Sevillano de nacimiento, colimense de corazón, nos ha dejado una rica herencia con su ejemplo y sus trabajos de investigación histórica.
Conocí a José Miguel en Roma, como alumno del Colegio Pío Latino Americano y estudiante de teología en la Pontificia Universidad Gregoriana, allá por el año 1962, cuando iniciaba el Concilio Ecuménico Vaticano II. Habiendo conocido él en España a José Bazán Levi y a José Cárdenas Pallares, tomó la decisión de consagrar su vida al servicio del pueblo de Colima. Distinguido en su porte, sencillo en su trato, estudioso y servicial, se integró bien a la comunidad latinoamericana.
Una vez llegado a Colima, en tiempos del señor obispo Ignacio de Alba, estableció relaciones de amistad con toda clase de personas, preocupado siempre en servir a los más desprotegidos.
Durante varios años fue profesor en el Seminario de Colima, pastor unos pocos años en el pueblo de Copala, con el permiso del señor obispo José Fernández Arteaga, regresó a Roma para estudiar historia de la Iglesia, en la misma Universidad Gregoriana.
De regreso a nuestras tierras, después de madura reflexión, decidió dejar el ministerio sacerdotal para entregarse de lleno a la investigación. Hombre de conciencia recta, nunca abandonó la fe, ni la vida de oración, mantuvo siempre una conducta intachable. Unos años después contrajo matrimonio con María Elena Abaroa, con quien compartió sus trabajos, forjó proyectos y, sobre todo, se identificó en la fidelidad y el amor sincero.
Trabajó en la Universidad de Colima como maestro e investigador. Se doctoró en El Colegio de Michoacán, con una tesis sobre la historia de Colima de 1523 a 1600. Reorganizó y puso al día el Archivo municipal de Colima, que data del siglo XVI. Con motivo de los quinientos años de la fundación de Colima, coordinó la publicación de un importante estudio con la colaboración de buen número de historiadores.
En su valiosa obra El aguijón del Espíritu, en la que nos introduce en la historia contemporánea de la Iglesia en México (1895 -1990), nos advierte que debemos tener dos enfoques simultáneos: la mirada del que estudia los hechos desde los datos objetivos, vistos sin prejuicios ni apasionamientos, con un método científico, y la mirada de fe que descubre en el acontecer humano cotidiano la presencia y la acción misteriosa de Dios que lleva adelante su plan de salvación, valiéndose de las virtudes, a veces heroicas, así como de las miserias y pecados de los hombres creyentes y no creyentes.
Quisiera recordar el testimonio de su fe y su amor a Jesús sacramentado que manifestó emocionado en el Congreso Eucarístico Nacional, el 8 de mayo del 2008, en Morelia, al hablar de los sagrarios vacíos durante la suspensión del culto por la persecución religiosa del siglo pasado en nuestra patria. Con gratitud por su amistad invariable deseo que su obra perdure para beneficio de muchos.
+Alberto Cardenal Suárez Inda
Arzobispo emérito de Morelia
