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Una teología mexicana de la Paz

El pasado 22 de octubre, en el Coloquio Teológico del IFTIM (Instituto de Formación Teológica Intercongregacional de México) dedicado al tema “Construir la paz desde el Evangelio”, monseñor Ramón Castro, Presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano, lanzó un desafío: “Habría que elaborar una teología mexicana de la Paz”. Recojamos el guante.

     Una teología mexicana de la Paz debería nacer en el corazón de todas esas personas que infatigablemente trabajan a diario por el fin de la injusticia social y de la violencia en nuestro país, uno de los más violentos del mundo. Las cifras son tan descomunales que a menudo cunde el desánimo: “Nunca lo lograremos”. En el mismo coloquio, la maestra Julia Argemí, siguiendo la estela del teólogo dominico francés Emmanuel Durand, nos explicó la diferencia entre espera y esperanza (en francés: espoir y espérance). En la espera tenemos en el horizonte el logro posible, pero no seguro de algo positivo, como aprobar un examen, obtener un mejor puesto de trabajo o superar un problema de salud. Con el fracaso, muere la espera: reprobamos el examen, no obtenemos esa mejora profesional, el problema de salud resulta ser incurable. La esperanza, en cambio, “la que debió de vivir María entre el Viernes Santo y el Domingo de Pascua”, no desfallece ni siquiera en el fracaso, sino que nos mantiene de pie, como el discípulo amado, María y otras mujeres ante la cruz (Jn 19,25-27), convencidos de que el Reino de Dios está entre nosotros.

     Hoy, en México, los cristianos que anhelamos la justicia social y la paz nos sentimos como los dos discípulos camino de Emaús (Lc 24,13-35): ellos, desanimados tras haber vivido el fracaso de una espera, la de que Jesús fuera un Mesías triunfante; nosotros, decepcionados al constatar que no lograremos ver pronto un México justo y pacífico. Sin embargo, a ellos y a nosotros nos cuesta descubrir que Jesucristo mismo está caminando con nosotros cada día, y que Él ha vencido la muerte (1Co 15). Esa es nuestra esperanza. Los narcos podrán acabar con nuestra espera, pero nunca con nuestra esperanza. En esa batalla ya les hemos ganado.

     Como la experiencia eucarística que vivieron los dos discípulos de Emaús al reconocer a su Maestro en la Fracción del Pan, una teología mexicana de la Paz debe partir también del desánimo por el fracaso de nuestra espera y del ánimo por la resurrección de Cristo, en quien ponemos nuestra esperanza.

     México es un país mundialmente famoso por su violencia. Dejemos que Jesús, quien convirtió el agua en vino en las Bodas de Caná (Jn 2,1-11), nos ayude a transformar esta triste realidad en una teología mexicana de la Paz cargada de esperanza. Todo un desafío.

José Sols

Universidad Iberoamericana, Ciudad de México

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