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Benedicto XVI, un regalo de Dios

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BENEDICTO XVI, UN REGALO DE DIOS

MIRAR

Tuve la gracia de haber compartido varios momentos con el difunto Papa Benedicto XVI, desde cuando era Prefecto de la entonces llamada Congregación para la Doctrina de la Fe. Siempre lo consideré un regalo de Dios para la Iglesia y para la humanidad, no sólo por su claridad y profundidad teológicas, sino también por su visión antropológica sobre la actual cultura global, ofreciéndonos una iluminación a la luz de la Palabra de Dios, sin ceder a las modas transitorias de los tiempos. A eso agrego que, a diferencia de lo que le achacaban sus detractores, siempre lo percibí humilde, sencillo, paciente, muy educado y atento, comprensivo y abierto al diálogo, a la vez que firme y valiente para enfrentar los problemas internos de la Iglesia.

Siendo un servidor todavía obispo de Tapachula, en Chiapas (1991-2000), cuando prestaba al mismo tiempo el servicio de Secretario General del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), los miembros de la Presidencia lo visitamos en dicha Congregación, para informarle de nuestras realidades y pedir su orientación. En esa ocasión, le planteamos nuestro interés en acompañar la Teología India, sobre la cual había serias dudas en esa Congregación y en otras instancias eclesiales de aquí y de allá. A raíz de estos diálogos con él, nos dijo que no era conveniente repetir los desencuentros tenidos con la teología de la liberación, sino “proseguir el camino de profundización de los contenidos doctrinales de la Teología India, para avanzar en su clarificación a la luz de la Palabra de Dios y del Magisterio de la Iglesia”. Así nos lo escribió textualmente en una carta dirigida al cardenal Francisco Javier Errázuriz, arzobispo de Santiago de Chile y Presidente del CELAM, el 26 de julio de 2004. Con esta inspiración, y con el apoyo de dicho Dicasterio, se han desarrollado Simposios de Teología India sobre Pueblos Originarios y Jesucristo (Guatemala, 2006), la Creación (Lima, 2011), la Revelación (San Cristóbal de Las Casas, 2014), la Trinidad (Asunción, Paraguay, 2017), y el Espíritu Santo (Panamá, 2022). Cuando fui invitado a participar en una reunión convocada por ese Dicasterio para seguir clarificando lo referente a la Teología India, a diferencia de otros que sólo insistían en condenarla por completo, siempre propuso continuar clarificando los temas poco claros, siendo fieles a la fe católica y abiertos a otras vivencias teológicas, espirituales y pastorales.

Como obispo en San Cristóbal de Las Casas (2000-2018), fui convocado en diversos momentos a reuniones llamadas Interdiscasteriales, organizadas directamente por la Secretaría de Estado, presidida en ese tiempo por el cardenal Sodano, para aclarar varios puntos sobre la herencia doctrinal y pastoral de mi antecesor, Mons. Samuel Ruiz García, pues había serias dudas no sólo sobre la ordenación de diáconos permanentes indígenas, sino en particular sobre la orientación de la misma diócesis, como si se hubiera intentado formar una iglesia autónoma, al margen de la Iglesia universal. Aclaramos que la intención, antes y hasta ahora, es ser fieles al Concilio Vaticano II, que pide la formación de iglesias autóctonas, encarnadas en las realidades de cada lugar (cf Ad gentes, 6). En esas reuniones en Roma, en que participaban obispos de México y cardenales de diferentes Dicasterios (Doctrina de la Fe, Liturgia, Clero, Obispos y Educación Católica), el cardenal Ratzinger nunca fue ofensivo ni nos descalificaba, sino que siempre escuchaba muy atento, seguía en profundidad los asuntos debatidos y daba su palabra muy sensata e iluminadora, para mantenernos fieles al Concilio Vaticano II. Siendo Papa, tuvo las mismas actitudes en las entrevistas personales que tuvimos sobre los mismos temas diocesanos.

DISCERNIR

Es muy rico y profundo su magisterio pontificio. Recuerdo aquí sólo algo que tiene que ver con las culturas indígenas. En su discurso para inaugurar la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y de El Caribe, en Aparecida, Brasil, el 13 de mayo de 2007, expresó:

“¿Qué ha significado la aceptación de la fe cristiana para los pueblos de América Latina y del Caribe? Para ellos ha significado conocer y acoger a Cristo, el Dios desconocido que sus antepasados, sin saberlo, buscaban en sus ricas tradiciones religiosas. Cristo era el Salvador que anhelaban silenciosamente. Ha significado también haber recibido, con las aguas del bautismo, la vida divina que los hizo hijos de Dios por adopción; haber recibido, además, el Espíritu Santo que ha venido a fecundar sus culturas, purificándolas y desarrollando los numerosos gérmenes y semillas que el Verbo encarnado había puesto en ellas, orientándolas así por los caminos del Evangelio. En efecto, el anuncio de Jesús y de su Evangelio no supuso, en ningún momento, una alienación de las culturas precolombinas, ni fue una imposición de una cultura extraña. Las auténticas culturas no están cerradas en sí mismas ni petrificadas en un determinado punto de la historia, sino que están abiertas, más aún, buscan el encuentro con otras culturas, esperan alcanzar la universalidad en el encuentro y el diálogo con otras formas de vida y con los elementos que puedan llevar a una nueva síntesis en la que se respete siempre la diversidad de las expresiones y de su realización cultural concreta.

En última instancia, sólo la verdad unifica y su prueba es el amor. Por eso Cristo, siendo realmente el Logos encarnado, «el amor hasta el extremo», no es ajeno a cultura alguna ni a ninguna persona; por el contrario, la respuesta anhelada en el corazón de las culturas es lo que les da su identidad última, uniendo a la humanidad y respetando a la vez la riqueza de las diversidades, abriendo a todos al crecimiento en la verdadera humanización, en el auténtico progreso. El Verbo de Dios, haciéndose carne en Jesucristo, se hizo también historia y cultura.

La utopía de volver a dar vida a las religiones precolombinas, separándolas de Cristo y de la Iglesia universal, no sería un progreso, sino un retroceso. En realidad sería una involución hacia un momento histórico anclado en el pasado.


La sabiduría de los pueblos originarios les llevó afortunadamente a formar una síntesis entre sus culturas y la fe cristiana que los misioneros les ofrecían. De allí ha nacido la rica y profunda religiosidad popular, en la cual aparece el alma de los pueblos latinoamericanos… Todo ello forma el gran mosaico de la religiosidad popular que es el precioso tesoro de la Iglesia católica en América Latina, y que ella debe proteger, promover y, en lo que fuera necesario, también purificar”.

En días siguientes, ya desde Roma, agregó: “Ciertamente el recuerdo de un pasado glorioso no puede ignorar las sombras que acompañaron la obra de evangelización del Continente latinoamericano: no es posible olvidar los sufrimientos y las injusticias que infligieron los colonizadores a las poblaciones indígenas, a menudo pisoteadas en sus derechos humanos fundamentales. Pero la obligatoria mención de esos crímenes injustificables —por lo demás condenados ya entonces por misioneros como Bartolomé de las Casas y por teólogos como Francisco de Vitoria, de la Universidad de Salamanca— no debe impedir reconocer con gratitud la admirable obra que ha llevado a cabo la gracia divina entre esas poblaciones a lo largo de estos siglos”.

ACTUAR

Aunque escuchemos voces críticas contra el Papa Benedicto XVI, agradezcamos al Espíritu Santo que ilumina y mueve a los cardenales para que tengamos en los últimos tiempos unos sucesores de Pedro que son verdaderos regalos para la Iglesia y para el mundo. Y sigamos meditando lo que Dios nos dijo, por medio de Benedicto XVI, para que nuestra vida sea plena de verdad y vida, de santidad y gracia, de justicia, amor y paz.

Cardenal Felipe Arizmendi, obispo emérito de San Cristóbal de las Casas

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