La Inteligencia Artificial (IA) tiene una historia más larga de lo que acostumbramos a creer; sin embargo, ha sido en estas últimas décadas cuando se ha desarrollado a mayor velocidad y se ha ido extendiendo a prácticamente todos los dominios de la vida humana. Su avance progresa de manera cada vez más acelerada, hasta el punto de que ya no logramos entender nuestra vida si no es en el marco de la IA.
No cabe duda del beneficio que ella nos aporta. Tanto en economía, como en la empresa, en el mundo educativo, en medicina o en otras muchas áreas, la IA permite procesar multitud de datos a gran velocidad, algo imposible para la mente humana, lo cual resulta de gran utilidad; gracias a ella podemos entender textos escritos en idiomas que nos son desconocidos, así como prever fenómenos meteorológicos, lo cual nos permite prepararnos para el impacto que se avecina; y así un largo etcétera.
No obstante, es frecuente constatar cómo vamos cayendo inconscientemente en una actitud ingenua ante la IA. Delegamos en ella tareas humanas sin pensar en las consecuencias que eso pueda tener en nuestras vidas, en particular en los niños, adolescentes y jóvenes, que siempre son especialmente vulnerables. No olvidemos que lo que hace la IA es replicar determinadas operaciones que hasta ahora solo lograba realizar la mente humana: el cálculo matemático, la investigación científica, el diseño de programas informáticos, la creación artística, la redacción de textos, la educación. La IA ya puede hacer todo esto y mucho más. Existe el peligro de que nos vayamos acostumbrando a delegar en la tecnología multitud de operaciones y dejemos con ello de saber hacerlas, de tal manera que progresivamente vayan desapareciendo de nuestras vidas las maestras que enseñan, los médicos que curan, los psicólogos que sanan, las enfermeras que acompañan, los artistas que crean, las farmacéuticas que asesoran, con el consiguiente peligro de ir hacia una humanidad cada vez más ignorante y dependiente de la técnica.
No solo eso: poco a poco van entrando en nuestros hogares programas de IA que hablan con nosotros como si fueran personas, por ejemplo, “Alexa”. Dialogamos cotidianamente con esa supuesta persona (que en realidad no lo es), “alguien” que nunca se enfada con nosotros, lo cual hace que prefiramos vivir acompañados por un programa de IA con apariencia de persona que con un ser humano, que, este sí, puede enojarse, cansarse, ser pesado, tener mal humor, ser infiel, etc. Somos seres relacionales: necesitamos relacionarnos con otras personas para ser nosotros mismos. Yo soy “yo-con-los-demás”. La IA no debería sustituir a esas otras personas.
Cuidado con la IA. Puede ser beneficiosa, pero también sumamente peligrosa para la vida humana. Con ella hay que ser inteligentes y prudentes, nunca en exceso confiados.
José Sols
Profesor de Teología de la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México