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ATRAS

INTRODUCCIÓN A LA BIBLIA

(6 capítulos)


  1. Revelación de Dios

 

Dios, movido por su amor, quiere entablar un diálogo con todos los hombres y las mujeres del mundo entero. Él desea invitarnos a su compañía, participarnos su propia vida, hacernos hijos e hijas suyas. Él espera de todos nosotros una respuesta de aceptación de este regalo que nos ofrece y que nos conduce a corresponder con nuestro amor a él y a los hermanos.

Para llevar a cabo su plan hacia toda la humanidad, Dios entró en la historia, escogió al pueblo de Israel y se comunicó con él por medio de obras y palabras íntimamente unidas entre sí. Eligió a diversas personas para realizar su proyecto salvador, guiar a su pueblo y transmitirle su palabra. Es la historia de salvación que tiene su culmen y plenitud en la persona de Jesús. «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16). Jesús con sus palabras fue anunciando el Reino de Dios, que hizo presente con sus acciones y actitudes, de forma que con su persona entera y con su vida mostró el rostro misericordioso de Dios. A través de su pasión, muerte y resurrección, alcanzó la salvación para toda la humanidad.

Esta es la revelación amorosa del Padre Dios que culmina en su Hijo Jesucristo, concediéndonos así el don de su Espíritu Santo, que los une. A partir de los seguidores de Jesús en su vida terrena, luego, con el impulso del Espíritu, se formó la Iglesia, abierta a todas las personas, judías y no judías, comunidad discipular que guardó y transmitió de forma viva y actualizada la memoria de Jesús para la salvación de todas las personas.

  1. Tradición y Escritura

 

La revelación fue paulatina y progresiva. Poco a poco, Dios se fue manifestando y nos va conduciendo, con la luz de su Espíritu, a la Verdad plena, Jesús. Lo que Dios fue revelando, se fue transmitiendo entre el pueblo de múltiples formas. Por medio, por ejemplo, de narraciones, relatos catequéticos, cantos, ritos o celebraciones, leyes, testimonio y vida. Paulatinamente se vio la necesidad de empezar a poner por escrito esas tradiciones que interpretaban los hechos y las palabras de Dios y actualizaban su contenido a las distintas situaciones de la comunidad.

Así, a través de un proceso lento, se fueron formando los libros bíblicos. No cayeron del cielo. Son la memoria viva del pueblo judío y del pueblo cristiano, que transmite un pasado que tiene vigencia para el presente y el futuro. No pretenden ser una consignación fotográfica, un video o un audio, ni una mera transmisión material de la historia, sino una interpretación de ella con sus resonancias para el constante hoy de las comunidades creyentes.

  1. Formación de las Escrituras

La Biblia, como su nombre lo indica, constituye una serie de libros, en los que los creyentes, judíos y cristianos, reconocemos la Palabra de Dios transmitida y escrita por seres humanos. Los hagiógrafos o escritores sagrados fueron inspirados por Dios para escribir estos libros; son autores humanos que surgieron de la comunidad y a ella se dirigieron en sus escritos; emplearon sus facultades y talentos para realizar esta encomienda, de forma que lo escrito es Palabra de Dios inspirada por el Espíritu Santo y es también palabra humana, creación literaria de esos escritores. A veces en la composición de un libro intervinieron varios autores. Podemos decir que las personas se pierden detrás de sus obras. Por eso ellos no siempre cuidaron poner sus nombres. Muchos de los libros bíblicos son anónimos; en los mismos Evangelios no tenemos los nombres de sus autores. La tradición, con mayor o menor fundamento, ha asignado a unas personas esos libros. Seguramente ellos estuvieron en la base de los escritos, donde intervinieron quizá también otras personas más. Lo importante es que, sepamos o no el nombre de sus autores, reconocemos en sus escritos la Palabra de Dios.

La Biblia, llamada también «Sagradas Escrituras», asumiendo la pluralidad de libros, o Sagrada Escritura, acentuando su unidad en el proyecto divino, tiene dos grandes partes íntimamente unidas que forman un todo: el Antiguo Testamento (AT), que es el período anterior a Jesús, y el Nuevo Testamento (NT), a partir de él.

La Biblia fue compuesta entre los siglos X a.C. al I d.C., al principio de forma fragmentaria, no como los libros que han llegado a nosotros en su forma final. Los del Antiguo Testamento recibieron su forma definitiva prácticamente en los siglos VI al I. a.C. Los del NT, en su mayor parte, entre los años 50 y 100 de nuestra era. Con el correr de los siglos, por motivos prácticos, cada libro se dividió en capítulos (s. XIII) y versículos (s. XVI).

La Biblia fue escrita en los idiomas hebreo, arameo y griego. La mayor parte del AT está en hebreo, pero hay partes de los libros de Esdras y Daniel en arameo. También hay algunos libros y fragmentos en griego. En cambio, todos los libros del NT fueron escritos en griego.

Desde el principio, entre judíos, se vio la necesidad de traducir la Biblia hebrea al griego, para judíos que vivían en Alejandría, Egipto, cuyo idioma era el griego, y al arameo para cuando la mayor parte de los judíos de Palestina ya no conocía mucho el hebreo, sino que hablaba el arameo. También los cristianos comenzaron a traducir a distintos idiomas antiguos la Biblia entera, AT y NT: al latín, al siríaco, al copto y a muchos otros idiomas donde se iba difundiendo la Buena Nueva. Cuando surgieron nuevos idiomas, tradujeron la Biblia a ellos, por ejemplo, al español la Biblia completa fue traducida desde el s. XIII.

  1. ¿Una Biblia o diversas Biblias?

Las comunidades judías y cristianas tienen diferente número de libros en su Biblia, como se puede ver más ampliamente en la introducción siguiente, que es al AT:

            – Los católicos aceptamos 73 libros, 46 del AT y 27 del NT. En ocasiones, del libro de Baruc se separa el c. 6: la carta a Jeremías, y por eso se cuentan 74; pero es el mismo contenido que cuando se habla de 73 libros.

            – Los hermanos evangélicos o protestantes aceptan 39 libros del AT y 27 del NT

            – Los judíos reconocen 39 libros de la Biblia hebrea (agrupados en 24); al no aceptar a Jesús como el Mesías, no tienen el NT.

Hay que ser conscientes de esta diversidad, pero la Biblia no debe ser objeto de división ni de luchas internas. Partiendo de lo que nos une, todos debemos buscar responder al mismo Dios que nos habla

  1. Algunas características principales de la Biblia

–          La Biblia es palabra divina y a la vez palabra humana. Dios habla por medio de hombres en lenguaje humano. Él inspira las Escrituras con su Espíritu, pero no las dicta, sino que respeta a los escritores con sus habilidades y valores, al igual que con sus limitaciones y condicionamientos, conforme a su tiempo, cultura, mentalidad, situación social, etc. La Biblia, vista en su unidad y totalidad, nos transmite la verdad en orden a nuestra salvación.

Por ser palabra divina debemos acudir a ella con espíritu de fe, oración y escucha atenta a lo que nos dice Dios por medio de su Espíritu. Por ser palabra humana, debemos atender el aspecto literario de la Biblia, ya que en ella existen muchas formas de expresarse, comunicarse, transmitir una verdad, un pensamiento, una experiencia y vivencia; también se dan diferentes modos de pensar, de describir y de comprender la realidad. A la vez hay que estar atentos a la dimensión histórica de los libros bíblicos, ya que Dios se ha revelado en la historia humana. Saber en qué época se escribió un libro, darse cuenta de la mentalidad vigente, de la situación social que existía, de la problemática a la que se enfrentaban los escritores, es de gran valor para su interpretación. Para todo esto pueden ayudar muchos las introducciones y las notas de los libros, con tal de que no se deje de leer el texto bíblico.

–          La Biblia es, también, una palabra eclesial. En ella se encuentra la voz del pueblo de Dios, del judío en el AT y del cristiano en el NT. Los escritores sagrados, inspirados por Dios, han surgido de la comunidad, de ella han recibido la tradición, han escrito en nombre de y para el pueblo, para suscitar y consolidar su fe, para animarlo y para cuestionarlo. Sus escritos son expresión y norma de la fe común; en ellos se encuentra vida, luz y guía. Esto es lo que, de alguna forma, se llama el canon de la Biblia.

La Biblia es el libro del pueblo de Dios, no de una persona aislada. Pastores, estudiosos de la Biblia, y demás fieles hemos de aportar nuestro granito de arena para lograr una comprensión adecuada, ya que todos los miembros de la comunidad estamos llamados a leerla, escucharla con devoción, interpretarla, transmitirla y hacerla vida. En la comunión eclesial, el Magisterio de la Iglesia, ayudado por los estudiosos y atento al sentido de fe del pueblo, es el intérprete auténtico de la Palabra, a la que, junto con toda la Iglesia, está sometido como oyente y servidor de ella.

–          La Biblia es una palabra viva y actual. Dios nos interpela y espera de nosotros una respuesta comprometida de amor a él y al hermano por medio del amor, justicia, servicio desinteresado a los demás, especialmente a los más necesitados y marginados.

 

La Palabra de Dios no queda aprisionada en la Escritura. También descubrimos la presencia de esa palabra divina en la creación entera, libro maravilloso que nos habla de Dios y del compromiso de todos por cuidarla. Nos habla a través de las personas, en quienes descubrimos el rostro de Cristo y en él el del Padre. Nos habla a través de los acontecimientos, sin que esto signifique que todo lo sucedido sea voluntad de Dios. Pero aun en situaciones contrarias al plan divino, el Señor nos pide una respuesta para transformar la realidad. Nos habla, sobre todo, a través de Cristo, Palabra eterna del Padre, Palabra hecha carne, Dios verdadero y auténtico hombre frágil y mortal. Por eso la Biblia nos debe conducir al encuentro vivo con Jesucristo en el seno de su comunidad.

  1. Lectura e interpretación de la Biblia

La Biblia es un don de Dios para su pueblo. Desconocer las Escrituras, dice s. Jerónimo, es desconocer a Cristo (citado en Dei Verbum, nº 25). Por eso «los fieles han de tener fácil acceso a las Escrituras» (Dei Verbum, nº 22). Por desgracia hubo un tiempo en que en la Iglesia católica se restringió la lectura de la Biblia. Pero a partir del Concilio Vaticano II (1962-1965) ha habido una vuelta a las Escrituras.

La lectura nos coloca en la tarea de la interpretación. Sabemos que en ocasiones puede ser una labor difícil. Resuena el diálogo entre Felipe y el eunuco etíope que leía las Escrituras: «¿Entiendes lo que lees? […] ¿Cómo lo puedo entender, si nadie me lo explica?» (Hch 8,30-31). La segunda carta de Pedro, al hablar de las cartas de Pablo, advierte: «En ellas se encuentran algunos puntos difíciles de entender, que ignorantes y vacilantes tergiversan, como hacen con el resto de las Escrituras, para su propia perdición» (2 Pe 3,16). Esta es una llamada de atención para esforzarnos por interpretar bien, ayudándonos mutuamente.

¿Qué se requiere?:

– Espíritu de fe, escucha y oración para abrirnos a la luz del Espíritu, dialogar con el Dios que sale a nuestro encuentro y nos habla, descubrir la presencia de Cristo, Palabra eterna del Padre.

– Ambiente eclesial para que, en un clima de apertura a los demás y de pertenencia al pueblo de Dios, logremos una ayuda mutua en la interpretación.

– Actitud racional que, con la ayuda de la ciencia a nuestro alcance, nos permita valernos adecuadamente de la letra e historia que está detrás de los libros bíblicos para comprenderlos correctamente.

Necesitamos:

+ Leer atentamente el texto una y otra vez para comprender su significado; no se trata de tomarlo todo al pie de la letra, sino de entender lo que quiere decir.

+ Tomar en cuenta que ese texto pertenece a una parte del libro y a un escrito completo, que hay que leerlo para comprenderlo mejor. Atender a lo que está antes y después del texto seleccionado, pues suele iluminar más. El recurso a las introducciones y notas puede ser de gran ayuda, siempre y cuando no olvidemos el acercamiento al texto de la Escritura.

+ Saber que la verdad que Dios nos quiere comunicar para nuestra salvación no está ordinariamente en un texto aislado, sino en el conjunto de toda la Biblia. En ocasiones algunas personas quieren ver la verdad total en una frase suelta o manipulan los textos para la propia conveniencia.

– Apertura para actualizar la Palabra y dejarnos iluminar, cuestionar y transformar por ella en compromiso de amor, fraternidad, justicia y servicio.

La lectura puede hacerse de múltiples formas, por ejemplo: personal o comunitariamente, en la liturgia donde se proclama la Palabra de Dios, o por medio de la lectura orante o Lectio divina de la Escritura.

Al participar en la liturgia, en las celebraciones de la Eucaristía o Misa y de los demás sacramentos, tenemos una gran oportunidad de escuchar la voz de Cristo. Él está presente en su palabra (Sacrosanctum Concilium, nº 7). La comunidad entera debe tener una actitud de recogimiento y escucha, de meditación y oración, de compromiso y testimonio misionero, para discernir la voz del Señor. Como a las distintas iglesias del Apocalipsis, el Señor Jesús nos repite la invitación: «El que pueda entender, que entienda lo que el Espíritu dice a las Iglesias» (Ap 2,7).

También está el recurso a la Lectio divina o lectura orante de la Palabra, a nivel personal y a nivel comunitario. Es el ejercicio ordenado de la escucha de la Palabra en un texto de la Biblia. Los siguientes pasos esquematizan y ayudan el acercamiento

Lectio divina o lectura orante de la Palabra

Organización:

 

 

1. Lectio (lectura) ¿Qué dice el texto bíblico en sí mismo?

– Hay que leer y releer el texto bíblico, no darlo por conocido.

– Dependiendo del tipo de pasaje bíblico, la lectura será más provechosa si atendemos bien, entre otras cosas a sus pala­bras, a los personajes que aparecen –lo que dicen, hacen o les sucede–, a descubrir el mensaje transmitido.

– Todos estos medios nos conducen a una lectura atenta e inteli­gente del texto.

 

 

2. Meditatio (meditación) ¿Qué nos dice hoy el texto bíblico?

– Este segundo paso nos conduce a adentrarnos y profundizar en el significado del texto para dejarnos interpelar y cuestio­nar por la palabra de Dios que sigue teniendo su resonancia hoy.

– A la luz de los valores propuestos en el texto confrontamos nuestra vida y nuestra historia.

 

 

3. Oratio (oración) ¿Qué decimos nosotros al Señor como respuesta a su palabra?

– A partir del texto bíblico leído y meditado, en la oración di­rigimos nuestra mente, voluntad, sentimientos y palabras a Dios para dialogar con él.

– Basados en la letra o el espíritu del texto, elevamos a Dios una oración de alabanza, acción de gracias, súplica e interce­sión u otro tipo de plegaria. Orar es dejarnos transformar ya por la Palabra.

4. Contemplatio et actio (contemplación y acción) ¿Qué aspecto del misterio de Dios en su palabra hace arder en amor nuestro corazón y nos lleva a la conversión?

– Con recogimiento interior ponemos el texto en nuestro co­razón buscando contemplar y disfrutar el misterio de Dios presente en su palabra, así como mirar con nuevos ojos a Dios y a nosotros mismos, y mostrar en nuestras acciones de amor al Señor y a nuestros hermanos el cambio que Dios ha actuado en nosotros.

Los métodos de lectura pueden variar. Lo importante será acercarnos a la Palabra de Dios y, a través de ella, encontrarnos con Jesús, Palabra eterna del Padre, quien con su Espíritu nos impulsa a seguirlo en un compromiso de fidelidad a Dios, vivencia fraterna, misión y servicio a los demás.