INTRODUCCIÓN
Es muy poco lo que se sabe sobre el autor de este libro. Su nombre no se vuelve a repetir en el resto del Antiguo Testamento, y de él solo se dice que provenía de una ciudad desconocida, llamada Elcós (1,1).
La obra de Nahún comienza con un texto de alabanza al Señor como juez que no deja impune los delitos (1,1-2,3). Esta obra poética ha sido en su origen un salmo alfabético, es decir, la primera palabra de cada versículo comenzaba con una letra diferente, siguiendo el orden del alfabeto hebreo, pero en su estado actual este se encuentra incompleto y solo se detectan algunas letras. Varios comentaristas han intentado restaurar la obra de modo que aparezca el alfabeto completo, y han publicado textos que solo tienen valor hipotético.
El resto del libro (2,4-3,19) es una obra poética que describe de modo muy vivo la caída de Nínive, capital del imperio asirio, como castigo del Señor por todos sus crímenes. Esto sirve de indicio para fijar la fecha de la composición del libro en los últimos años antes del 612 a. C.
El imperio asirio había comenzado a expandirse a partir del siglo XIV a. C. y fue ampliando su territorio con sucesivas conquistas: Damasco, Babilonia, Egipto y Etiopía. En el año 722 a. C. los asirios se apoderaron del reino de Israel, destruyeron Samaría y llevaron a sus habitantes a la cautividad (2 Re 17,5-6). El reino de Judá, por su parte, había quedado convertido en provincia asiria por la sumisión del rey Ajaz (2 Re 16,7).
La declinación del imperio asirio comenzó cuando el naciente imperio neo-babilónico le arrebató importantes territorios, hasta que finalmente le dio el golpe final con la conquista de Nínive, su capital, en el año 612 a. C.
Asiria había llevado a cabo su política expansionista mediante invasiones y saqueos, deportación de poblaciones y terribles torturas a quienes se les oponían, como registran los grabados que adornaban sus palacios. De esta manera se impuso por su fuerza y por el terror, y se puede suponer que su caída fue vista con alegría por todos los pueblos del oriente medio. Una muestra de esto lo constituye el libro de Nahún, en el que se expresa el júbilo por la desaparición de la capital del imperio.
Dispuesto a cantar la caída de Nínive, culpable de la ruina y destrucción de muchas naciones, el profeta presenta al Señor como un Dios celoso por la justicia, dispuesto a castigar a sus enemigos, que son los enemigos de su pueblo. Es el Dios poderoso que está por encima de todo y provoca el temor del universo cuando se hace presente (1,1-8). Pero el profeta evita que se fije una imagen distorsionada del Señor cuando añade que el Señor es bueno para todos los que se refugian en él (1,7).
El autor canta con alegría porque ve la caída de Nínive como un castigo por la crueldad con que los asirios trataron a los pueblos vencidos (2,4-3,19), y no oculta sus deseos de venganza. Es admirable el ansia de justicia que brota del corazón de quien fue testigo de las atrocidades cometidas sobre las poblaciones pertenecientes a las ciudades conquistadas. Quien está de parte de los más débiles no puede menos que pedir al Señor que haga justicia y se alegre cuando esta se realiza. En el proceso del desarrollo de la revelación, y sobre todo en el Nuevo Testamento, se verá cómo estos legítimos deseos de justicia se deben purificar para que no incluyan deseos de venganza.
Llama la atención que en este libro no haya ninguna denuncia a Judá. Esto parece salirse de la tónica de los profetas preexílicos que echan en cara a dirigentes y pueblo sus fallas a la alianza. Por el contrario, el profeta anuncia el final de la opresión asiria (1,12-13) y la restauración de la grandeza del pueblo (2,1-3).
III. LA ESTREPITOSA CAÍDA DE NÍNIVE 2,4 – 3,19
N A H Ú N
Un Dios celoso es el Señor
Ex 34,6
1 1 Oráculo sobre Nínive. Libro de la visión de Nahún de Elcós.
Álef 2 Un Dios celoso y vengativo es el Señor.
El Señor es vengativo e irascible.
El Señor es vengativo hacia sus adversarios
y guarda rencor a sus enemigos.
3 El Señor es lento para enojarse
pero grande en poder,
y no deja sin castigo ningún crimen.
El Señor avanza por su camino
Jr 4,24; Sal 106,9
Bet El Señor avanza por su camino
en la tormenta y el huracán
y las nubes son el polvo de su pies.
Guímel 4 Increpa al mar y lo seca,
deja sin agua los los ríos;
Se marchitan el Basán y el Carmelo;
las flores del Líbano se marchitan.
He 5 Las montañas tiemblan ante él
y las colinas se deshacen.
Vau Ante su presencia se sobresalta la tierra
el mundo y todos sus habitantes.
Zain 6 Ante su rostro indignado, ¿quién opondrá resistencia?
Ante su ira ardiente, ¿quién resistirá de pie?
Het El ardor de su ira se derrama como el fuego,
y las rocas se quiebran ante él.
Tet 7 El Señor es bueno,
Yod un refugio en el día de la aflicción
y reconoce a los que confían en él.
8 Cuando pasa la inundación
Kaf extermina a los que se rebelan contra él,
y las tinieblas perseguirán a los enemigos.
¿Qué traman ustedes contra el Señor?
9 ¿Qué traman ustedes contra el Señor?
Él es quien ejecuta el exterminio,
la opresión no se repetirá.
10 Aturdidos por su borrachera
serán consumidos por completo,
arderán como maraña de espinos y como paja reseca.
11 De ti, Nínive, ha salido
el que trama el mal contra el Señor,
el consejero perverso.
¡Yo romperé tu yugo!
12 Esto dice el Señor:
«Aunque parezcan invencibles
y por numerosos que ellos sean,
serán abatidos y desaparecerán.
Aunque yo te haya humillado,
¡nunca más volveré a hacerlo!
13 Ahora, ¡yo romperé tu yugo,
el que te impusieron;
haré pedazos tus ataduras!».
Yo cavaré tu tumba
14 Esto decreta el Señor con respecto a ti:
«¡No tendrás descendencia
que perpetúe tu nombre!
¡Del templo de tus dioses
extirparé todos tus ídolos,
los esculpidos y los de metal!
Yo cavaré tu tumba porque eres un maldito».
El Señor restaura la grandeza de Jacob
Is 5,26-30; 52,7; Jr 5,15-17; 6,22-30 // Nah 2,1: Rm 10,15
2 1 ¡Mira! Sobre las montañas
los pasos del mensajero de buenas noticias,
del que anuncia la paz.
¡Celebra tus fiestas, Judá,
y cumple tus promesas!
Porque nunca más atravesará,
por medio de ti aquel ser perverso,
¡ha sido arrancado de raíz!
2 ¡Avanza contra ti el que te viene a dispersar!
Vigila desde las murallas,
Centra tu atención en el camino,
fortalécete y concentra todo tu poder.
3 El Señor restaura la grandeza de Jacob,
la grandeza de Israel,
porque salteadores te habían asaltado,
y desgajado tus brotes.
III. LA ESTREPITOSA CAÍDA DE NÍNIVE[3]
Se desmorona el palacio
4 El escudo de sus guerreros es rojo
y sus valientes visten de escarlata;
están listos para el combate,
empuñan sus lanzas,
y el acero de los carros refulge como fuego.
5 Los carros avanzan descontrolados por las plazas
y se abalanzan por las calles;
como si se tratara de antorchas
corren como relámpagos.
6 Se convoca a los oficiales
y ellos tropiezan en su marcha;
corren en dirección a la muralla,
y se disponen a la defensa.
7 Ceden las compuertas de los ríos,
y se desmorona el palacio.
8 La estatua de la diosa es retirada
y llevada al exilio;
sus servidoras se golpean el pecho
y gimen como palomas.
9 Nínive es como una piscina
cuyas aguas se escapan.
«¡Deténganse, deténganse!»,
pero nadie vuelve atrás.
10 ¡Saqueen la plata, saqueen el oro!
Es un tesoro inagotable, lleno de objetos preciosos.
Vacío, devastación, desolación
11 Vacío, devastación, desolación.
Desfallece el corazón
y tiemblan las rodillas;
el ánimo de todos se desploma,
no hay rostro que no se demude.
12 ¿Qué fue de la guarida de leones,
del pastizal de sus cachorros?
Allí paseaban el león, la leona y el cachorro de león,
sin que nada ni nadie los perturbara.
13 El león despedazaba a sus presas,
lo suficiente para dar a sus cachorros;
las destrozaba para sus leonas
y llenaba sus escondites de presas,
sus guaridas de presas despedazadas.
14 ¡Mira, yo vengo contra ti!
—oráculo del Señor del Universo-.
¡Haré que el fuego consuma tus carros humeantes,
y que la espada devore a tus cachorros!
¡Haré desaparecer de la tierra toda presa para ti,
y ya no oirá más la voz de tus mensajeros!
¡Qué devastada está Nínive!
3 1 ¡Ay de la ciudad sanguinaria,
toda llena de fraude y de rapiña,
que nunca suelta la presa!
2 Chasquido de látigos, chirrido de ruedas;
galope de caballos, rebotar de carros.
3 Carga de caballería, resplandor de espadas,
relampagueo de lanzas;
multitud de caídos, montones de muertos.
¡Un sinfín de cadáveres
con los que se tropiezan al andar!
4 Por causa de las muchas prostituciones
de la bien dotada prostituta,
de la maestra en brujerías:
la que embaucaba a naciones
por medio de sus prostituciones,
y a poblaciones enteras por medio de sus embrujos.
5 ¡Mira, yo vengo contra ti!
—oráculo del Señor del Universo.
¡Te levantaré el vestido hasta arriba,
mostraré tu desnudez a las naciones
y tu indecencia, a los reinos!
6 ¡Arrojaré inmundicias sobre ti
y te expondré al desprecio público!
7 Todo aquel que te vea
huirá de ti, diciendo:
«¡Qué devastada está Nínive!
¿Quién se conmoverá por ella?
¿Habrá alguien que le procure consuelo?».
¿Acaso te crees mejor que Tebas?
Os 10,14; 14,1
8 ¿Acaso te crees mejor que Tebas
situada a orillas del Nilo
y rodeada por las aguas,
la que del mar había hecho su defensa,
y de las aguas, su muralla?
9 Etiopía y Egipto eran su fuerza ilimitada.
Put y los libios eran sus aliados,
10 Aun así, fue exiliada y partió al cautiverio;
además reventaron a sus niños pequeños
en todas las esquinas,
se selló el destino de sus notables
y todos sus nobles fueron encadenados.
11 ¡También tú, embriágate y escóndete bien!
¡También tú, búscate un refugio ante el enemigo!
Tu herida es incurable
Is 19,16; Jr 50,37; 51,30
12 Todas tus fortificaciones
son como higueras cargadas de brevas;
si las sacuden caen
sobre la boca de aquel que las come.
13 ¡Mira! En tu interior, las gentes actúan
como mujeres ante tus enemigos;
las puertas de tu territorio están abiertas de par en par
y el fuego ha devorado tus cerrojos
14 Acumula agua para el asedio,
refuerza tus fortificaciones;
pisa el barro, aplasta la arcilla
y prepara el molde para los ladrillos.
15 Allí el fuego te devorará,
y la espada te exterminará;
te devorará como el pulgón.
¡Multiplícate como el pulgón!
¡Multiplícate como la langosta!
16 Aumenta el número de tus mercaderes
tantos, como las estrellas del cielo,
¡son pulgones que se liberan
para luego alzar el vuelo!
17 Tus guardianes son como langostas;
tus capitanes, una nube de insectos:
en el día frío se guarecen tras los muros
y apenas salido el sol se escabullen,
sin que se sepa adónde han huido.
18 Tus pastores están dormidos, rey de Asiria,
tus oficiales, recostados,
tu pueblo vaga disperso por las montañas
y no hay quien lo reúna.
19 Tu fractura no tiene remedio,
tu herida es incurable.
Todo los que oigan hablar de ti
aplaudirán tu desgracia,
porque, ¿sobre quién no
recayó tu incesante maldad?
[1] 1,1-8. El himno comienza con una descripción de Dios que se prepara para ejecutar un juicio. Su figura es aterradora, como era común en la literatura religiosa de la época del autor, y también en textos del Antiguo Testamento (Sal 18). Para afirmar que Dios no deja impunes los delitos, el autor utiliza términos como “Vengador” y “Rencoroso”. El contexto total de la Escritura muestra que Dios, en su proceder, no tiene los defectos y limitaciones que se dan en el proceder humano (“El Señor no es un hombre” Nm 23,19; 1 Sm 15,29). Si se dice que Dios es vengador y rencoroso, es necesario purificar estos términos de todos los aspectos defectuosos que se dan cuando se aplican a los seres humanos. El autor del himno introduce una referencia a la bondad de Dios (v.7) y su actitud para con los afligidos y los que confían en él. De esta manera logra que el Dios de Israel no se confunda con los dioses crueles de otras religiones.
[2] 1,9-2,3. El Señor habla alternadamente a Nínive y a Judá. Acusa a la capital de los asirios por la opresión a la que ha sometido a Israel. Al atacar al pueblo de Dios, se ha manifestado como enemiga del Señor (1,9-11). Se dirige después a Judá y le anuncia el final de su condición de sometimiento con respecto a Nínive (1,12-13). Continúa hablando al rey de los asirios para anunciarle su triste final (1,14), y por último dirige un discurso a Judá, en el que le anuncia con alegría la restauración de su grandeza (2,1-3).
[3] 2,4-3,19. El himno describe con imágenes llenas de colorido y movimiento, el momento del ataque final del ejército de Babilonia contra la ciudad de Nínive. La capital de los asirios caerá ante la violencia de sus enemigos, así como antes otras ciudades importantes cayeron ante el avance de Asiria (3,8-10). Las estatuas de sus dioses, en los ellos confiaban, también fueron llevadas a la cautividad (2,8).
Las imágenes que se suceden y se superponen, muchas de ellas con descarnada crueldad, dejan ver la alegría del autor por la caída de la ciudad que por el terror y la fuerza se había impuesto durante siglos.