loader image

ATRAS

(16 capítulos)

BUENA NOTICIA ACERCA DE JESÚS SEGÚN JUAN


Introducción


I- «Nosotros sabemos que su testimonio es verdadero» (21,24): la comunidad de Juan


El autor del Evangelio según Juan, consciente de la acción del Espíritu Santo en la misión de los discípulos de Jesús, escribe el “evangelio espiritual”, presentando la persona y la misión de Jesús, según una nueva luz, después del trabajo de los tres evangelios sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas). Aunque Juan comparte tradiciones comunes con ellos, las diferencias son patentes: Jesús, en Juan, está en continuo movimiento alternando entre Galilea y Jerusalén; Juan hace referencia a tres fiestas de Pascua (Jn 2,13; 6,4; 13,1), sugiriendo que el ministerio de Jesús se prolonga por algo más de dos años; Juan se centra en el mandamiento del amor mientras que en los Sinópticos hay numerosos mandamientos y consejos; el Reino de Dios, anunciado en los Sinópticos, apenas es mencionado por Juan, aunque en la narración de la pasión, Jesús es presentado solemnemente como el Rey que va a ocupar su trono en la cruz para entrar en su Reino (19,13-14). 

Juan se centra en la persona de Jesús y en su ministerio, porque los discípulos y los lectores del evangelio tendrán que aprender a obrar y hablar como Jesús, su maestro y modelo, cuya misión van a continuar en el mundo (Jn 20,21).
El Evangelio según Juan contiene una tradición originalmente transmitida a una comunidad en un contexto judío o palestinense, y enraizada en el testimonio del apóstol Juan, el hijo de Zebedeo. Más adelante, esta tradición fue adaptada y enriquecida por un discípulo de Juan para ser proclamada en un contexto griego, posiblemente relacionado con la ciudad de Éfeso. Indicios de esto son los paréntesis y notas que explican algunos nombres y costumbres judías, así como las reflexiones y perspectivas teológicas que revelan los significados de algunos sucesos de la vida de Jesús, vistos e interpretados desde una situación posterior. 

En la primera redacción del evangelio, Jesús es presentado como el Mesías anunciado por Moisés que acreditó su ministerio con signos y milagros. Jesús vino a interpretar el verdadero sentido de la Ley de Moisés, dando cumplimiento a las esperanzas fundadas en textos del Antiguo Testamento. Jesús vino a dar el significado definitivo a las fiestas judías que celebraban la providencia de Dios con su pueblo desde los días del éxodo de Egipto, llevándolas a su cumplimiento y desbordándolas con su eficacia (Jn 5,1; 6,4).
Al final del siglo I, la comunidad de Juan vivía en un contexto abierto a las influencias religiosas del mundo griego y se enfrentaba con problemas internos que también se visualizan en las Cartas de Juan. Esta comunidad estaba dirigida por un discípulo de Juan que compartía su mismo nombre, Juan el Presbítero, quien era considerado el fiel transmisor de las enseñanzas y tradiciones del apóstol. La comunidad estaba amenazada por serias divisiones entre sus miembros, por lo que el autor insiste en el deseo de Jesús de que sus discípulos se mantengan unidos (Jn 10,16; 17,21-26). Como respuesta a los que cuestionaban la realidad de la encarnación del Hijo de Dios (1 Jn 5,3-12), se inicia el evangelio con un Prólogo solemne, en el que presenta a Jesús como la Palabra encarnada que trae la revelación definitiva (Jn 1,1-18). 

En este último período, la comunidad de Juan se encontraba en un proceso de adaptación e incorporación a la gran Iglesia, suscitada por la predicación y el ministerio de los demás apóstoles, acercándose a ella en su escatología y sacramentalidad (Jn 5,24-29). El Espíritu Santo seguía siendo el inspirador y guía de la comunidad en su vivencia del mensaje de Jesús y en sus luchas con el mundo. 

II- «Yo soy la luz del mundo» (8,12): la teología de Juan


1- Jesús, luz para el mundo


La revelación de Jesús como “luz del mundo” es un tema fundamental que discurre a lo largo de todo el evangelio. Ya en el Prólogo se presenta la Palabra como la luz que brilló en las tinieblas (Jn 1,4-5.8-9); más adelante, en el diálogo con Nicodemo, Jesús afirma que la luz es la que juzga a las personas (3,19-21). En el centro del Libro de los Signos (Jn 2-12) se encuentra la gran revelación de Jesús como la luz del mundo que conduce a la vida (8,12); fuera de Jesús sólo hay tinieblas. Al final del Libro de los Signos (nota a 2,1-12,50), se hace un resumen de su ministerio centrado en la luz que elimina las tinieblas. Para los judíos, la palabra de Dios, y especialmente la Ley de Moisés, era la luz que guiaba los pasos del judío piadoso (Sal 18,29; 119,105; Prov 6,23). Para Juan, solamente en Jesús se va a encontrar el modelo y guía de los pasos que llevan a la vida, es decir, a la salvación.


2- Jesús, vida para el mundo


Jesús como fuente de vida es otro de los temas fundamentales del Evangelio según Juan, tema especialmente relacionado con los signos de Jesús que demuestran la vida que hace presente. En la sanación del hijo del funcionario del rey (Jn 4,46-54), el primer milagro de vida, se repite una y otra vez que Jesús es quien da la vida al niño enfermo que está a punto de morir. Pero es una vida que se expande, pues quien en realidad recibe la vida auténtica es el padre del niño que cree en Jesús y lleva a la fe a toda su familia. La fe hace que se transformen las relaciones entre Jesús y los creyentes, quienes mutuamente se llevan y acompañan a donde está Jesús (1,42.46), convirtiéndose ellos mismos en canales de su amor (15,12). Esta nueva clase de vida y de relaciones nacidas de la fe en Jesús va a durar para siempre, más allá de la muerte. La vida que Jesús trae proviene del Padre, y por medio de su Hijo llega a los creyentes. Todo lo que Jesús comunica es verdadera “fuente de vida”: su Palabra (1,4), el agua que va a dar (4,14; 7,37-39), el pan que ofrece (6,33.35) y toda su persona (6,41; 10,10.28). La misión de Jesús en el mundo tiene por finalidad dar la vida divina al que cree, una vida que, por ser divina, es eterna (3,13.16; 5,24-29). 


3- Jesús, verdad para el mundo


Jesús es sobre todo el mensajero del Padre que trae la revelación de la verdad divina al mundo. Jesús ha venido lleno de gracia y de verdad y por medio de él, llega la verdad a los creyentes. Pero la verdad en Juan no se limita a una serie de enseñanzas que hay que creer o aceptar; es sobre todo algo que hay que hacer o construir, un modo de vida y de obrar al estilo de Jesús (Jn 3,21; 1 Jn 3,18). Jesús es el camino, la verdad y la vida, que comunica el Espíritu de la verdad (Jn 14,17; 15,26), que inspira al creyente a enfrentarse con el mundo de la mentira y de las tinieblas (16,7-11). La verdad y el mensaje de Jesús dirigen y afirman los pasos del discípulo en su vida de fe, de modo que se sienta verdaderamente seguro y libre en medio de las atracciones y tentaciones del mundo. 


4- El discípulo de Jesús


La presentación de Jesús por parte de Juan tiene por finalidad que el lector llegue a identificarse con el Señor y su misión. Asistido por el Espíritu Santo, el discípulo deberá hablar y obrar, dando testimonio, como Jesús lo hizo (Jn 14,12; 17,18-24). Para hacerlo, el discípulo tiene que interiorizar la palabra de Jesús de tal modo, que viva compenetrado con él. Todo lo que Jesús ha dicho sobre sí mismo y de su relación con el Padre, el discípulo deberá aceptarlo como un programa para su propia vida. A partir de “la hora” de Jesús, los discípulos -como antes lo fue Jesús por el Padre- son los elegidos y enviados (1,34; 15,16), luego de ser bautizados con el Espíritu Santo (1,33; 20,22-23), a ser luz del mundo, buenos pastores, resurrección y vida, verdaderas vides que tengan sus propios sarmientos. Jesús así, mediante sus discípulos, se sigue encarnado en la historia. 

5- ¿Milagros o signos?


Los “milagros” de Jesús en los evangelios sinópticos, más que hechos prodigiosos, son llamados “signos” en el Evangelio según Juan, que tienen la finalidad de señalar a Jesús como el Mesías anunciado por Moisés y los profetas (Jn 1,17.41.48), recalcando que Jesús trae la salvación no sólo para los judíos, sino para todo el mundo (1,9.12; 4,42). Estos “signos”, que se relacionan con fiestas religiosas judías, reciben su significado de los discursos que los acompañan. Jesús trae el cumplimiento de las esperanzas de Israel, de modo que las fiestas del Antiguo Testamento pasan a ser fuentes de revelación para la comunidad cristiana, llamada a ser el nuevo Israel de Dios (1,51 y 11,51-52).


III- «Estos signos se han escrito para que crean» (20,31): la obra literaria de Juan


1- La redacción del evangelio según Juan


El cuarto evangelio salió a la luz en una doble etapa de redacción. La primera edición debió aparecer no mucho después del Evangelio según Marcos, con el cual Juan tiene contactos significativos. El autor conocía bien la geografía de Palestina y la ciudad de Jerusalén antes de su destrucción por los romanos el año 70 d.C. A causa de los conflictos con el judaísmo de Jerusalén, Juan presentó a Jesús acreditando su misión con los signos (“milagros” en los evangelios sinópticos) de la nueva presencia y acción de Dios en medio de su pueblo. El Libro de los Signos (Jn 2-12) formaba el cuerpo de esta primera edición del evangelio que también incluía un discurso de Jesús en la última cena, algo más breve que el que tenemos en el texto actual; el relato de la pasión y resurrección eran muy semejantes al que leemos ahora.
En la segunda redacción del evangelio, el Libro de los Signos prepara el Libro de la Hora o de la Gloria de Jesús (Jn 13-20; nota a 13,1-20,31). La narración de los signos es enriquecida con el significado de cada uno de ellos, y todo el evangelio se organiza en base a un recurso literario común en la literatura bíblica, llamado estructura concéntrica, la que tiene por centro o foco la revelación de Jesús como luz del mundo (8,12). Se llama concéntrica porque a cada sección de la primera parte del evangelio corresponde otra en la segunda que la ilumina y enriquece, dejando un núcleo central que la misma organización literaria se encarga de revelar. Al crear este nuevo orden concéntrico, la disposición original de los signos de Jesús quedó alterada, por lo que algunos capítulos no se acoplan bien entre sí. Por este motivo, ya desde tiempos antiguos, algunos estudiosos de Juan quisieron recomponer el orden del evangelio, introduciendo cambios tales como colocar Juan 5 antes de Juan 4 o trasladando una parte de Juan 7 (7,19-24) a continuación del capítulo quinto. 

El redactor final del evangelio añadió el Prólogo (Jn 1,1-18) y la Conclusión al evangelio o epílogo (Jn 21) con la finalidad de expresar la fe profunda de su comunidad en Jesús, la Palabra Encarnada, y para responder a los desafíos de la comunidad.


2- La organización literaria del evangelio 


Una organización literaria del Evangelio según Juan puede ser la siguiente: 


Prólogo y testimonios

1,1-51

I

Libro de los Signos o del ministerio de Jesús

1- De Caná a Caná

2- Jesús, fuente de luz y vida en las fiestas judías

2.1- Jesús, Palabra de vida eterna

2.2- Jesús, pan de vida eterna

2.3- Jesús, Mesías rechazado por las tinieblas

2.4- Jesús, luz del mundo

2.5- Jesús, luz que transforma la vida

2.6- Jesús, pastor que da su vida

2.7- Jesús, vida y resurrección

2.8- Conclusión del ministerio de Jesús


2,1-12,50

2,1-4,54

5,1-12,50

5,1-47

6,1-71

7,1-8,11

8,12-59

9,1-41

10,1-42

11,1-57

12,1-50

II

Libro de la Hora o de la pasión y gloria de Jesús

1- Cena y discurso de despedida de Jesús

2- Pasión de Jesús

3- Resurrección de Jesús


13,1-20,31

13,1-17,26

18,1-19,42

20,1-29

Conclusión: finalidad del evangelio

Conclusión al evangelio

20,30-31

21,1-25


El Prólogo (Jn 1,1-18) contiene un conocido himno a la Palabra eterna y creadora que, desde antes de su encarnación (1,14), vive junto al Padre. Su contenido es el origen de Jesucristo, Palabra de Dios, su presencia entre nosotros y sus consecuencias salvíficas. Con las debidas diferencias, el Prólogo de Juan corresponde al relato de la infancia de Mateo y Lucas. La Conclusión del evangelio es doble (20,30-31 y Jn 21), lo que revela diversas manos y etapas en la redacción de la obra. La primera Conclusión nos informa que se relatan sólo algunas acciones y enseñanzas de Jesús con el propósito de suscitar la fe en él en cuanto Mesías e Hijo de Dios, alcanzando así la vida eterna. 

Entre el Prólogo y la Conclusión al evangelio o epílogo se desarrollan dos grandes secciones. La Primera, llamada Libro de los Signos, se compone a partir de un relato de milagros que no fue recogido en los evangelios sinópticos. En vez de “milagros”, Juan los llama “signos”, pues gracias a ellos y a los diálogos y comentarios que siguen y explican cada signo, Jesús revela quién es y cuál es su misión. Los siete signos narrados (número de perfección) con sus explicaciones y ambientados en distintos escenarios geográficos, se orientan a suscitar la fe en Jesucristo, porque él es la Palabra y el pan que da la vida eterna; la luz del mundo que transforma la vida de quien lo acepta por la fe; el pastor que se entrega por sus ovejas y que, luego de resucitado, comparte su vida y gloria con los suyos. Juan resalta a lo largo de la narración el enfrentamiento de Jesús, sobre todo durante las fiestas judías, con los que lo rechazan y buscan su muerte; a éstos, los identifica como “los judíos”. A medida que avanza el relato se decantan las actitudes frente a Jesús y no hay cabida para términos medios: o se está con él o se está contra él (Jn 12,37-50). 

La Segunda Sección se ocupa, en primer lugar, de la última cena de Jesús, de su despedida y oración final, material literario de eminente carácter discursivo; luego, se ocupa de su pasión, muerte y apariciones una vez resucitado, material de eminente carácter narrativo. El Libro de la Hora es la última instrucción de Jesús a sus discípulos sobre su identidad y sobre la finalidad de su entrega. A diferencia del Libro de los Signos es un relato enmarcado en un solo escenario (Jerusalén) y en un tiempo muy reducido (tres días). El relato de la pasión, que coincide sólo en parte con el de Marcos, tiene una perspectiva diversa: la entrega de Jesús en el momento determinado por el Padre y según sus designios, esto es, el kairós (Jn 7,6.8) y la “hora” del Mesías (12,23.27), es el acto supremo de obediencia mediante el cual el Hijo único y amado glorifica a su Padre. De aquí el título de la Sección: Libro de la Hora.


Prólogo y testimonios


1,1-51. Juan introduce su evangelio con un prólogo poético (1,1-18), seguido de un prólogo narrativo (1,19-51), para presentar a Jesús, el Hijo de Dios, como la Palabra que existía desde la eternidad y ahora, por designio del Padre, se hace carne y se revela en la historia de la humanidad y a la comunidad de los creyentes. Jesús es el Hijo de Dios y el Rey de Israel (1,49) que llama a sus discípulos antes de comenzar su ministerio. Los primeros discípulos, ya preparados por el mensaje de Juan Bautista (1,19-39), responden al llamado de Jesús con el testimonio de sus experiencias y con sus confesiones de fe, ayudándose así a creer en él (1,40-51), quien forma con ellos un nuevo pueblo de Dios al que revelará su origen divino y su gloria, tal como Dios lo había hecho con Israel en el Antiguo Testamento (1,51). 


Y la Palabra se hizo carne


11 Al principio existía la Palabra

y la Palabra estaba junto a Dios,

y la Palabra era Dios. 

2 Al principio estaba junto a Dios.

3 Todo fue hecho por medio de ella, 

y nada de lo que existe se hizo sin ella.

4 En ella estaba la vida,

y la vida era la luz de los hombres.

5 La luz brilla en las tinieblas,

pero las tinieblas no la vencieron.


6 Hubo un hombre enviado por Dios. Se llamaba Juan. 7 Éste vino como testigo para dar testimonio de la luz, para que todos pudieran creer por medio de él. 8 Él no era la luz, sino que vino a dar testimonio de la luz.


9 La Palabra era la luz verdadera que,

al venir a este mundo,

ilumina a todo hombre.

10 Ella estaba en el mundo,

y el mundo fue hecho por ella,

pero el mundo no la conoció.

11 Vino a los suyos,

y los suyos no la recibieron.

12 Pero a los que la recibieron,

a los que creen en su nombre,

les dio poder de llegar a ser hijos de Dios.

13 Éstos no nacieron de la sangre

ni por deseo y voluntad humana,

sino que nacieron de Dios.

14 Y la Palabra se hizo carne 

y puso su Morada entre nosotros,

y hemos visto su gloria, 

la que recibe del Padre como Hijo único, 

lleno de gracia y verdad. 


15 Juan dio testimonio de él, declarando: «Éste es de quien yo dije: “Aquel que viene después de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo”». 


16 Y de su plenitud, 

todos hemos recibido gracia en abundancia. 

17 Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; 

la gracia y la verdad nos han llegado por Jesús, el Mesías. 

18 Nadie ha visto jamás a Dios.

El Hijo único que está en el seno del Padre,

él lo ha manifestado. 


1,1-18: Juan y su comunidad proclaman en este himno cristológico su confesión de fe en Jesús y compendian el mensaje que van a desarrollar. El himno guarda ciertas relaciones con algunos himnos sapienciales del Antiguo Testamento (Sab 9,9-12; Prov 8,22-32; Eclo 24,1-29) y se parece en su contenido a los himnos litúrgicos de la comunidad cristiana (Flp 2,6-11; Col 1,15-20; 1 Tim 3,16). Se confiesa la preexistencia de Jesús, su vida en la tierra y su exaltación por el Padre. Organizado en dos partes, describe, en la primera, la Palabra antes de su encarnación (Jn 1,1-13) y, en la segunda, la Palabra después de su encarnación (1,14-18). La Palabra que existía con el Padre desde toda la eternidad se hace carne en Jesús de Nazaret y se revela como Vida y Luz para la humanidad. El mundo no supo reconocer ni aceptar su presencia, como tampoco lo hizo su pueblo escogido. Los que la aceptan por la fe han llegado a ser hijos de Dios en el Hijo que está en el seno del Padre. La gloria manifestada en Jesús se revela también en los suyos. Porque Jesús es la Palabra de Dios, Juan afirma su superioridad sobre las grandes figuras del Antiguo Testamento: es más grande que Moisés (1,17; 6,49-50), que Jacob (4,12) y que Abrahán (8,53). Si Moisés no pudo ver a Dios (Éx 33,18-23), Jesús, que siempre está frente al Padre, nos trae la revelación verdadera, pues nos manifiesta lo que ve y oye de él (Jn 1,18).


1,1: 1 Jn 1,1; Ap 1,9 / 1,3: Col 1,15-17; Heb 1,2 / 1,7: Mt 3,1-12 / 1,9: Is 49,6 / 1,14: Éx 40,34-38; Is 6,3; Ap 21,3 / 1,18: Éx 33,18-20


Soy la voz del que clama en el desierto

Mt 3,1-12; Mc 1,2-8; Lc 3,15-17


19 Éste es el testimonio que dio Juan cuando los judíos de Jerusalén enviaron sacerdotes y levitas para preguntarle: «Tú, ¿quién eres?». 20 Él confesó y no negó, sino que declaró: «¡Yo no soy el Mesías!». 21 Ellos insistieron: «¿Eres tú Elías?». Juan respondió: «No lo soy». «¿Acaso eres tú el Profeta?». Él contestó: «No». 22 Entonces ellos insistieron: «¿Quién eres? Tenemos que llevar una respuesta a los que nos han enviado: ¿qué dices de ti mismo?». 23 Juan declaró: «Como dijo el profeta Isaías,

Soy la voz del que clama en el desierto:

¡enderecen el camino del Señor!» [Is 40,3]. 

24 Algunos de los enviados, que eran fariseos, 25 le preguntaron: «¿Por qué bautizas si tú no eres el Mesías ni Elías ni el Profeta?». 26 Juan les contestó: «Yo bautizo con agua; pero en medio de ustedes está uno a quien no conocen; 27 es uno que viene detrás de mí, al cual yo no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias». 

28 Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando. 


1,19-28: El ministerio de Jesús comienza con una semana introductoria que nos lleva a pensar en los siete días de una nueva creación. A diferencia de los evangelios sinópticos en los que Jesús llama a sus discípulos junto al lago de Galilea, éstos -según Juan- son llamados junto al río Jordán. El evangelista une el primer día del ministerio de Jesús con el testimonio de Juan Bautista, anunciado en el Prólogo (1,5-6.15). El Bautista no se identifica con ninguna de las grandes figuras esperadas para el tiempo mesiánico; su único propósito es dar a conocer a Jesús en medio de su pueblo, a quien se debe buscar y descubrir. “Conocer a Jesús” es el desafío de los judíos y también de los discípulos, los que -a partir de la resurrección de Jesús- lo harán gracias a sus nuevas formas de presencia y en los nuevos rostros de la comunidad (19,14-15; 20,19.26).


1,21: Mal 4,5-6; Eclo 48,4-10 / 1,23: Mt 3,3 / 1,27: Mc 1,7


¡Éste es el Cordero de Dios!


29 Al día siguiente, Juan vio acercarse hacia él a Jesús y dijo: «¡Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo! 30 A él me refería cuando dije: “El hombre que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque él existía antes que yo”. 31 Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera revelado a Israel».

32 Y Juan dio este testimonio: «Yo he visto al Espíritu descender del cielo como una paloma y posarse sobre él. 33 Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas descender el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo”. 34 Yo lo he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios».


1,29-34: En el segundo día de ministerio de Jesús, Juan Bautista lo revela como el Cordero de Dios elegido y enviado por Dios para quitar el pecado del mundo. Desde el Éxodo (Éx 14,21-28) hasta el Siervo sufriente (Is 53,7), la imagen del Cordero está unida a la salvación del pueblo de Dios. El Cordero de Dios morirá en la cruz a la misma hora en que los corderos son sacrificados para la Pascua (Jn 18,28). Para esta misión de salvación, Jesús es ungido y confirmado con el Espíritu Santo. Luego de la inmolación y resurrección del Cordero, cuando Jesús sople sobre los discípulos para que reciban el Espíritu, éstos serán enviados con el poder de perdonar los pecados (20,19-23).


1,29: Éx 29,38-42; Is 53,4-7; Hch 8,32 / 1,32-34: Is 11,1-2; Mt 3,11.16-17


¿Qué buscan?


35 Al día siguiente, Juan de nuevo estaba allí con dos de sus discípulos, 36 y fijándose en Jesús que pasaba dijo: «¡Éste es el Cordero de Dios!». 37 Los dos discípulos, al oírlo, siguieron a Jesús. 38 Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les preguntó: «¿Qué buscan?». Ellos le contestaron: «Rabbí (que significa “Maestro”), ¿dónde vives?». 39 Jesús les respondió: «¡Vengan y lo verán!». Fueron, pues, y vieron donde vivía y permanecieron con él aquel día. Eran como las cuatro de la tarde.


1,35-39: Al tercer día de ministerio de Jesús entran en escena los primeros discípulos, definidos así porque son los que “siguen a Jesús” (1,37). Dejan a Juan Bautista para “seguir” a un nuevo Rabbí o maestro de la Ley. El evangelista recuerda las primeras palabras de Jesús: «¿Qué buscan?» (1,38). Jesús repite esta pregunta al comenzar su pasión y al resucitar de entre los muertos (18,4; 20,15). Ésta es la misma pregunta que la comunidad cristiana hace a todo el que quiera recibir el bautismo y hacerse discípulo de Jesús: “Y tú, ¿qué buscas?, ¿a quién buscas?”. 


1,37: Mc 1,16-18 / 1,39: Dt 4,29


Tú te llamarás Cefas


40 Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que al oír a Juan habían seguido a Jesús. 41 Andrés se encontró primero con su hermano Simón y le dijo: «¡Hemos encontrado al Mesías!» (que significa “Cristo”), 42 y lo llevó a Jesús. Fijando su mirada en él, Jesús le dijo: «Tú eres Simón, hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» (que significa “Pedro”).


1,40-42: Andrés reconoce a Jesús como Mesías después de permanecer unas horas con él. La “convivencia” con Jesús es fundamental para reconocerlo y confesarlo Mesías e Hijo de Dios (1,41). Sin embargo, más que reconocer a Jesús, Pedro es reconocido por él, quien le indica su procedencia: tú eres «el hijo de Juan», y le anuncia su vocación futura: «Tú te llamarás Cefas», es decir, “la roca” de la nueva comunidad (1,42). El nombre nuevo expresa un cambio de identidad, es decir, una nueva vocación y misión, y muestra el poder salvador de Jesús sobre la vida y persona de este discípulo a quien pondrá al frente de su comunidad. Como Pedro, todo discípulo recibe por el poder salvador de Jesús un “nombre nuevo”, para vivir gozoso su vocación y misión. 


1,40-42: Mt 4,18-20


Éste es un verdadero israelita


43 Al día siguiente, Jesús decidió partir para Galilea. Allí encontró a Felipe y le dijo: «¡Sígueme!». 44 Felipe era de Betsaida, el pueblo de Andrés y de Pedro. 45 Luego, Felipe encontró a Natanael y le dijo: «Hemos encontrado a Jesús de Nazaret, el hijo de José, de quien escribió Moisés en la Ley y los Profetas». 46 Natanael le respondió: «¿Acaso de Nazaret puede salir algo bueno?». Felipe le contestó: «¡Ven y lo verás!». 

47 Jesús vio venir a Natanael y comentó: «Éste es un verdadero israelita, no hay engaño en él». 48 Natanael le preguntó: «¿De dónde me conoces?». Jesús le respondió: «Te vi antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera». 49 Natanael, entonces, dijo: «¡Maestro, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel!». 50 Jesús le preguntó: «¿Acaso crees porque te dije que te vi debajo de la higuera? Vas a ver cosas más grandes que éstas». 51 Y añadió: «Les aseguro que verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre». 


1,43-51: La vocación de Natanael acontece el cuarto día del ministerio de Jesús. Juan sugiere con ironía que lo mejor va a salir de la humilde aldea de Nazaret. Este «verdadero israelita» (1,47) contrasta con el primer Israel o patriarca Jacob, famoso por su astucia y engaños (Gn 27-30; Os 12). Natanael le da a Jesús los dos títulos mesiánicos más grandes que un judío podía dar a una persona: «Hijo de Dios» y «Rey de Israel» (Jn 1,49). De este modo, Jesús reúne en torno suyo a los verdaderos israelitas para constituir el nuevo Israel de Dios. Este nuevo pueblo va a tener una visión de ángeles (1,51), como la del patriarca Jacob en Betel (Gn 28,10-12), pues será testigo de la gloria de Dios que va a comenzar a revelarse tres días después en Caná (Jn 2,11).


1,43: Hch 8,27 / 1,45: Mt 1,18-25 / 1,49: Mt 14,33 / 1,51: Gn 28,10-17


I

Libro de los Signos o del ministerio de Jesús


2,1-12,50. Estos capítulos reciben el nombre de Libro de los Signos por presentar siete signos de Jesús (número de plenitud), los que serán explicados mediante diálogos y discursos. Lo que los evangelios sinópticos llaman “milagro”, Juan lo llama “signo”, porque no sólo revelan el poder de Jesús y su dominio sobre el mal y Satanás, sino porque revelan su identidad (quién es y qué quiere) y la gloria de su Padre, confirmando así a Jesús como su enviado. 


1- De Caná a Caná


2,1-4,54. Los dos primeros signos de Jesús suceden en Caná de Galilea y anuncian que Jesús viene a sustituir la religión de purificaciones y ritos externos por la adoración a Dios en Espíritu y en Verdad. Al colocar al comienzo del evangelio la purificación del Templo de Jerusalén (2,13-22), Jesús es presentado como el Nuevo Templo en el que se adorará al Padre (4,21-24). Jesús, el Salvador, viene a llamar a la conversión a todos, judíos y samaritanos, para formar el nuevo pueblo de Dios convocado por la fe en el Hijo de Dios (4,53).


Ya no tienen vino


21 Al tercer día se celebró una boda en Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí. 2 Jesús fue también invitado a la boda con sus discípulos. 3 Cuando se acabó el vino, la madre de Jesús le dijo: «Ya no tienen vino». 4 Pero Jesús le contestó: «Mujer, ¿qué tiene que ver esto con nosotros? Todavía no ha llegado mi hora». 5 Pero su madre dijo a los que servían: «¡Hagan lo que él les diga!». 6 Había allí seis tinajas de piedra puestas para las purificaciones de los judíos; en cada una cabían entre ochenta y cien litros. 7 Jesús les ordenó: «¡Llenen las tinajas de agua!». Las llenaron hasta los bordes. 8 Después Jesús les dijo: «Saquen ahora y llévenselo al encargado del banquete». Ellos se lo llevaron. 9 Cuando el encargado del banquete probó el agua convertida en vino -(él ignoraba de dónde venía, aunque sí lo sabían los que estaban sirviendo, porque ellos habían sacado el agua)- llamó al novio y le dijo: 10 «Todos sirven primero el vino mejor, y cuando ya están bebidos, el corriente. Tú, en cambio, has reservado el mejor vino hasta ahora». 

11 De este modo, en Caná de Galilea, Jesús dio comienzo a sus signos, reveló su gloria y sus discípulos creyeron en él. 

12 Después de esto, Jesús bajó a Cafarnaún con su madre, sus hermanos y sus discípulos, y permaneció allí unos pocos días.


2,1-12: La boda en el Antiguo Testamento es un símbolo clásico de la relación de alianza del pueblo de Israel con su Dios (Is 25,6-10). Considerando esta simbología, el relato de Caná contiene ecos de la alianza del Sinaí, donde Dios “reveló su gloria al tercer día” para que el pueblo creyera en su enviado Moisés y cumpliera lo mandado por medio de él (Éx 19,7-25; Jn 2,1.11). La boda de Caná es también una “parábola en acción” que anuncia la llegada, por mediación del Hijo, del Reino de Dios: la conversión maravillosa del agua en vino y la abundancia y calidad de éste es símbolo de los bienes mesiánicos que se esperan (Is 25,6; Jr 31,12); el número seis (número de imperfección) y las tinajas que no se encuentran llenas es símbolo de la caducidad de las mediaciones existentes para la comunión con Dios (purificaciones, ayunos, normas…). El signo de Caná anuncia la hora de Jesús y el momento en el que también a María, Dios le revela plenamente su vocación de mujer y madre (Jn 19,25-27).


2,4: Jue 11,12 / 2,5: Gn 41,55 / 2,6: Mc 7,2-3 / 2,10: Lc 5,37-39 / 2,11: Éx 4,30-31 / 2,12: Mt 4,13


Destruyan este Templo y en tres días lo levantaré

Mt 21,12-13; Mc 11,11.15-17; Lc 19,45-46


13 Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. 14 En el Templo encontró a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los que cambiaban dinero instalados en sus mesas. 15 Jesús hizo un látigo con unas cuerdas y echó a todos del Templo, con las ovejas y los bueyes; tiró al suelo las monedas y derribó las mesas de los que cambiaban dinero. 16 Y a los que vendían palomas les dijo: «¡Saquen esto de aquí, y no hagan un mercado de la casa de mi Padre!». 17 Sus discípulos recordaron que estaba escrito: «El celo por tu casa me consumirá» [Sal 69,10]

18 Los judíos reaccionaron preguntándole: «¿Qué signo nos das para obrar así?». 19 Jesús les respondió: «Destruyan este Templo y en tres días lo levantaré de nuevo». 20 Los judíos le replicaron: «En cuarenta y seis años fue edificado este Templo, y ¿tú lo vas a levantar en tres días?». 21 Pero Jesús se refería al Templo que era su cuerpo. 22 Por eso, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos entendieron lo que había dicho, y creyeron en la Escritura y en la palabra de Jesús. 


2,13-22: Mientras que los evangelios sinópticos colocan el relato de la purificación del Templo al final del ministerio de Jesús (Mc 11,15-17), justo antes de su pasión, Juan lo sitúa al comienzo del ministerio, pero con miras a la pasión futura, cuando los judíos destruyan el Templo, no de Jerusalén, sino el propio cuerpo de Jesús. Por primera vez se nombra a “los judíos”, presentándolos como aquellos que malinterpretan las palabras de Jesús y se caracterizan por su incredulidad. El edificio material, con los sacrificios de animales, deberá dejar paso a Jesús, el verdadero Cordero de Dios. La muerte y resurrección de Jesús darán una nueva perspectiva e inteligencia a los creyentes para entender estas enseñanzas de Jesús (Jn 2,22; Lc 24,45).


2,13: Dt 16,1-8 / 2,14: Mt 21,12 / 2,19: Mc 14,58 / 2,21: Ap 21,22


Muchos creyeron en su nombre


23 Mientras Jesús estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en su nombre, porque veían los signos que hacía. 24 Sin embargo, él no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos 25 y no necesitaba que alguien le informara, porque sabía bien lo que hay en el interior del ser humano.


2,23-25: El evangelista habla aquí de «los signos» en plural (2,23), aunque no ha dicho qué otros signos ha realizado Jesús para que la gente y, más tarde, Nicodemo, se fijen en ellos. El signo vale por su capacidad de revelar la identidad de Jesús y la gloria de Dios, revelada en Jesús. Por esto, quien no quiere ver su significado no puede llegar a la fe personal que Jesús pide a sus discípulos. 


2,24-25: Jr 17,9-10


Quien no nace del agua y del Espíritu…


31 Había entre los fariseos un dirigente de los judíos llamado Nicodemo. 2 Éste visitó a Jesús de noche y le dijo: «Maestro, sabemos que has venido de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede hacer los signos que haces si Dios no está con él». 3 Jesús le respondió: «Te aseguro que el que no nace de lo alto no puede ver el Reino de Dios». 

4 Nicodemo le preguntó: «¿Cómo puede un hombre volver a nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar otra vez en el vientre de su madre y volver a nacer?». 5 Jesús le contestó: «Te aseguro que quien no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios. 6 Lo que nace de la carne es carne y lo que nace del Espíritu es espíritu. 7 No te asombres de que te haya dicho que ustedes tienen que nacer de lo alto. 8 El viento sopla donde quiere, oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va; lo mismo sucede con quien nace del Espíritu». 

9 Entonces Nicodemo le preguntó: «¿Cómo puede ser esto?». 10 Jesús le contestó: «¿Tú eres maestro en Israel y no entiendes esto? 11 Yo te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio.12 Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo van a creer cuando les hable de las cosas del cielo? 13 Además, nadie ha subido jamás al cielo, sino aquel que bajó del cielo, el Hijo del hombre. 14 Y así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así también el Hijo del hombre tiene que ser levantado, 15 para que todo el que crea en él tenga vida eterna. 16 Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. 17 Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para que el mundo se salve por él. 18 Quien cree en él, no es condenado; pero quien no cree, ya está condenado por no creer en el nombre del Hijo único de Dios. 19 Y ésta es la causa de su condenación: vino la luz al mundo pero los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. 20 Todo el que obra el mal, odia la luz y no se acerca a ella para que sus obras no sean descubiertas. 21 Pero el que obra la verdad, viene a la luz para que se manifieste que sus obras están hechas según Dios».


3,1-21: Nicodemo, uno de los jefes del judaísmo oficial, es invitado a la fe. Aunque su respuesta es ambigua, aparecerá más adelante como defensor valiente de Jesús (7,50) y discípulo decidido (19,39). El relato avanza a través de malentendidos de Nicodemo y de afirmaciones de Jesús que tienen varios significados, como nacer de nuevo y de lo alto, el Espíritu y el viento, Jesús levantado y elevado… Al formularse en plural, las palabras de Jesús pasan a ser palabras de la comunidad cristiana en sus discusiones con la sinagoga judía. Se destacan tres enseñanzas, presentes ya en el Prólogo: la necesidad de un nuevo nacimiento y de una vida nueva conforme al Espíritu (3,3-13); el sacrificio de Jesús que trae la salvación a los creyentes (3,14-15), y el amor inmenso y gratuito del Padre al mundo (3,16) por medio de la entrega de su Hijo y que pasa a los discípulos, quienes -amando como Jesús- se convierten en canales del amor de Dios al mundo (15,9-17). El Hijo de Dios es luz para el mundo y la fe en él adelanta el juicio de la salvación (3,19-21).


3,3: 2 Cor 5,17; Sant 1,18 / 3,5: Mt 28,19; Hch 2,38 / 3,8: Ecl 11,5 / 3,12: Sab 9,6 / 3,13: Ef 4,9 / 3,14: Nm 21,4-9 / 3,16: Gn 22,2; 1 Jn 4,9-10 / 3,18: Mc 16,16 / 3,20: Job 24,13-17 / 3,21: Ef 5,8-14


Es necesario que él crezca y que yo disminuya


22 Después de esto, Jesús fue con sus discípulos a la región de Judea. Allí estuvo algún tiempo con ellos y bautizaba. 

23 También Juan estaba bautizando en Ainón, cerca de Salín, porque allí abundaba el agua y la gente acudía a bautizarse. 24 Juan aún no había sido encarcelado. 

25 Surgió una discusión entre los discípulos de Juan y un judío sobre los ritos de purificación. 26 Ellos fueron a donde estaba Juan y le dijeron: «Maestro, aquel que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio, ha comenzado a bautizar y todos acuden a él». 27 Juan les contestó: «Nadie puede atribuirse nada que no haya recibido del cielo. 28 Ustedes mismos son testigos de lo que dije: “Yo no soy el Mesías, sino que he sido enviado delante de él”. 29 La esposa pertenece al esposo, pero el amigo del esposo, que está a su lado y lo escucha, se alegra al oír la voz del esposo. Ahora mi alegría es plena. 30 Es necesario que él crezca y que yo disminuya». 

31 «El que viene de lo alto está por encima de todos. El que viene de la tierra es de la tierra y habla de las cosas de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos 32 y da testimonio de lo que ha visto y oído; sin embargo, nadie quiere aceptar su testimonio. 33 El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz. 34 Porque el que Dios envió habla las palabras de Dios que da el Espíritu sin medida. 35 El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en sus manos. 36 El que cree en el Hijo tiene vida eterna. Quien se niega a creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él».


3,22-36: Este último testimonio de Juan Bautista es paralelo al diálogo de Jesús con Nicodemo y desarrolla los mismos temas (3,11-18 y 3,27-36). También se evidencian tres partes: una introducción (3,22-24); una discusión (3,25-30), y una reflexión conclusiva (3,31-36). Juan Bautista da una respuesta de fe y adhesión a Jesús, que se presenta como modelo de lo que se espera de los discípulos: dar testimonio de Jesús y buscar su gloria (15,21), que es plenitud de alegría (15,11; 17,13). No es fácil determinar si la reflexión conclusiva está formulada por Juan Bautista o por el evangelista. Al repetir lo que Jesús dice al final del discurso con Nicodemo, parece insinuar que todo discípulo, al igual que el Bautista, está llamado a pensar y hablar de Jesús como el mismo Jesús hablaba de sí mismo. El discipulado es identificación con Jesús para dar testimonio de lo que él decía y hacía.


3,24: Mt 14,3-4 / 3,28: Lc 1,76 / 3,29: Mc 2,19 / 3,31: 1 Jn 4,5 / 3,33: 1 Jn 5,10 / 3,35: Lc 10,22 / 3,36: Ef 5,6


Si conocieras el don de Dios


41 Cuando Jesús supo que los fariseos se habían enterado de que él hacía más discípulos y bautizaba más que Juan 2 -aunque Jesús mismo no bautizaba, sino sus discípulos- 3 abandonó Judea y volvió a Galilea. 

4 Al pasar por Samaria, 5 llegó a un pueblo llamado Sicar, cerca del terreno que Jacob dio a su hijo José. 6 Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, cansado del viaje, se sentó junto al pozo. Era cerca del mediodía. 

7 Llegó una mujer de Samaria a sacar agua y Jesús le pidió: «¡Dame de beber!». 8 Sus discípulos habían ido al pueblo a comprar alimentos. 9 Ella le respondió: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?». (Los judíos, en efecto, no tienen trato con los samaritanos). 10 Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: “Dame de beber”, tú le hubieras pedido, y él te habría dado agua viva». 

11 «Señor, le contestó la mujer, no tienes con qué sacar agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacarás esa agua viva? 12 ¿Acaso eres más grande que nuestro padre Jacob que nos dio este pozo, del que bebieron sus hijos y sus rebaños?». 13 Jesús le respondió: «Quien beba de esta agua, volverá a tener sed, 14 pero el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás, porque el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial de agua que mana hasta la vida eterna». 

15 Entonces la mujer le dijo: «Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed ni tenga que venir aquí a sacarla». 16 Jesús le dijo: «Ve, llama a tu marido y regresa aquí». 17 La mujer le contestó: «No tengo marido». Jesús le dijo: «Es cierto lo que has dicho, 18 porque has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es tu marido. En esto dices la verdad». 

19 La mujer le dijo: «Señor, veo que eres profeta. 20 Nuestros padres adoraron en este monte, pero ustedes, los judíos, dicen que es en Jerusalén donde hay que adorar». 21 Jesús le respondió: «Mujer, créeme: llega la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán al Padre. 22 Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. 23 Pero llega la hora, y ya está aquí, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Éstos son los adoradores que el Padre desea. 24 Dios es espíritu, y por eso sus adoradores deberán adorarlo en espíritu y en verdad». 25 La mujer le contestó: «Yo sé que va a venir el Mesías, el llamado “Cristo”; cuando él venga nos lo explicará todo». 26 Entonces Jesús le dijo: «¡Yo soy, el que habla contigo!». 

27 En ese momento llegaron sus discípulos y se sorprendieron de que hablara con una mujer, pero nadie le preguntó: «“¿Qué buscas?” o “¿por qué hablas con ella?”». 

28 La mujer dejó allí el cántaro, corrió al pueblo y dijo a la gente: 29 «¡Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho! ¿No será éste el Mesías?». 30 La gente salió del pueblo y fue a su encuentro. 

31 Mientras tanto los discípulos le insistían: «Maestro, come». 32 Pero él les contestó: «Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen». 33 Entonces los discípulos se preguntaban unos a otros: «¿Acaso alguien le habrá traído de comer?». 34 Jesús les dijo: «Mi alimento consiste en hacer la voluntad del que me envió y llevar a cabo su obra. 35 ¿No dicen ustedes: “Todavía faltan cuatro meses para la cosecha”? Pues bien, yo les digo ahora: Abran los ojos y vean los campos: ¡ya están maduros para la siega! 36 El segador recibe su salario al recoger el fruto para la vida eterna; de modo que sembrador y segador se alegran juntos. 37 En este caso se cumple el dicho de que uno siembra y otro cosecha. 38 Yo los envié a cosechar donde no han trabajado; otros trabajaron y ustedes recogen el fruto de sus trabajos».

39 Muchos samaritanos de aquel pueblo creyeron en él por el testimonio de la mujer que les decía: «Me ha dicho todo lo que he hecho». 40 Cuando los samaritanos llegaron adonde estaba Jesús, le rogaban que se quedara con ellos; y él se quedó allí dos días. 41 Muchos más creyeron en él a causa de sus palabras, 42 y le decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú nos dijiste, sino porque nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo».

4,1-42: Este relato parece suponer la temprana conversión de los samaritanos, después de la resurrección de Jesús, gracias a la predicación del diácono Felipe y a la visita posterior de Pedro y Juan a Samaria (Hch 8,5-25). Por lo mismo, la samaritana es también un símbolo de su pueblo que profesa la fe en Jesús (Jn 4,42). Samaria fue conformada por cinco pueblos que tenían sus “maridos” o divinidades; luego, cuando se convirtió al Dios de Israel, no abandonó sus ritos semi idolátricos, situación que explica el desprecio de los judíos por esa región (2 Re 17,24-41). En su diálogo con la samaritana y después de una introducción (Jn 4,1-6), Jesús ofrece tres enseñanzas: el agua viva que ofrece es el Espíritu que saciará la sed de los hombres (4,7-14); la verdadera adoración en Espíritu y en Verdad tendrá lugar en el nuevo Templo que es la persona misma de Jesús (4,15-27), y la evangelización surge del encuentro con Jesús (4,28-38). A lo largo de la narración, el proceso de fe de la samaritana ilustra el itinerario de fe de cada discípulo. El gradual conocimiento de Jesús lleva a la mujer a un nuevo conocimiento de sí misma: Jesús es judío, ella samaritana; Jesús es “Señor”, ella una creatura llena de debilidades; Jesús es Profeta, un hombre de Dios, ella -en cambio- se reconoce pecadora, alejada de Dios; Jesús es Mesías que desborda las fronteras de Israel, ella ansía saciar su sed de Dios; Jesús es Salvador, ella experimenta la salvación por la palabra del Mesías: «Me ha dicho todo lo que he hecho» (4,39). Según la conclusión del relato (4,39-42), su testimonio se hace evangelización y convierte en discípulos de Jesús a hombres y mujeres que la escucharon hablar del Mesías y se encuentran con él por lo que pueden decir: «Nosotros mismos lo hemos oído» (4,42). 


4,5: Gn 33,18-20; 48,22; Jos 24,32 / 4,9: Eclo 50,25-26 / 4,10: Is 55,1; Jr 2,13; Ez 47,1-9 / 4,20: Dt 11,29; Jos 8,33 / 4,22: Is 2,3; Rom 9,4-5 / 4,23-24: Flp 3,3 / 4,25: Dt 18,18 / 4,34: Sal 40,8-9 / 4,35: Mt 9,37 / 4,36: Sal 126,5-6 / 4,37: Dt 28,30; Job 31,8; Miq 6,15 / 4,38: Hch 8, 14-17 / 4,41: 1 Tim 4,10; 1 Jn 4,14


Regresa a tu casa: ¡tu hijo vive!


43 Dos días después, Jesús salió hacia Galilea, 44 aunque él mismo había declarado que ningún profeta es honrado en su propia patria. 45 Sin embargo, cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque ellos también habían asistido a la fiesta y habían visto todo lo que Jesús había hecho en Jerusalén durante la fiesta de Pascua. 

46 Y de nuevo Jesús fue a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario del rey que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. 47 Cuando oyó que Jesús había venido de Judea a Galilea, lo fue a ver y le pidió que bajara a curar a su hijo que estaba a punto de morir. 48 Entonces Jesús le dijo: «Si no ven signos y prodigios, no creen». 49 El funcionario insistió: «Señor, baja antes de que se muera mi niño». 50 Jesús le dijo: «Regresa a tu casa: ¡tu hijo vive!». El hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. 51 Mientras regresaba, salieron a su encuentro sus servidores y le dijeron: «¡Tu niño vive!». 52 Él les preguntó a qué hora había comenzado a mejorar y le contestaron: «Ayer, a la una de la tarde se le quitó la fiebre». 53 El padre se dio cuenta de que esa fue la hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive», y creyeron él y toda su familia. 

54 Éste fue el segundo signo que Jesús hizo cuando volvió de Judea a Galilea.


4,43-54: La curación del hijo del funcionario real es el segundo signo que Jesús realiza en Caná (4,46.54). Como en el primero (2,1-12), también aquí hay una conversión, pero no ya del agua en vino, sino de la incredulidad a la fe. Un funcionario del rey (4,46), que nos hace pensar en el centurión de los evangelios sinópticos (Mt 8,5-13; Lc 7,1-10), tiene una fe débil y es un “hombre” (Jn 4,50), junto con sus contemporáneos, necesitado de signos para creer; sin embargo, después que cree y comprueba el milagro es llamado “padre” (4,53), llevando a la fe a toda su familia. El milagro de dar la vida involucra mucho más al padre que al hijo enfermo, pues el padre recibe la vida de fe que Jesús le ofrece y luego la comunica a los suyos. Este relato cierra el ciclo literario en torno a Caná (nota a 2,1-4,54), e introduce un nuevo ciclo de relatos en el que Jesús será presentado como fuente de vida. 


4,44: Mt 13,57 / 4,46-54: Mt 8,5-13; Lc 7,1-10 / 4,48: Mt 12,38-39 / 4,49: Mt 8,10 / 4,54: Hch 18,8


2- Jesús, fuente de luz y vida en las fiestas judías


5,1-12,50. Se presenta la identidad Jesús en relación con cuatro fiestas judías: una sin nombre que incluye un sábado (5,1-47); la Pascua judía (Jn 6); la fiesta de las Tiendas o Tabernáculos (7,1-10,21), y la de la Dedicación del Templo (10,22-42). Lo que resta del evangelio, incluyendo la última cena, la pasión y la resurrección, se presenta como la “Pascua de Jesús”, acontecimiento definitivo de salvación. El Evangelio según Juan, pues, transcurre de la pascua y fiestas judías a la pascua de Jesús. Entre los judíos, estas fiestas eran confesiones de fe en Dios, y lo festejaban y alababan como Creador y Salvador de Israel por sus intervenciones históricas en favor de su pueblo. Se esperaba que en la era mesiánica, Dios repitiera los milagros del Éxodo, dando un nuevo maná a su pueblo, ofreciendo una nueva agua, como la de la roca del desierto, y disponiendo una columna de fuego que guiara al pueblo a la liberación de los que lo oprimían. Estas solemnidades litúrgicas se convierten en ocasiones para revelar a Jesús como el nuevo “maná” bajado del cielo, fuente de agua viva y luz del mundo.


2.1- Jesús, Palabra de vida eterna


5,1-47. El paralítico de la piscina le permite a Juan presentar a Jesús como fuente de vida para el pueblo judío (5,1-9). La controversia acerca de la observancia del sábado (5,10-18) refleja las discusiones de la comunidad de Juan con los judíos de su tiempo. La sección central del relato (5,25-30) guarda un marcado paralelo con la narración de la resurrección de Lázaro (11,38-44; ver 11,23-27). El evangelista vuelve a tomar el tema de la relación de Jesús con el Padre (5,31-47), que concluyó la primera parte del capítulo (5,17-18), con la finalidad de presentar los diversos argumentos con los que la comunidad de Juan defendía su fe en Jesús como el Hijo y el mensajero del Padre.


¡Levántate, toma tu camilla y camina!


51 Después de esto, se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. 

2 Hay en Jerusalén, junto a la Puerta de las Ovejas, una piscina llamada en hebreo Betesda, que tiene cinco pórticos, 3 bajo los cuales yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos, y paralíticos. [3b-4]. 5 Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años. 6 Al verlo tendido y sabiendo que llevaba mucho tiempo así, Jesús le preguntó: «¿Quieres sanar?». 7 El enfermo respondió: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando el agua se mueve; mientras yo voy, baja otro antes que yo». 8 Jesús le dijo: «¡Levántate, toma tu camilla y camina!». 9 Al instante el hombre quedó sano, tomó la camilla y comenzó a caminar. 

Como aquel día era un sábado, 10 los judíos le decían al que había sido sanado: «Hoy es sábado y no te está permitido llevar tu camilla». 11 Pero él les respondió: «El hombre que me sanó me dijo: “Toma tu camilla y camina”». 12 Ellos le preguntaron: «¿Quién es ese hombre que te dijo “toma tu camilla y camina”?». 13 Pero él no lo sabía, pues Jesús había desaparecido entre la multitud que estaba en aquel lugar. 14 Después Jesús lo encontró en el Templo y le dijo: «Mira, has sido sanado; no vuelvas a pecar para que no te suceda algo peor». 15 Entonces, el hombre fue a decirles a los judíos que era Jesús quien lo había sanado. 16 Por esto los judíos perseguían a Jesús, porque hacía estas cosas en sábado. 17 Jesús les respondió: «Mi Padre trabaja siempre y yo también trabajo». 18 Por tal motivo los judíos trataban de matarlo, porque no sólo violaba el sábado, sino que también se hacía igual a Dios al llamarlo su propio Padre.


5,1-18: La sanación del paralítico, que recuerda la de los evangelios sinópticos (Mc 2,1-12), se relata para revelar a Jesús como fuente de vida para los que viven sin esperanza. Así como el pueblo de Israel estuvo en el desierto treinta y ocho años por su obstinación y rebeldía contra Dios y su destino fue la muerte (Nm 14,27-30; Dt 2,14), así este enfermo, símbolo del pueblo judío del tiempo de Jesús, se forja este mismo destino si no se convierten (Jn 5,14). Una vez sano, el hombre se une a los judíos en el Templo y permanece alejado de Jesús; no se convierte ni parece agradecer el beneficio recibido (5,15). La reacción a este signo por parte de los judíos es perversa: a quien da la vida lo buscan para matarlo, al igual que cuando resucita a Lázaro (5,18; 11,47-53).


5,2: Neh 3,1.32 / 5,5: Dt 2,14 / 5,8-9: Mt 9,6-7 / 5,10: Neh 13,19; Jr 17,21-22 / 5,14: Mt 9,2 / 5,17-18: Gn 2,2-3; Éx 20,11; Sab 2,16


Jn 5,3b-4: los mejores y más antiguos manuscritos no traen los versículos 3b-4: «3b que esperaban el movimiento del agua. 4 Porque un ángel de Dios, de tiempo en tiempo, descendía a la piscina y el primero que se metía en ella quedaba curado de cualquier enfermedad que tuviera».


El Hijo da vida a los que él quiere


19 Jesús continuó diciendo: «Les aseguro que el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino que hace lo que ve hacer al Padre; lo que él hace, el Hijo también lo hace. 20 Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace. Y le mostrará obras más grandes todavía, que los dejarán admirados. 21 Porque así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que él quiere. 22 Además, el Padre no juzga a nadie, sino que el poder de juzgar se lo ha dado al Hijo, 23 para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió». 

24 «Les aseguro que quien escucha mi palabra y cree en el que me envió, tiene vida eterna y no es llevado a juicio, porque ha pasado de la muerte a la vida. 25 Les aseguro que viene la hora, y ya ha llegado, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios y los que la oigan vivirán. 26 Porque así como el Padre tiene vida en sí mismo, ha hecho también que el Hijo tenga vida en sí mismo, 27 y le dio autoridad para juzgar, porque es el Hijo del hombre. 28 No se admiren de esto, porque viene la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz, 29 y los que hayan hecho el bien, resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, resucitarán para el juicio». 

30 «Yo no puedo hacer nada por mi cuenta; juzgo según lo que oigo y mi juicio es justo, porque no busco hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió».

5,19-30: Luego del signo o milagro del paralítico sanado (5,1-18), los judíos formulan una doble acusación contra Jesús: no respeta el descanso del sábado, denuncia que se vuelve a repetir y que será posteriormente refutada (7,19-24), y se hace igual a Dios. Tanto aquí como en la resurrección de Lázaro (11,38-44), el evangelista reafirma la fe de la comunidad cristiana: Jesús es fuente de vida definitiva, vida que comienza el mismo momento en que se cree en él (5,24). Juan 5,28-29 alude a Lázaro, llamado de su tumba a la vida, y muestra la misma confesión de fe sobre el juicio final que los evangelios sinópticos (Mt 25,31-46): el Dios de amor y vida someterá a juicio a quienes han vivido provocando odio y muerte, rechazando su voluntad, a diferencia de Jesús (Jn 5,30).


5,22: Hch 10,42 / 5,23: Lc 10,16 / 5,24: Rom 8,1 / 5,27: Dn 7,13.22 / 5,29: Dn 12,2; 2 Mac 7,9-14.23


El Padre que me envió da testimonio de mí


31 «Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no sería válido, 32 pero es otro el que da testimonio de mí y sé que su testimonio es válido. 33 Ustedes enviaron mensajeros a Juan y él dio testimonio de la verdad, 34 aunque yo no necesito el testimonio humano; pero les digo esto para que ustedes se salven. 35 Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y ustedes se alegraron un tiempo con su luz». 

36 «Pero el testimonio que yo tengo es mejor que el de Juan: son las obras que el Padre me encargó llevar a cabo. Estas obras que yo hago dan testimonio de que el Padre me envió. 37 Incluso el Padre que me envió da testimonio de mí, pero ustedes nunca han escuchado su voz ni han visto su rostro, 38 y su palabra no tiene cabida en ustedes, porque no creen al que Dios envió. 39 Sigan buscando en las Escrituras, ya que piensan que en ellas se encuentra la vida eterna. Ellas dan testimonio de mí y, 40 sin embargo, ustedes no quieren venir a mí para tener vida». 

41 «Mi gloria no procede de los hombres. 42 Pero yo los conozco bien: ¡el amor de Dios no está en ustedes! 43 He venido en nombre de mi Padre y ustedes no me aceptan; pero si uno viniera en su propio nombre, a ese sí lo aceptarían. 44 ¿Cómo van a creer si buscan gloria unos de otros y no buscan aquella gloria que viene sólo de Dios?».

45 «No piensen que los voy a acusar ante el Padre. El que los acusará es Moisés, en quien ustedes ponen su esperanza. 46 Porque si le creyeran a Moisés, también me creerían a mí, ya que él escribió acerca de mí. 47 Pero si no creen lo que él escribió, ¿cómo van a creer lo que yo les digo?». 


5,31-47: En esta parte final (nota a 5,1-47), en la que se responde a las acusaciones de los judíos contra Jesús, se enumeran los cinco testigos con los que la comunidad cristiana, al final del siglo I, defendía su fe en Jesús: Juan Bautista, quien como precursor dio testimonio de la verdad (5,33-35); las obras que el mismo Jesús realizó, las que lo validan como enviado de Dios (5,36); el Padre que da testimonio de su Hijo (5,37-38); las Sagradas Escrituras que también dan testimonio de Jesús y de la vida eterna que ofrece (5,39-40), y el mismo Moisés que escribió acerca de Jesús y, por esto, se convierte en acusador de los judíos que no creen (5,45-47).


5,32: 1 Jn 5,6-9 / 5,37: 1 Jn 4,12 / 5,39: Bar 4,1 / 5,42: 1 Jn 2,15 / 5,45: Dt 31,26-27 / 5,46: Dt 18,15.18


2.2- Jesús, pan de vida eterna


6,1-71. Juan 6 es una enseñanza acerca de la Eucaristía. Los evangelios sinópticos colocan esta enseñanza en la última cena de Jesús con sus discípulos (Mc 14,22-25). Los signos de la multiplicación de los panes (Jn 6,1-15) y Jesús caminando sobre el mar (6,16-21) introducen la nueva enseñanza sobre el “pan de vida” que supera el don del maná que el pueblo recibió en el desierto, después de salir de Egipto (Éx 16,1-5). Como sucedió con Moisés, los judíos vuelven a murmurar por su incredulidad en las palabras de Jesús (Jn 6,41-43). Las protestas aumentan cuando el relato alude a la fe eucarística de la comunidad cristiana que comparte la Carne y la Sangre de Jesús en sus celebraciones litúrgicas (6,51-59; 1 Cor 11,23-25). Juan 6 concluye con la confesión de fe de Pedro quien ve en la palabra de Jesús la fuente de vida eterna (Jn 6,68-69), y con la alusión a la falta de fe de Judas que entregará a Jesús a la muerte (6,70-71).


Jesús tomó los panes, dio gracias y los repartió

Mt 14,13-21; Mc 6,32-44; Lc 9,10-17


61 Después de esto, Jesús se fue a la otra orilla del mar de Galilea, llamado también Tiberíades. 2 Una gran multitud lo seguía al ver los signos que hacía con los enfermos. 3 Entonces, Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. 4 Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. 

5 Al levantar la vista, Jesús vio que una gran multitud acudía a él, y le preguntó a Felipe: «¿Dónde compraremos pan para que coma esta gente?». 6 Decía esto para probarlo, porque él bien sabía lo que iba a hacer. 7 Felipe le contestó: «Ni doscientos denarios de pan bastarían para que cada uno recibiera un pedazo». 8 Uno de los discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: 9 «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?». 10 Jesús les ordenó: «¡Hagan que la gente se siente!». Había mucha hierba en el lugar y se sentaron. Eran unos cinco mil hombres. 11 Entonces Jesús tomó los panes, dio gracias y los repartió entre ellos; lo mismo hizo con los peces, dándoles todo lo que quisieron. 12 Una vez que se saciaron, Jesús ordenó a los discípulos: «Recojan los pedazos que han sobrado, para que no se pierda nada». 13 Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada que les sobraron a los que habían comido. 

14 Cuando la gente vio el signo que había hecho, decía: «Éste en verdad es el Profeta que tenía que venir al mundo». 

15 Entonces Jesús, al darse cuenta de que querían llevárselo a la fuerza para hacerlo rey, se fue de nuevo a la montaña, él solo.

6,1-21: El relato de la multiplicación de los panes abunda en ecos del Antiguo Testamento: la cercanía de la fiesta de la Pascua judía, que conmemora la salida de Egipto; el maná y las murmuraciones en el desierto, y la enseñanza de que el pueblo de Dios no sólo vive de pan, sino de la palabra de su Dios (Dt 8,3). Luego de una breve introducción (Jn 6,1-4), se narra el signo de la multiplicación de los panes (6,5-15), con ciertos paralelos con Marcos (Mc 8,6-10), junto con el episodio de la caminata sobre el mar y la llegada inmediata de la barca a su destino (Jn 6,16-21). Al igual que Dios alimenta al pueblo con maná en el desierto (Sal 78,23-25), también Jesús lo alimenta, y al igual que Dios domina las tempestades y tormentas (Is 27,1; Sal 89,10-11), también Jesús lo hace (Jn 6,20-21). En el «Soy yo» de Jesús (6,20) resuena el nombre divino de Yhwh, que en hebreo significa “Él es” (Éx 3,14). De este modo, signos y afirmaciones revelan el origen de Jesús: es Hijo de Dios y participa de su poder para liberar a su pueblo. Con él presente, nada hay que temer.


6,1: Lc 5,1 / 6,5: Nm 11,13 / 6,7: Nm 11,22 /6,9: 2 Re 4,42-44 / 6,15: Mc 1,35


Vieron a Jesús que caminaba sobre el mar

Mt 14,22-33; Mc 6,45-52


16 Al atardecer, sus discípulos bajaron a la orilla del mar, 17 subieron a la barca y se dirigieron a Cafarnaún, a la otra orilla. Ya había oscurecido, y Jesús todavía no se había reunido con ellos. 18 El mar estaba agitado porque soplaba un viento fuerte. 19 Cuando ya habían remado unos cinco o seis kilómetros, vieron a Jesús que caminaba sobre el mar, acercándose a la barca, y se asustaron. 20 Pero él les dijo: «¡Soy yo, no tengan miedo!». 21 Ellos quisieron subirlo a la barca, pero enseguida la barca llegó al lugar a donde se dirigían.


6,16-21. Ver comentario a 6,1-21.


6,18-19: Éx 14,21-22 / 6,20: Mt 1,20; Mc 5,36


Yo soy el pan de la vida


22 Al día siguiente, la multitud que estaba al otro lado del mar se dio cuenta de que no había allí más que una barca, y que Jesús no se había embarcado con sus discípulos, sino que ellos se habían ido solos. 23 Mientras tanto, otras barcas llegaron de Tiberíades al lugar donde habían comido el pan después de que el Señor dio gracias. 24 Cuando la multitud vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. 25 Al encontrarlo en la otra orilla del mar, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo llegaste aquí?». 

26 Jesús les respondió: «Les aseguro que ustedes me buscan no porque vieron signos, sino porque comieron pan hasta saciarse. 27 No obren por el alimento que perece, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que el Hijo del hombre les dará, porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello». 28 Entonces le preguntaron: «¿Qué tenemos que hacer para llevar a cabo la obra de Dios?». 29 Jesús les respondió: «Ésta es la obra de Dios, que crean en aquel que él ha enviado». 

30 Ellos le replicaron: «¿Qué signo haces para que al verlo creamos en tí? ¿Qué obra realizas? 31 Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio a comer pan del cielo» [Sal 78,24]. 32 Entonces Jesús les dijo: «Les aseguro que no fue Moisés quien les dio el pan del cielo, sino mi Padre es quien les da el verdadero pan del cielo. 33 Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo». 34 Ellos le dijeron: «¡Señor, danos siempre de ese pan!». 35 Jesús les respondió: «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí nunca tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed». 

36 «Pero ya les he dicho: ustedes no creen aunque me han visto. 37 Todos los que me da el Padre vienen a mí, y al que viene a mí no lo rechazaré, 38 porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la del que me envió. 39 Y la voluntad del que me envió es que no pierda a ninguno de los que él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. 40 Porque ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él, tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día». 

41 Los judíos murmuraban porque había dicho: «Yo soy el pan que bajó del cielo». 42 Y decían: «¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: “He bajado del cielo?”». 43 Jesús les contestó: «Dejen ya de murmurar. 44 Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió, y yo lo resucitaré en el último día. 45 Está escrito en los Profetas: Todos serán instruidos por Dios [Is 54,13]. Todo el que escucha al Padre y aprende de él, viene a mí. 46 No es que alguien haya visto al Padre; el único que lo ha visto es aquel que viene de Dios. 47 Les aseguro que el que cree tiene vida eterna. 48 Yo soy el pan de la vida. 49 Sus padres comieron el maná en el desierto y murieron. 50 Éste es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma, no muera». 


6,22-59: Después de una introducción narrativa (6,22-24), el discurso sobre el pan de la vida alterna preguntas de la gente con las respuestas de Jesús, al estilo de las enseñanzas dialogadas de los maestros de la Ley. Se evidencian tres partes, cada una explicando la frase «pan del cielo – les dio – a comer», según el orden del texto griego (6,31). El pan del cielo se lo dio Dios, no Moisés, y ahora es Jesús quien da el verdadero pan del cielo (6,25-34). El pan del cielo que Jesús da no es el maná (Éx 16), sino su palabra, Palabra del Padre, para que el ser humano viva de ella (Jn 6,35-50). La comida del pan de Vida tiene lugar en la celebración de la Eucaristía (6,51-59; 1 Cor 11,23-25). De este modo, Jesús sustituye fiestas religiosas judías y dones del Antiguo Testamento (Jn 6,35-50). Una pequeña estructura concéntrica (6,41-43) destaca el tema de la murmuración, aquella del tiempo del éxodo contra Dios y la de ahora contra Jesús, resaltando así la analogía de reacciones: a- los judíos murmuran; b- porque Jesús dijo que bajó del cielo; c- y preguntan quién es éste; b’- que dice ha bajado del cielo; a’- y Jesús los increpa para que dejen de murmurar.


6,27: Is 55,2 / 6,30: Mt 16,1-4 / 6,31: Neh 9,15 / 6,35: Prov 9,1-6 / 6,42: Mt 13,55; Mc 6,3 / 6,44: Mt 11,27 / 6,45: Jr 31,33-34 / 6,46: 1 Jn 4,12 / 6,49: Sab 16,20


Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna


51 Jesús añadió: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo». 52 Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo puede éste darnos a comer su propia carne?». 53 Jesús les contestó: «Les aseguro que si no comen la carne y beben la sangre del Hijo del hombre, no tendrán vida en ustedes. 54 Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. 55 Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. 56 El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. 57 Así como yo vivo por el Padre que tiene vida y me ha enviado, también el que me coma vivirá por mí. 58 Este pan es el que ha bajado del cielo, no como aquel pan que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá para siempre». 

59 Jesús dijo todo esto cuando enseñaba en la sinagoga de Cafarnaún.


6,51-59. Ver comentario a 6,22-59.


6,51-56: Mt 26,26-29; Mc 14,22-25; Lc 22,14-22


Las palabras que les he dicho son espíritu y vida


60 Muchos discípulos de Jesús que lo habían oído, decían: «¡Es dura esta enseñanza! ¿Quién puede aceptarla?». 61 Dándose cuenta de que sus discípulos murmuraban, Jesús les preguntó: «¿Esto los escandaliza? 62 Entonces, ¿qué sucederá cuando vean al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? 63 El Espíritu es el que da vida, la carne de nada ayuda. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida. 64 Pero hay algunos entre ustedes que se niegan a creer». Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. 65 Y añadió: «Por esto les he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre». 

66 Desde ese momento, muchos de sus discípulos lo abandonaron y no andaban más con él. 67 Entonces Jesús preguntó a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?». 68 Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién iremos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna! 69 Nosotros hemos creído y reconocido que tú eres el Santo de Dios». 70 Jesús les contestó: «¿Acaso no fui yo mismo el que los eligí a ustedes, los Doce? Sin embargo, uno de ustedes es un demonio». 71 Jesús se refería a uno de los Doce, a Judas, hijo de Simón Iscariote, que lo iba a entregar.

6,60-71: Aquella identificación inicial y positiva de Jesús como “profeta” (6,14) desemboca en una gran crisis: el rechazo total a su persona y a su mensaje (6,66). Ya desde el Prólogo se anunciaba la posibilidad de recibir y rechazar la Palabra que es Jesús (1,10-12). Los contemporáneos de Jesús no pueden pasar de la comprensión del nivel humano al nivel sobrenatural, propio de la fe (6,62-63). Solamente los Doce permanecen junto a Jesús, lo que Pedro expresa en nombre de todos (6,68). El evangelista enmarca la confesión de Pedro (6,69) entre las dos referencias a la traición de Judas (6,64.70-71). La falta de fe, que aparece aquí por primera vez, será la causa de la traición de Judas y del abandono de Jesús por parte de los otros discípulos. De aquí que su pregunta (6,67) trascienda tiempos y épocas, dirigiéndose a cada uno de nosotros: “¿También tú te quieres ir?”.


6,60: Lv 3,17 / 6,62: Mt 8,20 / 6,68-69: Mt 16,16 / 6,70: Hch 3,14-15


2.3- Jesús, Mesías rechazado por las tinieblas


7,1-8,11. Estos pasajes bíblicos tienen unidad de tiempo (durante la fiesta de las Chozas), de lugar (el Templo), de género literario (controversias) y de respuestas (oposición constante). La fiesta de las Chozas sirve de marco para una serie de controversias de Jesús, eco de las discusiones entre la comunidad de Juan y los judíos. El tema central de la discusión es la identidad de Jesús como Mesías venido de Dios. Jesús es presentado enseñando en medio de muchas dificultades, porque la discusión se agrava acerca de su origen y su misión y porque buscan matarlo (7,1.30). Ambos capítulos culminan con dos solemnes declaraciones de Jesús: es el «Agua viva» (7,37-38) y se identifica como «Yo Soy» (8,58), que remite al nombre hebreo de Dios (“Yhwh”, que significa “Él es”: Éx 3,14). Una tercera y fundamental declaración, que se encuentra en el centro de los dos capítulos completa la presentación de su identidad: «Yo soy la luz del mundo» (Jn 8,12). 


Mi tiempo aún no se ha cumplido

 

71 Después de esto, Jesús se puso a recorrer Galilea. No quería andar por Judea, porque los judíos querían matarlo. 

2 Se acercaba la fiesta judía de las Chozas. 3 Sus hermanos le dijeron: «No te quedes aquí y vete a Judea, para que tus discípulos vean las obras que haces, 4 porque nadie actúa en secreto si quiere darse a conocer. Si haces tales cosas, manifiéstate al mundo». 5 Y es que ni siquiera sus hermanos creían en él. 6 Jesús les respondió: «Mi tiempo no ha llegado todavía, pero para ustedes cualquier tiempo es bueno. 7 El mundo no tiene por qué odiarlos, en cambio, a mí me odia porque doy testimonio de que sus obras son malas. 8 Vayan a esa fiesta, que yo no subiré, porque mi tiempo aún no se ha cumplido». 9 Y tal como dijo, se quedó en Galilea. 10 Pero después de que sus hermanos subieron a la fiesta, Jesús también subió, aunque no públicamente, sino en secreto. 

11 Durante la fiesta, los judíos buscaban a Jesús y preguntaban: «¿Dónde estará ése?». 12 Y entre la gente se comentaba mucho de él. Unos decían: «Es un hombre de bien». Otros, en cambio, decían: «No, engaña al pueblo». 13 Sin embargo, nadie hablaba abiertamente de Jesús por miedo a los judíos. 


7,1-13: La enseñanza de Jesús en Juan 7 se puede distribuir en tres momentos: antes de la fiesta de las Chozas (7,1-13); en medio de la fiesta (7,14-36), y en el último día de la fiesta (7,37-52). En este primer momento, se discute sobre el origen divino de Jesús y el de su mensaje, un tema de interés para la comunidad de Juan y los judíos de la sinagoga. Al igual que en los evangelios sinópticos, se subraya la falta de fe de los parientes de Jesús, incredulidad que comparten con los judíos. Esta situación de incredulidad los coloca en el mismo nivel de respuesta que los paganos, por lo cual Jesús abrirá el mensaje al mundo no judío. Jesús, superando las interpretaciones de la Ley que impiden acceder al misterio de Dios, colma las esperanzas contenidas en la Ley de Moisés y en los Profetas.


7,1: Mc 9,30 / 7,2: Lv 23,33-43; Dt 16,13 / 7,3: Mt 12,46 / 7,4: Mt 5,15 / 7,7: 1 Jn 3,13-14 / 7,12: Mt 27,63 / 7,13: Heb 13,6-7


Mi enseñanza no es mía, sino de aquel que me envió


14 Hacia la mitad de la fiesta, Jesús entró en el Templo y se puso a enseñar. 15 Los judíos admirados, decían: «¿Cómo conoce las Escrituras sin haber estudiado?». 16 Jesús les respondió: «Mi enseñanza no es mía, sino de aquel que me envió. 17 El que quiera hacer su voluntad conocerá si mi enseñanza es de Dios o si hablo por cuenta propia. 18 El que habla por cuenta propia busca su propia gloria, pero el que busca la gloria del que lo envió, ése dice la verdad y no hay falsedad en él. 19 ¿Acaso no fue Moisés quien les dio la Ley? ¡Y ninguno de ustedes la cumple! ¿Por qué quieren matarme?». 20 La multitud le contestó: «¡Estás endemoniado! ¿Quién quiere matarte?». 21 Jesús les respondió: «Por una sola obra que realicé todos están admirados. 22 Moisés les dio la circuncisión -aunque no viene de Moisés, sino de los patriarcas- y ustedes circuncidan aunque sea día sábado. 23 Si ustedes, por no violar la ley de Moisés, circuncidan a un hombre en día sábado, ¿por qué se enojan conmigo porque en sábado he sanado a toda la persona? 24 ¡No juzguen por apariencias, juzguen con rectitud!».

25 Algunos de Jerusalén decían: «¿No es éste al que buscaban para matarlo? 26 ¡Miren cómo habla en público y nadie le dice nada! ¿Será que las autoridades habrán reconocido que es el Mesías? 27 Pero nosotros sabemos de dónde es éste, en cambio, cuando venga el Mesías nadie sabrá de dónde es». 28 Entonces, enseñando en el Templo, Jesús gritó: «¿Así que dicen que me conocen y saben de dónde soy? Pero yo no he venido por mi propia cuenta, sino que me envió el que dice la verdad y, sin embargo, a él ustedes no lo conocen. 29 En cambio, yo sí lo conozco porque de él vengo y él me envió». 

30 Intentaban arrestarlo, pero nadie lo hizo porque todavía no había llegado su hora. 31 De entre la multitud, muchos creyeron en él y decían: «Cuando venga el Mesías, ¿hará más signos que los que éste ha hecho?». 32 Los fariseos se enteraron de que la gente hacía estos comentarios acerca de él, y enviaron guardias para arrestarlo. 

33 Entonces Jesús les dijo: «Todavía estaré con ustedes un poco de tiempo y luego iré al que me envió. 34 Me buscarán, pero no me encontrarán, porque allí donde yo esté, ustedes no pueden venir». 35 Los judíos comentaban entre sí: «¿Adónde irá para que no podamos encontrarlo? ¿Acaso irá a donde están los judíos dispersos entre los griegos, para enseñarles a los griegos? 36 ¿Qué significa eso que ha dicho: “Me buscarán, pero no me encontrarán” y “Allí donde yo esté, ustedes no pueden venir”?».


7,14-36: En medio de la fiesta de las Chozas (nota a 7,1-13), los judíos, llevados por sus prejuicios y su limitada comprensión de las profecías, ponen en cuestión tres aspectos relativos a Jesús: el origen de su enseñanza (7,14-24); su identidad como Mesías enviado por Dios (7,25-31), y el destino final de Jesús junto a Dios, quien lo envió (7,32-36). Los judíos afirmaban que del Mesías no se conocería su procedencia (7,27) y que debía permanecer oculto hasta el momento de su revelación a Israel; si ellos conocen de Jesús su origen y él ya se está manifestando, no puede ser el Mesías. Si bien Jesús revela su identidad y misión, para el conocimiento pleno de estas realidades de fe será necesario esperar la manifestación de “su hora” (7,30-31). La discusión y la obstinación fuerzan a que la verdad sobre Jesús se proponga en otros ámbitos, como sucedió en los orígenes del anuncio del Evangelio (7,32-36).


7,15: Mt 7,28; Hch 4,13 / 7,18: Sal 92,16 / 7,20: Mc 3,22.30 / 7,22: Gn 17,10-27; Lv 12,3 / 7,24: Lv 19,15 / 7,28-29: 1 Jn 2,20-23 / 7,30: Lc 4,29-30 / 7,34: Os 5,6; Prov 1,28; Mt 7,7-8


El que tenga sed que venga a mí y beba


37 El último día de la fiesta, el más solemne, Jesús se puso de pie y gritó: «El que tenga sed que venga a mí y beba, 38 el que cree en mí –como dice la Escritura– de su seno brotaran ríos de agua viva». 39 Esto lo dijo acerca del Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él. Y es que todavía el Espíritu no había sido dado, porque Jesús aún no había sido glorificado. 

40 Algunos de entre la gente, al oír estas palabras, decían: «Éste es verdaderamente el Profeta». 41 Otros decían: «Éste es el Mesías». Pero otros respondían: «¿Acaso de Galilea va a venir el Mesías? 42 ¿No dice la Escritura que el Mesías va a venir de la familia de David y de Belén, su mismo pueblo?». 43 Se produjo una división entre la gente a causa de él. 44 Algunos querían arrestarlo, pero nadie se atrevió a hacerlo.

45 Cuando los guardias volvieron donde los sumos sacerdotes y los fariseos, éstos les preguntaron: «¿Por qué no lo trajeron?». 46 Ellos respondieron: «¡Jamás un hombre ha hablado como lo hace éste!». 47 Los fariseos les replicaron: «¿También ustedes se han dejado engañar? 48 ¿Acaso alguna autoridad o algún fariseo ha creído en él? 49 Lo que pasa es que esta gente, que no conoce la Ley, está maldita». 50 Nicodemo, uno de ellos, el que antes había visitado a Jesús, les dijo: 51 «¿Es que nuestra Ley condena a un hombre sin haberlo escuchado primero y sin saber lo que ha hecho?». 52 Ellos le contestaron: «¿Acaso tú también eres de Galilea? Investiga y verás que ningún profeta ha salido de Galilea». 


7,37-52: El último día de la fiesta de las Chozas (nota a 7,1-13) era de una inmensa y contagiante alegría, pues tenía lugar la solemne procesión del agua, la que sacada de la piscina de Siloé se llevaba al Templo de Jerusalén. En este contexto, Jesús declara que él es “el agua viva” que Dios da de beber a su pueblo (7,37-39). Antes ya había dicho que él era el nuevo Templo (2,21), y de este Templo brota el agua que renueva y recrea, prometida por los profetas (Ez 47,1-12; Zac 14,8), símbolo del Espíritu que saldrá de su costado abierto (Jn 19,30.34). Al entregar el Espíritu en el momento de morir, el Cordero Pascual se convierte en la única fuente de agua viva, ya no la Ley. El creyente en Jesús Mesías participa de ese don y de su destino de incomprensión y hostilidad (7,40-52). La revelación de Jesús recibe una respuesta parcialmente favorable de la gente sencilla, pero provoca una creciente hostilidad por parte de las autoridades judías debido a su incredulidad (7,40-52).


7,37-38: Sal 78,15-16; Is 55,1; Zac 14,8; Jl 4,18 / 7,42: 2 Sm 7,12-13; Miq 5,2 / 7,46: Mt 13,54-56 / 7,49: Dt 27,26; 28,15 / 7,51: Dt 1,16-17 / 7,52: 2 Re 14,25


Vete y no vuelvas a pecar

 

53 Cada uno regresó a su casa.

81 Y Jesús se fue al Monte de los Olivos. 2 Al amanecer, se presentó en el Templo y toda la gente se acercó a él. Entonces, Jesús se sentó y comenzó a enseñarles. 3 Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida cometiendo adulterio y, poniéndola en medio, 4 le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el momento de cometer adulterio. 5 Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. Y tú, ¿qué dices?». 6 Decían esto para ponerlo a prueba y poder acusarlo. Pero Jesús se agachó y, con el dedo, comenzó a escribir en la tierra. 7 Como ellos insistían en preguntarle, Jesús se levantó y les dijo: «Aquel de ustedes que no tenga pecado, que sea el primero en apedrearla». 8 E inclinándose de nuevo, continuó escribiendo en la tierra. 9 Pero ellos, al oír esto, se fueron retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos, y lo dejaron solo con la mujer, que seguía allí. 10 Jesús se levantó y le dijo: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado?». 11 Ella le contestó: «Nadie, Señor». Entonces Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete y no vuelvas a pecar».


7,53-8,11: El relato de la mujer sorprendida en adulterio podría colocarse después de Lucas 21,38, porque su contenido y vocabulario se acercan mucho a este evangelio. Aquí, donde actualmente se encuentra, interrumpe las controversias acerca del origen divino y la misión de Jesús. Los manuscritos más antiguos no contienen esta historia, y en los más tardíos aparece ubicado en diversos lugares del cuarto evangelio; sin embargo, nunca se ha dudado de su inspiración. Las últimas palabras: «Tampoco yo te condeno. Vete y no vuelvas a pecar» (8,11), llaman a la compasión y al perdón, como en Juan 5,14: «Mira, has sido sanado; no vuelvas a pecar». El verdadero discípulo está invitado a una continua conversión como respuesta al amor y actuar de Jesús que no vino a condenar, sino a salvar a todos (3,17; 8,11).


8,1: Lc 21-37-38 / 8,3: Lc 7,37-50 / 8,5: Lv 20,10; Dt 22,22-24 / 8,6: Mt 22,15-22 / 8,7: Dt 17,7 / 8,11: Rom 8,1


2.4- Jesús, luz del mundo


8,12-59. Las dos declaraciones “Yo soy” de Jesús enmarcan esta unidad: al principio, «Yo soy la luz del mundo» (8,12), y al final, lo que los judíos consideran una blasfemia: «Les aseguro que antes de que naciera Abrahán, Yo Soy» (8,58). Esta controversia con los judíos se desarrolla en cinco polémicos diálogos, cuyos temas son: la validez del testimonio de Jesús frente a los incrédulos (8,12-20); el origen de Jesús que contrasta con la procedencia de los judíos que vienen “de abajo” (8,21-29); la libertad de Jesús y la esclavitud de los judíos por sus pecados (8,30-36); la filiación auténtica de Abrahán y la filiación del Diablo (8,37-47), y la unidad de Jesús con Dios y su superioridad sobre Abrahán (8,48-59). Estos diálogos son un eco de las discusiones de su comunidad cristiana con la sinagoga judía de finales del siglo I, cuando los discípulos de Jesús también se proclamaban auténticos hijos y descendientes de Abrahán (Gál 4,21-31). 


Yo soy la luz del mundo


12 Jesús les habló de nuevo, diciendo: «Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida». 13 Los fariseos le dijeron: «Tú das testimonio de ti mismo, por lo que tu testimonio no es válido». 14 Jesús les replicó: «Aunque yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio es válido, porque sé de dónde vine y adónde voy. Pero ustedes no saben de dónde vengo ni adónde voy. 15 Ustedes juzgan según la carne, yo –en cambio– no juzgo a nadie. 16 Pero si lo hiciera, mi juicio sería válido, porque no soy yo sólo el que juzgo, sino yo y el Padre que me envió. 17 Además, en la Ley de ustedes está escrito que el testimonio válido es el de dos testigos. 18 Yo doy testimonio de mí mismo y también el Padre que me envió da testimonio de mí». 19 Entonces ellos le preguntaron: «¿Dónde está tu Padre?». Jesús les contestó: «No me conocen a mí ni a mi Padre. Si me conocieran a mí, conocerían también a mi Padre».

20 Jesús dijo estas palabras junto a la sala del tesoro, mientras enseñaba en el Templo, pero nadie lo arrestó porque todavía no había llegado su hora. 


8,12-20: En este primer diálogo polémico (nota a 8,12-59), la palabra y autoridad de Jesús están avaladas por su testimonio y por el testimonio del Padre, en conformidad con los dos testigos que exige la Ley. El centro de este pasaje y de la sección (7,1-8,59) es la autorrevelación de Jesús: «Yo soy la luz del mundo». Esta revelación de Jesús ocurre en el contexto de la fiesta de las Chozas, por tanto, con una Jerusalén iluminada con antorchas para conmemorar la columna de fuego del Éxodo (Éx 13,21-22); en este momento Jesús proclama que es «la luz del mundo» (Jn 8,12). Él es la luz que brilló en las tinieblas (1,4-5.8-9), la luz cuya presencia hace posible el juicio (3,19-21) y la que se oculta en la hora de su exaltación en la cruz (12,35-36.46). Mientras los evangelios sinópticos presentan el discipulado como seguimiento de Jesús, para Juan es caminar en pos de la Luz como los israelitas que, una vez liberados de Egipto, caminaban tras su Dios que los guía a la tierra prometida mediante una columna de fuego. Si la “luz” para el Antiguo Testamento es la Ley de Moisés y la sabiduría divina (Prov 6,23; 8,22; Sab 7,26; Sal 118,105), ahora ella se manifiesta en la Palabra de Dios hecha carne. Jesús es la luz que hace que cada discípulo sea hoy luz enviada al mundo que alumbre con la Palabra.

8,13-16: 1 Jn 5,6-8 / 8,17: Dt 17,6; 19,15 / 8,18: 1 Jn 5,9 / 8,20: Mc 12,41


Entonces reconocerán que Yo Soy


21 Jesús les dijo otra vez: «Yo me voy y ustedes me buscarán, pero morirán en su pecado. A donde yo voy, ustedes no pueden ir». 22 Por esto los judíos comentaban: «¿Acaso piensa suicidarse, ya que dice: “A donde yo voy ustedes no pueden ir”?». 23 Y les decía: «Ustedes son de aquí abajo, yo soy de arriba; ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo. 24 Por eso les he dicho que morirán en sus pecados. Porque si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados». 

25 Ellos le preguntaban: «Tú, pues, ¿quién eres?». Jesús les contestó: «Precisamente es lo que les estoy diciendo desde el principio. 26 Tengo muchas cosas que decir y juzgar de ustedes, pero el que me envió es veraz y lo que a él le he oído, eso es lo que digo al mundo». 27 Ellos no entendieron que les hablaba del Padre. 28 Por eso Jesús añadió: «Cuando levanten en alto al Hijo del hombre, entonces reconocerán que Yo Soy y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo lo que el Padre me ha enseñado. 29 El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que a él le agrada». 

30 Cuando dijo esto, muchos creyeron en él. 31 Y a los judíos que habían creído en él, Jesús les decía: «Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderos discípulos míos, 32 y conocerán la verdad y la verdad los hará libres». 33 Ellos le replicaron: «Nosotros somos descendencia de Abrahán y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices que seremos libres?». 34 Jesús les contestó: «Les aseguro que quien comete pecado es esclavo del pecado. 35 El esclavo no permanece en la casa para siempre; el hijo es quien permanece en la casa para siempre. 36 Así que si el Hijo los libera, serán libres de verdad». 

8,21-36: En el segundo (8,21-29) y tercer diálogo (8,30-36; nota a 8,12-59), el centro de la discusión es el origen divino de Jesús y el origen diabólico de sus adversarios. Jesús es el Hijo de Dios que procede del Padre y, por tanto, tiene autoridad para hablar con veracidad de Dios y su obra; sin embargo, hay que esperar los acontecimientos pascuales para que muchos reconozcan que “Él es” (8,24.28: «Yo soy»), es decir, que lleva el nombre de Dios (Éx 3,14). Luego (Jn 8,30-36), Jesús enseña que el discípulo es un hijo auténtico de Abrahán si permanece fiel a las palabras de Jesús y se abre a la libertad que el Hijo de Dios ofrece. En cambio, los judíos, aunque tengan a Abrahán por padre, si no aceptan las palabras de Jesús, son esclavos y no viven en la presencia de Dios, pues “su casa” es el pecado (8,34-35). La vocación del discípulo es la libertad que proviene de la fe en Jesús en cuanto Hijo de Dios que nos revela al Padre celestial (Gál 4,21-5,12) quien, por ser su Hijo, lo hace verazmente. 


8,21: Dt 24,16 / 8,24: Tob 12,14-20; Is 43,11 / 8,28: Hch 9,5 / 8,32: 1 Jn 5,20 / 8,33: Mt 3,9 / 8,34: Rom 6,16 / 8,36: Gál 5,1.13


Si fueran hijos de Abrahán, obrarían como él

37 «Yo sé bien que ustedes son descendientes de Abrahán; sin embargo, buscan matarme, porque en ustedes no hay lugar para mi palabra. 38 Yo les hablo de lo que he visto junto al Padre, y ustedes también hacen lo que han oído de su padre». 

39 Ellos le contestaron: «Nuestro padre es Abrahán». Jesús les respondió: «Si fueran hijos de Abrahán, obrarían como Abrahán. 40 Pero buscan matarme a mí, al que les ha dicho la verdad que ha oído de Dios. ¡Abrahán no hizo eso! 41 Pero ustedes hacen las obras de su padre». 

Ellos replicaron: «Nosotros no hemos nacido de la lujuria, porque tenemos un solo padre, Dios». 42 Jesús les contestó: «Si Dios fuera el padre de ustedes, me amarían, ya que salí y vengo de Dios, pues no he venido por mi cuenta, sino que él me envió. 43 ¿Por qué no entienden mi lenguaje? Porque ustedes no son capaces de escuchar mi palabra. 44 Es que tienen al diablo por padre y por eso quieren cumplir los deseos de su padre. Él fue un homicida desde el principio y no perseveró en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando miente, habla de lo que lleva dentro, porque él es mentiroso y es el padre de la mentira. 45 Ustedes no me creen a mí, que les digo la verdad. 46 ¿Quién de ustedes puede probar que yo he pecado? Si les digo la verdad, ¿por qué no me creen? 47 El que es de Dios, escucha las palabras de Dios; por eso ustedes no las escuchan, porque no son de Dios».

8,37-47: Según este cuarto diálogo (nota a 8,12-59), la fe debe unirse a las obras. Los judíos, en cambio, llamados a imitar la conducta de Abrahán que creyó a los mensajeros divinos y puso su confianza en Dios, no hacen lo que él hizo (Gn 18,1-18) y, aunque se digan hijos suyos, no lo son. La descendencia de Abrahán no otorga ningún privilegio ante Dios. La única filiación que vale es la que proviene de la fe (Jn 1,12-13) que vincula con Jesús, lleva a aceptar su palabra, a imitar su conducta y tener sus motivaciones. Si los judíos creyeran, imitarían la conducta de su padre Abrahán y reconocerían a Jesús como el enviado de Dios, pero son incapaces de creer, porque su padre no es Abrahán, sino el Diablo, el padre de la mentira (8,44). 


8,37: Mt 21,33-46 / 8,39: Rom 11,1; Heb 7,5 / 8,41: Is 63,16 / 8,44: Sab 2,23-24 / 8,46: 2 Cor 5,21; Heb 4,15 / 8,47: 1 Jn 4,6


¿Acaso eres tú más grande que nuestro padre Abrahán?

48 Los judíos le respondieron: «¿Acaso no tenemos razón al decir que eres un samaritano y que estás poseído por un demonio?». 49 Jesús les contestó: «No estoy poseído por ningún demonio, sino que honro a mi Padre, mientras que ustedes me deshonran a mí. 50 Yo no busco mi propia gloria: ya hay alguien quien la busca y él es el que juzga. 51 Les aseguro que el que cumple mi palabra no morirá jamás». 

52 Entonces los judíos le replicaron: «Ahora tenemos pruebas de que estás poseído por un demonio. Abrahán murió y también los profetas, y tú dices que “el que cumple mi palabra no morirá jamás”. 53 ¿Acaso eres tú más grande que nuestro padre Abrahán? Él murió y también los profetas murieron. ¿Quién crees que eres?». 54 Jesús les respondió: «Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria no vale nada. Es mi Padre el que me glorifica, aquel que ustedes dicen que es su Dios, 55 aunque jamás lo han conocido. Yo, en cambio, sí lo conozco, y si dijera que no lo conozco, sería un mentiroso al igual que ustedes. Pero yo lo conozco y cumplo su palabra. 56 Abrahán, el padre de ustedes, se alegró al pensar en ver mi día: lo vio y se llenó de alegría». 57 Entonces los judíos le replicaron: «Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abrahán?». 58 Jesús les contestó: «Les aseguro que antes de que naciera Abrahán, Yo Soy».

59 Entonces tomaron piedras para tirárselas, pero Jesús se ocultó y salió del Templo.

8,48-59: La confrontación de Jesús con los judíos llega a su máxima intensidad. Jesús afirma su obediencia sin límite a los planes del Padre y denuncia la desobediencia de sus oyentes, a diferencia de la actitud de Abrahán. Y, sin embargo, Jesús es más grande que Abrahán y los profetas, porque procede del Padre y tiene su mismo nombre (8,58: «Yo soy»; Éx 3,14). La pretensión de Jesús de “hacerse igual a Dios” (Jn 5,18) es blasfemia que merece la muerte (8,59). Sin embargo, esta revelación por la que lo condenan es la razón de su presencia entre los suyos, y su obediencia al Padre glorificará su Nombre en la “hora” dispuesta por Dios. La obediencia y la búsqueda filial de dar gloria al Padre son fuentes de luz y fuerza del discípulo cuando es insultado y perseguido por su adhesión al Hijo de Dios. La “hora” del discípulo está también en manos del Padre. 


8,48: Lc 9,51-56 / 8,51: Mt 13,23 / 8,56: Gn 17,16-17 / 8,58: Flp 2,6; Col 1,15 / 8,59: Lv 24,15-16


2.5- Jesús, luz que transforma la vida


9,1-41. El relato de la curación de un ciego de nacimiento es una enseñanza acerca de la iluminación recibida en el Bautismo. Con diálogos cortos se propone la catequesis bautismal como iluminación divina (9,7.11.15): es unción que hace posible la nueva creación (9,6), que transforma a la persona al punto de hacerla irreconocible a los ojos de otros; que da una nueva identidad por un nuevo nacimiento (9,9), y no de padres terrenos (9,20-22); que hace posible la aceptación de Jesús (9,27), para vivir en comunión con él (9,38). El crecimiento gradual en la fe del creyente se muestra en la progresión de los títulos dados a Jesús: es «ese hombre» (9,11), el profeta (9,17), el que viene de Dios (9,33), el Hijo del hombre (9,35), el «Señor» digno de adoración (9,38). El ciego recibe la vista de sus ojos como signo de la visión espiritual, la que le permite la progresiva identificación con la comunidad de los seguidores de Jesús. Los judíos, en cambio, que afirman ver, están ciegos en el espíritu, y su ceguera los hace intolerantes, excluyéndose de la salvación.


Me puso barro sobre los ojos, me lavé y ahora veo


91 Al salir del Templo, Jesús vio a un hombre que era ciego de nacimiento. 2 Sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién pecó para que naciera ciego?, ¿él o sus padres?». 3 Jesús contestó: «Ni él pecó ni sus padres, sino que nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios. 4 Mientras es de día debemos trabajar en las obras del que me envió. Llegará la noche, entonces nadie podrá trabajar. 5 Mientras estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo». 6 Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, puso el barro sobre los ojos del ciego 7 y le ordenó: «¡Ve a lavarte a la piscina de Siloé!» (que significa “Enviado”). Él fue, se lavó, y cuando regresó ya podía ver. 

8 Los vecinos y los que antes lo habían visto pedir limosna, porque era mendigo, se preguntaban: «¿No es éste el que se sentaba a mendigar?». 9 Unos decían: «Sí, es éste»; otros replicaban: «No, es uno que se le parece». Él les decía: «Soy realmente yo». 10 Entonces ellos le preguntaban: «¿Cómo, pues, se te abrieron los ojos?». 11 Él les respondió: «Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: “Ve a Siloé y lávate”. Yo fui, me lavé y comencé a ver». 12 Ellos le preguntaron: «¿Dónde está ese?». Él les respondió: «No lo sé».

13 Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego, 14 porque el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos era sábado. 15 Por esto los fariseos le preguntaron cómo había llegado a ver. Él les contestó: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y ahora veo». 16 Entonces algunos fariseos decían: «Éste hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado». Otros replicaban: «¿Pero cómo puede un pecador hacer tales signos?». Y se produjo una división entre ellos. 17 Entonces volvieron a interrogar al ciego: «Y tú, ¿qué dices de él, ya que te abrió los ojos?». Él respondió: «іQue es un profeta!». 

18 Como los judíos no querían creer que ese hombre era ciego y había comenzado a ver, llamaron a sus padres 19 y les preguntaron: «¿Es éste su hijo, el que dicen ustedes que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?». 20 Los padres contestaron: «Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, 21 pero cómo ahora ve, no lo sabemos ni tampoco quién le abrió los ojos. Pregúntenle a él que ya tiene edad para responder por sí mismo». 22 Sus padres dijeron esto por miedo a los judíos, porque habían decidido expulsar de la sinagoga a quien reconociera a Jesús como Mesías. 23 Por eso sus padres contestaron: «Ya tiene edad, pregúntenle a él». 

24 Por segunda vez llamaron al hombre que había sido ciego y le dijeron: «іGlorifica a Dios! Nosotros sabemos que este hombre es un pecador». 25 Pero él les respondió: «Si es un pecador, no lo sé; lo que sé es una cosa: que yo era ciego y ahora veo». 26 Volvieron a preguntarle: «¿Qué te hizo?, ¿cómo te abrió los ojos?». 27 Él les contestó: «Ya se los dije y no me han escuchado. ¿Para qué quieren oírlo de nuevo? ¿Acaso también ustedes quieren hacerse discípulos suyos?». 28 Entonces ellos lo insultaron y le dijeron: «іTú podrás ser discípulo de ese hombre! іNosotros lo somos de Moisés! 29 Sabemos que Dios le habló a Moisés, pero en cuanto a éste, no sabemos siquiera de dónde es. 30 El hombre les contestó: «Esto es muy sorprendente: que ustedes no sepan de dónde es a pesar de que él me abrió los ojos. 31 Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino a los que lo respetan y hacen su voluntad. 32 Nunca jamás se ha oído decir que alguien abriera los ojos a un ciego de nacimiento. 33 Si este hombre no viniera de parte de Dios, no podría hacer nada». 34 Ellos le contestaron: «Tú naciste lleno de pecado, y ¿vienes a darnos lecciones? Y lo echaron fuera.

9,1-34: Se pensaba que una persona podía pecar desde su concepción en el vientre materno y que sus pecados o los de sus padres tenían nefastas consecuencias para el recién nacido (Jr 31,29-30; Ez 18). De aquí la pregunta de los discípulos sobre el “por qué” de la ceguera. Sin embargo, Jesús les responde con un “para qué”, que ofrece sentido a la enfermedad: ya que nació así es para que se manifieste la gloria de Dios (Jn 9,2-3). La gloria de Dios se manifiesta en la curación del ciego, quien es conducido a los fariseos que actúan como jueces falsos, porque sin escuchar han concluido que Jesús no viene de Dios. El que ahora ve, abierto a la verdad, responderá una y otra vez, afirmando lo que Jesús hizo en su beneficio: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y ahora veo» (9,15; ver 9,11.23). Mientras sus padres terrenos lo desconocen y se desentienden de él por temor (9,22), el ciego sanado es un nacido de Dios e hijo suyo (1,12-13). La obediencia a la palabra de Jesús y el reconocimiento de él por la fe (9,7.38), identifican al que había sido ciego como prototipo de discípulo (Gál 2,20). Los discípulos ante las dificultades de la vida también deben preguntarse “para qué” Dios las permite, buscando vivirlas como ocasiones para dar gloria al Padre.


9,2: Éx 20,5-6; 34,6-7; Nm 14,18 / 9,5: Is 49,6 / 9,6: Mc 7,33 / 9,7: 2 Re 20,20; Is 8,6 / 9,13-14: Mt 12,10 / 9,17: Mt 16,14 / 9,22: Ap 2,9 / 9,24: Jos 7,19; Jr 13,16 / 9,29: Éx 33,11 / 9,31: Sal 66,18; Prov 15,29


¿Crees en el Hijo del hombre?


35 Jesús se enteró de que lo habían echado fuera y, al encontrarlo, le preguntó: «¿Crees en el Hijo del hombre?». 36 Él le contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?». 37 Jesús le dijo: «Ya lo has visto: el que está hablando contigo». 38 Entonces él exclamó: «¡Creo, Señor!». Y se postró ante Jesús. 

39 Jesús luego dijo: «Yo he venido a este mundo para un juicio: para que vean los que no ven, y los que ven se queden ciegos». 40 Algunos fariseos que estaban con él le oyeron decir esto y le preguntaron: «¿Acaso también nosotros somos ciegos?». 41 Jesús les contestó: «Si fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como ustedes afirman: “¡Vemos!”, su pecado permanece».


9,35-41: El que era ciego (9,1-34), expulsado de la sinagoga, no se queda solo ni aislado, porque Jesús sale de nuevo a su encuentro, esta vez para animar su vinculación con él en medio de la hostilidad (9,35-38). Encontrará a otros que, creyentes como él, formarán la comunidad de “los que ven” que Jesús es el Señor enviado como Luz del mundo. El juicio de las personas sucede ya en esta vida (9,39) con la respuesta personal a la revelación de Jesús. El que cree y acepta su obra redentora, se salva y no será sometido a juicio (5,24); quien se niega a creer, se pone al margen de su obra salvadora, y su propia decisión lo aparta de la fuente de la vida y la verdad (3,17-19).


9,35: Ap 1,13 / 9,39: Dt 29,3; Jr 5,21 / 9,40-41: Mt 15,14; 23,26


2.6- Jesús, pastor que da su vida


10,1-42. Estas enseñanzas sobre Jesús, buen pastor, evocan un tema conocido en el Antiguo Testamento: Dios es el pastor de Israel (Is 40,11; Jr 31,10; Sal 23,1-6), y llegará el día aquel en que él mismo, con su presencia en medio de su pueblo, reemplazará a los malos, los pastores de Israel (Ez 34,15-16; 37,24; Miq 2,12-13). Juan 10 se desarrolla en dos partes: en la primera (Jn 10,1-21), se contrapone el actuar del ladrón y asalariado en relación con las ovejas (10,1.7.12.13) y con el “buen pastor”, la “puerta del corral” (10,7.9.11.14), quien viene a alimentarlas y a congregarlas en un solo rebaño (10,16); los judíos no tienen respuesta a esta revelación de Jesús y acaban con opiniones divididas (10,19-21); en la segunda (10,22-42), en diálogo con los judíos en el contexto de la fiesta de la Dedicación del Templo (10,22), Jesús se revela como el pastor enviado por su Padre y que vive en comunión íntima con sus ovejas y con el Padre; sin embargo, a las reacciones adversas, sigue ahora el propósito de arrestarlo (10,31-39).


El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas

101 «Les aseguro que el que no entra por la puerta al corral de las ovejas, sino que sube por otro lado, es un ladrón y bandido. 2 El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. 3 A éste, el portero le abre, las ovejas escuchan su voz, él llama a sus ovejas por el nombre y las saca fuera. 4 Cuando ha sacado a todas las suyas, camina delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. 5 Pero a un extraño nunca lo seguirán, sino que huyen de él, porque no reconocen su voz». 6 Jesús les dijo esta parábola, pero ellos no entendieron lo que les quería decir. 


10,1-6: Esta “parábola” (10,6) presenta los temas que seguirán: el “pastor” de las ovejas, las “ovejas” del pastor, y la “relación” entre ambos. La enseñanza se inicia con la alusión a un enigmático pastor (que se identificará con Jesús) que entra por la puerta del corral (10,2), posible alusión al atrio del Templo, y con un portero que lo reconoce y le abre para que entre (10,3), posible alusión a Dios, dueño de su rebaño Israel (Sal 23,1). Un buen pastor actuará con la autorización y en representación del Portero, entrando y saliendo del rebaño por la puerta autorizada (Jr 23,1-8; Ez 34). A diferencia de éste, los ladrones y salteadores, sin permiso del Portero, entran al corral de las ovejas por cualquier parte, y lo hacen para robar y alimentarse de ellas. Estos se ocultan del Portero, quien no los autoriza a entrar por su ilícito proceder (Jr 23,1-2; Ez 34,1-6; Miq 3,1-4). Los buenos pastores de ayer y siempre actúan con la autorización y en representación del Portero (Dios), y entran y salen del rebaño por la Puerta dispuesta por Dios y autorizada por él (Jesús; Jr 23,3-4; Ez 34,11-16).


10,2-3: Is 40,11 / 10,4: Miq 2,3 / 10,6: Lc 15,1-7


Yo soy la puerta de las ovejas


7 Jesús les dijo de nuevo: «Les aseguro: yo soy la puerta de las ovejas. 8 Todos los que han venido antes de mí eran ladrones y bandidos, y las ovejas no los escucharon. 9 Yo soy la puerta. El que entre por mí estará a salvo, y podrá entrar y salir y encontrará alimento. 10 El ladrón no viene más que para robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida, y vida en abundancia». 


10,7-10: Ver comentario a 10,11-21.


10,9: Is 49,9-10 / 10,10: Mt 25,29; Lc 6,38; Ap 7,17


Yo soy el buen pastor

11 «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. 12 En cambio, el asalariado, el que no es pastor ni dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y dispersa. 13 Como es un asalariado, no le importan las ovejas». 

14 «Yo soy el buen pastor: conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mí, 15 así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Y yo doy mi vida por las ovejas. 16 Tengo además otras ovejas que no son de este corral, a las que también debo guiar: ellas escucharán mi voz y habrá así un solo rebaño con un solo pastor. 17 El Padre me ama, porque doy mi vida para recobrarla de nuevo. 18 Nadie me la quita, sino que yo la doy voluntariamente. Tengo el poder para darla y para recobrarla de nuevo. Éste es el mandato que recibí de mi Padre». 

19 De nuevo se produjo una división entre los judíos a causa de estas palabras. 20 Muchos de ellos afirmaban: «Tiene un demonio y está loco. ¿Por qué lo escuchan?». 21 Pero otros replicaban: «Estas palabras no son de alguien que tiene un demonio. ¿Puede acaso un demonio abrir los ojos a los ciegos?».


10,11-21: Jesús, su Hijo, es el pastor verdadero y bueno enviado por el Padre a Israel, dispuesto a dar la vida por el rebaño (10,11.15.17-18). Él cumple las promesas de Dios de pastorear personalmente al pueblo que se escogió para sí (Ez 34,11-16). Él conoce a sus ovejas y es conocido por ellas, en una relación de comunión y de amor (Jn 10,14), lo que no procuran los malos pastores. Él, como único y definitivo pastor mesiánico, viene a reunir en su solo redil (10,26) a Israel y Judá (Ez 37,15-17.21-22) y a todos los hijos de Dios dispersos (Jn 11,52). Como antes, la enseñanza de Jesús provoca la división entre los judíos (10,19-21). El discipulado se presenta como seguimiento del Buen Pastor con notas características: la aceptación de la vida y conducción que el Padre ofrece por su Hijo, el mutuo conocimiento y comunión con Jesús al modo del Padre y del Hijo, y la preocupación por la unidad del rebaño. 


10,11: Heb 13,20 / 10,14-15: Os 2,2; Mt 11,25-27 / 10,16: Ef 2,11-22 / 10,17: Miq 2,13 / 10,20: Mc 3,22


Mis ovejas oyen mi voz, yo las conozco y ellas me siguen

22 Por entonces se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno 23 y Jesús caminaba por el Templo, en el pórtico de Salomón. 24 Los judíos lo rodearon y le preguntaron: «¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, ¡dilo claramente!». 25 Jesús les respondió: «Ya lo dije, pero ustedes no me creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí. 26 Pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas. 27 Mis ovejas oyen mi voz, yo las conozco y ellas me siguen; 28 yo les doy vida eterna: ellas jamás perecerán y nadie las arrebatará de mi mano. 29 Mi Padre que me las dio es más grande que todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. 30 El Padre y yo somos uno». 

31 Los judíos volvieron a tomar piedras para apedrearlo. 32 Jesús les dijo: «Les he mostrado muchas obras buenas de parte de mi Padre. ¿Por cuál de ellas me quieren apedrear?». 33 Los judíos le respondieron: «No te apedrearemos por ninguna obra buena, sino por tu blasfemia, porque siendo un hombre te haces Dios». 34 Jesús les replicó: «¿Acaso no está escrito en la Ley de ustedes: “Yo dije: ustedes son dioses”? 35 Si la Ley llamó dioses a aquellos a los que Dios dirigió su palabra, y la Escritura no puede ser anulada, 36 ¿cómo ustedes pueden decir que aquel a quien el Padre consagró y envió al mundo está blasfemando porque dijo: “Soy Hijo de Dios”? 37 Si no hago las obras de mi Padre, no me crean; 38 pero si las hago, aunque no me crean a mí, crean en las obras, para que sepan y conozcan que el Padre está en mí y yo en el Padre». 39 Una vez más quisieron arrestarlo, pero él se escapó de sus manos. 

10,22-39: La fiesta de la Dedicación del Templo o de las Luminarias recordaba la victoria de Judas Macabeo sobre los dominadores griegos en el año 164 aC. y la posterior consagración del Templo, profanado por el rey Antíoco (1 Mac 1,41-64 y 4,36-59). En este marco, Jesús se revela como el Mesías, uno con Dios, quien le ha entregado sus ovejas (Jn 10,22-30), y muestra que los signos que realiza prueban esta íntima comunión del Hijo con el Padre (10,31-38). Jesús es la Palabra que está en el seno del Padre y vive en comunión con él, pero que vino a los suyos haciéndose carne para que todos los que lo recibieran se hagan hijos de Dios (1,11-13). La respuesta a esta revelación es el intento de apedrear y arrestar a Jesús (10,31.32.39).


10,22: 2 Mac 1,18; 10,5 / 10,23: Hch 3,11; 5,12 / 10,24-26: Lc 22,67 / 10,28: Rom 8,33-39 / 10,29: Dt 32,39; Sab 3,1 / 10,33: Mt 26,65; Lc 22,70-71 / 10,34: Sal 82,6 / 10,36: Heb 5,5 / 10,38: 1 Jn 3,24; 4,15


Muchos creyeron en Jesús

40 Jesús se fue de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde antes Juan había estado bautizando, y se quedó ahí. 41 Muchos fueron donde él y decían: «Juan no hizo ningún signo, pero todo lo que dijo de él era verdad». 42 Y en aquel lugar muchos creyeron en Jesús.


10,40-42: Jesús se retira al otro lado del Jordán, donde Juan Bautista le había preparado el camino y donde comenzó su manifestación a Israel (1,28). Jesús se despide de Judea, y cuando vuelva allí será para su pasión. Mientras tanto regresa a sus raíces para refugiarse en el lugar donde encuentra el apoyo de los amigos, preparándose para “su hora”, esto es, la entrega de su vida para gloria de Dios y salvación de los hombres, según la voluntad de su Padre. 


10,40: Mt 19,1; Mc 10,1 / 10,41: Mc 1,7


2.7- Jesús, vida y resurrección


11,1-57. Con el séptimo signo de Jesús (la resurrección de Lázaro) culmina su revelación como fuente de vida eterna. El relato se desarrolla gradualmente, ofreciendo pistas para su interpretación: se presenta la situación, el lugar, las personas (11,1-6); Jesús dialoga con los discípulos que no entienden el significado de sus palabras y planes (11,7-16); dialoga con Marta que pasa de las creencias de los judíos de su tiempo y a la profesión de fe en Jesús (11,17-27); se encuentra con María y con los judíos incrédulos (11,28-37); la resurrección de Lázaro es el signo que acredita a Jesús como enviado de Dios y fuente de vida eterna (11,38-46) y, por último, la decisión del Sanedrín de dar muerte a Jesús, quien se retira del lugar (11,47-54). 


Señor, el que tú amas está enfermo

111 Un hombre llamado Lázaro estaba enfermo; él era de Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta. 2 María era la que ungió al Señor con perfume y secó sus pies con sus cabellos. El enfermo era su hermano Lázaro. 3 Las hermanas enviaron a decirle a Jesús: «Señor, el que tú amas está enfermo». 4 Al oírlo, Jesús dijo: «Esta enfermedad no terminará en la muerte; es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». 5 Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. 

6 Cuando oyó que Lázaro estaba enfermo se quedó dos días en el lugar donde se encontraba. 7 Después dijo a los discípulos: «Vayamos de nuevo a Judea». 8 Los discípulos le dijeron: «Maestro, hace poco que los judíos te buscaban para apedrearte, y ¿quieres otra vez volver allá?». 9 Jesús les respondió: «¿Acaso no son doce las horas del día? Si uno camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo. 10 pero si camina de noche tropieza, porque no tiene luz». 

11 Dicho esto, añadió: «Nuestro amigo Lázaro se ha dormido, pero voy a despertarlo». 12 Los discípulos le replicaron: «Pero, Señor, si duerme significa que se sanará». 13 Ellos creyeron que hablaba del descanso del sueño, pero Jesús se refería a la muerte. 14 Entonces les dijo claramente: «Lázaro ha muerto. 15 Y me alegro por ustedes de que no estuviéramos allí, para que crean. ¡Vayamos ahora a verlo!». 16 Entonces Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «¡Vayamos también nosotros a morir con él!».


11,1-16: El relato transcurre en dos niveles: el signo sucedido en tiempo de Jesús, y la enseñanza -a propósito del signo- para los lectores de finales del siglo I, que van muriendo antes de la segunda venida de Jesús o parusía. El amigo de Jesús no debe tener miedo a la muerte, porque la muerte física no pasa de ser más que “un sueño” del que el Señor lo despertará un día. La realización del signo tiene una intencionalidad que evidencia la demora de Jesús (11,6). Al identificar a María, se nos dice anticipadamente que fue la que ungió los pies de Jesús (11,2), aunque esto suceda más adelante (12,1-9). Si de la tumba de Lázaro sale mal olor (11,39), de la unción de María saldrá una fragancia que llenará toda la casa (12,3). La intervención de Tomás (11,16) expresa adhesión a Jesús, pero sin entender su pleno significado (como Pedro: 13,37); él se profesa dispuesto a morir con Jesús, pero entregarse a la muerte sólo tiene sentido cuando es por amistad y amor (13,34; 15,12.17).


11,1: Mt 21,17; Lc 10,38-39 / 11,2: Mt 26,6-13 / 11,4: Heb 1,3 / 11,8: Mc 10,32 / 11,9-10: Jr 13,16; Mt 6,22-23 / 11,11-13: Mt 9,24; Mc 5,39 / 11,16: Hch 1,13


Yo soy la resurrección y la vida


17 Cuando Jesús llegó, encontró que Lázaro ya llevaba cuatro días en el sepulcro. 18 Como Betania estaba cerca de Jerusalén, a unos tres kilómetros, 19 muchos judíos habían venido a la casa de Marta y María para consolarlas por la muerte de su hermano. 20 Cuando Marta oyó que Jesús llegaba, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. 21 Marta dijo a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto, 22 pero ahora sé que Dios te concederá todo lo que le pidas». 23 Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». 24 Marta le contestó: «Ya sé que resucitará en la resurrección del último día». 25 Jesús le respondió: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; 26 y todo el que vive y cree en mí, jamás morirá. ¿Crees esto?». 27 Ella le contestó: «Sí, Señor, yo siempre he creído que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo». 

11,17-27: La llegada al cuarto día de Jesús a la casa de Lázaro (11,17) tiene la finalidad de revelar el poder que tiene de dar vida, pues los judíos creían que una persona podía volver naturalmente a la vida en los tres días siguientes a su muerte. Marta, como los judíos de su época, cree en «la resurrección del último día» (11,24); pero ahora con Jesús comprende que ha llegado la etapa final de la historia de la salvación y que la resurrección comienza a suceder gracias a la fe en él que hace pasar de la muerte a la vida (11,43-44; Mt 27,53). La revelación central, «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11,25), ya había sido anticipada por la vida que Jesús había concedido, en día sábado, al hombre enfermo desde hacía treinta y ocho años (5,1-9.24-28). Esta novedad de vida irrumpe en el tiempo y en la historia presente de cada persona por la fe en el Mesías e Hijo de Dios. Este camino de adhesión y progresiva comunión culminará en el encuentro pleno con Jesús después de la muerte.


11,18: Mc 11,1 / 11,21: Lc 10,41 / 11,24: Is 26,19; Dn 12,1-3 / 11,25-26: Rom 6,4-5; Col 2,12; 3,1 / 11,27: Mc 15,39


¡Lázaro, sal fuera!

 
28 Dicho esto, Marta fue a llamar a su hermana María y le dijo al oído: «El Maestro está aquí y te llama». 29 Ella, al oír esto, se levantó rápidamente y salió a su encuentro, 30 porque Jesús aún no había entrado en el pueblo, sino que estaba en el mismo lugar donde Marta lo había encontrado. 31 Entonces, los judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que ella se levantó de prisa y salió, la siguieron, pensando que iba a llorar al sepulcro. 32 Cuando María llegó a donde estaba Jesús y lo vio, cayó a sus pies, diciéndole: «Señor, si hubieras estado aquí mi hermano no habría muerto». 33 Jesús, al ver que lloraba y que también lloraban los judíos que habían venido con ella, se conmovió profundamente y se turbó. 34 Luego preguntó: «¿Dónde lo han puesto?». Ellos le respondieron: «Señor, ven y lo verás». 35 Y Jesús lloró. 36 Los judíos comentaban: «іMiren cómo lo amaba!». 37 Sin embargo, algunos de ellos dijeron: «Éste que abrió los ojos a un ciego, ¿no pudo impedir que Lázaro muriera?». 

38 Jesús de nuevo se conmovió profundamente y fue al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima. 39 Entonces les ordenó: «¡Quiten la piedra!». Marta, la hermana del difunto, le dijo: «Señor, ya huele mal, porque hace cuatro días que murió». 40 Jesús le respondió: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?». 41 Quitaron la piedra y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado. 42 Yo sé que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado». 43 Después de decir esto, gritó con fuerza: «¡Lázaro, sal fuera!». 44 El muerto salió con sus pies y manos atadas con vendas y su cara envuelta en un sudario. Jesús les ordenó: «Desátenlo y déjenlo caminar». 

45 Entonces, muchos de los judíos que habían venido a la casa de María y vieron lo que Jesús hizo, creyeron en él. 46 Pero algunos de ellos fueron a donde los fariseos a contarles lo que Jesús había hecho.


11,28-46: Da la impresión de que el empleo de dos palabras diferentes para referirse al llanto de María y de los judíos (klaío) y al llanto de Jesús (dakrýo) es para señalar motivos diferentes: Jesús no sólo lloraría por el amigo perdido, sino también por la incredulidad de quienes lo rodean, mientras que Marta y los judíos, por el hermano y amigo que la muerte les arrebató para siempre. La falta de fe es grande y patente, no sólo por parte de los judíos, reflejado en sus comentarios, sino también por parte de amigos como Marta y María. El signo es una llamada a creer en Jesús, Resurrección y Vida, y -como Marta- todo creyente está invitado a ello y a ver la gloria de Dios (11,40; ver 1,14).


11,35: Heb 5,7 / 11,37: Mt 9,30 / 11,41: Mt 14,19 / 11,43: Is 49,9 / 11,44: Sal 116,3 / 11,45: Hch 5,14


Conviene que muera un solo hombre por el pueblo


47 Entonces, los sumos sacerdotes y los fariseos se reunieron en Consejo y se preguntaban: «¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos signos. 48 Si lo dejamos seguir así, todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación». 49 Pero uno de ellos, Caifás, que era el Sumo Sacerdote aquel año, les dijo: «Ustedes no entienden nada. 50 ¿Acaso no se dan cuenta de que nos conviene que muera un solo hombre por el pueblo y no que perezca toda la nación?». 51 Esto no lo dijo por su cuenta, sino que –como era el Sumo Sacerdote aquel año– profetizó que Jesús iba a morir por la nación, 52 y no sólo por la nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos. 53 A partir de aquel día decidieron darle muerte. 

54 Por eso Jesús ya no andaba en público entre los judíos, sino que se fue de allí a una región cercana al desierto, a un pueblo llamado Efraín, donde se quedó con sus discípulos. 

55 Se acercaba la Pascua de los judíos, y muchos de aquella región subieron a Jerusalén para purificarse antes de la fiesta. 56 Y, cuando estaban en el Templo, buscaban a Jesús y se preguntaban entre sí: «¿Qué les parece?, ¿vendrá a la fiesta o no?». 57 Los sumos sacerdotes y los fariseos habían dado la orden de que si alguien sabía dónde estaba, lo dijera para arrestarlo.


11,47-57: Luego del signo de dar vida a un muerto, los judíos toman la decisión de arrestar y quitarle la vida a un vivo, a Jesús, que los incomoda (11,57; ver 5,18). Las palabras proféticas de Caifás (11,49-50) revelan el significado de la muerte de Jesús: así reunirá en torno a él a los hijos de Dios dispersos. El sacrificio de Jesús es para que los hombres reciban la salvación y sean hechos hijos de Dios. Ante las amenazas de muerte (11,53), Jesús se retira de la vida pública a una aldea aislada, hasta que llegue “la hora”, querida por el Padre, de su revelación final y de su glorificación.


11,47: Mc 15,1 / 11,48: Is 60,13 / 11,49: Lc 3,2 / 11,52: Is 11,12; Jr 23,3 / 11,54: 2 Sm 13,23 / 11,55: 2 Cr 30,17-20


2.8- Conclusión del ministerio de Jesús


12,1-50. Esta última sección del Libro de los Signos concluye la primera parte del evangelio, y está puesta a modo de “bisagra” para cerrar esta unidad literaria y abrir la siguiente (Jn 13-20: el Libro de la Hora). Comienza con una alusión a la Pascua judía (12,1), la que pasará a ser la Pascua de Jesús, cumplimiento de “su hora” de pasar de este mundo al Padre (13,1). Tres relatos presentan la venida del Reino de Dios y la persona de Jesús con rasgos propios de Rey y (3,3.5): la unción de Jesús en Betania, aunque no es una unción real, el perfume usado es digno de reyes (12,1-11); la aclamación de Jesús como rey mesiánico cuando entraba a Jerusalén (12,12-19), y la llegada de los griegos que anuncia “su hora” y su glorificación final, así como la apertura de la comunidad a otros adoradores (12,20-36). La conclusión es una reflexión sobre el misterio de la incredulidad, un desafío permanente a renovar la fe de la comunidad cristiana (12,37-50).


Ungió los pies de Jesús y se los secó con sus cabellos
Mt 26,6-13; Mc 14,3-9


121 Seis días antes de la Pascua, Jesús llegó a Betania, adonde estaba Lázaro al que había resucitado de entre los muertos. 2 Allí le ofrecieron una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban a la mesa. 

3 Entonces María, tomando casi medio litro de perfume de nardo puro, muy valioso, ungió los pies de Jesús y se los secó con sus cabellos. La casa se llenó con la fragancia del perfume. 4 Uno de los discípulos, Judas Iscariote, el que lo iba a entregar, dijo: 5 «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para darlos a los pobres?». 6 Esto no lo dijo porque le importaran los pobres, sino porque era ladrón y, como tenía la bolsa del dinero en común, robaba de lo que echaban en ella. 7 Pero Jesús le dijo: «¡Déjala! Ella lo había guardado para el día de mi sepultura. 8 A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre». 

9 Una gran multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí, y vinieron no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro al que había resucitado de entre los muertos. 10 Entonces los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, 11 pues por su causa muchos de los judíos se separaban de ellos y creían en Jesús.

12,1-11: La unción de María de Betania a Jesús simboliza su sepultura, digna de un rey, como lo dirá la inscripción sobre la cruz del que muere en ella (19,19.39). La presencia de Lázaro en la mesa, el primer resucitado, presagia la resurrección de Jesús. Queda patente el contraste entre la vida (Lázaro) y la muerte (Judas) y entre la generosidad de María y el egoísmo de Judas. El discípulo traidor que ha perdido su fe en Jesús (6,64.71), de buen olfato para los negocios, no entiende nada del amor magnánimo y generoso que María personifica; por ello es reprendido por el Señor (12,7-8).


12,2: Lc 10,40 / 12,3: Lc 7,38 / 12,7: Mt 26,8-12 / 12,8: Dt 15,11


¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

Mt 21,1-9; Mc 11,1-10; Lc 19,28-38


12 Al día siguiente, cuando la gran multitud que había llegado para la fiesta se enteró de que Jesús venía a Jerusalén, 13 tomaron ramas de palmera y salieron a recibirlo, gritando: 

«¡Hosanna! 

іBendito el que viene en nombre del Señor, 

el Rey de Israel!» [Sal 118,25-26]

14 Al encontrar un burro, Jesús montó en él, según está escrito:

15 Hija de Sión, no temas;

mira que viene tu rey montado sobre un burrito [Zac 9,9]

16 Estas cosas no las entendieron al principio los discípulos, pero cuando Jesús fue glorificado, se acordaron de que estaban escritas acerca de él, y que así habían sucedido. 17 La gente que había estado con Jesús cuando llamó a Lázaro del sepulcro y lo resucitó de entre los muertos, daba testimonio de él. 18 Por eso la gente fue a su encuentro, al oír que había hecho este signo. 19 Entonces los fariseos comentaban entre sí: «Vean que no logramos nada; miren cómo lo sigue todo el mundo». 

12,12-19: Durante su entrada triunfal en Jerusalén, Jesús es aclamado como el rey mesiánico (12,13), anunciado en las profecías (12,15). Al entrar al centro religioso y político de Israel sentado sobre un burrito y no sobre un caballo o en un carro de guerra, Jesús no responde a las expectativas de liberación política de los judíos de su tiempo. Sin embargo, Zacarías (Zac 9,9; ver Jn 12,15) habla de un rey justo y victorioso que, humilde y montado en un burro, ingresa a la ciudad santa para establecer la soberanía de Dios sobre Israel y las naciones. El Rey es Jesús, pero su Reino no es de “este mundo”. Al encarnar esta profecía, Jesús vence ya a sus enemigos y a los enemigos de Dios, quienes confiesan su impotencia (Jn 12,19). Si bien la resurrección de Lázaro se había convertido en un imán que atraía multitudes, en otro sentido la pasión y resurrección del Mesías atraerá a todos hacia sí (12,32).


12,13: 1 Mac 13,51 / 12,15: Is 40,9; Sof 3,16 / 12,16: Mc 4,13


Crean en la luz y serán hijos de la luz


20 Entre los que habían subido para adorar a Dios durante la fiesta, había algunos griegos. 21 Éstos se acercaron a Felipe, que era de Betsaida de Galilea, y le pidieron: «Señor, queremos ver a Jesús». 22 Felipe se lo dijo a Andrés, y los dos fueron a decírselo a Jesús. 23 Él les respondió: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. 24 Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. 25 El que se apega a su vida, la perderá; el que desprecia la vida en este mundo, la conservará para la vida eterna. 26 El que quiera servirme, que me siga, y donde yo esté estará también mi servidor. Al que me sirva, el Padre lo honrará».

27 «Ahora mi alma está turbada y, ¿qué pediré?, ¿Padre, sálvame de esta hora? [Sal 6,4-5] ¡Pero si precisamente para esta hora he venido! 28 ¡Padre, glorifica tu nombre!». Entonces se oyó una voz del cielo: «Lo he glorificado ya y lo volveré a glorificar». 29 La gente que estaba allí, al oír la voz, creía que había sido un trueno. Otros decían: «Le ha hablado un ángel». 30 Jesús les respondió: «Esta voz no ha venido por mí, sino por ustedes. 31 Ahora llega el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será echado fuera; 32 y cuando yo sea levantado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí». 33 Jesús decía esto para indicar de qué forma iba a morir. 

34 La gente le contestó: «Nosotros sabemos por la Ley que el Mesías debe permanecer para siempre. Entonces, ¿cómo dices tú que el Hijo del hombre tiene que ser levantado? ¿Quién es ese Hijo del hombre?». 35 Jesús les contestó: «Sólo por un poco de tiempo tienen la luz entre ustedes. Caminen mientras tengan luz, para que no los sorprendan las tinieblas. El que camina en las tinieblas no sabe a dónde va. 36 Mientras tengan luz, crean en la luz y serán hijos de la luz». Después de decir esto, Jesús se apartó de ellos y se ocultó.

12,20-36: La presencia de los griegos en Jerusalén tiene un significado especial: es prueba de que todos buscan seguir a Jesús (4,42; 12,19). Estas son las otras ovejas que va a reunir para formar un solo rebaño bajo un solo pastor (10,16). El evangelista ha elaborado con cuidado la respuesta de Jesús a los griegos, creando una estructura concéntrica en la que explica el significado de “la hora” que se aproxima: a- “la hora” llega y el Hijo del hombre será glorificado (12,23); b- porque el grano de trigo tiene que morir (12,24-25); c- “servir” al Hijo del hombre es seguirlo; quien se ponga a su servicio estará con él; el Padre honrará a ese servidor (12,26); b’- el alma de Jesús está turbada y pide al Padre que lo salve de “esta hora” (12,27); a’- sin embargo, para “esta hora” él ha venido; pide, entonces, que el Padre glorifique su nombre (12,27-28). En el centro de esta estructura se coloca tres veces el verbo “servir” (12,26), para insistir en la imitación de Jesús por el servicio, entendido como entrega de la vida para ser fecundo y dar gloria al Padre. La turbación de Jesús, la voz del ángel y la derrota del Príncipe de este mundo (12,27-32) evocan las tentaciones y la agonía de Jesús. Con la pasión del Mesías comienzan a hacerse presente las promesas escatológicas: la resurrección, el juicio del mundo y la derrota final de Satanás (12,2.31-32; 16,33; Mt 27,51-54).


12,20-21: Hch 8,26-40 / 12,23: Mt 8,20 / 12,24: Is 53,10-12; 1 Cor 15,36 / 12,25: Mt 16,25 / 12,26: Ap 12,11 / 12,27: Heb 5,7-8 / 12,31: 2 Cor 4,4 / 12,34: Sal 89,4; Is 9,7; 1 Cor 14,21 / 12,36: Ef 5,8; 1 Tes 5,5


El que no acepta mis palabras, tiene ya quien lo juzgue


37 A pesar de que Jesús había hecho tantos signos en su presencia, ellos no creían en él. 38 Así se cumplió la profecía de Isaías que dice:

Señor, ¿quién ha creído nuestro mensaje?

¿A quién se ha revelado el poder del Señor? [Is 53,1]. 

39 Y no podían creer, porque Isaías también dijo:

40 Ha cegado sus ojos y ha endurecido su corazón,

para que no vean con los ojos y no entiendan con su corazón,

para que no se conviertan ni yo los sane [Is 6,10]

41 Isaías dijo esto porque vio la gloria de Jesús y habló acerca de él. 42 Sin embargo, muchos de entre las autoridades creyeron en él, pero a causa de los fariseos no lo confesaban públicamente, para no ser expulsados de la sinagoga, 43 porque prefirieron la gloria de los hombres a la gloria de Dios. 

44 Entonces Jesús gritó: «El que cree en mí, no sólo cree en mí, también cree en el que me envió; 45 y el que me ve, también ve al que me envió. 46 Yo he venido al mundo como luz para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas. 47 Al que escucha mis palabras, pero no las cumple, no lo juzgo, porque yo no he venido para juzgar al mundo, sino para salvarlo. 48 El que me rechaza y no acepta mis palabras, tiene ya quien lo juzgue: la misma palabra que yo he pronunciado lo juzgará en el último día. 49 Porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que el que me envió, el Padre, es el que me ha mandado lo que debo decir y enseñar, 50 y sé que su mandamiento es vida eterna. Por esto, todo lo que yo digo, lo digo tal y como me lo ha dicho el Padre». 


12,37-50: El Libro de los Signos (2,1-12,50) concluye informando al lector que la incredulidad de los judíos estaba prevista por Dios, como lo indican las profecías (12,38-41). Ante la cobardía de unos, el miedo a los fariseos y a ser excluidos de la sinagoga de otros (12,42), el resultado es que muchos prefieren la gloria de los hombres a la gloria de Dios (12,43). Jesús viene para todos como “luz de Dios”, por lo que sus palabras son “Palabra del Padre” (12,49), que iluminan la existencia y dan vida eterna a quienes las aceptan (12,50) y, sin embargo, muchos prefieren seguir en las tinieblas (12,46; ver 1,14; 3,19-21).


12,37: Dt 29,1-3 / 12,38: Rom 10,16 / 12,39: Mt 13,13 / 12,40: Hch 28,26-27 / 12,41: Is 6,1-5 / 12,44-45: Mt 10,40; Mc 9,37 / 12,47-50: Dt 18,18-19 / 12,48: Dt 31,26-29; Heb 4,12 / 12,49: Nm 16,28


II

Libro de la Hora o de la pasión y gloria de Jesús 

13,1-20,31. La Segunda Sección del evangelio, el Libro de la Hora, comprende tres partes: la última cena con el discurso de despedida de Jesús y la oración por los suyos (13,1-17,26); el relato de su pasión (18,1-19,42) y, luego, de su resurrección (20,1-31). En estos capítulos, se ofrece una teología profunda sobre Jesús, eco de las revelaciones del Prólogo del evangelio (1,1.5.10.11.14.18). Las tres partes contienen tres presentaciones teológicas de un mismo suceso histórico que se denomina “la hora” de Jesús, es decir, el momento en que el Hijo obediente al Padre entrega su vida para salvación de los hombres y gloria de Dios. La cena y la resurrección reciben su significado en la pasión, cuando Jesús sale de este mundo al Padre, revela y ejerce su poder en el huerto y ante Pilato, y muere dando el Espíritu a sus discípulos, representados por su madre y el discípulo amado que están al pie de la cruz.

1- Cena y discurso de despedida de Jesús


13,1-17,26. En esta primera parte del Libro de la Hora (nota a 13,1-20,31) se suceden tres pasajes relacionados entre sí: la última cena con el lavado de los pies y el anuncio de la traición (13,1-30); el discurso de despedida de Jesús (13,31-16,33), y la llamada oración sacerdotal de Jesús por los suyos (17,1-26). El significado de la última cena y del lavatorio de los pies, como el de todo su ministerio, se presenta en el discurso de despedida. Además de un resumen de su ministerio, la oración de Jesús por los suyos prepara a sus discípulos para la misión e indica cuál es la naturaleza y propósito de esta. 


También ustedes deben lavarse los pies unos a otros


131 Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, él, que siempre había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. 

2 Durante la cena, cuando ya el Diablo había movido el corazón de Judas, el hijo de Simón Iscariote, para entregarlo, 3 sabiendo Jesús que el Padre lo había puesto todo en sus manos, que había salido de Dios y que volvía a Dios, 4 se levantó de la mesa, se quitó el manto y, tomando una toalla, se la ató a la cintura. 5 Luego, echó agua en una palangana y comenzó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía a la cintura. 6 Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo: «Señor, ¿tú me vas a lavar los pies a mí?». 7 Jesús le respondió: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo entenderás después». 8 Pedro le contestó: «¡Tú jamás me lavarás los pies a mí!». Jesús le dijo: «Si no te lavo, no participas de lo mío». 9 Pedro le dijo: «¡Entonces, Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!». 10 Jesús le contestó: «El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio Y ustedes están limpios, aunque no todos». 11 Jesús dijo: «No todos están limpios», porque sabía bien quién lo iba a entregar. 

12 Después de lavarles los pies, Jesús se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: «¿Entienden lo que acabo de hacer con ustedes? 13 Ustedes me llaman “Maestro” y “Señor”, y dicen bien porque lo soy. 14 Pues si yo, que soy su Señor y Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. 15 Les he dado ejemplo para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes. 16 Les aseguro que el servidor no es más grande que su amo ni el mensajero más grande que quien lo envió. 17 ¡Felices serán si entienden esto y lo practican!». 

18 «No me refiero a todos ustedes, porque sé a quiénes he elegido, pero tiene que cumplirse la Escritura que dice: El que come mi pan se volvió contra mí [Sal 41,10]. 19 Les digo esto desde ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, crean que Yo Soy. 20 Les aseguro que quien recibe al que yo envíe, me recibe a mí, y el que me recibe a mí, recibe al que me envió».

13,1-20: El relato comienza con dos aspectos propios de “la hora” de Jesús (nota a 12,20-36): la revelación del amor de Jesús, representado en el significativo ejemplo de lavar los pies a sus discípulos (13,1-20), y la victoria de Jesús sobre el demonio y el poder de las tinieblas, representado en la traición de Judas y su salida de la sala en la que Jesús come con sus discípulos antes de su pasión (13,21-30). Mientras que el lavatorio de los pies es para Jesús una señal de amor y servicio, para Pedro es una humillación innecesaria del Maestro. Para la comunidad cristiana, el lavatorio de los pies es ejemplo de amor entendido como servicio humilde, servicio que brota de la condición de discípulo de aquel que nos amó hasta el extremo (13,1.35). Al presentar a Jesús quitándose su manto y tomándolo de nuevo (13,4.12), se sugiere el sacrificio de Jesús con el que muestra su amor hasta el extremo, recordando con este vocabulario al “buen pastor” que da su vida para tomarla de nuevo (10,18). La misión de Jesús es el primer eslabón de una cadena de envíos: el Padre envía a su Hijo; el Hijo envía a sus discípulos (13,20); los discípulos seguirán siendo los enviados de Jesús a lo largo de la historia. De este modo, las palabras de Jesús que transmiten sus discípulos son también palabras del Padre (14,24).


13,1: Rom 8,35; 1 Jn 1,1-7 / 13,2-4: Ap 12,4.17 / 13,5: 1 Sm 25,41 / 13,10: Heb 10,22 / 13,13: Mt 23,8-12 / 13,15: 1 Tim 5,10; Flp 2,6-8 / 13,16: Lc 6,40 / 13,17: Is 56,2; Sant 1,25 / 13,20: Lc 9,48


Uno de ustedes me va a entregar

Mt 26,21-25; Mc 14,18-21; Lc 22,21-23


21 Después de decir esto, Jesús se turbó profundamente y declaró: «¡Les aseguro que uno de ustedes me va a entregar!». 22 Los discípulos se miraban unos a otros dudando de a quién se refería. 23 Uno de los discípulos, aquel a quien Jesús amaba, estaba sentado al lado de Jesús. 24 Simón Pedro le hizo señas para que le preguntara de quién hablaba. 25 Él se reclinó sobre el pecho de Jesús y le preguntó: «Señor, ¿quién es?». 26 Jesús le respondió: «Aquel al que le dé el bocado que voy a mojar en el plato». Y después de mojar el bocado se lo dio a Judas, el hijo de Simón Iscariote. 27 Cuando Judas tomó el bocado, Satanás entró en él. Jesús le dijo: «Lo que vas a hacer, realízalo cuanto antes». 28 Pero ninguno de los que estaban a la mesa entendió por qué le dijo esto. 29 Algunos pensaron que, como Judas tenía la bolsa del dinero, Jesús le decía que comprara lo necesario para la fiesta o bien que diera algo a los pobres. 30 Después de recibir el bocado, Judas salió de inmediato. Era de noche. 

13,21-30: La revelación del amor de Jesús y de la identidad del traidor, mediante el gesto íntimo de dar el bocado de pan, prepara el significado de la pasión, confrontando el amor de Jesús, que responde al querer del Padre, con el egoísmo de Judas, que responde a la inspiración de Satanás (18,5). Judas termina abandonando la sala donde está Jesús con su comunidad, y de este modo termina abandonándose a las tinieblas de la noche (13,30). En la sala de la última cena, la Luz y el Amor; afuera, el dominio de Satanás (13,27) con sus consecuencias de lejanía de la Luz, del Amor de Dios y ruptura con la comunidad.


13,23-24: Lc 9,28 / 13,27: Lc 22,3 / 13,30: Lc 22,53


Como yo los he amado, ámense unos a otros

Mt 26,33-35; Mc 14,29-31; Lc 22,31-34


31 Cuando Judas salió, Jesús dijo: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. 32 Si Dios ha sido glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo, y lo hará pronto. 33 Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Y les digo lo que les dije a los judíos: entonces me buscarán y a donde voy, ustedes no pueden ir». 

34 «Les doy un mandamiento nuevo: ámense unos a otros. Así como yo los he amado, ámense unos a otros. 35 Todos conocerán que son mis discípulos si se aman unos a otros». 

36 Simón Pedro le preguntó: «Señor, ¿adónde vas?». Jesús le contestó: «A donde yo voy, tú no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde». 37 Pedro le replicó: «Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? ¡Daré mi vida por ti!». 38 Jesús le contestó: «¿Tú vas a dar la vida por mí? Te aseguro que antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces».

13,31-38: Comienza el discurso de despedida de Jesús (nota a 13,1-17,26) en el que se distinguen dos partes (13,31-15,11 y 15,12-16,33). El tema es el origen y el destino de Jesús. Se inicia con el destino: “¿A dónde va?” (13,36), y concluye con el origen: “¿De dónde viene?” (16,30). Se destaca el cómo se van a relacionar los discípulos con el Padre y con Jesús durante su ausencia física, y la nueva presencia de Jesús a partir de “su hora” (nota a 13,1-20,31). Vivir el mandamiento nuevo del amor hace posible la presencia de Jesús en su ausencia: amándose como Jesús, los discípulos descubren su nueva presencia, la llevan en sí y la muestran y transmiten a otros (13,34-35; 15,12). En la primera parte del discurso de despedida (13,31-15,11), se repite el verbo “permanecer”, invitando al discípulo a no separarse de Jesús como el sarmiento no puede separarse de la viña si quiere vivir. Así como Jesús permanece en el Padre, los discípulos tienen que permanecer en Jesús y, de este modo, ellos permanecen en el Padre, van al Padre por Jesús (14,6) y ven al Padre al ver a Jesús (14,9.10). Jesús pide a los suyos que sigan sus pasos (13,31-38), imitando el ejemplo de lo que ha hecho al lavarles los pies y viviendo el mandamiento nuevo del amor; su novedad es el modelo: «Ámense unos a otros… como yo los he amado» (13,34). Pedro, sin conciencia de su propia debilidad, le promete a Jesús fidelidad (13,37). Tendrá que aprender después de su negación que Jesús no desea “mesianismos humanos”, porque el único Mesías es él, quien da su vida para que todos tengan vida en abundancia. A Pedro le corresponde, como a todos los discípulos del Mesías, entregar su vida por los demás, animado por el ejemplo de amor de su Maestro (15,13).


13,34: 1 Jn 2,8; 2 Jn 5 / 13,35: 1 Jn 3,14 / 13,38: Mt 26,75


Yo soy el camino, la verdad y la vida


141 «No se turben. Crean en Dios y crean también en mí. 2 En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, a ustedes se lo hubiera dicho, porque voy a prepararles un lugar. 3 Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré de nuevo y los llevaré conmigo, para que donde yo estoy, estén también ustedes. 4 Y a donde yo voy, ustedes ya conocen el camino». 

5 Tomás le preguntó: «Señor, si no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino?». 6 Jesús le contestó: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino es por mí. 7 Si me han conocido a mí, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto». 

8 Felipe le replicó: «Señor, muéstranos al Padre y con eso nos basta». 9 Jesús le contestó: «Felipe, ¿hace tanto tiempo que estoy con ustedes y todavía no me conoces? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre, ¿cómo dices: “Muéstranos al Padre”? 10 ¿Acaso no crees que yo estoy en el Padre y él está en mí? Las palabras que les digo, no las digo por mi cuenta: el Padre que vive en mí es el que hace las obras. 11 Créanme que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, créanlo por las obras». 

12 «Les aseguro que quien cree en mí hará también las obras que yo hago, e incluso otras mayores, porque yo voy al Padre. 13 Y yo haré todo lo que pidan en mi nombre, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. 14 Si ustedes piden algo en mi nombre, yo lo haré».


14,1-14: El tema central de Juan 14 es qué sucederá con los discípulos de Jesús cuando él los deje para ir a donde el Padre. Su último deseo al concluir su oración sacerdotal (Jn 17) es que los suyos estén unidos a él para siempre, ellos en Jesús y Jesús en ellos (17,26). Jesús va al Padre y sus discípulos también irán al Padre si se mantienen unidos a Jesús, porque él es el camino, y el verdadero y único pastor que conduce a sus ovejas a la casa del Padre. Después de su hora (nota a 13,1-20,31), Jesús volverá para vivir por siempre en sus discípulos. El discipulado es seguir a Jesús para permanecer en él, porque su palabra es verdad y vida, como ya lo había reconocido Pedro (6,68-69). El discípulo vive en comunión con Jesús y con el Padre viviendo de corazón el mandamiento nuevo del amor.


14,1: Dt 1,29 / 14,2: Dt 1,33 / 14,3: 1 Tes 4,16-17 / 14,6: Sal 86,11; Prov 15,24; Heb 10,19-20 / 14,7: 2 Cor 4,4 / 14,8: Éx 33,18 / 14,9: Col 1,15 / 14,12: Mt 21,21 / 14,13-14: Mt 7,7-11; 1 Jn 3,21-22


Yo rogaré al Padre y les dará otro Consolador


15 «Si me aman, cumplirán mis mandamientos, 16 y yo rogaré al Padre y les dará otro Consolador para que esté siempre con ustedes. 17 Es el Espíritu de la verdad a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes». 


14,15-24: Juan 14,15-17 es el primero de los cinco anuncios de la venida del Paráclito o Espíritu Consolador (14,25-26; 15,26-27; 16,4b-11, 16,12-15). Para continuar presente en sus discípulos, Jesús pide al Padre que envíe «otro Consolador» (14,16), a quien el “mundo” no recibe e ignora. Jesús fue el primer Consolador venido del Padre. El Espíritu continúa la obra de Jesús inspirando y haciendo comprender a los discípulos la verdad completa del mensaje, fortaleciendo su fe contra la falsedad del “mundo” y ayudándolos a vivir el mandamiento nuevo del amor. La vida cristiana está llamada a ser una vida animada y conducida por el Espíritu enviado por el Padre (14,16) o por Jesús desde el Padre (15,26); sólo de este modo podrá ser una vida en obediencia al mandamiento del amor que asegura la morada de Dios en el creyente (14,23). 


14,15: Dt 6,4-9 / 14,16-17: 1 Jn 2,1


No los dejaré huérfanos


18 «No los dejaré huérfanos: ¡regresaré con ustedes! 19 Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque yo vivo y ustedes también vivirán. 20 En aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y ustedes están en mí y yo en ustedes. 21 Quien me ama es el que acepta mis mandamientos y los cumple. Y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él».
22 Judas, no el Iscariote, le preguntó: «Señor, ¿por qué te vas a manifestar sólo a nosotros y no al mundo?». 23 Jesús le contestó: «Si alguien me ama, cumplirá mis palabras, y el Padre lo amará y vendremos a él y pondremos nuestra morada en él. 24 El que no me ama, no cumple mis palabras. La palabra que oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. 


14,18-24: Ver comentario a 14,15-24.


14,18: Sal 27,10 / 14,20: Is 2,17 / 14,21: Prov 8,17; Sab 6,12.18; 1 Jn 5,3 / 14,22: Lc 6,16 / 14,23: Ap 3,20


El Espíritu Santo les enseñará todo


25 Estas cosas se las digo mientras permanezco con ustedes. 26 Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho».

14,25-26: En este segundo anuncio de la venida del Espíritu Consolador (nota a 14,15-24), Jesús se refiere al Espíritu como “memoria” e “iluminador” de la historia de la salvación, porque recuerda a los discípulos las palabras de su Maestro y porque les otorga la luz indispensable para alcanzar la verdad completa del misterio. La vida cristiana es obra del Hijo que entrega la vida para salvación de todos y del Espíritu que recuerda y enseña la verdad completa acerca del Señor, ahora glorificado junto a su Padre.


14,26: Hch 2,1-21


Les dejo la paz, les doy mi paz


27 «Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se turben ni tengan miedo! 28 Ya oyeron lo que les dije: “Me voy, pero regresaré con ustedes”. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva al Padre, porque el Padre es más grande que yo. 29 Les he dicho ahora esto, antes de que suceda, para que crean cuando suceda». 

30 «Ya no hablaré mucho con ustedes, porque viene el Príncipe de este mundo. Y aunque él no tiene poder sobre mí, 31 el mundo tiene que saber que yo amo al Padre y que hago siempre lo que él me encomendó. ¡Levántense! ¡Vámonos de aquí!».

14,27-31: El fruto por excelencia del Espíritu Consolador es la paz. El mal, las tinieblas y el miedo, por grandes e insolubles que parezcan, ya están vencidos por el amor del Padre que nos entregó a su Hijo que venció la muerte y el pecado (16,33), y nos envió a su Espíritu que nos lleva a la verdad completa (14,26). El discípulo, por tanto, si tiene el don del Espíritu, no tiene por qué desesperarse en medio de conflictos, persecuciones y miedos, porque Dios le transmite su paz y «no como la da el mundo» (14,27). Entonces, cuando venga el Príncipe de este mundo, que no tiene ningún poder sobre Jesús (14,30), tampoco lo tendrá sobre los que son de Jesús y permanecen en él por obra del Espíritu. ¡Ellos no están huérfanos! (14,18).


14,27: Nm 6,26; Rom 5,1; Ef 2,14 / 14,31: Mt 26,46; Mc 14,42


Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador


151 «Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador. 2 Él corta toda rama que no da fruto, y a la que da fruto, la poda para que dé más fruto aún. 3 Ustedes ya están limpios por la palabra que les he comunicado. 4 Permanezcan en mí como yo en ustedes. Así como la rama no puede dar fruto por sí misma si no permanece en la vid, así tampoco ustedes si no permanecen en mí. 5 Yo soy la vid, ustedes son las ramas. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque separados de mí no pueden hacer nada. 6 El que no permanece en mí será echado fuera, al igual que la rama que se seca, que luego se recoge, se arroja al fuego y se quema. 7 Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les concederá. 8 Mi Padre será glorificado si dan mucho fruto y son discípulos míos». 

9 «Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. ¡Permanezcan en mi amor! 10 Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, así como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. 11 Estas cosas se las he dicho para que mi alegría esté en ustedes y para que su alegría sea plena».

15,1-11: La primera parte del discurso de despedida (nota a 13,31-38) concluye con este pasaje que repite varios términos mencionados: “Padre”, “permanecer”, “producir frutos”. Se trata de la alegoría de la viña y las ramas o los sarmientos que subraya la necesidad de permanecer en Jesús, pues ésta es la única forma de que el discípulo produzca los frutos de amor que el Padre, el Viñador, espera de los sarmientos. Sin comunión con Jesús no hay amor verdadero, y sin él no es posible responder al Padre como él quiere. La viña es una imagen conocida en el Antiguo Testamento para expresar la alianza de Dios con Israel (Is 5,1-7; Jr 2,21). Aquí, la viña es símbolo de comunión con Jesús y, por lo mismo, de los discípulos entre sí en cuanto miembros de su comunidad (1 Jn 1,3). La comunión con Jesús requiere de tiempos de poda, esto es, de necesarias purificaciones para crecer en la intimidad con él y en los frutos propios del discipulado. Estos frutos son la alegría que el Señor regala a los suyos (Jn 15,11) y la confianza que da la permanencia en él, porque el discípulo sabe que todo lo que suceda está en las manos de Dios (13,3; 16,33; 17,13).


15,1: Sal 80,8-16; Ez 15,1-6 / 15,4-5: 2 Cor 3,5; 1 Jn 1,3-4 / 15,6: Mt 3,10 / 15,7: Mc 11,24 / 15,10: 1 Jn 2,5 / 15,11: 1 Jn 1,4


Ámense los unos a los otros como yo los he amado


12 «Éste es mi mandamiento: ámense los unos a los otros como yo los he amado. 13 Nadie tiene un amor más grande que el que da su vida por sus amigos. 14 Ustedes son mis amigos si hacen lo que les mando. 15 Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor. Los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que me ha dicho mi Padre. 16 No me eligieron ustedes a mí, sino que yo los elegí a ustedes y los destiné para que vayan y den fruto, y un fruto que permanezca. Así, el Padre les concederá todo lo que pidan en mi nombre. 17 Esto es lo que les mando, que se amen los unos a los otros». 

15,12-17: Juan 15,12-16,33, segunda parte del discurso de despedida de Jesús (nota a 13,31-38), se centra en la misión de sus discípulos en el mundo: dar testimonio del amor de Dios al modo como el mismo Jesús lo hace. En su misión, el discípulo no puede esperar un trato diverso a aquel que le dieron al Mesías (15,21.24; 16,3.33). Pero contará con la ayuda imprescindible de lo alto que lo animará a continuar con su misión evangelizadora: el Espíritu Consolador enviado por Jesús desde el Padre (15,26) a quien el mundo no conoce ni puede recibirlo (14,16-17). La unión con Jesús y la misión se han definido con la imagen del “servidor” (12,26). Ahora se da un paso más y se definen en categoría de “amistad”, porque sólo el verdadero amigo -a diferencia del siervo o esclavo- conoce la intimidad de su amigo y la familia del amigo (15,15) y sigue al Maestro y lo obedece por amor, no por imposición ni temor (15,13-14). Jesús elige a sus amigos y cooperadores, y los destina a dar el fruto propio de dicha amistad: amar a todos «como yo los he amado» (15,12). La amistad asemeja a los amigos al punto de identificarlos en el proyecto de vida, en las motivaciones, en el destino. Si Jesús ama entregando su vida para dar vida (15,13), de este modo tendrán que amar los que han sido elegidos por él como “sus amigos”.


15,12: Rom 5,6-8 / 15,15: Éx 33,11 / 15,16: Rom 6,20-23 / 15,17: 1 Jn 4,7


Ustedes ya no son del mundo, porque yo los elegí


18 «Si el mundo los odia, sepan que antes me odió a mí. 19 Si ustedes fueran del mundo, el mundo los amaría como algo propio, pero ustedes no son del mundo, porque yo los elegí de entre los que son del mundo. Por esto el mundo los odia. 20 Recuerden la palabra que les dije: “El servidor no es más grande que su señor”. Si me han perseguido a mí, también los perseguirán a ustedes; si han cumplido mi palabra, también cumplirán la de ustedes. 21 Pero todo esto les sucederá por mi causa, porque ellos no conocen al que me envió. 22 Si no hubiera venido ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen cómo excusar su pecado. 23 El que me odia, odia también a mi Padre. 24 Si no hubiera hecho entre ellos las obras que ningún otro ha realizado, no tendrían pecado; pero ahora las han visto y, sin embargo, me odian a mí y a mi Padre. 25 Así se cumple la palabra que está escrita en la Ley de ustedes: Me odiaron sin motivo» [Sal 35,19; 69,5]

26 «Cuando venga el Consolador, a quien yo les enviaré desde mi Padre, el Espíritu de la Verdad que procede del Padre, él dará testimonio de mí. 27 Y también ustedes darán testimonio, porque han estado conmigo desde el principio».

161 «Les he dicho esto para que no se escandalicen. 2 Los expulsarán de las sinagogas e, incluso, llegará la hora en que cualquiera que les dé muerte pensará que da gloria a Dios. 3 Los tratarán así, porque no conocieron al Padre ni a mí. 4 Les he dicho esto para que cuando llegue esa hora recuerden que ya se lo había advertido».


15,18-16,4a: Se denomina “mundo” no sólo lo creado, sino también el entramado de maldad y mentiras de aquellos que no aceptan al Mesías y alejan a la gente de él. Los que son parte “del mundo”, viven gobernados por el Príncipe de “este mundo” y, porque su padre es «un homicida desde el principio» (8,44), buscan destruir al Mesías y a los que pertenecen a él. “Discípulo” es a quien Jesús elige y lo saca de “este mundo”, para que -viviendo en “el mundo”- pertenezca al Mesías, tenga a Dios como “su Padre” y practique su voluntad. “El mundo” los odia, porque no son de Jesús (15,19) y porque quien obra el mal rechaza al que camina en la luz. El odio de “este mundo” a Dios y a su amor se manifiesta en el rechazo al Mesías y a sus discípulos. Como buscan deshacerse de la Luz (3,29), buscan también que los discípulos de la Luz flaqueen en su fidelidad al Mesías. “El mundo” piensa que persiguiéndolos y acabándolos dan gloria a Dios (16,2). Pero los discípulos no están solos, porque han recibido «el Espíritu de la Verdad» (15,26-27, tercer anuncio del Espíritu: nota a 14,15-24) que los asiste en su testimonio para vencer la oposición del “mundo”. 


15,18-19: 1 Jn 3,12-13 / 15,20: Mt 10,24; Lc 6,40 / 15,21: Hch 5,41; 1 Pe 4,14 / 15,25: Sal 35,19 / 16,1: Mt 26,31 / 16,2: Hch 7, 57-58; 26,9-11 / 16,4a: Mc 13,23


El Espíritu de la verdad los llevará a toda la verdad


«Al principio, nada de esto les dije, porque estaba con ustedes. 5 Ahora me voy al que me envió y ninguno me pregunta: “¿Adónde vas?”. 6 Pero porque les dije esto se han llenado de tristeza. 7 Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Consolador no vendrá a ustedes. Pero si me voy, lo enviaré. 8 Y cuando él venga pondrá al descubierto el pecado, la justicia y el castigo. 9 El pecado, porque no creen en mí. 10 La justicia, porque me voy al Padre y no me verán más. 11 El castigo, porque el Príncipe de este mundo ya ha sido condenado».

12 «Tengo muchas cosas que decirles, pero ahora no pueden comprenderlas. 13 Pero cuando venga él, el Espíritu de la verdad los llevará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará de lo que oiga y les anunciará lo que va a suceder. 14 Él me glorificará porque tomará de lo mío y a ustedes se lo anunciará. 15 Todo lo que tiene el Padre es mío, por eso les dije que tomará de lo mío y a ustedes se lo anunciará».

16,4b-15: En el cuarto (16,4b-11) y quinto anuncio del Espíritu Consolador (16,12-15; nota a 14,15-24), se invita al discípulo a dejarse conducir por él «a toda la verdad» (16,13) y descubrir cuáles son los errores del “mundo” (16,8-9). El Consolador continuará confirmando y aclarando la revelación del Hijo para que los discípulos lleguen a entender con claridad la Buena Noticia. De este modo el Espíritu, defensor de pobres y oprimidos, se pone de parte de los que son del Señor y de su obra de salvación. Quien pertenece al Señor puede ahora enfrentarse con el “mundo” (nota a 15,18-16,4a) lleno de confianza en la victoria de aquel que, de una vez para siempre, ha vencido al mundo (16,33). No hay, pues, cabida para aquellos miedos que debilitan la adhesión a él y paralizan el amar como él. 


16,7: Hch 1,8 / 16,10: 1 Jn 2,29 / 16,11: Col 2,15 / 16,13: Sal 25,5; 86,11 / 16,15: Lc 15,31


Dentro de poco ya no me verán


16 «Dentro de poco ya no me verán, y un poco después me volverán a ver». 17 Algunos de los discípulos comentaban entre sí: «¿Qué es lo que significa: “Dentro de poco ya no me verán, y un poco después me volverán a ver”? ¿Y aquello de: “Porque me voy al Padre”?». 18 E insistían: «¿Qué quiere decir: “Dentro de poco”? ¡No entendemos lo que quiere decir!». 

19 Jesús se dio cuenta de que querían preguntarle y les dijo: «¿Se están preguntando qué significa: “Dentro de poco no me verán, y un poco después me volverán a ver”? 20 Les aseguro que ustedes llorarán y se lamentarán mientras el mundo se alegrará. Ustedes estarán tristes; sin embargo, su tristeza se convertirá en alegría. 21 Una mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza porque le ha llegado su hora, pero cuando nace el niño, ya no recuerda su angustia por la alegría que siente al traer un hombre al mundo. 22 Así también ustedes: ahora están tristes, pero yo volveré a verlos y se alegrarán con una alegría que nadie les podrá arrebatar. 23 En aquel día no me preguntarán nada. Les aseguro que si piden algo al Padre en mi nombre se lo concederá. 24 Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre. Pidan y recibirán, para que su alegría sea plena». 

16,16-24: Jesús prepara a los suyos para el momento en que no va a estar con ellos. “El mundo” lo matará, creyendo que así cumplen la voluntad de Dios (nota a 15,18-16,4a). Obran así porque no entienden ni aceptan que la muerte del Mesías está anunciada en las Escrituras y que, porque es el querer de Dios, terminará en una presencia más fuerte y duradera. Tanto por la muerte de Jesucristo, momento de angustia y tristeza semejante al de la mujer cuando va a dar a luz (16,21), como por su resurrección y la donación del Espíritu Consolador, los discípulos experimentarán un nuevo modo de presencia del Señor y, con ello, «una alegría que nadie les podrá arrebatar» (16,22).


16,20: Lc 6,21; Ap 11,10 / 16,21: Is 26,17-18; Miq 4,9-10 / 16,22: Is 66,14 / 16,23-24: Mt 7,7-11; Sant 1,5-6


Tengan confianza: ¡Yo he vencido al mundo!


25 «Hasta ahora les he hablado en parábolas. Llega la hora en que ya no les hablaré en parábolas, sino que les hablaré claramente del Padre. 26 Aquel día ustedes mismos pedirán en mi nombre, por lo que no será necesario que yo ruegue al Padre por ustedes, 27 ya que el mismo Padre los ama, porque ustedes me han amado y han creído que salí de Dios. 28 Salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo y voy al Padre». 

29 Entonces sus discípulos le dijeron: «¡Ahora sí que hablas claro y sin enigmas! 30 Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que nadie te pregunte. Por esto creemos que tú has salido de Dios». 31 Jesús les contestó: «¿Ahora creen? 32 Está llegando la hora (¡y ya ha llegado!), en que se dispersarán cada cual por su lado y me dejarán solo. Pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo. 33 Les he dicho esto para que tengan paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir, pero tengan confianza: ¡Yo he vencido al mundo!».


16,25-33: El discurso de despedida (nota a 13,31-38) concluye con la enseñanza propuesta al inicio de este: Jesús, que ha venido del Padre al mundo, ahora deja el mundo para volver al Padre, glorificándolo con su obediencia y amor de Hijo (13,1; 16,28). El Padre ama a los discípulos de Jesús, porque -habiendo creído en su Palabra- ellos aman a su Hijo y aceptan que ha venido de parte de Dios. Porque el Padre los ama, responde a las peticiones que los discípulos le hacen en nombre de su Hijo (16,26). El amor y la protección del Padre le dan al discípulo una paz que el mundo incrédulo nunca se la quitará, pues está sustentada en la victoria para siempre del Hijo sobre “el mundo” (16,33). A pesar de las debilidades de los discípulos con las que Jesús cuenta (16,31), no pueden abandonarse a la desesperanza; de hacerlo, sería confesar que “el mundo” y quien lo gobierna, el Príncipe de este mundo, son más poderosos que el Hijo que salió del Padre y vive ahora junto al Padre.


16,25: Mt 13,34-35 / 16,26: Heb 8,6 / 16,29: Mc 4,11 / 16,32: Zac 13,7 / 16,33: Rom 8,35-37; Ap 3,21


Ahora, Padre, glorifícame junto a ti


171 Así habló Jesús. Luego, levantó los ojos al cielo y dijo: «Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo para que también tu Hijo te glorifique. 2 Tú le diste poder sobre la humanidad para que él dé vida eterna a todos los que tú le has dado. 3 Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesús, el Mesías, a quien tú enviaste. 4 Yo te he glorificado aquí en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste. 5 Ahora, Padre, glorifícame junto a ti con aquella gloria que compartía contigo antes que el mundo existiera». 

6 «He manifestado tu nombre a los que separaste del mundo para protegerlos. Eran tuyos y tú me los confiaste y ellos han obedecido tu palabra. 7 Ahora saben que todo lo que me has dado viene de ti, 8 porque les comuniqué las palabras que me diste y ellos las recibieron, reconociendo con certeza que yo salí de ti, y han creído que tú me enviaste». 

9 «Yo ruego por ellos. No ruego por el mundo, sino por los que me has dado, porque son tuyos, 10 pues todo lo mío es tuyo y lo tuyo es mío, y en ellos he sido glorificado. 11 Ya no estaré más en el mundo, pues vuelvo a ti, mientras que ellos están en el mundo. Padre santo, cuídalos en tu nombre, el que tú me has dado, para que sean uno como nosotros. 12 Cuando estaba con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que tú me diste. Los protegí de modo que ninguno de ellos se perdió, excepto el que tenía que perderse, para que así se cumpliera la Escritura. 13 Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que en sí mismos tengan mi alegría en plenitud». 

17,1-26: La preocupación fundamental que Jesús manifiesta en este pasaje, llamado “oración sacerdotal” (nota a 13,1-17,26), es que sus discípulos sean uno y que su alegría esté en ellos, y la esté en plenitud (17,13). En la primera parte (17,1-13) se tiene en cuenta la ausencia de Jesús; en la segunda (17,14-26), la referencia es al odio del mundo a los discípulos, pues éstos -como su Señor- ya no son del mundo, aunque -al igual que su Señor- tienen una misión concreta en el mundo (17,14.18). La oración por los futuros discípulos repite con insistencia que la unidad entre ellos será testimonio para el mundo de la unidad de Jesús con su Padre (17,11.21-23). La insistencia se explica por la situación por la que pasaban algunos miembros en la comunidad, pues habían roto la unidad separándose de ella (1 Jn 2,18-19; 2 Jn 7-11). La “oración sacerdotal” concluye recapitulando el tema del amor y de “la hora” (nota 13,1-20,31), y recalcando el anhelo de Jesús de permanecer en sus discípulos por el conocimiento (verdad) y el amor (unidad; 17,17.23.26).

17,1: Heb 7,24-27 / 17,3: 1 Jn 2,3-6; 4,7-8 / 17,5: Prov 8,23; Eclo 1,4; Sab 9,9 / 17,6: Éx 3,13 / 17,8: Dt 18,18 / 17,10: 2 Tes 1,10 / 17,12: Sal 41,9 / 17,13: 2 Jn 12


Que todos sean uno


14 «Yo les he comunicado tu palabra, pero el mundo los odió, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. 15 No te pido que los saques del mundo, sino que los cuides del Maligno. 16 Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. 17 Conságralos en la verdad. Tu palabra es la verdad. 18 Como tú me enviaste al mundo, también yo los envié al mundo, 19 y por ellos me consagro para que ellos sean consagrados en la verdad». 

20 «Pero no ruego sólo por ellos, sino también por los que van a creer en mí por medio de sus palabras. 21 Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti; que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. 22 Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno, 23 yo en ellos y tú en mí, y alcancen así la perfecta unidad, y para que el mundo conozca que me enviaste y que los amaste a ellos como me amaste a mí». 

24 «Padre, quiero que los que me diste estén también conmigo, para que contemplen la gloria que tú me has dado, porque me amaste desde antes de la creación del mundo. 25 Padre justo, aunque el mundo no te ha conocido, yo te conocí, y también ellos han reconocido que tú me enviaste. 26 Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con el que me amaste esté en ellos, y también yo esté en ellos».

17,14-26: Ver comentario a 17,1-26.


17,15: Mt 5,37 / 17,17: Éx 13,2, 28,41 / 17,19: Heb 9,11-14 / 17,24: Ef 1,4 / 17,26: Mt 11,27


2- Pasión de Jesús 

18,1-19,42. Juan narra la pasión de Jesús mediante acciones concatenadas con sus respectivos significados. En el huerto, precisamente cuando apresan a Jesús, es cuando se revela como aquel que triunfa sobre sus enemigos y salva a sus discípulos (18,1-12). Ante el sacerdote Anás, Jesús no se defiende, sino que apela al testimonio de los que han oído lo que él ha dicho, aunque el testimonio, incluso el de sus discípulos, como el de Pedro, está marcado por la debilidad y el deseo de salvar la propia vida (18,13-27). En el juicio ante Pilato, Jesús proclama su realeza y la clase de Rey que es, y mientras Jesús declara con valentía y fortaleza, la figura del gobernador es la de un hombre cobarde, manipulado por los judíos y por su temor al emperador romano (18,28-19,16a). Luego, la crucifixión y los acontecimientos del Calvario revelan la extensión y las exigencias del reinado de Jesús (19,16b-37). Al final, la sepultura del Crucificado en el huerto, que estaba cerca del lugar donde había muerto (19,38-42). La pasión de Jesús comienza en un huerto (18,1) y, al final de su pasión, Jesús será sepultado en un huerto (19,41). El “huerto” del libro del Génesis nos recuerda el origen de la humanidad y la rebeldía de los primeros hombres expulsados del “huerto” (Gn 3,1-7). Cuando Jesús resucite, el “huerto” del Evangelio según Juan se llenará de la vida nueva del Resucitado, vida que venció el pecado y la muerte y, por esto, lugar propicio de una nueva humanidad (ver Ap 22,1-5).


¿A quién buscan?

Mt 26,30.36.47-56; Mc 14,26.32.43-52; Lc 22,39.47-53


181 Luego de decir esto, Jesús salió con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y allí entró con ellos. 

2 Judas, el que lo iba a entregar, conocía el lugar porque Jesús se había reunido ahí muchas veces con sus discípulos. 3 Entonces Judas tomó un destacamento de soldados y también de guardias, enviados por los sacerdotes y los fariseos y fue allí con lámparas, antorchas y armas. 4 Jesús, sabiendo todo lo que le iba a pasar, salió a su encuentro y les preguntó: «¿A quién buscan?». 5 Ellos le contestaron: «A Jesús de Nazaret». Él les respondió: «¡Yo Soy!». Judas, el que lo entregaba, estaba con ellos. 6 Cuando les dijo: «Yo Soy», retrocedieron y cayeron en tierra. 7 Jesús les volvió a preguntar: «¿A quién buscan?». Le contestaron: «A Jesús de Nazaret». 8 Jesús les respondió: «Ya les dije que yo soy. Si me buscan a mí, dejen que éstos se vayan». 9 Así se cumpliría lo que había afirmado: «No perdí a ninguno de los que me diste». 10 Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la sacó y de un golpe le cortó la oreja derecha a un sirviente del Sumo Sacerdote, de nombre Malco. 11 Pero Jesús dijo a Pedro: «¡Envaina tu espada! ¿Acaso no voy a beber la copa que el Padre me ha dado?».


18,1-11: A diferencia de los evangelios sinópticos, en el relato de Juan no hay agonía de Jesús en el huerto y se destaca su absoluto señorío sobre situaciones y personas. La respuesta de Jesús: «Yo soy» (18,5.7), nombre divino revelado a Moisés (Éx 3,14), muestra la doble finalidad de la pasión: por un lado, la derrota del poder de las tinieblas, manifestada en la postración de los que llegan con antorchas y linternas, encabezados por Judas ya poseído por Satanás, a apresar a la Luz (Jn 18,3-6; 13,27) y, por otro lado, la salvación de los discípulos de Jesús a quienes él los preserva del mal y de la muerte con su autoridad (18,8-9). Pedro, que aún no entiende el significado de la pasión, trata de impedir con violencia el arresto de su Maestro (18,10-11). Para Jesús la pasión no es el cáliz amargo que tiene que beber, sino la entrega obediente al Padre por amor.

18,5: Éx 3,14-15; Is 43,11 / 18,6: Sal 27,2; 35,4 / 18,11: Lc 22,42


¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?

Mt 26,58.69-75; Mc 14,54.66-72; Lc 22,54-62


12 Entonces los soldados con su jefe y los guardias de los judíos arrestaron a Jesús y lo ataron. 13 Lo llevaron primero a la casa de Anás, porque era suegro de Caifás, el Sumo Sacerdote aquel año. 14 Caifás era el mismo que aconsejó a los judíos que convenía que muriera un solo hombre por la nación. 

15 Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo era conocido del Sumo Sacerdote y entró con Jesús en el patio de la casa del Sumo Sacerdote, 16 mientras Pedro se quedaba afuera, junto a la puerta. El otro discípulo, el conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló con la portera, quien dejó entrar a Pedro. 17 Entonces la portera preguntó a Pedro: «¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?». Él respondió: «¡No lo soy!». 18 Como hacía frío, los sirvientes y los guardias que estaban allí habían encendido una fogata y se calentaban. Pedro se quedó con ellos calentándose. 

19 El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza. 20 Jesús le contestó: «Yo he hablado abiertamente ante todo el mundo, enseñé siempre en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto. 21 ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que han oído lo que he dicho. Ellos saben bien lo que he hablado». 22 Apenas dijo esto, uno de los guardias presentes le dio una bofetada, diciendo: «¿Así respondes al Sumo Sacerdote?». 23 Jesús le contestó: «Si he hablado mal, prueba qué está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?». 24 Entonces Anás lo envió atado al Sumo Sacerdote Caifás. 

25 Mientras Simón Pedro estaba calentándose junto al fuego, le preguntaron: «¿Acaso no eres tú también uno de sus discípulos?». Él lo negó diciendo: «¡No lo soy!». 26 Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquél a quien Pedro le había cortado la oreja, insistió: «¿No te vi yo en el huerto con él?». 27 Pedro lo negó de nuevo. Y en seguida cantó un gallo. 


18,12-27: Jesús, luego de su arresto, es llevado ante el anciano sacerdote Anás, el más influyente y poderoso miembro de la aristocracia sacerdotal de Jerusalén. Las negaciones de Pedro, antes y después del interrogatorio de Jesús (18,15-18.25-28), sirven de marco para la escena. Mientras interrogan a Jesús, también están interrogando a su discípulo Pedro; mientras Jesús confiesa con valentía que es el enviado de Dios para revelar su mensaje a Israel, Pedro, ocultándose y por temor a perder la vida, niega cualquier relación con Jesús. Si su discípulo procura salvar la vida, el Maestro sabe que ha sido enviado a darla en rescate por todos. Jesús le contesta al Sumo Sacerdote que la pregunta acerca de sus discípulos y su enseñanza, la pueden responder los innumerables testigos que le han escuchado (18,19-20). Por el contrario, Pedro, su discípulo y testigo por excelencia (15,27), no se atreve a confesar que él es uno de sus discípulos y, junto con Santiago y Juan, de sus seguidores más cercanos. Ante el peligro de morir, descubierto por una portera y la gente, Pedro niega su identidad de discípulo, y en seguida canta un gallo (18,27).


18,13: Lc 3,2 / 18,20: Mc 14,49; Lc 19,47 / 18,22: Mt 26,67; Mc 14,65 / 18,23: Hch 23,2


¡Tú lo dices: soy rey!

Mt 27,1-2.11-26; Mc 15,1-15; Lc 23,1-7.13-25


28 Después llevaron a Jesús desde la casa de Caifás al Pretorio. Era muy de mañana. Los judíos no entraron en el Pretorio para no contaminarse y así poder comer la comida de Pascua. 

29 Pilato salió adonde estaban ellos, y les preguntó: «¿Qué acusación traen contra este hombre?». 30 Ellos le contestaron: «Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado». 31 Pilato les respondió: «Tómenlo ustedes y júzguenlo según su Ley». Los judíos replicaron: «No nos está permitido dar muerte a nadie». 32 Así se cumplía lo que Jesús había dicho al indicar cómo iba a morir.
33 Pilato entró de nuevo en el Pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: «¿Eres tú el rey de los judíos?». 34 Jesús le respondió: «¿Dices esto por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?». 35 Pilato le respondió: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?». 36 Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mis guardias habrían luchado para que yo no fuera entregado a los judíos. Así, pues, mi reino no es de aquí». 37 Pilato le dijo: «Entonces, ¿tú eres rey?». Jesús le contestó: «Tú lo dices: ¡soy rey! Para esto he nacido y he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que está de parte de la verdad, escucha mi voz». 38 Pilato le preguntó: «¿Y qué es la verdad?». 

Dicho esto, Pilato salió de nuevo y dijo a los judíos: «Yo no encuentro ningún delito en él. 39 Ustedes tienen por costumbre que yo les ponga en libertad a un preso en Pascua. ¿Quieren que les suelte al rey de los judíos?». 40 Entonces ellos volvieron a gritar: «A él no, a Barrabás». Barrabás era un bandido.

18,28-40: Siete escenas se suceden en el juicio a Jesús por parte de Pilato, alternándose unas veces “fuera” y otras “dentro” del palacio, indicadas por los verbos “entrar” y “salir”. Con este juicio se prepara la revelación y el solemne anuncio de Jesús Rey mesiánico (19,14). En la primera escena (18,28-32), los judíos, que saben que no pueden dar muerte a Jesús porque no se los permite su situación política de pueblo dominado por los romanos, acuden a Pilato para conseguir la sentencia de muerte; este juicio hará que la muerte de Jesús sea bajo el suplicio romano de la crucifixión. En la segunda escena (18,33-38), empleando palabras de Pilato, Jesús se declara “rey”, pero aclara que su Reino no tiene un origen como el de los reinos de este mundo, aunque esté en este mundo; se trata de un Reino de Dios para discípulos que reconocen la voz del que viene a dar testimonio de la verdad, por lo que lo siguen libremente, como las ovejas a su pastor (18,37; ver 10,16). En la tercera escena (18,39-40), como Pilato se da cuenta de que el Reino del que Jesús habla no representa ningún peligro para él ni para el emperador, propone liberarlo; para conseguirlo, pide a los judíos escoger entre Jesús y Barrabás (18,39-40); ellos prefieren a Barrabás, un reconocido bandido y homicida (Mc 15,7; Lc 23,19.25) y quizás también un guerrillero que luchaba por la independencia política de Israel, lo que explicaría el favoritismo de la gente. Una vez más los judíos rechazan a Dios que busca reinar por su Mesías.


18,28: Hch 10,28 / 18,29: Mt 26,17 / 18,31: Hch 18,15 / 18,33: Mt 27,37


¡Éste es el hombre!

Mt 27,26-31; Mc 15,15-20


191 Entonces Pilato mandó azotar a Jesús. 2 Luego los soldados trenzaron una corona de espinas, la pusieron en su cabeza, lo revistieron con un manto rojo, 3 y se acercaban a él gritándole: «¡Salve, rey de los judíos!». Y le daban bofetadas.

4 Pilato salió de nuevo y dijo a los judíos: «Miren, lo saco afuera para que quede claro que no encuentro ningún delito en él». 5 Jesús salió llevando la corona de espinas y el manto rojo. Entonces Pilato les dijo: «¡Éste es el hombre!». 

6 Apenas lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias gritaron: «¡Crucifícalo, crucifícalo!». Pilato les contestó: «Tómenlo ustedes y crucifíquenlo, porque yo no encuentro ningún delito en él». 7 Los judíos respondieron: «Nosotros tenemos una Ley y según esa Ley tiene que morir, porque se tiene por Hijo de Dios». 

8 Cuando Pilato oyó estas palabras, tuvo más miedo aún. 9 Pilato entró de nuevo en el Pretorio y le preguntó a Jesús: «¿De dónde eres?». Pero Jesús no le respondió. 10 Pilato le dijo: «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?». 11 Entonces Jesús le contestó: «No tendrías ningún poder sobre mí si Dios así no lo hubiera permitido; por eso, el que me entregó a ti es más culpable que tú». 

12 Desde entonces Pilato trataba de ponerlo en libertad, pero los judíos seguían gritando: «Si lo sueltas, ya no eres amigo del César, porque todo el que se hace rey está contra el César». 13 Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado “Empedrado”, en hebreo “Gabbatá”. 14 Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos: «¡Éste es su rey!». 15 Pero ellos gritaron: «¡Que muera, que muera! ¡Crucifícalo!». Pilato les preguntó: «¿Voy a crucificar a su rey?». Los sumos sacerdotes le contestaron: «¡No tenemos más rey que el César!». 16 Entonces Pilato les entregó a Jesús para que lo crucificaran.

19,1-16a: Las cuatro escenas que siguen (nota 18,28-40) completan el juicio de Pilato a Jesús: a)- 19,1-3: los soldados se burlan de él vistiéndolo con los símbolos de los reyes, saludándolo con el título de “rey” e injuriándolo con bofetadas, sin darse cuenta de que -para Juan y sus lectores- están ante el verdadero Rey; b)- 19,4-8: Pilato vuelve a presentar a Jesús vestido como rey, quien ahora recibe dos títulos mesiánicos: “Hijo del hombre” e “Hijo de Dios” (19,5.7), títulos que señalan su origen divino y su poder de juzgar al mundo y salvarlo (12,31.34); c)- 19,9-12: ante la pregunta de Pilato sobre su origen, Jesús guarda silencio; la misión de los discípulos será testimoniarlo como el Mesías que viene de Dios; Pilato intentará poner en libertad a Jesús, pero la presión de los judíos será más fuerte y terminará entregándolo para que lo maten (19,16); d)- 19,13-16a: Pilato declara solemnemente que Jesús es “rey” (19,14-15) sin caer en la cuenta de la profundidad de su declaración; en cambio, para Juan y su comunidad, dicha declaración está tan cargada de significado que se señala el lugar, el día y la hora en que fue formulada (19,13-14). 


19,4: Lc 23,4 / 19,7: Lv 24,15-16; Mc 14,61-64 / 19,9: Is 53,7 / 19,11: Sab 6,3 / 19,12: Hch 17,7 / 19,14: Éx 12,6; 1 Cor 5,7 / 19,16a: Col 3,3-5


Allí crucificaron a Jesús y con él a otros dos

Mt 27,31.33.37-38; Mc 15,20.22.25-27; Lc 23,33.38


Ellos se llevaron a Jesús 17 y, cargando él mismo la cruz, salió al lugar llamado “La Calavera”, en hebreo “Gólgota”. 18 Allí lo crucificaron y con él a otros dos, uno a cada lado, y a Jesús en el medio. 19 Pilato escribió un letrero que decía: «Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos», y lo hizo poner sobre la cruz. 20 Este letrero lo leyeron muchos judíos, porque el lugar donde habían crucificado a Jesús estaba cerca de la ciudad y porque estaba escrito en hebreo, latín y griego. 21 Los sumos sacerdotes de los judíos le dijeron a Pilato: «No escribas: “El rey de los judíos”, sino que éste dijo: “Yo soy el rey de los judíos”». 22 Pilato respondió: «¡Lo escrito, escrito está!».


19,16b-22: Cinco escenas se centran en el Crucificado: la crucifixión de Jesús (19,16b-22); el sorteo de su ropa entre los soldados (19,23-24); la madre y el discípulo de Jesús al pie de la cruz (19,25-27); la muerte de Jesús (19,28-30), y la sangre y el agua que brotan de su costado (19,31-37). En cada escena, un grupo de personas realiza una acción que revela alguna cualidad del reinado de Jesús anunciado por Pilato (19,14). En esta primera se describe a Jesús que sale al Calvario cargando su propia cruz. Para Juan y su comunidad, la cruz es “el trono” de Jesús-Rey, desde donde ejerce su reinado atrayendo a todos hacia sí (12,32). De aquí la importancia de la inscripción puesta en ella, anuncio de la universalidad del reinado de Jesús: escrita en hebreo, latín y griego (19,20), quien quería la pudo leer, pues es invitación a toda la humanidad a aceptar que Jesús-Rey ofrece la salvación de Dios. Mientras Pilato sólo buscaba señalar con la inscripción la causa de la crucifixión de Jesús, para los cristianos es la confesión de fe en su Rey quien muere para salvar a todos.


19,17: Gn 22,6 / 19,18: Is 53,12 / 19,20: Ap 12,10


Se han repartido mi ropa entre ellos

Mt 27,35; Mc 15,24; Lc 23,34


23 Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron su ropa y la dividieron en cuatro partes, una para cada soldado. También tomaron la túnica y, como no tenía costura, pues estaba tejida de una sola pieza de arriba abajo, 24 se dijeron entre sí: «No la rompamos; vamos a sortearla para ver a quién le toca». Así se cumplió la Escritura:

Se han repartido mi ropa entre ellos

y sortearon mi túnica [Sal 22,19].

Esto fue lo que hicieron los soldados.

19,23-24: Esta segunda escena (nota a 19,16b-22) se centra en los soldados y la repartición de la ropa del Crucificado. La predicación de Jesús en Jerusalén había traído “la división” entre los oyentes debido a su obstinación en no creer (7,43; 9,16; 10,19). Por la ofrenda de su vida en la cruz, lo de Jesús no puede ahora “ser dividido”, ni su túnica ni su enseñanza ni menos su comunidad, pues su reinado desde la cruz se caracteriza precisamente por el regalo de la unidad y la comunión, según el modelo de Jesús con su Padre que son uno. El testimonio de esta comunión debe ser tal que mueva a la fe en Jesús a los que no creen (17,21). 


19,23: Mc 5,28


¡Ahí tienes a tu madre!


25 Junto a la cruz de Jesús estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. 26 Cuando Jesús vio a su madre y a su lado al discípulo a quien amaba, dijo a su madre: «¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!». 27 Luego dijo al discípulo: «¡Ahí tienes a tu madre!». Y desde aquella hora el discípulo la recibió como suya.


19,25-27: Esta tercera escena (nota a 19,16b-22) es un hermoso y conocido relato de Juan: la preocupación de Jesús por su madre y su discípulo amado, quienes lo acompañan al pie de la cruz. A María y al discípulo amado, que representa a todos los discípulos, Jesús no los deja solos, pues les pide que se acompañen y cuiden en pertenencia mutua (él es «tu hijo»…, ella es «tu madre»). El reinado de Jesús hace de los suyos una familia que tiene un mismo Padre, el Padre celestial que hace partícipe de su vida a todos, y una misma madre, la madre de Jesús a quien le entrega el cuidado de sus discípulos. A los discípulos, por su parte, les incumbe recibir como propia a la madre de Jesús, siguiendo el modelo del discípulo amado. El despojo del Crucificado es total: ¡no le queda para entregar más que su Espíritu! (19,30).


19,25: Mc 15,40-41


¡Todo se ha cumplido!

Mt 27,48-50; Mc 15,36-37; Lc 23,46


28 Después de esto, sabiendo Jesús que todo estaba cumplido y para que se cumpliera la Escritura, dijo: «¡Tengo sed!». 29 Había allí un recipiente lleno de vinagre. Empaparon una esponja en el vinagre, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. 30 Cuando Jesús bebió el vinagre dijo: «¡Todo se ha cumplido!». E inclinando la cabeza entregó el Espíritu.


19,28-30: En esta cuarta escena (nota a 19,16b-22), Jesús entrega el Espíritu a la Iglesia, representada por María, por otras mujeres y el discípulo amado que están al pie de la cruz. Ellos, pues, son los primeros en gozar de la nueva presencia de Jesús en sus vidas. Si la “sed” de Jesús es el deseo de entregar el Espíritu Consolador prometido a los suyos (16,7), la “sed” del creyente -como la de la mujer samaritana (4,13-15) y en correspondencia con la de Jesús- es sed del Espíritu del Crucificado entregado como fuente de agua viva a cada creyente (7,37-39). El Espíritu de Jesús entregado a los suyos animará y guiará para siempre el reinado de Dios. 


19,28: Sal 22,16; 69,20-21 / 19,29: Lv 14,4-7; Sal 51,7


Y al instante salió sangre y agua


31 Como era el día de la preparación de la Pascua, el sábado más solemne de todos, y para que ese sábado los cuerpos no quedaran en la cruz, los judíos pidieron a Pilato que les quebraran las piernas a los crucificados y los quitaran de allí. 32 Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas a los dos que habían crucificado con Jesús. 33 Pero cuando llegaron a Jesús, al verlo ya muerto, no le quebraron las piernas, 34 sino que uno de los soldados le atravesó el costado con su lanza y al instante salió sangre y agua. 35 El que lo vio da testimonio y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice la verdad, para que ustedes también crean. 36 Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: No le quebrarán ningún hueso [Éx 12,10.46; Sal 34,21]. 37 Y también otro pasaje de la Escritura dice: Verán al que traspasaron [Zac 12,10].


19,31-37: La quinta escena y última (nota a 19,16b-22) nos relata una costumbre de aquel tiempo: quebrarles las piernas a los crucificados para reducir sus sufrimientos, pues de este modo se apuraba su muerte, generalmente por asfixia, al quitarles su punto de apoyo. A Jesús no le quiebran las piernas porque se tiene que cumplir la Escritura, es decir, el plan previsto por Dios. Por esto, como a los corderos de la pascua judía (Éx 12,46; Jn 19,36-37), tampoco a Jesús no le quiebran ningún hueso, y de este modo se confiesa que sólo Jesús es el Cordero Pascual inmolado por todos, para liberarnos del Príncipe de este mundo. Ya al inicio de su ministerio, según el evangelista, Jesús había expulsado del Templo a los animales dispuestos para el sacrificio, porque él es el Cordero y el Templo (Jn 2,13-22), donde a Dios se lo adora en Espíritu y en Verdad (4,23). Cuando traspasan con la lanza al Crucificado, sale de su costado “sangre” y “agua” (19,34; 1 Jn 5,6-8), y la tradición cristiana ve en esto la representación de los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía. Quien muere es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo (Jn 1,19), constituyendo una comunidad que, como nueva familia de Dios, viva en comunión por la fe y la acción del Espíritu, y celebre y haga presente por el Bautismo y la Eucaristía los dones de Dios que el Cordero nos regaló con su inmolación. 


19,31: Dt 21,23; Gál 3,13 / 19,34: Heb 13,12; / 19,35: 1 Jn 1,2 / 19,36: Nm 9,12; 1 Cor 5,7 / 19,37: Ap 1,7


Y lo envolvieron en unos lienzos

Mt 27,57-60; Mc 15,42-46; Lc 23,50-54


38 Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió permiso a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo permitió. Entonces, él fue a retirarlo. 39 Fue también Nicodemo, el que al principio había ido de noche a ver a Jesús, y trajo una mezcla de mirra y áloe que pesaba unos treinta kilos. 40 Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en unos lienzos empapados en aromas, conforme a la costumbre que tienen los judíos de sepultar a los muertos. 41 En el lugar donde Jesús había sido crucificado había un huerto y, en el huerto, un sepulcro nuevo en el cual nadie había sido enterrado. 42 Por ser el día de la preparación de la Pascua judía y porque el sepulcro estaba cerca, allí pusieron a Jesús.

19,38-42: El sacrificio de Jesús comienza a dar frutos. Dos discípulos no temen ser descubiertos como tales cuando buscan una digna sepultura para su Maestro. Embalsaman a Jesús con abundancia de perfumes y colocan su cuerpo en un sepulcro nuevo, tal como corresponde a las exequias de un rey; así, una vez más, se vuelve a insistir en la realeza de Jesús. La pasión concluye como comenzó, en un “huerto” (nota a 18,1-19,42). El pecado y la rebeldía de la humanidad en el primer huerto (el del Génesis) han sido expiados por la obediencia y la ofrenda de Jesús (1 Jn 2,2), que se aparecerá resucitado y victorioso en otro huerto, en el que había sido sepultado (Jn 19,41). 


19,39: Mt 2,11 / 19,41: Gn 3,23-24


3- Resurrección de Jesús


20,1-29. Jesús, al morir, salió de este mundo y se ha ido al Padre (13,1). Sin embargo, no deja solo a los suyos, pues les da el Espíritu Consolador y él volverá de nuevo y «los llevaré conmigo, para que donde yo estoy, estén también ustedes» (14,2-3). La comunión conseguida por la entrega del Cordero es un don imposible de romper. La narración sobre el sepulcro vacío enseña que a Jesús, tal como lo han visto hasta ahora, no lo volverán a encontrar. Ahora hay que descubrirlo entre los vivos (20,1-10). En la aparición a María Magdalena (20,11-18), Jesús todavía no ha subido al Padre, pero está en camino hacia él. En cambio, cuando se aparece a sus discípulos (20,19-23) ya está en la gloria con el Padre, y cumple su promesa de darles el Espíritu (16,7). En la aparición a Tomás (20,24-29) se presenta plenamente glorificado, igual al Padre Dios (20,28). En la primera conclusión (20,30-31), el evangelista recuerda que a Jesús también se lo encuentra, por la fe, en el testimonio de sus discípulos que es el Evangelio.


Entró también el otro discípulo, vio y creyó

Mt 28,1-8; Mc 16,1-8; Lc 24,1-11

201 El primer día de la semana, muy de mañana, cuando aún estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que habían quitado la piedra de la entrada. 2 Entonces fue corriendo a donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, el que Jesús amaba, y les dijo: «¡Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto!». 

3 Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. 4 Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corrió mas a prisa que Pedro y llegó antes que él. 5 Asomándose al sepulcro, vio los lienzos en el suelo, pero no entró. 6 Llegó después Simón Pedro, que lo seguía, entró al sepulcro y vio los lienzos en el suelo. 7 El sudario, en cambio, que había cubierto la cabeza de Jesús, no estaba en el suelo con los lienzos, sino doblado en un lugar aparte. 8 Entonces entró también el otro discípulo, vio y creyó. 9 Todavía no habían entendido que según la Escritura él debía resucitar de entre los muertos. 10 Después los discípulos regresaron a casa.

20,1-10: Dos discípulos del Crucificado, Pedro y aquel a quien Jesús amaba, corren al sepulcro; el discípulo amado llega antes, pero no entra. Si Pedro, instituido jefe de la comunidad, tiene la preferencia al ingresar, la primacía de la fe la tiene el discípulo amado, quien apenas ingresa “ve” y “cree”. En su discurso de despedida, Jesús ya había anunciado su nuevo modo de hacerse presente gracias al Espíritu Consolador (13,35; 14,17.20). El Resucitado sigue viviendo hoy y siempre para ellos, cumpliendo su promesa de no dejarlos huérfanos (14,18).


20,1: Ap 1,10 / 20,7: Lc 24,12 / 20,9: Hch 2,25-28; 1 Cor 15,4


Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?

Mt 28,9-10; Mc 16,9-11

 

11 María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro 12 y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y el otro a los pies. 13 Ellos le preguntaron: «Mujer, ¿por qué lloras?». Ella les contestó: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto». 14 Apenas dijo esto se volvió y vio a Jesús de pie, pero no lo reconoció. 15 Jesús le preguntó: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?». Ella, creyendo que era el jardinero, le respondió: «Señor, si tú te lo has llevado dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré». 16 Jesús le dijo: «¡María!». Ella, acercándose, exclamó en hebreo: «¡Rabboní!» (que quiere decir “Maestro”). 17 Jesús le dijo: «No me retengas, porque todavía no he subido al Padre, pero ve a decirles a mis hermanos: “Subo a mi Padre que es el Padre de ustedes, y a mi Dios que es el Dios de ustedes”». 18 María Magdalena fue a anunciar a los discípulos: «¡He visto al Señor!». Y les contó lo que le había dicho. 


20,11-18: María Magdalena esperaba encontrar un cadáver, por eso confunde al Resucitado con el jardinero del huerto. Mientras ella busca a Jesús, es el mismo Resucitado quien sale a su encuentro y la llama por su nombre (20,16; ver 10,3). Ella de inmediato lo reconoce, identificándolo como “su Maestro”. Aquí y por primera vez en Juan, el Padre y Dios de Jesucristo se revela como el Padre y Dios de los discípulos, razón por la que Jesús llama a éstos “sus hermanos”. “La hora” vivida por Jesús produce una transformación gloriosa en él y la correspondiente transformación en los suyos, porque los asocia plenamente a él; éstos, por la resurrección de Jesús, son ahora “sus hermanos”, es decir, aquellos que «no nacieron de la sangre ni por deseo y voluntad humana, sino que nacieron de Dios» (1,13). Han comenzado a participar de la misma vida del Padre.


20,13: Cant 3,1-3 / 20,14: Lc 24,16 / 20,16: Mc 10,51 / 20,17: 1 Pe 3,22 / 20,18: 1 Cor 15,5-8


Reciban el Espíritu Santo

Mc 16,14-18; Lc 24,36-49


19 Al atardecer de aquel mismo día, el primero de la semana, los discípulos estaban con las puertas del lugar cerradas por temor a los judíos. Allí se presentó Jesús, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!». 20 Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. 21 De nuevo Jesús les dijo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió, así yo los envío a ustedes». 22 Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo. 23 A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos».

20,19-23: Jesús, el resucitado que ofrece la paz (20,19.21), es el mismo Jesús que convivió con los discípulos y que murió en la cruz. A él, pues, al ver sus llagas, no lo pueden confundir con otro. El Espíritu Consolador que estuvo presente en Jesús durante su ministerio y que Jesús entregó en el Calvario (19,30), es ahora quien va a dar vida y poder a los discípulos para continuar el ministerio de Jesús (19,30; 20,22). Cumplida ya “la hora” y luego de ser bautizados con el Espíritu y dotados con el don de la paz, los discípulos reciben el encargo de continuar la misma misión de Jesús y, así como lo fue el Cordero de Dios, ellos son enviados a quitar y perdonar los pecados del mundo (1,29.33; 20,22-23).


20,19: 2 Sm 18,28 / 20,21: Mt 28,19 / 20,22: Ez 37,1-14; Hch 2,2-4 / 20,23: Mt 9,2-8


¡Señor mío y Dios mío!


24 Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. 25 Los otros discípulos le decían: «¡Hemos visto al Señor!». Pero él les dijo: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no creeré». 

26 Ocho días después, estaban de nuevo los discípulos reunidos y Tomás estaba con ellos. Se presentó Jesús y se puso en medio de ellos, aunque estaban cerradas las puertas, y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!». 27 Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente». 28 Tomás le respondió: «¡Señor mío y Dios mío!». 29 Jesús le dijo: «Tomás, ¿porque me has visto has creído? ¡Felices los que han creído sin haber visto!».


20,24-29: El apóstol Tomás, como María Magdalena, buscaba de modo equivocado a Jesús. Por eso no cree en el testimonio de los otros discípulos que le decían: «¡Hemos visto al Señor!» (20,25). A partir de ahora, la adhesión al Resucitado la suscita el testimonio convencido de los discípulos, testimonio que moverá a la fe si brota de la experiencia personal y comunitaria del Señor presente en ellos. La misión del discípulo es hacer que el Resucitado sea para cada uno de los hombres y mujeres de hoy “mi Señor y mi Dios”. 


20,26: Jue 19,20 / 20,28: Sal 35,23; Flp 2,5-11 / 20,29: Lc 1,45


Conclusión: finalidad del evangelio


Para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios


30 Jesús hizo muchos otros signos en presencia de sus discípulos que no están escritos en este libro. 31 Estos signos se han escrito para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida en su nombre.

20,30-31: El evangelista concluye anunciando su esperanza de que “estos testimonios” que ha relatado muevan a la fe a los lectores. Así como el sepulcro vacío condujo a la fe en la resurrección al discípulo amado quien “vio” y “creyó”, el evangelio está destinado a abrir los ojos y el corazón de los lectores para llevarlos a la fe en el Mesías, el Hijo de Dios, y «para que creyendo tengan vida en su nombre» (20,31). Éste, como los otros evangelios, es una proclamación de los discípulos del Resucitado para suscitar la fe en su Nombre.


20,30: Dt 34,10-12 / 20,31: Hch 3,16


Conclusión al evangelio


21,1-25. Este capítulo, puesto después de la primera Conclusión sobre la finalidad del evangelio (20,30-31), debió añadirse en la última edición, a finales del siglo I, a modo de epílogo de toda la obra. El autor, que no es Juan (21,24), responde a las inquietudes y perplejidades que por entonces afectaban a su comunidad con tres relatos bien integrados: la aparición de Jesús y la pesca milagrosa, que reafirma la misión universal del Señor y su comunidad (21,1-14); la rehabilitación de Pedro como pastor a pesar de sus negaciones en la pasión (21,15-19), y la crisis provocada por la muerte, inesperada para algunos, del discípulo amado (21,20-23). Las palabras conclusivas al evangelio (21,24-25) no sólo cierran Juan 21, sino toda la obra.


¡Es el Señor!


211 Después de esto, Jesús se apareció otra vez a sus discípulos a orillas del mar de Tiberíades. La aparición sucedió así. 

2 Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. 3 Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar». Ellos le dijeron: «Nosotros también vamos contigo». Salieron y se embarcaron con él, pero aquella noche no pescaron nada. 

4 Al amanecer, Jesús estaba en la orilla del mar, pero los discípulos no lo reconocieron. 5 Jesús les preguntó: «Muchachos, ¿tienen algo para comer?». Le contestaron: «¡No!». 6 Él les dijo: «Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán». La echaron, y luego no podían sacarla por la gran cantidad de peces. 7 Entonces, el discípulo a quien Jesús amaba, le dijo a Pedro: «¡Es el Señor!». Al oír Pedro que era el Señor se puso la ropa, pues estaba desnudo, y se lanzó al mar. 8 Los otros discípulos vinieron en la barca arrastrando la red, porque no estaban muy lejos de tierra, sólo a unos cien metros. 

9 Cuando saltaron a tierra, vieron preparadas unas brasas con un pescado sobre ellas, y también pan. 10 Jesús les ordenó: «Traigan algunos de los peces que acaban de pescar». 11 Simón Pedro subió a la barca y arrastró la red a tierra, la que estaba llena de ciento cincuenta y tres peces grandes y -a pesar de ser tantos- la red no se rompió. 12 Jesús les dijo: «Vengan a comer». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres?», porque sabían que era el Señor. 13 Jesús se acercó, tomó el pan y se lo repartió, e hizo lo mismo con el pescado. 

14 Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos.


21,1-14: Aunque Pedro negó al Señor, su amor por él seguía vivo, lo que se comprueba por su reacción de lanzarse al agua para ir a donde Jesús (21,7b); sin embargo, no fue él quien primero reconoce al Resucitado, sino el discípulo amado (21,7a): la fuente de reconocimiento de Jesús resucitado es el amor a él. Para el autor de Juan 21 no sorprende tanto el número de peces, sino el hecho de que a pesar de ser numerosos y grandes la red no se rompiera; este dato en el contexto del evangelio, como lo que ocurrió con la túnica de Jesús en el Calvario que los soldados no rompen (19,23-24), simboliza la misión y capacidad de la Iglesia de reunir a toda la humanidad, buscando su unidad y preservándola en ella.

21,1-11: Lc 5,1-11 / 21,2: Mt 4,21 / 21,3-6: Lc 5,5-6 / 21,9: Lc 24,41-43


Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?


15 Cuando acabaron de comer, Jesús le preguntó a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?». Él contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta a mis corderos». 16 Jesús le preguntó por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Pastorea a mis ovejas». 17 Por tercera vez le preguntó: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le respondió: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta a mis ovejas. 18 Te lo aseguro, cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos y otro te atará y te llevará a donde tú no quieras». 19 Jesús dijo esto para indicar con qué clase de muerte Pedro iba a glorificar a Dios. Después de hablar así, le ordenó: «¡Sígueme!».


21,15-19: La rehabilitación de Pedro, después de su triple negación, pareció necesaria al autor de este capítulo. El Evangelio según Juan, más que los otros evangelios, había puesto de relieve las negaciones de Pedro en contraste con el valiente testimonio de Jesús ante Anás (18,15-27); así, mientras Jesús es fiel a su Padre, Pedro es infiel a Jesús. Pedro, pues, ha roto la cadena de la fidelidad. Ahora dicha cadena se restablece mediante su triple confesión de amor por Jesús y el repetido encargo por parte de éste para que sea el pastor de sus ovejas. Pedro seguirá demostrándole a Jesús su amor hasta el final y, como él, morirá en una cruz según lo testimonia la tradición cristiana, cumpliendo fielmente el querer del Señor: «¡Sígueme!» (21,19).


21,15: Hch 20,28; Ef 4,11 / 21,15-17: Lc 22,34.57-58.60 / 21,19: Mt 4,18-19


Señor, y éste ¿qué?


20 Pedro miró hacia atrás y vio que les seguía el discípulo a quien Jesús amaba, el mismo que en la cena se había reclinado sobre el pecho de Jesús, preguntándole: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?». 21 Cuando Pedro lo vio le preguntó a Jesús: «Señor, y éste ¿qué?». 22 Jesús le contestó: «Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué te importa? ¡Tú, sígueme!». 

23 Por esto corrió el rumor entre los hermanos de que aquel discípulo no moriría. Pero en realidad Jesús no dijo: «Él no morirá», sino: «Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué te importa?». 


21,20-23: El discipulado es seguimiento de Jesús (21,19-20), para vivir en comunión con él y con el Padre. Enviado por el Padre como única fuente de vida y verdad, Jesús es el único camino hacia Dios. Pedro nuevamente es invitado a “ser discípulo” (21,19), invitación que tiene por trasfondo el seguimiento del discípulo amado (21,20-22). Cuando se escribió este capítulo, Pedro y el discípulo amado ya habían muerto, pero su testimonio y mensaje seguían vivos. El autor, mediante este pasaje, busca salir al paso de un «rumor entre los hermanos» que sostenía que el discípulo amado seguiría vivo hasta la segunda venida del Señor (21,23). Lo que realmente debe importar es que el testimonio del discípulo amado sigue vivo en el evangelio que ha dejado escrito.

21,22: 1 Tes 4,15; 1 Cor 11,26


Éste es el discípulo que da testimonio


24 Éste es el discípulo que da testimonio de estas cosas y las ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero. 25 Además, hay otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que los libros escritos no cabrían en el mundo entero.


21,24-25: Estas palabras conclusivas al evangelio, semejante a la primera conclusión (20,30-31), una vez más subrayan la veracidad del testimonio del autor del cuarto evangelio, digno de toda fe y confianza (19,35). Además, deja en claro que el evangelio contiene una selección de todo lo que Jesús hizo (21,25; ver 20,30). Las palabras y los signos que el autor ha consignado mediantes estos testimonios bastan para guiar a la adhesión de fe en Jesús, aceptándolo como Mesías e Hijo de Dios (20,31). 


21,24: 1 Jn 1,2