mejor parte


38 Cuando iban de camino, Jesús entró en un pueblo, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. 39 Marta tenía una hermana llamada María que, sentada junto a los pies de Jesús, escuchaba su palabra. 40 Marta, que estaba muy ocupada sirviendo, se acercó a Jesús y le dijo: «Señor, ¿no te preocupa que mi hermana me deje servir sola? ¡Tienes que decirle que me ayude!». 41 Jesús le respondió: «¡Marta! ¡Marta!, tú te preocupas y te inquietas por muchas cosas, 42 pero una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, la que nunca le será quitada».


10,38-42: Los maestros judíos no aceptaban discípulas, porque ni a mujeres ni a niños se les instruía en la Ley. Sin embargo, entre los seguidores de Jesús, también había niños y mujeres que se sentaban a sus pies (posición propia del discípulo) a escuchar su enseñanza (Mc 3,31-35; Hch 22,3). María de Betania es una de ellas, entre otras varias que siguen al Señor (Lc 8,2-3). Sin embargo, Marta considera que el lugar de María no es estar sentada a los pies de Jesús, sino el servicio a los demás, tal como lo está haciendo ella misma (ver Jn 12,2) y como Jesús da ejemplo al definirse como aquel que «estoy entre ustedes como el que sirve» (Lc 22,27). Jesús le responde a Marta que hay un valor mayor que el de servir a los demás, que es el hacerse discípulo por la escucha de su palabra. María ha elegido esto, «la mejor parte» (10,42), que nadie tiene derecho a quitarle. Sólo esa «mejor parte» hace que el servicio del discípulo adquiera una nueva motivación (por Dios), una nueva fuente (la Palabra de Jesús) y una nueva finalidad (hacer presente el Reino). Éste es el servicio propio de un discípulo del Reino de Dios.


10,38-39: Jn 11,1; 12,2-3 / 10,40: 1 Cor 7,35


Cuando ustedes oren, digan: “Padre”

Mt 6,9-13


11,1 Un día Jesús estaba orando en cierto lugar y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar así como Juan enseñó a sus discípulos». 2 Jesús les respondió: «Cuando ustedes oren, digan:

“Padre, santificado sea tu Nombre,

venga tu Reino,

3 danos cada día el pan que necesitamos,

4 perdona nuestros pecados, 

porque también nosotros perdonamos a todos los que nos ofenden,

y no nos pongas a prueba”».


11,1-4: En lo que sigue (11,1-13), Lucas nos ofrece una catequesis de Jesús sobre la oración. Tres momentos contempla esta catequesis: ante la petición de los discípulos, Jesús les enseña a orar invocando a Dios como Padre (11,1-4); luego, insiste en la necesidad de orar continuamente, sin interrupción (11,5-8), como también lo enseña Pablo (1 Tes 5,17), y finaliza afirmando que la oración perseverante será siempre escuchada por Dios (Lc 11,9-13). La oración y Jesús como modelo de oración son temas muy queridos para Lucas (6,12; 22,41-42). Después de ser testigos de cómo Jesús ora, sus discípulos quieren saber cómo deben dirigirse a Dios. Respondiendo a esta inquietud, Lucas nos transmite una versión del Padre Nuestro más breve que la que se encuentra en Mateo (Mt 6,9-13). La versión de Lucas parece más cercana a las palabras del mismo Jesús, mientras que la de Mateo representaría una adaptación a las formas de oración de los grupos religiosos judíos. Otras tradiciones religiosas miran a Dios como distante y temible, pero los discípulos de Jesús tienen que dirigirse a Dios llamándolo Padre o Abbá. El ambiente propio para la oración es la relación filial con Dios, por esto el discípulo de Jesús se pone ante Dios en actitud de amor, confianza y cercanía. Luego, se pide al Padre que santifique su Nombre (Ez 36,23-28) santificando a sus hijos, para que vivan de tal forma que todos comprendan que el Dios de los seguidores de Jesús es un Padre santo. A continuación, se le pide que reine como Padre e implante la justicia y la paz en la tierra (Sal 67,5; 96,7-10; 99,4). El discípulo continúa pidiendo el alimento necesario para cada día y, confiado en la providencia de Dios, no se preocupa por el día de mañana (Lc 12,22-34). Además, cuando pide el perdón de sus pecados, recuerda que él también debe perdonar a quienes le ofenden y liberar de sus deudas a los pobres que no le pueden pagar (6,34-35; 11,4). Finalmente, en un acto de reconocimiento de su propia debilidad, el discípulo pide a Dios que no lo ponga a prueba, porque de frente a la tentación, los cristianos saben que pueden fracasar.


11,1: Mt 9,14 / 11,2: Rom 8,15 / 11,3: Prov 30,8-9


Lc 11,2: algunos manuscritos, aunque no los principales, en lugar de: «Venga tu Reino» de 11,2, traen: «Venga sobre nosotros tu Espíritu Santo y nos purifique», armonizando el pasaje con 11,13.


Pidan y Dios les dará; busquen y encontrarán

Mt 7,7-11


5 Después Jesús agregó: «Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y va a verlo a medianoche para decirle: “¡Amigo!, préstame tres panes, 6 porque uno de mis amigos llegó de viaje, está en mi casa y no tengo nada que ofrecerle”. 7 Si el otro, desde adentro, le contesta: “¡No me molestes!, la puerta ya está cerrada y mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos”, 8 yo les aseguro que si no se levanta para dárselos por ser su amigo, se levantará por su insistencia, dándole todo lo que necesita».

9 «Yo les digo: pidan y Dios les dará; busquen y encontrarán; llamen y Dios les abrirá. 10 Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, Dios le abrirá». 

11 «¿Hay entre ustedes algún padre que le da una serpiente a su hijo si le pide un pescado? 12 ¿O le da un escorpión si el hijo le pide un huevo? 13 Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!».


11,5-13: Continuando con la catequesis sobre la oración (nota a 11,1-4), Lucas nos recuerda la parábola de Jesús sobre el amigo inoportuno cuyo tema es la eficacia de una oración perseverante, tema que completará más adelante con la parábola del juez y la viuda (18,1-8). Si entre seres humanos, el que pide insistentemente consigue lo que quiere, con mayor razón lo conseguirá el hijo de Dios cuando le pide a su Padre celestial lo que le conviene (11,2). Tres imperativos caracterizan la oración perseverante: «Pidan…, busquen…, llamen» (11,9); el que hace oración de esta manera debe tener la seguridad de que será escuchado por Dios. Luego, con dos ejemplos tomados de la vida cotidiana que van de lo menor a lo mayor (11,11-12), Jesús enseña las «cosas buenas» (11,13; Mt 7,11) que el Padre concede a los que oran con insistencia: si los padres de esta tierra, que son malos, dan cosas buenas a sus hijos, Dios, que es Padre y la bondad misma, sin duda que dará lo mejor que él puede dar a sus hijos que acuden a él: su Espíritu Santo.


11,9-13: Jn 14,13-14 / 11,9: Mt 5,4 / 11,10: Dt 4,29; Jr 29,13


El Reino de Dios ha llegado a ustedes

Mt 12,22-30.38.43-45; Mc 3,20-27


14 Jesús estaba expulsando el demonio de un hombre que había quedado mudo. En cuanto el demonio salió, el mudo comenzó a hablar y la gente quedó admirada. 15 Pero algunos de ellos dijeron: «Él expulsa los demonios, porque tiene el poder de Belzebú, el príncipe de los demonios». 16 Otros, para ponerlo a prueba, le pedían que les mostrara algún signo del cielo. 17 Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: «Si los habitantes de un reino están enfrentados unos con otros, ese reino va a la ruina, y las familias se pelean unas contra otras. 18 Si ustedes dicen que yo expulso los demonios con el poder de Belzebú, eso significaría que Satanás está dividido contra sí mismo; pero entonces, ¿cómo permanecerá su reino? 19 Y si yo expulso los demonios con el poder de Belzebú, ¿con el poder de quién los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ellos mismos serán sus jueces. 20 Pero si yo expulso los demonios con el poder de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes. 21 Cuando un hombre bien armado cuida su casa, todas sus cosas están seguras. 22 Pero si viene alguien más fuerte que él y lo vence, le arrebata las armas en las que confiaba y dispone de sus bienes. 23 El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama». 

  24 «Cuando el espíritu impuro sale de un hombre, anda por el desierto buscando reposo. Y si no lo encuentra, dice: “Volveré a mi casa, de donde salí”. 25 Y cuando vuelve, la encuentra limpia y ordenada. 26 Entonces va, toma otros siete espíritus peores que él y entran para habitar allí, con lo que ese hombre queda al final peor que al principio».


11,14-26: Si se acepta que Jesús obra con el poder de Dios (11,20), hay que comprometerse con él, porque de modo contrario, «el que no está conmigo, está contra mí» (11,23; ver 9,50). Los que no se declaran a favor de Jesús y, más bien, se oponen a él, se justifican diciendo que él expulsa demonios en virtud de un poder diabólico más fuerte que los espíritus impuros que expulsa de los hombres. A éstos, Jesús les responde que Satanás no puede haberle dado poder para que luche contra el mismo Satanás y su dominio en la tierra. Las acciones de Jesús que vencen el mal y su señorío en el corazón de los hombres y en la historia es una prueba de que ha comenzado el reinado de Dios (17,21). Satanás tenía todo bajo su dominio (1 Jn 5,19-20), pero ha llegado alguien que es «más fuerte que él» (Lc 11,21-22). Ahora bien, a quien Jesús ha sido liberado del poder del mal debe cuidar de no volver a caer, porque su situación última sería peor que la primera (11,24-26). La fidelidad a Jesús se convierte, para su discípulo, en fidelidad al Reino de paz, justicia y bondad. 


11,14-15: Mt 9,32-34 / 11,16: Jn 6,30 / 11,20: Éx 6,19 / 11,21-22: Is 49,24-26 / 11,23: Mc 9,40 / 11,26: 2 Pe 2,20


Dichosos son los que escuchan la palabra de Dios


  27 Mientras Jesús decía estas cosas, una mujer que estaba entre la multitud levantó la voz y le dijo: «¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron!». 28 Pero él le contestó: «Mucho más dichosos son los que escuchan la palabra de Dios y la guardan».


11,27-28: Una mujer sencilla, al oír la predicación de Jesús, piensa en la dicha que sentiría la madre del Señor por tener un hijo así, y se lo hace saber a Jesús (11,27). Jesús le responde que la dicha de ser su discípulo es mayor que la de ser su madre. Reflexionando sobre este pasaje, san Agustín afirmó que «para María es más importante ser discípula de Cristo que ser Madre de Cristo». María, la madre de Jesús, fue presentada por Lucas como la primera que guardaba en su corazón las palabras y las cosas que se referían a Jesús (2,19.51). Todos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica (11,28) pertenecen a la familia de Jesús (8,20-21). Esta condición de discípulo es la más valiosa de todas, y no hay que dejar que Satanás la arrebate (11,24-26).


10,28: Dt 30,14; Sant 1,25


Y aquí hay alguien que es más que Jonás

Mt 12,38-42; Mc 8,12


29 Como crecía la muchedumbre, Jesús comenzó a decir: «La gente de esta época es malvada. Ellos piden un signo, pero no se les dará otro signo que el de Jonás. 30 Así como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, así será el Hijo del hombre para esta gente. 31 La reina del sur se presentará en el día del juicio para condenar a la gente de esta época, porque ella vino desde los confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón. Y aquí hay alguien que es más que Salomón. 32 Los hombres de Nínive se presentarán en el día del juicio para condenar a la gente de esta época, porque ellos hicieron penitencia cuando oyeron la predicación de Jonás. Y aquí hay alguien que es más que Jonás».


11,29-32: Los adversarios de Jesús le piden «un signo» del cielo que lo acredite como verdadero enviado de Dios (11,16.29; Jn 6,30), petición -como afirma Pablo- muy propia de los judíos (1 Cor 1,22). Jesús responde diciéndoles que «no se les dará otro signo que el de Jonás» (Lc 11,29). Según el Antiguo Testamento, Dios envió al profeta Jonás a predicar a los paganos y éstos se convirtieron cuando oyeron su predicación (Jon 1,2; 3,4-5); en cambio, los profetas que Dios envió a su propio pueblo nunca fueron escuchados ni éste se convirtió (2 Re 17,13-15). Además, el Antiguo Testamento muestra cómo la reina del sur (Lc 11,31), extranjera y pagana, viene de muy lejos con la única finalidad de admirar la sabiduría del rey judío Salomón (1 Re 10,1-2). El pueblo de Dios, en cambio, teniendo entre ellos al Rey Mesías lo rechaza. Por estas razones, el gran prodigio que se les mostrará a los adversarios de Jesús es que su enseñanza será predicada entre los paganos y éstos la aceptarán y se convertirán (Hch 28,28), mientras que Israel, el pueblo de Dios, no escuchará ni aceptará al que es mucho más que el profeta Jonás y que el gran rey Salomón. Por eso, los que oyen la predicación de Jesús, el Mesías, están en mejores condiciones que aquellos paganos que acudían de lejos a ver un rey, aunque -por lo mismo- tienen mayor responsabilidad.


11,29: Mc 8,12 / 11,30: Jon 3,3-4 / 11,31: 1 Re 10,1-10 / 11,32: Jon 3,5


Nadie enciende una luz para ocultarla

Mt 5,15; 6,22-23

 

33 «Nadie enciende una luz para ocultarla o ponerla bajo un cajón, sino sobre un candelero, de modo que todos los que entren, vean con claridad». 

34 «Tu ojo es la luz de tu cuerpo. Cuando tu ojo está sano, todo tu cuerpo está iluminado. Pero si tu ojo está enfermo, también tu cuerpo estará en la oscuridad. 35 Tienes que estar atento, para que la claridad que hay en ti no se vuelva oscuridad. 36 Si tu cuerpo está enteramente iluminado y no tiene nada de oscuridad, todo estará tan iluminado como cuando una lámpara te ilumina con su resplandor».


11,33-36: Lucas reúne dos dichos de Jesús que se refieren a la lámpara o a su luz (11,33 y 11,34-36). En el primero, Jesús se refiere a la luz de la lámpara que ilumina hacia fuera. La misión de ser luz de las naciones que Dios dio a Israel (Is 49,6) es ahora la misión de los discípulos de Jesús en cuanto constituyen el nuevo pueblo de Dios. La condición de seguidor de Jesús no puede quedar oculta (ponerla bajo un cajón o celemín: Lc 8,16), sino que el discípulo, con su ejemplo, debe ser una luz que ilumine a los de afuera, a los no cristianos (1 Cor 5,12-13; Col 4,5), para que opten por Jesucristo y se acerquen a la comunidad. El segundo dicho de Jesús (Lc 11,34-36) se refiere a la luz de la lámpara que ilumina hacia el interior. Así como los ojos, cuando están sanos, permiten que la luz penetre hacia el interior, también el cristiano recibe, por la predicación, la luz de la Palabra de Jesús y se convierte en lámpara encendida que ilumina a todos los de su comunidad. El testimonio luminoso y transparente de Jesús, como una lámpara que con generosidad arroja su luz, es la misión del discípulo, tanto hacia fuera de la Iglesia como al interior de ésta. 


11,33: Mc 4,21 / 11,36: Jn 3,19-21


Ay de ustedes…

que pasan por alto la justicia y el amor a Dios

Mt 23,6-7.25-26; Mc 12,38-40

 

37 Cuando Jesús estaba hablando, un fariseo le pidió que fuera a comer a su casa. Él entró y se sentó a la mesa. 38 El fariseo se quedó sorprendido cuando vio que no se lavaba las manos antes de comer. 39 Entonces el Señor le dijo: «Ustedes, los fariseos, purifican las copas y los platos por fuera, sin embargo, por dentro están llenos de codicia y maldad. 40 ¡Insensatos! ¿Acaso Dios que hizo lo de afuera, no hizo también lo de adentro? 41 ¡Den como limosna lo que tienen dentro y así todo quedará limpio!».

42 «Pero ay de ustedes, fariseos, que ofrecen a Dios el diezmo de la menta, de la ruda y de todas las legumbres, y pasan por alto la justicia y el amor a Dios. Hay que practicar esto sin descuidar aquello». 

43 «Ay de ustedes, fariseos, que quieren los primeros asientos en las sinagogas y que los saluden en las plazas». 

44 «Ay de ustedes que son como esos sepulcros sin indicación alguna que la gente pisa sin saberlo».


11,37-44: Jesús denuncia a los que se preocupan por la apariencia exterior y descuidan la rectitud interior, como les sucedía a algunos fariseos de su tiempo, que observaban con rigurosidad las purificaciones para no contraer ninguna impureza, pero no guardaban la pureza del corazón (Sal 24,4; Mt 5,8). De esta forma, por preocuparse por cosas menos importantes, descuidaban gravemente cosas fundamentales como la justicia y el amor (Lc 11,42). Sin la pureza interior, la exterior es falsa, porque la verdadera impureza, la que realmente mancha al ser humano, es la rapiña y la avaricia, el descuido de la justicia y del amor a Dios, el orgullo y la vanagloria. Jesús compara a los fariseos sin pureza interior, pero que buscan ser tratados con consideración y respeto (11,43), con aquellos sepulcros que no han sido pintados de blanco (11,44) y que, al no tener indicación alguna, la gente toca sin querer, quedando impuros por el muerto que contienen (Nm 19,16). Es siempre imprescindible discernir qué llevamos de hipócrita en nuestra vida. La búsqueda y práctica con rectitud de conciencia de la justicia y del amor a Dios nos permiten caminar en lo esencial de la vida cristiana, sin perdernos en preocupaciones inútiles, en planes que no tienen ningún futuro en el Reino de Dios, porque son sólo nuestros y no de Dios. 


11,38: Mt 15,1-2 / 11,42: Lv 27,30; Am 5,21-24 / 11,44: Nm 19,16


Ay de ustedes…

que se han apoderado de la llave del conocimiento

Mt 23,4.13.29-31

 

45 Uno de los maestros de la Ley tomó la palabra y le dijo: «Maestro, al hablar así también nos ofendes a nosotros». 

46 Jesús le respondió: «Ay de ustedes, maestros de la Ley, que ponen sobre los hombres cargas difíciles de llevar, pero ustedes no las tocan ni siquiera con un dedo». 

47 «Ay de ustedes, que construyen los sepulcros de los profetas, a quienes sus propios padres asesinaron. 48 Así se convierten en testigos y aprueban lo que hicieron sus padres, porque ellos los asesinaron y ustedes construyen los sepulcros. 49 Por eso dijo la sabiduría de Dios: “Yo les enviaré profetas y apóstoles. Pero matarán a unos y perseguirán a otros”. 50 De modo que Dios pedirá cuenta a la gente de esta época de toda la sangre de los profetas que fue derramada desde la creación del mundo, 51 desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, al que ejecutaron entre el altar y el Santuario. ¡Sí, les aseguro que se le pedirá cuenta a la gente de esta época!».

52 «Ay de ustedes, maestros de la Ley, porque se han apoderado de la llave del conocimiento. ¡Ustedes no entran y les impiden entrar a los que vienen!». 

53 Cuando Jesús salió de allí, los maestros de la Ley y los fariseos se indignaron muchísimo contra él y comenzaron a atacarlo con preguntas acerca de muchos temas, 54 tratando de atraparlo en sus propias palabras.


11,45-54: Jesús denuncia a los maestros de la Ley por hacer intolerable la religión como encuentro y comunión con Dios, debido a la forma rigurosa como interpretan y enseñan la Ley, mandamientos que ellos mismos no se preocupan de observar (11,46). Por preocuparse de la Ley de Dios se han olvidado del Dios que por la Ley expresa su voluntad de una vida en comunión con él y de una vida digna para todos. Edifican monumentos y sepulcros en honor a los profetas que fueron asesinados, pero ellos -sin embargo- son cómplices de los asesinos y, como éstos, siguen sin escuchar ni a los profetas ni a Jesús, enviado por Dios. Además, al igual que sus antepasados, persiguen y matan a los mensajeros de la Buena Noticia del Reino, enviados por Jesús (11,49). Por eso tendrán que dar cuenta de toda la sangre derramada en la historia, «desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías» (11,51), es decir, desde el primer asesinado de la historia, Abel (Gn 4,8), hasta el último asesinato narrado en la Biblia hebrea, el de Zacarías, que es alguien diferente al profeta del mismo nombre (2 Cr 24,21-22). La denuncia de Jesús a los fariseos nos acecha de forma permanente: la hipocresía de vida y la importancia que le damos a lo superficial y externo. Y así, es fácil que empleemos toda nuestra energía en no tragarnos el mosquito sin darnos casi cuenta de que nos tragamos el camello al descuidar lo más importante de la Ley: la voluntad de Dios, la misericordia y la fe (Mt 23,23-24). 


11,46: Mt 11,28 / 11,47-51: Mt 23,34-36 / 11,50-51: Gn 4,10; 9,5; Ez 33,6-8


No teman a los que matan el cuerpo

Mt 10,26-32

 

121 Se habían reunido millares de personas hasta el punto de atropellarse unos a otros. Entonces comenzó a decir a sus discípulos: «¡Cuídense de la levadura de los fariseos que es su hipocresía! 2 No hay nada oculto que no vaya a ser revelado ni nada escondido que no llegue a saberse. 3 Todo lo que digan en la oscuridad se oirá a plena luz, y todo lo que digan en secreto, en las habitaciones interiores, se proclamará desde lo alto de las casas». 

4 «Por eso a ustedes, amigos míos, les digo: no teman a los que matan el cuerpo y después no pueden hacer nada más. 5 Les indicaré a quién deben temer: teman al que después de matarlos tiene autoridad para arrojarlos a la Gehena. ¡Sí, yo les digo, a ése deben temer! 6 ¿Acaso no se venden cinco pájaros por dos monedas de poco valor? Sin embargo, Dios no se olvida de ninguno de ellos. 7 A ustedes Dios les tiene contados todos los cabellos de la cabeza. ¡No tengan miedo: ustedes valen mucho más que los pájaros!». 

8 «Les aseguro que todo aquel que se declare a mi favor delante de los hombres, el Hijo del hombre se declarará a favor de él en presencia de los ángeles de Dios. 9 Pero aquél que delante de los hombres niegue conocerme, no será reconocido en presencia de los ángeles de Dios».


12,1-9: Los discípulos de Jesús están llamados a iluminar a los demás con lo que reciben de su Señor, pero tienen que evitar «la levadura de los fariseos que es su hipocresía» (12,1), que consiste en aparentar y mostrar hacia fuera lo que no se lleva en el interior. Es necesario mostrarse con sinceridad, porque los vicios ocultos algún día saldrán a la luz (12,2-3). Esta afirmación de Jesús responde al sentido y experiencia común de la época, pues todo el mundo sabe que, en una sociedad de cultura oral como aquella, tan dada al comentario, algún día todo termina ventilándose públicamente. Jesús recomienda a los suyos vivir sin ocultar nada, siempre de cara a Dios y a los demás. También les enseña que si se manifiesten ante el mundo como auténticos discípulos estén preparados para sufrir persecuciones (12,4; 2 Tim 2,12). Pero no deben temer, porque la providencia de Dios vela sobre cada uno de ellos (Lc 12,6), y los que tengan la valentía de mostrarse como auténticos discípulos de Jesús en este mundo serán recomendados por el Hijo del hombre ante el Padre (12,8).


12,1: Mt 13,33 / 12,2: Mc 4,22 / 12,4: Jn 15,15 / 12,5: Heb 10,31 / 12,8-9: Mc 8,38


El Espíritu Santo les enseñará lo que deban decir

Mt 10,19-20.33; 12,32


10 «Dios perdonará a todo el que diga algo contra el Hijo del hombre, pero no perdonará al que blasfeme contra el Espíritu Santo». 

11 «Cuando los lleven a las sinagogas y a la presencia de los gobernantes y autoridades, no se preocupen de cómo se van a defender o qué van a decir, 12 porque en ese momento el Espíritu Santo les enseñará lo que deban decir».


12,10-12: Podrá ser perdonado el que sólo ve la humanidad del Hijo del hombre, pero es incapaz de descubrir su condición de Hijo de Dios. En cambio, no tendrán perdón los que contradicen y condenan a los discípulos de Jesús que, en tiempos de persecución, reciben la iluminación del Espíritu Santo para defenderse ante los tribunales. El Padre Dios, que asistió a su Hijo en el juicio y lo resucitó luego de su muerte en cruz, defenderá a los seguidores de su Hijo enviando sobre ellos su propia fuerza y luz divina, el Espíritu Santo, cuando éstos sufran por Cristo Jesús. 


12,10: Mc 3,28-29 / 12,11-12: Hch 4,1-13


¡Cuídense de toda codicia!


13 Uno de la multitud le pidió a Jesús: «Maestro, dile a mi hermano que comparta la herencia conmigo». 14 Jesús le respondió: «Amigo, ¿quién me nombró juez o árbitro entre ustedes?». 

15 Entonces le dijo a la gente: «¡Estén atentos! Cuídense de toda codicia, porque la vida de una persona, por más bienes que tenga, no depende de lo que posee». 

16 Después agregó esta parábola: «Había un hombre rico cuyo campo produjo una gran cosecha. 17 Entonces reflexionó: “¿Qué haré? Porque ya no tengo dónde acumular mi cosecha”. 18 Y dijo: “Haré esto: Derribaré mis graneros y construiré otros más grandes, para guardar allí todo el trigo y los demás bienes. 19 Después me diré: Alma mía, ya tienes bienes acumulados para muchos años. ¡Ahora descansa, come, bebe y disfruta!”. 20 Pero Dios le dijo: “¡Insensato! Esta misma noche tendrás que entregar tu vida. ¿Para quién será todo lo que acumulaste?”. 21 Así sucede con el que junta tesoros para sí mismo, pero no es rico respecto a Dios». 


12,13-21: Lo que sigue (12,13-34), reúne palabras de Jesús acerca de la ambición, la codicia y el deseo de poseer cada vez más, sin límite alguno, pues en los bienes materiales ponen su seguridad (Sal 62,11; Eclo 11,19; 31,1-11). Jesús se dirige a todos aquellos que piensan que se alcanza la plenitud de la vida poseyendo riquezas, y les enseña que la calidad de la vida no depende de los bienes materiales que se acumulen. La parábola del rico (Lc 12,16-21) muestra la necedad de uno que almacena sólo para asegurar su propia vida y disfrutarla al máximo. No ha entendido que los bienes, que son una bendición de Dios, están destinados a compartirlos con los hermanos (16,19-31), para convertirse de esta forma en «rico respecto a Dios» (12,21).


12,13: Dt 21,15-17 / 12,18: Sant 4,13-15 / 12,19: Sab 2,6 / 12,16-21: Sal 39,6; Eclo 11,18-19


Busquen más bien el Reino de Dios

Mt 6,19-21.25-34

 

22 Después Jesús dijo a sus discípulos: «Por eso les digo, no estén preocupados por la vida, pensando qué van a comer, ni por el cuerpo, pensando con qué se van a vestir. 23 Porque la vida es más importante que el alimento y el cuerpo más importante que la ropa. 24 Observen cómo los cuervos no siembran ni cosechan ni tienen depósito ni granero. Sin embargo, Dios los alimenta. ¡Ustedes valen mucho más que los pájaros! 25 ¿Quién de ustedes, por más que se preocupe, puede agregar un instante a la duración de su vida? 26 Por tanto, si no son capaces de lo más pequeño, ¿para qué preocuparse por las demás cosas? 27 Observen cómo crecen las flores. Ellas no se cansan ni tejen, pero les digo que ni Salomón en todo su esplendor se vistió como una de ellas. 28 Pero si Dios viste así a la hierba que hoy está en el campo y que mañana se arroja al fuego, ¡cuánto más a ustedes, gente de poca fe! 29 Por eso, no busquen afligidos qué comer y qué beber, 30 porque los que se esfuerzan por todas estas cosas son los paganos de este mundo, pero el Padre de ustedes sabe que las necesitan. 31 Busquen más bien el Reino de Dios y él les añadirá lo demás. 32 Ustedes, mi pequeño rebaño, no teman, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino». 

33 «Vendan todo lo que tienen y hagan obras de misericordia. Guarden sus bienes en bolsas que no se echan a perder. Tengan un tesoro inagotable en el cielo, donde el ladrón no entra ni lo arruina la polilla. 34 Allí donde esté su tesoro, allí estará también su corazón».


12,22-34: Los sabios de Israel enseñaban a sus discípulos a contemplar la naturaleza y sacar lecciones para la vida (Prov 6,6-11). Siguiendo esta corriente sapiencial, también Jesús exhorta a sus discípulos a mirar cómo viven despreocupados los pájaros del cielo y las flores del campo, y cómo deben aprender de ellos a dejar de lado las preocupaciones y aflicciones vanas. No corresponde que el ser humano viva en la ociosidad; por el contrario, es necesario trabajar para ganarse el sustento diario (Gn 3,19; 2 Tes 3,7-10), pero sin angustiarse, confiado en la providencia de Dios y sintiéndose feliz cuando se tiene lo que se necesita. Jesús no quiere que su discípulo viva afligido. Si el mismo Padre del cielo quiso darle el Reino (Lc 12,32), él no dejará que le falte lo demás, siempre menos importante que el don del Reino. En lugar de esforzarse por acumular bienes en la tierra, el discípulo debe preocuparse por ser generoso con los necesitados y, de esa manera, se asegura el único tesoro que no se pierde (12,33-34).


12,24: Mt 10,31 / 12,27: 1 Re 10,4-7; 2 Cr 9,1-12 / 12,30: Mt 6,8 / 12,31: Sal 37,4 / 12,33: Prov 13,7; Mt 19,21


¡Estén preparados!

Mt 24,43-51

 

35 «Permanezcan dispuestos a servir y con las lámparas encendidas, 36 como los hombres que esperan que su señor vuelva de un banquete de bodas, para abrirle la puerta apenas llegue y llame. 37 ¡Dichosos aquellos servidores que su señor encuentre vigilando cuando vuelva! Les aseguro que de inmediato se dispondrá a servirlos, los hará sentar a la mesa y él mismo los atenderá. 38 Dichosos estos servidores si su señor vuelve a medianoche o poco antes del amanecer y los encuentra así. 39 Entiendan bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no dejaría que entrara a su casa. 40 Ustedes estén preparados, porque a la hora que menos lo piensen vendrá el Hijo del hombre». 

41 Pedro le preguntó: «Señor, ¿dices esta parábola refiriéndote a nosotros o a todos?». 42 El Señor le respondió: «¿Cuál es el administrador fiel y prudente a quien su señor puso al frente de todos los que están a su servicio para darles alimento en el momento oportuno? 43 ¡Dichoso este sirviente si su señor lo encuentra cumpliendo esta tarea cuando regrese! 44 Les aseguro que le encomendará todos sus bienes. 45 Pero si ese servidor piensa: “Mi señor tarda en regresar”, y empieza a golpear a los demás servidores y servidoras, a comer, a beber y a embriagarse, 46 llegará el señor de ese servidor el día que menos lo espera y a la hora que menos piensa, lo separará de su cargo y le hará correr la misma suerte que a los infieles. 47 Aquel servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas ni las hizo de acuerdo con lo que su señor quería, tendrá un castigo muy severo. 48 En cambio, el que sin saber lo qué quería su señor se hizo culpable de castigo, recibirá un castigo menor. Al que Dios le dio mucho, le pedirá mucho. Y al que le confió mucho, le pedirá mucho más aún».


12,35-48: La despreocupación por los bienes materiales (nota a 12,22-34) no responde a una opción filosófica, sino que es consecuencia de la aceptación agradecida del Reino, don de Dios (12,32), y condición para vivir de manera plena la esperanza en la venida del Señor o parusía (12,35-40). Este período de espera no es un tiempo de inactividad o pasividad. Jesús lo compara con el tiempo en que unos servidores deben cumplir la tarea que se les ha asignado (12,41-48), de modo que su señor, al volver, encuentre a cada uno empeñado en la labor que se le encomendó. Esta tarea consiste en ponerse, con las propias capacidades y bienes, al servicio de los demás. Los que vivan de esta manera recibirán un premio inaudito: el mismo Señor Jesucristo se pondrá como servidor de ellos (12,37; 22,27), y les dará los bienes de la vida eterna. Los que maltraten a los demás y se aprovechen de ellos en lugar de servirlos, recibirán un severo castigo. Aunque la venida del Hijo del hombre se producirá al final de los tiempos y en la muerte de cada persona, él está viniendo en todo momento, sobre todo en los acontecimientos de la vida, en los sacramentos, en la comunidad, en los desvalidos y necesitados (Mt 25,31-46); estas venidas del Hijo del hombre nos exigen discernimiento y respuesta cristiana. Para esto, hay que estar siempre atentos (Lc 12,40).


12,36: Mc 13,34-36 / 12,37: Jn 13,4-5 / 12,39-40: 1 Tes 5,2; 2 Pe 3,10 / 12,47-48: Dt 25,2-3


Yo he venido a encender fuego sobre la tierra

Mt 10,34-36


49 «Yo he venido a encender fuego sobre la tierra ¡Y cómo deseo que ya esté ardiendo! 50 Debo sumergirme en una prueba dolorosa. ¡Y qué angustia siento hasta que todo esté cumplido! 51 ¿Creen que he venido a poner paz en la tierra? ¡No! Les aseguro que he venido a poner división. 52 Desde ahora, los cinco miembros de una familia estarán enfrentados: tres contra dos y dos contra tres. 53 El padre contra su hijo y el hijo contra su padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra su suegra».


12,49-53: Después de hablar de su futura venida (nota a 12,35-48), Jesús manifiesta la misión que el Padre le encomendó. Él sabe que debe encender el fuego del juicio para arrancar todo el mal que hay sobre la tierra, pero para lograrlo debe antes pasar por los dolores de la pasión (12,49-50). Jesús, que acepta libremente la voluntad de su Padre (22,42), desea que la pasión ya haya pasado y que el fuego del juicio ya esté ardiendo. Él vino para hacer presente y efectivo el Reino de Dios sobre la tierra, reinado que es de paz y reconciliación; sin embargo, el Reino no se hace presente sin que se produzcan divisiones y enfrentamientos dolorosos por causa del seguimiento de Jesús (19,41-44). Hoy como ayer, los que quieran seguir a Jesús y continuar su misión encuentran el rechazo y la oposición tanto por parte de los de fuera como de sus propios parientes (Mt 10,21-22). Este es un hecho paradójico: cuando se quiere introducir la paz, siempre hay conflictos con los enemigos de la paz (Sal 120,7), pero el discípulo no puede renunciar a la obra encomendada por aquel que ya venció al mundo (Jn 16,33).


12,49: Hch 2,3 / 12,50: Mc 10,38 / 12,53: Miq 7,6


¿Cómo no saben interpretar lo que está sucediendo?

Mt 16,2-3; 5,25-26


54 Jesús le decía a la gente: «Cuando ven aparecer una nube por el oeste, enseguida dicen que va a llover, y así sucede. 55 Cuando sopla viento del sur dicen que va a hacer calor, y así sucede. 56 ¡Hipócritas! Si saben interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no saben interpretar lo que está sucediendo en este momento?».

57 «¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo? 58 Trata de ponerte de acuerdo con tu adversario mientras vas a presentarte ante la autoridad, no sea que te entregue al juez, el juez te ponga en manos del carcelero, y éste te encierre en la cárcel. 59 Te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo».


12,54-59: Jesús concluye las palabras sobre su segunda venida o parusía (nota a 12,35-48) con un fuerte reproche a sus contemporáneos: muchos de ellos tienen la habilidad de predecir qué tiempo habrá al día siguiente con sólo observar el aspecto del cielo o la dirección del viento, pero no conocen ni saben interpretar la voluntad de Dios respecto al Mesías (12,54-56). Ellos ven y oyen a Jesús y, sin embargo, aún no advierten que con su venida ha llegado el final de los tiempos, es decir, la última etapa de la historia de la salvación conforme a lo dispuesto por Dios. Es necesario, por tanto, tomar una decisión. Esto significa juzgar por uno mismo si se rechaza o aprueba al Mesías enviado por Dios (12,57). Pero hay que responsabilizarse de todas las consecuencias, teniendo presente que seremos sometido al juicio de Dios. Ante este juicio final de Dios, el ser humano se compara con el que es llevado al tribunal acusado de algún delito (12,58-59). Ese es el último momento en que puede ponerse de acuerdo con su acusador para evitar que lo condenen y encarcelen. Una vez que el juez da la sentencia, no hay ninguna posibilidad de volver atrás. Así ocurre mientras el Señor no se haga presente: aún es tiempo de saldar las cuentas con Dios y los hermanos, para que el Justo Juez nos encuentre en paz y reconciliados, y su juicio sea a favor nuestro. 


12,54-56: Mt 16,2-3 / 12,57-59: Mt 5,25-26


Si ustedes no se convierten, morirán como ellos


131 En ese momento se presentaron algunos ante Jesús para informarle que Pilato había asesinado a unos galileos y mezclado su sangre con los sacrificios que ofrecían. 2 Jesús les respondió: «¿Piensan que esto les sucedió a esos galileos porque eran más pecadores que todos los demás? 3 Les aseguro que no, pero si ustedes no se convierten, entonces morirán de manera semejante. 4 ¿Y piensan que aquellos dieciocho hombres que murieron cuando cayó sobre ellos la torre de Siloé eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? 5 Les aseguro que no, pero si ustedes no se convierten, morirán como ellos».


13,1-5: Jesús ya había hablado de la posibilidad de una sentencia desfavorable en el tribunal de Dios (12,47-48.58-59). A esta sentencia se añaden las presentes palabras referentes al triste final que les espera a los que no arreglan sus asuntos mientras están a tiempo. Los habitantes de Galilea se distinguían por su oposición a los romanos que ocupaban el país. Se tiene noticia de actos de violencia y derramamiento de sangre entre romanos y galileos cuando éstos concurrían a Jerusalén para participar en las celebraciones litúrgicas. Sin embargo, fuera de la noticia de Lucas 13,1 no hay información alguna sobre una matanza de galileos producida en el Templo durante el ofrecimiento de sacrificios. Ahora bien, muchos creen que éstos, asesinados o agredidos por otras personas, o los que padecen las consecuencias de accidentes o catástrofes naturales (13,4), están recibiendo el castigo de Dios por causa de sus pecados. Jesús enseña que ese dolor y esa muerte no es un castigo por los pecados, oponiéndose a la creencia común (Jn 9,2-3), sino una advertencia para sus contemporáneos, de modo que saquen la conclusión de que el destino del que se empecina en el mal y no se convierte será mucho peor. Por tanto, mientras es tiempo, que cambien de vida (Lc 13,3.5).


13,1: Lc 3,1 / 13,4: Jn 9,7 / 13,5: Jn 8,24


Vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro


6 Jesús les dijo esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos en ella, pero no los encontró. 7 Entonces le dijo al cuidador de la viña: “Ya hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. ¡Córtala! ¿Para qué va a seguir ocupando terreno en balde?”. 8 Pero el cuidador le contestó: “Señor, déjala todavía un año más. Yo cavaré a su alrededor y le pondré abono. 9 Quizá en adelante dé fruto. Si no es así, entonces la cortarás”».


13,6-9: Mediante la parábola de la higuera sin frutos, que en Marcos (Mc 11,12-14.20-25) y Mateo (Mt 21,18-22) es un acontecimiento lleno de simbolismo, Jesús enseña que Dios da tiempo y auxilio para que la persona dé los frutos que él espera de ella (Lc 13,9; 2 Pe 3,9). Sin embargo, si persiste en su falta de respuesta, llegará el tiempo en que será privado de todo. En esta parábola, algunos han visto la figura de Dios (el dueño de la viña) dispuesto a castigar al pueblo rebelde (Israel), y a Jesús (el «cuidador de la viña»: Lc 13,7) como el que intercede a favor del pueblo (Rom 8,34; Heb 7,25; 1 Jn 2,1-2). Este tiempo final de la historia de la salvación que inauguró el Mesías, hasta que él venga de nuevo, es tiempo de decisión personal y de frutos, los propios de un seguimiento fiel y alegre del Señor al que se espera. 


13,6-7: Is 5,1-7; Jr 2,21; 8,13 / 13,9: Mt 3,10


¡Mujer, quedas liberada de tu enfermedad!


10 Un sábado, Jesús estaba enseñando en una sinagoga 11 y había allí una mujer que estaba enferma desde hacía dieciocho años. Un espíritu la tenía encorvada, de modo que era totalmente incapaz de levantar la cabeza. 12 Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: «¡Mujer, quedas liberada de tu enfermedad!». 13 Luego le impuso las manos y de inmediato ella se enderezó y se puso a alabar a Dios. 

14 Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado, le dijo a la gente: «Tienen seis días en los que se puede trabajar. Vengan esos días para que los curen, pero no vengan en sábado». 15 Jesús le respondió: «¡Hipócritas! ¿Acaso los sábados ustedes no desatan el buey o el burro del pesebre para llevarlos a beber? 16 Y esta mujer, que es descendiente de Abrahán y que hace dieciocho años que está atada por Satanás, ¿no debía ser desatada de esas ataduras aunque fuera día sábado?». 17 Al decir esto, todos los que se le oponían quedaron llenos de vergüenza, pero el pueblo se alegraba por todas las cosas sorprendentes que Jesús hacía. 


13,10-17: Lucas recoge la enseñanza de Jesús con ocasión de una curación realizada por él en día sábado (ver 6,6-11; 14,1-6). La descripción de la mujer enferma, «encorvada» al punto de no poder «levantar la cabeza» (13,11), adquiere carácter simbólico: es figura de la humanidad caída, porque según los maestros judíos, el ser humano que tiene la cabeza en alto y puede mirar al cielo se asemeja a los ángeles. Jesús vino para desatar a la descendencia de Abrahán que estaba «atada por Satanás» (13,16), y esto es tan urgente que debe hacerlo aun cuando sea un día sábado. Los maestros de la Ley enseñaban que en sábado estaba prohibido curar enfermedades que no implicaran peligro de muerte (6,7; 14,5). Jesús denuncia la incoherencia de sus enseñanzas, porque mientras permiten desatar a un animal para que pueda ir a beber en día sábado, no permiten desatar a la que ha sido atada por Satanás. La imagen que Jesús transmite de Dios, rico en vida y misericordia, y del ser humano y su dignidad, corrigiendo la inviolable «tradición de los antepasados» (Mc 7,3), deja avergonzados a los maestros de la Ley, mientras que el pueblo queda admirado por la sabiduría que Jesús demuestra (Lc 13,17).


13,10: Jn 9,13-16 / 13,11: Mt 8,29 / 13,14: Éx 20,9-10; Dt 5,13-14 / 13,15: Mt 12,11


¿A qué se parece el Reino de Dios?

Mt 13,31-33; Mc 4,30-32

 

18 Jesús les dijo entonces: «¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Con qué podré compararlo? 19 Se parece a un grano de mostaza que un hombre tomó y plantó en su huerta. Éste creció, se convirtió en un árbol y los pájaros del cielo fueron a anidar en sus ramas». 

20 También les dijo: «¿Con qué compararé el Reino de Dios? 21 Se parece a la levadura, que una mujer tomó y ocultó dentro de una gran cantidad de harina hasta que fermentó toda la masa».


13,18-21: Las parábolas del grano de mostaza y de la levadura cumplen el propósito de mostrar que el Reino traído por Jesús debe pasar por un proceso de crecimiento. En la parábola del grano de mostaza, cuyo protagonista es un hombre, el Reino se compara a una semilla de mostaza, una de las más pequeñas, que luego de ser sembrada crece hasta transformarse en un gran árbol. El resultado final se describe con palabras tomadas del Antiguo Testamento (Sal 104,12; Dn 4,9.18; Ez 17,22-23): si el inicio de la semilla, es decir, del Reino, es muy pequeño y modesto, su destino final será cobijar a todos los hombres y a todas las naciones. En la parábola de la levadura, cuya protagonista es una mujer, el Reino se compara al efecto que una pequeña porción de levadura produce en una gran cantidad de harina. En ambas parábolas es evidente el contraste entre el comienzo del Reino y su resultado final: el Reino de Dios, una vez que se ha introducido en el mundo como la semilla en la tierra o la levadura en la masa, tiene un inicio humilde y escondido, pero está llamado a impregnarlo y fecundarlo todo.


13,19: Ez 17,23; Dn 4,9.17-18


3- Segunda etapa del viaje:

rasgos del discípulo y de la comunidad


13,22-17,10. La segunda etapa del viaje del Mesías a Jerusalén (nota a 9,51-19,28) se concentra en rasgos propios del discípulo y su comunidad. Lejos de pretender una vida cómoda, el discípulo tiene que asumir una lucha constante y esforzarse por ingresar por «la puerta angosta», es decir, seguir a Jesús afrontando conflictos, renuncias y persecuciones tal como su Maestro (13,22-35; 14,26-27). El bien no se hace sin dificultades y pretendiendo honores (14,7-14). De este modo, el discípulo se hace digno de la invitación al banquete del Reino (14,15-24). El seguimiento implica, por tanto, discernir qué significa en realidad seguir al Mesías que se dirige a Jerusalén para dar su vida por la humanidad (14,28-32). La conformación de la comunidad se basa en la práctica de la misericordia, que tiene como ejemplo al mismo Dios quien busca a quien se ha perdido (15,1-10) y recibe con amor de Padre al que vuelve a él (15,11-32). El que se apega a la riqueza y se olvida del prójimo se aleja de este proyecto divino (16,19-31). Tampoco se puede actuar con torpeza; hay, más bien, que aprender a comportarse con sagacidad (16,1-13). La comunidad de discípulos encuentra su fortaleza y recompensa creciendo en la fe y el servicio (17,5-10).


Esfuércense por entrar por la puerta angosta

Mt 7,13-14.21-23; 25,10-12; Mc 10,31


22 Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús enseñaba en las ciudades y pueblos por donde pasaba. 

23 Entonces, una persona le preguntó: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?». Jesús les respondió: 24 «Esfuércense en entrar por la puerta angosta. Porque les aseguro que muchos querrán entrar y no podrán. 25 Cuando el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes se quedarán afuera y comenzarán a llamar diciendo: “¡Señor, ábrenos!”. Y él les responderá: “No sé de dónde vienen”. 26 Entonces comenzarán a decir: “¡Hemos comido y bebido contigo! ¡Has enseñado en nuestras plazas!”. 27 Y él les dirá: “¡Yo no sé de dónde vienen! ¡Aléjense de mí todos los que hacen el mal!”. 28 Allí habrá llanto y desesperación cuando vean a Abrahán, a Isaac y a Jacob con todos los profetas en el Reino de Dios, mientras que ustedes son arrojados fuera. 29 Vendrá gente del este y del oeste, del norte y del sur y se sentará en el banquete del Reino de Dios, 30 y habrá últimos que serán primeros y primeros que serán últimos».


13,22-30: Este pasaje responde a la opinión difundida por entonces de que los salvados serían muy pocos. Por eso, alguien se acerca a Jesús a preguntarle por el número de los que se salvarán. Pero Jesús no responde buscando satisfacer la curiosidad de la opinión pública ni su deseo de informarse, sino que aconseja al que pregunta que se esfuerce por formar parte del número de los salvados; esforzarse es luchar, pelear, batallar (lo que significa el verbo griego) por ingresar por «la puerta angosta» que, por lo mismo, ofrece dificultades y exige renuncias (13,24; 14,26-27.33). Para formar parte del número de los salvados no basta con haber tenido familiaridad con el Señor, sino que requiere vivir con el Señor para obrar como él: haciendo siempre el bien (13,25-27). En el banquete del Reino, junto con los patriarcas y los profetas, habrá muchos desconocidos, personas que nunca fueron tenidas en cuenta (los últimos), mientras que algunos de los que se tenían por más dignos e importantes (los primeros), quedarán fuera del Reino. Entrar en el Reino por la puerta angosta no sólo es un don de Dios, sino también una tarea o responsabilidad del discípulo. 


13,24: Sal 1,6; Prov 4,18-19 / 13,27: Sal 6,8-9 / 13,28: Mt 8,12 / 13,29: Sal 107,2-3 / 13,30: Mt 19,30; 20,16


No es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén


31 En ese momento se presentaron unos fariseos que le dijeron: «¡Tienes que salir e irte de aquí, porque Herodes quiere matarte!». 32 Jesús les respondió: «Vayan a decir a ese zorro que hoy y mañana expulsaré demonios y haré curaciones. Pero al tercer día habré completado todo. 33 Pero hoy, mañana y pasado mañana continuaré mi camino, porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén».


13,31-33: Los fariseos que simpatizaban con Jesús le aconsejan que se aleje, porque Herodes Antipas quiere matarlo. Ante la amenaza de muerte, Jesús revela que su misión no depende de la voluntad de los gobernantes, sino del plan salvador que Dios le ha fijado y que él, su enviado, tiene que completar (13,32). Jesús no piensa dejar de luchar contra el poder del mal por las amenazas de Herodes: su obediencia al Padre está por sobre todo conflicto y persecución. La expresión «hoy, mañana y pasado mañana» (13,33) no pretende fijar una fecha, sino indicar un tiempo futuro indeterminado. Porque los padecimientos de los profetas prefiguraron la pasión de Cristo (13,34), y aunque no conste que todos los profetas hayan sido asesinados y que hayan sido ultimados en Jerusalén, Jesús sigue la opinión de la gente (13,33; Hch 7,52) y afirma que él también deberá ir a Jerusalén para morir. Como Jesús, su discípulo no puede ceder a las corrientes de presión, por más fuertes que sean, separándose de la vocación que Dios le regaló, la tiene que completar hasta el final, esforzándose muchas veces por transitar por «la puerta angosta» (Lc 13,24). 


13,31: Lc 3,1 / 13,32: Jn 19,30; Heb 2,10 / 13,33: Jn 7,30; 8,20


¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas!

Mt 23,37-39

 

34 «¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los enviados de Dios! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina reúne bajos sus alas a sus pollitos, pero tú no quisiste! 35 Miren, la casa de ustedes quedará abandonada. Pero les aseguro que no me verán más, hasta que llegue el día en que digan: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!» [Sal 118,26].


13,34-35: Después de la alusión a la muerte de los profetas en Jerusalén (13,33), Lucas introduce estas palabras de Jesús que corresponden a un lamento al estilo de los profetas, por el trágico destino de Jerusalén (19,43-44). En este lamento, Jesús insiste en el desamparo en que queda el que se niega a aceptar el amor de Dios que hace posible la conversión de la vida. «Jerusalén, Jerusalén» en la boca de Jesús (13,34), representa al pueblo que habita en ella, figura de todos los que se cierran a la Palabra de Dios que los enviados transmiten «en nombre del Señor» (13,35). Los que viven en Jerusalén se niegan a aceptar el gesto cariñoso de Dios que se compara al de una gallina cuando reúne a sus pollitos bajo sus alas para cubrirlos y protegerlos (Dt 32,11; Sal 17,8). Como consecuencia de su obstinación, «la casa de ustedes» (Lc 13,35), es decir, el Templo de Jerusalén, quedará abandonado a su propia suerte y será destruido. También las casas de Jerusalén quedarán abandonadas, porque la ciudad será arrasada y sus habitantes dispersados, lo que ocurrió el año 70 d.C. a manos de los romanos. Jerusalén sólo podrá ver al Mesías cuando lo reciba como un enviado que viene en nombre de Dios (19,38); pero, aun así, matará al último y definitivo enviado del Señor, su propio Hijo (20,13-15). No obstante, Jerusalén será la ciudad desde la que se difunda la palabra del Señor (Is 2,3; Hch 1,8) y de la que saldrán sus enviados para anunciar que aquel que ha sido rechazado, ha resucitado venciendo el mal y la muerte (Lc 24,46-47). 


13,34: 1 Re 19,10; Jr 2,30; 26,20-23 / 13,35: Sal 118,26; Jr 22,5


¿Está permitido curar en sábado o no?


141 Un sábado, Jesús entró a comer a casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban con atención. 

2 Delante de Jesús había un hombre que sufría de hidropesía. 3 Jesús les preguntó a los maestros de la Ley y a los fariseos: «¿Está permitido curar en sábado o no?». 4 Ellos se quedaron en silencio. Entonces Jesús tomó al hombre, lo curó y lo despidió. 5 Después les preguntó: «Si el hijo o el buey de alguno de ustedes se cae en un pozo, ¿no lo saca enseguida, aunque sea día sábado?». 6 Y ellos no pudieron responder a esto. estrado


14,1-6: Estamos ante una nueva controversia sobre las curaciones realizadas por Jesús en día sábado. El relato se parece a la curación, también en sábado, de un hombre con la mano atrofiada (6,6-11) y de una mujer encorvada que no se puede enderezar (13,10-17). Los maestros de la Ley estaban de acuerdo en que en día sábado se podía curar a una persona que estaba en peligro de muerte, pero no se podía realizar una curación si la vida del enfermo no corría peligro alguno. Varios de ellos permitían que se sacara a una persona o a un animal doméstico que hubiera caído en un pozo en día sábado (14,5), pero otros, los más rigoristas, lo prohibían. Jesús curó a un enfermo que no estaba en peligro de muerte y, a la vez, les reprochó a los fariseos que, cuando se trataba de otros, aplicaban la Ley de manera rigurosa, mientras que cuando se trataba de ellos mismos o de sus bienes, la interpretaban siempre a su favor. La Ley, para Jesús, es camino de rectitud personal, de comunión con Dios y de promoción del ser humano y su dignidad, y no un cuerpo legal hecho para oprimir y justificar atropellos. 


14,1: Mt 12,1-8 / 14,3: Mc 3,4 / 14,5: Mt 12,11


Lc 14,5: algunos manuscritos, aunque no los principales, traen: «Si el asno o el buey de algunos de ustedes…».

 

Cuando alguien te invite a un banquete de bodas

 

7 Al ver que algunos invitados elegían los lugares más destacados, Jesús les dijo una parábola: 8 «Cuando alguien te invite a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar más destacado. Porque puede suceder que haya sido invitado uno más importante que tú, 9 y el que los invitó a los dos vaya y te diga: “¡Déjale el lugar a este otro!”, y –lleno de vergüenza– tengas que ir a ocupar el último lugar. 10 Cuando te inviten, anda más bien a sentarte en el último lugar, para que cuando venga el que te invitó te diga: “¡Amigo, siéntate en un lugar más destacado!”. De esa manera serás honrado ante todos los demás comensales, 11 porque Dios humillará a todo el que se engrandece a sí mismo, y engrandecerá al que se humilla».


14,7-11: En el contexto de un banquete, Jesús da tres enseñanzas sobre las virtudes que deben tener sus discípulos (14,7-11; 14,12-14 y 14,15-24). Lo hace por medio de parábolas, como es su costumbre hacerlo (14,7; Mc 4,33-34). Esto significa que no se trata de preceptos sobre normas de hospitalidad o de urbanidad, sino de comparaciones de las que se debe extraer una enseñanza. La primera enseñanza (Lc 14,7-11) se refiere a la humildad. Observando el comportamiento de algunas personas que pretenden ocupar los lugares de más honra, Jesús les pide a los suyos que busquen siempre el lugar más humilde (Eclo 1,30; Flp 2,3), porque la verdadera gloria es la que se recibe de Dios y no de los hombres. Los que se glorifican a sí mismos, en cambio, sólo terminarán recibiendo humillaciones (Lc 14,9.11; 18,14).


14,7: Mt 23,6 / 14,8-10: Prov 25,6-7 / 14,11: Prov 29,23


Cuando ofrezcas una cena, invita a los pobres


12 También Jesús le dijo al que lo invitó: «Cuando ofrezcas un almuerzo o una cena no invites a tus amigos, hermanos, familiares o vecinos ricos, no sea que ellos también te inviten y así tengas ya la recompensa. 13 Tú, en cambio, cuando ofrezcas una cena, invita a los pobres, a los inválidos, a los lisiados, a los ciegos. 14 Entonces serás dichoso, porque ellos no tienen cómo retribuirte, pero Dios te retribuirá en la resurrección de los justos».


14,12-14: La segunda enseñanza de Jesús a propósito del comportamiento de los invitados a un banquete (nota a 14,7-11) se refiere a hacer el bien sin esperar ninguna retribución, tema ya tratado con anterioridad en otro contexto (6,34-35). A partir de un ejemplo tomado de la vida diaria (una invitación a comer), Jesús enseña que sus discípulos deben ser desinteresados y que jamás deben hacer el bien con la mirada puesta en la retribución que esperan recibir. El que comparte lo suyo sin buscar recompensa alguna en este mundo, la recibirá de manos de Dios, quien es generoso en grado infinito (14,14).


14,12-14: Sant 2,1-4


¡Dichoso el que participe en el banquete del Reino de Dios!

Mt 22,1-10

 

15 Uno de los que estaban sentados a la mesa oyó esto y le dijo: «¡Dichoso el que participe en el banquete del Reino de Dios!». 

16 Jesús le respondió: «Un hombre ofreció una gran cena e invitó a muchos. 17 A la hora de la cena mandó a su servidor a decir a los invitados: “Vengan, ya todo está preparado”. 18 Pero todos, sin excepción, comenzaron a disculparse. El primero dijo: “He comprado un campo y necesito ir a verlo. Te ruego que me disculpes”. 19 El otro dijo: “He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas. Te ruego que me disculpes”. 20 Y el otro dijo: “Me he casado y por eso no puedo ir”. 21 El servidor regresó a informarle todo esto a su señor. Entonces, el dueño de casa se indignó y le ordenó a su servidor: “Anda de inmediato a las plazas y a las calles de la ciudad y trae aquí a los pobres, inválidos, ciegos y lisiados”. 22 Volvió el servidor y dijo: “Señor, ha sido cumplida tu orden, pero todavía queda lugar”. 23 Entonces el señor le dijo al servidor: “Anda a los caminos y a lo largo de los muros de la ciudad y oblígalos a entrar, para que mi casa se llene. 24 Porque les aseguro que ninguno de aquellos hombres que habían sido invitados probará mi cena”».


14,15-24: La tercera parábola a propósito del comportamiento de los invitados a una cena (nota a 14,7-11) se encuentra también en Mateo (Mt 22,1-10), pero con otro enfoque, pues ilustra sobre las exigencias que Jesús pone a sus discípulos. Jesús llamó a participar en el Reino, representado aquí por un gran banquete, y puso la renuncia a los bienes y a la familia como condición para seguirlo (Lc 14,26.33; ver 9,59-62; 18,22.29). Los invitados se encuentran imposibilitados para asistir porque a unos los retienen los bienes (14,18-19) y a otro la familia (14,20). Ante la falta de respuesta de éstos, la invitación se extiende a otros: a los pobres de la ciudad (14,13) y a los que están fuera de ella, con la intención de que la sala se llene de comensales. Muchos de los invitados a participar del Reino no respondieron; sin embargo, los pecadores y los cobradores de impuestos siguieron a Jesús. Más tarde, los discípulos que predicaron a su Señor entre los judíos fueron rechazados, por lo que salieron a los caminos del Imperio romano a predicarlo a las naciones paganas (Hch 13,46). La condición para participar en el Reino de Dios no es ser miembro del pueblo de Israel, sino la aceptación por la fe del Hijo de Dios, entendida como don de Dios que vincula a Jesucristo en cuanto Hijo de Dios y Mesías y da la fuerza para seguirlo, incluso renunciando a todo.


14,15: Is 25,6-10 / 14,21: Ap 19,7 / 14,23: Ap 19,9 / 14,24: Mt 22,14


El que no carga su cruz… no puede ser mi discípulo

Mt 10,37-38

 

25 Junto con Jesús iban grandes multitudes. Entonces, dirigiéndose a ellos, les dijo: 26 «Si alguno viene a mí y no me ama más que a su padre y a su madre, que a su mujer y a sus hijos, que a sus hermanos y a sus hermanas y más que a su propia vida, no puede ser mi discípulo. 27 El que no carga su cruz y viene detrás de mí, no puede ser mi discípulo». 

28 «¿Quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se sienta antes a calcular si tiene lo suficiente para terminarla? 29 De lo contrario, una vez que puso los cimientos y no pudo acabarla, todos quienes lo vean comenzarán a burlarse de él 30 y dirán: “Este es un hombre que empieza a construir y no puede concluir”. 31 ¿Hay algún rey que cuando sale a enfrentarse contra otro rey no se sienta antes a calcular si con diez mil soldados puede presentar batalla al que viene con veinte mil? 32 Y si no puede, cuando todavía el otro está lejos, le envía una delegación para proponerle un tratado de paz. 33 De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncia a todo lo que posee no puede ser mi discípulo».


14,25-33: Ser discípulo de Jesús es mucho más que ir tras de él sólo para escucharlo. Para ser discípulo es necesario afrontar las renuncias exigidas por él. Estas renuncias se recogen en tres frases terminadas de la misma manera: quien no puede asumir lo que Jesús le pide, «no puede ser mi discípulo» (14,26.27.33). La primera renuncia que pide Jesús es amarlo más que a la propia familia (14,25-26). En realidad, se dice: «Si alguno no odia a su padre y a su madre…» (14,26), pero ésta es una forma de expresarse de aquel tiempo. Odiar, en hebreo, también significa “amar menos”. La segunda renuncia (14,27) es cargar con el oprobio y el sufrimiento que puede significar el seguimiento de Jesús de Nazaret, partiendo por el desgarro de optar por Jesús cuando la familia se opone y rechaza al Mesías. La tercera renuncia (14,33) es a todas las posesiones o bienes con tal de seguir a Jesús itinerante que va de pueblo en pueblo anunciando el Reino de Dios. Lucas nos ofrece modelos de discípulos dispuestos a vender sus bienes y sus campos para seguir al Señor (Hch 2,45; 4,34-37), aunque también antimodelos, como el de Judas, quien con los bienes adquiridos por la traición de Jesús se compra un campo (1,18). El contraste es notable, pues, a diferencia del discípulo que deja bienes para seguir al Señor, Judas deja al Señor en manos de quienes buscan matarlo para adquirir bienes materiales. Más adelante, Lucas volverá a insistir sobre la renuncia a todos los bienes como condición para ser discípulo (Lc 18,22.29). La tercera renuncia se introduce con dos preguntas que invitan a reflexionar antes de dejar todos los bienes para seguir a Jesús (14,28.31). La decisión es tan importante que no hay que tomarla dejándose llevar por entusiasmos esporádicos o compromisos pasajeros sin medir las reales consecuencias del seguimiento de Jesús. El que se dispone a ser discípulo debe discernir si se comprometerá seriamente o sólo será un discípulo de tiempo parcial, discipulado destinado al fracaso.


14,26-27: Mt 16,24-25; Jn 12,24-25 / 14,26: Dt 33,9; 1 Cor 7,1-40 / 14,33: Mc 1,17


Si la sal pierde su sabor…

Mt 5,13; Mc 9,50


34 «La sal es buena, pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? 35 Ya no es útil ni para la tierra ni para mezclarla con el estiércol, sino que hay que tirarla fuera. Quien tenga oídos para escuchar, que entienda».


 14,34-35: Para finalizar el pasaje sobre las renuncias exigidas a los discípulos para seguir a Jesús (nota a 14,25-33), Lucas añade un dicho del Señor en forma de parábola o comparación. La sal es un mineral que, si pierde sus cualidades, es imposible que las recupere, dejando de inmediato de ser sal. Jesús aplica este dicho a sus discípulos: el que asume las exigencias del Mesías y las vive auténticamente no puede dejar de ser discípulo misionero. Si llegara a abandonar su condición de tal, ya no servirá para nada, sino para tirarlo fuera de la comunidad y fuera del Reino (14,35). Esta exigencia de Jesús de coherencia y compromiso con él es de las más radicales. Pero él da la gracia para vivir en fidelidad. 


14,34-35: Lv 2,13; Eclo 39,26-27


¡Encontré la oveja que se me había perdido!

Mt 18,12-14

 

151 Todos los cobradores de impuestos y los pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. 2 Los fariseos y los maestros de la Ley murmuraban diciendo: «Éste recibe a los pecadores y come con ellos». 

3 Entonces, Jesús les dijo esta parábola: 4 «¿Quién de ustedes si tiene cien ovejas y pierde una, no deja a las noventa y nueve en el campo para ir detrás de la que se perdió hasta que la encuentra? 5 Una vez que la halla, lleno de alegría la pone sobre sus hombros 6 y, al volver a su casa, llama a sus amigos y vecinos y les dice: “¡Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido!”. 7 Les aseguro que de la misma manera Dios se alegra más por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse».


15,1-7: Por medio de tres parábolas: la oveja perdida (15,3-7), la moneda perdida (15,8-10) y el hijo perdido (15,11-32), Jesús responde a los fariseos y maestros de la Ley que lo critican porque se junta a comer con pecadores (5,30). En tiempo de Jesús, las comidas y banquetes creaban lazos de amistad y hasta de parentesco entre los comensales. Para no contaminarse y adquirir la condición de pecador, los judíos piadosos no comían en la misma mesa con reconocidos pecadores, cobradores de impuestos y extranjeros (Hch 11,2-3; Gál 2,11-14). Jesús, sin embargo, se opone a esta mentalidad, indicándonos cómo Dios, su Padre, se comporta con los pecadores: sale al encuentro de ellos, y se alegra cuando hacen penitencia y se convierten. Jesús compara la alegría de Dios con la alegría de un pastor, una dueña de casa y un padre de familia cuando encuentran lo que daban por perdido. El pastor de la parábola de la oveja perdida (Lc 15,1-7), en cuanto fiel figura de Dios (Ez 34,16), muestra un particular interés por su oveja extraviada, precisamente porque no está en su rebaño. Por esto, deja al resto de las ovejas bien protegidas y sale a buscar la oveja perdida. Apenas la encuentra, la carga sobre sus hombros y convoca a los vecinos, no para festejar por las noventa y nueve ovejas del corral, sino por haber encontrado a la extraviada, la que vuelve a integrar el rebaño. Toda la tarea ha sido del pastor: dejó a las otras ovejas, salió a buscar la perdida hasta encontrarla, la cargó sobre sus hombros, la regresó a su redil… La oveja perdida, en cambio, permaneció pasiva. La preocupación activa del pastor por su oveja es figura de la actitud de Dios hacia los pecadores. Por esto su Hijo Jesús se sienta en la mesa con los que son rechazados por fariseos y maestros de la Ley.


15,1-2: Mt 9,10-13 / 15,4-7: Is 40,11 / 15,4: Ez 34,4 / 15,7: Mt 3,2


¡Encontré la moneda que se me había perdido!


8 «¿Qué mujer si tiene diez monedas de plata y pierde una, no enciende una lámpara, barre la casa y busca con cuidado la moneda hasta que la encuentra? 9 Y cuando la halla, llama a sus amigas y vecinas y les dice: “¡Alégrense conmigo, porque encontré la moneda que se me había perdido!”. 10 Les aseguro que de la misma manera se alegrarán los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente».


15,8-10: En la parábola acerca de la moneda perdida (nota a 15,1-7) la protagonista es una mujer, dueña de casa, que busca con cuidado entre sus enseres un dracma, entre diez, que se le perdió, moneda de plata de origen griego que equivale al salario de un día de trabajo. Como en la parábola anterior y al igual que el pastor que busca a su oveja perdida (15,3-7), también aquí la iniciativa y las acciones para encontrar la moneda son realizadas por la mujer: enciende la lámpara, barre la casa, busca con cuidado hasta encontrarla… Como la oveja extraviada, la moneda no hace nada para ser encontrada. Esta parábola, como la anterior y la siguiente (15,6.23), culmina con una invitación a la alegría por haber encontrado lo que se buscaba (15,9). 


15,9: Rom 12,12


¡Mi hijo estaba perdido y ha sido encontrado!


11 Después Jesús les dijo: «Un hombre tenía dos hijos. 12 El más joven de ellos le dijo a su padre: “Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde”. Entonces el padre repartió la fortuna entre los hijos. 13 Poco tiempo después, el hijo menor reunió todo lo que tenía y se fue a un país lejano donde derrochó todos sus bienes viviendo de manera desordenada. 14 Cuando ya había gastado todo, se produjo un hambre terrible en esa región y comenzó a padecer necesidad. 15 Entonces fue y consiguió trabajo en casa de uno de los habitantes de ese país, que lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. 16 Él deseaba saciar su hambre con el alimento que comían los cerdos, pero nadie se lo daba. 17 Al darse cuenta de su situación se puso a pensar: “¡Cuántos obreros de mi padre tienen comida en abundancia, mientras yo estoy aquí muriéndome de hambre! 18 Me levantaré, volveré a la casa de mi padre y le diré: Padre, he pecado contra Dios y ante ti. 19 Ya no merezco tener el nombre de hijo tuyo. Trátame como a uno de tus obreros”. 20 Entonces se levantó y volvió a la casa de su padre». 

«Todavía estaba lejos cuando su padre lo vio y, conmovido profundamente, salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo besó con ternura. 21 Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra Dios y ante ti. Ya no merezco tener el nombre de hijo tuyo”. 22 Pero su padre ordenó a los servidores: “¡Rápido! ¡Traigan la mejor ropa y vístanlo! ¡Pónganle el anillo en su mano y sandalias en sus pies! 23 ¡Traigan el ternero más gordo, mátenlo y festejemos! 24 Porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado”. Y empezaron a festejar». 

25 «Su hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya próximo a la casa, oyó la música y los bailes. 26 Entonces llamó a uno de los servidores y le preguntó qué ocurría. 27 Él le dijo: “Tu hermano ha vuelto y tu padre mandó matar el ternero más gordo, porque lo ha recuperado sano y salvo”. 28 Y tanto se enojó el hermano mayor que no quería entrar. Su padre tuvo que salir a rogarle que entrara, 29 pero él le respondió: “Hace tantos años que te sirvo y nunca desobedecí ni una sola de tus órdenes. Sin embargo, nunca me diste un corderito para que haga una fiesta con mis amigos. 30 Ahora ha venido ese hijo tuyo que despilfarró tus bienes con prostitutas y mandas matar en su honor el ternero más gordo”. 31 El padre le contestó: “¡Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo! 32 Pero era necesario festejar y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado”».


15,11-32: La parábola del hijo perdido (nota a 15,1-7), conocida como la del hijo pródigo, revela el inmenso y gratuito amor del Padre misericordioso por todos sus hijos, particularmente si han pecado y se han alejado de su casa o familia. El hijo menor regresa a su casa movido sólo por el hambre y buscando ser recibido como un jornalero más. Él sabe que, por la gravedad de su pecado y el deshonor que cargó sobre su familia (ver 15,30), no puede pretender que lo reciban nuevamente como hijo. Pero el padre lo perdona y lo recibe como hijo y, en un clima de gran alegría por el reencuentro, lo viste con la mejor ropa, le pone un anillo en la mano y sandalias en los pies, signos del hombre libre y digno, del que vuelve a ser recibido como el hijo esperado y querido en la casa paterna, tomando nuevamente posesión de los bienes de la familia. El hijo mayor, celoso cumplidor de las órdenes del padre (15,29), pero inflexible ante «ese hijo tuyo» (15,30), que evita decir “mi hermano”, representa a los fariseos y a los maestros de la Ley que le reprochan a Jesús el que se deje acompañar por pecadores y comparta la misma mesa con ellos (15,2). Quien mejor refleja el rostro misericordioso del Padre cuando recibe a pecadores y los incorpora a su familia es su Hijo Jesús y no la Ley, aunque ésta se cumpla de modo perfecto (15,29). De este modo, Lucas nos revela cuál es la misión que el Padre le encargó a Jesús, el Salvador. 


15,12: Dt 21,17 / 15,15-16: Lv 11,7-8; Dt 14,8 / 15,25-32: Éx 34,6-7


El señor elogió a este administrador injusto


161 Jesús también les decía a sus discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador que fue acusado de dilapidar sus bienes. 2 Entonces, lo mandó llamar y le dijo: “¿Qué es esto que oigo hablar de ti? ¡Ríndeme cuenta de tu trabajo, porque ya no te ocuparás más de mis bienes!”. 3 El hombre se puso a pensar: “¿Qué haré ahora que mi señor me deja sin trabajo? No tengo fuerzas para ponerme a trabajar la tierra y me da vergüenza pedir limosna. 4 Ya sé lo que haré para que algunos me reciban en sus casas cuando me quede sin trabajo”. 5 Entonces llamó a todos los deudores de su señor, y le preguntó al primero: “¿Cuánto le debes a mi señor?”. 6 Él le respondió: “Cien barriles de aceite”. El administrador le dijo: “Toma tu recibo, siéntate y escribe que le debes cincuenta”. 7 Después le preguntó a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?”. Él respondió: “Cien medidas de trigo”. Entonces le dijo: “Toma tu recibo y escribe que le debes solamente ochenta”. 8 Entonces el señor elogió a este administrador injusto por haber obrado con astucia. Los que se ocupan de los negocios de este mundo son más astutos en el manejo de sus asuntos con sus contemporáneos que los que pertenecen al mundo de la luz». 


16,1-8: En los pasajes siguientes (16,1-31), siguen varias enseñanzas de Jesús sobre el uso adecuado de los bienes de este mundo. Las riquezas tienen cierta relación con Satán (4,6) y, por lo mismo, fácilmente suscitan la codicia y la maldad (16,9). Jesús instruye a sus discípulos en cómo utilizar los bienes de forma que sirvan para la salvación y no se conviertan en causa de condenación. Para Lucas, ricos son los que acumulan fortunas y bienes materiales de manera egoísta, sin compartirlos con nadie, pues su único interés es asegurar su propia vida presente (12,13-21). Para liberar las riquezas de la codicia y la maldad tienen que utilizarse para disminuir la miseria que destruye al hombre y para hacer el bien a los demás, particularmente a los necesitados. Jesús conoce muy bien el mundo en que se mueve y, mediante esta parábola del administrador astuto, muestra la picardía y astucia que utiliza la gente de este mundo cuando se trata de asegurarse el bienestar futuro. El administrador no es elogiado porque se comporta de manera deshonesta, sino porque actúa con astucia (16,8). Así como él, los discípulos de Jesús deben ser hábiles para asegurarse los verdaderos bienes.


16,1: Sant 1,9-11 / 16,8: Jn 8,12


¡No pueden servir a Dios y al dinero!

Mt 6,24


9 «Yo les digo: traten de conseguir amigos utilizando el dinero injusto para que, cuando éste les falte, haya quienes los reciban en las moradas eternas». 

10 «El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo pequeño, también es deshonesto en lo grande. 11 Si ustedes no son fieles en el uso de una pequeña cantidad de dinero, ¿quién les va a confiar la verdadera riqueza? 12 Si no fueron fieles en lo ajeno, ¿quién les dará lo que les pertenece?». 

13 «Ningún servidor puede servir a dos amos, porque amará a uno más que al otro, o atenderá a uno y despreciará al otro. ¡No pueden servir a Dios y al dinero!».


16,9-13: Tres sentencias o dichos de Jesús ilustran la reciente parábola del administrador astuto (16,1-8). En griego, dinero, riqueza, propiedad se dice mamonas (16,9), y Mamon es el nombre de una divinidad pagana, indicando así que fácilmente puede confundirse el dinero con un dios y, por tanto, llegue a ser una idolatría (16,13; Col 3,5). Jesús, en el primer dicho (Lc 16,9), exhorta a utilizar los propios bienes haciendo el bien a los demás (18,22). De esta manera se consiguen amigos (como en la parábola del administrador injusto), pero no para que esos amigos retribuyan el favor que se les hizo, tal vez en tiempos de necesidad, sino para que Dios sea el hospedero y sea él quien lo reciba en su casa y le otorgue la vida eterna. El segundo dicho de Jesús (16,10-12) enseña que nadie es dueño absoluto de los bienes materiales; estos bienes se tienen en administración, y a los que sean fieles administrándolos en favor de los hijos de Dios, el Señor les otorgará «la verdadera riqueza» (16,11), la que corresponden a la vida eterna (12,31-32). En el tercer dicho (16,13), Jesús llama la atención sobre el peligro de considerar los bienes materiales como si fuera un dios. Sólo al Dios de Jesucristo hay que amar por sobre todas las cosas, incluyendo los bienes (Dt 6,4-5). El que ama al dinero más que a Dios, termina haciendo toda clase de males para acumular mayor riqueza. El poder de la codicia es arrollador.


16,9: Tob 4,9-11 / 16,10: Mt 25,21


Dios conoce sus corazones

Mt 11,12-13


14 Los fariseos, que amaban el dinero, oyeron decir eso y se burlaban de Jesús. 15 Entonces él les dijo: «Ustedes tratan de aparecer como justos delante de la gente, pero Dios conoce sus corazones y detesta lo que la gente tiene por grande». 

16 «La Ley y los Profetas llegan hasta Juan Bautista. Desde entonces se anuncia la Buena Noticia del Reino de Dios y todos luchan por entrar en él». 

17 «Es más fácil que deje de existir el cielo y la tierra que quede sin cumplir una sola tilde de la Ley». 

18 «Todo el que se separa de su mujer y se casa con otra comete adulterio, y el que se casa con la mujer separada de su marido comete adulterio».


16,14-18: El pasaje bíblico incluye cuatro sentencias o dichos de Jesús sobre distintos temas que no están relacionados con el contexto y que fueron también recogidos por Mateo (Mt 5,18.32; 11,12-13; 23,28). En el primer dicho (Lc 16,15), Jesús se refiere a la hipocresía de los que aparentan ser personas justas, buscando contar siempre con la aprobación de los demás. La gente podrá aprobarlos y aplaudirlos, pero Dios no juzga por las apariencias (1 Sm 16,7) ni tampoco lo hace su Hijo Jesús (Lc 20,21). En el segundo dicho (16,16), Jesús habla de su superioridad sobre Juan Bautista, porque mientras el precursor concluye la Antigua Alianza y, por tanto, el Antiguo Testamento, Jesucristo inicia la Nueva Alianza y la presencia efectiva del reinado de Dios. Con la llegada de Jesús, el Reino no es una promesa por cumplirse, sino una realidad presente, y por esta razón se invita con insistencia a ingresar en él. En el tercer dicho (16,17), Jesús afirma que todo lo prometido y anunciado en el Antiguo Testamento, llamado Ley o Torah por los judíos, se cumplirá hasta en sus más mínimos detalles (Mt 5,17-18). En el último dicho (Lc 16,18), Jesús proclama una modificación de la normativa del Antiguo Testamento en lo que se refiere al matrimonio: si antes se había permitido el divorcio (Dt 24,1), ahora enseña que la alianza matrimonial se debe fundar sobre un amor hasta la muerte. De este modo, Jesús, que camina a Jerusalén (nota a 9,51-19,46), sigue instruyendo a sus discípulos en el seguimiento fiel. 


16,14: Mt 6,1 / 16,15: Jr 11,20 / 16,16: Hch 13,24-25 / 16,17: Mt 5,18 / 16,18: Mt 5,32; 1 Cor 7,10-11


Se hallaba tirado un pobre, cubierto de llagas


  19 «Había un hombre rico que se vestía con ropa fina y lino, y cada día celebraba grandes banquetes. 20 Junto a la puerta del hombre rico se hallaba tirado un pobre, cubierto de llagas, llamado Lázaro, 21 a quien los perros iban a lamer sus llagas, y que deseaba saciar su hambre con las migajas que caían de la mesa del rico. 22 Un día el pobre murió y los ángeles lo llevaron y lo pusieron junto a Abrahán. El rico también murió y fue sepultado. 23 Cuando estaba en el abismo, en medio de los tormentos, levantó la mirada y, desde lejos, vio a Abrahán y a Lázaro, que estaba a su lado. 24 Entonces gritó con fuerza: “¡Padre Abrahán!, te ruego que te compadezcas de mí y envíes a Lázaro para que moje con agua la punta de su dedo y me refresque la boca, porque este fuego me atormenta”. 25 Abrahán le respondió: “Hijo, recuerda que recibiste bienes en tu vida y Lázaro, en cambio, recibió males. Ahora él recibe el consuelo, mientras que tú eres torturado. 26 Además, entre nosotros y ustedes hay un gran abismo, de modo que los que quieren pasar de aquí a donde están ustedes no pueden hacerlo, como tampoco se puede cruzar desde allí a donde estamos nosotros”. 27 Entonces el rico le dijo: “Te ruego, padre Abrahán, que lo mandes a casa de mi familia, 28 donde tengo cinco hermanos, para que les advierta y no vengan también ellos a este lugar de tormentos”. 29 Abrahán le dijo: “Tienen a Moisés y a los Profetas, ¡que los escuchen!”. 30 El rico replicó: “No lo harán, padre Abrahán, pero si alguno de los muertos va a visitarlos se convertirán”. 31 Y Abrahán le respondió: “Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos tampoco se convertirán”».


16,19-31: Con la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro, Jesús enseña que las riquezas materiales, acumuladas de manera egoísta, sin compartirla con los necesitados, son pasajeras e inútiles cuando no están al servicio de la vida y la dignidad de las personas. Después de la muerte, el destino de cada persona puede cambiar drásticamente, dependiendo de lo que haya hecho con sus bienes. Y así, mientras el hombre rico y opulento puede pasar a mísero y desdichado, el pobre -como Lázaro- goza de los bienes celestiales. Este rico de la parábola, que tiene por padre a Abrahán (16,24) y hermanos que ni siquiera creerían «aunque resucite alguno de entre los muertos» (16,31), es figura de aquellos judíos del tiempo de Lucas que impedían que la riqueza del Evangelio se compartiera con los paganos (1 Tes 2,14-16).


16,21: Sal 22,16; Prov 26,11; Mt 7,6 / 16,22: Jn 13,23 / 16,24: Mt 5,22 / 16,29-31: Jn 5,45-47


No se puede evitar que algunos inciten a pecar a otros

Mt 18,6-7; Mc 9,42

 

171 Jesús dijo a sus discípulos: «No se puede evitar que algunos inciten a pecar a otros. Pero, ¡ay de aquél que lo hace! 2 Sería preferible para él que lo arrojaran al mar con una piedra de molino atada al cuello, antes de que inciten a pecar a uno de estos pequeños. 3 ¡Tengan cuidado!».


17,1-3a: En la sociedad humana es inevitable que haya personas que con su ejemplo, consejos o acciones arrastren a otros al pecado, en particular a los pequeños, es decir, a los que por su edad, su simplicidad, falta de formación o condición social son más vulnerables. Lo que ocurre en la sociedad, puede también suceder en la comunidad de Jesús. A los que obran así, Jesús les advierte que en el juicio les espera una terrible condena, mucho peor que la de ser arrojado al mar con una piedra de molino atada al cuello (17,2). La piedra de molino mencionada por Lucas es una de las dos pesadas piedras entre las cuales se meten los granos o las aceitunas para producir la harina o elaborar el aceite. Es tal el mal y tal el castigo, que Jesús invita a su comunidad a estar siempre atenta para prevenir oportunamente el abuso de los pequeños (17,3). 


17,1: Rom 14,13 / 17,2: 1 Cor 8,13


Si tu hermano peca, repréndelo

Mt 18,15.21-22

 

«Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, tienes que perdonarlo. 4 Y si siete veces al día peca contra ti y las siete veces vuelve a ti diciendo: “He pecado”, lo perdonarás».


17,3b-4: Jesús acaba de hablar de la posibilidad de malos ejemplos y pecados dentro de la comunidad (nota a 17,1-3a). Se añade ahora un dicho de Jesús sobre la actitud que les corresponde a los demás miembros de la comunidad ante el hermano que ha pecado. En primer lugar es necesario recurrir a la corrección fraterna y, cuando el hermano ha reconocido su error, se le debe perdonar, incluso todas las veces que sea necesario (Mt 18,21-22; 2 Tes 3,13-15). El discípulo de Jesús, por tanto, debe perdonar siempre, al igual que Dios, que nunca niega el perdón al pecador que se arrepiente (Lc 11,4). El discípulo capacitado para cumplir esta enseñanza de Jesús es el que primero ha experimentado el amor y la salvación de Aquel que «nos amó primero» (1 Jn 4,19). 


17,3b: Lv 19,17; Mt 18,15 / 17,4: Hch 3,19


¡Auméntanos la fe!

Mt 17,20

 

5 Los apóstoles le dijeron a Jesús: «¡Auméntanos la fe!». 6 Pero Jesús les respondió: «Si tuvieran una fe tan grande como una semilla de mostaza, le dirían a este árbol: “¡Arráncate de raíz y plántate en el mar!”, y él les obedecería».


17,5-6: Es difícil perdonar y, más aún, perdonar siempre como lo pide Jesús (nota a 17,3b-4). Para hacerlo se requiere tener fe, porque la fe capacita al discípulo a hacer lo que de por sí es imposible para los seres humanos. Por eso los apóstoles piden a Jesús que les aumente la fe. Jesús les responde con una breve parábola (17,6): si la fe se pudiera medir, quien tuviera una fe tan grande como una pequeña semilla (ver 13,19) podría perdonar siempre. Tan fecundo es el don divino de la fe que sólo basta un poco para perdonar siempre y de corazón al que nos ofende o para conseguir lo que necesitamos, por más imposible que parezca, como trasladar un árbol al mar (17,6). 


17,6: Mt 13,31; Mc 11,23


Somos servidores a los que nada hay que agradecer

 

7 «Si alguno de ustedes tiene un servidor arando o cuidando el ganado, cuando vuelve del campo, ¿acaso le dice: “¡Entra rápido y siéntate a cenar!”? 8 ¿No le dice más bien: “Prepárame la cena y permanece atento a servirme hasta que yo haya comido y bebido, porque tú comerás y beberás después”? 9 ¿Tendría que agradecerle al servidor porque hizo lo que le mandó? 10 También ustedes, cuando hayan hecho todo lo que Dios les manda, digan: “Somos servidores a los que nada hay que agradecer, porque no hicimos más que cumplir con nuestra obligación”».


17,7-10: Jesús promete la vida eterna a los que cumplen sus exigencias. La vida eterna es un don o regalo que Dios otorga y no un salario que el discípulo pueda reclamar como pago por las cosas buenas que hace. Los discípulos de Jesús no tienen derecho a exigir que Dios les conceda este don ni que él se muestre agradecido, porque le han obedecido (17,10). Lo que ellos reciben de Dios no está en proporción con lo que hicieron, puesto que lo que reciben de Dios proviene de su gratuita bondad y es siempre mucho mejor que lo que se anhela; no es, por tanto, el pago por el deber cumplido (Mt 20,1-16). Ante Dios, los discípulos son siempre servidores que sólo cumplen sus obligaciones, y lo que proviene del Señor, rico en misericordia y compasión, no es en pago de los méritos obtenidos por el deber cumplido (Éx 33,19; Ef 2,4-6). La gratuidad en la relación con Dios y los demás debe distinguir al discípulo de Jesús. 


17,7-10: Mt 20,25-28; Col 3,22


4- Tercera etapa del viaje: el Reino de Dios está llegando


17,11-19,28. La tercera y última etapa del viaje del Mesías a Jerusalén (nota a 9,51-19-28) tiene como tema central la llegada del Reino de Dios. Para ésta hay que prepararse (17,20-37), asumiendo lo que enseña el Maestro: procurar la curación de nuestros males y ser agradecidos (17,11-19), porque «el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido» (19,10); orar con perseverancia (18,1-8), acompañando la oración con la humildad y las obras que Dios desea (18,9-14); recibir el Reino como un niño del siglo I, esto es, con obediencia y confianza (18,15-17); seguir a Jesús sin que las riquezas ni nada impidan la radicalidad de la entrega a él (18,18-30; 19,1-10). Sólo quien se desprende de lo que le sobra y reconoce en Jesús al Mesías que sube a Jerusalén a dar la vida por todos, podrá ser su discípulo y alabar a Dios gracias al don y la luz de la fe, como el ciego de Jericó (18,35-43). El seguimiento del Señor requiere de una esperanza viva y activa frente a la llegada del Reino (19,11-28), pero para ello hay que comprender que la subida de Jesús a Jerusalén es en cumplimiento del designio de Dios anunciado por los profetas acerca del destino doloroso y glorioso del Mesías (18,31-34).


Volvió glorificando a Dios


11 Mientras iba a Jerusalén, Jesús atravesaba los confines de Samaría y Galilea. 

12 Al entrar en una ciudad, le salieron al encuentro diez leprosos que se detuvieron a distancia 13 y le gritaron diciendo: «¡Jesús, Maestro, compadécete de nosotros!». 14 Jesús los vio y les dijo: «¡Vayan a presentarse a los sacerdotes!». Mientras iban, quedaron purificados de su lepra. 15 Uno de ellos, al ver que había quedado sano, volvió glorificando a Dios a grandes voces, 16 y le dio gracias a Jesús postrándose ante él. Este hombre era un samaritano. 17 Jesús preguntó: «¿No eran diez los que quedaron purificados? ¿Dónde están los otros nueve? 18 ¿Sólo este extranjero volvió para glorificar a Dios?». 19 Después le dijo: «¡Levántate! Te puedes ir, tu fe te ha salvado».


17,11-19: Los que padecían ciertas enfermedades, particularmente la lepra, eran considerados impuros y debían mantenerse lejos de la población (Lv 13,46). En este pasaje, Jesús devuelve la salud a diez leprosos y uno de ellos es un samaritano, despreciado por los judíos de aquel tiempo y, por el hecho de ser samaritano, considerado un endemoniado (Jn 8,48). Sin embargo, éste fue el único que volvió a darle gracias a Jesús por el don de la salud. Nadie se gana ni compra los dones de Dios, sino que el Señor los otorga en forma gratuita. Por eso es necesario estar siempre agradeciendo y glorificando a Dios (Lc 17,16.18). El relato de los diez enfermos sanados de su lepra muestra que, con frecuencia, la actitud de agradecimiento a Dios falta en aquellos que reciben bienes de la mano del Señor. Frente a Dios, un corazón agradecido tiene que ser nuestra actitud permanente. 


17,12-14: Lv 13,1-59; 14,1-32; Mc 1,40 / 17,16: Jn 4,7-8 / 17,19: Hch 9,41


Le preguntaron cuándo vendría el Reino de Dios


20 Los fariseos le preguntaron a Jesús cuándo vendría el Reino de Dios. Él les respondió: «El Reino de Dios no viene de manera que lo puedan detectar visiblemente. 21 Ni tampoco podrán decir: “¡Miren, está aquí o allí!”. Porque el Reino de Dios ya se está manifestando en presencia de ustedes».


17,20-21: En tiempos de Jesús muchos pensaban que el Reino de Dios era cosa del futuro y se instauraría en un abrir y cerrar de ojos, por lo que todos podrían ver en el acto el sometimiento de los pueblos paganos, la soberanía de Israel sobre las naciones y la destrucción del mal en todas sus formas. Jesús, en cambio, enseña que el reinado de Dios ya ha comenzado (17,21; ver 9,27), que es una realidad que se va manifestando de modo escondido y progresivo (13,18-21) y que se hace presente ante los mismos ojos de los que interrogan a Jesús en multitud de signos: los leprosos son purificados (17,11-19), los pecados son perdonados, los enfermos son curados, los muertos resucitan (7,18-23). Hay, por tanto, que saber leer los signos de la presencia del Reino (12,54-57). Los discípulos de Jesús deben proclamar la cercanía del reinado de Dios (10,9) y orar todos los días para que ese Reino llegue y se instaure de manera definitiva (11,2), con todo su potencial de vida y misericordia divina.


17,20-21: Mc 13,21


Así será el Hijo del hombre en el día de su manifestación

Mt 24,26-28.37-41


22 Después Jesús dijo a los discípulos: «Vendrá un tiempo en que ustedes desearán ser testigos del día de la manifestación gloriosa del Hijo del hombre, pero no lo verán. 23 Entonces les dirán: “¡Miren, está allí!” o “¡está aquí!”. Pero no vayan ni los sigan. 24 Porque así como el relámpago ilumina el cielo de un extremo al otro cuando brilla, así será el Hijo del hombre en el día de su manifestación gloriosa. 25 Pero antes, debe padecer mucho y ser rechazado por la gente de esta época». 

26 «El día de la manifestación del Hijo del hombre sucederá lo mismo que en tiempos de Noé: 27 la gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca, y vino el diluvio y todos murieron. 28 Sucederá lo mismo que en tiempos de Lot: la gente comía y bebía, compraba y vendía, plantaba y edificaba, 29 pero el día en que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre desde el cielo, y todos murieron. 30 Lo mismo sucederá en el día en que el Hijo del hombre se manifieste con gloria. 31 Ese día, el que esté en la terraza y tenga sus cosas en la casa que no baje a tomarlas. Y el que esté en el campo que no mire atrás: 32 ¡Acuérdense de la mujer de Lot!». 

33 «El que quiera conservar su vida, la perderá, pero el que la pierda, la conservará. 34 Les aseguro que si esa noche están dos hombres descansando juntos, uno será tomado y el otro dejado. 35 Y si están dos mujeres moliendo grano juntas, una será tomada y la otra dejada». [36].

37 Los discípulos le preguntaron: «¿Dónde sucederá eso, Señor?». Y Jesús les respondió: «Los buitres se juntarán allí donde esté el cadáver». 


17,22-37: Jesús habla ahora a sus discípulos refiriéndose al futuro, cuando muchos de ellos pensaban que serían testigos de su venida gloriosa o parusía (17,22; 21,27). Les habla con claridad, enseñándoles que no hay que dejarse engañar por los que digan que el Hijo del hombre ya se ha hecho presente en algún lugar determinado del mundo. La venida gloriosa de Jesucristo será un acontecimiento visible en todo el mundo, pero antes deberá tener lugar el rechazo por parte de la gente, y su pasión. Cuando el Señor venga, tendrá lugar el juicio. Por esa razón los discípulos deben estar atentos, para que no les suceda como a los contemporáneos de Noé y de Lot que, por vivir despreocupados, no advirtieron la inminencia del diluvio ni el castigo impuesto a Sodoma; por eso, a excepción de Noé y su familia, y Lot y sus hijas, todos los demás murieron (17,26-29). Pero la venida de Jesucristo no será como el diluvio o la destrucción de Sodoma, que hizo morir a todos. Cuando él venga se realizará un verdadero juicio y, aun cuando estén dos juntos compartiendo la misma casa o la misma actividad, uno se salvará y el otro se perderá, porque cada uno tendrá que responder por sus propios actos. Los discípulos, a pesar de la advertencia de Jesús (17,23), le preguntan: «¿Dónde sucederá eso?» (17,37). Jesús les responde con un proverbio que significa que así como un cadáver no puede quedar oculto en un campo, porque de inmediato allí se reúnen los buitres, de la misma manera el Cristo glorioso no pasará desapercibido por nadie.


17,22-24: Ap 14,14 / 17,26-27: Gn 6,5-12; 7,6-24 / 17,28-29: Gn 18,20-19,25 / 17,31: Mt 24,17-18; Mc 13,15-16 / 17,32: Gn 19,26 / 17,33: Jn 12,25 / 17,37: Job 39,30


Lc 17,36: algunos manuscritos, aunque no los principales y quizás por influencia de Mt 24,40, traen: «Estarán dos en el campo, uno será tomado y otro será dejado».


Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos?


181 Jesús contó una parábola para enseñar a sus discípulos que debían orar siempre, sin desanimarse. 2 Les dijo: «En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a la gente. 3 En esa misma ciudad vivía una viuda que iba a donde él a rogarle: “¡Te pido que me hagas justicia contra mi adversario!”. 4 Durante un tiempo el juez se negó, pero después pensó: “No temo a Dios ni respeto a la gente, 5 pero como esta viuda me está fastidiando tanto, le haré justicia para que no me siga molestando”».

6 Jesús añadió: «¡Escuchen lo que dice este juez malvado! 7 Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman a él día y noche? ¿Los hará esperar? 8 Les aseguro que les hará justicia pronto. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?».


18,1-8: Jesús enseña que es necesario orar con insistencia (18,1; 21,36) y asegura que, con la oración constante, se obtiene de Dios lo que se pide (11,1-13). Esta parábola del juez que no teme a Dios ni a la gente se refiere en particular a la oración de los que piden justicia. En el mundo hay muchas personas desamparadas que claman pidiendo justicia, como los pobres y perseguidos del libro de los Salmos (Sal 22; 35; 55) y como la viuda de esta parábola, pero pareciera que no obtienen respuesta. Jesús afirma que si aquel juez injusto le hace justicia a la viuda debido a su insistencia, con mayor razón el Padre celestial escuchará los ruegos de los discípulos y les hará justicia cuanto antes (Lc 18,6-8; Sal 34,16-23). Pero tienen que ser perseverantes en la oración. Y para perseverar en ella es necesario tener fe. Por eso Jesús hace una pregunta que inquieta a sus discípulos (Lc 18,8): “¿Habrá alguien con tanta fe como para seguir insistiendo por un mundo justo hasta la venida gloriosa de Jesucristo, confiando en la oración y desterrando toda violencia y venganza?”. La pregunta de Jesús no era sólo para ellos, los discípulos de entonces, sino también para nosotros, los discípulos de hoy: si él ahora viene, ¿encontrará fe en mí?


18,1: Mt 6,5-7 / 18,3: Sant 1,27 / 18,6: Ap 6,9-11 / 18,7: Eclo 35,17-19 / 18,8: Ef 1,15-16


Dos hombres subieron al Templo a orar


9 Después Jesús contó esta parábola para referirse a algunos que, confiando en sí mismos, se tenían por justos y despreciaban a los demás: 10 «Dos hombres subieron al Templo a orar. Uno de ellos era fariseo y el otro un cobrador de impuestos. 11 El fariseo estaba de pie y oraba así en su interior: “Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, malhechores y adúlteros. Tampoco soy como este cobrador de impuestos. 12 Yo ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que compro”. 13 En cambio, el cobrador de impuestos, que se había quedado de pie a lo lejos, ni siquiera quería mirar al cielo, sino que se golpeaba el pecho mientras decía: “¡Oh Dios! Te pido que tengas misericordia de mí, que soy un pecador”. 14 Les aseguro que cuando este cobrador de impuestos bajó a su casa, Dios ya lo había hecho justo, pero no al fariseo, porque Dios humillará a todo el que se engrandece, y engrandecerá al que se humilla».


18,9-14: Jesús relata esta parábola del fariseo y del cobrador de impuestos que suben al Templo a orar, para referirse a los que se tenían por justos (18,9), porque cumplían a la perfección la Ley de Dios a diferencia de los demás. Los dos van al Templo y oran de pie (18,11.13), según la posición propia para orar en aquel tiempo. El fariseo cuenta en detalle todo lo que hace y le da gracias a Dios por todo eso. Como tiene clara conciencia del bien que obra, sin tener en cuenta sus propias deficiencias, hace alarde de su propia justicia y, desde la perfección conseguida, se compara con los demás, despreciando y mirando en menos a los que no son como él. El cobrador de impuestos, en cambio, sabe que lo único que tiene como propio es su pecado, y lo reconoce ante Dios y le pide perdón de corazón. Es evidente el contraste entre estos dos personajes que representan dos modos distintos de relacionarse con Dios: el que cumple rigurosamente todo lo que está mandado en la Ley, pensando que así agrada a Dios, buscando ganarse su favor (el fariseo), y el que es considerado como el peor de los pecadores y del que todos piensan que también Dios lo mira en menos (el cobrador de impuestos). Con esta figura, tan despreciada por los que se tienen por justos, Jesús enseña que ser justos ante Dios es un don gratuito que el mismo Dios concede a los que creen en él, como a Abrahán (Gn 15,6). Dios, nos dice Jesús, escuchó la súplica del cobrador de impuestos y le concedió la gracia de ser justo, pero no al fariseo, lleno de sí mismo, pero no de Dios ni de sus bienes.


18,11: Mt 6,5 / 18,12: Nm 18,21; Dt 14,22; Mt 6,16 / 18,13: Sal 51,1 / 18,14: Rom 1,17


Dejen que los niños vengan a mí

Mt 19,13-15; Mc 10,13-16


15 La gente le llevaba a Jesús unos niños pequeños para que los tocara, pero los discípulos, al verlo, los reprendieron. 16 Entonces Jesús los llamó y les dijo: «Dejen que los niños vengan a mí. No se lo impidan, porque el Reino de los cielos es de los que son como ellos. 17 Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él».


18,15-17: La gente quiere que Jesús toque a sus niños, pero los discípulos se oponen, porque la sociedad judía de aquel tiempo no veía bien que los maestros dedicaran tiempo a aquellos que no tenían la obligación de instruirse en la Ley, como los ignorantes, las mujeres y los niños. Además, los niños adquirían con frecuencia la condición de impuros, porque por ignorancia podían haber tocado cosas o ingerido alimentos que la Ley consideraba factores de impureza. Por tanto, no se podía tocar a cualquier niño. Jesús marca una diferencia radical con los maestros de la Ley, recibiendo a pecadores (5,29-30; 15,1-2), compartiendo con mujeres (8,2-3; 10,38-42) y aceptando a los niños (18,16). Así, contraviniendo las costumbres de su tiempo (que los niños se alejen de los mayores, porque no se pueden tocar), Jesús con su actitud presenta una condición indispensable para entrar en el Reino de Dios: es necesario ser como los niños para recibir el Reino que él ha venido a instaurar. Recibir el Reino como un niño es recibirlo haciéndose pequeño (9,48), por tanto, sin ninguna pretensión de ser más que los otros ni tener más méritos que los demás y con la única preocupación de vivir sumiso a la voluntad del Padre celestial y confiando en él, como un niño respecto a sus padres (Sal 131). Más aún, significa saberse el menos valorado de la sociedad, el marginado, el que no cuenta. No hay otro modo de entrar en el Reino de Dios. 


18,15-17: Mt 18,2-4


Vende todo lo que tienes y repártelo entre los pobres

Mt 19,16-30; Mc 10,17-31


18 Uno de los jefes de la sinagoga le preguntó a Jesús: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?». 19 Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? El único bueno es Dios. 20 Tú ya sabes los mandamientos:

No cometas adulterio, no mates, no robes, 

no des falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre» [Éx 20,12-16; Dt 5,16-20]

21 El jefe de la sinagoga le respondió: «Todo esto lo he observado desde que era joven». 22 Al oír esto, Jesús le replicó: «Todavía te falta una cosa: vende todo lo que tienes y repártelo entre los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y me sigues». 23 Cuando oyó decir esto, el hombre se puso muy triste, porque era muy rico. 

24 Al ver que había quedado tan triste, Jesús le dijo: «¡Qué difícil es que entren al Reino de Dios los que tienen riquezas! 25 Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico en el Reino de Dios». 26 Los que lo escuchaban preguntaron: «Entonces, ¿quién puede salvarse?». 27 Jesús les respondió: «Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios». 

28 Pedro le dijo: «Nosotros dejamos todo lo que teníamos y te hemos seguido». 29 Jesús les dijo: «Les aseguro que todos los que hayan dejado casa, mujer, hermanos, padres o hijos por causa del Reino de Dios, 30 recibirán muchas veces más en este mundo, y en el mundo futuro la vida eterna».


18,18-30: Una persona importante plantea a Jesús una pregunta crucial: «¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?» (18,18). Mientras Mateo (Mt 19,20) dice que el que pregunta es un joven, Marcos que es un hombre adulto (Mc 10,20) y Lucas, en cambio, que es un jefe de la sinagoga, dándole al diálogo con Jesús un carácter oficial. La pregunta se puede plantear del modo siguiente: “Respecto a la vida eterna, ¿qué es lo que diferencia a los discípulos de Jesús de los discípulos de los maestros judíos?”. La respuesta de Jesús es que, para heredar la vida eterna, no basta el cumplimiento de los mandamientos de la Ley, sino que además hay que “hacerse su seguidor”, es decir, su discípulo (Lc 18,22). Pero para llegar a ser discípulo hay que quitar el obstáculo de los bienes o las riquezas. Jesús reconoce que para un rico renunciar a sus riquezas puede ser una condición imposible de cumplir si Dios no mueve su corazón (18,27). La expresión: «Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja…» (18,25), indica lo difícil que resulta desprenderse del obstáculo de las riquezas. Este era un dicho corriente entre los judíos para referirse a una cosa imposible de alcanzar. Algunos han intentado suavizar la exigencia de Jesús explicando que se trata de una “cuerda” que al final logra pasar por el ojo de una aguja o de un camello que logra entrar por una puerta angosta de Jerusalén. Estas interpretaciones carecen de fundamento. Lucas, más adelante, mostrará que la renuncia a los bienes es uno de los milagros cotidianos que se producían en la comunidad cristiana de los primeros tiempos cuando se hace por Jesús y no sólo por voluntad humana (Hch 2,41; 4,32-37). Estos que renuncian a su familia y a sus bienes para seguir a Jesús (Lc 14,25-33), tendrán a cambio una familia mucho más grande aquí en la tierra (8,19-21) y no vivirán en la miseria, porque todos comparten los bienes con todos. Por sorprendente que pueda ser, la propuesta de sociedad que hace Jesús no concluye aquí en la tierra, sino que tiene como término la vida eterna en comunión con Dios (18,29-30).


18,20: Mt 5,27 / 18,22: Mt 6,19-21 / 18,24: Prov 11,28 / 18,26: Heb 7,24-25 / 18,27: Jr 32,17


El Hijo del hombre será entregado a los paganos

Mt 20,17-19; Mc 10,32-34


31 Jesús reunió aparte a los Doce y les dijo: «Ya ven que ahora subimos a Jerusalén donde se cumplirán todas las cosas que escribieron los profetas sobre el Hijo del hombre, 32 porque será entregado en manos de los paganos, se burlarán de él, lo insultarán, lo escupirán 33 y, después de azotarlo, lo matarán, pero al tercer día resucitará». 34 Sin embargo, no entendieron nada de lo que Jesús les decía, ya que era para ellos como algo envuelto en el misterio, de modo que no podían comprenderlo.


18,31-34: Cuando estaban por llegar a Jerusalén, Jesús habla con claridad de lo que le va a suceder, de acuerdo con lo que está anunciado en las Sagradas Escrituras, pero los discípulos son incapaces de entender, como en otras ocasiones (9,45). Será necesaria una intervención de Jesús para que comprendan lo que dijeron los profetas. Se ilustrará la actual condición de los discípulos con dos relatos centrados en el ver, metáfora de la fe: un ciego que quiere ver (18,35-43) y Zaqueo que quiere ver a Jesús (19,1-10), pues ambos desean gozar de su salvación. Lo mismo sucede con los discípulos: ellos no entienden las Escrituras, pero Jesús, después de su resurrección, les abrió los ojos para que vieran y comprendieran, haciéndose testigos veraces del Evangelio (24,25-27.31.44-48).


18,31-33: Is 50,6; 53,5; Mc 9,31


¡Señor, que recupere la vista!

Mt 20,29-34; Mc 10,46-52

 

35 Cuando Jesús se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado junto al camino pidiendo limosna. 36 Al oír a la gente que pasaba, preguntó qué sucedía. 37 Le dijeron que pasaba Jesús, el nazareno. 38 Entonces comenzó a gritar: «¡Jesús, hijo de David, compadécete de mí!». 39 Los que iban delante le ordenaban que se callara, pero él gritaba mucho más todavía: «¡Hijo de David, compadécete de mí!». 40 Jesús se detuvo y mandó que se lo acercaran. Cuando se aproximó, Jesús le preguntó: 41 «¿Qué quieres que te haga?». El ciego respondió: «¡Señor, que recupere la vista!». 42 Jesús le dijo: «¡Recupérala: tu fe te ha salvado!». 43 De inmediato recuperó la vista y seguía a Jesús glorificando a Dios. Toda la gente que lo vio comenzó a alabar a Dios.


18,35-43: Este es uno de los dos relatos que ilustra la condición del discípulo que no entiende el plan de Dios (18,34; nota a 18,31-34). Como este ciego que junto al camino quiere ver, así el discípulo tiene que dejar que Jesús le abra los ojos para seguirlo por el camino hacia aquella Jerusalén donde el Mesías entregará su vida. También el ciego puede ser visto como una figura simbólica. Su condición de ciego y de mendigo (18,35) representa a la humanidad carente de fe. Para el ciego, Jesús es el «hijo de David» (18,38), un título político que Jesús rechaza (20,41-44), porque para los judíos designa al heredero del trono de Jerusalén y podía traer conflicto con los romanos (23,3.38). Por esa razón, la gente le pide al ciego que se calle (18,39; 19,38-39). La situación del ciego cambia cuando Jesús lo llama y le abre los ojos. Ahora comprenderá quién es verdaderamente Jesús y lo seguirá como un auténtico discípulo (18,43), convirtiéndose en modelo de todos los que quieran seguir al Mesías. 


18,35-43: Jn 9,1-12 / 18,38: Mt 9,27 / 18,39: Mt 15,23 / 18,42: Tit 3,5


Zaqueo, hoy ha llegado la salvación a esta casa


191 Jesús entró en Jericó y comenzó a atravesar la ciudad. 2 Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de los cobradores de impuestos y muy rico. 3 Él quería ver quién era Jesús, pero como era de baja estatura no podía a causa de la multitud. 4 Entonces corriendo, se adelantó y subió a un árbol para ver a Jesús, porque iba a pasar por allí. 5 Cuando Jesús llegó a ese lugar, levantó la vista y le dijo: «¡Zaqueo, baja de prisa, porque hoy debo alojarme en tu casa!». 6 Él bajó de prisa y lo recibió con alegría. 7 Todos los que lo vieron murmuraban diciendo: «Ha ido a alojarse a casa de un pecador». 8 Pero Zaqueo, poniéndose de pie ante el Señor, le dijo: «Señor, doy la mitad de mis bienes a los pobres y si he extorsionado a alguien, le devuelvo cuatro veces más». 9 Jesús le respondió: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que este hombre es también un hijo de Abrahán, 10 porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido».


19,1-10: El relato de Zaqueo, como el del ciego junto al camino (18,35-43), ilustra la condición de la persona que aún no entiende ni participa del plan salvador de Dios contenido en las Escrituras (18,34; nota a 18,31-34). Zaqueo parece ser una persona de recta intención, pues le informa a Jesús de sus acciones en tiempo presente («doy…, devuelvo…»), dando la impresión de que describe su conducta habitual, y está siempre dispuesto a reparar el mal que pudo haber hecho. Pero, por ser uno de los jefes de los cobradores de impuestos, es despreciado por la comunidad. Al saber de Jesús, su gran anhelo es verlo (19,3), pero Jesús se adelanta y, al final, es el mismo Jesús quien ve a Zaqueo (19,5) y le dice que se va a hospedar en su casa, llevándole el don de la salvación. Aunque es una buena persona, Zaqueo aún no ha visto al Salvador ni participa de su salvación. Se asemeja así a tantas personas de recta intención y a tantos marginados de nuestra sociedad que buscan a Dios sin saber lo que buscan, y la comunidad no es capaz de facilitarles el encuentro con el Salvador. A estos que buscan a Dios con sincero corazón, Jesús no los abandona y se les manifiesta para ofrecerles su salvación.


19,2: Mt 5,46 / 19,5: Ap 3,20 / 19,7: Mt 9,10 / 19,9: Rom 4,9-12 / 19,10: Ez 34,16


Hagan negocio con el dinero hasta que yo vuelva

Mt 25,14-30


11 Mientras todos escuchaban estas cosas, Jesús les propuso una parábola, porque estaba cerca de Jerusalén y ellos pensaban que pronto se iba a manifestar el Reino de Dios. 12 Les dijo: «Un hombre de familia noble viajó a un país lejano para ser coronado rey y volver como tal. 13 Entonces, llamó a diez de sus servidores y les distribuyó diez monedas de gran valor, ordenándoles: “Hagan negocio con el dinero hasta que yo vuelva”. 14 Pero la gente de su país odiaba a este hombre, de modo que detrás de él, enviaron a unos para que fueran a decir: “No queremos que ese sea nuestro rey”». 

15 «Cuando él volvió, ya coronado rey, ordenó que llamaran a aquellos servidores a los que había dado el dinero, para saber qué ganancias habían obtenido. 16 Se presentó el primero y le dijo: “Señor, tu moneda produjo diez veces más”. 17 Él le respondió: “¡Bien hecho, buen servidor! Como has sido fiel en lo pequeño, tendrás autoridad sobre diez ciudades”. 18 Se presentó después el segundo y le dijo: “Señor, tu moneda produjo cinco veces más”. 19 Él le respondió: “Tú también tendrás autoridad sobre cinco ciudades”. 20 Fue después el otro y le dijo: “Señor, aquí está tu moneda. La guardé envuelta en un pañuelo, 21 porque tenía miedo de ti, que eres un hombre severo, que retiras lo que no depositaste y recoges lo que no sembraste”. 22 Él le respondió: “¡Mal servidor, te condeno por las mismas palabras que dijiste! Si sabías que soy un hombre severo que retiro lo que no deposité y recojo lo que no sembré, 23 ¿por qué no pusiste mi dinero a préstamo, para que lo recuperara con intereses a mi regreso?”. 24 Luego ordenó a los que estaban allí: “¡Quítenle la moneda y dénsela al que tiene diez!”. 25 Ellos le respondieron: “¡Señor, ya tiene diez monedas!”. 26 “Sí, pero yo les digo que a todo el que tiene se le dará, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. 27 En cuanto a aquellos enemigos míos que no querían que yo reinara sobre ellos, tráiganlos aquí y mátenlos en mi presencia”».

28 Después de decir estas cosas, Jesús continuó subiendo delante de ellos en dirección a Jerusalén. 


19,11-28: Para entender esta parábola de Jesús, dos cosas previas: la opinión común por entonces es que con la llegada del mesías o ungido de Dios se restablecería la soberanía de Israel sobre las naciones (Hch 1,6) y después comenzaría el reinado de Dios sobre la tierra; es posible que la primera parte de la parábola (Lc 19,12-14) aluda a un probable episodio de la época, el viaje de Herodes Antipas a Roma buscando ser coronado rey de Judea por Calígula, el emperador romano, y –a la par– el viaje de una delegación judía, haciendo saber su oposición a esta coronación. Una vez que el hombre de la parábola regresa coronado rey, exige el cumplimiento de sus responsabilidades a tres servidores: dos son encontrados responsables y el tercero, irresponsable. Jesús enseña que la instauración definitiva del Reino de Dios no se producirá de inmediato, sino que habrá un tiempo de espera antes de que él vuelva como rey glorioso (21,25-28), tiempo que no sabemos cuánto, pero sea el que sea va a exigir al llegar el rendimiento de las capacidades que otorgó a cada uno, las que en la parábola están representadas por las monedas de plata que el dueño de casa repartió entre sus servidores. Por tanto, en ese espacio de tiempo, mientras el reinado de Dios camina a su plenitud (13,18-21), los discípulos, como buenos administradores, deben esforzarse por hacer fructificar todos los bienes que recibieron de su Señor (12,35-48). Cuando se produzca su regreso, tarde lo que tarde, cada uno deberá dar cuenta de lo que ha obtenido (2 Cor 5,10).


19,12: Mt 2,22 / 19,14: Sal 2,2; Jn 19,15.21 / 19,26: Mc 4,25 / 19,27: Sal 2,9


V

Jesús en Jerusalén: acciones del Mesías y oposición


19,29-21,38. El camino del Mesías a Jerusalén, iniciado en 9,51, alcanza su meta. Jesús entra en Jerusalén para consumar su misión como Mesías y Salvador, cumpliendo así la voluntad del Padre expresada en las Escrituras (18,31). Al entrar es reconocido y aclamado como rey humilde y pacífico (Zac 9,9-10). Aunque el relato de Lucas siga al de Marcos, tiene una perspectiva particular, pues completa los rasgos distintivos de la identidad y misión de Jesús y nos habla del origen de su autoridad. Si bien Lucas ha puesto un énfasis especial en Jerusalén y en el Templo, aquí -sin embargo- se puede constatar cómo éstos han dejado de ser los espacios privilegiados para el encuentro con Dios, porque ahora esta función la realiza el mismo Jesús. No debe, pues, extrañar que Jesús tome posesión de Jerusalén como rey mesiánico, purifique el Templo con autoridad profética y enseñe en él como único y legítimo Maestro (19,29-48); luego, que denuncie y refute a sus adversarios, a aquellos que se arrogan el oficio de maestros autorizados en Israel y ponen a prueba al Mesías, el que desenmascara sus falsas enseñanzas e intenciones (20,1-21,4); finalmente, tampoco debe extrañar que Jesús enseñe que sus discípulos deben estar preparado para el final de los tiempos, lo que es motivo de esperanza, puesto que el Rey que entró en Jerusalén, también entrará en el mundo como Soberano para el juicio de los malos y la derrota definitiva de la maldad (21,5-38).


1- Entrada en Jerusalén y enseñanza en el Templo


19,29-46. Jesús entra en Jerusalén como rey pacífico y, como tal, es reconocido y aclamado por quienes han sido testigos de sus acciones. Los fariseos, temerosos quizás del poder romano, le exigen que haga callar a los que gritan, pero Jesús les responde que entonces hasta las piedras gritarán (19,39-40). Luego, presagia la destrucción de Jerusalén por la negativa de sus habitantes y dirigentes a reconocer y aceptar la visita de Dios mediante su Mesías, el ungido rey con el Espíritu de Dios (4,18) para traer la paz a su pueblo. Aunque Jerusalén se negó a aceptarlo y prefirió seguir sus propios caminos que la conducirían a la ruina total, sigue siendo la Ciudad amada desde la que se difundirá hasta los confines de la tierra la Palabra del Señor que invita a la conversión y perdona los pecados (24,47; Hch 1,8). Enseguida Lucas refiere, de manera breve, la expulsión de los vendedores del Templo (Lc 19,45-46) en cumplimiento de lo anunciado por los profetas (Mal 3,1-3; Jr 7,11; Is 56,7) y con el fin de hacer de la casa del Padre un lugar de encuentro con el Dios santo de Israel. Si la hostilidad de los dirigentes es grande, sin embargo, el pueblo sí lo escucha cuando enseña en el Templo (Lc 19,47-48).


¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor!

Mt 21,1-9; Mc 11,1-10; Jn 12,12-19


29 Cuando se acercaba a Betfagé y a Betania, cerca del monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos, 30 ordenándoles: «Vayan al poblado de enfrente. Cuando entren, encontrarán un burrito atado que nadie ha montado aún: ¡desátenlo y tráiganlo! 31 Si alguien les pregunta por qué lo desatan, respóndanle que el Señor lo necesita». 

32 Los enviados fueron y encontraron todo como Jesús les había dicho. 33 Cuando estaban desatando el burrito, los dueños les preguntaron: «¿Por qué lo desatan?». 34 Les respondieron: «El Señor lo necesita». 35 Se lo trajeron a Jesús y, echando sus mantos sobre el burrito, lo hicieron montar. 36 Mientras Jesús avanzaba, ellos extendían sus mantos en el camino. 

37 Cuando ya se acercaba a la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos comenzó a alabar a Dios con alegría y con fuertes voces por todos los milagros que habían visto, 38 y decían: 

«¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor! [Sal 118,26].

¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!».


19,28-38: Concluye el viaje de Jesús a Jerusalén (nota a 9,51-19,46) con su llegada a la ciudad en la que se cumplirán las Escrituras (18,31). Esta última parte del viaje tiene un marcado carácter litúrgico: el animal que lo lleva ha sido separado del uso profano (18,30), como se exige en las acciones sagradas (Nm 19,2; Dt 21,3; 1 Sm 6,7); la gente aclama a Jesús con palabras que son eco del Salmo 118,26 (Lc 19,38), y Jesús muestra rasgos divinos al actuar con conocimiento anticipado de los acontecimientos (19,30-31). El burro atado quizás aluda al Mesías de la tribu de Judá que viene a gobernar, según se promete en el Génesis: «No se apartará de Judá el cetro ni el bastón de mando de entre sus piernas, hasta que venga aquél a quien pertenece y a quien los pueblos obedecerán. Él ata a la parra a su burrito y a las crías de su burra a la vid» (Gn 49,10-11). Jesús ingresa a la ciudad como rey, ejerciendo su soberanía sobre personas y cosas, y como tal es reconocido y aclamado (2 Re 9,13). La aclamación al que llega como rey, que en el inicio de Lucas estuvo a cargo de los ángeles (Lc 2,14), ahora es protagonizada por los discípulos, testigos de las acciones de Jesús (19,37-38). Pero éstos afirman que la paz está todavía en el cielo, junto a Dios, porque su Reino aún no se ha implantado en la tierra de manera definitiva.


19,29: Jn 1,28; Hch 1,12 / 19,37-38: Zac 9,9


Si conocieras hoy lo que te trae la paz


39 Algunos de los fariseos que estaban en la multitud dijeron a Jesús: «Maestro, ordena a tus discípulos que se callen». 40 Jesús les respondió: «Les aseguro que si ellos se callan, gritarán las piedras». 

41 Cuando Jesús estaba cerca y vio la ciudad, lloró por ella, 42 diciendo: «¡Si conocieras hoy lo que te trae la paz, pero está oculto a tu mirada! 43 Porque llegarán días en los que tus enemigos te rodearán con empalizadas, te sitiarán, te atacarán por todos lados 44 y te destruirán por completo, a ti y a tus habitantes, y no dejarán una piedra sobre otra por no reconocer el momento en que Dios te visitó».


19,39-44: Los discípulos vienen aclamando a Jesús como rey (nota a 19,28-38). Ahora bien, si los romanos se enteran, pueden tomar medidas extremas contra Jesús y los suyos creyendo que se trata de un pretendiente a la realeza. Pero como no sólo corre peligro Jesús, sino también Israel, los fariseos le advierten que, para evitar represalias, haga callar a los que gritan (19,39). La respuesta de Jesús es doble: por un lado, si ellos se callan gritarán hasta las piedras y, por otro, su llanto por Jerusalén presagia la reacción violenta de los romanos contra la ciudad el año 70 d.C., aunque por otros motivos. Las piedras de la destruida Jerusalén (19,43-44) son imágenes del final fatal que les espera a los que se niegan a reconocer y aceptar la visita de Dios a sus vidas mediante su Rey y Mesías. Jesús llora por la Jerusalén rebelde (19,41), porque él vino a traer el Reino de paz que Dios quiere dar a su pueblo (Sal 98; 99), pero Jerusalén se negó a aceptarlo y prefirió seguir sus propios caminos, y esos caminos concluyeron en su ruina absoluta. A pesar de que Jerusalén es la ciudad que mata «a los profetas y apedreas a los enviados de Dios» (Lc 13,34), sigue siendo su ciudad amada desde la que se difundirá la palabra del Señor (24,47; ver Is 2,3; Hch 1,8) y a la que se le promete un futuro glorioso (Is 54; 60).


19,40: Hab 2,11 / 19,43-44: Is 29,3; Jr 6,6; Ez 4,2


Comenzó a echar a los que vendían

Mt 21,10-17; Mc 11,11-19; Jn 2,13-22

 

45 Cuando Jesús entró en el Templo, comenzó a echar a los que vendían 46 y les decía: «Las Escrituras afirman:

Mi casa es casa de oración [Is 56,7],

y ustedes la convirtieron en una cueva de ladrones [Jr 7,11]».

 

19,45-46: De la entrada de Jesús en Jerusalén, Lucas sólo retiene el gesto de la expulsión de los vendedores que ejercían su oficio en uno de los atrios del Templo. El profeta Malaquías había anunciado que Dios entraría en su Templo para purificarlo (Mal 3,1-3), mientras que el profeta Jeremías denunciaba el hecho de convertirlo en una «cueva de ladrones» (Jr 7,11) e Isaías prometía que el Templo volvería a ser la «casa de oración» que siempre debió haber sido (Is 56,7). Expulsando a los que vendían y recordando la Palabra de Dios, Jesús cumple estas promesas proféticas, buscando hacer de la casa de su Padre un lugar de encuentro con el Dios santo de Israel, espacio de santificación para su pueblo. A la vez, con las palabras de las Escrituras, Jesús afirma que el Templo de Dios es «mi casa» (Lc 19,46), porque él es el Hijo de Dios y porque actúa con la autoridad de un verdadero rey, mediador entre Dios y su pueblo. 


19,45: 1 Re 8,41-43; Sal 15,1


2- Controversias con los jefes de Israel


19,47-21,4. Jesús, ya instalado en Jerusalén, enseña de modo habitual en el atrio del Templo (19,47; 21,37). En este lugar, Lucas concentra las controversias de Jesús con sumos sacerdotes, maestros de la Ley, ancianos o el Sanedrín y con fariseos y saduceos, es decir, con los dirigentes de Israel (nota a 19,29-21,38), los que incluso actúan mediante espías (20,20). Los temas son diversos y fundamentales para la vida de Israel como pueblo de Dios: la autoridad de Jesús (20,1-8); la infidelidad de los dirigentes del pueblo (20,9-19); el tributo al César (20,20-26); la resurrección de los muertos (20,27-40); la filiación del Mesías (20,41-44), y los comportamientos deplorables de los maestros de la Ley (20,45-47), ante los cuales el modelo es una viuda que da lo único que tiene para vivir, honrando así a Dios con su vida (21,1-4). La cuestión central es el querer de Dios para su pueblo mediante su Mesías, lo que no aceptan los dirigentes de Israel. Por eso cuestionan su condición de representante de Dios y su autoridad para enseñarle al pueblo en su nombre. Si logran probar que Jesús no es enviado por Dios y, por lo mismo, no es el Mesías, podrán seguir con sus prácticas de engaño, pensando que sólo ellos son las autoridades que manifiestan la voluntad de Dios. Jesús, con la parábola de los viñadores homicidas (20,9-19), les muestra que ha sido enviado por el Dios de Israel, su Padre, y que su destino a causa de estos dirigentes que actúan sólo por codicia (20,14) será el mismo que los profetas: la muerte. Actitudes y conductas hipócritas no son propias del discípulo de Jesús. Por ello el modelo no es un maestro de la Ley, sino la pobre viuda que dio todo lo que tenía. 


Enseñaba todos los días en el Templo

Mc 11,18


47 Jesús enseñaba todos los días en el Templo y los sumos sacerdotes, los maestros de la Ley y los principales del pueblo buscaban la forma de matarlo, 48 pero no sabían cómo hacerlo, porque todo el pueblo estaba pendiente de lo que él decía.


19,47-48: Jesús enseña en el atrio del Templo como lo solían hacer los maestros de la Ley (nota a 19,47-21,38). Pero éstos quieren matar a Jesús ya que piensan que algunas de sus acciones merecen la muerte como, por ejemplo, perdonar pecados (5,21; 7,49), transgredir el sábado (6,1-11; 13,10-17) o expulsar a los vendedores del Templo, porque se atribuye una autoridad divina y social que los dirigentes de Israel no están dispuestos a reconocerle (19,45-46). Por eso buscan la forma de ejecutarlo sin provocar la reacción del pueblo. Lucas, una y otra vez, aclarará a sus lectores que no fue el pueblo el que quiso la muerte de Jesús, sino sus dirigentes (19,48; 20,19; 22,2).


19,47: Jn 18,20


¿Con qué autoridad haces estas cosas?

Mt 21,23-27; Mc 11,27-33


201 Un día en que Jesús enseñaba en el Templo y anunciaba la Buena Noticia al pueblo, se presentaron los sumos sacerdotes con los maestros de la Ley y los ancianos 2 y le preguntaron: «¿Puedes decirnos con qué autoridad haces estas cosas? ¿Quién te la ha dado?». 3 Jesús les respondió: «Yo también les haré una pregunta. Díganme: 4 ¿El bautismo de Juan provenía de Dios o de los hombres?» 5 Ellos comentaban entre sí: «Si decimos que provenía de Dios, nos preguntará: “¿Por qué no le creyeron?”. 6 Pero si decimos que provenía de los hombres, todo el pueblo nos va a apedrear, porque están convencidos de que Juan es un profeta». 7 Entonces respondieron que no sabían de dónde provenía. 8 Y Jesús les dijo: «¡Yo tampoco les digo con qué autoridad hago esto!».


20,1-8: Los miembros del supremo tribunal de los judíos o Sanedrín cuestionan el origen o procedencia de la autoridad de Jesús (20,1-2). Molestos porque Jesús interpreta la Ley de manera novedosa y anuncia la inminencia de la venida del Reino de Dios, le preguntan de manera oficial quién le dio autoridad para enseñar así y hacer lo que hace (nota a 19,47-48). Jesús, por medio de otra pregunta (20,3-4), deja al descubierto que a ellos les preocupa más la opinión de la gente que la autoridad de Dios. Por tanto, los que no son maestros para Israel son ellos mismos, los dirigentes, que acomodan la voluntad de Dios a sus propios intereses y a su seguridad personal (20,5-6). 


20,3-8: Mt 3,1-13; Jn 1,6.19-28


Un hombre plantó una viña

Mt 21,33-46; Mc 12,1-12


9 Después Jesús comenzó a decir al pueblo esta parábola: «Un hombre plantó una viña, la arrendó a unos viñadores y se ausentó por un período muy largo. 10 A su debido tiempo envió a un sirviente, para que los viñadores le pagaran la parte que le correspondía de los frutos. Pero ellos golpearon al sirviente y lo despidieron con las manos vacías. 11 Volvió a enviar a otro sirviente. Pero también a éste lo golpearon, lo insultaron y lo despidieron con las manos vacías. 12 Envió a un tercero, y a éste lo hirieron y lo echaron. 13 Entonces dijo el dueño de la viña: “¿Qué haré? Enviaré a mi hijo amado. Quizá a él lo respeten”. 14 Cuando los viñadores lo vieron, comentaron entre ellos: “Éste es el heredero. ¡Lo matamos y la herencia será nuestra!” 15 Y lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. ¿Qué les hará el dueño de la viña? 16 Vendrá, acabará con los viñadores y entregará la viña a otros». Cuando ellos oyeron esto, dijeron: «¡Que Dios no lo permita!». 17 Jesús, mirándolos con atención, dijo: «¿Qué significa esto que afirma la Escritura: 

La piedra que despreciaron los constructores,

Dios la convirtió en piedra angular [Sal 118,22]?». 

18 «Todo el que caiga sobre aquella piedra quedará destrozado, y si ella le cae encima, lo aplastará». 

19 En ese mismo momento los maestros de la Ley y los sumos sacerdotes quisieron detenerlo, porque sabían que había dicho esta parábola refiriéndose a ellos, pero temían al pueblo.


20,9-19. La viña de Dios es el pueblo de Israel (Is 5,7; Sal 80,15-17). Dios entrega su viña a unos dirigentes de su confianza que deben cultivarla y dar oportuna cuenta de los frutos obtenidos. Pero éstos se comportan como si fueran los dueños de la viña, y rechazan a todos los enviados de Dios (Lc 20,10-12). Después de enviar a varios a recoger los frutos que le corresponden, el Dueño de la viña envía a su propio Hijo, el Hijo amado, la piedra más importante del Templo de Dios (20,13.17). Los dirigentes, sin embargo, no cambian de actitud y, como ingratos viñadores y malos arquitectos, desprecian este cimiento, lo sacan de la viña y lo destruyen, buscando hacerse dueños definitivos del pueblo de Dios. Por eso Dios les quitará la viña y acabará con esos malos dirigentes, y pondrá una nueva viña, el mismo Jesús, su Hijo (Jn 15,1.5), y les pedirá a los discípulos de su Hijo que se preocupen en dar los frutos a su debido momento. Lucas termina esta parábola, indicando nuevamente que los responsables del destino de Jesús son los dirigentes de Israel y no el pueblo (Lc 20,19; nota a 19,47-48). Esta hermosa parábola, que resume la historia de la salvación, es hoy una exhortación a descubrir al Señor y las mediaciones de encuentro con él, para no descuidar los frutos de salvación que el Padre espera de cada uno y de su comunidad, la Iglesia. 


20,9: Is 27,2-4; Jr 2,21 / 20,13: 2 Pe 1,17 / 20,15: Heb 13,11-12 / 20,17: Is 28,16; Rom 9,31-33 / 20,18: Is 8,14-15; Dn 2,34.44


¿Es lícito que paguemos el impuesto al César?

Mt 22,15-22; Mc 12,13-17

 

20 Mientras esperaban el momento oportuno, enviaron unos espías que fingieran ser personas honradas con el propósito de atrapar a Jesús en una palabra y entregarlo al poder y autoridad del gobernador. 21 Le dijeron: «Maestro, sabemos que tú dices y enseñas lo que es correcto y que no hablas por conveniencia, sino que enseñas con fidelidad el camino de Dios. 22 ¿Es lícito que paguemos el impuesto al César?». 23 Jesús, que conocía la malicia de ellos, les dijo: 24 «¡Muéstrenme un denario! ¿De quién es la imagen e inscripción que hay en la moneda?». Ellos le respondieron: «Del César». 25 Jesús les dijo: «Entonces devuelvan al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». 26 Ellos no pudieron atraparlo en ninguna cosa que dijera delante del pueblo, y, asombrados por su respuesta, se callaron.


20,20-26: Las autoridades judías, que buscan ejecutar a Jesús sin provocar la reacción del pueblo (nota a 19,47-48), cambian de estrategia y mandan a algunos a espiar a Jesús para atraparlo en lo que dice y hacer que la autoridad romana dé la sentencia de muerte (20,20). Para conseguir este propósito y después de adular a Jesús, los espías buscan provocar una declaración que lo ponga en conflicto con las autoridades romanas. Para ello, le preguntan si considera, como muchos celosos judíos y los zelotas, si es pecado pagar el impuesto al Emperador que se hace llamar dios. Si Jesús se opone al pago del impuesto (23,2), las autoridades romanas lo condenarán a la pena de muerte, reservada a los subversivos. Los que interrogan a Jesús le presentan la moneda del impuesto, «un denario» (20,24) que llevaba grabada la imagen del Emperador con una inscripción que decía: «Tiberio, hijo del divino César». Si Jesús acepta pagar con esa moneda el impuesto, acepta el dominio romano y la divinidad de quien los gobierna. Pero un judío piadoso no puede, por ningún motivo, dar a otra divinidad el culto que le da al Dios de Israel, porque Dios es su único Señor (Dt 6,4). Jesús, con su conocida expresión (Lc 20,25), confiesa la soberanía exclusiva de Dios sobre todo y todos. Esto no quiere decir que los cristianos, que se benefician de los servicios de la autoridad civil, no tengan el compromiso de someterse a las legítimas exigencias de esa autoridad y colaborar en lo que se refiere al bien común (Rom 13,7). Sin embargo, deben siempre hacerlo sabiendo que por encima de todo está la autoridad de Dios como criterio de conducta (Hch 5,29).


20,20: Mc 3,6 / 20,21: Sal 25,9; 51,13 / 20,25: Sal 62,12-13; Job 34,11


En la resurrección, ¿de cuál de ellos será esposa?

Mt 22,23-33; Mc 12,18-27

 

27 Se acercaron a Jesús algunos de los saduceos, que niegan la resurrección de los muertos, y le preguntaron: 28 «Maestro, Moisés nos ordenó en la Escritura que si un hombre casado muere y deja a su mujer, pero no deja hijos, el hermano del difunto se case con la viuda para dar descendencia a su hermano. 29 Había siete hermanos. El primero tomó como esposa a una mujer y murió sin tener hijos. 30 El segundo 31 y el tercero se casaron con la viuda y, de la misma manera, los siete murieron sin tener hijos. 32 Por último, murió la mujer. 33 En la resurrección de los muertos, ¿de cuál de ellos será esposa, ya que todos se casaron con ella?». 

34 Jesús les respondió: «Los hombres y las mujeres que pertenecen a este mundo se casan, 35 pero los que son dignos de alcanzar el otro mundo y la resurrección de los muertos no se casan. 36 Tampoco pueden morir, porque son como ángeles, y porque son hijos de Dios, pues participan de la resurrección. 37 También Moisés, en el episodio de la zarza, revela que hay resurrección de los muertos, cuando dice que el Señor Dios es Dios de Abrahán, Dios de Isaac y Dios de Jacob [Éx 3,6]. 38 No es, por tanto, un Dios de muertos, sino de vivos, porque todos viven para él». 

39 Algunos de los maestros de la Ley le dijeron: «Maestro, has hablado bien». 40 Y ya nadie se atrevió a hacerle más preguntas.


20,27-40. Ahora cuestionan a Jesús los saduceos (nota a 20,20-26), el partido de la aristocracia sacerdotal. Se diferencian de los fariseos porque, entre otras cosas, niegan la resurrección de los muertos (Hch 23,8). Para ridiculizar la fe en la resurrección, le presentan a Jesús un caso hipotético basado en una norma del Antiguo Testamento, la ley del levirato (levir en latín es cuñado; Dt 25,5-6), que ordena que si un hombre muere sin hijos, la viuda debe casarse con su cuñado para conservar el nombre del difundo y darle descendencia. Si cumpliendo esta ley una mujer se casa en forma sucesiva con varios de los hermanos de su esposo difunto, «en la resurrección de los muertos, ¿de cuál de ellos será esposa?» (Lc 20,33). Jesús les responde que están en un error cuando niegan la vida después de la muerte física. Dios sigue siendo fiel, aún después de la muerte de cada persona, por eso es ahora y siempre el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, y por esto los patriarcas viven (20,37-38). Además, Jesús les demuestra que la pregunta que han planteado es errónea. Ellos hablan como si la resurrección fuera continuación de la vida terrenal, pero no es así, porque los resucitados vivirán en otras condiciones de vida, como los ángeles en el cielo. Por eso, los que optan por no casarse están reflejando en cierta forma lo que será la vida en la resurrección (20,34-36).


20,27: Hch 4,1-2 / 20,28: Rut 4,5-6 / 20,35: Flp 3,10-11 / 20,37-38: Éx 6,2-8


¿Cómo pueden decir que el Mesías es hijo de David?

Mt 22,41-46; Mc 12,35-37

 

41 Entonces Jesús les preguntó: «¿Cómo pueden decir que el Mesías es hijo de David? 42 Porque el mismo David, en el libro de los Salmos, dice: 

Dijo el Señor a mi Señor:

Siéntate a mi derecha 

43 hasta que ponga a tus enemigos como estrado de tus pies [Sal 110,1]»

44 «Si David lo llama “Señor”, ¿cómo puede, por tanto, ser su hijo?».


20,41-44: Según la creencia popular en los tiempos de Jesús, el Mesías sería un rey, «hijo» o descendiente de David, que restablecería el reino de Israel (24,21). Jesús muestra que el gran rey David, refiriéndose al Mesías en el Salmo 110,1, lo llama «mi Señor» (Lc 20,42). Por tanto, si el Mesías es «Señor» del rey David, significa que es superior a él. Jesús es el hijo de David e Hijo de Dios (1,30-33), pero no hereda el reino terrenal de David, sino la realeza sobre todo el universo (Sal 2,7-8) que Dios le tiene reservada por la entrega de su vida en obediencia y amor (Flp 2,6-11).


20,41: Mc 12,35 / 20,42-43: Hch 2,34-35; Heb 10,12-13


Cuídense de los maestros de la Ley

Mt 23,1-36; Mc 12,37-40

 

45 Cuando todo el pueblo escuchaba, Jesús dijo a sus discípulos: 46 «Cuídense de los maestros de la Ley, que les gusta pasearse con ropas largas y desean ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los lugares más destacados en los banquetes. 47 Se apoderan de los bienes de las viudas y, para aparentar, hacen largas oraciones. Éstos serán juzgados con severidad».


20,45-47: Los discípulos de Jesús tienen que destacarse por su humildad (9,46-48; 22,26). Por esa razón, evitarán cuidadosamente que se introduzcan en la comunidad las formas de ostentación que se observaban en algunos maestros de la Ley de su tiempo: se hacen notar entre la gente, exagerando el ropaje que los distingue y, según Mateo, agrandando las filacterias (Mt 23,5); buscan que los saluden con títulos honoríficos; prefieren los puestos más destacados en los lugares de oración, en banquetes y reuniones públicas (Lc 20,46). En este pasaje, Jesús señala en particular dos defectos reprobables de aquellos maestros: no se ocupan de las viudas, como lo ordena la Ley, aprovechándose de su investidura para arrebatarles sus bienes (Is 1,23), y prolongan sus oraciones y las hacen en público con la intención de ser vistos por la gente (Mt 6,5). Como ellos están en una situación privilegiada, porque se dedican a estudiar cuál es la voluntad de Dios expresada en su Ley, tendrán un juicio más riguroso (Lc 12,47).


20,46: Éx 13,9; Dt 6,8; 22,12; Mt 6,1.5 / 20,47: Is 10,1-2


Esta viuda pobre dio más que los otros

Mc 12,41-44

 

211 Al fijarse, Jesús vio cómo los ricos hacían sus donaciones para el Templo en la sala de las ofrendas. 2 Vio también a una viuda pobre que echaba dos pequeñas monedas de cobre. 3 Entonces dijo: «Les aseguro que esta viuda pobre dio más que los otros. 4 Porque todos ellos dieron como ofrenda lo que les sobraba, pero ella dio, de su pobreza, todo lo que tenía para vivir».


21,1-4: Apenas Jesús acaba de hablar de las viudas (20,47), observa que en la sala de las ofrendas del Templo una viuda pobre echa dos monedas de ínfimo valor (21,2). Jesús elogia la generosidad de esta mujer viuda, porque ha entregado todo lo que tenía para vivir y no sólo una parte de sus bienes, como lo hacen los ricos cuando entregan sus donaciones (21,1). Por el contexto en que se encuentra este relato, se puede pensar que esta mujer pobre es una víctima más de la enseñanza de los maestros de la Ley que le exigen esta ofrenda o que le inculcan una religiosidad en la que el Templo es más importante que su propia vida. 


21,3-4: 2 Cor 8,12


3- El final de los tiempos


21,5-38. Se dejan atrás las controversias (nota a 19,47-21,4), y el horizonte de la enseñanza de Jesús es el final de los tiempos o segunda venida. Hay un proceso que debe cumplirse y unos signos que darse. El proceso lo constituyen tres momentos: la destrucción de Jerusalén y su Templo (21,5-6.20.24), la época de las tribulaciones (21,7-24) y la venida del Hijo del Hombre (21,25-28). Un signo es la destrucción del Templo, del que se creía que por ser morada de Dios permanecería hasta el fin del mundo; Jesús, en cambio, advierte que será arrasado, pero antes que esto ocurra, sus discípulos tendrán que dar testimonio y padecer persecuciones, juicios y cárceles. La destrucción no es el fin de la historia, sino el acontecimiento que abre una nueva etapa. Luego, Jesús presenta los signos que precederán su venida (21,25-28) al estilo de las descripciones proféticas que involucraban el universo entero cuando se trataba de la presencia del Señor. Estos signos cósmicos dan un marco impresionante y solemne a la segunda venida de Jesús. Son signos con dos resultados: de terror para los pueblos, pero de liberación para los discípulos de Jesús (21,28). Ya que no existe fecha para su venida, que ocurrirá de improviso, Jesús utiliza el ejemplo de la higuera para pedirle a los suyos que estén atentos a los signos de los tiempos, lleven una conducta conveniente y no dejen la oración que hace posible el discernimiento y la esperanza (21,29-36). Porque el Señor vendrá, no hay que perder la esperanza por más difíciles que sean los tiempos en los que se vive. 


Jerusalén será pisoteada por los paganos

Mt 24,1-25; Mc 13,1-23

 

5 Al oír que algunos comentaban que el Templo estaba adornado con piedras hermosas y ofrendas excelentes, Jesús dijo: 6 «De todo lo que ustedes ven, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra: ¡todo será destruido!». 

7 Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo sucederá eso? ¿Cuál será la señal de que todo eso está por suceder?». 8 Él les dijo: «Estén atentos. No se dejen engañar, porque muchos vendrán utilizando mi nombre diciendo: “¡Soy yo! ¡El tiempo se acerca!”. ¡No vayan detrás de ellos! 9 Cuando oigan hablar de guerras y sublevaciones, no se aterroricen por eso. Primero tendrán que suceder todas esas cosas, pero el final no llegará tan pronto». 

10 Entonces Jesús añadió: «Una nación se levantará en guerra contra otra y un reino contra otro. 11 En muchos lugares se producirán grandes terremotos, hambre y pestes, y en el cielo se verán grandes señales que producirán terror». 

12 «Pero antes que sucedan estas cosas, a ustedes los detendrán y perseguirán, los entregarán a las sinagogas y los encarcelarán, los llevarán ante los reyes y gobernadores a causa de mi nombre. 13 Estas cosas les sucederán para que den testimonio de mí. 14 Tengan presente que no deberán preparar su defensa, 15 porque yo les daré una palabra y una sabiduría a las que ninguno de sus enemigos podrá oponerse ni contradecir. 16 Serán entregados por sus padres y hermanos, por sus familiares y amigos. A algunos de ustedes los matarán 17 y, por mi causa, serán odiados por todos. 18 Pero no se perderá ni un solo cabello de su cabeza. 19 Gracias a su constancia, salvarán su vida». 

20 «Cuando vean a Jerusalén rodeada por ejércitos sepan que se acerca el momento de su destrucción. 21 Entonces, los que estén en Judea, huyan a las montañas; los que estén en la ciudad, aléjense de ella, y los que han salido al campo, no vuelvan a ella. 22 Porque serán días de castigo en los que se cumplirá todo lo que está en las Escrituras. 23 ¡Ay de aquellas mujeres que en esos días estén embarazadas o amamantando! En todo este territorio habrá una gran calamidad y la ira se hará sentir sobre todo el pueblo. 24 Los matarán a espada y los llevarán cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los paganos hasta que se cumpla el tiempo que Dios ha fijado para ellos». 


21,5-24: Los judíos se sentían orgullosos por la grandeza y majestuosidad del Templo de Jerusalén. Creían que era indestructible y que permanecería en pie hasta el fin del mundo, porque era la morada de Dios en la tierra. Por eso sonó como blasfemia que en el siglo VI a.C. el profeta Jeremías anunciara su destrucción (Jr 7,12-15; 26,1-9). Jesús, como Jeremías, advierte a sus contemporáneos que la ciudad de Jerusalén y su Templo serán arrasados, pero antes de que esto suceda, sus discípulos tendrán que dar testimonio de él, padeciendo todo tipo de juicios, persecuciones y cárceles (Lc 21,12). La destrucción del Templo, según el plan fijado por Dios (21,24), no será el fin de la historia, sino el acontecimiento que abre una nueva etapa, de duración desconocida. Esta etapa será el tiempo de las naciones, en la que el Evangelio o Buena Noticia debe proclamarse a todos los pueblos, etapa que acabará con la venida gloriosa del Señor (Hch 1,11). El discurso de Jesús sobre los acontecimientos finales, dividido en tres partes (Lc 21,8-24; 21,25-28; 21,29-36), mezcla -por un lado- enseñanzas referidas a la destrucción de Jerusalén y del Templo y -por otro- a la venida gloriosa de Jesucristo. La razón es que estos dos acontecimientos implican un juicio sobre Jerusalén y sobre la humanidad, y porque los dos -aunque separados por el tiempo- son percibidos como una unidad. El primero de ellos, la destrucción de Jerusalén, es figura y anticipo del segundo, de la venida gloriosa del Señor. La primera parte del discurso (21,8-24), trata sobre las persecuciones de los discípulos de Jesús y las dolorosas acciones que rodearán la destrucción de Jerusalén y del Templo, acciones que se produjeron en el año 70 d.C. por parte de los romanos. Para los discípulos del Mesías que vendrá como Señor al fin de los tiempos, la cruz siempre acompaña su presencia en el mundo y la misión, haciéndolas fecunda.


21,5: Jn 2,20 / 21,7: 1 Tes 4,16 / 21,8: 1 Jn 2,18 / 21,9-11: Is 19,2; Ap 6,3-8.12-17 / 21,12: Mt 10,17-18 / 21,14-17: Mt 10,19-22; Jn 15, 18-25 / 21,18: Hch 27,34 / 21,22: Os 9,7 / 21,24: Is 63,18; Dn 8,13; Ap 11,2


Verán venir al Hijo del hombre

Mt 24,29-31; Mc 13,24-27


25 «Habrá señales en el sol, en la luna y en los astros, y las naciones se llenarán de angustia en la tierra por el temor que les provocará el rugido del mar y de las olas. 26 La gente quedará sin aliento por el miedo, previendo lo que está por venir sobre el mundo, porque hasta las fuerzas del cielo se conmoverán. 27 Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y gloria. 28 Cuando comiencen a suceder estas cosas, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque se acerca su liberación».


21,25-28: En esta segunda parte del discurso sobre los acontecimientos finales (nota a 21,5-24), Jesús se refiere a los signos escatológicos que precederán su venida. Los profetas describieron los grandes juicios de Dios sobre Israel y la humanidad trazando grandiosos cuadros en los que todo el universo se asociaba a dichos sucesos (Is 13,10; 34,4; Ez 32,7; Jl 3,3-4). El ser humano, en el momento en que debía presentarse ante Dios, aparecía acompañado por toda la creación. Jesús recurre a este mismo lenguaje y a las mismas figuras de los profetas para hablar de su segunda venida o parusía. Los signos escatológicos precursores de su venida gloriosa, llenan de terror a las naciones (Lc 21,25-26), pero para sus discípulos son signos de liberación (21,28), porque Jesús, como Hijo del hombre, vendrá para implantar la justicia sobre la tierra. Como no da ninguna indicación sobre la duración que tendrá el tiempo de las naciones ni sobre la fecha del fin, de aquí la importancia -por un lado- de estar atentos, discerniendo los signos de los tiempos (21,30-31.34), y -por otro- de no perder la esperanza, porque la palabra de Jesús siempre se cumple (21,33).


21,25: Sab 5,22; Sof 1,15; Ap 6,12-13 / 21,27: Dn 7,13; 1 Tes 4,13-18 / 21,28: Heb 10,37


Mis palabras no dejarán de cumplirse

Mt 24,32-36; Mc 13,28-32


29 Entonces les dijo esta parábola: «Fíjense lo que sucede con la higuera y con todos los otros árboles. 30 Cuando ustedes ven que echan brotes, saben que se acerca el verano. 31 Lo mismo, cuando vean que suceden estas cosas se darán cuenta de que está cerca el Reino de Dios. 32 Les aseguro que no desaparecerá esta generación antes que todo esto se cumpla. 33 El cielo y la tierra desaparecerán, pero mis palabras no dejarán de cumplirse». 

34 «¡Estén atentos! No vaya a suceder que sus corazones queden embotados por el vicio, las borracheras y las preocupaciones de la vida, y ese día los tome de sorpresa, 35 como una trampa, porque vendrá sobre todos los habitantes de la tierra. 36 Manténganse despiertos, orando en todo momento, para que puedan escapar de todas estas cosas que van a suceder y puedan así presentarse sin temor ante el Hijo del hombre».


21,29-36: En esta tercera parte del discurso sobre los acontecimiento finales (nota a 21,5-24), Jesús advierte acerca de la necesidad de estar atentos y mantenerse despiertos para que el Hijo del hombre y estos acontecimientos, que llegarán de improviso, no encuentren a los discípulos desprevenidos. Por esta razón, el discurso de Jesús insiste en la vigilancia permanente (21,34-35), la que tiene un propósito: que el corazón del discípulo, órgano propio de la comprensión y del discernimiento, no se embote con los vicios del que ha perdido toda esperanza, viviendo como si el Señor no va a venir. La oración es la que hace posible el discernimiento y la esperanza. Por esto, la invitación de Jesús a la vigilancia, se convierte en invitación a la oración de corazón, intensa y frecuente (21,36).


21,32: Mt 16,28; Mc 9,1 / 21,34: 1 Tes 5,3 / 21,35: Is 24,17 / 21,36: Ef 6,18; Ap 6,17


Enseñaba durante el día en el Templo


37 Jesús enseñaba durante el día en el Templo, pero salía a pasar la noche en el monte llamado de los Olivos. 38 Y todo el pueblo iba muy temprano a escucharlo en el Templo.


21,37-38: Concluye el ministerio de Jesús en el atrio del Templo. El autor del evangelio vuelve a repetir las mismas palabras de Lucas 19,47-48: una actividad de Jesús (enseñar), en un lugar determinado (el Templo), y una misma actitud de la gente (escucharlo). De este modo, muestra una vez más que el pueblo tiene una disposición favorable hacia Jesús, muy diferente a la de las autoridades que buscan matarlo.


21,37-38: Jn 8,1-2; 18,2.20


VI

Jesús en Jerusalén: la Pascua del Mesías


22,1-24,49. En la última parte del evangelio, al igual que en los otros tres, Lucas narra la pascua del Mesías, pero con una perspectiva peculiar: por un lado, relata la pasión de Jesús de tal forma que los lectores pueden confrontarse con cada uno de los personajes que intervienen y, por otro, estos acontecimientos, que tienen como escenario la ciudad de Jerusalén a la que el Mesías se encaminó libremente (9,51), se relacionan con los del inicio del relato. De este modo, la culminación de la vida del Mesías remite a Jerusalén, el mismo lugar donde todo tuvo su inicio con la promesa divina al anciano Zacarías de que le nacería un hijo. También hay que destacar que la ascensión del Señor, escena con la que concluye el Evangelio según Lucas (24,50-51), también inicia la narración de los Hechos de los Apóstoles (Hch 1,9-11), mostrando así la continuidad de la obra de Cristo con la actividad evangelizadora de Iglesia, testigo de su Señor resucitado desde Jerusalén hasta los confines de la tierra (1,8). La pascua de Jesús en Jerusalén se presenta en dos momentos: su pasión y muerte (Lc 22,1-23,56), y su resurrección y apariciones a los discípulos (24,1-49). 


1- Pasión y muerte del Mesías


22,1-23,56. Comienza el primer momento del relato de la pasión del Mesías (nota a 22,1-24,49), que sigue al de Marcos, aunque con modificaciones. Lucas muestra que Jesús es víctima inocente de una sentencia injusta, y muchos son los que reconocen que no tiene culpa alguna, incluso el mismo Pilato (23,4.41.47). Los responsables de su condena son las autoridades de Israel (22,2.52; 24,20). En cambio, «una gran multitud del pueblo y de mujeres» lloran y se lamentan por él (23,27.48). Jesús es el Siervo sufriente del Señor, anunciado por Isaías (Is 53,12 citado en Lc 22,37), que se entrega por los pecados del pueblo por lo que su pasión y muerte, que lo llevan a la gloria de la resurrección, forman parte del proyecto de salvación dispuesto por Dios desde antiguo. El lector es invitado a confrontarse con los personajes que intervienen y preguntarse si se encuentra entre los que traicionaron a Jesús y provocaron su muerte o si está entre los que lo acompañaron en su camino al Calvario y, doloridos, contemplaron su “éxodo” o salida de este mundo, esperando su venida (Lc 9,31.51). Esta segunda disposición es la que abre al misterio del Hijo de Dios hecho Mesías para salvarnos (22,70; 23,2).


Entonces, Satanás se introdujo en Judas

Mt 26,1-5.14-16; Mc 14,1-2.10-11


221 Se acercaba la fiesta de los Panes sin levadura, llamada también “Pascua”. 2 Los sumos sacerdotes y los maestros de la Ley buscaban la forma de eliminar a Jesús, pero temían al pueblo. 3 Entonces, Satanás se introdujo en Judas, llamado Iscariote, del grupo de los Doce, 4 y fue a tratar con los sumos sacerdotes y los guardias sobre la forma de entregarles a Jesús. 5 Ellos se alegraron y acordaron darle dinero. 6 Él aceptó y comenzó a buscar una oportunidad en que no hubiera gente para entregárselo.


22,1-6: Lucas presenta a Judas entregando a Jesús sin tener motivo alguno. No es por codicia, porque el dinero se le promete después que ofreció la entrega. El verdadero responsable de la traición de Judas es Satanás, que se introduce en el discípulo y lleva a cabo todas las acciones sucesivas (22,3). Judas es uno «del grupo de los Doce» (22,3.47), es decir, un miembro de la comunidad de los más íntimos de Jesús. Entre los miembros de la comunidad siempre puede haber algún discípulo que, arrastrado por Satanás, traicione al Señor, divida a la comunidad y reniegue de ella. Siempre son los peores enemigos y, por lo mismo, los más conflictivos (11,24-26).


22,1: Éx 12,1-27; Dt 16,1-8 / 22,2: Jn 11,45-53 / 22,3: Jn 13,2-4 / 22,4: Hch 4,1


Esto es mi cuerpo, entregado en favor de ustedes

Mt 26,17-29; Mc 14,12-25


7 Llegó el día de los Panes sin levadura en el que se debe sacrificar al cordero pascual. 8 Entonces Jesús envió a Pedro y a Juan con estas instrucciones: «Vayan y preparen todo para que comamos la cena de Pascua». 9 Ellos le preguntaron: «¿Dónde quieres que la preparemos?». 10 Él les respondió: «Cuando entren en la ciudad, les saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo hasta la casa en la que entre 11 y digan al dueño de casa: “El Maestro nos manda a preguntarte: ¿Dónde está la sala en la que voy a comer la cena de Pascua con mis discípulos?”. 12 Él les mostrará en el piso superior una habitación amplia y arreglada para comer. Preparen ahí lo necesario». 13 Ellos fueron y encontraron todo como les había dicho Jesús, y prepararon la cena de Pascua. 

14 Cuando llegó la hora, Jesús se sentó a la mesa junto con los apóstoles 15 y les dijo: «He deseado mucho comer con ustedes esta cena de Pascua antes de mi pasión, 16 porque les aseguro que no la volveré a comer hasta que se cumpla en el Reino de Dios». 17 Entonces tomó una copa, dio gracias a Dios y dijo: «Tomen esta copa y compártanla entre ustedes. 18 Les digo que a partir de ahora no beberé del fruto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios». 19 Luego, tomó un pan y, después de dar gracias a Dios, lo partió y lo dio a ellos, diciendo: «Esto es mi cuerpo, entregado en favor de ustedes. ¡Hagan esto en memoria mía!». 20 De la misma manera, tomó la copa después de cenar y les dijo: «Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre, derramada en favor de ustedes».


22,7-20: El relato de la pasión se inicia con la última cena de Jesús, de la que se preocupa de manera especial, destacando que no es una cena como las otras: al dar las órdenes para prepararla se comporta como Dios, mostrando un conocimiento anticipado de los acontecimientos (Is 48,5). En esta cena, Jesús hace un gesto en el que concentra todo lo que vendrá en adelante: transforma un trozo de pan en su Cuerpo y un poco de vino en su Sangre, es decir, en verdadero Cuerpo del Mesías que, dentro de poco, se entregará en la cruz, y en su verdadera Sangre que, dentro de poco, se derramará para vida del mundo. Por esto, la última cena de Jesús con los suyos no fue una comida cualquiera, sino la fiesta de la Pascua cristiana que se instituye y vive en el contexto de la pascua judía, cuando los israelitas se reunían para comer el cordero sacrificado en el Templo y celebrar la liberación de la esclavitud de Egipto (Lc 22,7; ver Éx 12,1-14.21-28). De acuerdo con el rito judío, se bebe una primera copa con la que se da por terminada la antigua Pascua (Lc 22,17). A partir de este momento es cuando Jesús, en lugar del cordero pascual, ofrece como comida su propio Cuerpo sacrificado por la humanidad, y en lugar de la copa del recuerdo de la antigua alianza, les da su propia Sangre (22,19-20) con la que se sella la nueva alianza anunciada por Dios en el profeta Jeremías (Jr 31,31). Luego, ordena a sus discípulos que esto lo sigan haciendo «en memoria mía» como nueva Pascua de los cristianos (Lc 22,19). 


22,7: Nm 28,16-25 / 22,10-13: Dt 16,5-6 / 22,16: Is 25,6; Mt 8,11 / 22,19-20: 1 Cor 23-26 / 22, 20: Heb 9,18-22


¡Ay de aquel hombre que lo entrega!

Mt 26,20-25; Mc 14,17-21; Jn 13,21-26


21 «¡Pero miren, la mano del que me va a entregar comparte la mesa conmigo! 22 Porque el Hijo del hombre sigue su camino como está determinado, pero ¡ay de aquel hombre que lo entrega!». 23 Entonces los discípulos comenzaron a preguntarse unos a otros quién de ellos sería el que iba a hacer tal cosa.


22,21-23: Jesús, en primer lugar, se refiere al lamentable comportamiento de sus discípulos durante la pasión (22,21-22): uno de los suyos lo entregará a las autoridades de Israel y el resto lo abandonará. Luego, Lucas nos informa de la inmediata reacción de sorpresa y duda por parte de los discípulos: averiguan quién de ellos es (22,23). En el momento en que Jesús entrega su ser como sacrificio por la humanidad, declara que él también, como el justo sufriente de los Salmos (Sal 41,10; 55,13-15), es traicionado por el amigo que comparte su misma mesa. Pero, aunque suceda para que se cumplan las Escrituras, es decir, «como está determinado» por Dios (Lc 22,22), el traidor carga con la responsabilidad de su acción. La mesa de la Eucaristía es para los discípulos que anhelan vivir en comunión con su Señor, pero no hay que descuidarse, pues Judas nos muestra que también pueden haber traidores sentados con Jesús o bien ámbitos de la vida que contradicen la fraternidad y la comunión.


22,21-22: Jn 6,70-71; Hch 2,23; 3,18


Yo estoy entre ustedes como el que sirve

Mt 20,25-28; Mc 10,42-45

 

24 Y se produjo una fuerte discusión sobre quién de ellos debía ser considerado el más importante. 25 Entonces Jesús les dijo: «Los reyes de las naciones dominan a sus súbditos y los que ejercen la autoridad se hacen llamar “bienhechores”. 26 Pero que entre ustedes no sea así, sino que el más importante sea como el menor y el que tiene autoridad sea como el que sirve. 27 Porque, ¿quién es más importante?, ¿el que está sentado a la mesa o el que sirve? ¿Acaso no es el que está sentado a la mesa? Sin embargo, yo estoy entre ustedes como el que sirve». 

28 «Ustedes han permanecido siempre conmigo en mis pruebas; 29 por eso yo les otorgo el Reino, así como el Padre me lo otorgó mí, 30 para que en mi Reino coman y beban en mi mesa y se sienten en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel».

 

22,24-30: Los discípulos deben seguir celebrando la Eucaristía, la nueva Pascua de los cristianos como conmemoración y realización de la Pascua de Cristo (nota a 22,7-20). Aquellos que administran la Eucaristía o nueva Pascua a sus hermanos, no deben sentirse superiores a los demás, sino hacerlo como solícitos servidores (22,25-26). Jesús mismo se pone como ejemplo por imitar cuando, sentado a la mesa, sirve a los demás la comida de su Cuerpo y de su Sangre (22,14-20) y, siendo el Maestro y el Señor, se definió como aquel que «estoy entre ustedes como el que sirve» (22,27).


22,24: Mt 18,1 / 22,25-26: Eclo 3,18-24 / 22,27: Jn 13,12-15 / 22,30: Dn 7,9-14; Ap 3,21


He rogado por ti para que no pierdas tu fe

Mt 26,31-35; Mc 14,27-31; Jn 13,36-38


31 «¡Simón! ¡Simón! Mira que Satanás ha pedido permiso para sacudirlos así como se hace con el trigo cuando se lo separa de la paja. 32 Pero yo he rogado por ti para que no pierdas tu fe y tú, una vez convertido, fortalece a tus hermanos». 33 Pedro le respondió: «¡Señor, estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y aun a la muerte!». 34 Jesús le replicó: «Te aseguro, Pedro, que hoy, antes de que cante un gallo, habrás negado tres veces que me conoces». 


22,31-34: Pedro también participa de la mesa de la Eucaristía y, a diferencia de Judas que entregó a Jesús, afirmó que él sería fiel hasta la muerte. Sin embargo, cuando sintió miedo, tal como se lo había anunciado Jesús (22,34), afirmó que no lo conocía (22,54-62). La oración de Jesús por Pedro (22,32) lo librará de sucumbir a las pruebas de Satanás, lo hará discípulo fiel y apóstol valiente, al punto de recibir el encargo de confirmar a los hermanos en el seguimiento del Resucitado. 


22,31: Am 9,9 / 22,32: Jn 21,15-19 / 22,33: Hch 21,13; 2 Sm 15,20-21


Dice la Escritura: fue contado entre los malhechores


35 Y después les preguntó: «¿Acaso les faltó algo cuando los envié sin dinero, sin bolsa con provisiones y sin sandalias?». Ellos respondieron: «¡No nos faltó nada!». 36 Entonces Jesús continuó: «Pero, ahora, el que tenga dinero que lo lleve, igualmente el que tenga una bolsa con provisiones. Y el que no tenga espada que venda su manto y se compre una. 37 Les aseguro que debe cumplirse en mí lo que dice la Escritura: Fue contado entre los malhechores [Is 53,12], porque todo lo que se refiere a mí está llegando a su fin». 38 Ellos le dijeron: «Señor, aquí hay dos espadas». Jesús les dijo: «¡Basta ya!».


 22,35-38: El comienzo de la pasión es el inicio de la confrontación entre los discípulos de Jesús y el mundo, confrontación en la comprensión de los acontecimientos según la Escritura (22,37) y en la fidelidad en el seguimiento del Crucificado. Jesús advierte a los suyos que deben estar preparados, pero al mismo tiempo les recuerda que no necesitan auxilios materiales para el seguimiento del Señor (22,35). Para hablar de la preparación del discípulo en la confrontación con el mundo, Jesús utiliza la figura de comprar una espada (22,36), pero ellos no entienden ese lenguaje y le responden que ya están armados y dispuestos a usar sus armas (22,38.49-50). Los discípulos que afirman esto, no han entendido las enseñanzas de Jesús, quien prefiere dejar el diálogo hasta allí. Frente a los conflictos y persecuciones, el discípulo tiene que ceñirse con la verdad, protegerse con la coraza de la rectitud y el escudo de la fe, ponerse el casco de la salvación y empuñar «la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios», y así, bien dispuesto y preparado, anunciar la Buena Noticia de la paz (Ef 6,14-17).


22,35: Mc 6,8-9 / 22,37: Is 53,12


¡Padre que no se haga mi voluntad, sino la tuya!

Mt 26,36-46; Mc 14,32-42

 

39 Jesús salió de allí y, según su costumbre, fue hacia el monte de los Olivos. Sus discípulos lo siguieron. 40 Cuando llegaron a ese lugar, les dijo: «Oren para que puedan enfrentar la prueba». 41 Después se alejó de ellos a una distancia como de un tiro de piedra y, poniéndose de rodillas, se puso a orar, 42 diciendo: «¡Padre, si quieres, aparta de mí esta copa amarga, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya!». 43 Entonces se le apareció un ángel del cielo que lo confortaba. 44 En medio de un gran sufrimiento, Jesús oraba con mayor fervor y su sudor era como gotas de sangre que corrían hasta el suelo. 45 Cuando terminó su oración, se levantó, fue hasta donde estaban sus discípulos y los encontró dormidos por la tristeza. 46 Entonces les dijo: «¿Por qué duermen? ¡Levántense y oren para que puedan enfrentar la prueba!».


22,39-46: Jesús se entrega a la oración, como acostumbra hacer (3,21; 5,12; 6,12), preparándose para los terribles momentos de la pasión que se avecinan. El contenido de la oración al Padre Dios que Jesús ya enseñó a sus discípulos (11,2-4), lo vive en estas circunstancias con radical intensidad: su entrega y obediencia al Padre santifica el Nombre de Dios, hace realidad su Reino y posible el perdón de los pecados. Por su fidelidad al Padre, Jesús vence la tentación de hacer su propia voluntad (22,42). En estas circunstancias tan dramáticas, donde se juega la salvación de la humanidad, los discípulos duermen. Dormirse, cansarse hasta abandonarlo todo, son actitudes de derrota frente a la confrontación con el mundo (nota a 22,35-38) que van apagando al discípulo como luz para los hombres y haciéndolo estéril como levadura entre ellos. 


22,40: Mt 6,13 / 22,41: 1 Re 8,22; Sal 95,6; Heb 5,7-8 / 22,42: Jn 12,27 / 22,43: Mt 4,11 / 22,46: Sant 1,12-14


Lc 22,43-44: varios manuscritos, incluso algunos principales, omiten estos dos versículos.


¿Con un beso entregas al Hijo del hombre?

Mt 26,47-56; Mc 14,43-49; Jn 18,2-11

 

47 Jesús todavía estaba hablando cuando se presentó una multitud. Uno de los Doce, llamado Judas, venía al frente de ellos y se acercó a Jesús para besarlo. 48 Pero Jesús le dijo: «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?». 49 Los que estaban con Jesús se dieron cuenta de lo que iba a suceder y le preguntaron: «Señor, ¿atacamos con la espada?». 50 Y uno de ellos golpeó con la espada al servidor del Sumo Sacerdote y le cortó la oreja derecha. 51 Jesús dijo: «¡Basta ya!». Y tocando la oreja del servidor, lo curó. 

52 Después dijo a los sacerdotes, a los oficiales del Templo y a los ancianos que habían venido a arrestarlo: «Han venido con espadas y palos como si fuera un delincuente. 53 Sin embargo, yo estaba todos los días con ustedes en el Templo y no me apresaron. Pero éste es el momento en que les toca actuar a ustedes, porque es la hora del poder de las tinieblas».


22,47-53: En el comienzo de la pasión, Lucas describe la terrible soledad y sufrimiento de Jesús, resaltando acciones por parte de sus discípulos que contradicen el seguimiento auténtico del Hijo del hombre: Judas, uno de los Doce, traiciona a Jesús y con un beso, falso signo de amistad, lo entrega a quienes lo vienen a arrestar; los demás discípulos demuestran que no han entendido las enseñanzas de Jesús y, mientras el Mesías vino a servir entregando su vida, ellos buscan asegurar su propia vida arrebatándosela a los demás. Estas trágicas circunstancias decantan lo que quedó en los discípulos de la enseñanza del Maestro: traición por parte de uno e incomprensión por parte del resto. Por su parte, los que no son discípulos y vienen a arrestar a Jesús, lo tratan como a un delincuente (22,52). Para Jesús es realmente el momento «del poder de las tinieblas» (22,53). Jesús es el Hijo del hombre que, como Siervo del Señor, «habituado al sufrimiento», carga nuestras culpas, sufre el castigo para nuestro bien y nos sana con su soledad y sufrimiento (Is 53,3-6).


22,47-48: Hch 1,16 / 22,53: Hch 26,18; Col 1,13


¡Mujer, yo no lo conozco!

Mt 26,57-58.67-75; Mc 14,53-54.65-72; Jn 18,12-18.25-27


54 Ellos apresaron a Jesús y lo llevaron a la casa del Sumo Sacerdote. Pedro lo seguía de lejos. 55 Habían encendido fuego en medio del patio y estaban sentados alrededor. Pedro se sentó junto con ellos. 56 Una de las servidoras lo vio sentado cerca del fuego y, mirándolo con atención, dijo: «¡Éste estaba con él!». 57 Pero él lo negó, diciendo: «¡Mujer, yo no lo conozco!». 58 Poco después lo vio otro y dijo: «Tú también eres uno de ellos». Y Pedro le respondió: «¡Hombre, yo no soy!». 59 Pasó como una hora y otro insistió: «¡Es verdad, éste estaba con él, porque también es de Galilea!». 60 Y Pedro le contestó: «¡Hombre, no sé de qué hablas!». Y enseguida, cuando Pedro todavía estaba hablando, cantó un gallo. 61 El Señor se volvió para mirar a Pedro. En ese momento Pedro se acordó de que el Señor le había dicho: «Hoy, antes de que cante un gallo, me negarás tres veces». 62 Entonces salió afuera y se puso a llorar amargamente.

63 Los hombres que habían detenido a Jesús se burlaban de él y lo golpeaban 64 y, tapándole los ojos, le decían: «¡Adivina!, ¿quién te pegó?». 65 Y le gritaban toda clase de insultos. 


22,54-65: Mientras Jesús es apresado y custodiado por los guardias que se burlan de él, lo golpean e insultan, su discípulo Pedro, que había prometido seguirlo hasta la cárcel y la muerte si fuera necesario (22,33), sólo se atreve a seguirlo «de lejos» (22,54). Luego, dando un paso más en su progresiva desvinculación con Jesús, no se atreve a confesar ante los demás que él es uno de los que lo vienen siguiendo de cerca hace ya un tiempo, tan de cerca que pertenece al círculo íntimo de los Doce. Así, Pedro niega que «estaba con él» (22,56), es decir, que ha sido elegido por Jesús para ser su discípulo y dar testimonio de él. Sin embargo, una sola mirada de Jesús lleva a Pedro a la conversión y a la penitencia (22,61-62). Todo lo contrario al actuar de Pedro, el discipulado es una íntima y profunda vinculación con Jesús que nos lleva a ser uno de los de él, es decir, a estar con él en toda circunstancia, dando testimonio de nuestra condición de seguidor ante los demás. 


22,54: Is 53,8 / 22,61-62: Hch 26,20; Ap 3,8 / 22,63-65: Is 50,6; 53,5


¿Eres tú el Hijo de Dios?

Mt 26,59-66; Mc 14,55-64; Jn 18,19-24


66 Cuando se hizo de día, se reunieron los ancianos del pueblo con los sumos sacerdotes y los maestros de la Ley y llevaron a Jesús ante la asamblea, 67 para preguntarle: «Queremos que nos digas si tú eres el Mesías». Jesús les respondió: «Si yo lo digo, no me creerán, 68 y si les pregunto, no me responderán. 69 Pero desde ahora el Hijo del hombre estará sentado a la derecha de Dios todopoderoso». 70 Todos le preguntaron: «Entonces, ¿eres tú el Hijo de Dios?». Jesús les respondió: «Ustedes dicen que yo lo soy». 71 Y ellos dijeron: «¡Ya no necesitamos testigos! ¡Nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca!».


22,66-71: Ante las autoridades religiosas de los judíos, Jesús proclama que en él van a ver realizada la gloriosa figura del Hijo del hombre revelada en el libro de Daniel (Dn 7,13-14), cuyo destino, afirmado cuando todo parece perdido, es sentarse a la derecha de Dios en los cielos (Lc 22,69). Así lo anunció el rey David del Enviado o Mesías de Dios en el Salmo 110,1: «Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos como tarima de tus pies» (Lc 20,42-43). Las autoridades religiosas que juzgan a Jesús consideran que se trata de una blasfemia (22,71), produciéndose la separación definitiva entre los judíos (y el judaísmo) y Jesús (y los cristianos). 


22,67: Jn 10,24-25 / 22,69: Sal 110,1; Hch 7,56 / 22,70: Mt 4,3; Jn 10,30-33 / 22,71: Hch 6,11-14


¿Eres tú el rey de los judíos?

Mt 27,1-2.11-14; Mc 15,1-5; Jn 18,28-38

 

231 Entonces todos se levantaron, llevaron a Jesús ante Pilato 2 y comenzaron a acusarlo, diciendo: «Hemos descubierto que este hombre pervierte a la gente al prohibir que se pague el impuesto al César y al afirmar que él es el rey Mesías». 3 Pilato le preguntó: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Jesús le respondió: «Tú lo dices». 4 Entonces Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la multitud: «No encuentro ningún delito en este hombre por lo que merezca ser condenado a muerte». 5 Pero ellos insistían diciendo: «Con sus enseñanzas provoca la sublevación de la gente en toda Judea, desde Galilea -donde comenzó- hasta aquí». 


23,1-5: Jesús, que ante las autoridades judías fue declarado culpable del delito religioso de ser el Hijo de Dios (nota a 22,66-71), ante Poncio Pilato, la autoridad romana, es denunciado por el delito político de ser un galileo revolucionario que se proclama Rey-Mesías en contra del Emperador y que subleva al pueblo para liberar a Israel de los impuestos y del Imperio romano (23,2.5), como tantos de la época lo intentaron (Hch 5,36-37). Sin embargo, Pilato lo interroga y no encuentra delito en él que merezca la pena de muerte (Lc 23,4). Pero la decisión religiosa, verdadero motivo en las autoridades judías para acabar con Jesús, ya está tomada y no hay marcha atrás (22,71). 


23,2: Mt 12,10; Mc 3,2


Herodes y sus soldados lo trataron con desprecio


6 Cuando Pilato oyó esto, preguntó si este hombre era de Galilea. 7 Le informaron que pertenecía a la jurisdicción de Herodes. Como en esos días Herodes estaba en Jerusalén, Pilato se lo envió. 

8 Herodes se alegró mucho al ver a Jesús, porque quería conocerlo desde hacía mucho tiempo por lo que oía acerca de él, y esperaba que hiciera en su presencia algún milagro. 9 Le habló haciéndole muchas preguntas, pero Jesús no le respondió nada, 10 aun cuando los sumos sacerdotes y los maestros de la Ley, que estaban presentes, lo acusaban con insistencia. 11 Entonces Herodes y sus soldados lo trataron con desprecio y, para burlarse de Jesús, lo vistieron como rey y lo mandaron nuevamente a Pilato. 12 Ese día Herodes y Pilato volvieron a ser amigos, porque antes habían estado enemistados.


23,6-12: Jesús fue acusado por las autoridades judías de delitos políticos ante Poncio Pilato, autoridad romana en Judea, quien no encuentra ninguna culpa en él (nota a 23,1-5). Por lo mismo, Pilato envía a Jesús a Herodes Antipas, la autoridad de Galilea, para que lo juzgue. Desde hace tiempo Herodes quería ver a Jesús para conocerlo y ser testigo de alguno de sus milagros (23,8). Como Jesús no se presta para ello ni responde a sus preguntas, Herodes y sus soldados lo tratan con desprecio y se burlan de él, vistiéndolo como rey. Sin saberlo, los adversarios de Jesús cumplen el plan salvador de Dios contenido en las Escrituras: Jesús es realmente el Rey-Mesías, puesto por Dios para ser fuente de amistad con él y entre los hombres (23,12). 


23,7: Lc 3,1 / 23,8-12: Hch 4,26-28


Pilato les entregó a Jesús

Mt 27,15-26; Mc 15,6-15; Jn 18,38-40; 19,16


13 Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los dirigentes y al pueblo 14 y les dijo: «Ustedes me trajeron a este hombre acusándolo de provocar al pueblo a la rebelión. Pero yo lo interrogué delante de ustedes mismos y no encontré ninguno de los delitos de que lo acusan. 15 Tampoco nada encontró Herodes, ya que lo ha mandado de vuelta. Él, pues, no ha cometido nada que merezca la condena a muerte. 16 Por tanto, lo castigaré y lo dejaré en libertad». [17]. 

18 Entonces toda la multitud gritó: «¡Condena a éste y deja en libertad a Barrabás!». 19 Barrabás estaba en la cárcel, porque había matado a una persona durante un disturbio producido en la ciudad. 20 Pilato les habló de nuevo, porque quería liberar a Jesús, 21 pero ellos gritaban: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!». 22 Pilato, entonces, les habló por tercera vez, diciendo: «¿Qué mal ha hecho? No encontré ningún delito por el que merezca ser condenado a muerte. De modo que lo voy a castigar y lo dejaré en libertad». 23 Pero ellos insistían, pidiendo a gritos que lo crucificara y sus gritos eran cada vez más fuertes. 

24 Entonces Pilato decidió acceder a su petición: 25 les dejó en libertad al que pedían, que estaba en la cárcel por disturbio y homicidio, y les entregó a Jesús para que hicieran con él lo que quisieran.


23,13-25: A lo largo de este nuevo encuentro de Jesús con Pilato (23,6-7), éste reconoce por tres veces que el acusado es inocente (23,14.15.22) y que, por tanto, no merece la pena de muerte que exigen las autoridades judías. Sin embargo, para contentar a todos, a ellos y a la multitud, Pilato amenaza con castigar mediante azotes a Jesús y liberar a Barrabás, encarcelado por homicida. Pero todos piden que entregue a Jesús para crucificarlo y que deje en libertad a Barrabás. Y así, quien por tres veces afirma que Jesús no tiene ningún delito que merezca la muerte, se los entregó «para que hicieran con él lo que quisieran» (23,25). De manera dolorosa y escandalosa queda retratada la corrupción de la justicia precisamente ante el Justo de Dios, resaltando más aún el inmenso amor de Dios. 


23,18: Hch 21,35-36 / 23,21: Hch 5,30 / 23,25: Hch 2,36


Lc 23,17: varios manuscritos, aunque no los principales, añaden este versículo: «En cada fiesta de Pascua, el gobernador tenía la obligación de concederles la libertad de un preso», glosa explicativa que proviene de Mt 27,15.


Lloren más bien por ustedes y por sus hijos

Mt 27,31-32; Mc 15,20-21; Jn 19,16-17


26 Cuando se llevaban a Jesús, detuvieron a un hombre de Cirene, llamado Simón, que volvía del campo, y lo obligaron a cargar la cruz para que la llevara detrás de Jesús.

27 Seguía a Jesús una gran multitud del pueblo y de mujeres que lloraban y se lamentaban por él. 28 Pero Jesús, volviéndose a ellas, les dijo: «¡Mujeres de Jerusalén, no lloren por mí! Lloren más bien por ustedes y por sus hijos, 29 porque vendrán días en los que dirán: ¡Dichosas las mujeres estériles, las que no concibieron ni amamantaron! 30 Y la gente comenzará a decir a las montañas: ¡Caigan sobre nosotros!, y a las colinas: ¡Escóndannos! [Os 10,8] 31 Porque si hacen esto con una rama verde, ¿qué no harán con una rama seca?».


23,26-31: Simón, natural de Cirene, aunque es obligado a llevar la cruz de Jesús caminando detrás de él (23,26), se transforma en imagen del discípulo del Señor, de aquel que, por seguirlo, carga con su propia cruz (14,27) y acompaña al Mesías en el cumplimiento del plan salvador de Dios. No sólo para Simón de Cirene, también para todos los discípulos, cargar con la propia cruz es ahora cargar la cruz de Jesús, y la cruz de Jesús es fuente de redención, por lo que es posible cargarla con fidelidad hasta el final en servicio de toda la humanidad. La multitud no está de acuerdo con la decisión de las autoridades respecto a Jesús, pues perciben que lo han condenado injustamente. Por eso son muchos los que acompañan a Jesús con señales de duelo como el llanto y los lamentos (23,27). Pero Jesús les hace ver que si un inocente es tratado de esta manera, lo que ellos padecerán cuando se destruya Jerusalén será mucho más terrible (23,31; ver 21,20-24). Todo, sin embargo, se puede sobrellevar con esperanza y sentido cristiano si se camina detrás de Jesús, llevando la propia cruz como si fuera la de él, como lo hace Simón de Cirene, completando así lo que falta a la pasión de Jesucristo (Col 1,24). 


23,26: Mc 8,27 / 23,29-30: Os 9,14; Ap 6,16 / 23,31: Ez 21,3.8


Éste es el rey de los judíos

Mt 27,33-44; Mc 15,24-32; Jn 19,17-24


32 Junto con Jesús llevaban a dos malhechores para ejecutarlos. 

33 Cuando llegaron al lugar llamado “La Calavera”, crucificaron a Jesús y a los dos malhechores, uno a su derecha y otro a su izquierda. 34 Jesús decía: «Padre, perdónalos, no saben lo que hacen». Después hicieron un sorteo y se repartieron sus ropas [Sal 22,19].

35 El pueblo estaba contemplando. Los jefes se burlaban y le decían: «¡Salvó a otros! ¡Que se salve a sí mismo si éste es el Mesías de Dios, el elegido!». 36 Los soldados también se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, 37 le decían: «¡Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo!». 38 Encima de él había un cartel con la inscripción: «Éste es el rey de los judíos». 

39 Uno de los malhechores que estaba colgado junto a él, lo insultaba y decía: «¿Acaso no eres el Mesías? ¡Sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros!». 40 El otro lo reprendió, diciendo: «¿Ni siquiera respetas a Dios cuando estás sufriendo la misma pena? 41 Nosotros padecemos justamente, porque recibimos lo merecido por lo que hemos hecho, pero él no hizo nada que merezca castigo». 42 Y agregó: «¡Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu Reino!». 43 Jesús le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso».


23,32-43: Aunque condenado injustamente, Jesús ora por los que lo crucifican, dando ejemplo a sus discípulos de cómo conducirse frente a los adversarios y perseguidores (Hch 7,60). La respuesta no es la ley del talión, sino el amor generoso y gratuito a los enemigos (Lc 6,27-28.35-36). Los que se burlan de Jesús, le piden que use su poder de rey para liberarse del suplicio. Jesús no les responde, y sólo le contesta al delincuente crucificado junto a él que le pide ayuda. Jesús no usa su vida y su poder en beneficio propio, sino para servir a los demás. Y su servicio es la donación de su propia vida y poder de Rey y Mesías para salvación de cuantos crean en él. La salvación de Dios ofrecida por su Mesías no es para la otra vida, sino para ésta: «Hoy estarás conmigo en el paraíso», le promete Jesús a uno de los malhechores (23,43). La vida entregada del Hijo de Dios y la adhesión a él por la fe hacen posible hoy y aquí la salvación de Dios (2,11; 4,21; 19,9). La salvación hoy, real y verdadera, es el servicio del Crucificado.


23,34: Is 53,12; Sal 22,18-19 / 22,36: Sal 22,7-8 / 22,43: Gn 2,8


Lc 23,34: varios manuscritos, incluso principales, omiten la primera parte de este versículo.


¡Padre, en tus manos entrego mi espíritu!

Mt 27,45-56; Mc 15,33-41; Jn 19,28-30

 

44 Era casi mediodía y se oscureció toda la tierra hasta media tarde, 45 porque el sol había dejado de brillar. La cortina del Templo se rasgó por la mitad. 46 Y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: «¡Padre, en tus manos entrego mi espíritu[Sal 31,6]. Y después de decir esto, expiró. 

47 El oficial romano, viendo lo que sucedía, glorificó a Dios, diciendo: «¡Verdaderamente, este hombre era justo!». 48 Toda la multitud que se había congregado para observar este acontecimiento, al ver lo sucedido se retiraba golpeándose el pecho. 

49 Todos los conocidos de Jesús se mantenían a distancia y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea contemplaban todo esto.


23,44-49: Las tinieblas al mediodía (23,44) corresponden a la figura con la que los profetas anunciaron el día del juicio de Dios sobre los habitantes del mundo (Jl 2,10; 4,15; Am 8,9). El Cuerpo entregado y la Sangre derramada del Mesías inclinan el juicio divino a favor del pecador, y la humanidad queda reconciliada con Dios. Todos tienen libre acceso al Padre (Heb 10,19-22), lo que se simboliza en el hecho de que se rasga por la mitad la cortina del Templo (Lc 23,45), cortina que ocultaba y separaba el lugar de la presencia de Dios y que nadie podía traspasar (Lv 16,2). Jesús muere entregándose con absoluta confianza en las manos del Padre (Sal 31,6 citado en Lc 23,46). Por lo mismo, al ver lo que sucede, un centurión u oficial romano reconoce que Jesús es justo, es decir, que en aquella situación tan extrema, entrega su vida porque acepta y cumple la voluntad de Dios. La multitud, golpeándose el pecho en gesto de penitencia, se retira del lugar (Lc 23,48). La muerte del Mesías ha producido la reconciliación universal. Los discípulos contemplan, esperando alcanzar el significado profundo de estos acontecimientos (23,49).


23,45: Éx 26,31-33 / 23,46: Hch 7,59 / 23,49: Sal 38,11


Lo colocó en un sepulcro excavado en la roca

Mt 27,57-61; Mc 15,42-47; Jn 19,38-42


50 Había un miembro del Consejo de ancianos que se llamaba José. Éste era un hombre bueno y justo 51 que esperaba la llegada del Reino de Dios, y no había estado de acuerdo con las decisiones y acciones de los demás. Era de la ciudad de Arimatea, en la región de Judea. 52 José fue a ver a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. 53 Y bajándolo de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca en el que hasta entonces nadie había sido sepultado. 54 Era un día viernes y ya estaba por comenzar el sábado. 

55 Las mujeres que habían acompañado a Jesús desde Galilea siguieron a José, vieron el sepulcro y cómo colocaban allí el cadáver. 56 Cuando regresaron a sus casas prepararon perfumes y mirra. Sin embargo, el día sábado tuvieron que observar el descanso como está mandado en la Ley. 


23,50-56: José de Arimatea, «un hombre bueno y justo» (23,50), miembro del Consejo de ancianos, estaba en desacuerdo con la condena pronunciada por los demás contra Jesús (23,51). Aunque no era costumbre sepultar a los condenados a muerte, tuvo la valentía de presentarse ante Pilato para pedirle el cadáver de Jesús. Pilato, que lo había condenado a muerte convencido de su inocencia (23,14-15.22), permite que lo sepulten. Sepultan a Jesús en un sepulcro que, según la Ley, era puro, porque no había sido depositado allí ningún otro cadáver. Las mujeres preparan los perfumes para ungir el cuerpo de Jesús pero, aunque lo hacen movidas por el afecto, les falta fe: ¡no buscan más que perpetuar el recuerdo de un muerto!


23,52: Gn 25,9; 50,13 / 23,56: Jn 12,3.7


Lc 23,53: algunos manuscritos, aunque no los principales, añaden al final del versículo: «E hizo rodar una gran piedra ante la puerta del sepulcro», probablemente intentando preparar y hacer comprensible lo de 24,2.


2- Resurrección y apariciones del Mesías


24,1-49. Esta última parte del evangelio está dedicada a los acontecimientos gloriosos de Jesucristo sucedidos luego de su muerte en Jerusalén (nota a 22,1-24,49), es decir, su resurrección y ascensión al cielo. Al relatarlos, Lucas ha puesto especial empeño en mostrar las consecuencias que estos hechos tienen para los discípulos. Las mujeres (24,1-11), sin ver al Resucitado y luego de recibir el testimonio por parte de dos testigos (lo que exige el Antiguo Testamento: Dt 19,15), llevan la buena noticia a los demás discípulos. Los dos discípulos que regresan desilusionados a Emaús, viven la experiencia del encuentro con el Resucitado que les transforma la vida y la mentalidad, conversión que se significa con el retorno inmediato a la ciudad de Jerusalén donde está la comunidad reunida (Lc 24,13-35). Por último, los Once pueden ver al Resucitado (24,36-49) y por eso son testigos creíbles que deben anunciar la muerte y la resurrección del Mesías a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén (24,47).


No está aquí: ¡ha resucitado!

Mt 28,1-10; Mc 16,1-8

 

241 El primer día de la semana, muy temprano, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado, 2 pero encontraron que la piedra estaba corrida. 3 Cuando entraron, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús 4 y quedaron desconcertadas por esto. De pronto se presentaron dos hombres con vestiduras resplandecientes, 5 y como estaban aterrorizadas y no levantaban la vista del suelo ellos les dijeron: «¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? 6 No está aquí: ¡ha resucitado! Acuérdense de lo que les dijo cuando todavía estaba en Galilea: 7 “Que el Hijo del hombre debía ser entregado en manos de los pecadores, debía ser crucificado y que resucitaría al tercer día”». 8 Entonces ellas se acordaron de sus palabras. 

9 Al regresar del sepulcro, anunciaron todo esto a los Once y a todos los demás. 10 María Magdalena, Juana y María, la madre de Santiago, y las otras que estaban con ellas contaron estas cosas a los apóstoles, 11 pero a ellos les pareció una locura y no les creyeron. 12 Pedro, en cambio, fue corriendo hasta el sepulcro y, al asomarse, sólo vio las sábanas. Entonces regresó sorprendido por lo que había sucedido.


24,1-12: En ninguno de los cuatro evangelios se relata cómo resucitó Jesús. Todos se centran en el relato del hallazgo de la tumba vacía y en el anuncio de la resurrección dado por mensajeros celestiales; todos coinciden en que esto sucedió «el primer día de la semana» (24,1), es decir, el día Domingo. Las mujeres que van al sepulcro con la intención de ungir el cadáver, se encuentran que la piedra del sepulcro está corrida y que hay dos hombres con vestiduras resplandecientes que les anuncian la resurrección de Jesús. Estas mujeres son las primeras mensajeras de la resurrección, pero chocan con la incredulidad de los Once y de los demás discípulos (24,9-11). La resurrección de Jesús es la respuesta de amor del Padre al amor y obediencia de su Hijo; es el acontecimiento que sella el don de la salvación como vida que brota para siempre del amor de Dios. Por esta razón, si Jesucristo no hubiera resucitado, nuestra fe en Dios y en su salvación sería vana (1 Cor 15,17).


24,1: Hch 20,7 / 24,6: Mc 14,28 / 24,7: Mc 10,33-34 / 24,10: Mt 27,55-56


Lc 24,12: algunos manuscritos, aunque no los principales, omiten este versículo.


Reconocieron a Jesús en el momento de partir el pan

Mc 16,12-13


13 Ese día, dos de ellos iban caminando hacia una aldea llamada Emaús, situada a unos diez kilómetros de Jerusalén. 14 Iban conversando sobre todo lo que había sucedido. 15 Mientras hablaban y discutían, Jesús se acercó y se puso a caminar con ellos, 16 pero algo en sus ojos impedía que lo reconocieran. 17 Jesús les preguntó: «¿De qué van hablando por el camino?». Entristecidos, se detuvieron 18 y, uno de ellos, llamado Cleofás, le dijo: «¿Tú eres el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que sucedió en estos días?». 19 Él les preguntó: «¿Qué sucedió?». Le respondieron: «Lo de Jesús de Nazaret, que fue un profeta poderoso en hechos y palabras delante de Dios y de todo el pueblo. 20 Los sumos sacerdotes y nuestras autoridades lo entregaron para que fuera condenado a muerte y lo crucificaron. 21 Nosotros esperábamos que él liberaría a Israel, pero ya van tres días que sucedió todo esto. 22 Es cierto que algunas mujeres de nuestro grupo nos han desconcertado, porque fueron temprano al sepulcro, no encontraron el cuerpo del Señor Jesús 23 y volvieron asegurando que habían tenido visiones de ángeles que les dijeron que él vive. 24 Algunos de los que están con nosotros fueron al sepulcro y encontraron todo como habían dicho las mujeres, pero a él no lo vieron». 

25 Entonces Jesús les dijo: «¡Qué torpes son para entender! ¡Cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los Profetas! 26 ¿Acaso el Mesías no debía padecer todo esto para entrar en su gloria?». 27 Y comenzando por Moisés y todos los Profetas, les explicó todo lo que en las Escrituras se refería a él. 

28 Cuando se acercaron a la aldea a la que se dirigían, Jesús hizo como que iba a pasar de largo, 29 pero lo retuvieron insistiéndole: «¡Quédate con nosotros! Ya es tarde y el día se acaba». Entonces entró para quedarse con ellos. 30 Jesús se sentó a cenar, tomó el pan, pronunció la oración de acción de gracias, lo partió y se lo dio. 31 Los ojos de ellos se abrieron y lo reconocieron, pero él desapareció de su vista. 32 Entonces se dijeron uno a otro: «¿Acaso no ardía nuestro corazón cuando nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?». 

33 Y en ese mismo instante se pusieron en viaje y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos. 34 Éstos decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se apareció a Simón!». 35 Y por su parte, los que habían regresado de Emaús, les relataron lo que les sucedió en el camino y cómo habían reconocido a Jesús en el momento de partir el pan.


24,13-35: El relato de los dos discípulos que regresan de Jerusalén a la aldea de Emaús responde a una inquietud vital de la comunidad del Resucitado: “¿Dónde encontraremos a Jesús después de su resurrección si, al subir al cielo, ya no estará con nosotros?”. Cleofás y el otro discípulo van tristes y apesadumbrados, porque habían puesto su esperanza en un liberador socio-político de Israel (24,21) y, con su muerte, ninguna de sus expectativas se cumplieron. Por esa razón, la muerte de Jesús es un fracaso sin igual para ellos que aún no creen en el anuncio de las mujeres de que Cristo resucitó (24,10-11.22-24). Por eso, a pesar de que Jesús camina con ellos, no están en condiciones de reconocerlo (24,15-16). La pregunta, por tanto, no es si Jesús va estar o no con nosotros, sino si sabemos reconocerlo gracias a las mediaciones de encuentro con él. Hay que reconocer al Resucitado en la vida discernida a la luz de la fe (24,19-24), en la Sagrada Escritura leída desde el misterio pascual de Jesús (24,25-27), en los sacramentos y, particularmente, en la Eucaristía (24,28-30), y en la comunidad reunida presidida por los apóstoles, comunidad que comparte la fe y la alegría de la resurrección de su Señor (24,33-35). Estas mediaciones de encuentro tienen tal capacidad de hacer presente a Cristo que hacen arder el corazón y abren los ojos para reconocer que el Crucificado es el Resucitado (24,31-32). Del gozo del encuentro brota el misionero, testigo alegre de la vida que regala el Resucitado. 


24,16: Jn 20,14 / 24,18: Jn 19,25 / 24,19: Hch 3,22 / 24,25-26: 1 Pe 1,10-11 / 24,27: Mt 5,17 / 24,30-31: 1 Cor 10,16-17 / 24,34: 1 Cor 15,5


Ustedes son testigos de estas cosas

Mt 28,16-20; Mc 16,14-18; Jn 20,19-23; Hch 1,6-8


36 Estaban diciendo estas cosas, cuando Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!». 37 Ellos, sorprendidos y aterrorizados, creían estar viendo un espíritu. 38 Entonces Jesús les dijo: «¿Por qué están tan asustados? ¿Por qué tienen esas dudas? 39 Miren mis manos y mis pies. ¡Soy yo mismo! Tóquenme y vean: un espíritu no tiene carne y huesos como ven que yo tengo». 40 Al decir esto, les mostró las manos y los pies. 41 Como ellos todavía no creían por la alegría y seguían muy asombrados, Jesús les preguntó: «¿Tienen aquí algo para comer?». 42 Ellos le ofrecieron un trozo de pescado asado. 43 Él lo tomó y lo comió en presencia de todos. 

44 Después añadió: «Esto es lo que les dije cuando todavía estaba con ustedes: que se debía cumplir todo lo que está escrito acerca de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos». 45 Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran entender las Escrituras 46 y les dijo: «Está escrito que el Mesías iba a padecer y resucitar al tercer día de entre los muertos 47 y, comenzando por Jerusalén, se iba a predicar en su nombre la conversión y el perdón de los pecados a todas las naciones. 48 Ustedes son testigos de estas cosas. 49 Yo enviaré sobre ustedes lo que mi Padre les ha prometido. Ustedes, por su parte, permanezcan en Jerusalén hasta que sean revestidos de la fuerza que viene de lo alto».


24,36-49: Lucas coloca un especial interés en mostrar mediante este relato de la aparición del Resucitado a sus discípulos que éstos no son testigos de una ilusión, porque lo que ven no es una visión o un fantasma. Por eso destaca el hecho de que Jesús los invita a constatar con la vista y el tacto que es él mismo (24,39-40) y, por tanto, que el que había sido crucificado es ahora el Resucitado. Aún más, para disipar toda duda come en presencia de ellos. Una vez que los discípulos están seguros de que es Jesús resucitado y que no se trata de una visión, Jesús les da la capacidad de entender que la actual condición del Mesías responde a las Escrituras, esto es, al mismo querer de Dios (24,44-46). Ellos, que han sido testigos de todas estas cosas, se constituyen ahora en «servidores de la Palabra» (1,2), y tendrán que ir a anunciar a todo el mundo el perdón de los pecados (24,47-48). Porque la misión sigue siendo la del Resucitado y excede las fuerzas humanas, el Señor les promete el envío del Espíritu Santo, promesa con la que Lucas prepara a sus lectores para el relato de la misión de los apóstoles y de la Iglesia que continuará en el libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 1,3-8).


24,36: Jn 14,27 / 24,39: 1 Jn 1,1 / 24,43: Hch 10,41 / 24,46: Is 53,1-12; Os 6,2 / 24,47: Hch 2,14-39 / 24,49: Jn 14,16-17


Conclusión


Y fue llevado al cielo

Mc 16,19-20; Hch 1,9-11


50 Después Jesús los llevó hasta un lugar cerca de Betania y, alzando las manos, los bendijo. 51 Mientras los bendecía se separó de ellos y fue llevado al cielo. 52 Los discípulos se postraron ante él, y luego regresaron con gran alegría a Jerusalén 53 y estaban siempre en el Templo alabando a Dios. 


24,50-53: La despedida de Jesús, lejos de ser un incidente melancólico, es un momento de bendición y de enorme alegría (24,50.52). Así como Lucas ha comenzado el relato de su evangelio con un evidente clima de alegría y de oración y con Zacarías en el Templo (1,8-9.14.47.58), lo termina con discípulos gozosos esperando el cumplimiento de la promesa del Espíritu y acudiendo al Templo a alabar a Dios por la salvación otorgada. Cuando Jesús resucitado es elevado a la gloria del Padre, los discípulos entienden quién es él y lo reconocen postrándose en actitud de respeto y adoración. Al subir Jesús a la gloria del Padre se inicia el tiempo del Espíritu enviado a animar a la comunidad del Resucitado para que, hasta el final de los tiempos, dé testimonio de todos estos acontecimientos (24,48). 


24,50: Lv 9,22; Mt 21,17 / 24,51: Mt 17,1-8 / 24,52: Eclo 50,20