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ATRAS

(28 capítulos)

BUENA NOTICIA ACERCA DE JESÚS SEGÚN MATEO


Introducción


I- «La voluntad del Padre… es que no se pierda ni uno de estos pequeños» (18,14): la comunidad de Mateo


Iniciadas las persecuciones contra las comunidades judeocristianas de Palestina, muchos de sus miembros emigraron a otras regiones para buscar refugio y llevar allá el mensaje de salvación. Así pasó, por ejemplo, en las costas del Mediterráneo, como queda atestiguado por Hechos 11,19-30. Varias de estas ciudades se caracterizaban por ser cosmopolitas. Confluían en ellas una gran cantidad de personas, de distintas nacionalidades, condiciones sociales y confesiones religiosas. Destacaban los grupos formados por judíos, a los que poco a poco se fueron sumando también los cristianos, en un primer momento no distinguidos con claridad de los primeros.

La destrucción de Jerusalén, ocurrida en el año 70 d.C. por parte de los romanos, agudizó más la situación mencionada, de manera que las comunidades inicialmente judeocristianas tuvieron que dejar Israel y empezaron a crecer en las

 grandes urbes grecorromanas, como ocurrió en Antioquía de Siria. Esta ciudad no sólo tuvo la fortuna de conocer a Pablo, sino también de servir de punto de partida de los viajes misioneros del Apóstol de los gentiles. Él y otros evangelizadores se habían encargado de sembrar y cultivar la fe. El núcleo básico había sido judeocristiano, pero poco a poco se iban integrando los convertidos del paganismo. En este mismo lugar Pedro desempeñó un papel importante (Gál 2,11-14) y su autoridad -como más tarde testimoniará Orígenes, un escritor cristiano del siglo III- llegó a ser indiscutible.

Entre el tiempo que va desde la destrucción de Jerusalén hasta antes del final del siglo I, un judeocristiano que con el tiempo fue identificado como Mateo –no necesariamente el Apóstol que llevaba este nombre, más aún, podría incluir a otros más que intervinieron en la composición y redacción del evangelio–, partiendo de trabajos precedentes como el de Marcos y de otras fuentes, hizo una relectura del mensaje de Jesús transmitido en su comunidad. Su objetivo fue responder a las cuestiones surgidas de la situación mencionada: ¿cuál es el valor de las profecías y de la Ley?; ¿el Antiguo Testamento sigue siendo válido?; ¿se puede ser cristiano sin observar las prácticas judías o éstas son estrictamente necesarias?; ¿es válida la apertura a los paganos?; ¿cómo queda el proyecto de Dios iniciado con el pueblo de Israel?

Responder a esas preguntas no era tarea fácil. Había que lograr un equilibrio entre la enseñanza de Pablo, que sostenía la superación de la Ley por la acción salvífica de Jesucristo y la validez del proyecto salvífico de Dios que tuvo sus inicios en la alianza con Israel, para evitar la tendencia judaizante o aquella otra de carácter gnóstico que desconocía cualquier valor al Antiguo Testamento. Este equilibrio representaba un reto demasiado grande.

Por otra parte, no es fácil llegar a conocer con exactitud al autor del evangelio al cual la tradición le dio el nombre de “Mateo”. Mucho tiempo se aceptó sin problemas que dicho autor fue el apóstol que llevó este nombre, es decir, el cobrador de impuestos, conocido también como Leví. De hecho, ya desde la primera mitad del siglo II d.C., Papías, obispo de Hierápolis, en el Asia Menor, hablaba de un “Mateo” que habría ordenado, «con el estilo hebreo», los dichos del Señor. De ahí partió también la hipótesis de un pretendido evangelio escrito en arameo, lo cual resulta muy improbable. Lo cierto es que el Evangelio según Mateo, tal como ha llegado a nosotros, procede de una comunidad judeocristiana en proceso de apertura al paganismo y de un autor o autores judeocristianos versados en las Escrituras. El conocimiento y el empleo de citas bíblicas es notorio, casi siempre tomadas de la Biblia griega, la llamada Versión de los Setenta.


II- «Si no superan a los maestros de la Ley y a los fariseos…» (5,20): la teología de Mateo


1- Mateo, camino y cumplimiento, continuidad y superación


A pesar de las aparentes contradicciones, el Evangelio según Mateo es un ejemplo de la destreza y capacidad de reflexión teológica que tuvieron las comunidades cristianas primitivas. En efecto, Mateo posee una enorme riqueza, pero con rasgos que a primera vista parecen un poco desconcertantes. Está profundamente enraizado en el Antiguo Testamento, como lo demuestran sus frecuentes alusiones a la Escritura, reclamando su cumplimiento, pero al mismo tiempo introduce datos que apuntan a una apertura más allá de las fronteras de Israel: presenta a Jesús sentenciando el valor absoluto de la Ley, hasta en la más pequeña coma, pero al mismo tiempo ofrece enseñanzas que la superan; Cristo y sus discípulos tienen como objeto de misión las ovejas perdidas de la casa de Israel, pero ya desde el inicio es manifiesto el interés por la predicación a los no judíos; Juan Bautista es el más grande nacido de mujer y aun siendo más que profeta es menor que el más pequeño en el Reino, etc. 

Estos y otros detalles que recorren Mateo pueden provocar algunas dificultades en su lectura y comprensión. Sin embargo, aquí es donde radica precisamente el genio de este autor.

En efecto, Mateo, en la redacción final de su evangelio, presenta una teología de la historia de la salvación en forma unitaria y concatenada, es decir, traza una línea continua que parte desde el «origen de Jesús Mesías» (Mt 1,1) y apunta al «fin de los tiempos» (28,20), con dos momentos básicos: camino y cumplimiento, los que se encuentran, se engarzan y se funden en una sola historia.

El Señor de la única historia es Dios, quien con su voluntad soberana rige los acontecimientos y los conecta en una maravillosa interacción, de modo que los gérmenes anuncian y preparan los desarrollos más profundos y éstos asumen y recogen dichos elementos germinales, en lo que se puede llamar una constante continuidad-superación.


2- Jesús, el Mesías que cumple la voluntad salvadora de Dios


El momento central sobre el que gira toda la historia y donde tiene lugar el momento definitivo del Reino es la llegada de Jesús, el Mesías e Hijo amado del Padre. Este no puede ser sino el Emmanuel (“Dios-con-nosotros”), la prueba más clara de la presencia de Dios en la historia, quien la lleva a su plenitud y quien la acompaña hasta la consumación de los siglos.

En Mateo 3,15 se define la misión del Mesías, que inaugura la etapa definitiva, como cumplir toda justicia, es decir, cumplir a cabalidad lo que Dios ha dispuesto en su plan de salvación. Con estos términos programáticos, el evangelista sintetiza el propósito principal de la obra de Jesús: llevar a plena realización todo lo previsto por el Padre celestial. Si bien su misión se ubica en la plenitud del plan salvífico divino, no cancela los pasos anteriores, sino que los recoge, los asume y los lleva a su cumplimiento.

Para Mateo, lo revelado por Dios en el Antiguo Testamento no sólo es vigente, sino que da lugar a la dinámica continuidad-superación. Por esto la misión de Cristo, quien viene a cumplir «todo lo dispuesto en el plan de Dios» (Mt 3,15), está perfectamente conectada con aquellas realidades antiguas, siendo también el Bautista, venido para realizar lo que le corresponde en el camino de la salvación planeado por Dios, otro de los eslabones que conecta la preparación con la plenitud. En otras palabras, conecta el camino y el cumplimiento. 

Juan Bautista recapitula el resto fiel de Israel. Él es Elías, el gran profeta, el esperado para los últimos tiempos; por eso, siendo menor que el más pequeño en el Reino es también más que profeta, incluso puede iniciar su proclamación con palabras idénticas a las Jesús (Mt 3,2; 4,17). 

Se puede decir que donde llega a su fin la preparación del plan salvador de Dios, allí comienza precisamente su cumplimiento por parte del Mesías. Más aun, las fronteras se entrelazan, pues para Mateo no existe una división matemática de los dos momentos de la historia de la salvación, porque ésta es una sola. El camino ingresa en el cumplimiento y el cumplimiento asume el camino en una gran interacción, como queda confirmado por el encuentro entre el Bautista y Jesús.

El mejor modo de expresar esa realidad continuativa y, al mismo tiempo, innovadora, ha sido logrado por el evangelista por medio del concepto justicia o plan salvador de Dios, sobre todo en los dos textos claves: Mateo 3,15 y 21,32. Así pues, la relación interpersonal que tiene lugar entre Cristo y su precursor, es decir, entre el que viene a cumplir «todo lo dispuesto en el plan de Dios» (Jesús) y el que viene por el camino trazado por Dios en su plan de salvación (Juan Bautista), ilustra claramente la interrelación entre el antiguo y el nuevo período de la historia, entre Antiguo y Nuevo Testamento.

Esta nueva y definitiva etapa, según Mateo, exige una conversión radical y un nuevo modo de existir para los miembros de la comunidad mesiánica. La vida de los creyentes sólo puede tener su fundamento en quien ha traído esa plenitud. El plan salvador de Dios que viene a cumplir Jesús comporta una nueva vida y una nueva relación con Dios y con los demás seres humanos e incluye nuevas actitudes, pero sin perder la conexión con las exigencias del Señor al pueblo de Israel, es decir, la Ley dada por Dios, como don y exigencia. De este modo, la plenitud conlleva, para los discípulos de Jesús, una vida según el plan de Dios, proclamado básicamente en el sermón de la montaña y cuyo eco se extiende a lo largo de todo el evangelio.

La justicia, o el actuar según el plan salvador de Dios, que identifica a los creyentes, consiste pues en la adhesión auténtica a Cristo y a su misión, con todas las consecuencias que esto implica. Así, las dos épocas de la historia son también asumidas por los discípulos.

Para comprender mejor la obra de Mateo, es necesario ubicarnos en su tiempo y en su ambiente. De este modo, podemos también nosotros releer el mensaje salvífico y aplicarlo a nuestra propia situación, en este siglo XXI, en nuestra realidad latinoamericana.


3- Mateo, un evangelio abierto a los paganos


Hemos enfatizado el momento importante que vive la comunidad donde tuvo lugar el Evangelio según Mateo, el cual ha surgido en un ámbito eminentemente judeocristiano, pero ya se alcanza a descubrir un proceso cada vez más fuerte de apertura a los paganos, en un momento crucial y decisivo para la Iglesia. La comunidad de Mateo se enfrentaba con la disyuntiva entre quedar constituida como un grupo anclado en el judaísmo, a pesar de la aceptación de Jesús como Mesías, o de otro modo romper los moldes judíos para abrirse a la realidad, innegable ya en otras comunidades cristianas, de la incorporación de miembros pagano-cristianos. La decisión no era asunto fácil. Había que conjugar elementos heterogéneos y tendencias diversas, a veces enfrentadas entre sí.

Hay datos que acusan todavía lazos con el judaísmo, como el marcado interés por el sábado (Mt 24,20) o la disputa del tributo para el Templo (17,24-27). Pero al mismo tiempo también Mateo habla de las sinagogas “de ustedes”, diferenciándolas claramente de su propia comunidad. Por eso podemos decir que la comunidad de Mateo va cobrando poco a poco conciencia de su identidad. Va descubriendo quién es ella y cuál es la misión que ha recibido del Señor. El proceso resulta lento y difícil. Es necesario ir reflexionando en torno a las implicaciones del mensaje de Jesús.

Aunque nuestras realidades latinoamericanas no pueden ser iguales a las de Mateo en su tiempo, sí podemos señalar que algunos desafíos siguen vigentes. Especialmente el reto de no perder de vista la identidad de nuestras comunidades cristianas: qué son, por qué y para qué existen, es decir, cuál es su misión específica. Necesitamos tener suficiente claridad en la propuesta de vida que nos hace este evangelio, poder testimoniarla. En muchos lugares existe la amenaza de la confusión por la presencia de doctrinas ajenas al mensaje de Cristo, con el consecuente riesgo de caer en sincretismos extraños al genuino cristianismo. 

Las enseñanzas de Mateo continúan teniendo validez también en cuanto nos ayudan a ubicar bien nuestras comunidades dentro de un proceso siempre dinámico, donde se puede conjugar lo permanente de las tradiciones con la renovación constante y las nuevas perspectivas.


III- «Cosas nuevas y antiguas» (13,52): la obra literaria de Mateo


Aunque el Evangelio según Mateo se elaboró en varios momentos y con la intervención de distintos autores, esta obra no es el simple resultado de distintos trabajos, sino que posee suficiente solidez e hilos conductores que dan cohesión a sus diferentes partes.

El estilo de Mateo es muy cercano a los escritos judíos de su época, lo que explica el frecuente uso de recursos literarios afines a ellos, tales como inclusiones y paralelismos de diversos tipos, pero sobretodo el empleo permanente del Antiguo Testamento para resaltar el cumplimiento de la voluntad de Dios. Las narraciones de Mateo suelen ser claras y escuetas, dejando de lado lo que no es esencial, como ocurre en varios relatos de milagros, donde elimina a personajes secundarios y las referencias innecesarias con el fin de poner de relieve a Jesús, Señor de la comunidad. 

Entre otras posibles propuestas de organización, la que sigue a continuación nos ayuda a entender mejor el desarrollo del Evangelio según Mateo y permite sacarle todo su provecho espiritual y pastoral: 


I

Presentación del Mesías


1,1-4,16

II

Invitación a Israel: el anuncio del Reino

1- El anuncio de Jesús: el Reino con obras y palabras

1.1- Inicios del ministerio mesiánico

1.2- Discurso de Jesús: la propuesta a Israel y el discipulado

1.3- Signos del cumplimiento del Reino y su plan de salvación

1.4- Discurso de Jesús: la misión de los discípulos


2- El rechazo a Jesús: el Reino en controversia

2.1- Oposición al Reino de Dios y a su plan de salvación

2.2- Discurso de Jesús: el misterio del Reino revelado en parábolas

2.3- El Reino para los no israelitas y origen de la comunidad


4,17-16,20

4,17-11,1

4,17-25

5,1-7,29

8,1-9,35

9,36-11,1


11,2-16,20

11,2-12,50

13,1-52

13,53-16,20

III

Invitación a los discípulos: el destino sufriente del Mesías

1- El camino doloroso del Mesías: instrucciones a los discípulos

1.1- Jesús anuncia el camino a seguir

1.2- Discurso de Jesús: la comunidad de los discípulos

1.3- Nuevas enseñanzas en el camino a la pasión


2- El camino doloroso del Mesías: pasión y resurrección

2.1- Controversia y oposición definitiva de los dirigentes de Israel

2.2- Discurso de Jesús: juicio a Israel y fin del mundo

2.3- Pasión y resurrección del Mesías


16,21-28,20

16,21-20,34

16,21-17,27

18,1-19,2

19,3-20,34


21,1-28,20

21,1-23,39

24,1-25,46

26,1-28,20


El Evangelio según Mateo inicia con temas de la infancia del Mesías, pasajes análogos al principio del Evangelio según Lucas (Lc 1,5-4,13). Mediante relatos de carácter profético, Mateo nos indica lo que es y llegará a ser el Niño en la vida de Israel y para la humanidad. Todo ocurre para que se cumpla la voluntad salvadora de Dios contenida en las profecías del Antiguo Testamento

En la Segunda Sección, en el primer momento (Mt 4,17-11,1), Mateo nos hace una síntesis del inicio del ministerio del Mesías, presentándonos el anuncio del Reino mediante dos discursos de Jesús y varios milagros. A lo largo de su evangelio agrupa las enseñanzas del Mesías en cinco discursos, posible alusión a los cinco libros del Pentateuco o Torah (la Ley) y a Jesús en cuanto nuevo Moisés enviado a constituir el nuevo pueblo de Dios. Desde el comienzo del ministerio, Jesús elige a sus discípulos y se muestran las reacciones tanto de éstos como de los israelitas, particularmente sus dirigentes. El Reino está en marcha, el Maligno comienza a ser vencido por el Mesías de Dios y va surgiendo un pueblo santo para Dios. En el segundo momento del relato (11,2-16,20), Mateo pone de relieve la oposición al Reino de Dios y a quien lo anuncia y hace realidad, Jesucristo. La calumnia en boca de los dirigentes es que él actúa por el poder de Belzebú, no por el de Dios. Lo más trágico es que los de su pueblo y muchos de su familia tampoco le creen. Sin embargo, una mujer pagana que se abre a la fe en Jesús (15,21.28) es el modelo a seguir para los que buscan creer. 

En la Tercera Sección y en el primer momento (Mt 16,21-20,34), Jesús instruye a sus discípulos, principales interlocutores de esta parte, acerca del destino sufriente del Mesías que acontecerá en Jerusalén, algo impensable para un Ungido de Dios. Los tres anuncios de pasión dan cohesión a toda esta parte (16,21; 17,22-23; 20,18-19). A la par con los discípulos, los lectores también deben prepararse para vivir y aceptar el camino doloroso del Mesías. En el segundo momento, última etapa del relato evangélico (21,1-28,20) y luego de la oposición final de los dirigentes de Israel, Mateo centra el relato en los acontecimientos dolorosos sucedidos en Jerusalén. Jesús ha venido para cumplir lo que es justo ante Dios, es decir, para entregar su vida y hacer su voluntad de llevar a cabo su plan de salvación. La resurrección es la confirmación por parte de Dios de que su Mesías y su ofrenda salvífica ha sido aceptada por él. Jesús resucitado, con plena autoridad sobre cielo y tierra, acompaña a los suyos hasta el fin de los tiempos (28,20).


I

Presentación del Mesías


1,1-4,16. En estos relatos, Mateo ofrece algunos de los rasgos mesiánicos que caracterizarán a Jesús y su misión. Los dos primeros capítulos tratan sobre la presencia del Mesías en su pueblo. Mateo utiliza los métodos de interpretación de las Sagradas Escrituras propios de su tiempo. Las citas bíblicas juegan un papel importante en esta parte del evangelio, porque muestran que Jesús, el Mesías, cumple los designios de Dios contenidos en las profecías. A partir de Mateo 3,1 se hace una presentación próxima de Jesús y su ministerio, empezando por la preparación del camino por parte de Juan Bautista, su precursor (3,1-12) y el bautismo de Jesús (3,13-17). Sigue el episodio de las tentaciones (4,1-11) y un pasaje que funciona a la vez como inicio de la predicación del Señor y como discurso programático (4,12-16). Estos pasajes nos permiten ir descubriendo a Jesús y el rumbo que van tomando sus enseñanzas. Es una invitación a reconocerlo en la vida personal y comunitaria y a dejarse interpelar por él, para seguirlo y testimoniarlo.


Libro del origen de Jesús Mesías

Lc 3,23-38 


11 Libro del origen de Jesús Mesías, hijo de David, hijo de Abrahán. 2 Abrahán fue padre de Isaac, Isaac de Jacob, Jacob de Judá y de sus hermanos, 3 Judá engendró de Tamar a Fares y a Zara; Fares fue padre de Esrom, Esrom de Arán; 4 Arán de Aminadab, Aminadab de Naasón, Naasón de Salmón; 5 Salmón engendró de Rajab a Booz; Booz engendró de Rut a Obed; Obed fue padre de Jesé; 6 Jesé fue padre del rey David. David engendró, de la que fue mujer de Urías, a Salomón; 7 Salomón fue padre de Roboán, Roboán de Abías, Abías de Asá; 8 Asá de Josafat, Josafat de Jorán, Jorán de Ozías; 9 Ozías fue padre de Joatán, Joatán de Acaz, Acaz de Ezequías; 10 Ezequías de Manasés, Manasés de Amón, Amón de Josías; 11 Josías fue padre de Jeconías y de sus hermanos, durante la deportación a Babilonia. 

12 Después de la deportación a Babilonia, Jeconías fue padre de Salatiel, Salatiel de Zorobabel; 13 Zorobabel de Abiud, Abiud de Eliaquín, Eliaquín de Azor; 14 Azor fue padre de Sadoc, Sadoc de Ajín, Ajín de Eliud; 15 Eliud de Eleazar, Eleazar de Matán, Matán de Jacob, 16 y Jacob fue padre de José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, el llamado “Mesías”.

17 De modo que las generaciones son en total: catorce desde Abrahán hasta David; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce, y desde la deportación a Babilonia hasta el Mesías, catorce generaciones.


1,1-17: Este pasaje contiene la lista de los antepasados de Jesús. Las genealogías eran importantes porque, al señalar a los que tenían la misma sangre (y en la sangre se reconocía la vida), se afirmaba la vinculación familiar, la continuidad en el tiempo y la legitimidad de una herencia o posición. Mateo, a diferencia de Lucas que incluye a toda la humanidad, presenta la historia familiar inserta en Israel, donde aparece Jesús como verdadero descendiente de Abrahán y de David, lo que avala su condición mesiánica. La genealogía está estructurada en tres grupos de catorce, que señalan las grandes etapas de la historia de la salvación, y donde la presencia del pecado no logra romper las promesas y las esperanzas. Este marco nos lleva a descubrir a Dios como el Señor de la historia, quien la dirige desde sus inicios hasta su término. Así mismo, nos invita a reconocerlo y adorarlo y a ver en Jesús la plenitud de esta historia de salvación a la que él nos ha llamado.


1,1: Gn 2,4; Rom 1,2-4 / 1,2: Gn 3,16; 22,18 / 1,3: 1 Cr 2,1-15; Heb 7,14 / 1,5: Rut 4, 18-22 / 1,6: 2 Sm 12,24; Lc 1,27 / 1,7: 1 Cr 3,10-16; 1,12: 1 Cr 3,17-19; Esd 3,2 


Dios con nosotros


18 El origen del Mesías fue de esta manera. María, su madre, estaba comprometida en matrimonio con José y, antes de que ellos empezaran a vivir juntos, sucedió que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. 19 Su marido José, que era justo, no queriendo denunciarla, decidió romper su compromiso en secreto. 20 Así lo tenía pensado cuando en sueños el Ángel del Señor se le apareció y le dijo: «José, hijo de David, no temas aceptar a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. 21 Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados». 22 Todo esto sucedió para que se cumpliera el anuncio del Señor por medio del profeta que dice:

23 Miren que la virgen concebirá y dará a luz un hijo

y le pondrán por nombre Emmanuel,

que traducido significa: Dios con nosotros [Is 7,14].

24 Cuando José despertó del sueño, hizo lo que el Ángel del Señor le había mandado, recibió a su mujer 25 y, sin haber tenido relaciones, ella dio a luz un hijo al que puso por nombre “Jesús”.


1,18-25: Concluida la genealogía (nota a 1,1-17) y antes de narrar el nacimiento de Jesús (2,1-12), el evangelista considera importante precisar la situación de los padres entre ellos. A pesar de que aún no se había llevado a cabo el matrimonio propiamente tal entre José y María, sin embargo, en razón del compromiso adquirido, el embarazo de María era considerado como adulterio (Dt 22,20-21). El pasaje de Mateo 1,25 es difícil, pues dice literalmente: «Y no la conoció hasta que ella dio a luz un hijo». El verbo “conocer”, conforme al uso semítico, se refiere a la relación conyugal. El problema está en el alcance de la preposición “hasta”. En este pasaje concreto, Mateo sólo contempla el nacimiento virginal de Jesús sin ir más allá. La fe en la virginidad perpetua de María será una convicción a la que poco a poco irán llegando las comunidades cristianas. Mateo, por tanto, deja claro que ese hijo no es fruto de la unión carnal, sino obra del Espíritu Santo (Mt 1,20), con lo que pone en evidencia que no sólo se cumplen las promesas mesiánicas, sino que en razón de esta intervención especial de Dios en la concepción y nacimiento de Jesús, las expectativas quedan desbordadas. Dios, una vez más, actúa de manera admirable en su Mesías. 


1,18-25: Lc 1, 26-35 / 1,21: Hch 2,21 / 1,23: Is 8,8.10; Rom 8,31 / 1,25: Gál 4,4


Hemos venido a adorarlo


21 Después del nacimiento de Jesús en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes, unos sabios que venían del oriente se presentaron en Jerusalén, 2 preguntando: «¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque vimos su estrella en el oriente y hemos venido a adorarlo».

3 Cuando el rey Herodes oyó esto, se alarmó, y con él, toda Jerusalén. 4 Reunió a todos los sumos sacerdotes y a los maestros de la Ley y les preguntó acerca del lugar donde tenía que nacer el Mesías. 5 Le respondieron: «En Belén de Judea, porque así está escrito en el profeta: 

6 Y tú, Belén, tierra de Judá,

no eres la menor entre los principales clanes de Judá;

porque de ti saldrá un jefe que será pastor de mi pueblo Israel» [Miq 5,1.3].

7 Entonces Herodes llamó en secreto a los sabios e investigó con exactitud el tiempo de la aparición de la estrella. 8 Y, enviándolos a Belén, les ordenó: «Vayan y averigüen con cuidado sobre ese niño y cuando lo encuentren, avísenme, para que yo también vaya a adorarlo». 9 Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino. En eso, la estrella que habían visto en el oriente los guió, hasta que llegó y se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño. 10 Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. 11 Entraron en la casa, vieron al niño con María su madre y, cayendo de rodillas, lo adoraron. Luego, abrieron sus cofres y le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. 12 Advertidos en sueños de que no volvieran a donde estaba Herodes, regresaron a su tierra por otro camino.


2,1-12: Después de presentar a Jesús como hijo de Abrahán y de David, Mateo lo presenta ahora en relación con los paganos, representados por los sabios del Oriente que llegan para adorarlo y ofrecerle sus dones. Al mismo tiempo que se anuncia desde aquí el rechazo de los dirigentes de Israel (personificados por Herodes) contra Jesús y la apertura a los no judíos, se cumplen algunas profecías (Nm 24,17; Is 49,23; Sal 72,10-15). La aparición de la estrella indica que el testimonio de las Escrituras está apoyado por la creación, poniendo en evidencia la vinculación entre el mundo natural (universal) y el religioso (judío). También es significativo que Mateo inicie y concluya su evangelio con la mención a los paganos y con gestos de adoración (Mt 28,16-20). De este modo, ya desde el principio, se prefigura el rechazo de Israel al Mesías y la aceptación del plan de Dios por parte de los no judíos. Este pasaje nos invita a mirar hacia la universalidad de la comunidad cristiana y a la adoración del Señor.


2,1: Lc 2,1-7 / 2,2: Hch 17,26-28 / 2,6: 2 Sm 5,2; 1 Cr 11,2; Miq 5,1-3 / 2,9: Nm 9,17 / 2,11: Mt 6,21


De Egipto llamé a mi hijo

Lc 2,39-40


13 Apenas ellos se retiraron, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le ordenó: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo». 14 Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto, 15 donde estuvo hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del profeta:

De Egipto llamé a mi hijo [Os 11,1].

16 Entonces Herodes, al verse burlado por los sabios, se enfureció tanto que mandó asesinar a todos los niños de Belén y sus alrededores que tenían menos de dos años, de acuerdo con el plazo investigado por los sabios. 17 Así se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías: 

18 Un clamor se ha escuchado en Ramá, mucho llanto y lamento:

es Raquel que llora a sus hijos y no quiere consolarse,

porque ya no existen [Jr 31,15]

19 Al morir Herodes, el Ángel del Señor se apareció en un sueño a José, en Egipto, y le dijo: 20 «Levántate, toma al niño y a su madre y vuelve a la tierra de Israel, pues ya han muerto los que atentaban contra la vida del niño». 21 Él se levantó, tomó al niño y a su madre y entró en la tierra de Israel. 22 Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí y, avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea 23 y se fue a vivir en un pueblo llamado Nazaret, para que se cumpliera lo dicho por los profetas: «Será llamado “Nazareno”».


2,13-23: El relato de la huida de José con María y su hijo Jesús a Egipto se sitúa en el marco de la historia del éxodo. Israel, que emigró a Egipto (Gn 46) y allí sufrió la esclavitud, fue rescatado por Dios y fue constituido pueblo suyo mediante la alianza. Esta acción divina manifestó el cuidado amoroso de Dios por su pueblo oprimido. El Mesías recorre el mismo camino del pueblo de Dios. Los nombres cambian, pero la situación es similar: la vida del pequeño fue amenazada por la crueldad de Herodes (Mt 2,13), pero Dios lo salvó por medio de la obediencia de sus padres, así como en otro tiempo lo hizo por Moisés. Hay una visión anticipada de las persecuciones del Mesías y del nuevo pueblo, que nace de la nueva alianza con Dios. Se vislumbra en el relato el anuncio de victoria por parte de Dios. El proyecto salvífico de Dios ya se está cumpliendo. 


2,13: Gn 46,1-7; Éx 1,15-22; 2,1-7 / 2,14: Éx 4,22 / 2,20: Éx 4,19-20 / 2,23: Mc 1,24; Jn 18, 5.7


Conviértanse, porque está llegando el Reino de los cielos

 Mc 1,1-10; Lc 3,1-9.15-18


31 En aquellos días se presentó Juan el Bautista proclamando en el desierto de Judea: 2 «¡Conviértanse, porque está llegando el Reino de los cielos!». 3 Él es de quien hablaba el profeta Isaías cuando dijo: 

Una voz grita en el desierto:

preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos [Is 40,3].

4 Juan vestía un manto hecho con pelos de camello y un cinturón de cuero atado a su cintura, y su comida eran saltamontes y miel del campo. 5 La gente de Jerusalén, de toda Judea y de toda la región del Jordán acudía a él 6 para ser bautizados en el río Jordán, reconociendo públicamente sus pecados.

7 Pero al ver que muchos fariseos y saduceos llegaban para ser bautizados por él, les dijo: «Raza de víboras, ¿quién les enseñó a huir del inminente castigo divino? 8 Den fruto que demuestre la conversión, 9 y no piensen que basta con decir en su interior: “Tenemos por padre a Abrahán”, porque yo les aseguro que de estas piedras Dios puede sacar hijos de Abrahán. 10 El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: ¡todo árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego! 11 Yo los bautizo con agua para su conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y fuego. 12 Ya tiene en su mano el rastrillo para separar el trigo de la paja: el trigo lo recogerá en su granero, pero la paja la quemará con un fuego que no se apaga».


3,1-12: La tradición cristiana relaciona el inicio de la predicación de Jesús con Juan el Bautista, su precursor (Mc 1,2-8; Hch 10,37). Sin embargo, este personaje para Mateo posee una importancia especial, ya que es una especie de eslabón entre la etapa de la antigua alianza, etapa de preparación, y la nueva alianza, es decir, entre la preparación del plan de Dios o de lo que él ha dispuesto como justo (Mt 21,32) y el que viene a cumplir «todo lo dispuesto en el plan de Dios» (3,15). Juan Bautista es la figura que recapitula el resto fiel de Israel. Él es Elías (11,14), el mayor de los profetas que tenía que venir, porque es el esperado para los tiempos finales. Por eso, siendo menor que el más pequeño en el Reino (11,11), es también más que profeta; incluso, inicia su proclamación con las mismas palabras de Jesús (3,2; 4,17). El Bautista sigue siendo un ejemplo de fidelidad a Dios para nosotros, discípulos y discípulas de Jesús.


3,1 Mc 6,25; Lc 7,20 / 3,2: Mc 1,15; Lc 10,9 / 3,9: Rom 9,7-8 / 3,10: Lc 13,6-9 / 3,11: Jn 1,24-28


Conviene que cumplamos todo lo dispuesto en el plan de Dios

 Mc 1,9-11; Lc 3,21-22


13 Jesús llegó desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan, para ser bautizado por él. 14 Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: «Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?». 15 Jesús le respondió: «Déjalo así, pues ahora conviene que cumplamos todo lo dispuesto en el plan de Dios». Entonces le dejó.

16 En cuanto Jesús fue bautizado y salió del agua, de inmediato se abrieron los cielos, vio al Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y descendía sobre él. 17 Entonces, una voz que salía de los cielos dijo: «¡Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco!».


3,13-17: El bautismo de Jesús, episodio central de esta primera parte del evangelio, constituye el punto de partida de su ministerio. Aquí tiene lugar la presentación pública de Jesús como Hijo de Dios y se define la misión del Mesías, que lleva a plenitud el proyecto salvador de Dios. Llevar a cumplimiento lo dispuesto en el plan salvador de Dios (3,15) es el programa que sintetiza su misión, lo cual significa que Jesús, el Ungido por el Espíritu, es quien realiza plenamente lo previsto por el Padre celestial. Si bien constituye el punto más alto de la justicia o plan salvador de Dios, su misión no cancela los pasos anteriores, sino que los recoge, los asume y los perfecciona. Mateo nos invita a valorar toda la historia de salvación que Dios ha conducido, desde sus inicios hasta su momento pleno, y a continuar sin desfallecer en este camino hasta la consumación final o Parusía. Nos lleva también a la contemplación de Jesús solidario con los pecadores, quien con su bautismo abre los cielos (3,16), lo cual significa que Dios se acerca a nosotros y se manifiesta por su Hijo, para que seamos hijos e hijas del Padre.


3,13: Jn 1,29 / 3,14: Hch 8,36; 10,47 / 3,15: 1 Tim 2,3-4; Sant 1,20 / 3,16: Jn 1,32-33 / 3,17: Hch 13,33; Heb 1,5; 5,5


Si tú eres el Hijo de Dios…

Mc 1,12-13; Lc 4,1-13


41 Enseguida, el Espíritu llevó a Jesús al desierto para ser puesto a prueba por el Diablo. 2 Después de ayunar cuarenta días y cuarenta noches, al final sintió hambre. 3 El Tentador se acercó y le dijo: «Si tú eres el Hijo de Dios ordena que estas piedras se conviertan en panes». 4 Jesús le respondió: «Las Escrituras dicen: El hombre no vivirá sólo de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» [Dt 8,3]

5 Luego, el Diablo tomó a Jesús y lo llevó a la Ciudad Santa, lo puso sobre la parte más alta del Templo 6 y le dijo: «Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: Te encomendará a sus ángeles y te llevarán en sus manos, para que tu pie no tropiece con ninguna piedra» [Sal 91,11-12]. 7 Jesús le contestó: «También dicen las Escrituras: No pondrás a prueba al Señor tu Dios» [Dt 6,16].

8 Por último, el Diablo lo llevó a una montaña muy alta, le mostró todos los reinos del mundo con su esplendor, 9 y le prometió: «Te daré todo esto si te postras y me adoras». 10 Jesús le dijo: «¡Vete, Satanás! Porque está escrito: Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto» [Dt 6,13; 10,20]. 11 Entonces, el Diablo lo dejó y unos ángeles se acercaron para servirle.


4,1-11: Las tentaciones en el desierto siguen de inmediato al bautismo, en el que Jesús fue reconocido públicamente como Hijo de Dios. El Tentador pone a prueba esa condición de Jesús. Los cuarenta años del camino de Israel por el desierto hacia la tierra prometida son retomados y asumidos por el Mesías en los cuarenta días que pasa en el desierto sometido a pruebas semejantes (4,1-2). La diferencia es que mientras el primero sucumbió a las tentaciones, el Hijo de Dios resultó vencedor. La historia de fracaso de Israel está siendo redimida por el nuevo Moisés, el Mesías, quien se convierte en ejemplo de respuesta fiel al plan de salvación del Padre. Los discípulos de Jesús, hijos e hijas en el Hijo, muchas veces tentados en la fidelidad, estamos llamados a seguir el ejemplo que él nos dejó, poniendo nuestra confianza en quien es nuestro modelo.


4,1-2: Am 5,25; Heb 4,15; Sant 1,2-4; 1 Pe 1,6 / 4,3: 1 Tes 3,5 / 4,4: Éx 16 / 4,6: Prov 3,23 / 4,7: Dt 10,12-13 / 4,11: Heb 1,14


El pueblo que habitaba en tinieblas vio una gran luz

Mc 1,14; Lc 4,14-15; Jn 4,1-3.43


12 Cuando se enteró de que Juan había sido apresado, Jesús se retiró a Galilea. 13 Luego, dejando Nazaret, se fue a vivir a Cafarnaún, junto al mar, en los límites de Zabulón y Neftalí, 14 para que se cumpliera lo anunciado por el profeta Isaías: 

15 Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí,

camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los paganos

16 El pueblo que habitaba en tinieblas vio una gran luz;

a los que habitaban en una región de sombras mortales una luz les iluminó [Is 8,23-9,1].


4,12-16: Jesús se traslada hacia la llamada «Galilea de los gentiles» o de los paganos (Is 8,23). En este hecho, Mateo ve el cumplimiento de la profecía que anunciaba la universalidad de la salvación (9,1, citado en Mt 4,16). El evangelista invita a sus lectores a descubrir cómo ya desde el principio Jesús es portador de la salvación para todas las personas, tal como queda ratificado en el mandato final del Resucitado (Mt 28,19). El Mesías viene a traer la salvación, rompiendo así todas las barreras que nos separan y segregan.


4,15: Jn 7,52 / 4,16: Jn 8,12


II

Invitación a Israel: el anuncio del Reino


4,17-16,20. En estos pasajes, Mateo presenta los primeros pasos de Jesús en su ministerio. El anuncio del Reino (4,17) empieza con la llamada de los primeros discípulos (4,18-22) y luego, en un sumario, se presenta la actividad de Jesús a grandes rasgos (4,23-25). Aquí tienen lugar tres de los grandes discursos del Maestro: el sermón de la montaña (5,1-7,29), el de la misión y del testimonio (9,36-10,42) y el de las siete parábolas (13,1-58). En medio de esta presentación discursiva con enseñanzas relevantes, Mateo ofrece algunas otras instrucciones del Maestro y acciones milagrosas que ponen de manifiesto la actualidad del Reino anunciado (8,1-9,35). A partir de Mateo 11,2 y hasta el final de toda esta parte (16,20), se ofrecen distintas reacciones frente a la persona y acciones de Jesús, de modo especial se pone de relieve el rechazo a él. Siguen una serie de pasajes que mezclan diversas instrucciones, milagros y controversias, hasta la confesión de fe de Pedro (16,13-20).


1- El anuncio de Jesús: el Reino con obras y palabras


4,17-11,1. En los relatos que componen esta parte se inicia el anuncio del Reino. La actividad es llevada a cabo por quien el mismo Dios ha reconocido como su Hijo amado (3,17) y, como tal, vence las tentaciones del opositor al Reino, el Maligno (4,1-11). Por tanto, Jesús posee la acreditación necesaria para presentarse como luz de las naciones (4,12-16) y predicar la conversión y la llegada de ese Reino (4,17). Estos pasajes se agrupan en tres momentos fundamentales: la presentación de los principios básicos que rigen el Reino (5,1-7,29), la manifestación de éste con obras portentosas (8,1-9,35) y el envío a la misión de los que van a continuar la proclamación iniciada por el Hijo de Dios, con todas sus consecuencias (9,36-11,1).


1.1- Inicios del ministerio mesiánico


4,17-25. Después de la presentación de Jesús y su ministerio (3,1-12), que arranca en el bautismo (3,13-17), Mateo refiere la victoria sobre el Maligno y los inicios del ministerio del Mesías (4,1-11). El triunfador sobre el Mal y Luz de las naciones es quien llama a la conversión (4,12-17), elige a sus discípulos y recorre toda la Galilea, predicando y sanando a los enfermos (4,18-25). Estos elementos que aparecen desde el inicio del ministerio del Señor, serán desarrollados con mayor exhaustividad a lo largo del evangelio, esperando la respuesta de fe de quienes ven y oyen a Jesús. 


El Reino de los cielos ya está llegando

Mc 1,15


17 A partir de entonces, Jesús comenzó a proclamar: «¡Conviértanse, porque el Reino de los cielos ya está llegando!».


4,17: Este versículo sirve de título a lo que sigue. Colocado al inicio del ministerio de Jesús, es un resumen programático acerca de su predicación. El anuncio del Reino exige la conversión que constituye la condición necesaria y el punto de partida para la auténtica aceptación de Dios como Señor de nuestra vida.


4,17: Dn 7,14; Lc 17,21; Hch 3,19


Ellos de inmediato lo siguieron

 Mc 1,16-20; Lc 5,1-11


18 Mientras Jesús caminaba por la orilla del mar de Galilea vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, pues eran pescadores. 19 Les dijo: «Vengan tras de mí y los haré pescadores de hombres». 20 Ellos, de inmediato, dejando las redes, lo siguieron. 

21 Más adelante Jesús vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo, remendando sus redes. También los llamó. 22 Ellos, de inmediato, dejando la barca y a su padre, lo siguieron. 


4,18-22: Al comenzar el anuncio del reinado de Dios, Jesús reúne a sus discípulos. Éstos son los primeros destinatarios de su mensaje y serán también los continuadores de la predicación, superando las fronteras del pueblo de Israel. Los primeros convocados son modelos de respuesta pronta y de disponibilidad ante el llamado. La metáfora pescar hombres (4,19) responde bien al ambiente de las inmediaciones del lago de Galilea. Pescar hombres manifiesta el sentido de congregar, acción que está en la base de la formación de la comunidad cristiana, y también hace referencia a los últimos tiempos, a la pesca final, es decir, a la separación futura entre los que obran el bien y los que obran el mal (13,47-50). Nosotros también hemos sido llamados a pertenecer a la comunidad de Jesús, su Iglesia, y estamos invitados a dar una respuesta pronta y decidida.


4,18-22: Jn 1,35-42 / 4,20: Flm 3,12 / 4,21: Jn 21,2; Hch12,2


Lo seguía mucha gente

Mc 1,39; 3,7-10; Lc 4,14.44; 6,17-19


23 Jesús recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas de los judíos, proclamando la Buena Noticia del Reino y sanando todas las enfermedades y dolencias de la gente. 24 Su fama se extendió por toda Siria. Le llevaron a todos los que padecían enfermedades y sufrimientos diversos, endemoniados, epilépticos y paralíticos, y él los sanó.

25 Lo seguía mucha gente de Galilea, la Decápolis, Jerusalén, Judea y del otro lado del Jordán.


4,23-25: Para Mateo, Jesús es el Maestro que enseña las Escrituras, anuncia la llegada del reinado de Dios y acompaña su predicación con milagros que avalan la autenticidad de sus palabras, pero también testimonian el poder liberador de su mensaje. La fama que adquiere valida ante la gente su condición de hombre de Dios y se le reconoce como profeta, con el honor que merece. La salvación que trae el Mesías, reconocido como tal por Dios y por los hombres, es integral, pues el Reino de Dios está llegando.


4,23-24: Hch 10,37-38


1.2- Discurso de Jesús: la propuesta a Israel y el discipulado


5,1-7,29. El sermón de la montaña es el primero de los cinco discursos de Jesús que encontramos en Mateo; los otros son: el discurso misionero (9,36-11,1); el discurso en parábolas acerca del Reino (13,1-52); el discurso eclesial (18,1-19,2); el discurso escatológico o acerca del final (24,1-25,46). El sermón de la montaña constituye la enseñanza fundamental de Jesús a sus discípulos. Es el modo más claro de expresión del Maestro acerca de la identidad de sus seguidores y de las directrices que deben seguir para vivir la adhesión auténtica a él. Se trata, por tanto, de la declaración de aquellos principios que deben normar el nuevo período de la historia, el de la plenitud o cumplimiento de «todo lo dispuesto en el plan de Dios» (3,15; nota a 3,13-17). Pero al mismo tiempo, se revalora y redimensiona la importancia de la Ley, estableciendo la continuidad y superación de los dos períodos de la misma historia: el camino (Antigua Alianza), y el cumplimiento (Nueva Alianza). Jesús no viene a abolir, sino a llevar a plenitud (5,17), propiciando una nueva forma de vivir que tiene como base la íntima relación con él y con su Padre celestial.


Dichosos…

Lc 6,12.17.20-23


51 Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó y sus discípulos se le acercaron. 

2 Entonces comenzó a enseñarles:

3 «Dichosos los que tienen espíritu de pobre, porque a ellos pertenece el Reino de los cielos.

4 Dichosos los afligidos, porque ellos serán consolados.

5 Dichosos los mansos, porque ellos heredarán la tierra.

6 Dichosos los que tienen hambre y sed de vivir conforme al plan de Dios, porque él los saciará.

7 Dichosos los misericordiosos, porque él también los tratará con misericordia.

8 Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

9 Dichosos los que trabajan por la paz, porque él los aceptará como sus hijos.

10 Dichosos los perseguidos por vivir conforme al plan de Dios, porque de ellos es el Reino de los cielos.

11 Dichosos serán cuando los insulten, los persigan y, mintiendo, digan toda clase de mal contra ustedes por mi causa. 12 Alégrense y regocíjense, porque su recompensa será grande en los cielos, pues del mismo modo persiguieron a los profetas anteriores a ustedes».


5,1-12: Antes de referirse al modo de actuar de los miembros de la comunidad mesiánica, el evangelista presenta la identidad de éstos, lo que ayuda a comprender el lugar que tienen en el Reino de los cielos y su función dentro de la misión de Jesús. Las bienaventuranzas son nueve, algunas propias de Mateo y otras con algunas características particulares, como las que se refieren a la justicia, es decir, al plan o proyecto salvador de Dios (5,6.10; nota a 3,13-17). En su conjunto, ellas constituyen el punto de partida y la clave de interpretación del sermón de la montaña. La primera bienaventuranza, sobre la pobreza fundamental, es la base de las restantes, pues sólo el que tiene «espíritu de pobre» (5,3) puede ser manso, limpio de corazón, trabajar por la paz… El modelo es el mismo Jesús, el pobre por excelencia. Sus discípulos, tanto los de ese tiempo como los de ahora, estamos llamados a seguirlo en su estilo de vida. No se trata de ideales inalcanzables, sino de un camino que es preciso recorrer en el seguimiento del primer Bienaventurado.


5,3: 1 Cor 1,27-29 / 5,4: Sal 37,11; Ap 7,16 / 5,5: Tob 13,14 / 5,6: Is 61,2-3; Am 8,11-12 / 5,7: Sal 126,5 / 5,8: Sal 24,3-4 / 5,9: Sal 11,7 / 5,10: Zac 8,16 / 5,11: Is 51,7; 1 Pe 3,14 / 5,12: Eclo 2,8


Brille la luz de ustedes delante de los demás

Mc 9,50; Lc 11,33; 14,34-35


13 «Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿cómo podrá recobrarlo? Ya no sirve para nada, sino sólo para tirarla y para que la pise la gente.

14 Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad construida sobre una montaña.15 Tampoco se enciende una lámpara y se pone bajo un cajón, sino sobre el candelero para que alumbre a todos los que están en la casa. 16 Del mismo modo brille la luz de ustedes delante de los demás, para que viendo sus buenas obras den gloria al Padre de ustedes que está en los cielos».


5,13-16: A partir de su identidad y de su unión con Jesús, los discípulos tienen que ejercer su propia misión como «sal de la tierra» y «luz del mundo» (5,13.14). Mientras la sal sirve para dar sabor y preservar los alimentos, la luz ilumina en la oscuridad. Las dos figuras ilustran la exigencia que implica ser testigos de Cristo. Este testimonio requiere necesariamente una manifestación frente a los demás, pero teniendo como único objetivo el dar «gloria al Padre que está en los cielos» (5,16) y no la presunción u ostentación personal (6.1-6.16-18). Dicha misión es, en todo momento, un gran desafío para los discípulos del Señor. Ellos son luz de lámpara hecha para alumbrar, la que no puede ocultarse bajo el cajón o celemín (5,15). 


5,13: Mc 9,50; Lv 2,13 / 5,14: Jn 8,12 / 5,15: Mc 4,21; Lc 8,16; Ef 5,8


No he venido a abolir la Ley o los Profetas

Lc 16,17


17 «No piensen que he venido a abolir la Ley o los Profetas. No he venido a abolirlos, sino a llevarlos a plenitud. 18 Les aseguro que mientras duren el cielo y la tierra no pasará ni la letra más pequeña o tilde de la Ley hasta que todo llegue a su cumplimiento».

19 «A quien no cumpla uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los demás, Dios lo considerará el menor en el Reino de los cielos. En cambio, al que los cumpla y los enseñe, él lo considerará grande en el Reino de los cielos».


5,17-19: Jesús se pronuncia con firmeza acerca de la validez de la Ley que, habiendo desempeñado una función muy importante en el primer período de la historia (nota a 5,1-7,29), no puede ser desechada sin más, sino que debe ser asumida como parte de la Escritura normativa para Israel y la Iglesia. De modo que se puede hablar no sólo de una reivindicación de la Ley, sino incluso de una nueva comprensión y una revaloración de ésta. El discípulo de Jesús no se entiende al margen de lo prescrito por Dios en el Antiguo Testamento, sino que lo recibe con gratitud, como su herencia, aun cuando la observancia no sea exactamente la misma, pues ahora la clave de lectura es el mismo Jesucristo (24,25-27).


5,17: Dt 4,8 / 5,18: Jn 1,51 / 5,19: Sant 2,10


Ustedes oyeron que se dijo…, pero yo les digo…

Mt 19,9; Mc 10,11-12; Lc 6,27-36; 12,57-59; 16,18


20 «Por eso yo les digo que si no superan a los maestros de la Ley y a los fariseos en vivir conforme al plan de Dios, ustedes no entrarán en el Reino de los cielos».

21 «Ustedes oyeron que se dijo a los antepasados: No matarás [Éx 20,13; Dt 5,17], pues el que mate será llevado a juicio; 22 pero yo les digo que todo el que se enfurezca contra su hermano será sometido a juicio, el que lo insulte será llevado ante el tribunal y el que lo desprecie será condenado a la Gehena. 23 De modo que si al presentar tu ofrenda sobre el altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, 24 deja tu ofrenda allí y ve primero a ponerte en paz con tu hermano, después regresa y presenta tu ofrenda. 25 Ponte de acuerdo con tu adversario mientras vas con él por el camino, no sea que te entregue al juez y éste al guardia, para que te encierre en la cárcel. 26 Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo».

27 «Ustedes oyeron que se dijo: No cometerás adulterio [Éx 20,14; Dt 5,18]; 28 pero yo les digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su interior. 29 Si tu ojo derecho te lleva a pecar, sácatelo y arrójalo lejos de ti, porque es mejor que se pierda uno de tus miembros y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena. 30 Y si tu mano derecha te lleva a pecar, córtatela y arrójala lejos de ti, porque es mejor que se pierda uno de tus miembros y no que todo tu cuerpo vaya a la Gehena».

31 «También se dijo: El que se separe de su mujer, que le dé un certificado de repudio; 32 pero yo les digo que todo el que se separe de su mujer, excepto cuando se trate de unión ilegítima, la expone a ser adúltera, y el que se case con una separada comete adulterio».

33 «También oyeron que se dijo a los antepasados: No jurarás en falso, y cumplirás al Señor tus juramentos; 34 pero yo les digo que de ningún modo juren, ni por el cielo que es el trono de Dios, 35 ni por la tierra que es el estrado donde él pone sus pies, ni por Jerusalén que es la ciudad del gran rey. 36 Tampoco jures por tu cabeza, porque no puedes convertir en blanco o negro uno solo de tus cabellos. 37 Que la palabra de ustedes sea “sí” cuando es sí, y “no” cuando es no; lo demás viene del Maligno». 

38 «Ustedes oyeron que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente [Éx 21,24; Lv 24,20; Dt 19,21]; 39 pero yo les digo que no se opongan a quien les hace el mal; al contrario, a cualquiera que te dé una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra. 40 Al que quiera llevarte a juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto, 41 y si alguien te obliga a caminar mil pasos, camina dos mil con él. 42 Da a quien te pide, y no le des la espalda a quien te pida algo prestado». 

43 «Ustedes oyeron que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo [Lv 19,18]; 44 pero yo les digo: amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen, 45 para que así sean en verdad hijos de su Padre que está en los cielos que hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos. 46 Porque si ustedes aman sólo a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen?, ¿no hacen también esto mismo los cobradores de impuestos? 47 Y si saludan sólo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario?, ¿no hacen también esto mismo los paganos?».

48 «Por tanto, sean perfectos como su Padre celestial es perfecto».


5,20-48: Al llegar el Mesías, al mismo tiempo que la Ley alcanza toda su plenitud, es también superada. Las antítesis: «Ustedes oyeron que se dijo…, pero yo les digo» (5,21-22), expresan la novedad que va más allá de las actitudes exigidas a los israelitas. En su conjunto, las exigencias de Jesús ilustran la continuidad de los dos períodos de la única historia de salvación (el camino y el cumplimiento; nota a 5,1-7,29), pero al mismo tiempo señalan una superación de la segunda con relación a la primera. Jesús, superando también la interpretación casuística de algunos judíos de su tiempo, interioriza y universaliza la Ley a la luz de cómo su Padre expresa su amor por el ser humano (5,48). Por esto las exigencias de Jesús son expresiones de amor y no mera preocupación por los preceptos. Sin pasar por alto el valor del Antiguo Testamento, las exigencias son mayores para quienes vivimos en el período del cumplimiento de todo lo dispuesto en el plan de Dios.


5,20: Eclo 15,15-20 / 5,21: Lv 24,17 / 5,27: Job 31,1 / 5,29: Mt 18,8-9 / 5,31: Dt 24,1; Mal 12,14-16 / 5,32: 1 Cor 7,10-11 / 5,33: Lv 19,12; Nm 30,3 / 5,37: 2 Cor 1,17-19; Sant 5,12 / 5,42: Prov 3,27-28 / 5,44: Hch 7,60; Rom 12,20 / 5,46: Lc 3,12


Padre nuestro

Mc 11,25-26; Lc 11,2-4


61 «Cuídense de no presumir frente a la gente de practicar lo dispuesto por Dios en su plan; de lo contrario, el Padre que está en los cielos no los recompensará». 

2 «Por eso, cuando des limosna no lo pregones, como lo hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para que la gente los alabe. Les aseguro que ya tienen su recompensa. 3 En cambio, cuando tú des limosna, que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha, 4 para que tu limosna quede en secreto, y tu Padre que ve lo secreto, te premiará».

5 «Cuando ustedes oren, no sean como los hipócritas a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Les aseguro que ya tienen su recompensa. 6 En cambio, cuando tú ores, entra en tu habitación y, cerrando la puerta, ora a tu Padre que está en lo secreto, y tu Padre que ve lo secreto, te recompensará».

7 «Al orar, no hablen demasiado, como los paganos, que piensan que Dios escucha a los que hablan mucho. 8 No sean como ellos, pues el Padre de ustedes sabe lo que necesitan antes de que se lo pidan. 9 Ustedes oren de este modo:

“Padre nuestro, que estás en los cielos,

santificado sea tu Nombre, 

10 venga tu Reino,

hágase tu voluntad

en la tierra como en el cielo.

11 Danos hoy nuestro pan de cada día.

12 Perdona nuestras ofensas,

como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;

13 no nos pongas a prueba

y líbranos del mal”».

14 «Pues si perdonan las faltas a los demás, también el Padre celestial les perdonará a ustedes sus faltas, 15 pero si no las perdonan, tampoco el Padre perdonará las de ustedes». 

16 «Cuando ayunen, no se pongan tristes como los hipócritas que desfiguran su rostro, para que la gente vea que están ayunando. Les aseguro que ya recibieron su paga. 17 Tú, en cambio, cuando ayunes, lava tu cara y perfuma tu cabeza, 18 para que no muestres a los demás que estás ayunando, sino a tu Padre que está en lo secreto, y tu Padre que ve lo secreto, te recompensará».


6,1-18: Una vez acentuada la superación que implica el nuevo período de la historia (nota a 5,20-48), Mateo vuelve a establecer la conexión con el antiguo período, recogiendo y dando una nueva dimensión a las prácticas de piedad desde una comprensión más profunda. La limosna, la oración y el ayuno son acciones dispuestas por Dios desde antaño. Jesús no las revoca, sino que les otorga un sentido más profundo: deben vivirse desde la comunión íntima con el Padre, por lo que han de interpelar la vida en vista a la comunión con los hermanos pobres (limosna), la comunión con Dios (oración) y el dominio de sí mismo (ayuno). El reproche a los hipócritas y la crítica a sus actitudes se deben a que éstos no viven esa relación auténtica con Dios, sino sólo la aparentan ante los hombres. El problema no radica, por tanto, en las prácticas en sí mismas, sino en que no son vividas desde la conciencia de hijos de Dios. El Padrenuestro, que está en el centro del sermón de la montaña (Mt 5-7), pone de manifiesto la actitud con la que el discípulo debe orar, según el ejemplo del propio Maestro. La invocación inicial, «Padre nuestro» (6,9), da sentido a las siete peticiones que siguen: tres para reconocer a Dios (6,9-10) y cuatro a favor del orante (6,11-13). La diferencia con la versión de Lucas 11,2-4 refleja las particularidades de la oración de cada comunidad; sin embargo, en ambos casos se trata de una interpelación a los discípulos para que hagan de la oración y actitud filial al Padre un proyecto de vida.


6,1: Mt 23,13-15; Lc 16,14/ 6,6: 2 Re 4,33; Is 26,20 /6,7: Sant 1,26 / 6,8: Is 65,24 / 6,9: Sal 89,27; Ez 36,23; Jn 17,6.26 / 6,10: Sal 98,8-9 / 6,11: Sal 136,25 / 6,12: Eclo 28,1-7; Mt 18,21-35; Ef 4,32 / 6,16: Is 58,5


Busquen primero el Reino de Dios

Lc 11,34-36; 12,12-34; 16,13


19 «No amontonen tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido los destruyen, y donde los ladrones perforan paredes para robarlos. 20 Mejor acumulen tesoros en el cielo, donde no los destruye la polilla ni el óxido, ni los ladrones perforan las paredes para robar. 21 Porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón».

22 «El ojo es la lámpara del cuerpo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará iluminado, 23 pero si tu ojo está enfermo, todo tu cuerpo estará oscuro. Si la luz que hay en ti se vuelve tiniebla, ¡qué grande será la oscuridad!». 

24 «Nadie puede servir a dos señores, porque amará a uno más que al otro, o bien atenderá a uno y despreciará al otro. No pueden servir a Dios y al dinero». 

25 «Por eso les digo: no estén angustiados por su vida, pensando qué comerán o qué beberán, o por su cuerpo, pensando con qué se vestirán. ¿No es más importante la vida que el alimento y el cuerpo más que la ropa? 26 Observen cómo el Padre celestial alimenta a los pájaros del cielo que ni siembran ni cosechan y tampoco almacenan en graneros. ¿No valen ustedes más que ellos? 27 ¿Quién de ustedes, a fuerza de angustiarse, puede añadir un solo instante a su vida? 28 ¿Y por qué están angustiados por la ropa? Fíjense cómo crecen las flores del campo que no se cansan ni tejen. 29 Pero yo les digo que ni Salomón en todo su esplendor se vistió como una de ellas. 30 Si Dios viste así a la hierba que hoy está en el campo y que mañana se arroja al fuego, ¡cuánto más a ustedes, gente de poca fe! 31 De modo que no se angustien, preguntándose: “¿Qué comeremos?, ¿qué beberemos? o ¿con qué nos vestiremos?”. 32 Los que se preocupan de todas estas cosas son los paganos, mientras que su Padre celestial ya sabe que ustedes necesitan todo eso. 33 Busquen primero el Reino de Dios y lo dispuesto en su plan, y él les añadirá todo lo demás. 34 No se angustien por el día de mañana, pues el mañana se angustiará por sí mismo. Cada día tiene suficiente con sus propios problemas».


6,19-34: A lo largo del sermón de la montaña (nota a 5,1-7,29) es notoria la frecuente alusión a las relaciones entre padre, hijos y hermanos. Éstas, marcadas por el signo del amor, imprimen un sello especial a las exhortaciones del discurso de Jesús. La fe en la providencia de Dios parte de la seguridad absoluta de que él es el Padre misericordioso que nunca se olvida de sus hijos. Esta confianza plena lleva a que el creyente se abandone totalmente en su único Señor, haciendo a un lado todo lo que pueda suplantar la fe en el Dios amoroso y providente. Poner la seguridad en cualquier otra realidad, resulta contrario a la identidad del auténtico discípulo de Jesús. La búsqueda sincera del Reino y lo que Dios ha dispuesto en su plan de salvación (6,33; nota a 3,13-17) se opone a la angustiosa preocupación por las cosas materiales, tal como la experimentan los que no pertenecen a la comunidad de Jesús (6,25.31-32). Quien cree en Jesús no puede compartir esas vanas preocupaciones.


6,19: Job 22,24-26; Sant 5,2-3 / 6,21: Job 31,24-25 / 6,22: 1 Tes 5,4-5 / 6,23: Jn 11,9-10 / 6,25: Sal 127 / 6,26: Is 49,14-15 / 6,28: Sal 103,15 / 6,29: 1 Re 10,1-29; 2 Cr 9,13-14 / 6,32: Is 51,1-3 / 6,33: Rom 14,17 / 6,34: Sal 37,4-25; Sant 4,13-14


No juzguen

Lc 6,37-38.41-42


71 «No juzguen, para que Dios no los juzgue, 2 porque él los juzgará de la misma manera como ustedes juzguen, y los medirá con la medida con que ustedes midan. 3¿Por qué miras la paja en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que tienes en el tuyo? 4 ¿O cómo dices a tu hermano: “Deja que saque la paja de tu ojo”, si tú tienes una viga en el tuyo? 5 ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu ojo, entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano».

6 «No den las cosas santas a los perros ni arrojen sus perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen, y luego se vuelvan contra ustedes y los ataquen».


7,1-6: Una de las prioridades fundamentales del sermón de la montaña es el reconocimiento y aceptación de Dios como Padre y la consecuente actitud fraterna hacia el prójimo. Ésta implica no sólo comprensión y tolerancia frente a los hermanos, sino una actitud coherente y honesta consigo mismo, para aceptar y corregir los propios errores. Según el sermón, la actitud filial para con Dios y la fraternal hacia el hermano definen el perfil propio del discípulo de Jesús, y ésta es también nuestra tarea. Sin embargo, muchas veces el discípulo de Jesús se topa con una dureza de corazón tal, que resulta mejor canalizar las energías hacia otros destinatarios, en lugar de exponer las «perlas» del Reino (7,6) a la obstinación contumaz y sus consecuencias.


7,1: Rom 2,1-2; 1 Cor 4,5 / 7,2: Sant 4,11; Mc 4,24 / 7,3: Jn 8,7 / 7,6: Éx 22,30


Pidan y Dios les dará

Lc 6,31; 11,9-13


7 «Pidan y Dios les dará, busquen y encontrarán, llamen y él les abrirá. 8 Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, Dios le abre. 9 ¿Acaso alguno de ustedes le da una piedra a su hijo cuando le pide pan? 10 ¿O le da una serpiente cuando le pide pescado? 11 Si ustedes que son malos saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en los cielos les dará cosas buenas a quienes se las pidan!».

12 «Por tanto, traten en todo a los demás como ustedes quieran ser tratados, porque en esto consiste la Ley y los Profetas».


7,7-12: Ya en Mateo 6,19-21, Jesús ha invitado a la confianza en Dios, como Padre providente. Aquí vuelve a poner de relieve esa misma actitud, pero ahora con mayor insistencia. Si los miembros de la comunidad mesiánica logran vivir la nueva relación con el Padre celestial, es decir, la comunión íntima con él, que Jesús, su Hijo, hace posible, entonces ellos pueden esperar de Dios sólo cosas buenas (7,11). De aquí también se desprende la llamada regla de oro: que tratemos a los demás como queremos que ellos nos traten (7,12).


7,7: Jn 14,13-14 / 7,8: Prov 8,17; Lc 18,1-8; 1 Jn 3,22-23 / 7,11: Dt 4,29-31 / 7,12: Lv 19,18; Tob 4,15; Rom 13,8-10


Entren por la puerta angosta

Lc 13,23-24


13 «Entren por la puerta angosta, porque ancha es la puerta, y amplio el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que llegan por él. 14 Pero tan angosta es la puerta y tan estrecho es el camino que conduce a la vida, que son pocos los que la encuentran».


7,13-14: Jesús, al final del sermón de la montaña, concluye con varias imágenes y, mediante el procedimiento de la alternativa a elegir, presente en el Antiguo Testamento (Dt 30,15-20; Jr 21,8), invita a los suyos a tomar una decisión radical frente a la propuesta del Reino de Dios. La primera de las imágenes, la de la puerta y del camino, se refiere a las exigencias para seguir a Jesús y pone de manifiesto la necesidad de elegir entre dos estilos de vida que resultan incompatibles entre sí, el propio del discípulo del Mesías y los otros ajenos y contrarios a la vida cristiana. El primero es el más exigente, pero es, en definitiva, el que más vale la pena.


7,13: Sal 1; Dt 30,15-20 / 7,14: Prov 4,18-19; Jn 10,9-10


Por sus frutos los reconocerán

Mt 12,33-35; Lc 6,43-44


15 «Cuídense de los falsos profetas que se visten como ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. 16 Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de las zarzas? 17 Así también, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el malo produce frutos malos. 18 Un árbol bueno no puede dar frutos malos, ni uno malo producir frutos buenos. 19 Todo árbol que no da frutos buenos se corta y se arroja al fuego. 20 Entonces, ¡por sus frutos los reconocerán!». 


7,15-20: La acción de los falsos profetas es descrita con la imagen de los lobos disfrazados de ovejas (nota a 7,13-14). Este tema tiene su origen en el Antiguo Testamento (Is 9,14; 28,7; Jr 6,13; Ez 13,3) y continuó, dada su importancia, en el cristianismo naciente (Hch 13,6; 2 Pe 2,1; 1 Tim 1,4). El dicho de Jesús (Mt 7,15) pone en guardia contra quienes atentan contra sus enseñanzas y pretenden desviar a los discípulos por otros caminos. Utiliza recursos sacados tanto de la vida pastoril como agrícola. La imagen de los lobos rapaces vestidos como ovejas ilustra la falsedad y perversión de esos pretendidos profetas, que no hacen otra cosa que confundir y destruir la comunidad. El criterio para distinguir entre genuinos y falsos profetas son los frutos que produce cada uno de ellos, como enseña la metáfora de los árboles (7,17-19). Los seguidores de Jesús son invitados a dar los frutos propios de los profetas verdaderos y a discernir entre los frutos malos y buenos presentes en el mundo.


7,15: Dt 13,2-6; 18,9-22 / 7,17: Gál 5,19-24 / 7,19: Jn 15,6


El que haga la voluntad de mi Padre

Lc 6,46-49; 13,26-27


21 «No todo el que me dice: “¡Sí, Señor!”, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos. 22 Muchos me dirán en aquel día: “¡Señor!, ¿acaso no profetizamos en tu nombre y en tu nombre expulsamos demonios e hicimos muchos milagros?”. 23 Entonces les diré: “¡Yo no los conozco! ¡Aléjense de mí, ustedes que hacen el mal!”».

24 «Quien escucha mis palabras y las lleva a la práctica se parece a un hombre prudente que construyó su casa sobre roca. 25 Vino la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y chocaron contra esa casa, pero no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. 26 Pero el que escucha mis palabras y no las lleva a la práctica se parece a un hombre necio que construyó su casa sobre arena. 27 Vino la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos, chocaron contra esa casa y se vino abajo. ¡Su destrucción fue total!».

28 Cuando Jesús terminó este discurso, la gente quedó asombrada por su enseñanza, 29 ya que lo hacía con autoridad y no como sus maestros de la Ley.


7,21-29: El sermón de la montaña concluye con un llamado al cumplimiento de la voluntad del Padre. El evangelista enfatiza la necesidad de hacer efectiva la enseñanza recibida. Para esto, utiliza la imagen de la construcción de las dos casas y sus respectivas cimentaciones (nota a 7,13-14). Mientras en el pasaje anterior se trataba de alertar contra los falsos profetas y sus frutos malos (7,15-20), ahora se trata de poner en práctica la palabra verdadera del Señor, escuchada por el creyente. Al final, no todos los miembros de la comunidad entrarán en el Reino, pues cada uno será juzgado por sus opciones y por la efectividad de sus acciones (7,21-23). Hacer la voluntad del Padre en el Evangelio según Mateo es una condición indispensable para que podamos experimentar la salvación que nos trae el Mesías.


7,21: Is 29,13 / 7,23: Sal 6,9 / 7,25: Prov 10,25 / 7,26: Job 8,13-15 / 7,27: Ez 13,10-14 / 7,28-29: Mc 1,22; Lc 4,32


1.3- Signos del cumplimiento del Reino y su plan de salvación


8,1-9,35. Concluido el sermón de la montaña (nota a 5,1-7,29), Mateo inicia un nuevo momento en su narración. De la instrucción del Maestro, pasa ahora a la acción poderosa del Señor de la comunidad, quien posee autoridad sobre la enfermedad (8,1-17; 9,1-7; 9,20-22.27-34), la naturaleza (8,23-27), los demonios (8,28-34) y la muerte misma (9,18-19.23-26). El evangelista, mediante tres series de tres milagros cada serie (8,1-17; 8,23-9,8; 9,18-34), resalta la eficacia absoluta e inmediata del poder de Jesús y, para ello, elimina incluso los rasgos narrativos no indispensables y los personajes secundarios, y conserva sólo a Jesús y al beneficiado, privilegia el diálogo y el tema de la fe, y destaca la acción de mirar con la que Jesús, desde el principio, domina la situación y pone de manifiesto su poder y majestad. Pero también es sintomático que la primera serie de milagros haga mención de las palabras de Isaías (Is 53,4 en Mt 8,17), lo que revela una vez más el interés de Mateo por mostrar que el cumplimiento del plan salvador de Dios llega con la acción del Mesías y su misericordia en favor del pueblo. Lo anunciado es ahora realidad por medio de los signos que él realiza.


¡Quiero, queda limpio!

 Mc 1,40-45; Lc 5,12-16


81 Cuando Jesús bajó de la montaña, lo siguió mucha gente. 2 En esto, se acercó un leproso y se postró ante él, diciendo: «Señor, si quieres puedes purificarme». 3 Jesús, extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: «¡Quiero, queda purificado!». Y al instante quedó purificado de su lepra. 4 Entonces Jesús añadió: «No se lo digas a nadie, sino que preséntate ante el sacerdote y lleva la ofrenda que ordenó Moisés, para que les conste que quedaste sano».


8,1-4: La primera serie presenta tres relatos de milagros unidos entre sí (nota a 8,1-9,35), en favor de personas marginadas (leproso, mujer, pagano). Éste, el primero de ellos, además de abrir la serie, enlaza con el sermón de la montaña (8,1). La lepra, además de ser una enfermedad, constituía también una impureza y era causa de marginación religiosa y social; su curación representaba una liberación total de la persona. Al mismo tiempo que aparece el poder liberador del Mesías, la orden de que se presente al sacerdote señala la continuidad con la costumbre judía (8,4).


8,1: Nm 12,10-13 / 8,4: Lv 14,1-32; Mc 7,36


No he encontrado a nadie en Israel con una fe tan grande

Lc 7,1-10; 13,28-29; Jn 4,46-53


5 Al entrar Jesús en Cafarnaún, se le acercó un oficial romano 6 que le suplicaba: «¡Señor, mi servidor está acostado en casa con parálisis y terribles sufrimientos!». 7 Jesús le dijo: «Voy a curarlo». 8 Pero el oficial le respondió: «¡Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero sólo di una palabra y él sanará! 9 Pues yo, que soy subordinado, tengo soldados a mis órdenes, si digo a uno: “Ve”, él va; y a otro: “Ven”, y éste viene, y a mi servidor: “Haz esto”, y él lo hace». 10 Jesús se asombró al escucharlo y dijo a los que lo seguían: «Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel con una fe tan grande». 

11 «Por eso les digo que muchos vendrán de oriente y de occidente y se sentarán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los cielos, 12 mientras que los herederos del Reino serán echados fuera, a las tinieblas, donde habrá llanto y desesperación». 13 Luego, Jesús dijo al oficial romano: «¡Anda, que suceda como has creído!». Y en aquel momento el servidor quedó sano. 


8,5-13: El segundo relato de milagro (nota a 8,1-4) trae a colación un tema complejo, pues tiene como beneficiario a un pagano que suplica por la salud de su servidor, en una parte del evangelio que se habla de los milagros de Jesús en Israel. Por un lado, queda en evidencia cómo el que no es judío respeta la primacía de Israel, pueblo elegido, en el marco de la historia de la salvación, pero por otro, también se muestra que esta salvación se abre más allá de las fronteras de Israel. La fe del oficial romano o centurión es modelo a seguir, ya que representa la respuesta adecuada a todo milagro, haciendo posible la aceptación de la Buena Noticia por parte de todos, judíos y paganos. Además, el relato pone de manifiesto la autoridad del Mesías quien, como Señor, conduce a su comunidad, compuesta por miembros de diversa procedencia.


8,7: Sal 32,9 / 8,8: Lc 5,8 / 8,10: Heb 11,1 / 8,13: Sal 107,20


Curó a todos los enfermos

 Mc 1,29-34; Lc 4,38-41


14 Cuando Jesús llegó a la casa de Pedro, vio a la suegra de éste acostada y con fiebre; 15 la tomó de la mano y se le quitó la fiebre. Entonces ella se levantó y se puso a servirle.

16 Al atardecer, le llevaron muchos endemoniados, expulsó a los espíritus con su palabra y curó a todos los enfermos, 17 para que se cumpliera lo que dijo el profeta Isaías: 

Él tomó nuestras debilidades

y cargó con nuestras enfermedades [Is 53,4].


8,14-17: El tercer milagro de curación tiene por destinatario a una mujer, la suegra de Pedro (8,14-15). Este milagro completa la serie de tres milagros (nota a 8,1-4), lo que da pie a un sumario o resumen acerca de la actividad milagrosa de Jesús en favor de los necesitados (8,16-17), donde se trae a colación un texto de la Escritura (Is 53,4). La brevedad de la narración destaca el énfasis que se pone en las acciones mismas de Jesús y en los efectos que éstas producen. Dos reacciones se subrayan: el servicio que ejerce la mujer sanada y el cumplimiento de lo anunciado por Isaías. Se invita a los lectores del evangelio a confiar en la eficacia de la acción mesiánica que da cumplimiento a las promesas y a asumir la actitud de servicio hacia quien ha cumplido estas promesas.


8,15: Mc 9,27; Hch 3,7 / 8,17: Heb 2,10


Sígueme

 Lc 9,57-60


18 Jesús, al darse cuenta de que lo rodeaba una multitud, ordenó que lo llevaran a la otra orilla. 19 Entonces se acercó un maestro de la Ley y le dijo: «¡Maestro!, te seguiré adondequiera que vayas». 20 Jesús le respondió: «Los zorros tienen madrigueras y las aves del cielo, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza».

21 Otro de los discípulos le dijo: «¡Señor!, permíteme ir antes a sepultar a mi padre”. 22 Jesús le respondió: «Sígueme, y deja que los muertos sepulten a sus muertos».


8,18-22: Entre la primera serie de milagros y la segunda (nota a 8,1-9,35), la narración se centra en el seguimiento de Jesús y sus consecuencias. Que se trate de un maestro de la Ley tiene relevancia en Mateo. Aquí, como en otras partes (13,52; 23,34), el título no tiene connotaciones negativas, pues se trata de un judío, experto en la Ley, que quiere convertirse en discípulo, lo que destaca con más fuerza la autoridad de Jesús como verdadero y legítimo Maestro en Israel, con potestad para llamar en su seguimiento y, por lo mismo, reclamar exigencias radicales a los que acepten la invitación. La enseñanza, pues, se refiere a las condiciones que Jesús propone a los que desean ser sus discípulos. Mateo ha recogido dos de los tres diálogos de Lucas (Lc 9,57-60). En el primero se enseña que el seguimiento del Señor exige renunciar a las seguridades de este mundo (Mt 8,18-20). En el segundo (8,21-22), se afirma que el llamado de Jesús exige respuesta inmediata. El último dicho es oscuro (8,22), y se puede referir tanto a los muertos desde el punto de vista espiritual, es decir, a los que no han encontrado la vida en el Reino, como a los muertos literalmente hablando, lo que es más probable. Sin duda que la exigencia de Jesús es fuerte, lo que pone en evidencia la opción radical por parte del discípulo frente al valor absoluto de Jesús y su seguimiento.


8,20: Sal 84,4; Dn 7,13-14; Mc 8,38; 2 Cor 8,9 / 8,21: Gn 50,5; Tob 4,3 / 8,22: 1 Re 19,20


¿Quién es éste que hasta los vientos y el mar le obedecen?

Mc 4,35-41; Lc 8,22-25


23 Luego, Jesús subió a la barca y sus discípulos lo siguieron. 24 De repente se desató una tormenta tan grande en el mar que las olas cubrían la barca; mientras tanto, Jesús dormía. 25 Los discípulos se acercaron a él, lo despertaron y le dijeron: «¡Señor, sálvanos! ¡Nos ahogamos!». 26 Él les preguntó: «¿Por qué son tan cobardes, hombres de poca fe?». Y levantándose, reprendió a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma. 27 La gente, asombrada se preguntaba: «¿Quién es éste que hasta los vientos y el mar le obedecen?».


8,23-27: Dos aspectos se conjugan en el pasaje de la tempestad: la autoridad de Jesús y la prueba de fe que tienen que afrontar sus discípulos, como parte de las exigencias en su camino de seguimiento. La potestad que tiene el Hijo del hombre para enseñar, sanar enfermos y expulsar demonios tiene también efectos sobre la naturaleza. Del mismo modo, a los seguidores de Jesús se los interpela acerca de su confianza ante todo tipo de tempestades y sacudidas que ponen a prueba la autenticidad de su fe.


8,24: Jon 1,4s; Hch 27,9-15 / 8,26: Sal 65,8; 89,10; 107,29


¿Qué tenemos que ver contigo, Hijo de Dios?

Mc 5,1-20; Lc 8,26-39


28 Cuando Jesús llegó a la otra orilla, a la región de los gadarenos, dos endemoniados salieron de entre los sepulcros a su encuentro. Eran tan peligrosos que nadie se atrevía a pasar por aquel camino. 29 Entonces, ellos empezaron a gritar: «¿Qué tenemos que ver contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?». 30 A cierta distancia había una gran cantidad de cerdos alimentándose. 31 Los demonios le suplicaban: «Si nos expulsas, mándanos a los cerdos». 32 Jesús les dijo: «¡Vayan!». Ellos salieron y entraron en los cerdos, y éstos se arrojaron por un barranco al mar y murieron ahogados. 33 Los que cuidaban los cerdos huyeron a la ciudad y difundieron todo aquello, incluso lo de los endemoniados. 34 Entonces, toda la ciudad salió al encuentro de Jesús para rogarle que se fuera de su territorio.


8,28-34: El evangelista ya había hablado de expulsiones de demonios (8,16); sin embargo, es ahora cuando presenta un relato explícito al respecto. El interés se centra desde el inicio en el encuentro de los endemoniados con Jesús, quienes lo reconocen como alguien capaz de destruirlos (8,29). Le piden que los mande a los cerdos que, para los judíos, son animales impuros (Lv 11,7; Dt 14,8), y representan en Gadara, territorio pagano, la condición de sus habitantes lejos de Dios. La única palabra pronunciada por Jesús es la orden: «¡Vayan!» (Mt 8,32), lo que expresa su autoridad y su lugar central en el relato. El resto de la narración se ocupa en describir el efecto de esa palabra de autoridad, incluso fuera de Israel. Jesús se nos revela como salvador y liberador de todos los males y del poder del Diablo, pero al mismo tiempo la actitud de los gadarenos nos interpela, invitándonos a tomar una decisión personal frente a él.


8,28: Is 65,28s / 8,29: Lc 4,34; Sant 2,19 / 8,32: Hch 8, 6-8; 10,38


Tus pecados quedan perdonados

Mc 2,1-12; Lc 5,17-26


91 Jesús subió a la barca, atravesó el lago y fue a la ciudad donde vivía. 2 En esto, le trajeron un paralítico tendido en una camilla. Viendo Jesús la fe de la gente, dijo al paralítico: «Ánimo, hijo, tus pecados quedan perdonados». 3 Entonces, algunos de los maestros de la Ley comentaban entre sí: «¡Éste blasfema!». 4 Sabiendo Jesús lo que pensaban, les dijo: «¿Por qué piensan tan mal en su interior? 5 ¿Qué es más fácil decir: “Tus pecados son perdonados”, o decir: “Levántate y camina”? 6 Sin embargo, para que vean que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar los pecados -dijo entonces Jesús al paralítico- levántate, toma tu camilla y vete a tu casa». 7 Él se levantó y se fue a su casa. 8 Al ver esto, la multitud se llenó de temor y glorificaba a Dios, porque había dado tal poder a los hombres.


9,1-8: Jesús deja el territorio pagano y vuelve a Cafarnaún, donde residía (4,13). El tema principal de esta controversia no es la curación en cuanto tal, sino el perdón de los pecados, autoridad que sólo Dios tiene y que ahora manifiesta por su Mesías. Este tema es fundamental en todo el evangelio. Los lectores que conocen la experiencia del perdón de los pecados descubren en el paralítico a un hombre que recibe algo más que la sanación física de una enfermedad: ese perdón significa experiencia misma de la salvación de Dios. Al mismo tiempo, los lectores empiezan a constatar ya desde ahora lo que aparecerá con toda claridad al final del evangelio, que Jesús está investido con el poder mismo de Dios (28,18), aunque los maestros de la Ley se resistan a creer en el Mesías. La acción liberadora de Jesús que nos levanta, se traduce en el reconocimiento gozoso de la obra de Dios en nosotros y en el mundo (9,7-8).


9,1: Jn 5,1-9; Hch 9, 33-35 / 9,2: Lc 7,48 / 9,3: Jn 10,33-36 / 9,4: Za 8,17 / 9,6: Dn 7,14; Jn 5,8.27


Yo no vine a llamar a los justos, sino a los pecadores

Mc 2,13-17; Lc 5,27-32 


9 Cuando ya se alejaba, Jesús vio a un hombre llamado Mateo sentado junto a la mesa donde cobraba impuestos, y le dijo: «¡Sígueme!». Él se levantó y lo siguió.

10 Mientras Jesús estaba comiendo en la casa de Mateo, llegaron otros muchos cobradores de impuestos y pecadores, y se sentaron con él y sus discípulos. 11 Al ver esto, los fariseos preguntaron a los discípulos: «¿Por qué su maestro come con recaudadores de impuestos y pecadores?». 12 Jesús, al oír la pregunta, respondió: «Los sanos no necesitan médico, sino los enfermos. 13 Entiendan bien lo que significa: Misericordia quiero y no sacrificios [Os 6,6], pues yo no vine a llamar a los justos, sino a los pecadores».


9,9-13: Jesús no sólo perdona los pecados de un hombre (nota a 9,1-8), sino que también convive con los pecadores y los llama para que sean sus discípulos. Los cobradores de impuestos eran tenidos por gente de mala fama y por impuros debido a sus servicios al poder extranjero, a su contacto con monedas que tenían imágenes e inscripciones paganas, con frecuencia blasfemas, y a su conocida actitud deshonesta en el ejercicio del oficio. Nada de esto es impedimento para Jesús, quien tiene poder de perdonar los pecados (9,2). La llamada de Jesús a Mateo y la comida con otros pecadores ya no constituyen sólo una manifestación de la autoridad del Hijo de Dios, sino también una revelación de su infinita misericordia: Jesús purifica la vida y sana el corazón, llama para compartir la mesa, expresión de íntima unión en la amistad, en los proyectos y en el propio destino.


9,9: Hch 1,13 / 9,10: Lc 15, 1-2 / 9,13: 1 Sm 15,22


El vino nuevo se echa en odres nuevos

Mc 2,18-22; Lc 5,33-39 


14 En eso, se le acercaron a Jesús los discípulos de Juan y le preguntaron: «¿Por qué nosotros ayunamos igual que los fariseos, en cambio tus discípulos no ayunan?». 15 Él les respondió: «¿Acaso pueden estar tristes los amigos del novio mientras él está con ellos? Llegará el día en que les quiten al novio, entonces ayunarán».

16 «Nadie remienda un vestido viejo con un pedazo de tela nueva, porque cuando encoja lo que se añadió, la rotura se hará más grande. 17 Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque de hacerlo así se revientan los odres, se derrama el vino y los odres se echan a perder. ¡El vino nuevo se echa en odres nuevos, y así se conservan los dos!».


9,14-17: La comida con los pecadores y la controversia que ésta suscita (9,9-13) da pie al evangelista para introducir el polémico tema del ayuno. Para la comunidad de Mateo, de cuño judeocristiano, era necesario redimensionar la costumbre de ayunar, muy apreciada en el judaísmo. Jesús, aunque no viene a cancelar lo prescrito en la Ley, sí establece una superación y una nueva manera de entenderla. El cumplimiento supone el camino (nota a 5,1-7,29), es decir, la preparación en el Antiguo Testamento, pero no como simple yuxtaposición artificial de realidades, sino como verdadero cambio de actitud. Esto es lo que define al genuino discípulo de Jesús, invitado a recibirlo como el Mesías que viene a replantear y a hacer posible, en nombre de Dios, la alianza y la fidelidad de Israel. No se trata de crear componendas que terminan diluyendo tanto el judaísmo como el cristianismo: el vino nuevo (de Cristo) exige odres nuevos (actitudes, conductas, acciones auténticamente cristianas).


9,14: Is 58,3 / 9,15: Jn 3,29 / 9,16: 2 Co 5,17; Gál 4,9 / 9,17: Job 32,19; Lv 26,10; Rom 7,6


Ven a imponerle tu mano y vivirá

 Mc 5,21-43; Lc 8,40-56


18 Mientras Jesús les hablaba de esto, se presentó un hombre importante, se postró ante él y le dijo: «Mi hija acaba de morir, pero ven a imponerle tu mano y vivirá». 19 Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos.

20 Entonces, una mujer que padecía derrames de sangre desde hacía doce años se acercó por detrás a Jesús y tocó el borde de su manto, 21 pues pensaba: «Me sanaré con sólo tocar su manto». 22 Él se volvió, la miró y le dijo: «Ánimo, hija, tu fe te ha sanado». Y desde aquel momento la mujer quedó sana.

23 Cuando Jesús llegó a la casa de aquel hombre importante y vio a los que tocaban música fúnebre y a la multitud alborotada, 24 les ordenó: «¡Retírense! La niña no ha muerto, sino que duerme». Pero ellos se burlaban de él. 25 Cuando hicieron salir a la gente, Jesús entró, la tomó de la mano y levantó a la niña. 26 Y la noticia se difundió por toda aquella región.


9,18-26: Después de los pasajes polémicos anteriores, cuyo tema central es el perdón, Mateo retoma los relatos de milagros. Una nueva serie tendrá lugar aquí (nota a 8,1-9,35). La curación de la mujer que padecía hemorragia o derrames de sangre y la resurrección de la hija de un importante funcionario aparecen unidos como en Marcos 5,21-43. Mateo ha hablado antes de la mano de Jesús como signo de su poder salvador (8,3.15). Nosotros, los lectores, también estamos invitados a ponernos bajo la mano extendida del Señor o a dejar que él tome nuestra mano (9,18.25), para recibir así su auxilio y su salvación. Lo único que Jesús nos pide es una fe auténtica. Luego, nos corresponde difundir lo que el Señor ha hecho en nosotros (9,26).


9,18: 1 Tim 4,14 / 9,20: 1 Sm 15,27 / 9,22: Hch 19,12 / 9,24: Jn 11,11-13


¡Que suceda como ustedes creen!

Mt 20,29-34


27 Cuando Jesús partió de allí, lo siguieron dos ciegos gritando: «¡Hijo de David, ten piedad de nosotros!». 28 Al entrar en la casa, los ciegos se le acercaron y él les preguntó: «¿Creen que puedo hacer esto?». Le respondieron: «¡Sí, Señor!». 29 Entonces Jesús tocó los ojos de los ciegos, y les dijo: «¡Que suceda como ustedes creen!». 30 Y sus ojos se les abrieron. Entonces Jesús les ordenó: «¡Cuidado con que alguien lo sepa!». 31 Pero ellos, apenas salieron, lo divulgaron por toda la región. 


9,27-31: La fe es de nuevo el tema central del pasaje, y se testimonia un proceso dinámico de crecimiento en ella. Jesús sana a dos hombres privados de la vista, pero el alcance del milagro va más allá de la simple curación física. La relación entre ceguera e incredulidad es conocida para la comunidad cristiana. Aunque los ciegos dan a Jesús un reconocimiento mesiánico al llamarlo Hijo de David, son interpelados acerca de su disposición para recibir la curación y requieren un conocimiento todavía más preciso y una experiencia más profunda en su relación con Jesús. Ante el Mesías de Dios, que lleva a cumplimiento lo prometido por él (Is 29,18), se requiere una respuesta de fe en él y en quien lo envía. La actitud de los ciegos se convierte así para la comunidad en un espejo de su propia fe. La seguridad de la ayuda que el Señor presta a quien lo invoca infunde siempre ánimo y confianza (Mt 9,28).


9,27: Lc 1,32 / 9,30: Mc 1,34


¡Jamás se ha visto algo parecido en Israel!

Mc 6,6


32 En cuanto los ciegos se fueron, le trajeron a un hombre endemoniado que estaba mudo. 33 Cuando Jesús expulsó al demonio, el mudo empezó a hablar. Entonces la multitud decía maravillada: «¡Jamás se ha visto algo parecido en Israel!». 34 Pero los fariseos decían: «Expulsa a los demonios con el poder del príncipe de los demonios». 

35 Jesús recorría todos los pueblos y aldeas, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias.


9,32-35: Los milagros en favor de los ciegos (9,27-31) y del endemoniado mudo están unidos. Recobrar la vista y el habla se contaba entre las esperanzas para los tiempos mesiánicos futuros (Is 35,5-6). En este relato se destaca la doble reacción de los testigos: mientras que la multitud se asombra, los fariseos son hostiles, hasta el punto de acusarlo de complicidad con el Demonio (Mt 9,33-34). El evangelista finaliza esta parte con un nuevo resumen de la actividad de Jesús, que comprende tres grandes acciones evangelizadoras: enseñanza, predicación y curación (9,35). Discípulo de Jesús es quien escucha y cree de verdad lo que el Maestro dice y hace.


9,32: Lc 11,14-15 / 9,33: Mc 7,37


1.4- Discurso de Jesús: la misión de los discípulos


9,36-11,1. El segundo discurso de Jesús en Mateo es acerca de la misión y el testimonio. Éste representa otro momento muy relevante. Los discípulos de Jesús, instruidos (nota a 5,1-7,29) y testigos de la autoridad y misericordia con que el Maestro predica y actúa (nota 8,1-9,35), reciben ahora el encargo de continuar con esa misión: anunciar el Reino, enseñar y realizar acciones portentosas, aunque también se les advierte acerca de los peligros y amenazas que deberán afrontar, pero cuentan con Jesús que nunca dejará de animarlos. La suerte de los discípulos en todo momento es como la de su Maestro: se ven enfrentados a peligros y amenazas por el Reino de los cielos.


La cosecha es abundante

 Mc 6,34; Lc 10,2


36 Al ver a la multitud, Jesús se compadeció de ella, porque estaban cansados y abandonados, como ovejas sin pastor [Nm 27,17; Jdt 11,19; 2 Cr 18,16]. 37 Entonces dijo a sus discípulos: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. 38 Por eso, rueguen al dueño de la cosecha que envíe trabajadores a recogerla».


9,36-38: Este pasaje funciona como introducción a la segunda de las cinco grandes enseñanzas de Jesús en el Evangelio según Mateo, el discurso de la misión y el testimonio (nota a 9,36-11,1). Se presenta la compasión que Jesús tiene por la gente abandonada y abatida; este mismo valor cristiano es el que motiva el llamado a los “trabajadores” y la oración para que éstos no falten (9,37-38). Mateo manifiesta ya cómo los discípulos están orientados básicamente a la misión en favor del pueblo necesitado.


9,36: 1 Re 22,17 / 9,37: Jn 4, 35-38


Anuncien que está llegando el Reino de los cielos

Mc 3,13-19; 6,7-13; Lc 6,13-16; 9,1-5; 10,4-11


101 Jesús llamó a sus doce discípulos, y les dio autoridad para expulsar espíritus impuros y sanar toda enfermedad y dolencia. 2 Estos son los nombres de los doce apóstoles: primero Simón, llamado “Pedro”, y su hermano Andrés; Santiago, el hijo de Zebedeo, y su hermano Juan; 3 Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el cobrador de impuestos; Santiago, el hijo de Alfeo, y Tadeo; 4 Simón el Cananeo, y Judas Iscariote, el que lo entregó. 

5 Jesús envió a los Doce con estas instrucciones: «No vayan a lugares de paganos ni entren en pueblos de samaritanos, 6 sino diríjanse más bien a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. 7 Vayan y anuncien que está llegando el Reino de los cielos. 8 Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, limpien a los leprosos y expulsen a los demonios. Lo que han recibido gratis, entréguenlo también gratis. 9 No lleven oro, ni plata ni dinero en sus bolsillos, 10 ni provisiones para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón, porque el que trabaja merece su sustento. 11 Cuando entren en un pueblo, busquen a alguna persona respetable y quédense allí, hasta que se vayan. 12 Saluden al entrar en una casa, 13 y si esta casa es digna, que la paz permanezca en ella; si no, que esa paz vuelva a ustedes. 14 Cuando alguien no los reciba ni escuche sus palabras, al salir de esa casa o ciudad, sacúdanse el polvo de los pies. 15 Les aseguro que el día del juicio será más soportable para Sodoma y Gomorra que para esa ciudad». 


10,1-15: Después de mencionar la compasión de Jesús por la gente (9,36), Jesús elige a los pregoneros del Evangelio y los instruye para que realicen la misión que les encomienda. El llamado y envío de los Doce constituye una respuesta a los males que aquejan al pueblo. El número doce es simbólico y alude a las tribus de Israel, primer destinatario de la predicación (10,6; 15,24), la que después se abrirá a todos los pueblos (28,19). La narración subraya la autorización otorgada por Jesús a sus elegidos y la confianza absoluta que ellos han de tener en quien los envió. La potestad recibida para predicar y hacer milagros expresa el poder del Señor presente en su comunidad. El envío de los Doce se convierte en un paradigma del envío permanente de la comunidad, investida de poder, pero también expuesta al rechazo.


10,2: Hch 1,13 / 10,5: Lc 9,52s / 10,7: Hch 13,46-47 / 10,8: 2 Re 5,16; Is 55,1 / 10,9: Hch 8,20-21 / 10,10: 1 Cor 9,14 / 10,14: Hch 13,51 / 10,15: Gn 13,13; 18,16-19,29


Todos los odiarán por mi causa

Mc 13,9-13; Lc 6,40; 10,3; 12,11-12; 21,12-17; Jn 13,16


16 «Miren que yo los envío como ovejas en medio de lobos. Sean astutos como las serpientes y sencillos como las palomas. 17 Cuídense de la gente, pues los entregarán al tribunal y los azotarán en las sinagogas.

18 «Por mi causa serán llevados ante reyes y gobernantes, para que den testimonio ante ellos y ante los paganos. 19 Cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir, ya que en aquel momento Dios les indicará lo que deban decir, 20 porque no serán ustedes quienes hablen, sino el Espíritu de su Padre quien hablará en ustedes». 

21 «El hermano entregará a la muerte a su hermano y el padre a su hijo. Los hijos denunciarán a sus padres para que los maten». 

22 «Todos los odiarán por mi causa, pero Dios salvará a quien persevere hasta el fin. 23 Cuando los persigan en un pueblo, huyan a otro. Les aseguro que no terminarán de recorrer Israel antes de que venga el Hijo del hombre. 24 El discípulo no es mayor que su maestro, ni el sirviente más que su señor. 25 Al discípulo le basta con ser como su maestro y al sirviente, como su señor. Si llamaron Belzebú al dueño de la casa, ¡cuánto más a los suyos!». 


10,16-25: Las hostilidades antes aludidas (10,14) cobran ahora mayor fuerza. Las metáforas son elocuentes: ovejas entre lobos, serpientes y palomas. Es probable que en la base de esta parte del discurso se encuentren dichos diversos de Jesús sobre el tema de la persecución, que Mateo logró hilvanar del modo siguiente: dichos en general (10,16-17.22-25), dichos ante los tribunales (10,18-20) y relativos al rechazo de la propia familia (10,21). Estas advertencias serán válidas para la Iglesia misionera después de la Pascua. La persecución es una realidad que acompaña siempre a la comunidad y es necesario afrontarla con valentía y confianza en el Señor, para dar testimonio de él.


10,16: Gn 3,1 / 10,17: 1 Cor 14,20 / 10,18: Jn 16,1-4 / 10,19: Éx 4,10-12; Jr 1,6-10 / 10,20: Hch 4,31


No tengan miedo

Lc 12,2-9


26 «No teman, porque no hay nada oculto que no vaya a ser revelado, ni nada escondido que no llegue a saberse. 27 Lo que les digo en la oscuridad, díganlo a la luz, y lo que escuchan al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas. 28 No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden acabar con la vida; más bien teman a quien puede destruir la vida junto con el cuerpo en la Gehena. 29 ¿No se venden dos pájaros por una moneda de poco valor? Y ninguno de ellos cae en tierra sin que el Padre lo consienta. 30 En cuanto a ustedes, hasta los cabellos de su cabeza están contados. 31 No tengan miedo, porque ustedes valen más que muchos pájaros».

32 «Todo aquel que se declare a mi favor delante de la gente, yo me declararé a su favor delante de mi Padre que está en los cielos. 33 Pero al que niegue que me conoce delante de la gente, yo también ante mi Padre que está en los cielos negaré que lo conozco». 


10,26-33: Es probable que estos dichos de Jesús fueran independientes en su origen, pero Mateo los reunió en razón de su afinidad, formando un solo discurso. El rechazo que van a sufrir los discípulos, en vez de ser causa de desánimo, debe motivar a una gran confianza en el Padre que está en los cielos, quien cuida con esmero de los suyos (10,30-31). 


10,26: Mc 4,22 / 10,28: Eclo 9,13; 1 Pe 3,14-17 / 10,30: 1 Sm 14,45; Hch 27,34 / 10,32: Ap 3,5 / 10,33: 2 Tim 2,12


El que no toma su cruz y me sigue…

 Lc 12,51-53; 14,26-27


34 «No piensen que vine a traer paz a la tierra. ¡No vine a traer paz, sino espada! 35 Vine a enfrentar al hijo contra su padre, a la hija contra su madre, a la nuera contra su suegra 36 y así, los enemigos de cada uno serán los de su familia [Miq 7,6]. 37 El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí, y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. 38 El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. 39 El que haya encontrado su vida, la perderá, y el que la pierda por mí, la encontrará».


10,34-39: Las motivaciones de Jesús para que sus discípulos sean fuertes ante las hostilidades llegan a un nivel muy alto, incluso insospechado. Ya no se trata sólo de resistir los embates de aquellos enemigos extraños, sino incluso los embates que vienen del seno de la propia familia. La causa de la división es el hecho de profesar con decisión la fe en Jesús, realidad muy dura entre los primeros cristianos, pero que aún ahora puede tener lugar. Para asumir estos sufrimientos se emplea la imagen elocuente de tomar la cruz, en referencia directa a los sufrimientos del mismo Cristo por su fidelidad al Padre. Jesús será siempre signo de contradicción para los que optan por otros valores distintos a los del Reino.


10,34: Lc 2,34 / 10,35: Ap 6,4 / 10,38: Mc 8,34 / 10,39: Jn 12,25


El que los recibe a ustedes, me recibe a mí

Mt 18,5; Mc 9,41; Lc 10,16


40 «El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y quien me recibe, recibe al que me envió. 41 Quien recibe a un profeta por ser profeta, recibirá recompensa de profeta; quien recibe a un justo por ser justo, recibirá recompensa de justo; 42 y quien dé a beber un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, porque es discípulo mío, les aseguro que no se quedará sin recompensa».

111 Cuando Jesús terminó de dar estas instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí, para enseñar y predicar en los pueblos.


10,40-11,1: El discurso de la misión y del testimonio (nota a 9,36-11,1) finaliza con frases en las que Jesús avala de forma absoluta el trabajo misionero de sus enviados. La aceptación o el rechazo no afecta sólo a éstos, sino que cualquiera de esas acciones es dirigida en realidad a favor o en contra de quien los envía. La seguridad de los discípulos misioneros se funda en el propio Maestro que los envía. Mateo 11,1 es la conclusión del discurso y un nuevo sumario de la actividad del Señor (8,16-17). El misionero no sólo es enviado por Jesús, sino también es continuador de esa misión, y los signos que realiza son los mismos que la avalan. De aquí la identificación de Jesús con los que lo anuncian. Por esto, lo que hagan con ellos, lo hacen con el propio Jesús.


10,40: Lc 9,48 / 10,41: 1 Re 17,9-24 /10,42: 2 Re 4,9-37


2- El rechazo a Jesús: el Reino en controversia


11,2-16,20. Mateo reúne aquí una serie de reacciones de las diversas personas frente al ministerio de Jesús en las que predomina el rechazo. Un preámbulo tuvo lugar ya en la hostilidad ante el Bautista (11,2-19), las ciudades en las que el Señor había realizado más milagros no se han convertido (11,20-24), los sabios no son capaces de comprender (11,25-30), los fariseos no sólo acusan a Jesús de quebrantar el sábado (12,1-14), sino que incluso lo calumnian al afirmar que actúa con el poder de Belzebú (12,22-37), por eso él les niega otra señal que no sea la de Jonás y les advierte sobre su incredulidad (12,38-45; 16,1-4). Al concluir el discurso en parábolas (13,1-52), en el que también aparece la obstinación de algunos ante la enseñanza del Maestro (13,10-17), el mismo pueblo donde él se había criado le manifiesta su oposición (13,53-56). La muerte del Bautista (14,1-12) es una expresión clara del rechazo esbozado en Mateo 11,2-19. Y aunque mucha gente sigue al Señor (14,13-36; 15,29-39), los fariseos y maestros de la Ley insisten en su actitud hostil (15,1-20), que contrasta con la fe de una mujer pagana (15,21-28). Por todo eso Jesús advierte a los suyos acerca de la enseñanza nociva de los fariseos y saduceos (16,5-12).


2.1- Oposición al Reino de Dios y a su plan de salvación


11,2-12,50. En el discurso de la misión y del testimonio (nota a 9,36-11,1) apareció el tema de la hostilidad que los discípulos de Jesús van a enfrentar en el desempeño de su misión (10,16-36). Ahora, en esta nueva sección, Mateo presenta la oposición que encuentra el ministerio del Maestro. La pregunta de los enviados del Bautista abre esta parte (11,2-19); le sigue el reproche a las ciudades que no se han convertido (11,20-24) y la alabanza a los pequeños (11,25-30); luego vienen las controversias con Jesús (12,1-45) a propósito de temas diversos: el sábado, la autoridad de Jesús, el signo que piden los maestros de la Ley; en estas controversias se incluye la acusación de los fariseos de una pretendida posesión demoníaca de Jesús (12,24); finalmente cierra toda esta parte la declaración de Jesús acerca de su nueva y verdadera familia (12,46-50). Lo que le ocurre a Jesús, también le ocurrirá a todo aquel que se decida a anunciar el Evangelio.


No ha surgido nadie más grande que Juan el Bautista

Lc 7,18-35


2 Juan, que estaba en la cárcel, oyó hablar de las obras del Mesías y envió a sus discípulos 3 a preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?». Jesús les respondió: 4 «Vayan a comunicar a Juan lo que oyen y ven: 5 los ciegos recobran la vista, los paralíticos caminan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia la Buena Noticia a los pobres. 6 Y dichoso el que no se decepciona de mí».

7 Cuando ellos se fueron, Jesús comenzó a instruir a la gente acerca de Juan. Les preguntaba: «¿Qué salieron ustedes a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? 8 Y si no, ¿qué salieron a ver? ¿A un hombre vestido con ropa lujosa? ¡Los que visten con lujo están en los palacios de los reyes! 9 Díganme entonces, ¿qué salieron a ver? ¿A un profeta? Sí, les digo que a uno más grande que un profeta. 10 Éste es aquel de quien está escrito:

Yo envío a mi mensajero delante de ti,

para que te prepare el camino [Éx 23,20; Mal 3,1]».

11 «Les aseguro que entre los nacidos de mujer no ha surgido nadie más grande que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él. 12 Desde el tiempo de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los cielos irrumpe con fuerza y los esforzados lo arrebatan. 13 Porque todos los Profetas y la Ley han profetizado hasta Juan. 14 Y, si quieren aceptarlo, él es Elías, el que estaba por venir. 15 ¡El que quiera escuchar que entienda!».

  16 «¿Con qué compararé a la gente de este tiempo? Se parece a los niños que se sientan en las plazas y gritan a otros niños: 17 “Tocamos la flauta y no bailaron, entonamos cantos fúnebres y no hicieron duelo”. 18 Porque vino Juan que no comía ni bebía, y ustedes dijeron: “¡Está endemoniado!”. 19 Viene el Hijo del hombre que come y bebe, y ustedes dicen: “¡Este hombre es un comilón y un borracho, amigo de cobradores de impuestos y pecadores!”. Pero la sabiduría queda demostrada por sus obras».


11,2-19: Juan Bautista, ya en la cárcel, al oír hablar de las acciones de Jesús envía a preguntarle si él es el que tenía que venir. Jesús, mediante obras que testimonian su condición de Mesías, demuestra que el tiempo de la salvación se está cumpliendo. La figura del Bautista juega un papel muy importante ya que es el eslabón entre las dos grandes etapas de la historia, la preparación o el camino, y la plenitud o el cumplimiento (nota 5,1-7,29). Como Elías que ha regresado, el Bautista es el último de los profetas y el más grande nacido de mujer, pero al mismo tiempo es el menor porque pertenece al tiempo de la preparación. Vale la pena detenerse en dos sentencias importantes. La primera, siempre desconcertante, es sobre el Reino y la violencia (11,12). Por una parte, el atentado contra el Reino y los violentos que buscan destruirlo, significa que los enemigos, al intentar apoderarse de ese Reino, hacen que tanto Juan como el mismo Jesús sufran a manos de gente violenta; pero, por otra parte, el Bautista es un profeta apasionado en el sentido de que él predica con valentía y decisión. La segunda sentencia, frecuente en la tradición evangélica, es acerca del que tenga oídos que oiga (11,15); al estilo de algunos textos proféticos que se refieren a la gente que tiene oídos, pero no oye (Is 6,9; Jr 5,21), su sentido básico no es el de oír en cuanto tal, sino el de entender, en la perspectiva de creer y llevar a la práctica; de aquí su traducción: «¡El que quiera escuchar que entienda!» (Mt 11,15).


11,2: Dt 18,15 /11,5: Is 29,18-19 / 11,10: Hch 13,24-25 / 11,12: Lc 16,16 / 11,14: Mal 3,23 / 11,19: Dt 21,20; Jn 10,32


Entonces Jesús empezó a reprochar a las ciudades

Lc 10,13-15


20 Entonces Jesús empezó a reprochar a las ciudades donde había hecho la mayoría de sus milagros, porque no se habían convertido: 21 «¡Ay de ti, Corazaín!, ¡ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados en ustedes, ya hace tiempo que, vestidos de penitencia y cubiertos de ceniza, se habrían convertido. 22 Por eso les digo que en el día del juicio habrá más tolerancia para Tiro y Sidón que para ustedes. 23 Y tú, Cafarnaún, ¿acaso vas a ser elevada hasta el cielo? Te hundirás hasta el abismo, porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros realizados en ti, permanecería aún hoy. 24 Por eso les digo que en el día del juicio habrá más tolerancia para la tierra de Sodoma que para ti». 


11,20-24: Jesús, con tono de lamento, menciona tres de las principales ciudades de Galilea (Corazaín; Betsaida; Cafarnaún) donde ha iniciado su predicación y han tenido lugar sus milagros, pero cuyos habitantes no han querido escuchar ni entender. Para los lectores del evangelio, judíos que se han hecho cristianos, tales reproches son muy significativos, pues les recordaban una misión estéril llevada a cabo en su antigua patria, y los entendieron como un anuncio del rechazo final de Israel al Evangelio. Para nosotros representan una seria advertencia y un llamado urgente a la fe y a la conversión.


11,20: Jn 12,37 / 11,21: Dn 3,9; Jon 3,6 / 11,23: Is 14,13-15; Ez 31,14-15


Mi yugo es suave y mi carga ligera

Lc 10,21-22


25 En aquel instante, Jesús exclamó: «Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado todo esto a los pequeños y lo has ocultado a los sabios y a los astutos. 26 ¡Sí, Padre, tú lo has querido así! 27 Mi Padre me entregó todas las cosas, y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, y nadie conoce al Padre, sino el Hijo y a quien el Hijo se lo quiera revelar».

28 «Vengan a mí todos los cansados y abrumados por cargas, y yo los haré descansar. 29 Tomen sobre ustedes mi yugo, y aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón y encontrarán descanso para sus vidas, 30 pues mi yugo es suave y mi carga ligera».


11,25-30: En contraste con los reproches a las ciudades de Galilea (11,20-24), Jesús alaba a su Padre por haberse manifestado a los pequeños y sencillos. La expresión es elocuente: el Padre se ha revelado, por medio de su Hijo, a quienes menos se pensaba, los pobres de la tierra que no tenían posibilidad de frecuentar escuelas de sabios y letrados. De este modo, Jesús revela las preferencias de su Padre: los pobres y sencillos, aptos para recibir el don divino de la fe. Añade también una invitación para que todos los que se esfuerzan en el trabajo corporal o espiritual se acerquen a él (11,28), lo mismo a los agobiados por el cumplimiento arduo de los preceptos (11,29-30). La imagen del yugo hace referencia a la Ley, que debe ser asumida (5,18-20), pero desde una perspectiva diversa y con una nueva actitud, tal como la de Jesús.


11,25: Eclo 51,1 / 11,26: 1 Cor 1,26-29 / 11,27: Jn 3,11.35; 10,15 / 11,29: Jr 6,16


El Hijo del hombre es señor del sábado

 Mc 2,23-28; Lc 6,1-5


121 En aquel tiempo, Jesús pasaba entre los sembrados un día sábado y sus discípulos, que tenían hambre, comenzaron a arrancar espigas y a comerlas. 2 Al ver esto, los fariseos le reprocharon: «¡Tus discípulos hacen lo que no está permitido en sábado!». 3 Jesús les respondió: «¿No han leído lo que hizo David cuando él y sus compañeros sintieron hambre?, 4 ¿cómo entró en el santuario de Dios y comió los panes de la ofrenda, que no les estaba permitido comer ni a él ni a sus compañeros, sino sólo a los sacerdotes? 5 ¿Tampoco han leído en la Ley que los sacerdotes, en el Templo, quebrantan el descanso del sábado y son inocentes de ello? 6 Les aseguro que aquí hay alguien mayor que el Templo. 7 Si ustedes hubieran entendido qué significa: Quiero misericordia, no sacrificio [Os 6,6], no condenarían a los inocentes. 8 Porque el Hijo del hombre es señor del sábado».


12,1-8: Con las espigas arrancadas en sábado comienzan las controversias y a crecer la hostilidad contra Jesús. El sábado era una de las más importantes instituciones de Israel ya que, como la circuncisión, se consideraba un signo de la alianza (Éx 20,8; 34,21). Lo que en sus orígenes tuvo fines humanitarios, se convirtió en algo tan fundamental que se llegó a condenar a muerte a quien violaba el sábado. Los discípulos son acusados de infringir la norma sabática, pues aunque arrancar espigas no estaba contemplado de manera explícita en la legislación, podía equipararse a moler y aventar trigo, labor que sí estaba prohibida en el día sagrado. La respuesta de Jesús no es sólo una defensa de los suyos, sino una nueva manera de entender y redimensionar la institución del sábado. Partiendo de David y de las Escrituras, demuestra cómo el sábado está en función de las personas y que, más que el cumplimiento estricto del sábado, Dios quiere misericordia, la que proviene y manifiesta el Hijo del hombre que tiene autoridad sobre el sábado (Mt 12,7-8). Esta nueva forma de juzgar y actuar de Jesús es decisiva para quienes creemos en él, transformándose en norma ética de relación interpersonal. El tema de esta controversia de Jesús es también problema de nuestras comunidades cristianas cuando ponemos el legalismo y ritualismo (espíritu farisaico) por encima de las personas y la misericordia (espíritu cristiano).


12,1: Dt 23,26; Éx 20,8 / 12,5: Éx 40,23; Lv 24,5-9; Nm 28,9 / 12,7: 1 Sm 15,22 / 12,8: Jn 5,16-17


Está permitido hacer el bien en día sábado

Mc 3,1-6; Lc 6,6-11


9 Al salir de allí, Jesús fue a la sinagoga de los judíos, 10 donde había un hombre que tenía la mano paralizada. Entonces, le preguntaron a Jesús con la intención de acusarlo si estaba permitido sanar en día sábado. 11 Él les respondió: «¿Quién de entre ustedes si tiene una sola oveja que en sábado cae en un hoyo no la toma con fuerza y la saca? 12 ¡Cuánto más vale el hombre que la oveja! Por tanto, está permitido hacer el bien en día sábado». 13 Entonces ordenó al hombre: «¡Extiende tu mano!». Él la extendió y ésta quedó tan sana como la otra. 14 Los fariseos, al salir, se pusieron de acuerdo para acabar con Jesús.


12,9-14: Continúa la controversia sobre el sábado (12,1-8), día sagrado, aunque con un cambio de perspectiva. El acusado de quebrantarlo es ahora el propio Jesús, porque sana en sábado al hombre de la mano paralizada en un lugar también sagrado, la sinagoga. La gravedad del hecho es mayor, pero Jesús ya no recurre a pasajes de las Escrituras (12,3-7), sino a una argumentación que en la vida práctica resulta muy obvia y que en el contexto de la narración suena a terrible ironía: si un animal puede ser salvado en sábado, con cuánta mayor razón una persona enferma. Jesús, una vez más, muestra su soberanía y su misericordia, aunque la oposición vaya en aumento (12,14).


12,10: Lc 20,20 / 12,11: Lc 14,5; Ecl 3,19 / 12,12: Éx 20,8-9 / 12,14: Jn 5,18


Aquí está mi servidor a quien elegí

 Mc 3,7-12; Lc 6,17-19


15 Al enterarse, Jesús se alejó de allí. Lo siguieron muchos y curó a todos. 16 Les advirtió con severidad que no lo divulgaran, 17 para que se cumpliera lo que Dios dijo por el profeta Isaías: 

18 Aquí está mi servidor a quien elegí, mi amado en quien me he complacido;

sobre él pondré mi Espíritu y anunciará el juicio favorable a las naciones

19 No peleará ni gritará, nadie escuchará su voz en las plazas. 

20 No romperá la caña resquebrajada ni apagará la mecha humeante,

hasta que haga triunfar el juicio.

21 En su nombre las naciones pondrán su esperanza [Is 42,1-4].


12,15-21: Cuando los jefes de Israel deciden dar muerte a Jesús (12,14) están negando de forma radical su autoridad. Precisamente en este momento es cuando Mateo no sólo la reitera, sino que invita a mirar su fundamento: la autoridad de Jesús proviene de su condición de Mesías, ungido por Dios con la misión de salvar. La cita bíblica de Isaías (Is 42,1-4 en Mt 12,18-21), que alude al Siervo del Señor, recalca que el Mesías está cumpliendo lo prometido por Dios en las Escrituras. Por tanto, la autoridad de Jesús responde al mismo querer de Dios. Así se demuestra a los lectores que todo va sucediendo conforme al plan salvador de Dios.


12,18: Ag 2,23 / 12,20: Hab 1,4 / 12,21: Ap 2,7


El que no está conmigo, está contra mí

Mt 7,16-21; Mc 3,22-30; Lc 6,43-45; 11,14-23; 12,10


22 Entonces le presentaron a Jesús un endemoniado ciego y mudo, y él lo curó, de modo que aquel hablaba y veía. 23 Toda la gente estaba asombrada y se preguntaba: «¿No es éste el Hijo de David?». 24 Pero los fariseos, que estaban oyendo, replicaron: «Éste expulsa a los demonios sólo por medio de Belzebú, príncipe de los demonios». 25 Jesús, al darse cuenta de sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y toda ciudad o familia dividida contra sí misma no permanecerá firme. 26 Por tanto, si Satanás expulsa a Satanás, queda dividido contra sí mismo. Entonces, ¿cómo permanecerá su reino? 27 Y si yo expulso los demonios con el poder de Belzebú, ¿con el poder de quién los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ellos mismos serán sus jueces. 28 Pero si yo expulso a los demonios con el poder del Espíritu de Dios es que ha llegado a ustedes el Reino de Dios. 29 ¿O cómo puede alguien entrar en la casa de un hombre fuerte y arrebatarle sus pertenencias si no lo somete primero? Sólo entonces saqueará la casa. 30 El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama». 

31 «Por eso les digo que Dios perdonará a los seres humanos todo pecado y blasfemia, pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no la perdonará. 32 Incluso, Dios perdonará al que diga algo contra el Hijo del hombre, pero al que lo diga contra el Espíritu Santo no lo perdonará ni en esta vida ni en la futura».

33 «Planten un árbol bueno y su fruto será bueno, pero planten un árbol malo y su fruto será malo, pues el árbol se conoce por su fruto. 34 Raza de víboras, ¿cómo pueden ustedes decir cosas buenas siendo malos? La boca habla de aquello que está lleno el corazón. 35 La gente buena saca cosas buenas de su buen tesoro; la gente mala saca cosas malas de su mal tesoro. 36 Les aseguro que en el día del juicio cada uno dará cuenta de toda palabra inútil que pronuncie. 37 Así pues, serás reconocido como justo por tus palabras, pero también por ellas serás condenado».


12,22-37: El tema central sigue siendo la autoridad de Jesús (nota a 12,15-21), pero ahora la discusión gira en torno al origen de ésta. El milagro sobre el endemoniado ciego y mudo da pie para que las opiniones se dividan y se polaricen. Mientras la multitud asombrada pregunta si Jesús es el Hijo de David, es decir, el Mesías, los fariseos lo acusan de actuar con el poder de Belzebú. Esta acusación, que niega la presencia del Espíritu Santo en Jesús, es un pecado imperdonable, porque revela una cerrazón y oposición frontal a la acción salvadora de Dios mediante su Hijo amado, ungido por su Espíritu Santo. Blasfemar contra el Espíritu Santo significa cerrarse de forma voluntaria y obstinada a la acción de Dios y a los signos del Reino, entonces ya nada se puede hacer.


12,24: 2 Re 1,2 / 12,26: Job 1,6 / 12,27: Hch 19,13 / 12,29: Tob 8,3 / 12,30: Mc 9,40 / 12,31: 1 Jn 5,16 / 12,32: Nm 15,30-31


Aquí hay uno mayor que Jonás… y que Salomón

Mt 16,1-4; Lc 11,16.24-26.29-32


38 Entonces algunos maestros de la Ley y fariseos le pidieron a Jesús: «Maestro, queremos ver un signo hecho por ti». 39 Él les respondió: «¡Gente malvada y adúltera! Ustedes exigen un signo, pero se les dará sólo el del profeta Jonás. 40 Pues así como Jonás estuvo tres días y tres noches en las entrañas del pez [Jon 2,1], así estará el Hijo del hombre en el interior de la tierra tres días y tres noches». 

41 «Los habitantes de Nínive se alzarán en el día del juicio contra la gente de este tiempo y la condenarán, porque ellos se convirtieron por el anuncio de Jonás, y aquí hay uno mayor que Jonás. 42 La reina del sur se levantará en el día del juicio contra la gente de este tiempo y la condenará, porque ella vino de los extremos de la tierra a escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno mayor que Salomón».

43 «Cuando el espíritu impuro sale de un hombre, vaga por lugares deshabitados buscando reposo y, al no encontrarlo, 44 dice: “Volveré a mi casa, de donde salí”. Y al llegar, la encuentra desocupada, limpia y ordenada. 45 Entonces va a buscar a otros siete espíritus peores que él, y entran para habitar allí, de forma que aquel hombre termina peor que al principio. Así le sucederá también a esta gente malvada».


12,38-45: Los adversarios de Jesús le exigen un signo visible y convincente, más que un milagro, porque la curación del hombre ciego y mudo (12,22) fue considerada como obra del Demonio, y no la aceptaron. Esperan más bien un signo proveniente del cielo (16,1). La respuesta de Jesús es severa: sólo la gente infiel y malvada es capaz de pedir este tipo de signos. Ya en las tentaciones, el Diablo había desafiado a Jesús a convertir las piedras en pan y a arrojarse desde lo alto (4,1-11). Esta vez son los maestros de la Ley quienes se ponen en el mismo rol del Diablo y tientan a Jesús, exigiéndole signos. El signo de Jonás, cuya salida del vientre de la ballena era considerada en la tradición judía como liberación de la muerte, anuncia la muerte y resurrección del Señor (12,39-40). Y este será el signo, pero lo triste es que –para entonces– «la gente de este tiempo» será ya culpable (12,41.42). Los extranjeros, atentos a escuchar el mensaje de Dios como los habitantes de Nínive y la reina del Sur, serán los jueces de la rebeldía y obstinación de «la gente de este tiempo». Así, el evangelista invita a la comunidad cristiana a no caer en los errores de quienes se obstinan en pedir un signo, cuestionando la autoridad de Jesús y la obra de Dios mediante él. 


12,38: Mc 8,11-12; 1 Cor 1,22 / 12,39: Dt 32,5.20 / 12,41: Ez 3,6-7 / 12,42: 1 Re 10,1-10 / 12,43: Lv 16,8-9 / 12,45: Mc 5,9; 2 Pe 2,20


¡Aquí están mi madre y mis hermanos!

Mc 3,31-35; Lc 8,19-21


46 Mientras Jesús enseñaba a la multitud, su madre y sus hermanos estaban afuera, buscando hablar con él. 47 Alguien le dijo: «Allá afuera están tu madre y tus hermanos y quieren hablarte». 48 Jesús le respondió: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». 49 Y señalando con la mano a sus discípulos, afirmó: «¡Aquí están mi madre y mis hermanos! 50 Porque quien haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos es mi hermano, mi hermana y mi madre». 


12,46-50: Al final de las controversias con fariseos y gente malvada (nota a 11,2-12,50), con quienes rompe de manera drástica, Jesús presenta a su auténtica familia. Los lazos de sangre se quedarán “afuera” de la genuina familia de Jesús, su comunidad (12,47), si el único vínculo con él es el parentesco biológico, puesto que ahora Jesús declara que la relación que realmente importa es la que origina la fe, entendida como aceptación y comunión con él en cuanto Hijo de Dios que revela la voluntad del Padre. Por esto, la verdadera familia de Jesús es la comunidad de discípulos, es decir, aquellos que -desde su condición de hijos vinculados por la fe al Hijo- conocen y obedecen al Padre (7,21). En este sentido, María, la madre de Jesús, es la primera en pertenecer a la nueva familia de su Hijo. Es necesario aclarar que el tema de los hermanos de Jesús es discutido; algunos lo han entendido como hermanos carnales, de padre y madre. La tradición católica, apelando al uso hebreo-arameo de llamar hermanos a los familiares cercanos (Gn 13,8; 14,14), lo ha entendido como sinónimo de parientes.


12,46: Jn 7,3; Hch 1,14; 1 Cor 9,5 / 12,48: Dt 33,9 / 12,50: Jn 15,14; 20,17


2.2- Discurso de Jesús: el misterio del Reino revelado en parábolas


13,1-52. El tercer discurso de Jesús se compone de siete parábolas, algunas exclusivas de Mateo, que ilustran cómo es el Reino de los cielos y qué se necesita para pertenecer a él. Los destinatarios son tanto los discípulos como la multitud, pero la comprensión de los primeros es básica. A éstos se oponen radicalmente los fariseos. Las parábolas ayudan a descubrir el significado del Reino presente en la persona del Hijo de Dios, cuya palabra se asocia con su misión, para mostrar en qué consiste ese Reino. El discurso tiene tres partes: la parábola del sembrador y su explicación, entre las que se introduce la razón de ser de las parábolas (13,1-23); la parábola del trigo y la cizaña y su explicación, entre las que se introduce la parábola del grano de mostaza y la levadura y de nuevo la razón de ser de éstas (13,24-43), y las dos últimas parábolas, del tesoro y la perla y la de la red, y la conclusión de todo el discurso (13,44-51). Discípulo es quien escucha con fe, comprende y es capaz de vivir estas enseñanzas. Las parábolas de Jesús nos piden disposición para aceptar la soberanía de Dios y nos exigen una respuesta decidida.


El sembrador salió a sembrar

Mc 4,1-9; Lc 8,4-8


131 En aquel día, Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar. 2 Se reunió tal cantidad de gente que tuvo que subir a una barca y sentarse en ella, mientras toda la gente permanecía en la orilla. 3 Jesús les enseñaba muchas cosas en parábolas. 

Les decía: «El sembrador salió a sembrar. 4 Cuando sembraba, unas semillas cayeron junto al camino, vinieron los pájaros y se las comieron. 5 Otras cayeron sobre un terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y como ésta no tenía profundidad brotaron enseguida, 6 pero apenas salió el sol, las quemó y al no tener raíz, las secó. 7 Otras cayeron entre las espinas, pero éstas crecieron y las ahogaron. 8 Otras cayeron en tierra fértil y fueron dando fruto, una cien, otra sesenta, otra treinta. 9 El que quiera escuchar que entienda».


13,1-9: Mateo 13,1-3 constituye un sumario que sirve como introducción y marco para el discurso en parábolas. De nuevo aparece la imagen del Maestro que enseña y de la gente que escucha. El discurso se abre con la parábola del sembrador, con la cual Jesús ilustra cómo tiene lugar la aceptación del Reino. Se insiste en la producción de los frutos (13,8), como un llamado apremiante a los discípulos para que respondan de manera adecuada a los dones de Dios. La abundancia, más que una simple cuestión cuantitativa, tiene que ver con la calidad de la producción, que es lo que en definitiva importa en el Reino de Jesús. La parábola, como toda parábola, requiere de oídos para entender (13,9), y entender es también practicar. La parábola nos abre a la esperanza en la acción de Dios: sus frutos siempre serán insospechados.


13,2: Mc 2,13 / 13,3: Mc 3,9 / 13,5: Eclo 40,15-16 / 13,7: Job 31,40 / 13,8: Jn 15,8.16


¿Por qué les hablas en parábolas?

 Mc 4,10-12; Lc 8,9-10; 10,23-24


10 Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: «¿Por qué les hablas en parábolas?». 11 Él les respondió: «Porque a ustedes Dios les ha dado a conocer los misterios del Reino de los cielos, pero a ellos no. 12 Al que ya tiene, él le dará en abundancia, pero al que no tiene, él también le quitará aún lo poco que tiene. 13 Por eso les hablo en parábolas, porque aunque miran, no ven, y aunque oyen, no escuchan ni comprenden. 14 Así se cumple en ellos la profecía de Isaías: 

Ustedes oyen, pero no comprenden, y por más que miran no ven,

15 pues se endureció el corazón de este pueblo,

sus oídos escucharon con dificultad y sus ojos se cerraron,

no sea que vean bien con los ojos, oigan bien con los oídos,

entiendan con el corazón, se arrepientan y yo los sane [Is 6,9-10]».

16 «En cambio, dichosos los ojos de ustedes porque ven, y sus oídos porque oyen. 17 Pues les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven, pero no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen, pero no lo oyeron».


13,10-17: Los discípulos preguntan por qué el Maestro habla en parábolas. La respuesta (13,11) resulta sorprendente y extraña, pues parecería abrir un abismo entre ellos y el resto de la gente. Pero Mateo presenta su propia experiencia y la de su comunidad, unas cinco décadas después de los acontecimientos narrados: el contraste entre la recepción de la enseñanza por parte de los discípulos y la obstinación de Israel, representado por sus dirigentes y los fariseos. La cita de Isaías (Is 6,9-10 en Mt 13,14-15), sobre todo la parte final, es difícil de entender, porque pareciera que Dios endurece el corazón y no quiere la salvación; sin embargo, lo único que hace es ratificar y sentenciar las malas disposiciones de obstinación y necedad que encuentra en su pueblo, las que se oponen al plan salvador de Dios por su Mesías. La disponibilidad para la escucha la otorga el Mesías a quienes se hacen de su familia (Mt 12,46-50) y optan por ser pequeños y sencillos (11,25).


13,12: Prov 11,24 / 13,14: Hch 28,26-27 / 13,17: 1 Pe 1,10-12


¡Entiendan la parábola del sembrador!

Mc 4,13-20; Lc 8,11-15


18 «¡Entiendan la parábola del sembrador! 19 Cuando uno oye la palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y le arranca lo sembrado en su corazón; éste es el que está sembrado junto al camino. 20 Lo sembrado en terreno pedregoso representa al que escucha la palabra y enseguida la recibe con alegría, 21 pero esto dura poco, porque no tiene raíz en sí mismo y cuando llega algún sufrimiento o persecución por causa de la palabra, de inmediato sucumbe. 22 Lo sembrado entre las espinas es el que escucha la palabra, pero la preocupación del mundo y la seducción de la riqueza ahogan la palabra y la dejan sin fruto. 23 En cambio, lo sembrado en tierra fértil representa al que escucha la palabra y la comprende, da fruto y produce ya sea cien, sesenta, o treinta». 


13,18-23: La parábola se explica a partir de la situación que vive la Iglesia de Mateo, a finales del siglo I. Se trata de una interpretación alegórica, pues intenta dar un significado a cada detalle de la parábola. La siembra de la semilla corresponde a la predicación de la Palabra acerca del Reino por parte de Jesús. Aunque la semilla primero se identifica con la Palabra y luego con las personas mismas, la consecuencia es que el énfasis de la enseñanza de Jesús se centra más en los que escuchan, lo que acentúa el compromiso del creyente. Las dificultades de la comunidad de Mateo son también las nuestras a la hora de aceptar y vivir la Palabra de Jesús: la acción del Demonio, la infidelidad a causa del sufrimiento y la persecución y la preocupación por las cosas de este mundo.


13,19: Dt 30,14; Jn 6,63 / 13,20: 1 Tes 1,6 / 13,22: Jr 4,3-4 / 13,23: Sant 1,21


El Reino se parece a un hombre que sembró buena semilla


24 Jesús les propuso otra parábola: «El Reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo. 25 Pero mientras los trabajadores dormían, vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo, y luego se fue. 26 Cuando brotó la planta y produjo fruto, también apareció la cizaña. 27 Se acercaron los servidores del dueño y le dijeron: “Señor, ¿acaso no sembraste buena semilla en tu campo?, ¿cómo es que tiene cizaña?”. 28 Él les respondió: “¡Algún enemigo hizo esto!”. Entonces los servidores le preguntaron: “¿Quieres que vayamos a arrancarla?”. 29 “¡No!, les respondió, no sea que al recoger la cizaña, arranquen también el trigo. 30 Dejen que ambos crezcan juntos hasta la cosecha y, cuando llegue el tiempo, ordenaré a los segadores: “Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego reúnan el trigo en mi granero”».


13,24-30: Un caso semejante al de la parábola del sembrador y su explicación alegórica (13,3-9 y 13,18-23) tiene lugar en la del trigo y la cizaña. La temática gira también en torno a la siembra, pero ahora se trata de la mala semilla sembrada con la buena. Al recordar esta parábola de Jesús, Mateo pone de manifiesto otra situación que afecta a su comunidad (nota a 13,18-23): la presencia de elementos negativos no sólo fuera de ella, sino en el interior de la propia comunidad cristiana, lo que es aún más grave. Sin embargo, esta situación concluirá con la venida gloriosa del Hijo del hombre. En aquel día tendrá lugar la separación. Por ahora es preciso coexistir. Esta situación apremia al discípulo a ser fiel a su identidad como creyente y a agudizar su discernimiento y compromiso con el Señor.


13,24: Mc 4,26-29 / 13,30: Ap 14,15


El Reino de los cielos se parece a un grano de mostaza

Mc 4,30-32; Lc 13,18-21


31 Jesús les propuso otra parábola: «El Reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre tomó y sembró en su campo. 32 A pesar de ser la más pequeña de todas las semillas, cuando crece llega a ser la mayor de todas las hortalizas, hasta convertirse en un árbol, de modo que hasta los pájaros del cielo vienen y anidan en sus ramas».

33 Les dijo también otra parábola: «El Reino de los cielos se parece a la levadura que una mujer tomó y mezcló con una gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda la masa».


13,31-33: Las parábolas del grano de mostaza que crece (13,31-32) y de la levadura que fermenta toda la masa (13,33) han sido colocadas por Mateo en forma paralela, probablemente para acentuar el contraste entre el crecimiento sorprendente comparado con lo poco y pequeño de la mostaza y de la porción de levadura, y su final desbordante comparado con su comienzo modesto. Así es el Reino de Dios. El discípulo que presencia el momento actual está llamado a involucrarse en esta dinámica, insignificante en apariencia, pero que apunta hacia lo grande e insospechado, porque Dios es su causa.


13,32: Sal 103,12; Ez 17,23; Dn 4,9.18 / 13,33: 1 Cor 5,6-8


Abriré mi boca por medio de parábolas

 Mc 4,33-34


34 Jesús enseñó todo eso a la multitud en parábolas y nada les decía sin recurrir a ellas, 35 para que se cumpliera lo que dijo Dios por medio del profeta:

Abriré mi boca por medio de parábolas

y daré a conocer las cosas escondidas desde la creación del mundo [Sal 78,2]


13,34-35: La introducción de este pasaje en medio del discurso parece romper su ritmo; sin embargo, ayuda a no perder de vista la razón principal por la que Jesús habla en parábolas (13,10-17). La cita del Salmo (Sal 78,2 en Mt 13,35) resalta la revelación de Dios y su plan salvador desde la misma creación del mundo. Con Jesús ha llegado el momento de conocer a fondo ese plan para aceptarlo por la fe y vivirlo.


13,35: 1 Cor 2,7


De igual modo ocurrirá al fin del mundo


36 Cuando despidió a la multitud, Jesús fue a la casa. Entonces sus discípulos se le acercaron y le dijeron: «Explícanos con claridad la parábola de la cizaña en el campo». 37 Él les respondió: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; 38 el campo es el mundo; la buena semilla son los partidarios del Reino, mientras que la cizaña son los partidarios del Maligno; 39 el enemigo que la siembra es el Diablo; la cosecha es el fin del mundo; los segadores son los ángeles. 40 Así como se recoge la cizaña y se arroja al fuego, de igual modo ocurrirá al fin del mundo. 41 El Hijo del hombre enviará a sus ángeles para arrancar de su Reino todo lo que lleva al pecado y a quienes hacen el mal 42 y los arrojará al horno de fuego [Dn 3,6], donde habrá llanto y desesperación. 43 Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que quiera escuchar que entienda».


13,36-43: De manera semejante a la explicación de la parábola del sembrador (13,18-23), esta nueva explicación es también una alegoría de esta parábola de la cizaña, pues cada elemento tiene un significado. Igual que en el primer caso, el Maestro instruye a sus discípulos, quienes -por ser sus seguidores- están en mejores condiciones para comprender. Aunque existe relación entre la parábola y la explicación, sin embargo, hay un desplazamiento de sentido hacia el futuro, pues ya no se trata de la coexistencia con los malos, sino del discernimiento final. A pesar de que el campo de acción no es la Iglesia, sino el mundo entero al que se ha de llevar la Buena Noticia (28,20), el criterio de dicho discernimiento es la instigación al pecado y las infracciones a la Ley. La exhortación a la comunidad es clara: ¡manténganse fieles en el seguimiento del Señor hasta que él regrese y haga que los justos brillen como el sol en el Reino del Padre! Mientras tanto, es necesario vivir en actitud de discernimiento y conversión.


13,38: 1 Jn 3,10 / 13,39: Jl 4,13 / 13,41-42: Sof 1,3 / 13,42: Ap 21,8 / 13,43: Dn 12,3


El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido


44 «El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo. Cuando un hombre lo encuentra, lo esconde de nuevo y, lleno de alegría, va, vende todo cuanto tiene y compra aquel campo».

45 «El Reino de los cielos se parece también a un comerciante que busca perlas finas. 46 Al encontrar una perla preciosa, vende todo cuanto tiene y la compra».


13,44-46: Mateo presenta otro par de parábolas, con temas afines. La semejanza entre las imágenes del tesoro escondido y la perla de gran valor refuerza la misma enseñanza: el asombro ante la grandeza del Reino y la radicalidad que exige su aceptación y, ante esto, el discípulo no puede quedarse indiferente. Frente al tesoro del Reino de Dios, hay que despojarse de todo para obtenerlo. Pero más que una invitación a realizar acciones heroicas, se invita a los lectores a que hagan una opción fundamental por Cristo y su plan de salvación. Gratuidad divina y cooperación humana se conjugan en una misma dinámica: la realización del reinado de Dios en el mundo.


13,44: Prov 2,4; Eclo 20,30-31 / 13,46: Flp 3,7-8


El Reino de los cielos se parece a una red


47 «El Reino de los cielos se parece también a una red que se echa en el mar y recoge toda clase de peces. 48 Una vez que ésta se llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentados, colocan los peces buenos en canastos y, en cambio, arrojan fuera los malos. 49 Así ocurrirá en el fin del mundo: vendrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos 50 y los arrojarán al horno de fuego [Dn 3,6], donde habrá llanto y desesperación». 


13,47-50: La parábola de la red guarda una relación muy estrecha con la de la cizaña (13,24-30). El acento principal en ambas estriba en que la dinámica del Reino contempla la presencia de elementos positivos y negativos dentro de la misma comunidad cristiana. Sin embargo, esta situación que los discípulos deben afrontar sólo es pasajera, mientras dura el caminar hasta el fin del mundo (28,20), es decir, hasta que el Reino de Dios se manifieste con toda su plenitud. Mientras llega el discernimiento final, es necesario mantenerse con firmeza y conservar la identidad de creyentes, viviendo fielmente el seguimiento del Señor.


13,48: Ez 47,10; Hab 1,14-15 / 13,49: Sal 1,5


Saca de su tesoro cosas nuevas y antiguas


51 «¿Comprendieron todo esto?». Le respondieron: «Sí». 52 Entonces, Jesús les dijo: «Por eso, todo maestro de la Ley que se ha convertido en discípulo del Reino de los cielos se parece al dueño de una casa que saca de su tesoro cosas nuevas y antiguas».


13,51-52: Más que un simple apéndice al discurso en parábolas de Jesús, este pasaje del maestro de la Ley convertido en discípulo del Reino representa la culminación de éste. Con esa doble denominación, el evangelio une dos aspectos básicos: mientras que la designación escriba o maestro de la Ley pertenece al ámbito del judaísmo ligado a la Ley antigua, la de discípulo representa un término característico para identificar a los miembros de la nueva comunidad cristiana. Se evidencia la unión de las dos etapas, la del camino y la del cumplimiento (nota a 5,1-7,29). Asimismo, la distinción entre cosas nuevas y antiguas refuerza la misma diferencia. Éste es el tesoro único del Reino y los discípulos así lo comprenden.


13,51: Mc 4,13-14 / 13,52: Lv 26,10


2.3- El Reino para los no israelitas y origen de la comunidad


13,53-16,20. Mientras la comprensión de los discípulos acerca de las enseñanzas de Jesús hace que éstos se conviertan en sus principales destinatarios, el rechazo por parte de sus adversarios (Herodes, fariseos, saduceos…) lleva al Mesías más allá de las fronteras de Israel. En esta parte se destacan las tres veces que Jesús se aleja de los dirigentes de Israel (14,13; 15,21; 16,4), tienen lugar dos relatos de alimentación milagrosa (14,13-21; 15,32-39) y en dos ocasiones se confiesa a Jesús como Hijo de Dios (14,33; 16,16). De este modo se va mostrando cómo los discípulos avanzan en el conocimiento de aquel a quien han decidido seguir.


Un profeta sólo es menospreciado en su pueblo

Mc 6,1-6a; Lc 4,16.22.24


53 Cuando Jesús terminó estas parábolas, partió de allí. 54 Al llegar a su pueblo, se puso a enseñar en la sinagoga de tal manera que la gente se asombraba y comentaba: «¿De dónde le vienen esa sabiduría y esos milagros? 55 ¿No es éste el hijo del artesano? ¿No se llama su madre María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? 56 ¿No viven entre nosotros sus hermanas?». 57 Y estaban decepcionados de él. Pero Jesús les respondió: «Un profeta sólo es menospreciado en su pueblo y en su familia». 58 Y no hizo allí muchos milagros por la falta de fe de aquella gente. 


13,53-58: Hecha la transición con el discurso anterior (13,53), viene una serie de preguntas que formulan los habitantes de Nazaret acerca del origen de la sabiduría de Jesús y de sus acciones milagrosas (13,54-56). La razón de su escepticismo radica en que ellos conocen el origen de quien se presenta como profeta y maestro de la Ley: ¿cómo puede ser profeta y maestro si es hijo de un artesano, cuya madre y hermanos todos en el pueblo conocen? La reacción de sus parientes y paisanos es quedar decepcionados o escandalizados (13,57), verbo que el evangelista ya ha usado con una fuerte carga negativa (11,6; 13,41). La experiencia de Jesús, rechazado por sus conocidos, recuerda la del profeta Jeremías en su patria (Jr 11,18-23), de donde posiblemente haya tenido origen la sentencia: «Un profeta sólo es menospreciado en su pueblo y en su familia» (Mt 13,57). El discípulo de Jesús, sin embargo, sabe que Dios se revela por los sencillos y humildes, y que su Reino comienza con lo mínimo, con lo que muchos no valoran, porque lo tienen por despreciable.


13,54: Lc 3,23; Jn 6,42 / 13,57: Jn 4,4


Éste es Juan el Bautista que ha resucitado

Mc 6,14-29; Lc 9,7-9


141 En aquel tiempo el tetrarca Herodes oyó hablar de la fama de Jesús, 2 y dijo a sus servidores: «¡Éste es Juan el Bautista que ha resucitado de entre los muertos, por eso actúan en él poderes milagrosos!». 

3 En efecto, a causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, Herodes arrestó a Juan, lo metió en prisión y lo encadenó, 4 porque Juan le reprochaba: «No te está permitido tenerla por mujer». 5 Y aunque Herodes lo quería matar, temía a la gente que tenía a Juan por un profeta. 

6 Cuando Herodes festejaba su cumpleaños, la hija de Herodías bailó durante la fiesta y le agradó a Herodes, 7 por lo que éste juró darle lo que le pidiera. 8 Ella, instigada por su madre, le dijo: «¡Dame ahora mismo la cabeza de Juan el Bautista en una bandeja!». 9 El rey se entristeció, pero por su juramento y los invitados ordenó que se la dieran. 10 Entonces envió a decapitar a Juan en la cárcel. 11 Le trajeron la cabeza de Juan en una bandeja, se la dieron a la muchacha y ésta se la llevó a su madre. 

12 Los discípulos de Juan fueron a recoger el cadáver, lo sepultaron y le informaron a Jesús.


14,1-12: La muerte del Bautista y la hostilidad de Herodes provocan la primera retirada de Jesús (14,13). Este hecho establece una doble conexión: entre el relato de Herodes padre que en los inicios intentó acabar con la vida del pequeño Jesús (2,13-18) y el relato de la pasión del Cristo perseguido y condenado por las autoridades judías. El que los discípulos de Juan el Bautista vayan a notificar a Jesús la muerte del Maestro (14,12), no es un dato fortuito y expresa algo más que un simple reconocimiento: el anhelo de continuidad. Los lectores del evangelio podemos constatar cómo se cumple el proyecto salvador de Dios a pesar de todas las hostilidades y rechazos.


14,1: Lc 3,1-2 / 14,3: Lc 3,19-20 / 14,4: Lv 18,16; 20,21 / 14,11: Hch 8,2


Comieron todos y se saciaron

 Mc 6,30-44; Lc 9,10-17; Jn 6,3-13


13 Cuando Jesús se enteró, se retiró de allí, en una barca, a un lugar solitario. La multitud lo supo y lo siguió a pie desde las ciudades. 14 Al desembarcar, Jesús vio a una gran cantidad de gente, se compadeció de ella y sanó a sus enfermos.

15 Al atardecer, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: «Éste es un lugar deshabitado y ya se ha hecho tarde. Despide a la gente para que vaya a las aldeas y compre su propio alimento». 16 Pero Jesús les dijo: «No necesitan ir, ¡denles ustedes de comer!». 17 Ellos le contestaron: «Sólo tenemos cinco panes y dos pescados». 18 Él les ordenó: «¡Tráiganlos aquí!». 19 Y después de mandar que la gente se recostara sobre el pasto, Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados, levantó la vista al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los dio a los discípulos, y éstos a la gente. 20 Todos comieron hasta saciarse y, de lo que sobró, recogieron doce cestas repletas. 21 Los que comieron eran como unos cinco mil varones, sin contar mujeres ni niños.


14,13-21: Un nuevo resumen de la actividad de Jesús destaca su compasión (14,13-14), ofreciendo también el marco para el relato de la primera multiplicación de los panes y de los peces. A pesar del rechazo de los habitantes de Nazaret (13,53-58) y del fin trágico del Bautista (14,1-12), la gente sigue buscando a Jesús, quien se compadece de ella. Así, una comunidad se congrega en torno a aquel que, saciando el hambre del pueblo de Dios, da cumplimiento a las expectativas mesiánicas (2 Re 4,1-7.42-44; Is 25,6). El milagro tiene lugar junto al lago de Galilea, lo que parece enfatizar que se realiza en territorio judío, a lo que también apuntan las doce cestas repletas con lo que sobró (Mt 14,20), lo que podría significar las doce tribus de Israel y los doce discípulos que tienen el pan para repartir (14,18). Todo ocurre gracias a las órdenes de Jesús quien, al mismo tiempo que manifiesta su poder, se muestra misericordioso con la gente y anticipa desde ahora el alimento de la Eucaristía.


14,14: 2 Re 4,42-44 / 14,18: 1 Sm 21,4 / 14,19: Sal 123,1 / 14,20: Sal 78,29


Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?

Mc 6,45-52; Jn 6,15-21


22 De inmediato, Jesús obligó a los discípulos a que subieran a la barca y se adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. 23 Una vez que la despidió, subió al monte a orar a solas. Al atardecer permanecía aún allí, él solo. 24 La barca estaba muy distante de tierra, sacudida por las olas, pues el viento era contrario. 25 De madrugada, Jesús fue hacia ellos caminando sobre el mar. 26 Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar se asustaron y, llenos de miedo, gritaron: «¡Es un fantasma!». 27 Enseguida Jesús les dijo: «¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!». 28 Pedro le respondió: «¡Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre las aguas!». 29 Jesús le ordenó: «¡Ven!». Pedro bajó de la barca, caminó sobre las aguas y fue hacia Jesús, 30 pero al sentir el viento se llenó de temor, comenzó a hundirse y gritó: «¡Señor, sálvame!». 31 De inmediato, Jesús extendió la mano, lo tomó y le reprochó: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?». 32 En cuanto subieron a la barca el viento se calmó. 33 Los que estaban en la barca se postraron ante él, y le decían: «En verdad tú eres el Hijo de Dios».


14,22-33: Jesús, que por su misericordia y con su poder mesiánico ha remediado la necesidad de la multitud hambrienta (14,13-21), ahora viene en ayuda de sus discípulos que navegan en una barca agitada por el viento. El relato expresa sufrimiento, agitación…, porque se hace de noche, por la tormenta, por el viento…, elementos todos que en los Salmos son símbolos de temor y muerte. El amanecer (14,25), en cambio, es el tiempo de la intervención de Dios (Éx 14,24; Sal 46,6; Is 17,4), que de alguna forma anuncia el acontecimiento salvador más importante: la muerte vencida por la vida en la resurrección de Jesús (Mt 28,1). Caminar sobre el agua constituye una manifestación de soberanía del Hijo de Dios sobre la creación. En este episodio de la tempestad calmada se ha visto con frecuencia proyectada la experiencia de la Iglesia y sus comunidades, que en su camino entre dificultades y obstáculos necesita poner toda su confianza en el Señor.


14,24: Sal 107, 23-32 / 14,25: Job 9,8; Sal 77,20; Is 43,16 /14,27: Éx 3,14


Cuantos lo tocaron, quedaron sanados

Mc 6,53-56


34 Apenas cruzaron a la otra orilla, fueron por tierra a Genesaret. 35 Los habitantes del lugar, al reconocer a Jesús, difundieron la noticia por toda aquella región, y le presentaron a todos los que padecían males, 36 y le rogaban que tan sólo les dejara tocar el borde de su manto, y cuantos lo tocaron, quedaron sanos. 


14,34-36: Este nuevo sumario sitúa a Jesús y a sus discípulos en Genesaret, en la ribera occidental del lago de Galilea. Jesús manifiesta su capacidad de convocación y sus poderes milagrosos como signos potentes de que reina la misericordia de Dios, haciendo que todo sea nuevo. La recepción entusiasta que le brindan los habitantes de este lugar y la fe que expresan, contrasta con la oposición e incredulidad de sus familiares y paisanos (13,53-58). Una y otra manera de comportarse ante Jesús constituyen una fuerte interpelación tanto para los discípulos de aquel tiempo como para nosotros, los discípulos de ahora.


14,34: Jn 6,22-25


Invalidan la palabra de Dios por seguir su tradición

 Mc 7,1-23


151 Entonces unos fariseos y unos maestros de la Ley que venían de Jerusalén, se acercaron a Jesús para preguntarle: 2 «¿Por qué tus discípulos pasan por alto la tradición de los mayores y no se lavan las manos al tomar los alimentos?». 3 Él les respondió: «¿Y por qué ustedes olvidan el mandamiento de Dios por seguir su tradición? 4 Ya que mientras Dios dispuso: Honra a tu padre y a tu madre, y aquel que maldiga a su padre o a su madre sea condenado a muerte [Éx 20,12; 21,17; Lv 20,9; Dt 5,16], 5 ustedes -en cambio- afirman: “El que dice a su padre o a su madre: he dado como ofrenda todo lo que tendrías que recibir de mí, 6 ése no tiene que honrar a su padre”. De esa manera invalidan la palabra de Dios por seguir su tradición. 7 ¡Hipócritas! Muy bien profetizó acerca de ustedes Isaías cuando dijo: 

8 Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí;

9 en vano me dan culto, pues enseñan doctrinas y mandatos humanos [Is 29,13]».

10 Jesús reunió a la gente y le dijo: «Escuchen y entiendan: 11 lo que entra por la boca no mancha a la persona, sino lo que sale de la boca es lo que la mancha». 

12 Entonces se acercaron los discípulos y le dijeron: «¿Te has dado cuenta de que los fariseos que te escucharon se han ofendido?». 13 Pero Jesús respondió: «Mi Padre celestial arrancará de raíz toda planta que él no sembró. 14 ¡Déjenlos, son ciegos que guían a otros ciegos! Y si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en un hoyo».

15 Pedro le pidió a Jesús: «Explícanos la comparación». 16 Él les respondió: «¿Tampoco ustedes todavía logran comprender? 17 ¿No entienden que todo lo que entra por la boca pasa por el estómago y es arrojado al excusado? 18 Pero lo que sale de la boca proviene del corazón, y eso es lo que hace impura a la persona. 19 Porque del corazón provienen pensamientos perversos, crímenes, adulterios, lujuria, robos, falsos testimonios y blasfemias. 20 Todo esto es lo que mancha a la persona, no el comer sin haberse lavado las manos».


15,1-20: En la acusación de los fariseos y de los maestros de la Ley y en la respuesta de Jesús aparecen temas fundamentales para la comunidad judeocristiana de Mateo, como el de la observancia de las tradiciones de los antepasados. El que los adversarios vengan de Jerusalén (15,1) presagia la inminente pasión de Jesús. Él, evitando explicaciones, aborda de manera directa la cuestión crucial: el modo cómo los fariseos entienden y aplican las tradiciones contradice e invalida el mandamiento de Dios. Hace falta entender su sentido auténtico para dar el justo valor a todo. Jesús no descalifica las tradiciones, sino que las redimensiona desde la perspectiva genuina y original de Dios y desde la interiorización que cada persona está llamada a hacer de la voluntad de Dios que la Ley expresa. 


15,1: Jn 1,19 / 15,2: Lc 11,38; Gál 1,14 / 15,6: Prov 28,24 / 15,8: Sal 29,13; Col 2,22 / 15,11: Hch 10,15 / 15,14: Hch 5,38; Rom 2,19 / 15,19: Rom 1,29-31


¡Mujer, qué grande es tu fe!

Mc 7,24-30


21 Jesús salió de allí y se fue a la región de Tiro y Sidón. 22 En esto una mujer cananea procedente de aquella parte fronteriza se puso a gritar: «¡Señor, hijo de David, ten piedad de mí. Mi hija tiene un demonio muy malo!». 23 Pero Jesús no respondió una sola palabra. Entonces se acercaron sus discípulos y le rogaron: «¡Despídela!, porque viene gritando detrás de nosotros». 24 Jesús les respondió: «Sólo fui enviado a las ovejas perdidas del pueblo de Israel». 25 Pero ella se acercó, se postró ante él y le suplicó: «¡Señor, ayúdame!». 26 Él le contestó: «No está bien tomar el pan de los hijos para arrojarlo a los perritos». 27 Pero ella le replicó: «Es cierto, Señor, pero también los perritos comen las migajas que caen de la mesa de sus señores». 28 Entonces Jesús le respondió: «¡Mujer, qué grande es tu fe! Que se realice lo que deseas». Y desde aquella hora, la hija de esta mujer quedó sana. 


15,21-28: A pesar de que Mateo ya había insinuado la apertura a los no judíos o paganos (2,1-13; 4,12-16), hasta ahora la acción de Jesús se ha enfocado más hacia los judíos. Sin embargo, este pasaje de la mujer cananea invita a la comunidad cristiana a la plena aceptación de los paganos, tema candente cuando se redactaba el evangelio. En un primer momento, Jesús no le responde a la mujer (15,23); después lo hace de manera áspera, enfatizando la prioridad de Israel en el plan de salvación de Dios (15,24; ver 10,5-6). No obstante, la fe de la mujer pagana y la curación de su hija ofrecen criterios claros a este respecto: cuando hay fe en Jesús, no es posible negar a nadie la entrada en el proyecto salvador divino; así aparecerá con toda su fuerza al final del evangelio (28,19-20). Todos estamos llamados a formar parte de la familia de Dios, pues el don de la fe no está circunscrito a ningún pueblo ya que procede de la gratuidad divina.


15,22: 1 Re 17, 7-16; Nm 27,1-10 / 15,23: Lc 11,8 / 15,24: Rom 15,8


Y glorificaban al Dios de Israel

Mc 7,31-37


29 Jesús partió de allí y fue a la orilla del mar de Galilea, subió a la montaña y se sentó. 30 Mucha gente se le acercó llevando paralíticos, ciegos, lisiados, mudos y muchos otros enfermos. Los pusieron a sus pies y él los sanó, 31 de modo que la gente se admiraba al ver que los mudos hablaban, los lisiados quedaban sanos, los paralíticos caminaban y los ciegos veían. Y glorificaban al Dios de Israel.


15,29-31: Este sumario, que prepara la segunda multiplicación de los panes (15,32-39), nos informa de la partida de Jesús hacia la otra orilla del lago de Galilea, introduce el tema de la montaña, uno de los temas preferidos por Mateo (5,1; 14,23), y presenta la actividad milagrosa de Jesús en favor de los enfermos. La gente reacciona glorificando «al Dios de Israel» (15,31) que ha enviado a su Mesías a sanar los males del pueblo.


15,31: Mc 3,10


Tengo compasión de la gente

Mc 8,1-10


32 Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Siento compasión de la gente, porque están conmigo desde hace ya tres días y no tienen qué comer, y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que se desmayen en el camino». 33 Los discípulos le preguntaron: «¿Dónde podríamos conseguir en este desierto suficiente pan para alimentar a tanta gente?». 34 Jesús les preguntó: «¿Cuántos panes tienen?». Ellos respondieron: «Siete y unos pocos pescaditos». 35 Entonces Jesús ordenó que la gente se sentara en el suelo, 36 tomó los siete panes y los pescados, dio gracias, los partió y los dio a los discípulos, y éstos a la gente. 37 Comieron todos y se saciaron y, con lo que sobró llenaron siete canastos. 38 Los que comieron eran cuatro mil varones, sin contar mujeres y niños. 39 Jesús despidió a la gente, subió a la barca y fue a la región de Magadán.


15,32-39: El episodio de la segunda multiplicación de los panes y de los peces toma como base el anterior relato de Mateo (14,13-21), aunque con algunas diferencias. El Mesías sigue manifestando su misericordia hacia la gente (15,30-31), saciando una vez más el hambre de la multitud. Además de manifestar la misericordia de Jesús a la gente hambrienta, estos relatos también evocan la Eucaristía, pues ésta será el alimento sobreabundante que nutre nuestra comunión con Jesús y nuestros hermanos.


15,33: 2 Re 4,43 / 15,37: Sal 78,29


Se les dará sólo el signo de Jonás

Mt 12,38-39; Mc 8,11-13; Lc 11,16.29; 12,54-56 


161 Los fariseos y los saduceos se acercaron a Jesús y le pidieron, para ponerlo a prueba, que les mostrara un signo del cielo. 2a Él les respondió: [2b-3] 4 «¡Gente malvada y adúltera! Ustedes exigen un signo, pero se les dará sólo el signo de Jonás». Entonces Jesús los dejó y se marchó.


16,1-4: Aunque las acciones milagrosas de Jesús evidencian que él es el Mesías, sin embargo, los fariseos y también ahora los saduceos se le oponen de modo pertinaz. Cuando los maestros de la Ley y los fariseos le habían exigido un signo (12,38), Jesús les dijo que sólo se les daría el de Jonás, lo que ahora reitera: el signo que él está dispuesto a realizar es el de su muerte y resurrección, anunciado y prefigurado por Jonás, pero este signo tampoco tendrá efecto ante la obstinación de sus corazones. La fe es del todo necesaria para poder reconocer el signo del Señor.


16,1: Jn 6,30


Mt 16,2b-3: algunos manuscritos, aunque no los principales, traen: «2b Cuando llega la tarde dicen: “Va a hacer buen tiempo, porque el cielo está rojizo”; 3 y cuando es de madrugada: “Hoy habrá tormenta, porque el cielo está rojo oscuro”. ¿Cómo es que saben interpretar la apariencia del cielo y no pueden discernir los signos de los tiempos?».


Estén atentos a la levadura de los fariseos

Mc 8,14-21; Lc 12,1


5 Los discípulos fueron a la otra orilla y se olvidaron de llevar panes. 6 Jesús, entonces, les advirtió: «Cuídense y estén atentos a la levadura de los fariseos y saduceos». 7 Ellos comentaban entre sí: «Nos dice esto porque no trajimos panes». 8 Jesús se dio cuenta y les dijo: «¡Hombres de poca fe! ¿Por qué comentan entre ustedes que digo esto porque no tienen panes? 9 ¿Todavía no entienden ni recuerdan lo de los cinco panes para cinco mil?, ¿cuántos canastos recogieron? 10 ¿Tampoco lo de los siete panes para cuatro mil?, ¿cuántos cestos juntaron? 11 ¿Cómo aún no entienden que no me refería a los panes? ¡Estén atentos a la levadura de los fariseos y saduceos!». 

12 Entonces comprendieron que no se trataba de cuidarse de la levadura de los panes, sino de la enseñanza de los fariseos y de los saduceos.


16,5-12. Jesús, después del signo que los fariseos y saduceos le piden (16,1), aprovecha para alertar a sus discípulos acerca de la maldad de sus adversarios. La advertencia se hace siguiendo el típico estilo judío, consistente en tomar una palabra con un significado múltiple, como en este caso el término “levadura”. La simbología del pan no es fortuita ya que la tenemos presente en los episodios anteriores (14,13-21; 15,21-28.32-39). En efecto, la levadura, siendo una pequeña porción de masa fermentada, sirve para actuar en toda la masa nueva, y así continúa su proceso hasta que quede fermentado el total de la remesa. Si a veces este proceso tiene significado positivo (13,33), en este caso su significado es negativo, pues se refiere al contagio de la mala doctrina de los adversarios de Jesús. Por esto, ¡hay que estar alerta!


16,9: Mc 4,13-14; 1 Sm 21,4 / 16,12: 1 Cor 5,6


¡Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo!

Mc 8,27-31; Lc 9,18-21


13 Cuando Jesús llegó a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?». 14 Ellos contestaron: «Unos dicen que es Juan el Bautista, otros que es Elías y otros que Jeremías o uno de los profetas». 15 Entonces Jesús les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?». 16 Simón Pedro respondió: «¡Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo!». 17 Jesús le dijo: «Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque ningún hombre mortal te reveló esto, sino mi Padre que está en los cielos. 18 Y yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra construiré mi Iglesia y los poderes del abismo no la vencerán. 19 Te daré las llaves del Reino de los cielos, lo que ates en la tierra será atado en los cielos, y lo que desates en la tierra será desatado en los cielos». 20 Entonces, Jesús ordenó a los discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.


16,13-20: Jesús llega a la región de Cesarea de Filipo, al norte de Israel. Allí, les pregunta a sus discípulos sobre la opinión que la gente tiene de él. Aunque lo identifican como un profeta, la respuesta no es exacta, por eso Jesús les pregunta a los suyos, a aquellos que hace un tiempo lo vienen acompañando y, por lo mismo, puedan dar una respuesta más completa. Simón, en nombre del grupo (16,17; ver 14,33), confiesa la dignidad mesiánica de Jesús: es el Cristo, es decir, el Mesías en quien y por quien actúa el Dios vivo. Esta expresión cobra importancia como fórmula de fe y hace referencia al Dios verdadero, presente en la historia, en contraste con los ídolos. Jesús felicita a Simón por su respuesta y le confiere una garantía: ser piedra de cimiento para la comunidad que profesa la fe en Jesús como Mesías. El cambio de nombre (16,18: «Tú eres Pedro») indica el nuevo encargo que recibe: Pedro, en la nueva alianza, es la roca en la que descansa la nueva comunidad mesiánica. Con una garantía de esa naturaleza podemos caminar seguros.


16,14: Mc 6,15; Jn 4,19 / 16,16: Jn 6,69 / 16,17: Rom 7,5-6; Heb 2,14 / 16,18: Job 38,17; Sab 16,13 / 16,19: Ap 3,7 / 16,20: Mc 1,34


III

Invitación a los discípulos: el destino sufriente del Mesías


16,21-28,20. Como en Mateo 4,17, la nueva etapa del camino de Jesús está marcada por las palabras: «A partir de entonces, Jesús comenzó a manifestar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén…» (16,21). Luego de la profesión de fe formulada por Pedro, Jesús empieza a mostrar de manera abierta lo que conlleva su mesianismo. Los discípulos necesitan ir asimilando poco a poco el camino doloroso del Mesías y lo que esto significa, camino necesario para la salvación de la humanidad y la glorificación de Jesús, el mismo camino que ellos también tendrán que recorrer si son fieles al seguimiento del Señor. Las enseñanzas de Jesús van a girar en torno a estos aspectos fundamentales. Esta última parte del Evangelio según Mateo tiene dos grandes secciones. En la primera de ellas (16,21-20,34), el Maestro instruye a sus discípulos acerca de su pasión, muerte y resurrección, y en la segunda (21,1-28,20), el Mesías sufriente lleva a cabo lo que había anunciado.


1- El camino doloroso del Mesías: instrucciones a los discípulos


16,21-20,34. Estos pasajes contienen instrucciones de Jesús a sus discípulos acerca de la pasión que está a punto de sufrir (nota a 16,21-28,20). El tema principal, por tanto, es el camino doloroso del Mesías para cumplir lo querido por Dios en su plan de salvación, necesario tanto para Jesús como para quienes deciden seguirlo. Después del alejamiento de sus enemigos (16,4) y de haber anunciado la fundación de la comunidad (16,18), Jesús instruye y actúa teniendo por principales interlocutores a sus discípulos. Estos relatos dominan toda esta parte, y abordan cuestiones fundamentales para la vida comunitaria: su organización y el poder como servicio; la corrección fraterna y el perdón; la centralidad del amor y la atención a los desvalidos (pequeños y niños)… Los tres anuncios de la pasión otorgan estructura y cohesión a la narración (16,21; 17,22-23; 20,18-19).


1.1- Jesús anuncia el camino a seguir


16,21-17,27. El camino doloroso arranca con el primer anuncio de la pasión (16,21), anuncio que será reiterado en dos ocasiones más (17,22; 20,17-19). Jesús recrimina a Pedro por su falta de comprensión ante el designio de Dios (16,21-23) e invita a sus discípulos a seguirlo a él, quien realiza dicho designio, renunciando a sí mismo, cargando con la cruz (16,24-28). El pasaje de la transfiguración (17,1-9), a la vez que anuncia que la meta final será la gloria, concluye con la advertencia acerca de que Jesús va a correr la misma suerte del Bautista, el profeta Elías no reconocido por los contemporáneos de Jesús (17,10-13). En tales circunstancias es imprescindible crecer y perseverar en la fe (17,14-20) y en la libertad de los hijos (17,24-27). Mateo 17,22-23 corresponde al segundo anuncio de la pasión. 


¡Ponte detrás de mí, Satanás!

Mc 8,31-9,1; Lc 9,22-27


21 A partir de entonces, Jesús comenzó a manifestar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén y padecer mucho por parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los maestros de la Ley, que lo matarían y resucitaría al tercer día. 22 Pedro llevó aparte a Jesús y empezó a reprenderlo: «¡Lejos de ti esto, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!». 23 Jesús se volvió y dijo a Pedro: «¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres una piedra de tropiezo para mí, porque no piensas como Dios, sino como los hombres».

24 Luego Jesús dijo a sus discípulos: «Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue su cruz y me siga. 25 Porque el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí, la encontrará. 26 ¿De qué le servirá a uno ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿O qué precio podrá pagar por su vida? 27 Puesto que el Hijo del hombre está por venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, entonces retribuirá a cada uno según su proceder [Sal 62,13; Prov 24,12; Eclo 35,22]. 28 Les aseguro que algunos de los que están aquí no morirán sin antes haber visto venir al Hijo del hombre en su Reino».


16,21-28: La profesión de fe en labios de Pedro marca un momento crucial (16,16). Pero Jesús, en vez de tomar una actitud triunfalista, anuncia por primera vez sus sufrimientos y su resurrección (16,21). La meta es Jerusalén donde tendrá lugar la entrega del Mesías y el cumplimiento del plan de salvación. El reproche de Pedro a Jesús por no aceptar que el Mesías tiene que padecer y morir es lo que lo hace pasar de piedra fundamental (16,18) a «piedra de tropiezo» (16,23), y aquel que en el inicio recibió el llamado para venir con Jesús (4,19), ahora es exhortado por Jesús a colocarse detrás de él. Esta elocuente contraposición indica que la comprensión del camino que tiene que recorrer el Mesías siempre será básica no sólo para Pedro, sino para los cristianos de todos los tiempos. Jesús invita a sus discípulos a ir en su seguimiento por el mismo camino que él recorre, por eso renunciar a sí mismo y llevar la cruz son condiciones indispensables (16,24). El último dicho de Jesús, difícil de entender (16,28), es una afirmación sobre la seguridad de que el Hijo del hombre va a venir, y que esta venida no está tan lejana como pudiera parecer. Discípulo es quien sigue a Cristo por el camino de la inmolación de la vida por obediencia al Padre y para servicio de todos; este tipo de seguimiento marca un estilo propio del que es de Cristo. 


16,21: Lc 2,33-35; Hch 10,40-41; Os 6,2 / 16,23: Is 8,14 / 16,24: Lc 14,27 / 16,25: Jn 12,25-26 / 16,27: 2 Tes 1,7; Ez 18,21-32


Éste es mi Hijo amado en quien me complazco

Mc 9,2-9; Lc 9,28-36


171 Seis días después, Jesús tomó aparte a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos a una montaña alta. 2 Allí, en presencia de ellos, se transfiguró: su rostro empezó a brillar como el sol y su ropa se hizo blanca como la luz. 3 En esto, se les aparecieron Moisés y Elías conversando con Jesús. 4 Pedro se dirigió a Jesús y le dijo: «¡Señor, qué bien estamos aquí! Si quieres voy a hacer aquí tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». 5 Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió y una voz que venía de la nube dijo: «Éste es mi Hijo amado en quien me complazco. ¡Escúchenlo!». 6 Al oír la voz, los discípulos se postraron rostro en tierra llenos de temor. 7 Jesús se acercó a ellos, los tocó y les ordenó: «¡Levántense, no teman!». 8 Levantaron la vista, pero no vieron a nadie, sino a Jesús solo. 9 Mientras ellos bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No le cuenten a nadie esta visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».


17,1-9: El pasaje de la transfiguración, en el que Jesús aparece rodeado de reconocimiento y gloria, está colocado en un lugar estratégico de la narración: inmediatamente después del primer anuncio de la pasión y de la instrucción de Jesús a sus discípulos acerca de la necesidad de seguirlo por el camino doloroso (nota a 16,21-28). Pedro, Santiago y Juan, quienes también acompañarán al Maestro en su agonía (26,37), son ahora testigos de la gloria del Mesías, plenitud de la Ley y los Profetas, representados por Moisés y Elías. El trasfondo bíblico es la teofanía o manifestación gloriosa de Dios en el Sinaí (Éx 24,1-18) y la alianza pactada entre Dios y las tribus hebreas liberadas de Egipto. En el contexto del Evangelio según Mateo, la transfiguración pone de manifiesto que la meta final del camino mesiánico no radica en el sufrimiento y la muerte; éstos representan condiciones necesarias que abren paso a la salvación y a la glorificación. De este modo, los discípulos del Mesías reciben aliento para seguirlo por el mismo camino y con la mirada puesta en la misma meta.


17,1: Éx 24,13-16; 1 Pe 1,16-18 / 17,5: Éx 19,16 / Is 42,1 / 17,6: Dn 10,9


Elías ya vino y no lo reconocieron

Mc 9,11-13


10 Los discípulos preguntaron a Jesús: «¿Por qué los maestros de la Ley afirman que Elías debe venir primero?». 11 Él les respondió: «En efecto, Elías va a venir y lo restaurará todo; 12 más aún, Elías ya vino y no lo reconocieron, sino que hicieron con él lo que quisieron; así también, el Hijo del hombre va a padecer por culpa de ellos. 13 Entonces los discípulos comprendieron que les hablaba de Juan el Bautista.


17,10-13: Juan Bautista es un personaje clave en el Evangelio según Mateo, pues en él se unen (3,13-17) y se distinguen (11,7-14; 17,10-13) los dos períodos de la historia de la salvación, el “camino” y el “cumplimiento” (nota a 5,1-7,29). Al identificar a Juan con Elías, Mateo señala el cumplimiento de las expectativas antiguas y subraya con ello la continuidad con el Antiguo Testamento, pero al mismo tiempo señala la diferencia y superioridad de la época inaugurada por el Mesías. Si los discípulos comprenden, también nosotros somos invitados a entender ese proyecto salvador de Dios.


17,10-11: Mal 3,23-24; Eclo 48,10 / 17,12: 1 Re 19,2-10


Si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza…

Mc 9,14-29; Lc 9,37-43a; 17,6


14 Cuando se reunieron con la gente, se acercó a Jesús un hombre que, arrodillado ante él, 15 le suplicaba: «¡Señor, ten misericordia de mi hijo!, es epiléptico y sufre bastante; muchas veces cae al fuego y otras muchas al agua. 16 Ya se lo llevé a tus discípulos, pero no pudieron sanarlo». 17 Jesús respondió: «¡Gente incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes?, ¿hasta cuándo tendré que soportarlos? ¡Tráiganme aquí al enfermo!». 18 Jesús, entonces, reprendió al demonio y éste salió del muchacho, quien desde aquel momento quedó sano.

19 Luego, los discípulos se acercaron a Jesús y, en privado, le preguntaron: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?». 20 Él les contestó: «¡Porque tienen poca fe! Les aseguro que si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, podrían decirle a esta montaña: “Muévete de aquí para allá”, y se movería. ¡Nada sería imposible para ustedes!». [21].


17,14-21: El plan de Dios no requiere un conocimiento teórico, sino que pide una firme convicción de fe capaz de suscitar la adhesión radical a Jesucristo. Poco favorable es la imagen de los discípulos en este pasaje, pues no pueden sanar al niño epiléptico por su falta de fe. Jesús utiliza de nuevo la expresión «gente incrédula y perversa», empleada con alguna variante (12,39.45; 16,4), para referirse a sus propios discípulos, lo que confiere un matiz todavía más fuerte al reproche del Maestro (17,17). El tema de la poca fe es constante en Mateo (6,30; 8,26; 14,31) y, por lo mismo, una fuerte interpelación para las comunidades cristianas de todos los tiempos.


17,16: 2 Re 4,31 / 17,17: Dt 32,5.20 / 17,20: Mc 11,22-23


Mt 17,21: algunos manuscritos, aunque no los principales, traen: «Pero esta clase de demonios sólo se puede expulsar con la oración y el ayuno».


El Hijo del hombre va a ser entregado

Mc 9,30-32; Lc 9,43b-45


22 Mientras recorrían juntos Galilea, Jesús les advirtió: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, 23 lo van a matar y al tercer día resucitará». Ellos se entristecieron mucho.


17,22-23: En el primer anuncio de su pasión (16,21), Jesús había advertido acerca de la necesidad de ir a Jerusalén para sufrir, morir y resucitar allí. En este segundo anuncio, Jesús ya no habla de los grupos judíos que provocarán su muerte (ancianos, sumos sacerdotes, maestros de la Ley), sino de los hombres en general; además, en lugar del reproche de Pedro (16,22), los discípulos sólo aciertan a entristecerse (17,23). Sin embargo, poco a poco va siendo posible desde la fe la aceptación de este misterioso plan divino.


17,23: Hch 10,39-41


Paga por mí y por ti


24 Cuando llegaron a Cafarnaún, los cobradores del impuesto para el Templo se acercaron a Pedro y le preguntaron: «Su maestro, ¿no paga el impuesto?». 25 «¡Claro que sí!», respondió Pedro. Al volver a la casa, Jesús se anticipó y le preguntó a Pedro: «¿Qué te parece, Simón? Los reyes del mundo, ¿de quiénes reciben pago o tributo?, ¿de los hijos o de los extranjeros?». 26 Él le contestó: «De los extranjeros». Jesús le dijo: «Por tanto, los hijos quedan libres. 27 Sin embargo, para que ellos no se sientan ofendidos por nosotros, ve al mar y arroja un anzuelo, toma el primer pez que salga, ábrele la boca y encontrarás una moneda; tómala y paga por mí y por ti».


17,24-27: El episodio del impuesto para el Templo es un pasaje exclusivo de Mateo, en cuya comunidad predominaban los judeocristianos. Es probable que se refiera al pago del “medio siclo”, equivalente a unos seis gramos de plata, estipulado por la Ley (Éx 30,11-16). Jesús no se opone a cumplir con esta prescripción, pero -como en otros pasajes- redimensiona lo que significa este pago: si el Templo es la casa de Dios y los discípulos son la verdadera familia del Hijo de Dios, ambos debieran estar exentos, pero para que no se interprete mal ni los judíos se sientan ofendidos, pide a Pedro que pague por ambos. El dato de la moneda en la boca del pez es un recurso que ayuda a resaltar la soberanía absoluta del Señor. La comunidad valora una institución judía importante, pero vista desde la perspectiva nueva del Mesías, enviado por Dios con toda su autoridad.


17,26: 1 Cor 9,1 / 17,27: Rom 14,13


1.2- Discurso de Jesús: la comunidad de los discípulos


18,1-19,2. El cuarto discurso de Jesús en el Evangelio según Mateo (nota a 5,1-7,29) contiene varias instrucciones sobre la vida de la comunidad y la importancia de ésta. Es probable que el discurso tenga como trasfondo la comunidad de Mateo en torno al año ochenta, cuando existían conflictos de convivencia entre sus miembros. El discurso ofrece algunas sabias pautas para afrontar las dificultades intracomunitarias relativas a la fraternidad, a la reconciliación y a la aceptación, y exige preferir a los más pequeños en quienes está presente Cristo mismo. Se trata, pues, de una especie de manual cristiano de vida comunitaria que toda comunidad debe tener presente y practicar. 


¿Quién es el más importante en el Reino de los cielos?

Mc 9,33-37; 10,15; Lc 9,46-48; 18,17


181 En aquel momento los discípulos se acercaron a Jesús para preguntarle: «¿Quién es el más importante en el Reino de los cielos?». 2 Él llamó a un niño, lo colocó en medio de ellos 3 y dijo: «Les aseguro que si ustedes no vuelven a ser como niños, de ningún modo entrarán en el Reino de los cielos. 4 Todo el que se haga pequeño como este niño, será el más importante en el Reino de los cielos. 5 Y el que reciba en mi nombre a un niño como éste, me recibe a mí». 


18,1-5: A la pregunta acerca del mayor en el Reino de los cielos, Jesús responde con un gesto que lo podemos llamar parábola en acción: pone en medio a un niño con el propósito de ilustrar su enseñanza. La presencia del niño introduce el tema de los más pequeños dentro de la comunidad y su importancia en relación con el Reino. El niño, más que ejemplo de inocencia o pureza, es en aquel tiempo expresión de insignificancia y marginación, por lo que sólo le queda refugiarse en su padre y confiar totalmente en él. Según el nuevo sistema de valores propios del Reino de Dios, los pequeños, es decir, los miembros de la comunidad a los que se tiende a dejar de lado o despreciar, son los privilegiados del Padre y los que llevan la delantera para entrar en su Reino. En realidad, ellos son modelos acerca de qué disposiciones hay que cultivar para aceptar el Reino de Dios y vivir la fraternidad en la comunidad. 


18,3: Jn 3,5 / 18,4: Sal 8,2-3


Que no se pierda ni uno solo de estos pequeños

Mc 9,42-48; Lc 17,1-2; 15,3-7


6 «Pero al que lleve a pecar a uno de estos pequeños que creen en mí, sería mejor que le colgaran en el cuello una gran piedra de molino y lo sumergieran en lo profundo del mar. 7 ¡Ay del mundo por causa de los pecados! Y aunque es inevitable que sucedan, ¡ay de quien los provoca! 8 Si tu mano o tu pie te llevan a pecar, córtalos y arrójalos lejos de ti; es mejor para ti entrar manco o lisiado en la vida eterna que ser arrojado al fuego eterno con tus dos manos o tus dos pies. 9 Si tu ojo te lleva a pecar, sácalo y arrójalo fuera de ti; es mejor para ti entrar tuerto en la vida eterna que ser arrojado con tus dos ojos al fuego de la Gehena». 

10 «Cuídense de no despreciar a uno solo de estos pequeños, pues yo les digo que sus ángeles en el cielo ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos». [11].

12 «¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas y una de ellas se pierde, ¿no deja las noventa y nueve en los montes para ir a buscar a la oveja perdida? 13 Si logra encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se han perdido. 14 Del mismo modo, la voluntad del Padre de ustedes que está en los cielos es que no se pierda ni uno solo de estos pequeños».


18,6-14: El pasaje anterior (18,1-5) se centró en un tema relevante: la preferencia por los más pequeños, los hermanos de la comunidad más sencillos y débiles en la fe. En este pasaje y en relación con ellos, Jesús desarrolla su enseñanza en tres momentos: el reproche a quien sea ocasión de pecado para esos pequeños (18,6-9), el privilegio del que gozan ante Dios (18,10), y la solicitud de Dios hacia ellos, la que se ilustra con la parábola de la oveja perdida (18,12-16). En el primer momento, mediante imágenes dramáticas, se destaca la gravedad de inducir a pecar a los pequeños y el castigo que merece quien lo hace (5,29-30). En el segundo, se afirma el alto grado de aprecio que los pequeños tienen ante Dios. En el tercero, se hace hincapié en la búsqueda esmerada de los pequeños por parte de la comunidad, porque la voluntad de Dios es que no se pierda ninguno de ellos.


18,8: Col 3,5 / 18,10: Éx 23,20-22; Dn 10,13.20-21/ 18,12: Sal 119,76; Ez 34,4.16


Mt 18,10: algunos manuscritos, aunque no los principales, traen una adición: «El Hijo del hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido», que correspondería a 18,11.


Yo estoy allí en medio de ellos

 Lc 17,3


15 «Si tu hermano peca, ve y corrígelo a solas; si te escucha habrás evitado que tu hermano se pierda, 16 pero si no te escucha, lleva contigo a uno o a dos más, para que toda palabra quede confirmada por boca de dos o tres testigos [Dt 19,15]. 17 Pero si él los ignora, denúncialo a la comunidad, y si también ignora a la comunidad, considéralo como un pagano o un cobrador de impuestos».

18 «Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra será atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra será desatado en el cielo. 19 Además, les aseguro que si dos de ustedes se ponen de acuerdo para pedir algo en la tierra, les será concedido por mi Padre que está en los cielos. 20 Pues donde dos o tres se reúnen en mi nombre, yo estoy allí en medio de ellos».


18,15-20: La consecuencia que se desprende de la opción por los más pequeños (18,6-14) es la corresponsabilidad de los miembros de la comunidad frente al hermano en pecado. La corrección fraterna tiene un proceso: primero la amonestación a solas; si ésta no resulta y según lo prescrito en la Ley (Dt 19,15), se hace junto a dos o tres testigos; si tampoco a ellos escucha, la comunidad se encargará de dirimir la situación. Mateo pone de relieve la importancia de la comunidad a la hora de buscar caminos de comunión y fraternidad, incluso ejerciendo la potestad de atar y desatar conferida por Jesús, la misma potestad que antes había recibido Pedro (Mt 16,19). Pero aun cuando el pecador no escuche a la comunidad, no todo está perdido, pues queda el trato que Jesús ha tenido para con los paganos (8,5-13; 9,18-26) y cobradores de impuestos (9,9-13): ¡la misericordia! Para el discernimiento y la corrección fraterna, se requiere orar en comunidad, en la que el mismo Señor se hace presente para conducir a los suyos (18,19-20).


18,15: Lv 19,17 / 18,16: Dt 19,15 / 18,17: 1 Cor 5,11 / 18,18: Jn 20,23 / 18,19: Jn 15,7.16 / 18,20: Éx 20,24


¿No debías tú también compadecerte?

Lc 17,4


21 Entonces Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: «Señor, ¿cuántas veces debo perdonar a mi hermano cuando me ofenda?, ¿hasta siete veces?». 22 Jesús le respondió: «¡No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete!».

23 «Por eso, el Reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar cuentas con sus servidores. 24 Al comenzar, le presentaron a uno que le debía diez mil talentos. 25 Como éste no tenía con qué pagar, el señor ordenó que, para saldar la deuda, lo vendieran, con su mujer, sus hijos y todos sus bienes. 26 Pero el servidor, arrojándose a sus pies, le suplicó: “¡Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo!”. 27 El señor se compadeció de aquel servidor, lo dejó ir y le perdonó lo que le debía». 

28 «Cuando aquel servidor salió, encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios, lo tomó con fuerza y, casi ahorcándolo, le dijo: “¡Págame lo que me debes!”. 29 Su compañero, arrojándose a sus pies, le suplicó: “¡Ten paciencia conmigo y te lo pagaré!”. 30 Pero él no aceptó, sino que fue y lo metió en la cárcel, hasta que le pagara lo que le debía». 

31 «Sus otros compañeros, al darse cuenta de lo ocurrido, se entristecieron mucho y fueron a informar a su señor acerca de todo lo sucedido. 32 Entonces el señor mandó llamar a aquel servidor y le dijo: “¡Servidor malvado! Yo te perdoné toda aquella deuda, porque me lo suplicaste. 33 ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, como yo me compadecí de ti?”. 34 Y su señor, enfurecido, lo entregó a los verdugos hasta que pagara todo lo que le debía. 35 Así también mi Padre celestial hará con ustedes si cada quien no perdona de corazón a su hermano».

191 Cuando Jesús terminó de pronunciar estos discursos, se retiró de Galilea y se fue a la región de Judea, al otro lado del Jordán. 2 Lo siguió mucha gente y allí sanó a los enfermos.


18,21-19,2: El discurso de Jesús sobre la comunidad (nota a 18,1-19,2) concluye con esta parábola sobre el perdón. La pregunta de Pedro y la respuesta de Jesús (18,21-22), así como la conclusión final (18,35), son su marco de referencia. La parábola consta de tres momentos: un rey ajusta cuentas con sus servidores, entre los que hay uno que le debe una exorbitante cantidad de dinero (18,24: «Diez mil talentos») y no tiene con qué pagarle; ante la insolvencia del servidor y sus súplicas, el rey se llena de compasión y le perdona la inmensa deuda; enseguida, se relata la actitud malvada e incoherente de quien acaba de ser perdonado, pues no perdona al compañero que le debe una suma no despreciable (18,28: «Cien denarios»), pero siempre bastante menor en comparación con la que él le debía al rey; la parábola termina con la reacción de los otros servidores que denuncian el mal comportamiento del que no perdona al compañero y con la respuesta del rey que, enfurecido, castiga con dureza a quien antes había perdonado. La misericordia de Dios es infinita y gratuita, pero quien la recibe queda comprometido para perdonar de corazón a su hermano (18,35).


18,21: Lv 19,18-19; Lc 23,34; Rom 12,17-21 / 18,27: Lc 7,4 / 18,30: Rom 13,7 / 19,1: Lc 9,51


1.3- Nuevas enseñanzas en el camino a la pasión


19,3-20,34. Terminado el discurso en el que Jesús instruye a su comunidad acerca de cómo debe ser la relación entre sus miembros (nota a 18,1-19,2), Mateo trata los últimos temas antes de narrar la entrada de Jesús en Jerusalén: una enseñanza sobre el matrimonio (19,3-12), la preferencia por los niños o los más débiles y pequeños (19,13-15), los peligros de la riqueza y la búsqueda del poder (19,16-30). El hilo conductor de estos episodios sigue siendo el camino hacia la pasión. El auténtico discípulo es el que comprende y cree, es decir, el que va descubriendo lo que implica seguir al Maestro con todas sus consecuencias, incluyendo el camino a la cruz.


¡Lo que Dios ha unido, el hombre no lo separe!

Mc 10,2-12


3 Los fariseos se acercaron a Jesús y, para ponerlo a prueba, le preguntaron: «¿Está permitido que un hombre se divorcie de su esposa por cualquier motivo?». 4 Él respondió: «¿Acaso no han leído que desde el principio el Creador los hizo varón y mujer[Gn 1,27; 5,2]. 5 Y añadió: «Por esto el hombre abandonará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y formarán los dos una sola carne [Gn 2,24]. 6 De tal forma que ya no son dos, sino uno solo. Por tanto, ¡lo que Dios ha unido, el hombre no lo separe!». 7 Le replicaron: «Entonces, ¿por qué Moisés mandó dar un certificado de repudio y divorciarse?». 8 Jesús les respondió: «Moisés, por la dureza de sus corazones, les permitió divorciarse de sus mujeres, pero no ha sido así desde el principio. 9 En cambio, yo les digo que quien se divorcia de su mujer, excepto si hay unión ilegítima, y se casa con otra, comete adulterio».

10 Los discípulos le contestaron: «Si es así la situación del hombre con la mujer, no conviene casarse». 11 Les respondió Jesús: «No todos pueden aceptar esta enseñanza, sino sólo aquellos a quienes Dios se lo concede. 12 Pues hay algunos que no se casan porque nacieron incapacitados desde el vientre de su madre, hay otro que fueron incapacitados por los hombres, pero hay algunos que han elegido no casarse por causa del Reino de los cielos. ¡Quien pueda aceptar esto, que lo acepte!».


19,3-12: En el sermón de la montaña (nota a 5,1-7,29), Jesús ya había abordado el tema del divorcio, aunque de forma rápida y en el contexto de la superación de la Ley antigua (5,31-32); ahora lo aborda de nuevo en polémica con los fariseos. El episodio se compone de dos instrucciones diferentes, pero unidas: la instrucción sobre el repudio (19,3-9) y la instrucción acerca de la continencia (19,10-12). Los fariseos no cuestionan el divorcio en sí mismo (Mc 10,2), permitido por la Ley (Dt 24,1-4), más bien discuten el motivo, es decir, ese “algo vergonzoso” que se pone por causal en la Ley (24,1). Por entonces había dos escuelas en disputa sobre la interpretación de la causa del divorcio: la de Hillel, más liberal, aceptaba muchos motivos, y la de Shammay, más estricta, que condicionaba el divorcio sólo al adulterio. Jesús va más allá de la casuística y lleva el tema a su sentido original, el del designio creador de Dios y su voluntad inicial de que varón y mujer sean una sola carne (Gn 1,27; 2,18-25). El divorcio fue una concesión provisional por la rebelión obstinada contra el orden establecido por Dios. El matrimonio se entiende en el ámbito de un sistema de valores modificado con la llegada del Reino de Dios y, por tanto, es una institución querida por Dios que hay que vivir según esos nuevos valores (1 Cor 7,1-16).


19,3: Lc 11,54 / 19,4: Gn 1,27; 2,24 / 19,5: Ef 5,31 / 19,6: 1 Cor 6,16; 7,10 / 19,7: Dt 24,1.3 / 19,9: Lc 16,18 / 19,12: Sab 3,14; 1 Cor 7,32-34


Dejen que los niños vengan a mí

Mc 10,13-16; Lc 18,15-17


13 Luego le presentaron unos niños, para que orara y les impusiera las manos, pero los discípulos los reprendieron. 14 Entonces Jesús les ordenó: «Dejen que los niños vengan a mí y no se lo impidan, pues de los que son como ellos es el Reino de los cielos». 15 Después de imponerles las manos, se fue de allí. 


19,13-15: Jesús ya se había referido a los niños para invitar a sus discípulos a hacerse como ellos y a no inducirlos al pecado (18,1-10). Ahora, en contexto polémico, pide a los discípulos que no les impidan a los niños acercarse a él y, luego, los bendice imponiéndoles las manos, mostrando así su opción por los débiles y marginados de la sociedad. El camino del Mesías hacia Jerusalén, donde entregará su vida en la cruz, está marcado por estas actitudes llenas de misericordia y solidaridad, revelando su inmensa cercanía y compasión con los más insignificantes. Su ejemplo es permanente invitación para la comunidad de los creyentes a obrar así.


19,13: Lc 9,47 / 19,14: 1 Pe 2,1-2


Con dificultad un rico entrará en el Reino de los cielos

 Mc 10,17-30; Lc 18,18-30


16 En esto alguien se acercó a Jesús y le preguntó: «Maestro, ¿qué debo hacer de bueno para conseguir la vida eterna?». 17 Él le respondió: «¿Por qué me preguntas sobre lo bueno? Uno solo es el “Bueno”. Pero si quieres entrar en la vida eterna, cumple los mandamientos». 18 Él le preguntó: «¿Cuáles?». Jesús le contestó:

«No mates, no cometas adulterio, no robes, no des falso testimonio

19 honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como a ti mismo» [Éx 20,12-16; Dt 5,16-20; Lv 19,18]

20 El joven respondió: «Ya cumplí todo esto, ¿qué más me falta?». 21 Jesús le dijo: «Si quieres ser perfecto, ve, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres para que así tengas un tesoro en el cielo, luego ven y sígueme». 22 Al escuchar esto, el joven se fue entristecido, porque tenía muchos bienes.

23 Entonces Jesús dijo a sus discípulos: «Les aseguro que con dificultad un rico entrará en el Reino de los cielos. 24 Se lo repito, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios». 25 Los discípulos, al escuchar esto, muy asombrados comentaban: «Entonces, ¿quién puede salvarse?». 26 Jesús, mirándolos con atención, les dijo: «Para los hombres esto es imposible; en cambio, para Dios todo es posible». 

27 Pedro tomó la palabra y le preguntó: «¿Qué recibiremos nosotros que hemos dejado todo y te hemos seguido?». 28 Jesús les respondió: «Yo les aseguro que ustedes, los que me han seguido, cuando llegue la renovación del mundo y el Hijo del hombre se siente en su trono glorioso, también se sentarán en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. 29 Y todo el que deje casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o campos por mi causa, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna». 


19,16-29: El camino de Jesús hacia su pasión sigue marcando la pauta de estos episodios. Una de las condiciones indispensables para seguirlo es la renuncia a las riquezas. Esta enseñanza de Jesús se compone de un relato del encuentro de un joven rico con Jesús y su resultado negativo (19,16-22); sigue una sentencia de Jesús sobre la dificultad que tienen los que aman las riquezas para entrar en el Reino; la pregunta de los discípulos revela su sorpresa ante dicha sentencia (19,23-26); al final, la pregunta de Pedro le permite a Jesús hablar de la recompensa que le espera a quien lo ha dejado todo por él (19,27-30). Como es frecuente en Mateo, la narración no se enfoca sólo en un individuo, en este caso un joven rico, sino en todo miembro de la comunidad, interpelándolo acerca de la necesidad de vivir la renuncia constante a la riqueza por el seguimiento del Señor. El episodio muestra el contraste de valores: unos representados por el joven rico, incapaz de dejar sus bienes, y otros por los discípulos, que dejan todo por el Reino. De esta forma queda claro aquí que lo importante no es lo que hay que hacer para convertirse en discípulo, sino lo que hay que dejar. La respuesta de Jesús a Pedro (19,28-29) motiva la confianza en él, pues los que sean fieles recibirán la vida eterna, que era lo que buscaba el rico, y la participación plena de la gloria de Dios.


19,16: Lc 10,25-28 / 19,18: Rom 13,9 / 19,24: 1 Cor 1,26 / 19,26: Gn 18,14 / 19,28: Is 49,6; Lc 22,30


Los últimos serán primeros, y los primeros serán últimos

Mc 10,31; Lc 13,30


30 «Muchos primeros serán los últimos, y muchos últimos serán los primeros».

201 «Porque el Reino de los cielos se parece a un propietario que salió muy de mañana a contratar trabajadores para su viña. 2 Acordó con ellos el pago de un denario por día y los mandó a su viña. 3 A media mañana salió y vio a otros, también desocupados, que estaban en la plaza, 4 y les dijo: “Vayan también ustedes a mi viña y les pagaré lo que sea justo”. 5 Ellos fueron. De nuevo salió alrededor del medio día y a media tarde, e hizo lo mismo. 6 Al caer la tarde salió y encontró a otros que estaban allí, y les preguntó: “¿Por qué han estado aquí desocupados todo el día?”. 7 Le respondieron: “¡Porque nadie nos ha contratado!”. Él les dijo: “Vayan también ustedes a la viña”». 

8 «Cuando cayó la tarde, el propietario de la viña dijo a su administrador: “Llama a los trabajadores y págales su jornal, empezando por los últimos, hasta llegar a los primeros”. 9 Vinieron los que llegaron al caer la tarde y recibieron un denario cada uno. 10 Luego vinieron los que llegaron primero y pensaron que recibirían más, pero recibieron también un denario cada uno. 11 Al recibirlo, se pusieron a protestar contra el propietario, 12 y le reprochaban: “Estos últimos trabajaron una hora y les pagaste igual que a nosotros, que soportamos el peso y el calor de la jornada”. 13 Él le respondió a uno de ellos: “Amigo, no he sido injusto contigo. ¿No acordamos que te pagaría un denario? 14 Toma lo tuyo y vete. Yo quiero dar a este último lo mismo que a ti. 15 ¿Acaso no me está permitido hacer con mis bienes lo que quiero? ¿O miras con malos ojos que yo sea bueno?”. 16 De igual modo, los últimos serán primeros, y los primeros serán últimos». 


19,30-20,16: La frase de Mateo 19,30 da pie para la introducción a la primera de las dos parábolas exclusivas de Mateo que tienen por tema la viña (20,1-16; 21,28-32). Esta parábola de los trabajadores de la viña retrata de modo elocuente la situación de una comunidad judía que se abre a los paganos. Para algunos era difícil aceptar que quienes se iban integrando tuvieran la misma condición y los mismos derechos de los que, habiendo heredado las promesas, pertenecían desde el inicio a la comunidad. Lo más desconcertante es que el propietario no sólo ofrece la misma paga a todos, sino que comienza por los últimos y finaliza con los primeros (20,8). La llegada del Reino revoluciona los conceptos y sistemas humanos y crea un nuevo sistema de valores. Aunque las promesas se mantienen, también son rebasadas por la soberana bondad del Dueño de la viña, quien recibe a todos, incluyendo a los pecadores, los últimos en la lógica humana, pero los primeros en la preocupación de Dios.


20,4: Col 4,1 / 20,8: Lv 19,13; Dt 24,14-15 / 20,15: Rom 9,19-21


El Hijo del hombre será entregado

Mc 10,32-34; Lc 18,31-34


17 Mientras subía a Jerusalén, tomó aparte a los Doce, y en el camino les comentó: 18 «Vamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los maestros de la Ley. Ellos lo condenarán a muerte 19 y lo entregarán a los paganos para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen, pero al tercer día Dios lo resucitará». 


20,17-19: Este tercer anuncio de la pasión subraya el hecho de que el Hijo del hombre camina a Jerusalén a entregar su vida, preparando de este modo la enseñanza que sigue sobre el servicio (20,20-28). Vuelven a aparecer los mismos elementos que en los anuncios anteriores (16,21; 17,22-23), aunque con una mayor insistencia en la necesidad y en la inminencia de la entrega, así como la condenación a muerte, promovida por los sumos sacerdotes y los maestros de la Ley. El mayor realismo de la descripción de la pasión de este tercer anuncio invita al discípulo a acompañar al Maestro en el momento supremo y a imitar su entrega.


20,19: Hch 10,40-41


El que quiera ser importante, que se haga servidor

Mc 10,35-45; Lc 22,24-27 


20 Entonces la madre de los hijos de Zebedeo se acercó con ellos a Jesús y se postró ante él, para pedirle un favor. 21 Él le preguntó: «¿Qué deseas?». Ella le pidió: «Ordena que en tu Reino estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y el otro a tu izquierda». 22 Pero Jesús respondió: «¡No saben lo que piden! ¿Pueden beber la copa que estoy a punto de beber?». Le contestaron: «¡Sí, podemos!». 23 Él les dijo: «Ustedes beberán mi copa, pero sentarse a mi derecha y a mi izquierda no me corresponde a mí concederlo, sino que es para quienes mi Padre lo tiene preparado».

24 Al escuchar esto, los otros diez se enojaron con los dos hermanos. 25 Pero Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que los jefes de las naciones las someten y los poderosos las dominan. 26 Entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera ser importante, que se haga servidor de ustedes, 27 y el que quiera ser el primero, que se haga su esclavo, 28 así como el Hijo del hombre, que no vino a que lo sirvieran, sino a servir y a dar su vida para rescatar a todos».


20,20-28: La petición de los hijos de Zebedeo, hecha aquí por la madre de ellos, a diferencia de Marcos 10,35, cobra un sentido especial en razón del fuerte contraste con el pasaje anterior. El camino de Jesús a Jerusalén para entregar su vida en provecho de muchos contrasta de modo radical con la búsqueda de puestos de honor (20,21). Además de dejar en claro que la asignación de los lugares en el Reino compete sólo a Dios, Jesús enfatiza el servicio como la verdadera grandeza de la comunidad y, por lo mismo, su distintivo fundamental (1 Pe 5,1-4). El símbolo de la copa (Mt 20,22) tiene que ver con las abluciones rituales: había una copa de acción de gracias en los sacrificios (Sal 116,13) y una copa de consolación después de los entierros (Jr 16,7). A partir de allí se interpretó su contenido como expresión del destino del ser humano. Una vez más aparece un sistema de valores trastocado, a la luz del Siervo sufriente, para todo aquel que ha decidido seguir al Señor.


20,22: Jn 18,11 / 20,23: Jn 18,36 / 20,27: Mc 9,35; Jn 13,4-15 / 20,28: Rom 5,6-21


¡Señor, que se abran nuestros ojos!

 Mt 9,27-31; Mc 10,46-52; Lc 18,35-43


29 Cuando ellos salían de Jericó, mucha gente siguió a Jesús. 30 En eso, dos ciegos que estaban sentados junto al camino, al enterarse de que Jesús pasaba, se pusieron a gritar: «¡Hijo de David, ten compasión de nosotros!». 31 La gente los reprendía para que se callaran, pero ellos gritaban más todavía: «¡Señor, Hijo de David, ten compasión de nosotros!». 32 Jesús se detuvo, los llamó y les preguntó: «¿Qué desean que haga por ustedes?». 33 Le respondieron: «¡Señor, que se abran nuestros ojos!». 34 Jesús se compadeció de ellos, les tocó los ojos y enseguida comenzaron a ver, y lo siguieron.


20,29-34: La última escena que presenta Mateo antes de la entrada de Jesús en Jerusalén trata de dos ciegos que imploran compasión. Hay dos motivos principales para que la escena esté aquí. El primer motivo es que aunque Jesús sube a la Ciudad Santa para sufrir la pasión y la muerte, no deja de ser Mesías, el Hijo de David, como la proclamación de los dos testigos lo manifiesta (20,30); el segundo motivo es que este mismo Mesías, quien ha venido a servir y a dar su vida en rescate por muchos, se detiene en su camino a auxiliar a los ciegos (20,32), que forman parte del sector más necesitado de la sociedad de su tiempo, adelantando de este modo la finalidad de su misión: rescatar a los necesitados y marginados y darles la luz de la fe para que lo sigan por el camino del servicio (20,33). Por tanto, la fe en Jesús como Mesías implica para los creyentes el servicio inspirado en la misericordia y la entrega de la vida, como él mismo lo ha enseñado y hecho.


20,29: Heb 11,30 / 20,30: Job 19,21 / 20,33: Sal 119,18 / 20,34: Hch 9,18


2- El camino doloroso del Mesías: pasión y resurrección


21,1-28,20. La última etapa del relato evangélico se inicia con la entrada de Jesús en Jerusalén (21,1-11) y concluye con la aparición del Resucitado a sus discípulos (28,16-20). En esta etapa se presentan los momentos decisivos de la misión del Hijo de Dios, quien viene a cumplir toda justicia, es decir, a llevar a plenitud el plan divino de salvación proyectado desde antiguo (nota a 3,13-17). Sin cancelar los pasos iniciales, el Mesías no sólo cumple las promesas, sino que las supera, sobre todo con su misterio pascual. Tres son los momentos relevantes de esta última etapa: la creciente tensión y oposición final contra el Mesías (21,1-23,39), el discurso acerca del fin de los tiempos o el anuncio de la venida triunfal del Hijo del hombre (24,1-25,46) y el relato de la pasión y resurrección del Señor (26,1-28,20).


2.1- Controversia y oposición definitiva de los dirigentes de Israel


21,1-23,39. Los pasajes del evangelio que componen esta parte tienen como tema principal la última y gran controversia entre los dirigentes de Israel y Jesús. Hasta el momento, las enseñanzas del Maestro estaban dirigidas a sus discípulos; ahora, aunque ellos son también los destinatarios, están enfocadas a la confrontación con los adversarios. La entrada de Jesús en Jerusalén es el punto de partida (21,1-11). Jesús, investido con la autoridad mesiánica, reconocida por la multitud, arroja a los vendedores del Templo (21,12-17) y maldice la higuera que no produce frutos (21,18-22). Su autoridad es cuestionada por los dirigentes (21,23-27), por lo que Jesús responde con tres parábolas que ponen en evidencia el lugar que ellos han perdido en el Reino de Dios, siendo los primeros invitados (21,28-22,14). La tensión va en aumento, lo que queda de manifiesto en las cuatro controversias siguientes (22,15-46), pero sobre todo en la denuncia directa contra la hipocresía de los fariseos y maestros de la Ley (23,1-36). La parte concluye con el lamento sobre Jerusalén, la Ciudad Santa (23,37-39). 


¡Hosanna al hijo de David!

 Mc 11,1-10; Lc 19,28-40; Jn 12,12-19


211 Cuando se acercaron a Jerusalén y llegaron por Betfagé al monte de los Olivos, Jesús envió a dos discípulos 2 con esta orden: «Vayan al poblado que tienen enfrente; enseguida encontrarán una burra atada, acompañada de su burrito: ¡desátenla y tráiganmelos! 3 Si alguien les pregunta algo, respondan que el Señor los necesita, pero de inmediato los devolverá». 4 Esto sucedió para que se cumpliera lo anunciado por el profeta: 

5 Digan a la Hija de Sión: tu rey ya viene a ti,

manso y montado en un burro,

sobre un burrito, cría de un animal de carga [Is 62,11; Zac 9,9]

6 Los discípulos fueron e hicieron lo que Jesús les había ordenado: 7 trajeron la burra y el burrito, pusieron encima sus mantos y él se montó. 8 La mayoría de la gente extendió sus mantos en el camino, otros cortaron ramas de los árboles y también las tendían allí. 9 La multitud que iba delante de él y los que lo seguían, gritaban:

¡Hosanna al hijo de David;

bendito el que viene en nombre del Señor;

hosanna en las alturas! [Sal 118,25-26].

10 Al entrar Jesús en Jerusalén, la ciudad se alborotó y todos preguntaban: «¿Quién es éste?». 11 Y la multitud comentaba: «Éste es el profeta Jesús, el de Nazaret de Galilea».


21,1-11: La entrada de Jesús en Jerusalén marca el inicio de una nueva etapa. Jesús viene de Jericó y llega por Betfagé al Monte de los Olivos; de allí entra en Jerusalén, meta de su caminar, mientras es aclamado como Mesías con el grito de júbilo usado en la Fiesta de los Tabernáculos: «¡Hosanna al Hijo de David!» (21,9), expresión convertida en fórmula litúrgica de aclamación. Su entrada es triunfal, como la de un rey (1 Re 1,38-40; 2 Re 9,13.30). Mateo alude al cumplimiento de la Escritura, cuya cita principal (Zac 9,9 en Mt 21,5) es un anuncio de salvación que describe la restauración del reinado de Dios gracias al regreso del rey victorioso, quien ya no se presenta sobre un corcel, según se esperaba, sino sobre un burro, manifestando así que se trata de un triunfo que no pueden conseguir las armas, sino sólo Dios. 


21,1: Zac 14,4 / 21,5: Gn 49,11 / 21,7: 1 Re 1,33 / 21,8: 2 Re 9,13 / 21,9: Hch 2,33 / 21,11: Jn 4,19; 6,14; 7,40


Mi casa será llamada casa de oración

 Mc 11,11; Lc 19,45-46; Jn 2,14-16


12 Jesús entró en el Templo y expulsó a todos los que allí vendían y compraban, derribó las mesas de los que cambiaban dinero y los puestos de los que vendían palomas. 13 Entonces les dijo: «Está en las Escrituras:

Mi casa será llamada casa de oración [Is 56,7],

¡pero ustedes hacen de ella una cueva de ladrones! [Jr 7,11]».


21,12-13: En medio de la polémica, el tema de la autoridad mesiánica de Jesús empieza a aparecer con fuerza. La entrada en Jerusalén, con el reconocimiento de la multitud (21,1-11), marca el inicio de la discusión con los jefes judíos acerca de esa autoridad, evidenciada ahora claramente con la expulsión de los vendedores del Templo. El gesto de Jesús es entendido como denuncia mesiánica y profética contra la degradación de la institución cultual que lucra con lo sagrado. Desde la profanación hecha por Antíoco IV (167 a.C.) se esperaba que un profeta viniera a purificarlo (1 Mac 4,46). Con este gesto, también aquella expectativa se cumple. Las citas de la Escritura (Is 56,7 y Jr 7,11 en Mt 21,13) se combinan y acentúan el cumplimiento profético y la autoridad de Jesús, pero también la oposición de los adversarios. La condición profética de Jesús y su autoridad mesiánica interpelan a sus seguidores para que lo reconozcan y comprendan su rol y su misión.


21,12: Zac 14,21; Neh 13,7-9


¿Oyes lo que éstos dicen?


14 Algunos ciegos y paralíticos se acercaron a Jesús en el Templo y él los sanó. 15 Los sumos sacerdotes y los maestros de la Ley se enojaron al ver los milagros que él realizaba y a los niños que gritaban en el Templo: ¡Hosanna al hijo de David!, 16 y le preguntaron a Jesús: «¿Escuchas lo que éstos dicen?». «Sí, les respondió él, ¿acaso ustedes nunca han leído: De la boca de los pequeños y de los niños de pecho te has preparado una alabanza [Sal 8,3]?». 17 Entonces Jesús los dejó y salió fuera de la ciudad, para dirigirse a Betania, donde pasó la noche. 


21,14-17: El poder mesiánico de Jesús se expresa ahora en las curaciones de los ciegos y paralíticos y en la aclamación de los niños que lo siguen vitoreando en el Templo (21,14-15), como eco de la multitud que lo aclamó durante su entrada en Jerusalén (21,9). La presencia de ciegos, paralíticos y niños tiene gran significado, pues representan importantes sectores de gente marginada que se dispone a recibir al Mesías, investido de poder y, al mismo tiempo, humilde. La acción de los pequeños es una forma de orar, es decir, de efectuar lo que muchos no fueron capaces de hacer en la casa de oración (21,13).


21,14: Lv 21,16-23 / 21,15: Sal 118,25 / Jn 12,19 / 21,16: Sab 10,21 / 21,17: Lc 21,37


Dios les concederá todo lo que pidan con fe en la oración

Mc 11,12-14.20-25 


18 De madrugada, al volver a la ciudad, Jesús sintió hambre. 19 Al ver una higuera en el camino se acercó a ella, pero sólo encontró hojas, por lo que le dijo: «¡Nunca más brote fruto de ti!». Al instante, la higuera se secó. 

20 Al ver lo que pasó, los discípulos se preguntaban llenos de asombro: «¿Cómo es que la higuera se secó de inmediato?». 21 Jesús les respondió: «Les aseguro que si ustedes tienen fe y no dudan, no sólo harán lo de la higuera, sino que incluso dirán a este monte: “¡Quítate y lánzate al mar!”, y así sucederá. 22 Dios les concederá todo lo que pidan con fe en la oración». 


21,18-22: Autoridad mesiánica y oración son dos de los aspectos que sobresalen en esta parte del evangelio y que de modo especial recoge este episodio de la higuera estéril. El tema de la carencia de frutos y de la sequía mortal está muy enraizado en el Antiguo Testamento, y se recurre a él para describir el pecado del pueblo de Dios (Jr 8,13; Ez 15,6). La higuera representa a Israel (Os 9,1; Miq 7,1-2; Jr 8,13). La maldición de Jesús sobre la higuera trae a la memoria dichas amenazas severas que Dios tuvo que pronunciar contra su pueblo infiel e improductivo. El Mesías actúa con autoridad soberana y su palabra se hace efectiva de inmediato (Mt 21,19); también sus discípulos podrán efectuar acciones portentosas si consiguen orar con fe auténtica (21,21-22). La exhortación de Jesús nos invita a no caer en la misma situación estéril en que cayó Israel, para lo cual hay que orar a Dios con toda la confianza puesta en él. 


21,18: Cant 2,13 / 21,19: Lc 13,6-9 / 21,21: Lc 17,6; Rom 4,20; Sant 1,6


¡Tampoco yo les digo con qué autoridad hago esto!

Mc 11,27-33; Lc 20,1-8


23 Cuando Jesús llegó al Templo, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo y, mientras él enseñaba, lo interrogaron: «¿Con qué autoridad haces estas cosas?, ¿y quién te dio tal autoridad?». 24 Les respondió Jesús: «Yo también les haré una pregunta y, si me contestan, entonces les diré con qué autoridad hago eso: 25 ¿el bautismo de Juan provenía de Dios o de los hombres?». Ellos discutían entre sí: «Si decimos que provenía de Dios, nos preguntará: “Entonces, ¿por qué no le creyeron?”. 26 Pero si decimos que de los hombres, tenemos miedo a la gente, porque consideran a Juan un profeta». 27 Respondieron, por tanto, a Jesús: «No sabemos». Él les contestó: «¡Tampoco yo les digo con qué autoridad hago esto!».


21,23-27: La secuencia de los episodios es coherente. A partir de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén (21,1-11) y, luego, con la expulsión de los vendedores y la maldición de la higuera (21,12-13.18-22) se pone en gran relieve la autoridad mesiánica de Jesús. Mientras Jesús se encuentra en el Templo, sus adversarios (ancianos del pueblo y sacerdotes) lo enfrentan con hostilidad, cuestionando su autoridad de Mesías y el origen de ésta (21,23). Ellos, de manera astuta, esperan una respuesta que les permita inculparlo ante las autoridades romanas, pues si se declara abiertamente Mesías se le puede acusar por el delito de sedición. Sin embargo, Jesús demuestra mayor habilidad que ellos al traer a colación un personaje fundamental en el evangelio, Juan Bautista, y al formularles una pregunta que los deja del todo desconcertados (21,25-26), puesto que ellos no creyeron en este enviado de Dios. La falta de respuesta de los que pretendían tener autoridad subraya más la propia del Mesías.


21,23: Jn 2,18 / 21,25: Jn 3,27 / 21,26: Hch 5,26


Juan vino por el camino del plan de Dios


28 «¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le pidió: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. 29 Éste le respondió: “¡No quiero!”, pero después se arrepintió y fue. 30 Luego se acercó al segundo hijo y le pidió lo mismo. Éste le respondió: “¡Sí voy, señor!”, pero no fue. 31 ¿Quién de los dos hizo la voluntad del padre?». Le respondieron: «El primero». Jesús les comentó: «Les aseguro que los recaudadores de impuestos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios. 32 Porque Juan vino a ustedes por el camino trazado por Dios según su plan y no le creyeron, pero los recaudadores de impuestos y las prostitutas sí le creyeron; y ustedes, aun después de ver esto, no se arrepienten para creer en él».


21,28-32: La parábola de los dos hijos, con la sentencia de Jesús acerca del Bautista que vivió haciendo lo que es justo a los ojos de Dios (21,32), es decir, realizando el plan salvador querido por Dios desde antiguo, tiene lugar cuando la disputa entre Jesús y los jefes judíos alcanza el nivel más intenso y se destaca el fuerte contraste entre la fe de unos y la incredulidad de otros. Un hijo representa a Israel que dijo “sí” al aceptar la Ley, pero no hizo la voluntad de Dios; el otro hijo representa a los pecadores que dicen “no” al plan de Dios, pero se arrepienten, siguen el camino de Dios testimoniado por Juan y aceptan al Mesías. La sentencia sobre el Bautista (21,32) condensa aspectos relevantes de la teología de Mateo, y se relaciona con el programa que Jesús testimonia ante Juan: «Conviene que cumplamos todo lo dispuesto en el plan de Dios» (3,15; nota a 3,13-17). Juan, en su calidad de Elías que ha regresado, ha seguido el camino de Dios cumpliendo todas las esperanzas. Así Mateo, desde el presente del cumplimiento enfoca toda la historia: el pasado de Israel y el futuro, pero la plenitud es la que da sentido a todo.


21,28: Lc 15,11-12 / 21,31: Lc 7,29-30; 18,9-14 / 21,32: Prov 8,20; 12,28; Lc 7,37-50


Arrendará la viña a otros viñadores

Mc 12,1-12; Lc 20,9-19


33 «¡Escuchen otra parábola! Había un propietario que plantó una viña, le puso una cerca, cavó un lagar, construyó una torre para el vigilante, la arrendó a unos viñadores y se fue de viaje. 34 Cuando llegó el tiempo de la cosecha, envió a sus servidores para exigir a los viñadores los frutos que le correspondían. 35 Pero los viñadores aprehendieron a los servidores, a uno lo golpearon, a otro lo mataron y a un tercero lo apedrearon. 36 De nuevo envió a otros servidores, en mayor cantidad que los anteriores, pero los trataron del mismo modo. 37 Por último les envió a su hijo, pensando: “¡Respetarán a mi hijo!”. 38 Sin embargo, al ver al hijo, los viñadores se dijeron: “Éste es el heredero, ¡vamos a matarlo, y así nos quedaremos con su herencia!”. 39 Entonces lo aprehendieron, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. 40 Cuando venga el dueño de la viña, ¿qué hará con esos viñadores?». 41 Le respondieron: «Acabará sin compasión con esos malvados y arrendará la viña a otros viñadores, que le entreguen los frutos a su tiempo». 42 Jesús les preguntó: «¿Acaso no han leído en las Escrituras: 

La piedra que desecharon los constructores fue transformada en piedra angular;

el Señor fue quien realizó esto tan admirable a nuestros ojos [Sal 118,22-23]

43 «Por eso les advierto que Dios les quitará el Reino a ustedes, para dárselo a un pueblo que produzca sus frutos». [44].

45 Cuando los sumos sacerdotes y los fariseos escucharon las parábolas de Jesús, se dieron cuenta de que las decía por ellos. 46 Querían apresarlo, pero temían a la gente que lo consideraba un profeta.


21,33-46: La última parábola con la imagen de la viña (nota a 19,30-20,16) es la de los viñadores homicidas. Ésta pone de manifiesto que el rechazo de los dirigentes de Israel al Mesías alcanza su punto más alto. Aunque el plan de salvación iniciado con Israel no ha sido cancelado, sin embargo, todo lo que este pueblo creyó y esperó en su momento ahora debe ser entendido desde el cumplimiento de las promesas inaugurado por el Hijo. Los sumos sacerdotes y los fariseos entienden bien que la parábola ha sido dicha contra ellos. A su vez, la parábola interpela a los lectores del evangelio para que se den cuenta de que ellos son los nuevos arrendatarios de la viña y que no pueden cometer los mismos errores, incurriendo en la incredulidad y obstinación que llevó al rechazo de Israel por culpa de sus líderes.


21,33: Is 5,1-2; 2 Re 9,17-24 / 21,34-36: Nm 22,14-15.37; 2 Cr 24,19; Jr 7,25-26 / 21,37: Jn 3,16-17; Heb 1,2 / 21,39: Heb 13,12 / 21,42: Is 28,16; Rom 9,33 / 21,43: Eclo 49,4-5 / 21,44: Dn 2,34-35.44-45


Mt 21,44: algunos manuscritos, aunque no los principales, traen: «El que caiga sobre esta piedra se hará pedazos y si ella le cae encima, lo aplastará».


¡Vengan a la fiesta de bodas!

Lc 14,16-24


221 Jesús les habló de nuevo en parábolas y les dijo: 2 «El Reino de los cielos se parece a un rey que ofreció una fiesta por las bodas de su hijo. 3 Envió a sus servidores para que llamaran a los invitados a la fiesta, pero éstos no quisieron venir. 4 De nuevo mandó a otros servidores, para que dijeran a los invitados: “Tengo preparado mi banquete, he matado novillos y mis mejores terneros y todo ya está listo: ¡vengan a la fiesta de bodas!”. 5 Pero ellos, sin hacer caso, se fueron uno a su propio campo, otro a su negocio 6 y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron. 7 El rey se enfureció y envió a sus tropas, las que acabaron con aquellos asesinos e incendiaron su ciudad. 8 Entonces dijo a sus servidores: “Ya que la fiesta está preparada y los invitados no han sido dignos, 9 vayan a los cruces de los caminos e inviten a cuantos encuentren”.10 Aquellos servidores, después de salir a los caminos, reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala de la fiesta se llenó de invitados». 

11 «Sin embargo, cuando el rey entró a saludar a los invitados, vio a un hombre que no estaba vestido con el traje de bodas, 12 y le preguntó: “Amigo, ¿cómo entraste así, sin tener el traje de bodas?”. Pero él se quedó callado. 13 Entonces el rey ordenó a los servidores: “¡Átenlo de pies y manos, y arrójenlo fuera, a la oscuridad! ¡Allí habrá llanto y desesperación!”. 14 Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos».


22,1-14: Mientras la parábola de los viñadores homicidas pone en alerta a la comunidad cristiana (21,33-46), la del banquete de bodas es una seria advertencia para vivir el don del Reino con coherencia. Esta parábola, que utiliza el simbolismo nupcial de la boda (Is 2,1-4), consta de dos partes: la primera (Mt 22,1-10), en continuidad con el pasaje anterior, expresa el rechazo obstinado y violento de los dirigentes de Israel a la invitación de Dios a participar en el banquete del Reino, al mismo tiempo que presenta la apertura hacia todos aquellos que estén dispuestos a recibirlo, sin importar su procedencia; la segunda parte (22,11-14), la del invitado sin el traje de bodas, expresa la advertencia de Jesús por las disposiciones necesarias que se deben tener en la comunidad cristiana. Resulta extraño que se trate con tanto rigor a uno que no vestía el traje de bodas, máxime cuando todos fueron reclutados en los cruces de los caminos. Sin embargo, aquí es donde radica el énfasis de la segunda parte de la parábola: haber recibido la convocación implica una responsabilidad muy seria, la de vivir conforme a los valores del Reino de Dios. El traje es el símbolo de la conducta en razón de la vocación y función (Is 61,10; Ap 15,6). Quienes no asuman esta nueva condición, serán también excluidos. El Reino, don divino gratuito, exige luego el compromiso de una vida coherente.


22,1-2: Prov 9,1-6 / 22,2: Is 25,6-10 / 22,6: Is 64,10 / 22,9: Ap 19,7 / 22,11: Ap 19,8 / 22,13: Sab 17,2


¡Al César lo que es del César!

Mc 12,13-17; Lc 20,20-26


15 En eso, los fariseos se pusieron de acuerdo para hacer que Jesús cayera en una trampa con alguna de sus afirmaciones. 16 Enviaron a sus discípulos con los partidarios de Herodes para decirle: «Maestro, sabemos que eres sincero, que enseñas con fidelidad el camino de Dios y no te dejas influir por nadie, porque no te fijas en la apariencia de la gente, 17 dinos qué te parece, ¿es lícito o no pagar el tributo al César?». 18 Jesús, conociendo la maldad de ellos, les contestó: «¡Hipócritas! ¿Por qué me ponen a prueba? 19 Muéstrenme la moneda con la que se paga el tributo». Ellos se la mostraron, 20 y él les preguntó: «¿De quién es esta imagen y esta inscripción?». 21 «Del César», le respondieron. Entonces Jesús les dijo: «¡Devuelvan al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios!». 

22 Al oír esto, ellos se quedaron admirados, lo dejaron y se fueron.


22,15-22: La polémica se va tornando cada vez más intensa. Mateo presenta tres controversias sobre temas diversos, originadas por grupos importantes en Israel: fariseos (22,15-22), saduceos (22,23-33) y todos a la vez (22,34-39). Los fariseos y herodianos buscan comprometer a Jesús ante las autoridades romanas, y para eso le tienden una trampa (22,15). Muchos judíos rechazaban el pago del impuesto a Roma, en nombre de la exclusiva soberanía de Dios sobre Israel. Jesús no asume una actitud de abierta rebeldía ante el César, ni reclama un gobierno teocrático para el pueblo hebreo, pero tampoco reconoce autoridad total al emperador. Más bien, Jesús ubica el lugar exacto del poder humano en el ámbito de la soberanía absoluta de Dios, que él, como Mesías, anuncia e inaugura. Los derechos de Dios no tienen límites, sí en cambio los del César. Así que no hay problema para que se restituya al César lo que le pertenece, como lo indica su propia efigie y nombre en el denario, moneda con que se paga el impuesto. Lo importante para Jesús y para los cristianos no son los derechos del César, sino los de Dios. La soberanía de Dios está por encima de cualquier poder humano y Cristo ejerce su señorío sobre todo, incluyendo cualquier autoridad y régimen social o político (Flp 2,9-11).


22,15: Lc 11,54 / 22,16: Gn 18,19; Sal 25,9 / 22,21: Rom 13,7


¡No es un Dios de muertos, sino de vivos!

 Mc 12,18-27; Lc 20,27-40


23 Aquel mismo día se acercaron a Jesús unos saduceos, quienes afirman que no hay resurrección de los muertos, y le presentaron un caso: 24 «Maestro, Moisés dijo que si alguno muere sin tener hijos, el hermano de éste se case con la viuda, para darle descendencia a su hermano. 25 Ahora bien, había entre nosotros siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener descendencia, por lo que dejó la mujer a su hermano; 26 lo mismo sucedió con el segundo y el tercero, y así hasta el séptimo. 27 Por último, murió también la mujer. 28 En la resurrección de los muertos, ¿de cuál de los siete será esposa?, porque todos los hermanos la tuvieron por esposa». 29 Jesús les respondió: «Ustedes están equivocados y no han comprendido ni las Escrituras ni el poder de Dios, 30 porque en la resurrección ni hombres ni mujeres se casarán, pues todos serán como ángeles en el cielo. 31 Más aún, a propósito de la resurrección de los muertos, ¿acaso no han leído la Palabra que les viene de Dios y que dice: 32 Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob [Éx 3,6]? ¡Él no es un Dios de muertos, sino de vivos!». 

33 Y la gente que lo escuchaba quedó asombrada de su enseñanza. 


22,23-33: La discusión crece en tensión (nota a 22,15-22). Aparecen en escena los saduceos, ligados a la aristocracia sacerdotal de Jerusalén, quienes sólo daban validez a la Ley escrita, negaban la resurrección y la existencia de ángeles y espíritus (Hch 23,6-8). Dominaban el Consejo de Ancianos o Sanedrín y, a pesar de sus desacuerdos con los fariseos, se coluden con ellos contra Jesús. Los saduceos discuten a partir de una ley que se conoce como del levirato (“levir” significa “cuñado” en latín), por la que se obliga al israelita a casarse con la mujer de su hermano difunto si éste, al morir, no ha dejado heredero masculino, para que el nombre del hermano «no sea borrado de Israel» (Dt 25,5-10). Los saduceos emplean este texto de la Ley como prueba de que Moisés no habla de la resurrección. Presentan la hipótesis de siete hermanos que cumplen al pie de la letra el mandato. La pregunta final (Mt 22,28) tiene fuerte tono irónico ya que presumen que la resurrección sería en todo caso continuación de este mundo. Jesús evidencia el desconocimiento de los saduceos, tanto del genuino sentido de las Escrituras como del poder de Dios. Aunque el texto del Éxodo (Éx 3,6 en Mt 22,32) no parece tener contundencia para probar la resurrección es tomado de la Ley, la única con autoridad para los saduceos. Dios es Dios de vivos y para él la muerte no representa ningún obstáculo, así que los patriarcas de Israel (Abrahán, Isaac, Jacob) viven en su presencia. Los cristianos fundamos nuestra fe en la resurrección a partir de la del mismo Cristo, quien resucitó de entre los muertos «como fruto primero de los que murieron» (1 Cor 15,12-34).


22,23: 2 Mac 7,9-10; Hch 4,1-2 / 22,24: Gn 38,8; Dt 25,5-6 / 22,30: Sab 5,5; Col 1,12-14 / 22,32: Is 38,10-20


¿Cuál es el mandamiento más importante de la Ley?

 Mc 12,28-34; Lc 10,25-28


34 Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había dejado callados a los saduceos, se reunieron en torno a él. 35 Entonces, uno de ellos, que era maestro de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: 36 «¡Maestro!, ¿cuál es el mandamiento más importante de la Ley?». 37 Jesús le respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente [Dt 6,5; Jos 22,5]; 38 éste es el más importante y el primer mandamiento. 39 El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo [Lv 19,18.34]. 40 De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas».


22,34-40: Al ser silenciados los saduceos (22,23-33), de nuevo aparecen los fariseos. Llama la atención que sea un maestro de la Ley el que haga la pregunta sobre el mandamiento más importante, más propia de un no judío que quiere convertirse al judaísmo que de un experto en la Ley. Es claro que intentan ponerle una trampa (22,15). Los maestros en Israel hablaban de 613 mandamientos, entre pesados y ligeros, sin embargo, muchos exigían el cumplimiento cabal de todos y cada uno de ellos, por lo cual algunos maestros, como Shammay, se negaban a hablar de un mandamiento supremo, pues se temía que tal decisión fuera en detrimento de los restantes. Otros, como Hillel, no encontraban dificultad en decidirse al respecto. En su respuesta, Jesús cita primero Deuteronomio 6,5 (en Mt 22,37), la confesión israelita de un solo Dios al que hay que amar por encima de todo; después añade el mandamiento acerca del amor al prójimo, expresado en Levítico 19,18 (en Mt 22,39). La novedad de Jesús es la equiparación entre el amor a Dios y el debido al prójimo, y ambos son el resumen y la base de todo el Antiguo Testamento (Mt 22,40: «La Ley y los Profetas»).


22,34: Jn 13,34-35 / 22,37-39: Rom 13,8-10; Gál 5,14


¿Qué opinan acerca del Mesías?

 Mc 12,35-37a; Lc 20,41-44


41 Mientras los fariseos estaban reunidos, Jesús les preguntó: 42 «¿Qué opinan acerca del Mesías? ¿De quién es hijo?». Le respondieron: «De David». 43 Él les replicó: «Entonces, ¿por qué David, movido por el Espíritu, lo llama “Señor” cuando afirma: 

44 Dijo el Señor a mi Señor:

siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies [Sal 110,1]?».

45 «Si David lo llama “Señor”, ¿cómo entonces puede ser hijo suyo?». 46 Nadie fue capaz de responderle una sola palabra y, desde aquel momento, tampoco tuvieron el valor de hacerle más preguntas. 


22,41-46: La última controversia, esta vez por iniciativa de Jesús (nota a 22,15-22), tiene como tema central el origen del Mesías. Jesús presenta a los fariseos que se han reunido la objeción que le suscita la opinión común de la gente de entonces acerca de que el Mesías es hijo de David, opinión que tendría sus raíces en la Escritura (2 Sm 7,1-16; Is 11,1; Jr 23,5-6). Jesús cita un texto de la misma Escritura (Sal 110,1 en Mt 22,44) como argumento en contra y concluye con una nueva pregunta, haciendo ver dónde radica la dificultad de la cuestión (Mt 22,45). La afirmación de los fariseos se contrapone al Salmo 110,1, pues David, autor del Salmo, lo pronunció «movido por el Espíritu» (22,43), por lo que dicha profecía está garantizada por Dios como auténtica.


22,42: 2 Sm 7,8-9 / 2,44: Hch 2,23.34-35


¡Ay de ustedes, maestros de la Ley y fariseos hipócritas!

Mc 12,37b-40; Lc 11,39-42.46-52; 20,45-47


231 Entonces, Jesús se dirigió a la multitud y a sus discípulos 2 y les dijo: «Los escribas y los fariseos se han sentado en la cátedra de Moisés: 3 ¡ustedes hagan y obedezcan todo lo que ellos dicen, pero no actúen conforme a sus obras! 4 Porque ellos atan cargas pesadas, difíciles de llevar, y las colocan sobre las espaldas de la gente, pero ellos ni con un dedo quieren moverlas. 5 Realizan todas sus obras para que los vea la gente: alargan las filacterias y agrandan los adornos de sus mantos; 6 les gusta ocupar los puestos de honor en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, 7 que los saluden en las plazas y que los llamen “maestros”. 8 Ustedes, en cambio, no se dejen llamar “maestros”, pues uno solo es su Maestro y todos ustedes son hermanos. 9 No llamen “padre” a ninguno de ustedes en la tierra, pues uno solo es su Padre, el del cielo. 10 Tampoco se dejen llamar “instructores”, porque su Instructor es uno solo, el Mesías. 11 Que el mayor entre ustedes sea su servidor, 12 pues Dios humillará al que se engrandezca y engrandecerá al que se humille».

13 «¡Ay de ustedes, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, porque cierran a las personas el Reino de los cielos, no entran ustedes, ni dejan entrar a los que tratan de hacerlo!». [14].

15 «¡Ay de ustedes, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, porque recorren mar y tierra para convertir a uno, y una vez que lo logran, lo hacen dos veces más digno de la Gehena que ustedes!».

16 «¡Ay de ustedes, guías ciegos, que afirman: “Jurar por el Santuario no obliga, pero jurar por el oro del Templo, sí obliga”. 17 ¡Necios y ciegos! ¿Qué es más valioso, el tesoro o el Santuario que santifica al tesoro? 18 Ustedes también afirman: “Jurar por el altar no obliga, pero jurar por la ofrenda que está sobre el altar, sí obliga”. 19 ¡Ciegos! ¿Qué es más valioso, la ofrenda o el altar que santifica la ofrenda? 20 Así pues, el que jura por el altar, jura por todo lo que está sobre él; 21 el que jura por el Templo jura por quien habita en él; 22 y el que jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por aquel que está sentado en él».

23 «¡Ay de ustedes, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del anís y del comino, pero descuidan lo fundamental de la Ley: el derecho, la misericordia y la fe! Esto es lo que hay que practicar, pero sin descuidar aquello. 24 ¡Guías ciegos, que cuelan el mosquito y se tragan el camello!».

25 «¡Ay de ustedes, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que limpian por fuera el vaso y el plato, pero por dentro están llenos de codicia y desenfreno! 26 ¡Fariseo ciego! Limpia primero el vaso por dentro, para que también quede limpio por fuera».

27 «¡Ay de ustedes, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que parecen sepulcros blanqueados: hermosos por fuera, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda clase de impureza! 28 Así también ustedes, por fuera, ante la gente, parecen justos, pero por dentro están llenos de hipocresía y maldad».

29 «¡Ay de ustedes, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que construyen sepulcros a los profetas y adornan las tumbas de los justos, 30 y todavía afirman: “Si hubiéramos vivido en tiempos de nuestros padres, no habríamos sido cómplices en derramar la sangre de los profetas”! 31 De este modo, ustedes mismos testimonian que son hijos de los que mataron a los profetas. 32 ¡Completen ustedes los pecados de sus padres! 33 ¡Serpientes! ¡Raza de víboras! ¿Cómo escaparán a la condenación de la Gehena?».


23,1-33: Los principales oponentes de Jesús son ahora los fariseos y maestros de la Ley (nota a 22,15-22). Varias veces Mateo los menciona juntos, identificándolos como dirigentes judíos. La oposición de los dos grupos, que comenzó con Juan Bautista (3,7), continuó con fuerza creciente (5,20; 9,3.11; 12,1-42), desembocando en reprobación total en este pasaje. Aunque no todos los fariseos se identifican con un legalismo exacerbado, sin embargo, sí hubo fuertes choques entre algunos de éstos y Jesús. La destrucción de Jerusalén (70 d.C.), que marcó el fin de casi todos los grupos judíos, fortaleció el fariseísmo. La comunidad cristiana llegó a ser entonces la única opositora al judaísmo fariseo, y la tensión alcanzó su etapa crítica en el tiempo en que se redacta Mateo. Estos reproches son siete «¡Ay de ustedes…!» (número de perfección), al estilo de los “ayes” proféticos (Is 5,8-25; Hab 2,6-20), son el punto culminante de esa tensión entre el Mesías y los líderes judíos. Jesús los denuncia por aparecer como maestros y pastores, pero son guías ciegos, que comparten la culpabilidad con los asesinos de los profetas. La expresión literal: “Lleven a plenitud la medida de sus padres” (Mt 23,32) merece -por lo compleja- una explicación. Parece tratarse de una expresión irónica con la que Jesús reprocha con sarcasmo el comportamiento de fariseos y maestros de la Ley, porque es semejante al de sus antepasados. Los padres establecieron una medida de pecados y los hijos se comportan de tal modo que alcanzan la misma medida: si los padres asesinaron, ahora los hijos se esfuerzan por asesinar. La expresión de Jesús tiene similitud con la medida de los pecados de algunos textos proféticos (Am 4,4; Jr 7,21). El calificativo de hipócrita para fariseos y maestros de la Ley es la contraparte de la justicia o el hacer el plan salvador querido por Dios que debe distinguir a los discípulos del Mesías (Mt 5,20). Los cristianos que viven con autenticidad su vida de fe tienen a Dios como único Padre y a Cristo como su único Maestro. 


23,2: Éx 17,12.16 / 23,3: Dt 17,10 / 23,4: Rom 2,17-24 / 23,5: Am 4,5 / 23,6: Lc 14,7-9 / 23,8: Jr 31,34; Jn 13,13 / 23,9: Mal 2,8-10 / 23,12: Lc 1,52-53 / 23,13: Ez 22,6-18; Mal 2,8 / 23,16: Rom 2,19 / 23,19: Éx 29,37 / 23,23: Am 5,21-22; Dt 14,22; Zac 7,9 / 23,24: Lv 11,4 / 23,26: Jn 9,39-41 / 23,31: Hch 7,52 / 23,32: 1 Tes 2,16


Mt 23,14: algunos manuscritos, aunque no los principales, traen: «Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que devoran los bienes de las viudas con pretexto de largas oraciones; por eso tendrán una sentencia más rigurosa», adición tomada de Mc 12,40 y Lc 20,47.


Caerá sobre ustedes toda la sangre inocente


34 «Por eso, yo les envío profetas, sabios y maestros de la Ley; ustedes matarán y crucificarán a unos, azotarán a otros en las sinagogas y los perseguirán de ciudad en ciudad. 35 Por eso caerá sobre ustedes toda la sangre inocente derramada sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien asesinaron entre el Templo y el altar. 36 Les aseguro que todo eso le va a suceder a esta generación».


23,34-36: Este pasaje es un eco de las acusaciones anteriores (23,1-33), pero agrega la certeza del juicio de Dios por la extrema violencia ejercida contra Jesús y sus discípulos (23,35-36). Es también un eco de la predicación de Juan Bautista (3,7), pero con una fuerza mayor. Si la actitud de los dirigentes de Israel fue negativa desde el «justo Abel hasta la sangre de Zacarías» (23,35), dos mártires que abarcan todo el Antiguo Testamento, ahora, en el tiempo del cumplimiento (nota a 5,1-7,29), ocurre algo todavía peor, por eso el juicio divino de condenación será también más riguroso. El discípulo es invitado a cumplir la función del maestro de la Ley y, en cuanto tal, se homologa a él (13,52). Si en el pasado rechazaron a los enviados de Dios, con mayor razón son rechazados los enviados del Mesías. Estos últimos necesitan estar preparados para afrontar dicha hostilidad (10,1-42).


23,34: Lc 11,49-51 / 23,35: Gn 4,8.10; 2 Cr 24,20-22 / 23,36: Dt 27,25


¡Jerusalén, Jerusalén!

 Lc 13,34-35


37 «¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te han sido enviados! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos como una gallina reúne a sus pollitos bajo las alas, pero tú no quisiste! 38 Por tanto, la casa de ustedes quedará desierta, 39 porque les digo que ya no me verán más desde ahora hasta que proclamen: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! [Sal 118,26]».


23,37-39: La polémica con fariseos y maestros de la Ley concluye con un lamento de Jesús por Jerusalén (nota a 23,1-33). La capital de Israel comparte los pecados denunciados (23,37), pues en ella se dio muerte a los enviados de Dios. Y no sólo en Jerusalén, también en su Templo hay conductas reprobables (Jr 7,1-15), por lo que ya no es llamada casa de Dios, sino «la casa de ustedes» (Mt 23,38). La lamentación de Jesús expresa su tristeza por la ciudad que lo recibió y aclamó como el Mesías descendiente de David, pero que permanece en la incredulidad y en complicidad con quienes rechazaron a los profetas. Mateo recuerda estas palabras de Jesús teniendo presente la destrucción de Jerusalén y del Templo, hecho ocurrido el año 70 d.C., con el que se sella la obstinación de los israelitas al Mesías mantenida hasta su última consecuencia. Jesús, sin embargo, invita a mirar una nueva entrada triunfal, la definitiva (23,39); entonces se cumplirán las palabras del Salmo 118,26, las mismas que fueron empleadas en la primera entrada triunfal a Jerusalén (21,9).


23,38: 1 Re 9,7-8; Is 64,10-11; Jr 7,14; 12,7 / 23,39: Hch 2,33


2.2- Discurso de Jesús: juicio a Israel y fin del mundo


24,1-25,46. Estos pasajes constituyen el último de los cinco discursos de Jesús (nota a 5,1-7,29), el llamado discurso apocalíptico. Éste pertenece al género literario fruto de la corriente del mismo nombre: un movimiento judío amplio y vigoroso que consiste en interpretar la persecución y la conflictiva historia teniendo como clave la esperanza. Abarca un período de casi cuatro siglos (II a.C. – II d.C.). Su nombre deriva del griego apocalipsis que significa revelación. Al declinar la profecía empieza a surgir esta corriente que tiene su auge en los períodos de persecución y angustia, y surge como un intento de dar respuesta desde la fe y esperanza a los momentos críticos. Utiliza un lenguaje simbólico (figuras, números, colores, objetos…) con repercusiones cósmicas. Algunos aspectos acusan un fondo apocalíptico tradicional, tales como las persecuciones, calamidades, «el ídolo abominable y devastador» (24,15, que alude a Dn 11,31) y la venida del Hijo del hombre (Mt 24,29-31). Éstos son temas clásicos de la apocalíptica judía, sin embargo, también se presenta una serie de elementos de inspiración cristiana (24,9-13; 25,31-46). Un momento clave fue la guerra judía de los años 66-70 d.C., que concluyó con la destrucción de Jerusalén y de su Templo. Por tanto, todo indica que cuando Mateo redactó su evangelio (entre los años 80-85 d.C.) muchos de los acontecimientos descritos ya habían sucedido. Se distinguen en este discurso cuatro partes: introducción (24,1-2), descripción del fin (24,3-31), exhortación (24,32-25,30) y juicio divino (25,31-46). 


No quedará piedra sobre piedra

Mc 13,1-2; Lc 21,5-6


241 Cuando Jesús salía del Templo y se retiraba, se acercaron sus discípulos para mostrarle las construcciones del Templo. 2 Él les dijo: «¿Ven todo esto? Les aseguro que no quedará piedra sobre piedra, todo será destruido».


24,1-2: Después de que Mateo ha referido la entrada de Jesús en el Templo (21,23), los episodios posteriores hasta el final de Mateo 23 se ubican probablemente allí. En cambio, en esta introducción se dice que Jesús sale del Templo e inicia una instrucción a sus discípulos. Sin embargo, aunque hubo cambio de escenario y auditorio, la temática continúa, pues Mateo establece una visible relación a partir del tema de la destrucción de Jerusalén, vista con toda posibilidad desde una mirada retrospectiva (nota a 24,1-25,46). Jerusalén es el principal punto de referencia en esta parte del evangelio por ser el lugar de la consumación del ministerio de Jesús.


24,2: Jr 7,14; 9,11


¡Tengan cuidado, que nadie los engañe!

Mc 13,3-13; Lc 21,7-19


3 Cuando Jesús estaba sentado en el monte de los Olivos, se le acercaron los discípulos y le preguntaron en privado: «Dinos, ¿cuándo sucederá esto y cuál será el signo de tu venida y del fin de los tiempos?». 4 Jesús les respondió: «¡Tengan cuidado, que nadie los engañe! 5 Porque muchos se presentarán en mi nombre, diciendo: “¡Yo soy el Mesías!”, y engañarán a mucha gente. 6 Ustedes oirán hablar de guerras y hasta escucharán los ruidos de esas guerras. Estén atentos y no se alarmen, pues esto tiene que suceder, pero todavía no es el fin. 7 Se levantará nación contra nación y reino contra reino, en diversos lugares habrá hambre y terremotos; 8 sin embargo, todo esto será sólo el inicio de un parto doloroso».

9 «Entonces los entregarán a la tribulación y los matarán, y serán odiados por todas las naciones a causa de mi nombre. 10 Muchos fallarán en su fe, y unos a otros se traicionarán y se odiarán. 11 Surgirá una multitud de falsos profetas que engañarán a muchos. 12 Al aumentar la maldad, el amor de muchos se enfriará, 13 pero Dios salvará al que persevere hasta el fin. 14 La Buena Noticia del Reino será proclamada en el mundo entero, como testimonio para todas las naciones. ¡Entonces llegará el fin!». 


24,3-14: Comienza la descripción del fin de los tiempos en el discurso apocalíptico de Jesús (nota a 24,1-25,46). Jesús, luego de desechar un cierto número de signos falsos, instruye en privado a sus discípulos acerca de la venida del Hijo del hombre. Les advierte que no se dejen seducir por pretendidos y engañosos mesías y que no tomen como signos del fin de los tiempos los hechos negativos y cotidianos que afectan y desgarran a la humanidad, tales como guerras, terremotos, hambrunas y toda clase de desgracias (24,4-8). En estas situaciones, los mismos discípulos quedarán involucrados: sufrirán persecuciones y violencias «a causa de mi nombre» (24,9); muchos fallarán, pero gracias a la entrega valerosa de los discípulos fieles, el Evangelio será predicado a todas las naciones antes de que llegue el fin. En medio de las persecuciones y en el cumplimiento de su misión, el discípulo tiene la certeza de que Dios siempre estará actuando para salvar «al que persevere hasta el fin» (24,13). 


24,3: Jn 14,3 / 24,6: Dn 2,28s / 24,7: 2 Cr 15,6-7 / 24,8: 1 Tes 5,3; Rom 8,22; Ap 12,2 / 24,11: 2 Tes 2,3 / 24,14: Rom 10,1


Habrá una tribulación tan grande…

 Mc 13,14-23; Lc 17,23-24.37; 21,20-24


15 «Cuando vean instalado en el lugar santo el ídolo abominable y devastador [Dn 9,27; 11,31; 12,11] del que habló el profeta Daniel (quien lea esto que entienda bien), 16 entonces los que estén en Judea huyan a las montañas, 17 quien esté en lo alto de la casa no baje a tomar algo de ella 18 y el que esté en el campo no vuelva por su manto. 19 ¡Ay de las que en aquellos días estén embarazadas o criando!».

20 «Hagan oración para que no tengan que huir en invierno o en sábado, 21 porque habrá una tribulación tan grande como no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá nunca. 22 Y si Dios no acortara esos días, nadie se salvaría; pero él los acortará en atención a los elegidos. 23 Si alguien les dice entonces: “¡Miren, el Mesías está aquí!” o “¡está allí!”, no le crean».

24 «Surgirán falsos mesías y falsos profetas que harán grandes signos y prodigios con el afán de engañar, si esto fuera posible, aun a los elegidos. 25 Tengan en cuenta que ya les he advertido. 26 Si les dicen: “Está en el desierto”, no vayan; o “está en lugares secretos”, tampoco crean. 27 Porque así como el relámpago surge del oriente y brilla hasta el occidente, así será la venida del Hijo del hombre. 28 Donde esté el cadáver, allí se juntarán los buitres». 


24,15-28: Jesús sigue describiendo el fin de los tiempos (nota a 24,3-14); ahora indica cuál es el signo precursor más importante: «El ídolo abominable y devastador» (24,15), expresión que alude a la estatua del dios Zeus que Antíoco IV hizo levantar en el Templo de Dios en el año 168 a.C. (Dn 9,27; 1 Mac 1,54). La actual abominación de la que Jesús habla, traerá mucho sufrimiento a los discípulos, quienes deben permanecer en oración y alerta constante, prevenidos contra los falsos mesías y los falsos profetas, para no dejarse engañar por sus supuestos signos y prodigios (Mt 24,24). A los discípulos preocupados de cuándo sucederán estas cosas (24,3), Jesús les habla de algo más importante: los llama a la prudencia, a la vigilancia y al testimonio en los tiempos difíciles de la historia que está por llegar a su fin. La venida final del Hijo del hombre será el momento que va a coronar la fidelidad de los seguidores de Jesús. Como un rayo que brilla, la venida del Hijo del hombre no pasará inadvertida y, como el revoloteo de los buitres que delatan la presencia de un cadáver, ciertamente se manifestará.


24,15: Jr 13,27; 1 Mac 1,54 / 24,19: Jr 16,2 / 24,21: Dn 12,1; Ap 7,14 / 24,23: Dt 13,2-6 / 23,24: 2 Tes 2,3-4.9; Ap 13


A la hora en que menos piensen va a venir el Hijo del hombre

 Mc 13,24-27; Lc 21,25-28


29 «Después de la tribulación de aquellos días, de inmediato el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los poderes celestiales temblarán [Is 13,10; 34,4]. 30 Entonces, aparecerá en el cielo el signo del Hijo del hombre y todos los pueblos de la tierra se golpearán el pecho y verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes del cielo lleno de poder y gloria [Dn 7,13]. 31 Él enviará a sus ángeles con una gran trompeta, para reunir a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del cielo».


24,29-31: Después de hablar de los mesías y profetas falsos y sus signos precursores (24,15-28), en esta última parte de la descripción del fin de los tiempos (nota a 24,3-14) Jesús indica el punto último y decisivo de la historia: la llegada del Hijo del hombre que, según Daniel 7,9-14, viene con gran poder. Se trata del fin de los tiempos (24,3). Este hecho, descrito con un lenguaje profético y apocalíptico (Is 13,10; Jl 2,10; Ez 32,7-8) y en contraste con los signos mencionados (Mt 24,15-28), se aparta de los datos constatables en la historia humana. Por su carácter único, es el acontecimiento sobre el que nadie podrá equivocarse, pues nunca antes ha sucedido ni volverá a suceder. La designación hebrea hijo de hombre era sinónimo de “hombre”, llegando a veces a reemplazar al pronombre personal “yo”. Sin embargo, en Daniel se llama así a un personaje que recibe de Dios la soberanía y la autoridad (7,13-14). Jesús asume este doble significado para expresar su identidad mesiánica: humildad humana y triunfo glorioso, es decir, débil y poderoso a la vez.


24,29: Am 8,9-10 / 24,30: Zac 12,10-12; Ap 1,7 / 24,31: 1 Tes 4,16; Dt 30,3-4


El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán

Mc 13,28-32; Lc 21,29-33


32 «Aprendan de la comparación con la higuera: cuando sus ramas están tiernas y las hojas van brotando, se dan cuenta de que el verano está cerca. 33 Lo mismo ustedes, cuando vean todas estas cosas se darán cuenta de que todo eso está cerca. 34 Les aseguro que esta generación no pasará hasta que todo esto suceda. 35 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán».

36 «En cuanto a ese día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos ni el Hijo, sino sólo el Padre».


24,32-36: Se inicia, en el discurso apocalíptico, la exhortación de Jesús que terminará en Mateo 25,30 (nota a 24,1-25,46). La llegada del Hijo del hombre será sorpresiva, por lo que no podrá determinarse su momento preciso. Por tanto, como rebasa todo cálculo humano, es necesario estar atentos y vigilantes. Con la imagen de la higuera, Jesús invita a leer los signos de los tiempos frente a la inminente proximidad del fin. Jesús mismo garantiza el cumplimiento de sus enseñanzas (24,35); por tanto, el discípulo puede confiar totalmente en las palabras de su Maestro. La expresión de Jesús sobre «esta generación» que no pasará hasta que todo suceda (24,34) es difícil; quizá lo mejor es entenderla como una enseñanza acerca de la presencia permanente de Cristo: desde ahora vivimos una época nueva que no va a pasar, aunque el fin ya se esté acercando, así la invitación a permanecer firmes conserva siempre y en todo momento la misma fuerza.


24,35: Is 51,6 / 24,36: Zac 14,7; Lc 17,26-27; Hch 1,7


También ustedes estén preparados

Lc 12,39-40; 17,26-27.30.34-35


37 «Con la venida del Hijo del hombre sucederá como en tiempos de Noé. 38 Como en aquellos días antes del diluvio, la gente comía, bebía y se casaba hasta el momento en que Noé entró en el arca, 39 sin darse cuenta de nada hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos. Así también será la venida del Hijo del hombre. 40 Entonces, de dos que estén en el campo, uno será tomado y el otro dejado; 41 de dos mujeres que estén juntas moliendo grano, una será tomada y la otra dejada. 42 Por tanto, estén vigilantes, porque no saben el día en que regresará su Señor». 

43 «Entiendan que si el dueño de una casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, estaría vigilando y no dejaría que asaltara su casa. 44 Por esto, también ustedes estén preparados, porque a la hora menos pensada vendrá el Hijo del hombre». 


24,37-44: Jesús utiliza varias imágenes en este discurso apocalíptico (nota a 24,1-25,46) para ilustrar el momento de su llegada, y las centra en la vigilancia y en la amenaza del juicio que se cierne sobre quienes no sean fieles a su tarea. En vez de pronunciarse acerca del tiempo exacto de su venida, Jesús aprovecha para invitar a la vigilancia constante (24,42.44). El momento es incierto en cuanto al tiempo, pero seguro en cuanto a su realización, y tendrá lugar en medio de lo cotidiano, como ocurrió con el diluvio en los días de Noé. El evangelio no hace valoraciones morales sobre la conducta de las personas, por eso no explica por qué «uno será tomado y el otro dejado» (24,40.41), y ni siquiera alude a la corrupción de los contemporáneos de Noé, sino sólo describe lo sorpresiva que resultará la venida de Cristo para quien no esté preparado y alerta. Así se acentúa el valor de la vigilancia y el seguimiento fiel. La advertencia es hecha en primer lugar a los discípulos, quienes deben vigilar siempre (1 Tes 5,2; 2 Pe 3,10; Ap 3,3). 


24,37: Gn 6,11-13 / 24,38: Gn 7,11-23 / 24,39: Ap 12,15 / 24,43-44: 1 Tes 5, 2-6


¿Quién es el servidor fiel y prudente?

 Lc 12,42-46


45 «¿Quién es el servidor fiel y prudente al que el señor puso al frente de sus empleados, para repartir el alimento a su tiempo? 46 Dichoso aquel servidor que, cuando llega su señor, lo encuentra cumpliendo su tarea. 47 Les aseguro que le encomendará todos sus bienes. 48 Pero si el servidor malvado piensa en su interior: “Mi señor va a tardar”, 49 y empieza a maltratar a sus compañeros de trabajo, a comer y a beber con borrachos, 50 cuando llegue su señor en el día en que menos lo espera y a una hora desconocida, 51 lo separará de su cargo y le hará correr la misma suerte que los hipócritas. Allí habrá llanto y desesperación».


24,45-51: La exhortación a la vigilancia (nota a 24,37-44) utiliza la imagen doméstica del mayordomo puesto por su amo a cargo de los sirvientes para procurarles el alimento a su tiempo (24,45). Esta exhortación compete sobre todo a los responsables de la comunidad, a quienes se les pedirá cuentas del cumplimiento de su misión respecto a los otros miembros de la comunidad, particularmente los más pequeños y necesitados.


24,45: Gn 34,9s; Sal 105,21 / 24,49: Lc 21,34


¡Estén vigilantes, porque no saben el día ni la hora!


251 «El Reino de los cielos será semejante a diez mujeres vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo. 2 Cinco de ellas eran descuidadas y cinco previsoras. 3 Las descuidadas tomaron sus lámparas, pero no llevaron aceite, 4 en cambio las previsoras, junto con las lámparas, llevaron aceite en los frascos. 5 Como tardaba el esposo, a todas les entró sueño y se durmieron. 6 A medianoche alguien gritó: “¡Ya está aquí el esposo, salgan a su encuentro!”. 7 Entonces todas se levantaron y prepararon sus lámparas. 8 Las descuidadas dijeron a las previsoras: “Compártannos de su aceite, porque nuestras lámparas se están apagando”. 9 Las previsoras respondieron: “De ningún modo, no sea que no alcance para nosotras ni para ustedes; vayan mejor al mercado a comprarlo”. 10 Pero mientras aquellas iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él a la sala donde se celebraba la boda, y la puerta se cerró. 11 Más tarde llegaron las demás vírgenes y exclamaron: “¡Señor, ábrenos por favor!”. 12 Pero él respondió: “Les aseguro que no las conozco”. 13 Por eso, ¡estén vigilantes, porque no saben el día ni la hora!».


25,1-13: La otra exhortación (nota a 24,37-44) es una invitación a la vigilancia y a la preparación, pero también una fuerte advertencia para aquellos cristianos que no se preocupan por vivir en tal actitud. En el trasfondo bíblico de una celebración de bodas (Cant 1,4; 2,8; 5,2), la clasificación entre mujeres previsoras y descuidadas pone de manifiesto que en la comunidad hay miembros con disposiciones diversas (Mt 13,30.49). Las imágenes de la lámpara y del aceite subrayan la necesidad de la preparación para participar en la comunión eterna con el Mesías y en la fiesta del Reino. Por eso, a pesar de que algunos desde el principio han sido llamados a formar parte de la comunidad, si no se encuentran preparados y vigilantes serán separados de ella. Las vírgenes previsoras no faltan a la caridad al no darles aceite a las descuidadas (25,8-9); lo que busca resaltar la parábola es la incapacidad de las descuidadas de adoptar una esencial actitud de colaboración para participar en el Reino; las previsoras no pueden ser cómplices de la desidia y la irresponsabilidad de las descuidadas frente a Dios y sus dones más importantes. Por tanto, no basta la sola pertenencia a la comunidad, es necesario tener actitudes que respondan de manera adecuada a la condición recibida.


25,1: Lc 12,35-38 / 25,6: 1 Tes 4,15 / 25,8: Prov 13,9; Job 18,5 / 25,11: Lc 13,25 / 25,13: Mc 13,33


Muy bien, servidor bueno y fiel

Lc 19,12-27


14 «Con el Reino de los cielos sucede también como cuando un hombre, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les encargó sus bienes: 15 a uno le dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada quien según su capacidad, y luego se marchó. Enseguida, 16 el que recibió los cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. 17 Del mismo modo el que recibió dos, ganó otros dos. 18 Pero el que recibió uno, hizo un hoyo en la tierra y escondió el talento de su señor. 19 Después de mucho tiempo regresó el señor de aquellos servidores, y ajustó cuentas con ellos. 20 Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciéndole: “Señor, me entregaste cinco talentos, y aquí están los otros cinco que gané”. 21 Su señor le respondió: “Muy bien, servidor bueno y fiel, ya que fuiste fiel en lo poco, te pondré al frente de mucho más; entra a participar de la alegría de tu señor”. 22 Entonces se acercó el de los dos talentos y le dijo: “Señor, me entregaste dos talentos, y aquí están los otros dos que gané”. 23 Su señor le respondió: “Muy bien, servidor bueno y fiel, ya que fuiste fiel en lo poco, te pondré al frente de mucho más; entra a participar de la alegría de tu señor”. 24 Luego, se acercó también el que había recibido un talento y le dijo: “Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste, 25 así que tuve miedo y fui a esconder tu talento en la tierra; aquí tienes lo tuyo”. 26 Le respondió su señor: “Servidor malo y perezoso, ¿con que sabías que cosecho donde no siembro y recojo donde no esparzo? 27 Por eso debiste llevar mi dinero a los prestamistas de modo que a mi regreso recobrara lo mío con intereses. 28 ¡Quítenle el talento y entréguenlo al que tiene diez! 29 Pues a todo el que tiene se le dará en abundancia, en cambio al que no tiene, se le quitará aún lo que tiene. 30 Y a este servidor inútil arrójenlo fuera, a las tinieblas, allí habrá llanto y desesperación».


25,14-30: Esta última parábola de Jesús en Mateo, también está marcada por la insistencia en la vigilancia (nota a 24,37-44). Trata de la responsabilidad personal, a fin de que los bienes de la salvación encomendados por el Señor a cada uno den los frutos adecuados. Las cantidades en “talentos” que el amo entrega a sus servidores, no se refiere a las capacidades humanas, sino a monedas o dinero empleado en el tiempo de Jesús; estos talentos representan el grado de responsabilidad que tiene cada miembro de la comunidad mesiánica en la producción de los bienes de su Señor en el presente de la historia de la salvación (nota a 5,1-7,29). Cuando se habla de la recompensa para los dos primeros siervos por haber hecho producir los talentos, el acento no recae, como en Lucas 19,17.19, en la adquisición de una cantidad mayor de la administrada, sino en la invitación: «Entra a participar de la alegría de tu señor» (25,21.23). De este modo, se sustituye la realidad material por la espiritual, y la recompensa es la comunión más que la posesión. Esta comunión, según Mateo, corona la relación amo-servidor. Lo contrario a la comunión es la cancelación definitiva e irrevocable de esta relación. Por esta razón, el castigo al tercer siervo no consiste solamente, como en Lucas 19,24, en quitarle lo que tenía, sino en arrojarlo fuera de la casa de su señor, privado de toda posibilidad de comunión con él. Los dones de Dios requieren de la responsabilidad y colaboración humana para hacerlos fructificar, aunque ello conlleve ciertos riesgos.


25,14: Mc 13,34 / 25,15: Rom 12,3-6 / 25, 20: Gn 30,30 / 25,23: Lc 16,10; Jn 15,11


¡Vengan, benditos de mi Padre!


31 «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, acompañado de sus ángeles, se sentará en su trono glorioso. 32 Todos los pueblos se reunirán en su presencia y él separará unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, 33 y colocará las ovejas a su derecha y los cabritos a su izquierda. 34 Entonces el Rey dirá a los de su derecha: “¡Vengan, benditos de mi Padre!, reciban en herencia el Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo, 35 porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, fui forastero y me recibieron, 36 estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, en la cárcel y fueron a verme”. 37 Entonces los justos le preguntarán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber?, 38 ¿cuándo te vimos forastero y te recibimos, o desnudo y te vestimos?, 39 ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y te fuimos a ver?”. 40 El Rey les responderá: “Les aseguro que siempre que ustedes lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron”». 

41 «Después el Rey dirá a los de su izquierda: “¡Apártense de mí, malditos, vayan al fuego eterno, preparado para el Diablo y sus ángeles!, 42 porque tuve hambre y ustedes no me dieron de comer, tuve sed y no me dieron de beber, 43 fui forastero y no me recibieron, estuve desnudo y no me vistieron, enfermo y en la cárcel y no me visitaron”. 44 Entonces ellos le preguntarán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, forastero o desnudo, enfermo o encarcelado y no te ayudamos?”. 45 Él les responderá: “Les aseguro que siempre que ustedes lo dejaron de hacer con uno de estos más pequeños, también lo dejaron de hacer conmigo”. 46 Y éstos irán al castigo eterno, mientras los justos entrarán en la vida eterna». 


25,31-46: Este pasaje corresponde al juicio divino con el que termina el discurso apocalíptico de Jesús (nota a 24,1-25,46). Antes de comenzar el relato de la pasión, el evangelista recapitula rasgos básicos del discípulo de Jesús y los proyecta hacia el juicio último y definitivo de Dios. El punto decisivo es la centralidad de la persona de Jesús y su obra, pero como criterio de comportamiento actual. Por tanto, el juicio, que tendrá como objeto a la comunidad mesiánica, donde todas las naciones encuentran su modelo salvífico, no se llevará a cabo en razón de la observancia de preceptos ni a partir de enseñanzas doctrinales, sino que se fundará en la autenticidad de la nueva vida que el Hijo de Dios ha hecho posible y ha enseñado a vivir en el sermón de la montaña (Mt 5-7). El discurso apocalíptico comenzó con la pregunta sobre «cuál será el signo de tu venida y del fin de los tiempos» (24,3). Jesús termina respondiendo que ya está viniendo en los más pequeños y débiles de la sociedad y que en ellos hay que saber descubrirlo. De la actitud que se tome frente a ellos (10,42), dependerá la posición que se tenga respecto de Jesús al final de los tiempos.


25,31: Dt 32,43; Rom 14,10 / 25,32: Gn 30,40; Ez 34,17 / 25,35: Is 58,6-8; Job 31,32 / 25,40: Prov 19,17: Zac 2,12 / 25,41: Jn 13,33-35; Hch 9,5 / 25,42: Job 22,6-9 / 25,46: Dn 12,2; Jn 5,29


2.3- Pasión y resurrección del Mesías


26,1-28,20. El misterio pascual del Mesías es el pilar de las narraciones evangélicas. Mateo sitúa su relato en un clima de confrontación con la institución y la sinagoga judía. De aquí que el Mesías reciba el desprecio y la violencia del Israel rebelde a Dios a causa de sus dirigentes y subraya la responsabilidad de éstos. Israel, sin embargo, no pierde protagonismo en el proyecto salvífico de Dios, aunque la invitación es ahora a los israelitas dispuesto a creer que Jesús es el Mesías que ha venido a llevar a plenitud las promesas de Dios y que el perdón de los pecados no es por la Ley, sino por los méritos de su sangre derramada en cruz. La narración de Mateo acerca del destino del Mesías posee tres grandes secciones con sus respectivos episodios o sucesos. La primera sección es la preparación para la pasión y sus episodios son: la conspiración contra Jesús (26,1-5); la unción en Betania (26,6-13); la traición de Judas (26,14-16.20-25); los preparativos para la cena pascual (26,17-19); la Eucaristía (26,26-29); el anuncio de las negaciones de Pedro (26,30-35); la oración en Getsemaní y el arresto de Jesús (26,36-56); las negaciones de Pedro (26,69-75); la muerte de Judas (27,3-10); los juicios contra Jesús y la condena (el Sanedrín: 26,57-68; Pilato: 27,1-2. 11-26). El contenido de la segunda sección es la crucifixión y muerte de Cristo y sus episodios son: los ultrajes previos (27,27-31); la crucifixión (27,32-38); los ultrajes posteriores (27,39-44); la muerte (27,45-56) y sepultura (27,57-61), y la custodia del sepulcro (27,62-66). La tercera sección trata de la resurrección del Mesías y sus episodios son: el sepulcro vacío y el anuncio del Ángel (28,1-8); la aparición a las mujeres (28,9-10); el soborno a los soldados (28,11-15); la aparición en Galilea y el envío de los discípulos (28,16-20).


El Hijo del hombre va a ser entregado

Mc 14,1-2; Lc 22,1-2; Jn 11,47-53


261 Cuando Jesús terminó todos esos discursos dijo a sus discípulos: 2 «Ustedes saben que dentro de dos días se celebra la Pascua, y el Hijo del hombre va a ser entregado para que lo crucifiquen».

3 Entonces los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron en el palacio del Sumo Sacerdote, llamado Caifás, 4 y se pusieron de acuerdo para arrestar con engaño a Jesús y darle muerte. 5 Pero decían: «No conviene durante la fiesta, para que no se provoque un alboroto en el pueblo».


26,1-5: Estos versículos tienen una doble función: por una parte conectan con lo anterior, de modo especial con los tres anuncios de la pasión (16,21; 17,22-23; 20,17-19), hilos conductores de la sección preliminar, y -por otra parte- sirven como introducción al relato de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Frente a la proximidad del desenlace del Hijo del hombre (26,2.4), se destaca cómo el plan de los hombres se opone al plan de salvación de Dios; el primero está marcado por el engaño y la muerte; el segundo, por la entrega y la vida. 


26,3: Sal 2,1-2; Hch 4,25-27 / 26,4: Sal 31,14


Ella hizo una obra buena conmigo

Mc 14,3-9; Lc 7,36-50; Jn 12,1-8 


6 Cuando Jesús estaba en Betania, en casa de Simón, el leproso, 7 se acercó una mujer que llevaba un frasco de alabastro con perfume muy valioso y lo derramó sobre la cabeza de Jesús, mientras él estaba sentado a la mesa. 8 Al ver esto, los discípulos indignados preguntaron: «¿Para qué tal derroche? 9 Ese perfume pudo venderse a un precio muy alto para repartir el dinero entre los pobres». 10 Jesús, dándose cuenta, les replicó: «¿Por qué molestan a la mujer? Ella hizo una obra buena conmigo. 11 A los pobres los tienen siempre con ustedes, en cambio a mí no me tendrán siempre. 12 Ella, al derramar este perfume sobre mi cuerpo, lo hizo para preparar mi sepultura. 13 Les aseguro que en todas partes del mundo donde se proclame la Buena Noticia, se contará lo que acaba de hacer conmigo para honrar su memoria».


26,6-13: La unción de Jesús por una mujer al principio del relato de su pasión es un gesto simbólico de carácter profético que tiene por finalidad anunciar la inminente muerte de Jesús. En este momento crucial y ante el sufrimiento y destino fatal que se aproxima (26,1-5), se subraya la condición de Jesús como Mesías o Ungido sufriente, cuyo cadáver, de modo paradójico, no alcanzará a ser ungido para su sepultura. Llama la atención que los que se molestan por el aparente despilfarro del perfume no sean «algunos», como en Marcos 14,4, sino los mismos «discípulos» (26,8; Judas en Jn 12,4-5), por lo que Mateo convierte este pasaje en una interpelación directa para la comunidad cristiana que lee el evangelio. La limosna y la relación con los demás (los pobres y hermanos de la comunidad) son valoradas y redimensionadas a partir de la relación con el mismo Cristo.


26,6: Lc 7,36-50 / 26,11: Dt 15,11 / 26,12: Lc 23,56


Judas buscaba una oportunidad para entregarlo

Mc 14,10-11; Lc 22,3-6


  14 Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes 15 y les preguntó: «¿Cuánto me quieren dar para que yo les entregue a Jesús?». Ellos acordaron darle treinta monedas de plata. 16 Desde entonces, Judas buscaba una oportunidad para entregarlo.


26,14-16: Mientras el pasaje de la unción de Jesús por una mujer se mueve en clave de gesto profético y homenaje cariñoso (nota a 26,6-13), éste se mueve en clave de codicia y traición. Entre las características del relato está la identificación de quiénes son en realidad los partícipes directos en la ejecución del Mesías. El primero de ellos es precisamente «uno de los Doce», Judas Iscariote, que luego será conocido como “el que lo entregó” (26,16). La interpelación a la comunidad cristiana para que esté alerta es evidente, ya que la traición ha venido desde el interior de ésta, de uno de los discípulos de Jesús, quien por el precio de «treinta monedas de plata» (26,15) vende al Maestro, el mismo precio que la Ley establece para recompensar al amo de un esclavo embestido por un toro (Éx 21,32) y el sueldo pagado a Zacarías por los comerciantes que entienden que la ruptura de la alianza responde a la voluntad de Dios (Zac 11,11-12).


26,14: Lc 6,16 / 26,15: Gn 37,28


Y prepararon la Pascua

Mc 14,12-16; Lc 22,7-13


17 El primer día de la fiesta de los Panes sin levadura, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?». 18 Él respondió: «Vayan a la ciudad donde cierta persona y díganle: “El Maestro dice, mi tiempo está cerca, voy a celebrar en tu casa la Pascua con mis discípulos”». 19 Ellos hicieron lo que Jesús les ordenó y prepararon la Pascua.


26,17-19: Los preparativos de Judas para entregar a Jesús a los dirigentes de Israel (26,14-16) corresponden a los preparativos de Jesús para celebrar con los suyos la cena de Pascua. Mientras Judas sigue su propio plan, los demás discípulos se aprestan a cumplir con esmero el plan de su Maestro. De este modo, quien será traicionado, sigue ejerciendo su soberanía sobre las situaciones y conduciendo su vida conforme al plan salvífico de su Padre. Así, cuando Judas busca «una oportunidad para entregarlo» (26,16), Jesús anuncia que «mi tiempo está cerca» (26,18), revelando cómo todo ocurre según el plan divino de salvación a pesar y en medio del pecado y la maldad humana.


26,17: Éx 12,14-20 / 26,18: Jn 2,4-5


¡Uno de ustedes me va a entregar!

Mc 14,17-21; Lc 22,14.21-23; Jn 13,21-26


20 Al atardecer, Jesús se sentó a la mesa con los Doce. 21 Mientras cenaban, dijo: «¡Les aseguro que uno de ustedes me va a entregar!». 22 Uno a uno, muy tristes, empezaron a preguntarle: «¿Acaso soy yo, Señor?». 23 Él les respondió: «El que ha metido la mano conmigo en el plato, ése me va a entregar. 24 El Hijo del hombre se va, como afirman las Escrituras acerca de él, pero ¡ay de aquél por quien el Hijo del hombre es entregado: sería mejor para ése no haber nacido!». 25 Judas, el que lo iba a entregar, preguntó: «¿Acaso soy yo, Maestro?». Jesús le respondió: «¡Tú lo has dicho!».


26,20-25: En el momento mismo de la realización de la cena de Pascua, aparece nuevamente el tema de la traición (26,14-16); sin embargo, quien ahora la anuncia es el propio Jesús, cuya persona y palabras tienen el protagonismo en el relato. Cada uno de los discípulos le pregunta acerca de quién de ellos lo va a entregar. Él les responde expresando el alcance de tal infamia (26,24) y señalando con claridad al traidor, cuando Judas le pregunta, mediante un signo (26,23) y una afirmación (26,25). Incluso un acto tan deplorable como la traición es visto desde la perspectiva del cumplimiento de las Escrituras. El lector del evangelio es invitado a descubrir que nada es ajeno al plan divino, que prevé hasta lo malo que puede suceder.


26,23: Sal 41,10; 54,20; Jn 13,18 / 26,24: 17,12; Hab 2,6 / 26,25: Is 48,8-9


Tomen y coman, esto es mi cuerpo

Mc 14,22-25; Lc 22,15-20; 1 Cor 11,23-25


26 Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió, lo dio a sus discípulos y dijo: «Tomen y coman, esto es mi cuerpo». 27 Después tomó una copa y, luego de dar gracias, se la dio mientras decía: «Beban todos de ella, 28 porque ésta es mi sangre de la alianza derramada por todos, para el perdón de los pecados. 29 Yo les digo que a partir de ahora ya no beberé del fruto de la vid hasta el día aquel en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre». 


26,26-29: El contexto de la institución de la Eucaristía es la cena de Pascua judía (26,17.21.26). El gesto de Jesús corresponde al gesto propio del padre de familia cuando celebran la cena pascual judía: presidir la mesa, partir el pan, conducir las oraciones, explicar la celebración. Sin embargo, la novedad de Jesús está en el nuevo sentido que les otorga a sus gestos: «Esto es mi cuerpo… ésta es mi sangre de la alianza…» (26,26.28). Mateo, de este modo, atribuye el perdón de los pecados únicamente al Cuerpo entregado y a la Sangre derramada del Mesías, quien inaugura una nueva forma de celebrar la Pascua hasta su próximo regreso. Como los judíos se asociaban a la liberación de Egipto mediante la celebración pascual, así los discípulos se asocian al Mesías mediante la participación en este nuevo banquete, para beneficiarse de la obra de liberación que está por consumar en la cruz. 


26,26: Jn 6,51-58; 1 Cor 10,16 / 26,28: Éx 24,8; Zac 9,11 / 26,29: Is 53,12


Aunque todos fallen, yo jamás te fallaré

Mc 14,26-31; Lc 22,31-34.39; Jn 13,36-38


30 Después de cantar los Salmos salieron al monte de los Olivos. 31 Entonces Jesús les advirtió: «Esta noche, todos ustedes van a fallar por causa mía, porque está escrito:

Heriré al pastor y las ovejas del rebaño se dispersarán» [Zac 13,7]

32 «Pero después de que yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea». 33 Pedro le contestó: «¡Aunque todos fallen por causa tuya, yo jamás te fallaré!». 34 Jesús le dijo: «Te aseguro que esta misma noche, antes de que el gallo cante, me habrás negado tres veces». 35 Pedro le respondió: «¡Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré!». Y todos los discípulos afirmaron lo mismo. 


26,30-35: Esta nueva escena se desarrolla camino al monte de los Olivos. Jesús, quien incluso en las circunstancias humillantes de su pasión ejerce un dominio soberano sobre cada situación, conoce de antemano y predice a sus discípulos, a partir de las Escrituras (26,31), lo que va a acontecer. Así se vuelve a enfatizar la aceptación de Jesús del plan determinado por su Padre. La actitud decidida de apoyo de Pedro (26,33) contrastará con sus negaciones (26,69-75). En la tragedia y el abandono (26,31: «Las ovejas del rebaño se dispersarán»), el anuncio velado de victoria (26,32: «Iré antes que ustedes a Galilea») muestra que Jesús es el Señor que vence la muerte y que volverá a reunir a los suyos.


26,31: Jn 16,32; Zac 13,7 / 26,34: Jn 18,15-18


¡No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú!

Mc 14,32-42; Lc 22,40-46


36 Luego Jesús fue con los discípulos a un lugar llamado Getsemaní y les ordenó: «Siéntense aquí, mientras yo voy a orar más allá». 37 Se llevó con él a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo y empezó a sentir tristeza y angustia. 38 Entonces les dijo: «Me muero de tristeza, quédense aquí y vigilen conmigo». 39 Se adelantó un poco, se postró rostro en tierra, y oraba diciendo: «¡Padre mío, si es posible, que se aleje de mí esta copa, pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú!». 40 Regresó a donde estaban los discípulos y, al encontrarlos dormidos, le dijo a Pedro: «¿No fueron capaces de vigilar una hora conmigo? 41 Vigilen y oren, para que resistan la prueba, pues el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil». 42 Se alejó por segunda vez y oró, diciendo: «¡Padre mío, si no es posible que esta copa pase sin que la beba, que se haga tu voluntad!». 43 Volvió, y una vez más los encontró dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño. 44 Los dejó y, alejándose de nuevo, oró por tercera vez con las mismas palabras. 45 Luego regresó a donde estaban los discípulos y les dijo: «¿Duermen y descansan? Se acerca la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. 46 ¡Levántense, vamos! ¡Ya se acerca el que me entrega!».


26,36-46: Un tema característico del Evangelio según Mateo es el de la voluntad de Dios, por lo que no podía estar ausente en este decisivo momento del ministerio de Jesús. En la agonía en el huerto de Getsemaní se destacan las actitudes de confianza y obediencia filial de Jesús para con su Padre, buscando cumplir a cabalidad su voluntad. Desde esta perspectiva, la oración de Jesús no es aquella heroica que supone un esfuerzo supremo ni esa otra oración mística por la que se busca refugio para escapar de las dificultades, sino que es una oración sobre todo filial (26,39.42.44: «¡Padre mío…!») y, por lo mismo, radicalmente obediente. La enseñanza para los tres discípulos que están con él, quienes también lo han acompañado en la gloria de la transfiguración (17,1), como para todos los demás, es a permanecer siempre vigilando y orando (26,41). Con esta oración en Getsemaní, Jesús se pone en las manos del Padre para ponerse luego, confiando en el amor de su Padre, en las manos de los hombres (26,47-56). Jesús en Getsemaní es vivo ejemplo para encontrar las fuerzas necesarias en el cumplimiento de la voluntad de Dios, nos guste o no, tanto en tiempos de bonanza como en tiempos de tragedia. 


26,36: Jn 18,1; Heb 5,7-10 / 26,37-38: Sal 42,6 / 26,39: Is 51,17-22; Jn 4,34 / 26,45: 2 Sm 24,14 / 26,46: Jn 14,30-31


Se abalanzaron sobre Jesús y lo arrestaron

Mc 14,43-52; Lc 22,47-53; Jn 18,2-11


47 Cuando Jesús todavía estaba hablando, llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de una gran multitud con espadas y palos, enviada por los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo. 48 Judas, el que lo entregaba, les había dado esta señal: «A quien yo bese, ése es, ¡arréstenlo!». 49 De inmediato se acercó a Jesús y le dijo: «¡Te saludo, Maestro!». Y lo besó. 50 Jesús le respondió: «Amigo, ¡hasta dónde has llegado!». Entonces ellos se acercaron, se abalanzaron sobre Jesús y lo arrestaron. 51 En eso, uno de los que estaban con Jesús tomó su espada, la desenvainó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja. 52 Jesús, entonces, lo reprendió: «¡Vuelve tu espada a su lugar!, pues todos los que empuñan espada, a espada morirán. 53 ¿Piensas acaso que no puedo pedir ayuda a mi Padre, y que ahora mismo él me mandaría más de doce legiones de ángeles? 54 Pero entonces, ¿cómo se cumplirán las Escrituras que indican que así debe suceder?». 

55 En aquel momento, Jesús dijo a la multitud: «¿Cómo es que han salido a apresarme con espadas y palos como a un malhechor? ¡Todos los días me sentaba a enseñar en el Templo y no me arrestaron! 56 Pero todo esto ha sucedido para que se cumpla lo escrito en los profetas». Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.


26,47-56: Se conjuga bien el cumplimiento fiel de la voluntad del Padre y la actitud soberana que el Mesías adopta frente a su pasión. Jesús, en cuanto Hijo de Dios, aparece siempre como dueño de una situación que conoce y que acepta voluntariamente. Si bien el traidor consuma su infamia, entregando con un beso a su Maestro, también queda claro que todo sucede conforme al plan de Dios consignado en las Escrituras, al que Jesús se ajusta (26,54.56). Una vez detenido, él mismo precisa que todo lo que acaba de suceder, lo ha consentido por su propia voluntad, ya que habría podido obtener de su Padre «más de doce legiones de ángeles» para ser librado de las manos de sus enemigos (26,53). La traición de uno, la actitud agresiva de otro y la huida de los restantes discípulos, según el anuncio de Jesús (26,31), son -en realidad- una invitación a vivir en radical fidelidad el seguimiento del Señor.


26,50: Sal 41,9 / 26,51: Is 2,4; Miq 4,3 / 26,52: Gn 9,6 / 26,54: Lc 24,26-27 / 26,56: 1 Cor 15,3


¡Merece la muerte!

 Mc 14,53-65; Lc 22,54-55.63-71; Jn 18,12-13.15-16.24


57 Los que arrestaron a Jesús, lo llevaron ante el sumo sacerdote Caifás, donde también estaban reunidos los maestros de la Ley y los ancianos. 58 Pedro lo siguió de lejos, hasta el patio interior del palacio del Sumo Sacerdote. Una vez adentro, se sentó con los sirvientes para ver en qué terminaba todo aquello. 

59 Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús, para condenarlo a muerte, 60 pero no lo encontraron a pesar de que se presentaron muchos falsos testigos. Por fin se presentaron dos 61 que declararon: «Este hombre afirmó: “Yo puedo destruir el Templo de Dios y reconstruirlo en tres días”». 62 El Sumo Sacerdote se puso de pie y lo interrogó: «¿Nada respondes a lo que éstos declaran contra ti?». 63 Pero Jesús callaba. Entonces el Sumo Sacerdote le dijo: «¡Te exijo bajo juramento en nombre del Dios vivo que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios!». 64 Jesús le respondió: «¡Tú lo has dicho! Más aún, yo les digo que desde ahora ustedes verán al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso, y verán que viene sobre las nubes del cielo [Dn 7,13]». 65 Entonces el Sumo Sacerdote rasgó su manto y exclamó: «¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? ¡Ustedes acaban de escuchar la blasfemia! 66 ¿Qué les parece?». Ellos respondieron: «¡Merece la muerte!».

67 Entonces le escupieron el rostro y lo abofetearon. Y los que lo golpeaban, 68 le decían: «¡Adivina, Mesías!, ¿quién es el que te pegó?». 


26,57-68: La tradición evangélica presenta dos procesos de Jesús, uno ante las autoridades judías y el otro ante las romanas. Mateo pone en evidencia las irregularidades e injusticias seguidas durante el primero, ante el Sanedrín o gran Consejo de Ancianos. La finalidad era buscar una acusación contra Jesús, aun cuando fuera falsa, para deshacerse de él. El episodio pone en claro que no encontraron ninguna, ni siquiera la afirmación de Jesús sobre la destrucción del Templo (26,61). Al final, el motivo para condenarlo será la misma declaración de Jesús acerca de su condición gloriosa de Hijo del hombre, según se anunciaba en las Escrituras (Dn 7,9-14 en Mt 26,64). Así, la condena de Jesús es por su propia declaración de identidad: su mesianismo y, a la vez, su condición de Hijo del Padre celestial, obediente a su voluntad hasta la muerte en cruz. La afirmación de Jesús es considerada por el Sanedrín como una blasfemia y, por lo mismo, digna de castigo con la muerte (Lv 24,16; 1 Re 21,13). El primer paso está dado, pero como en aquel tiempo Roma se reservaba el derecho de la pena de muerte, los judíos tenían que buscar otro motivo que convenciera al gobernador Pilato a decretar la muerte de Jesús. El testimonio valiente de Jesús sobre su identidad, que alude al Siervo de Yahvé, está en la base de su pasión. Los primeros discípulos, al igual que Jesús, darán testimonio de la identidad de su Maestro entregando su propia vida por él.


26,57: Is 53,7 / 26,59: Sal 27,12 / 26,61: Jn 2,19; Hch 6,14 / 26,63: Is 53,7 / 26,64: Sal 110,1 / 26,65: Lv 10,6; 24,16 / 26,66: Jr 26,11 / 26,67: Is 50,6; 52,14; Miq 4,14


¡No conozco a ese hombre!

Mc 14,66-72; Lc 22,56-62; Jn 18,25-27


69 Entre tanto, Pedro estaba sentado afuera, en el patio. En eso se acercó una sirvienta y le dijo: «Tú también estabas con Jesús, el Galileo». 70 Pero él lo negó delante de todos, diciendo: «¡No sé de qué hablas!». 71 Cuando salía por la puerta, otra lo vio y comentó a los que estaban allí: «Éste estaba con Jesús, el Nazareno». 72 Pero él volvió a negar bajo juramento: «¡No conozco a ese hombre!». 73 Poco después, los que estaban presentes se acercaron a Pedro y le dijeron: «Con seguridad tú eres uno de ellos, pues tu modo de hablar te delata». 74 Él empezó entonces a maldecir y a jurar: «¡No conozco a ese hombre!». Y enseguida cantó un gallo. 75 Pedro se acordó de lo dicho por Jesús: «Antes de que cante un gallo, tú me habrás negado tres veces». Y saliendo, lloró con amargura.


26,69-75: Con las negaciones de Pedro los discípulos desaparecen de las escenas de la pasión; así se cumple lo que Jesús había anunciado a los suyos a pesar de las afirmaciones de fidelidad de éstos (26,33-35). El drama de la negación de Pedro tiene un desarrollo cada vez más intenso y con más participantes: primero una criada se dirige a él y, a solas, asegura haberlo visto con Jesús, pero él lo niega (26,69-70); después, otra criada comenta lo mismo, pero ahora no sólo al interesado, sino a los que estaban allí, y Pedro lo vuelve a negar, incluso con juramentos (26,71-72); por último, todos los presentes acusan a Pedro de ser uno de los discípulos de Jesús, quien con juramentos y maldiciones se obstina en su negación (26,73-74). Es fuerte el contraste entre la triple negación de Pedro y la confesión que el propio Jesús acaba de hacer de su identidad (26,64). Al negar la propia condición de discípulo también se niega a Jesús. Sin embargo, queda un camino: el arrepentimiento (26,75).


26,70: Hch 3,13 / 26,72: 1 Cor 7,5 / 26,75: Is 22,4


¡Pequé al entregar sangre inocente!

 Mc 15,1; Lc 22,66; 23,1; Jn 18,28


271 Al amanecer, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se pusieron de acuerdo para buscar la forma de matar a Jesús. 2 Después de atarlo, lo llevaron y lo entregaron al gobernador Pilato. 

3 Judas, el que lo entregó, cuando supo que Jesús había sido condenado, sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, 4 diciéndoles: «¡Pequé al entregar sangre inocente!». Ellos le respondieron: «¡Qué nos importa! ¡Allá tú!». 5 Entonces él, después de arrojar las monedas en el Templo, se marchó y se ahorcó. 6 Los sumos sacerdotes recogieron las monedas y dijeron: «No está permitido depositarlas en el tesoro del Templo, ya que son precio de sangre». 7 Y después de ponerse de acuerdo, compraron el campo del alfarero, para sepultar a los extranjeros. 8 Por eso aquel campo se llama hasta ahora “Campo de sangre”. 9 Así se cumplió lo que dijo el profeta Jeremías:

Tomaron las treinta monedas de plata,

el precio que le pusieron los hijos de Israel [Zac 11,13],

10 y las dieron por el campo del alfarero como me ordenó el Señor [Éx 9,12].


27,1-10: Las primeras frases (27,1-2) sirven para conectar los dos procesos contra Jesús, el judío y el romano (nota a 26,57-68). En medio de ambos, este episodio sobre la muerte de Judas, la deliberación de los sumos sacerdotes acerca del destino del dinero pagado por la traición y la decisión de comprar con él un campo para sepultar a los extranjeros. Lo más notable es que Mateo pone de relieve la inocencia de Jesús, e incluso visualiza todo desde el cumplimiento de las Escrituras y, por esto, desde el proyecto salvador de Dios, incluyendo aquello que parece oponerse a él como la devolución de las monedas por parte de Judas y la adquisición del Campo de sangre; para Mateo, todo estaba previsto por Dios (27,8-10). Judas, después de Pedro, es el segundo de los discípulos que se convierte en anti-discípulo; sin embargo, mientras Pedro reconoce que ha negado a su Maestro, se arrepiente y retoma el camino del seguimiento, Judas, por remordimiento culpable, decide quitarse la vida (27,5). No basta el remordimiento como una simple emoción humana, es necesaria la conversión efectiva, con la gracia divina.


27,3: Hch 1,18-19 / 27,4: Dt 27,25 / 27,5: 2 Sm 17,23 / 27,6: Dt 23,19 / 27,7: Jr 19,1-6.12 / 27,9: Jr 32,6-15


¡Que sea crucificado!

Mc 15,2-15; Lc 23,2-5.17-25; Jn 18,39-40; 19,16


11 Jesús compareció ante el gobernador Pilato, y éste lo interrogó: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Jesús le respondió: «¡Tú lo dices!». 12 Pero cuando los sumos sacerdotes y los ancianos lo acusaban, él no respondía nada, 13 por lo que Pilato le preguntó: «¿No oyes cómo declaran en tu contra?». 14 Pero Jesús no pronunció una sola palabra, al punto que el gobernador estaba muy extrañado.

15 Con motivo de la Fiesta, el gobernador acostumbraba dejar en libertad a un preso, el que la gente quisiera. 16 Por aquel entonces tenía uno famoso, llamado Barrabás. 17 Cuando ellos se reunieron, Pilato les preguntó: «¿A quién quieren que les suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman Mesías?». 18 Porque sabía que lo habían entregado por envidia. 19 Pilato estaba aún sentado en el tribunal cuando su mujer mandó a decirle: «No te metas con ese justo, porque hoy en sueños he sufrido mucho por él». 20 Los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la multitud para que pidiera la libertad de Barrabás y condenaran a muerte a Jesús 21 El gobernador les preguntó: «¿A cuál de los dos quieren que suelte?». Ellos respondieron: «¡A Barrabás!». 22 Pilato les preguntó: «¿Qué voy a hacer entonces con Jesús, a quien llaman Mesías?». Todos le contestaron: «¡Que sea crucificado!». 23 Él replicó: «Pero, ¿qué mal ha hecho?». Sin embargo, ellos gritaban más fuerte aún: «¡Que sea crucificado!».

24 Pilato, al darse cuenta de que no lograba nada sino que, por el contrario, crecía el alboroto, tomó agua, se lavó las manos ante la gente y declaró: «¡Soy inocente de la sangre de este hombre! ¡Allá ustedes!». 25 Todo el pueblo respondió: «¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!». 26 Entonces les soltó a Barrabás, pero a Jesús, después de mandarlo azotar, lo entregó para que lo crucificaran.


27,11-26: El segundo proceso contra Jesús (nota a 26,57-68) tiene lugar ante el gobernador Pilato, ya que éste, como representante del poder romano, estaba autorizado para dictar sentencia de muerte. Aunque en el juicio ante el Sanedrín las autoridades judías habían convenido que se aplicara a Jesús la pena capital por considerarlo blasfemo (26,65-66), sin embargo, una acusación de carácter religioso como la de ellos, no era motivo suficiente para que Roma pronunciara una sentencia semejante. Por eso, la acusación pasa de blasfemia a sedición, delito castigado con severidad. Argumentan que Jesús pretende ser «el rey de los judíos» (27,11), poniendo en serio riesgo la estabilidad y la paz de la región. A pesar de todo, Pilato intenta soltar a Jesús, apelando a la costumbre de liberar a un preso en la Pascua; ni esto y ni siquiera la petición de la esposa del gobernador lo consigue. Con el gesto de lavarse las manos, Pilato evade su responsabilidad, la que es asumida totalmente por el pueblo con una terrible frase de auto-condena: «¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!» (27,25). La petición del suplicio en cruz responde al deseo de que la muerte de Jesús fuera vista como una vergüenza y no como la de un profeta enviado por Dios. La reflexión cristiana se encargará de darle un significado no sólo diferente, sino incluso opuesto.


27,14: Sal 39,1; Is 53,7 / 27,22: Sal 27,12 / 27,25: Jr 26,15; Hch 5,28


Éste es Jesús, el Rey de los judíos

Mc 15,16-32; Lc 23,26-43; Jn 19,2-3.16-24


27 Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al Pretorio y reunieron a toda la guardia. 28 Lo desnudaron, le pusieron un manto rojo, 29 trenzaron una corona de espinas y la colocaron sobre su cabeza; luego le pusieron una vara en su mano derecha y, arrodillándose ante él, se burlaban diciendo: «¡Te saludo, Rey de los judíos!». 30 También le escupían y, tomando una vara, le golpeaban con ella en la cabeza. 31 Después de burlarse de él, le quitaron el manto, lo vistieron de nuevo con su ropa y lo llevaron a crucificar.

32 Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, a quien obligaron a llevar la cruz. 33 Cuando llegaron a un lugar llamado Gólgota, es decir, “Lugar de la Calavera”, 34 le dieron a beber vino mezclado con hiel, pero una vez que Jesús lo probó no quiso beber más.

35 Después de crucificarlo, los soldados echaron a suertes sus vestiduras y se las repartieron [Sal 22,19]. 36 Luego, se sentaron allí para custodiarlo. 37 Sobre su cabeza pusieron por escrito la causa de su condena: “Éste es Jesús, el Rey de los judíos”. 38 También crucificaron con él a dos malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. 

39 Los que pasaban, lo injuriaban moviendo la cabeza 40 y decían: «Tú que destruyes el Templo y en tres días lo reconstruyes, ¡sálvate a ti mismo! ¡Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz!». 41 De igual manera, los sumos sacerdotes con los maestros de la Ley y los ancianos se burlaban y decían: 42 «Salvó a otros y él no puede salvarse a sí mismo; si es el rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en él. 43 Ha confiado en Dios, que lo salve ahora si es que él lo quiere [Sal 22,9], ya que dijo: “Soy Hijo de Dios”». 44 De igual forma lo insultaban los malhechores crucificados con él.


27,27-44: Los evangelios concuerdan en muchos datos al narrar la crucifixión de Jesús. Sin embargo, Mateo destaca aspectos que al parecer son secundarios, tales como el reparto de los vestidos, la inscripción sobre la cruz y particularmente las burlas de los diversos testigos de la crucifixión (27,39-44). Todos estos detalles, por un lado, acentúan la afrentosa y humillante muerte del Hijo de Dios, pero -por otro- subrayan la oposición radical entre la dignidad de Jesús como Mesías y la humillación que tuvo lugar en el suplicio de la cruz. Las acciones y afirmaciones burlescas contra Jesús (manto rojo, corona, bastón, título: «Rey de los judíos»…) en realidad contienen, sin que los adversarios de Jesús lo pretendan, la confesión de fe cristiana en el Señor crucificado: él es el Mesías, el Hijo de Dios y el Rey que salva al mundo haciendo la voluntad del Dios de Israel. El discípulo de Cristo, al mismo tiempo que no debe perder de vista la soberanía de su Señor, tampoco puede olvidar las dificultades, oposiciones y sufrimientos que conlleva creer y seguir a este Rey.


27,27-31: Is 42,1-9; 50,6; Jr 10,9 / 27,34: Sal 69,22; Prov 31,6-7 / 27,36: Sal 22,19 / 27,39: Is 53,3


Jesús entregó el espíritu

 Mc 15,33-37; Lc 23,44-46; Jn 19,28-30


45 Desde el mediodía hasta las tres de la tarde se oscureció toda la tierra. 46 Cerca de esta hora, Jesús gritó con voz fuerte: «¡Elí, Elí!, ¿lemá sabajtaní?», que significa: ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado? [Sal 22,2]. 47 Al escucharlo, algunos de los que estaban presentes dijeron: «Éste llama a Elías». 48 De inmediato, uno de ellos corrió a tomar una esponja, la empapó en vinagre, la enrolló en una caña y le daba de beber. 49 Otros, en cambio, decían: «Déjalo; veamos si viene Elías a salvarlo». 

50 Entonces Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, entregó el espíritu.


27,45-50: Las tinieblas preparan el escenario para la muerte del Salvador. Si en tiempos de la liberación de Egipto las tinieblas prepararon la muerte de los primogénitos egipcios y la celebración de la Pascua (Éx 10,21-23), ahora, en el momento de la muerte del Mesías, las tinieblas preparan la nueva y definitiva Pascua, la del Hijo de Dios que va a morir para llevar a cumplimiento la liberación querida por Dios. El grito de Jesús en la cruz no es un amargo reproche a Dios (Mt 27,46), sino una exclamación de fe que destaca el sentido de su muerte. Con la citación inicial del Salmo 22 se alude a todo el Salmo que termina en una confesión de fe en el poder de Dios y en la vida que procede de él; por tanto, es como si Jesús dijera: “Tú eres mi Dios, yo confío en ti, tú no me abandonarás y me asegurarás la vida” (Sal 22,30-32). El espíritu que entrega Jesús (Mt 27,50) se refiere a la vida en el sentido de la entrega del último suspiro cuando se está a punto de morir (Gn 35,18). Este dato evidencia el realismo de la muerte de Cristo, el «Primogénito de los que van a resucitar» (Col 1,18), que hace posible el hecho de que muriendo con él y llevando en nuestro cuerpo su muerte, obtengamos la vida y ésta se manifieste en nosotros (Rom 6,5; 2 Cor 4,10.12).


27,46: Jr 15,9; Am 8,9; Zac 14,6 / 27,48: Sal 69,22 / Lc 23,36


¡Éste era Hijo de Dios!

Mc 15,38-39; Lc 23,47


51 El velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló y las rocas se partieron, 52 los sepulcros se abrieron y resucitaron muchos cuerpos de los santos que habían muerto 53 y, saliendo de sus sepulcros, después de que Jesús resucitó, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos. 

54 El oficial romano y los que estaban con él custodiando a Jesús, al sentir el terremoto y ver todo lo que sucedía, se llenaron de gran temor y afirmaron: «¡En verdad, éste era Hijo de Dios!».


27,51-54: Si el nacimiento del Rey de los judíos que llevó a los sabios o magos a la adoración del Salvador estuvo marcado por el surgimiento de una estrella (2,1-12), ahora la muerte de Jesús está marcada por fenómenos de carácter apocalíptico: las tinieblas sobre toda la tierra (27,45); el velo del santuario que se rasga; el terremoto, la ruptura de las rocas, la apertura de los sepulcros y la consecuente resurrección y aparición de los santos. Estos datos otorgan una relevancia singular a la muerte del Hijo de Dios: si afecta todas las esferas cósmicas (el cielo, la tierra y el abismo), significa que un gran acontecimiento ha ocurrido, mayor incluso que el nacimiento mismo. La conclusión es una confesión de fe: «En verdad, éste era Hijo de Dios» (27,54). No es fortuito que esta proclamación aparezca en boca de un centurión romano, es decir, un pagano, que como los sabios del Oriente, en el inicio del relato, buscaba al Rey de los judíos.


27,52: Ez 37,12; 1 Cor 15,20 / 27,53: Is 26,19; 1 Pe 3,19-20


Lo puso en el sepulcro nuevo

Mc 15,40-47; Lc 23,49-56; Jn 19,38-42


55 Muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo, estaban allí mirando desde lejos. 56 Entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo. 

57 Al atardecer vino un hombre rico de Arimatea llamado José, quien también se había hecho discípulo de Jesús, 58 y se presentó ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Entonces Pilato ordenó que se lo entregaran. 59 José tomó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia 60 y lo puso en el sepulcro nuevo que él había excavado en la roca. Después hizo rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro y se fue. 61 María Magdalena y la otra María se quedaron allí, sentadas delante del sepulcro.


27,55-61: Tanto el episodio de las mujeres presentes en la muerte y resurrección del Señor (27,55-56) como el de José de Arimatea (27,57-60) contrastan con la ausencia total de los discípulos. El evangelio destaca a las mujeres como testigos oculares de los últimos momentos de la vida de Jesús (27,61), y también las presenta como las primeras en recibir la noticia de su resurrección y en ser testigos de sus apariciones (28,1-7). José de Arimatea, por su parte, es el modelo de todos aquellos que, como él, se han hecho discípulos del Señor. Las mujeres y José de Arimatea expresan la fidelidad y el seguimiento de Jesús en los momentos más importantes del ministerio del Mesías, invitación para todos los seguidores a hacer lo mismo.


27,55: Lc 8, 2-3 / 27,58: Dt 21,22-23 / 27,59: 1 Re 13,29-32 / 27,60: Is 53,9


Aseguraron el sepulcro, sellaron la piedra


62 Al otro día, es decir, al siguiente de la preparación de la Pascua, los sumos sacerdotes y los fariseos se reunieron con Pilato 63 para decirle: «Señor, recordamos que aquel engañador cuando aún vivía afirmó: “Resucitaré después de tres días”. 64 Ordena, pues, asegurar el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos, se lo roben y luego digan al pueblo: “¡Resucitó de entre los muertos!”, y este último engaño resulte peor que el primero». 65 Pilato les respondió: «Aquí tienen la guardia. Vayan y aseguren el lugar como ustedes ya saben». 66 Ellos fueron, aseguraron el sepulcro, sellaron la piedra y dejaron allí la guardia.


27,62-66: Mateo es el único que testimonia la tradición según la cual unos guardias son enviados a resguardar el sepulcro, para evitar que el cuerpo de Jesús sea robado, y luego el soborno a esos mismos guardias para comprarles su falso testimonio (28,11-15). El evangelista relata cómo, después de haber mandado crucificar a Jesús, los sumos sacerdotes y los fariseos logran que Pilato mande que el sepulcro sea sellado y bien custodiado. Esta orden, lejos de debilitar la certeza de la resurrección de Cristo, le otorga mayor credibilidad y relevancia.


27,62: Jn 19,14-15 / 27,63: Hch 10,40-43 / 27,65: Jn 18,3 / 27,66: Dn 6,17-18


Dios lo ha resucitado

Mc 16,1-8; Lc 24,1-9


281 Al terminar el sábado, al clarear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. 2 De pronto, se produjo un gran terremoto. Un ángel del Señor bajó del cielo, se acercó, hizo rodar la piedra y se sentó sobre ella. 3 Su aspecto era como el de un relámpago y su vestidura tan blanca como la nieve. 4 Los que vigilaban se estremecieron de miedo y quedaron como muertos. 5 El Ángel tomó la palabra y dijo a las mujeres: «¡No teman! Sé que ustedes buscan a Jesús, el crucificado; 6 no está aquí, porque ha resucitado, como lo había anunciado. Vengan a ver el lugar donde estaba puesto. 7 Ahora, vayan rápido a decir a sus discípulos: “Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de ustedes a Galilea. Allí lo verán”. ¡Esto es lo que les he comunicado!».

8 Con miedo, aunque también con alegría, las mujeres partieron rápido del sepulcro y corrieron a dar el anuncio a los discípulos. 9 En eso, Jesús les salió al encuentro y las saludó. Ellas se acercaron, se abrazaron a sus pies y se postraron ante él. 10 Entonces él les dijo: «No teman, vayan y anuncien a mis hermanos que vayan a Galilea y que allí me verán».


28,1-10: El acontecimiento central y la meta a donde se dirigen todos los eventos sucedidos es la resurrección del Señor, núcleo y punto culminante de la historia que le otorga su sentido último y definitivo. Incluso, la venida final de Jesucristo con poder y gloria viene a ser una consecuencia de su condición de resucitado. Esto explica que la redacción de los evangelios gravite por entero sobre la afirmación pascual: ¡Cristo no está en el sepulcro, porque ha resucitado! Mateo sigue aquí el esquema narrativo de Marcos (Mc 16,1-8) donde el mensajero anuncia la resurrección de Jesús a las mujeres que han ido al sepulcro y les encarga decirles a los discípulos que el Resucitado los espera en Galilea (ver Mt 28,2-7). Sin embargo, Mateo completa la narración, pues además del anuncio del mensajero, el propio Jesús sale al encuentro de las mujeres y él, en persona, reitera el mensaje de que los discípulos vayan a Galilea (28,9-10), lugar donde él un día los llamó tras su seguimiento (4,18-22). Jesús, luego de resucitado, vuelve a llamar a los suyos para que opten por él, para que lo sigan y lo testimonien con la fuerza del Resucitado, partiendo desde Galilea hasta alcanzar todos los pueblos (28,19). 


28,1: Jn 20,1 / 28,3: Dn 7,9 / 28,5: Lc 1,30-31 / 28,8: Mc 16,8 / 28,9-10: Jn 20,14-18


Los discípulos vinieron de noche y se lo robaron


11 Mientras las mujeres se retiraban, algunos de los guardias fueron a la ciudad a contar a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. 12 Éstos, después de reunirse con los ancianos y de ponerse de acuerdo, dieron mucho dinero a los soldados 13 para que dijeran: “Los discípulos de Jesús vinieron de noche y se lo robaron mientras nosotros dormíamos”, 14 y si el gobernador se entera de esto, nosotros lo convenceremos para evitarles problemas». 15 Ellos, después de tomar el dinero, hicieron como se les instruyó. Y esta es la versión que se ha difundido entre los judíos hasta hoy.


28,11-15: Un dato característico de Mateo es la presencia de elementos hostiles que contribuyen a dar mayor énfasis a la intervención de Dios en la resurrección de su Hijo. Los adversarios constituyen el fondo oscuro del cuadro de luz y esperanza, centrado en el Mesías resucitado. Con su modo de proceder (28,13-14), firman su derrota. El dinero ofrecido como soborno a los guardias (27,62-66), a semejanza del que le habían dado a Judas (26,14-16), lleva la infamia al colmo. Cuando se escribía Mateo y frente a la mentira divulgada que habrían robado el cuerpo del Señor surge con fuerza el testimonio de que está vivo, que convoca y envía a los suyos.


28,11-15: Dt 16,19; Job 15,34; Is 1,23


Yo estoy con ustedes hasta el fin de los tiempos

Mc 16,15


16 Los once discípulos fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había mandado. 17 Al verlo se postraron, incluso los que habían dudado. 18 Jesús se acercó y les dijo: «Dios me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. 19 Vayan, pues, y hagan discípulos a todos los pueblos: bautícenlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 20 y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos».


28,16-20: Este mandato de Jesús ha sido anticipado de muchos modos, en diversos momentos de la narración, y compendia temas fundamentales para este evangelio, preocupado por establecer vínculos visibles entre las diferentes etapas de la historia de salvación. Con lo de ir a Galilea compendia el ministerio de Jesús en esa región, y con lo del monte, la enseñanza del sermón de la montaña (Mt 5-7), la transfiguración y el presente envío a la misión, todos ocurridos en un monte. También alude a la adoración, a la duda, a la autoridad de Jesús y a la obediencia a sus mandatos. Del mismo modo, la expresión del Resucitado «yo estoy con ustedes» (28,20) es un eco claro del Emmanuel, pues Jesús resucitado es el “Dios con nosotros”. El envío a la misión parte del poder absoluto y universal del Cristo resucitado y glorioso, y abarca tres aspectos: hacer discípulos a todas las gentes, bautizarlas en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñarles a guardar todo lo que Jesús les ha enseñado. A pesar de que, durante la fase terrena del ministerio de Jesús, Mateo ha insistido en que la misión debe dirigirse preferentemente a «las ovejas perdidas del pueblo de Israel» (10,6; 15,24), en este final del evangelio se redimensiona todo. Si la llamada al discipulado puso de manifiesto la autoridad de Jesús ya durante su ministerio, ahora aparece con mayor fuerza en virtud de su misma resurrección y de su señorío sobre todo lo creado. 


28,16: Hch 1,23-26 / 28,18: 2 Cr 23,16 / 28,19: Mc 16,15; Lc 24,47; Hch 1,8; 2,38 / 28,20: Nm 35,34; Jn 14,18-21