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LOS SUEÑOS DE UN OBISPO EMÉRITO

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ADVIENTO 2024

Aguascalientes, diciembre 10 de 2024

+Rafael Sandoval

Emérito de Autlán

1. UN EMÉRITO INOLVIDABLE

    Tenía su rostro distinto. A sus casi 90 años, parecía un niño: sencillo, platicador, alegre, transparente. Aquella noche, después de la última plática de Ejercicios Cuaresmales a la que fui invitado, él estaba diferente. Como a Moisés, se le notaba una Presencia, y yo la percibía sin dudas. Pocas palabras, pero profundas: “Me siento nuevo, Rafa”, “anhelo ver a Dios”, “no tengo miedo”, etc. Era como si Alguien lo envolviera con sus Manos: paz, alegría, felicidad plena, inefabilidad. Y yo también me sentí envuelto en por aquella Presencia.

    Nos despedimos ya que había que partir temprano hacia mi parroquia. Se trataba de un sacerdote anciano “emérito” Don Lalo. Al día siguiente Dios lo llevó Consigo. Y yo, obispo emérito, no sólo recuerdo aquel momento, sino que me encuentro con el mismo Dios que ahí percibí. A Dios no se le recuerda, se le encuentra. Mejor dicho, se deja uno encontrar por Él.

    A su edad, aquel hombre soñaba en grande, deseaba en profundidad, se ilusionaba, admiraba… Y en este Adviento, también yo tengo ganas de soñar y de tener deseos grandes.

    2. LA FUERZA DEL DESEO

    El deseo es la fuerza que nos mueve, tenga la edad que tenga. Es el motor que configura la vida humana. Donde pongo el deseo, ahí pongo el corazón. ¿Qué estoy haciendo con mis deseos? ¿Giran en torno a mi opción? ¿Cuáles son mis sueños?  ¿Por dónde anda mi pasión? ¿Qué me ilusiona?

    Es verdad que los datos en el mundo no son muy buenos: guerras, violencia e inseguridad, soledad y depresión, desaparecidos, asesinados, gente empobrecida, el tejido social roto, etc. ¡Qué difícil resulta soñar! Pero, si no hay sueños, no hay esperanza. Quien no sueña ya ha decidido morir porque ya ha recortado sus alas. Sin sueños, nos domina la mediocridad.

    El deseo me define. Pero no sólo de aquí hacia allá, sino de allá hacia acá. ¡Yo soy deseado por Jesús! ¿Creo y siento eso? No basta estar convencido, sino seducido. Él me ha elegido y hoy despierta en mí, el deseo de él. Él es la Perla y el Tesoro escondido por el que vale la pena venderlo todo (Cfr Mt 13, 44-46).  Las dos parábolas hablan de alegría, pues me hace decir: “Esto es lo mío”, “aquí quiero estar”. Adviento es tiempo para preguntarme: ¿Qué he dejado por Jesús? Es tiempo de mirarlo a los ojos y dejarme mirar por Él. No es tiempo triste de resentimientos y de culpa. Si miro para atrás es para dar gracias. Si miro para adelante es para soñar en grande. ¡Soy amado infinitamente! Esta vida es hermosa, pero la muerte biológica me abrirá la puerta a la eternidad para ver a Dios cara a cara y para explotar de alegría inefable en la Fiesta sin fin.

    3. SIN SUEÑOS NO HAY FUTURO

    Sin sueños no se avanza. Sin sueños caemos en tristeza y desaliento. ¿Recuerdas, hermano, cuando entraste al seminario y el día de tu ordenación? Eras imparable en sueños que te llevaban a la acción. Oración y acción se unían. Yo definiría al Obispo emérito como “un hombre soñador”, como aquel sacerdote que dejó huella en mi alma y que hizo que ese momento fuera una “experiencia fundante” en mi vida.

    No soñar es estar enfermo del alma porque se ha perdido la fuerza el deseo. Los síntomas son muchos: desgana, apatía, pereza, indiferencia, resignación, desinterés, inapetencia, etc. Entonces viene la angustia por la añoranza de un pasado, o la ansiedad de un futuro que aún no se conoce. Por eso, el presente es lo más parecido a la eternidad. Soñar y desear es buen indicador de salud humana y espiritual. Por eso hoy es Adviento: tiempo de soñar y de esperar.

    Pero hay que soñar en grande. Nada de sueños o deseos pequeñitos. No grandes con la grandeza del mundo sino con la de Dios. Para Dios lo más pesado para el mundo, pesa menos, y lo más pequeño es lo más grande. Una vez un niño, un domingo, me compartió un dulce que apreciaba. Lo recibí con gusto. De ahí me vino la frase: “Pequeñez del signo, grandeza del significado”.

    Ser Obispo emérito es un nuevo modo de vida donde se sueña y se desea en grande. Ya no se desean los reflectores (esos son sueños efímeros y pequeños), sino el silencio lleno de Presencia. Yo soñaba en mi primera Misa, ¿y ahora? ¿Sueño experimentar la presencia de María a mi lado? ¿Sueño poder abrazar a un enfermo como lo hacía Francisco de Asís? ¿Cuál es mi sueño favorito hoy?

    Que la Santísima Virgen de Guadalupe nos ayude a revisar cómo andan nuestros sueños y qué tan vivo está nuestro deseo. Que Ella nos dé la verdadera dimensión de la realidad para que nuestros sueños ni sean huida ni nos ahoguen. Es verdad que el horizonte es difícil, pero que ello no nos impida cantar el “Magníficat”.

    La vejez no significa dejar morir los deseos ni perder las ilusiones. El atardecer es tan hermoso – o más – que el amanecer. Es valorar el amor y el perdón. Es cerrar, con amor, los círculos que quedaron sin cerrar. Es fidelidad y fecundidad en el silencio. Ser emérito es “entrega” aunque parezca que no se hace nada. Es volver a comenzar (ἀρχή),como lo dice el Evangelio de Marcos y como aquel sacerdote emérito me enseñó a su edad avanzada.

    Un abrazo y mi cariño a mis hermanos Cardenales, Arzobispos y Obispos eméritos.

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