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ATRAS

(16 capítulos)

SEGUNDA CARTA A LOS TESALONICENSES


I- «A la comunidad de los tesalonicenses» (1,1): las doctrinas de otros misioneros


Para los datos acerca de la ciudad de Tesalónica y la comunidad de discípulos que vivía en ella, nos remitimos a la Introducción de 1 Tesalonicenses. A aquellos desafíos, habría que agregar algunos más. 

Inquieta al autor de 2 Tesalonicenses las doctrinas difundidas por otros misioneros llegados a Tesalónica acerca de la venida en gloria del Señor que, sin discernimiento alguno y en contra de la enseñanza recibida, los cristianos aceptan, creándoles gran confusión. Sobre esto cundía el desconcierto y el temor a causa de rumores alarmistas que iban y venían. Incluso, el autor alude a una supuesta carta de Pablo que afirmaba que «el Día del Señor ya ha llegado» (2 Tes 2,2). Un segundo desafío tiene que ver con un difuso malestar que creó por pensar que Dios no actúa con suficiente fuerza contra los enemigos de la comunidad. Ésta es perseguida y sometida a sufrimientos, ¿y dónde está Dios? Los que hacen sufrir prosperan (tema recurrente en algunos Salmos y en Job) y los discípulos no conocen el consuelo. Un tercer desafío es la acentuación del problema económico y comunitario de aquellos que no trabajan, pero se meten en todo, porque piensa que, dada la inminencia de la venida del Señor, todo lo que emprendan será inútil. 

Para salir al paso de estos desafíos se escribe la Carta, recordando algunas enseñanzas que los tesalonicenses ya han recibido, pero en las que no han sabido mantenerse fieles.


II- «En cuanto a la venida de nuestro Señor» (2,1): teología de 2 Tesalonicenses


La segunda venida del Señor pertenece al núcleo del mensaje cristiano. Si en 1 Tesalonicenses es un acontecimiento inminente y se pide vigilancia, en 2 Tesalonicense se enseña que, en realidad, no será tan pronto, y se pide paciencia. No es pronto porque el retorno del Señor debe seguir un proceso con determinados períodos o etapas que dependen de la voluntad de Dios (2 Tes 2,1-12). Al igual que en la apocalíptica judía tradicional (Dn 9; 12,5-13; Mc 13,7-8), tienen que cumplirse ciertos eventos, fijados por Dios, para que llegue el fin del tiempo. Que se niegue que sea un acontecimiento puntual e inminente, no quiere decir que no sea una certeza de fe con consecuencias en la conducta cristiana. 

¿Cuáles son esos períodos o etapas? Entre la ascensión de Cristo a los cielos y su segunda venida o parusía hay que contar con «el misterio de la iniquidad» que ocultamente está actuando (2 Tes 2,7). Lo hace para obstaculizar, con sus artimañas y engaños, el seguimiento del Señor y la misión de la Iglesia (1 Tes 2,18; 2 Cor 2,11). Luego, vendrá la apostasía generalizada y el enfrentamiento entre las fuerzas del mal y los santos o consagrados a Dios por el bautismo (Mt 24,9-12). Se trata de un período indeterminado en el que se manifestará el causante del misterio de la iniquidad, llamado «el hombre de la iniquidad» o «el hijo de la perdición» o, simplemente, «el Impío», es decir, el que no responde a ley alguna (2 Tes 2,8; Rom 9,22; ver Dn 11,31). Él encarna la potencia del mal y de la mentira, oponiéndose a la presencia salvadora de Dios en el mundo. Se enfrentará con saña a Dios y a su Mesías y a todo quien lo siga, porque busca ser adorado como dios (2 Tes 2,3-4). Es probable que esta misteriosa figura, individual o colectiva, fuera conocida por los lectores de la Carta

Porque la función el Impío en el mundo es similar a la de la bestia, al falso profeta del Apocalipsis (Ap 13,11-18; 19,20) y al “anticristo” (1 Jn 2,18.22), su venida, sus mentiras e injusticias responden a Satanás y a su poder. Por ello actúa con todo tipo de prodigios para engañar a los de Dios y erigirse él mismo en dios (2 Tes 2,9-12). Sin embargo, algo o alguien retiene su plena manifestación, sin que sepamos -de nuevo- de qué o quién se trata (Ap 12,9-12; 20,1-3). Cuando el misterio de la iniquidad llegue a su culmen por obra del Impío es el momento de la presencia del Señor en gloria, quien lo derrotará para siempre e instaurará el bien y la vida por siempre (2 Tes 2,8; Rom 16,20). 

No es fácil comprender estos acontecimientos que pertenecen al «Día del Señor» (2 Tes 2,2). El vocabulario y las imágenes apocalípticas nos resultan oscuras, pues hemos perdido sus referentes. De aquí que, más que en los detalles, tenemos que procurar la comprensión del mensaje central de la Palabra de Dios. Y el mensaje central es que el «Día del Señor» es un día de juicio para condenación de los que no quisieron aceptar la Buena Noticia acerca de Jesucristo (Rom 1,18; 2,8) y para salvación de los que han sido santificados por el Espíritu y creyeron en la verdad. Los primeros se hundirán en la destrucción eterna, y éstos participarán de la gloria del Señor. El futuro, pues, rige el presente cristiano. Y si así culminará el tiempo escatológico, lo que hoy se opone a la verdad no es el error, sino la injusticia. Lo que hoy realmente importa es cómo vivir de cara al Señor y a los demás para nuestra conducta sea aprobada cuando venga el Señor de la historia. Y cuando el Señor sea el soberano de todo y de todos entregará el Reino a su Padre (1 Cor 15,24-26).


III- «El saludo es de mi propia mano: “Pablo”» (3,17): organización literaria de 2 Tesalonicenses


1- ¿Una Carta de Pablo?


A diferencia de 1 Tesalonicenses y a partir del siglo XIX, mucho se ha discutido si esta Carta es de Pablo o no. Los que piensan que no, se apoyan en el carácter distante y formal del escrito frente a la cercanía de la primera Carta, tratándose de los mismos destinatarios; en notables diferencias de vocabulario, de estilo y de sintaxis de las frases, como si se tratara de autores diversos; en la figura de Pablo, idealizado y autoritario; en cambios de perspectivas teológicas en relación con la parusía del Señor: lo que era inminente, se retrasa a un tiempo indeterminado; en expresiones y versículos enteros tomados de 1 Tesalonicenses, reescritura que ninguna Carta auténtica de Pablo presenta. El autor de 2 Tesalonicenses sería un discípulo de Pablo que, luego de su muerte e imitando la primera Carta destinada para cristianos de la primera generación (30-70 d.C.), escribe para discípulos de la segunda generación (70-110 d.C.) con el fin de corregir errores de interpretación de la doctrina escatológica del Apóstol. Para que sea aceptada su enseñanza, pone la Carta bajo el nombre y autoridad de otro, procedimiento llamado pseudoepigrafía (2 Tes 3,17). Si así hubiera sido, esta carta circular se escribió hacia el año 70 d.C., para la segunda generación de cristianos, en el contexto de la guerra judeo-romana de los años 66-70 que dio pie a una renovada fiebre apocalíptica, pues se creía que llegaba el fin del mundo. Otros la datan en el último decenio del siglo I.

Otros estudiosos, en cambio, acentuando el paralelismo de algunos puntos a nivel literario como teológico en ambas Cartas, sostienen que 2 Tesalonicenses fue escrita por el mismo autor de 1 Tesalonicenses, es decir, por Pablo; la firma, por tanto, correspondería a él. En este caso, el destinario sería la comunidad de discípulos de la ciudad portuaria de Tesalónica, compuesta sobre todo por paganos convertidos. Pablo la habría escrito en Corintio hacia el año 50 o 51 d.C., poco después de 1 Tesalonicenses

La discusión está lejos de resolverse. Por ello, en nuestra presentación asumimos la opinión mayoritaria: 2 Tesalonicenses no sería de Pablo, sino de alguno de sus discípulos, escrita para la segunda generación de cristianos (70-110 d.C.). 


2- Organización literaria y actualidad


Una posible organización literaria de 2 Tesalonicenses es la siguiente: 


Saludo inicial

1,1-4

I

Venida del Señor y tiempo de apostasía


1,5-2,12

II

Exhortaciones y recomendaciones


2,13-3,15

Saludo final

3,16-18


Entre el saludo inicial y final encontramos dos secciones. En la Primera, el autor corrige malos entendidos de la comunidad acerca de la venida de Jesucristo. Para ello introduce consideraciones nuevas respecto a 1 Tesalonicenses. Luego del misterio de iniquidad y de la parusía o venida de su responsable, el «hombre de la iniquidad» o el «Impío», muchos renegarán de Cristo. Cuando esté en su apogeo, se manifestará el Señor, derrotándolo para siempre. En la Segunda sección se aborda un género común en las cartas paulina: los consejos e instrucciones acerca de aspectos concretos de la vida cristiana, en este caso, como consecuencia de la parusía del Señor. Se destacan tres: la fidelidad a las enseñanzas recibidas, la necesidad de estar en vela y en oración ante la venida del Señor, y el trabajo cotidiano para ganarse el pan sin transformarse en carga para nadie. 

Hoy como nunca, para los que vivimos nuestra fe en este tercer milenio en medio de un gran relativismo y de una gran confianza en la ciencia y la técnica, la esperanza en la segunda venida del Señor tiene que ser una certeza de fe tal, que aporte sentido trascendente a nuestro compromiso por construir un mundo traspasado por el Reino de Dios. La consumación definitiva de la historia con la venida del Señor no saca al discípulo del mundo, al contrario, lo inserta en él, renovándole la esperanza de que todo y todos lo que se abren a la comunión con Dios están destinado a la salvación. La vocación a la que hoy y aquí estamos llamados es alcanzar en plenitud la perfecta imagen del Hombre nuevo, Jesucristo a quien la Iglesia ansía y espera. 



2 Tesalonicenses


Saludo inicial


1,1-4. Al igual que 1 Tesalonicenses, dos pasajes conforman el saludo inicial: el primero contiene remitentes, destinatarios y el anhelo de gracia y paz para la comunidad (1,1-2), y el segundo es una acción de gracias a Dios por la calidad de la fe y del amor de la comunidad y por el sano orgullo que estos dones provocan en Pablo y su equipo misionero (1,3-4). 


A la comunidad de los tesalonicenses


11 Pablo, Silvano y Timoteo a la comunidad de los tesalonicenses congregada en Dios, nuestro Padre, y en el Señor Jesucristo: 2 gracia y paz a ustedes de parte de Dios Padre y del Señor Jesucristo. 


1,1-2: El saludo inicial de la Carta es igual a 1 Tesalonicenses en remitentes, destinatarios y anhelos de bien. A la presentación de los remitentes (Pablo, Silvano y Timoteo) sigue la del destinatario que es la iglesia o comunidad de discípulos que vive su fe en Tesalónica. Luego, la gracia y la paz que provienen de Dios Padre y de su Hijo, característicos de las Cartas paulinas, son los dones deseados por los misioneros a sus misionados; ellos incluyen el deseo de que vivan la salvación de Cristo y sus consecuencias. 


1,1: Hch 15,22; 16,1 / 1,1-2: 1 Tes 1,1


Debemos dar gracia a Dios por ustedes


3 Siempre, hermanos, debemos dar gracias a Dios por ustedes, como conviene, porque su fe va creciendo y va aumentando el amor mutuo de todos y el de cada uno, 4 al punto de que nos sentimos orgullosos de ustedes ante las iglesias de Dios por su constancia y por la fe con que soportan todas sus persecuciones y sufrimientos. 


1,3-4: Como en las Cartas paulinas, al saludo inicial sigue la acción de gracias a Dios (nota a 1,1-4). El motivo es que las virtudes teologales de la fe, el amor y la esperanza crecen y sustentan la vida en Cristo de aquellos discípulos. El progreso en la vida cristiana de los misionados es la honra del misionero. El orgullo u honor es uno de los valores sociales más apreciados en el mundo grecorromano del siglo I, y una de sus fuentes es la unidad y estabilidad de la familia. El autor no oculta que rebosa en sano orgullo porque “su familia”, las comunidades cristianas, se muestran fuerte en las virtudes teologales (1 Tes 1,3; 5,8) y soportan con perseverancia el embate del mal y la persecución (Mt 5,11-12). Por las iglesias corre la sangre del Hijo de Dios derramada en la cruz y de aquí sus frutos. Este máximo motivo de honor se convertirá, al fin de los tiempos, en recompensa o corona del misionero (1 Tes 2,19). 


1,3: 1 Tes 1,2; 3,6-12; 4,9-10 / 1,4: 1 Tes 1,7-8


I

Venida del Señor y tiempo de apostasía


1,5-2,12: Se vienen dando malos entendidos en la comunidad acerca de la venida o parusía del Señor y del juicio final, tema esencial de la catequesis apostólica. La intención del autor es poner las cosas en su lugar. Lo hace con un vocabulario e imágenes apocalípticas, lenguaje que desconocemos; de aquí la dificultad para entender el mensaje, el que sí entendían los destinatarios originales. Por tanto, al leer lo que sigue no podemos quedarnos en los detalles, sino buscar aquellas enseñanzas que nos permitan alimentar nuestra certeza en la venida del Señor y conocer qué disposiciones se nos pide. La búsqueda del significado preciso de cada signo es un empeño condenado al fracaso. 


Es justo que Dios les dé alivio


5 La prueba del justo juicio de Dios es que ustedes son considerados dignos de su Reino por el que están sufriendo. 6 Y ya que es justo para Dios retribuir con sufrimientos a quienes les hacen sufrir, 7 también lo es que a ustedes, que ahora sufren, les dé alivio, junto con nosotros, cuando el Señor Jesús se revele desde el cielo con sus ángeles poderosos 8 entre fuego ardiente, para castigar a los que no conocen a Dios ni obedecen al Evangelio de nuestro Señor Jesús. 9 Estos sufrirán la pena de la destrucción definitiva, lejos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder, 10 cuando él venga en aquel día para ser glorificado por sus santos y admirado por todos los creyentes. Y ustedes han dado crédito a nuestro testimonio. 


1,5-10: Una de las preocupaciones de los discípulos en medio de aquel contexto adverso para el seguimiento del Señor se puede formular con una pregunta, hecha ya en el Antiguo Testamento: ¿por qué los injustos prosperan y los justos la pasan mal? (Jr 12,1). La respuesta proviene de la venida del Señor y su finalidad: el Señor viene como Juez universal a restablecer la justicia (Hch 17,30-31). Todos, al fin del tiempo, obtendrán lo que merecen sus actos. Los que rechazaron conocer a Dios (Jr 9,1-8), porque se opusieron a la Verdad y dieron la espalda al proyecto divino de salvación, cosecharán destrucción eterna (2 Tes 2,11-12; Rom 10,16); éstos que optaron por vivir lejos de Dios, así permanecerán por la eternidad. En cambio, los que en el juicio sean considerados dignos de participar en el Reino y sean fieles en las persecuciones cuando aparezca el «misterio de la iniquidad» (2 Tes 2,3.7), gozarán de la gloria del Señor para siempre. Dios quiere nuestra salvación (1 Tim 2,4), pero el participar o no de sus bienes depende de la libertad y responsabilidad con que se reciban sus dones. 


1,5: Mt 4,17 / 1,7: Ez 1,4; 8,2; Mt 25,31; Mc 8,38 / 1,8: Éx 13,22 / 1,9-10: Is 2,10-17; Ap 20,9-10.14-15


Oramos para que… Dios los haga dignos de la vocación


11 Por eso oramos siempre por ustedes, para que nuestro Dios los haga dignos de la vocación y, con su poder, lleve a plenitud todo propósito de hacer el bien y toda acción que proviene de la fe, 12 para que así sea glorificado el nombre de nuestro Señor Jesús en ustedes y ustedes en él, conforme a la gracia de nuestro Dios y de Jesucristo, el Señor.


1,11-12: El propósito de esta oración de intercesión es pedir a Dios que cada miembro de la comunidad viva su identidad discipular. El discípulo, por pura gracia, está llamado a alcanzar la plenitud de su vocación de hijo e hija de Dios. En esta vocación no está solo, pues cuenta con Dios y «su poder», alusión al Espíritu Santo, fuente de fidelidad y crecimiento (2 Tes 1,11; Rom 15,13). La identidad o ser discipular se expresa en actos: llevar una conducta tal que Jesús sea glorificado y no despreciado por la maldad de los suyos. El discípulo que sea digno de la vocación recibida participará de la gloria de su Señor por siempre (1 Tes 2,12; 2 Tes 2,14). 


1,11: Flp 2,13 / 1,12: Is 66,5; Jn 17,10.24


En cuanto a la venida de nuestro Señor


21 En cuanto a la venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con él, les suplicamos, hermanos, 2 que no pierdan fácilmente la cabeza ni se alarmen por alguna revelación, rumor o supuesta carta nuestra, afirmando: «¡El Día del Señor ya ha llegado!». 

3 ¡Que de ningún modo nadie los engañe! Porque primero tiene que venir la apostasía y manifestarse el hombre de la iniquidad, el hijo de la perdición, 4 el que se alza orgulloso contra todo lo que es divino o es digno de adoración, hasta llegar incluso a sentarse en el Templo de Dios, presentándose a sí mismo como si fuera Dios. 

5 ¿No recuerdan acaso que les decía esto cuando estuve con ustedes? 6 Ahora ya saben qué lo retiene, para que se manifieste sólo en el momento dispuesto. 7 De hecho, el misterio de la iniquidad ya está actuando; sólo hace falta que salga de en medio quien todavía lo retiene. 8 Y entonces se manifestará el Impío, a quien el Señor Jesús destruirá con el soplo de su boca y anulará con el esplendor de su venida. 9 La venida del Impío, por el poder de Satanás, será con toda clase de milagros, con señales y prodigios falsos 10 y con todo tipo de engaños, propios de la injusticia, para los que están en vías de perdición por no haber aceptado el amor de la verdad para salvarse. 11 Por eso Dios les manda un poder que induce al error, para que ellos crean en la mentira 12 y sean así condenados todos los que no creyeron en la verdad, sino que, por el contrario, se deleitaron en la injusticia.


2,1-12: Este pasaje no es de fácil comprensión. San Agustín se preguntaba: «¿Qué ha querido decir el apóstol?», y respondía: «¡Confieso que no sé nada!». Con un oscuro lenguaje apocalíptico (nota a 1,5-2,12), el autor interpreta la historia, demostrando por qué la parusía no es inmediata a pesar de los rumores inquietantes y una supuesta carta de Pablo. El Señor vendrá cuando se cumplan los períodos fijados por la voluntad salvadora de Dios. A la ascensión del Señor sigue el período del «misterio de la iniquidad» que, de modo encubierto, está ya actuando en el mundo (2,7). Cuando llegue el momento dispuesto por Dios, se manifestará el cabecilla de ese misterio de la iniquidad, «el hombre de la iniquidad» o «el Impío», porque vive sin Ley (2,3.8). Se trata de una figura misteriosa que participa del poder de Satanás y, como él, es homicida y mentiroso (Jn 8,44). Su función es la de “anticristo”, es decir, oponerse a todo lo de Dios, negar a su Hijo y perseguir a sus discípulos (1 Jn 2,18.22; 5,19-21). El Impío, pues, es el causante de la apostasía, de que los hombres renieguen de Dios y se entreguen a los ídolos y a la maldad. Sin embargo, no puede manifestarse aún, porque se lo impiden (Ap 20,1-3). Apenas se manifieste con todo su apogeo, ocurrirá la parusía: vendrá el Señor Jesús en gloria, lo derrotará y expulsará de este mundo para siempre (Jn 12,31). Entonces, el Señor inaugurará el período del juicio final que será de condenación para los hijos de la impiedad que han sustituido a Dios, y de salvación para los hijos de Dios que se complacen en cumplir la voluntad del Padre celestial. ¡Dios es quien salva al hombre y la historia, no nosotros!


2,1: Mt 24,31 / 2,2: 2 Tim 2,16-18 / 2,3-4: Dn 11,36-37; Ez 28,2; Heb 3,12; Ap 13,1-8 / 2,8: Is 11,4; Sal 33,6 / 2,9: Mt 24,24 / 2,10: Jn 8,32 / 2,11: 1 Re 22,22 / 2,12: Jn 3,19; 9,39


II

Exhortaciones y recomendaciones


2,13-3,15: En lo que sigue, como en la parte dedicada a la exhortación de las cartas paulinas, el autor da orientaciones y pone exigencias para conducir la vida personal y comunitaria como respuesta a Dios y a sus dones, siempre en el horizonte de la parusía del Señor. Desde el inicio deja claro que la iniciativa de la elección y los dones recibidos son de Dios. Varias son las orientaciones y exigencias, propias de quien tiene experiencia comunitaria: la fidelidad al don recibido y a las enseñanzas de los misioneros (la “tradición”: 2,15; 3,6.14), la oración de unos por otros, el trabajo responsable, la preocupación por hacer el bien y la corrección fraterna. 


Dios los eligió como primicias para la salvación


13 Nosotros siempre debemos dar gracias a Dios por ustedes, hermanos amados por el Señor, porque Dios los eligió como primicias para la salvación, mediante la santidad por obra del Espíritu y de la fe verdadera. 14 Así, por medio de nuestro Evangelio, Dios los llamó a poseer la gloria de nuestro Señor Jesucristo. 

15 Por tanto, hermanos, permanezcan firmes y conserven las tradiciones que aprendieron de nosotros, sea de palabra o por carta.

16 Que nuestro mismo Señor Jesucristo y que Dios, nuestro Padre, quien gratuitamente nos amó, nos dio un consuelo eterno y una magnífica esperanza, 17 consuele sus corazones y los afiance en todo bien, lo mismo de obra que de palabra.


2,13-17: La acción de gracias a Dios tiene una estructura trinitaria: se dirige a Dios Padre quien, por el Señor Jesús, nos regaló la salvación que se realiza hoy mediante la acción santificadora del Espíritu. Los motivos para dar gracias son similares a la oración de intercesión (nota a 1,11-12). El discípulo está llamado a caminar por elección de Dios en el don de la salvación cuyo principal fruto es la filiación divina. Este primer fruto, que el discípulo conoce y recibe por el anuncio y la aceptación de «nuestro Evangelio» (2,14; 1 Tes 1,5), se va haciendo fecundo gracias a la sinergia entre la santificación del Espíritu y la fe del creyente que actúa mediante el amor (1 Pe 1,2; Gál 5,6). Se pide una triple fidelidad al Señor: ser perseverantes en medio de las pruebas, conservar la enseñanza recibida (1 Tes 3,8; 4,1-2) y hacer una opción irrenunciable por el bien (Gál 6,9-10). Dios acompaña la vocación otorgada consolando al creyente y fortaleciendo su esperanza en la comunión plena con su Señor (1 Tes 4,17-18). 


2,13-14: Rom 8,29-30 / 2,15: 1 Cor 11,2 / 2,17: Rom 5,2; 1 Tes 3,11-13


El Señor los afianzará y protegerá del Maligno


31 En fin, hermanos, oren por nosotros, para que la palabra del Señor siga difundiéndose y sea recibida con estima, tal como sucede entre ustedes, 2 y para que nos veamos libres de la gente perversa y mala, ya que no todos tienen fe.

3 El Señor, que es fiel, los afianzará y protegerá del Maligno. 4 Respecto a ustedes, tenemos absoluta confianza en el Señor que hacen lo que les ordenamos, y lo seguirán haciendo. 5 Que el Señor guíe sus corazones hacia el amor a Dios y hacia la espera paciente de Cristo. 


3,1-5: La oración no es sólo del misionero por sus misionados (1,3.11), sino también de éstos por quienes les han transmitido el Evangelio. Dos motivos la alientan: que los evangelizadores no decaigan en su labor de anunciar la Palabra de Dios (Col 4,3) y que el Señor –porque es fiel– los libre de los que buscan hacerles el mal (1 Tes 2,2.14-16; Rom 15,30-31). La propósito es que todos, misioneros y misionados, se consoliden en el bien, porque Dios los protege del Maligno y de las fuerzas que están a su servicio (1 Tes 3,5; 2 Tes 3,13). La comunidad es invitada a practicar lo que se les enseñó de palabra o por cartas (2 Tes 2,15), lo que requiere que el misionero transmita lo que ha recibido, por tradición, del mismo Señor. La Palabra que proviene de Dios y es recibida como tal nunca está encadenada (1 Tes 2,13; 2 Tim 2,9). Ella, escuchada con obediencia y transmitida con fidelidad, es la savia de la evangelización. Así, por su Palabra, Dios guía los corazones hacia su amor, construye un mundo de justicia y solidaridad, y alimenta la esperanza en la venida de su Hijo. 


3,1: 1 Tes 5,25 / 3,3: 1 Cor 10,13 / 3,4: 1 Jn 2,14 / 3,5: 1 Cor 13,13


¡Si alguno no quiere trabajar, que no coma!


6 Hermanos, les ordenamos en nombre de nuestro Señor Jesucristo que se aparten de todo aquel hermano que vive ociosamente y no sigue la tradición que recibieron de nosotros. 

7 De hecho, ustedes saben cómo deben vivir para imitarnos, pues no vivimos ociosamente entre ustedes, 8 ni nadie nos regalaba el pan que comíamos, sino que trabajábamos con esfuerzo y fatiga, día y noche, a fin de no ser una carga para ninguno de ustedes. 9 Y no porque no tengamos derecho a ello, sino para que tuvieran en nosotros un ejemplo que imitar. 10 Además, cuando estábamos con ustedes, les dimos esta orden: «¡Si alguno no quiere trabajar, que no coma!». 

11 Porque, en efecto, nos hemos enterado de que algunos de ustedes viven ociosamente y no trabajan en otra cosa que no sea en entrometerse en todo. 12 A ésos les ordenamos y exhortamos en el Señor Jesucristo a que, trabajando sin perturbar a nadie, se ganen su propio pan. 13 Y ustedes, hermanos, no se cansen de hacer el bien. 

14 Si alguno no obedece las indicaciones que damos en esta carta, identifiquen quién es y no se junten con él, para que se avergüence. 15 Sin embargo, no lo consideren como enemigo, sino corríjanlo como a hermano. 


3,6-15: Aunque la Carta parece terminar con el pasaje anterior (ver 3,5), continúa con una dura reprimenda a los que viven sin hacer nada y entrometiéndose en todo. El argumento pudo ser el siguiente: “si el Día del Señor es inminente (2,2), ¿para qué trabajar si todo se va a acabar?”. La expectativa inmediatista de la venida del Señor y el desprecio en ciertos ambientes por el trabajo manual, herencia de la mentalidad grecorromana, llevaban a algunos a una vida de ocio, con tiempo suficiente para meterse en todo, perturbando la vida comunitaria. Una vez más el autor recurre a la autoridad de Jesucristo y a la imitación del misionero con el fin de reivindicar el trabajo responsable en busca del propio sustento y de la ayuda de los necesitados (Hch 20,34; 1 Tes 2,9-10; Ef 4,28). Por lo demás, ya se enseñó que deben cumplirse los períodos establecidos por Dios para la venida del Señor por lo que no hay fundamentos para pensar que su parusía es inmediata (nota a 2,1-12). La amonestación a los desobedientes y la separación de ellos, como medida disciplinar, servirán para su conversión (1 Cor 5,11-13). En lugar de motivar al discípulo a la evasión de su compromiso histórico, la certeza de la venida del Señor le exige asumir con mayor responsabilidad su aporte creativo a la sociedad en vista de su plenitud futura.


3,6: 1 Tes 4,1 / 3,7: Gál 4,12 / 3,8: Hch 18,3 / 3,9: Mt 10,9-10 / 3,10: Gn 3,19 / 3,11: 1 Tim 5,13 / 3,12: 1 Tes 4,11-12 / 3,13: Gál 6,9 / 3,15: 1 Tes 5,14


Saludo final


El saludo es de mi propia mano: «Pablo»


16 Que el mismo Señor de la paz les conceda la paz siempre y en todo lugar. El Señor esté con todos ustedes. 

17 El saludo es de mi propia mano: «Pablo», y ésta es mi firma en cada carta; así escribo yo. 

18 ¡La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con todos ustedes!


3,16-18: Como en las cartas auténticas (1 Cor 16,21), no debe llamar la atención la firma de Pablo en 2 Tesalonicenses, carta que quizás él no escribió. Se trata con probabilidad de una carta pseudoepigráfica, escrita por un discípulo de Pablo, que invoca su autoridad cuando el Apóstol ya ha muerto, pues busca transmitir e interpretar su enseñanza para los contextos nuevos en que viven discípulos de tradición paulina de la segunda generación (70-110 d.C.). Este proceder no se tenía por engaño (ver Introducción). El saludo final retoma un triple anhelo del saludo inicial (1,1-2): la compañía del Señor, la gracia y la paz, dones divinos para una comunidad con conflictos internos y perseguida por los de afuera o por los no cristianos (2 Cor 13,11). Esos dones provenientes de la reconciliación conseguida por la entrega de Cristo (Rom 5,1), permiten vivir en relación de amistad con Dios y los demás. 


3,16: 1 Tes 5,23 / 3,17: Gál 6,11 / 3,18: 1 Tes 5,28